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martes, 12 de septiembre de 2017

Capítulo 11


Zac no sabía si hacía bien manteniéndose alejado de Vanessa unos días, pero necesitaba algún tiempo. No era su estilo examinarlo y analizarlo todo, sino sentir y actuar. No obstante, nunca habían sido sus sentimientos tan fuertes, ni sus actos tan irreflexivos.

Cuando podía, se sumía en el trabajo y en las fantasías que podía controlar. Cuando no, permanecía solo en su casa, viendo alguna vieja película en la tele u oyendo música en el estéreo a todo volumen. Seguía trabajando en el guión que no sabía si podría hacer, con la esperanza de que el reto que suponía lo disuadiera de subir dos pisos y exigirle a Vanessa Hudgens que entrara en razón.

Ella lo quería y, sin embargo, no lo quería. Se abría a él y, pese a todo, seguía manteniendo cerrada la parte más preciada de su ser. Confiaba en él, pero no lo suficiente como para compartir su vida con él.

«Eres lo único que tengo, Mike». ¿Sería también lo único que quería?, pensaba Zac. ¿Cómo podía una mujer tan lista y generosa basar el resto de su vida en un error que había cometido diez años antes?

La impotencia lo ponía furioso. Ni siquiera en Nueva Orleáns, al tocar fondo, se había sentido impotente. Había afrontado sus limitaciones, las había aceptado y a continuación había canalizado sus talentos en otra dirección. ¿Habría llegado el momento de encarar sus limitaciones respecto a Vanessa?

Se pasaba horas pensando en ello, considerando compromisos para desecharlos luego. ¿Podía hacer lo que ella le pedía, dejar las cosas tal y como estaban? Serían amantes, no se harían promesas, ni hablarían del porvenir. Podían mantener aquella relación mientras no hubiera ni asomo de lazos y ataduras. No, no podía hacer lo que Vanessa le pedía. Ahora que había encontrado a la única mujer que le importaba, no aceptaría tenerla a medias.

Lo sorprendió verse convertido de pronto en paladín del matrimonio. No podía decir que hubiera conocido muchos pactados en el cielo. Sus padres se llevaban bien. Tenían los mismos gustos, el mismo origen, las mismas miras. Pero Zac no recordaba haber visto nunca pasión entre ellos. Afecto y lealtad, sí, y un frente común contra las ambiciones de su hijo, pero jamás la chispa y el burbujeo de la atracción erótica. Se preguntaba si solo sentía pasión por Vanessa, pero ya sabía la respuesta. Incluso allí sentado, solo, se la imaginaba veinte años después, sentada en el balancín del porche que le había descrito. Se veía envejeciendo a su lado, acumulando recuerdos y costumbres. No estaba dispuesto a perder todo aquello. Por más que le costara, por más obstáculos que tuviera que superar, no lo perdería. Zac se pasó una mano por el pelo y recogió las cajas que tenía que subir dos pisos más arriba.

Ella temía que no apareciera. Se había operado un cambio sutil en él desde la noche que estuvieron en Times Square. Se mostraba extrañamente distante por teléfono y, a pesar de que ella lo había invitado a subir varias veces, siempre ponía alguna excusa.

Vanessa tenía la sensación de que lo estaba perdiendo. Sirvió ponche en vasitos de plástico y se recordó que sabía desde el principio que aquello era temporal. Zac tenía derecho a vivir su vida, a seguir su camino. Ella no podía esperar que aceptara la distancia que se sentía obligada a poner entre los dos, ni que comprendiera la escasez de tiempo y atenciones que podía dedicarle por culpa de Mike y del trabajo. Lo único que podía esperar era que siguieran siendo amigos.

Cielos, cuánto lo echaba de menos... Añoraba hablar con él, reírse juntos, incluso apoyarse, aunque fuera solo un poco.

Dejó la jarra en la mesa y respiró hondo. Todo aquello no importaba. No debía importar en aquel momento. Había diez niños bulliciosos y alegres en la otra habitación. Era responsable de ellos, se dijo. No podía quedarse allí, haciendo inventario de sus errores cuando tenía otras obligaciones.

Al entrar en el cuarto de estar con la bandeja en las manos, dos niños pasaron a toda prisa delante de ella. Otros dos estaban peleándose en el suelo, mientras los demás gritaban para hacerse oír por encima de la música que sonaba en el tocadiscos. Vanessa ya había notado que uno de los nuevos amigos de Michael llevaba un pendiente de plata y hablaba de chicas con desparpajo. Dejó la bandeja sobre la mesa y miró hacia el techo. «Por favor, dame unos cuantos años más de cómics y mecanos. Aún no estoy preparada para lo demás».

Ness: Descanso para beber -dijo en voz alta-. Michael, ¿por qué no dejas de hacerle llaves a Ernie y bebes un poco de ponche? Mike, dejad al gatito. Se vuelven ariscos si se los toca demasiado.

Michael dejó de mala gana la pequeña bola de pelo blanquinegra en una cesta acolchada.

Mike: Mola un montón. Es lo que más me gusta -tomó un vaso de la bandeja-. El reloj también me gusta mucho -extendió el brazo y apretó un botón que cambiaba la hora por el primero de una serie de videojuegos en miniatura.

Ness: Pero no te distraigas jugando con él cuando estés en clase.

Resoplando, varios niños le dieron codazos a Michael. Vanessa acababa de convencerlos para que se sentaran a jugar a uno de los juegos de mesa de Michael cuando llamaron a la puerta.

Mike: ¡Voy yo! -se levantó de un salto y corrió a la puerta. Aún le quedaba un deseo de cumpleaños por cumplir. Y, al abrir, se hizo realidad-. ¡Zac! Sabía que vendrías. Mamá decía que seguramente estabas muy ocupado, pero yo sabía que al final vendrías. Me han regalado un gatito. Le he puesto Zark. ¿Quieres verlo?

Zac: En cuanto deje estas cajas -a pesar de que estaba en forma, empezaba a acusar el peso. Dejó las cajas en el sofá y, al darse la vuelta, se encontró con el gatito Zark en las manos. El animal ronroneó y se arqueó bajo sus dedos-. Qué bonito. Habrá que bajar y presentárselo a Tas.

Mike: ¿Y si se lo come?

Zac: ¿Bromeas? -agarró al gatito bajo el brazo y miró a Vanessa-. Hola.

Ness: Hola -Zac necesitaba un afeitado y tenía un agujero en la costura del jersey, pero estaba guapísimo-. Ya pensábamos que no venías.

Zac: Dije que estaría aquí y aquí estoy -acarició distraídamente las orejas del gato-. Yo cumplo mis promesas.

Mike: También me han regalado un reloj -alzó el brazo-. Pone la hora y la fecha y todo eso, pero también se puede jugar al buscaminas y al rugby.

Zac: Conque al buscaminas, ¿eh? -se sentó en el brazo del sofá y observó la pantalla del reloj de Michael-. Ya no te aburrirás cuando vayas en el metro, ¿no?

Mike: O al dentista. ¿Quieres jugar?

Zac: Luego. Siento haber llegado tarde. Me he liado en la tienda.

Mike: Da igual. Aún no nos hemos comido la tarta porque estábamos esperando. Es de chocolate.

Zac: Estupendo. ¿No me vas a preguntar por tu regalo?

Mike: Se supone que no debo hacerlo -lanzó una mirada de reojo a su madre, que estaba ocupada intentando evitar que sus amigos se pelearan otra vez-. ¿De verdad me has traído algo?

Zac: No, qué va -riendo al ver su expresión, le revolvió el pelo-. Claro que sí. Está ahí, en el sofá.

Mike: ¿Cuál es?

Zac: Todos.

Michael puso los ojos como platos.

Mike: ¿Todos?

Zac: Van todos juntos. ¿Por qué no abres ese primero?

Como no tenía tiempo, ni materiales, Zac no había envuelto las cajas en papel de regalo. Apenas se había acordado de tapar con cinta adhesiva la marca y el modelo, pero había disfrutado enormemente de la experiencia, nueva para él, de comprarle regalos a un niño. Michael empezó a abrir la pesada caja de cartón con ayuda de sus amigos más curiosos.

Josh: ¡Vaya, un ordenador! -asomó la cabeza por detrás del hombro de Michael-. Robert Sawyer tiene uno igual. Se puede jugar a un montón de cosas con él.

Mike: Un ordenador... -miró asombrado la caja abierta y se volvió hacia Zac-. ¿De verdad es para mí? ¿Para siempre?

Zac: Pues claro; es un regalo. Aunque espero que me dejes jugar con él de vez en cuando.

Mike: Te lo dejo cuando tú quieras -le rodeó el cuello con los brazos, olvidándose de que sus amigos lo estaba mirando-. Gracias. ¿Podemos conectarlo ahora mismo?

Zac: Creía que nunca lo dirías.

Ness: Mike, tendrás que despejar la mesa de tu habitación. Esperad -añadió cuando los niños echaron a correr hacia el cuarto de Michael-. Eso no significa que lo tiréis todo al suelo, ¿vale? Hacedlo con cuidado, y Zac y yo llevaremos el ordenador.

Se alejaron entre gritos de guerra y Vanessa pensó que durante algún tiempo se encontraría sorpresas bajo la cama y la alfombra de Michael. Pero se preocuparía por eso más tarde. En ese momento, cruzó la habitación y se acercó a Zac.

Ness: Eres muy generoso.

Zac: Michael es un chico muy listo. Necesita uno de estos.

Ness: Sí -miró las cajas todavía cerradas-. Quería comprarle uno, pero no me decidía.

Zac: No pretendía ser una crítica, Vanessa.

Ness: Lo sé -se mordió el labio, evidenciando su nerviosismo-. También sé que este no es momento de hablar. Y que tenemos que hacerlo. Pero, antes de llevar esto al cuarto de Mike, quiero decirte que me alegro mucho de que estés aquí.

Zac: Aquí es donde quiero estar -le pasó un dedo por la mandíbula-. En algún momento tendrás que hacerte a la idea.

Ella tomó su mano y le besó la palma.

Ness: Puede que no sientas lo mismo después de pasar un rato con un montón de niños de diez años -sonrió al oír un ruido en la habitación de Michael-. ¿Estás preparado?

El ruido fue seguido de un tumulto de voces que discutían apasionadamente.

Zac: Adelante.

Ness: Vale -respiró hondo y alzó la primera caja-.


La fiesta se había acabado. El último niño invitado acababa de irse con sus padres. Un extraño y maravilloso silencio había caído sobre la habitación. Vanessa permanecía sentada en una silla, con los ojos entrecerrados, mientras Zac yacía tumbado en el sofá, con los suyos completamente cerrados. En el silencio, podía oír el tec1eteo del ordenador nuevo de Michael y los maullidos de Zark, acurrucado en el regazo de su hijo. Exhalando un suspiro de satisfacción, observó el cuarto de estar.

Estaba manga por hombro. Por todas partes había tirados vasos y platos de plástico. Había restos de patatas fritas y ganchitos en los cuencos, pero, sobre todo, pisoteados en la alfombra. Entre los juguetes considerados dignos de atención por los niños había esparcidos jirones de papel de regalo. Vanessa no quería ni imaginarse cómo estaría la cocina.

Zac abrió un ojo y la miró.

Zac: ¿Hemos ganado?

Ness: Absolutamente -se levantó con desgana-. Ha sido una victoria brillante. ¿Quieres una almohada?

Zac: No -tomándola de la mano, tiró de ella para que se sentara a su lado-.

Ness: Zac, Michael está...

Zac: Jugando con el ordenador -dijo besándole suavemente el labio inferior-. Apuesto a que acabará derrumbándose e instalando los programas educativos antes de acostarse.

Ness: Ha sido una gran idea mezclárselos con los otros.

Zac: Es que soy un chico muy listo -la tomó en sus brazos, y ella se recostó en la curva de su hombro-. Además, imaginé que te convencería el lado práctico del aparato, y que Mike y yo podríamos jugar tranquilos.

Ness: Me extraña que tú no tengas uno.

Zac: La verdad es que... cuando he ido a comprárselo a Mike me ha gustado tanto que he comprado dos. Para equilibrar mis cuentas domésticas -dijo al ver que Vanessa lo miraba, sorprendida-. Y modernizar mi sistema de archivos.

Ness: Tú no tienes sistema de archivos.

Zac: ¿Lo ves? -apoyó la mejilla en su pelo-. Vanessa, ¿sabes cuál es uno de los diez mejores inventos de la civilización?

Ness: ¿El horno microondas?

Zac: La siesta. Y este sofá es comodísimo.

Ness: Necesita un buen tapizado.

Zac: Pero cuando estás tumbado, no se nota -la enlazó por la cintura-. Échate conmigo un rato.

Ness: Tengo que recoger todo esto -pero se le cerraban los ojos-.

Zac: ¿Por qué? ¿Esperas a alguien?

Ness: No. Pero ¿tú no tienes que bajar a sacar a Tas?

Zac: Le di a Ernie un par de pavos para que le diera un paseo.

Vanessa se acurrucó en su hombro.

Ness: Qué listo eres.

Zac: Ya te lo decía yo.

Ness: Yo ni siquiera he pensado en la cena -murmuró mientras empezaba a adormecerse-.

Zac: Podemos comernos la tarta.

Sonriendo, ella se sumió en el sueño a su lado. Michael entró en la habitación un momento después, con el gatito enroscado entre sus brazos. Quería decirles cuál había sido su última puntuación, pero se quedó de pie delante del sofá, acariciando las orejas del gato, observando a su madre y a Zac pensativamente. A veces, cuando tenía una pesadilla o estaba malo, su madre dormía con él. Y eso siempre hacía que se sintiera mejor. Tal vez dormir con Zac hacía que su madre se sintiera mejor.

Se preguntaba si Zac quería a su madre. Le daba un cosquilleo en el estómago cuando lo pensaba. Quería que Zac se quedara y fuera su amigo. Si se casaban, ¿significaría eso que acabaría marchándose? Tenía que preguntarlo, decidió. Su madre siempre le decía la verdad. Cambiándose el gatito de brazo, tomó un cuenco con patatas y se lo llevó a la habitación.

Era casi de noche cuando Vanessa se despertó.

Al abrir los ojos, se encontró con los de Zac. Parpadeó, intentando orientarse. Entonces él la besó, y ella lo recordó todo.

Ness: Debemos de haber dormido una hora -murmuró-.

Zac: Casi dos. ¿Qué tal estás?

Ness: Aturdida. Siempre me siento aturdida si duermo durante el día -se desperezó y oyó reír a Michael en su cuarto-. Debe de estar aún con el ordenador. Creo que nunca lo he visto tan feliz.

Zac: ¿Y tú? ¿Eres feliz?

Ness: Sí -trazó la línea de sus dedos con la punta del dedo-. Soy feliz.

Zac: Si estás aturdida y eres feliz, puede que este sea el momento perfecto para pedirte otra vez que te cases conmigo.

Ness: Zac...

Zac: ¿No? Está bien, esperaré hasta que pueda emborracharte. ¿Queda algo de tarta?

Ness: Un poco. ¿No estás enfadado?

Zac se pasó las manos por el pelo y se sentó.

Zac: ¿Por qué?

Vanessa le puso las manos sobre los hombros y apoyó la mejilla contra la de él.

Ness: Siento no poder darte lo que quieres.

Zac la apretó entre sus brazos. Luego, con un esfuerzo, la soltó.

Zac: Bien. Eso significa que vas cambiando de opinión. Yo quiero una boda por todo lo alto.

Ness: ¡Zac!

Zac: ¿Qué?

Ella se apartó y sacudió la cabeza, conteniendo una sonrisa.

Ness: Nada. Creo que es mejor no decir nada. Anda, come un poco de tarta. Yo voy a recogerlo todo.

Zac observó la habitación, que, en su opinión, se encontraba en un estado aceptable.

Zac: ¿De verdad quieres limpiarlo esta noche?

Ness: ¿No querrás que lo dejé así hasta mañana? -dijo y luego se detuvo-. Olvídalo. No me acordaba de con quién estaba hablando.

Zac achicó los ojos.

Zac: ¿Insinúas que soy desordenado?

Ness: No, qué va. Estoy segura de que la decoración tipo basurero tiene su atractivo. Desde luego, a ti te encanta -empezó a recoger los platos de papel-. Será por haber tenido criadas de pequeño.

Zac: La verdad es que es por no haber podido desordenar nunca mi cuarto de pequeño. Mi madre no soportaba el desorden -a él siempre le había gustado, pero ver limpiar a Vanessa también tenía su atractivo-. En mi décimo cumpleaños, contrató a un mago. Nos sentamos en sillitas plegables; los niños, con traje; las niñas, con vestiditos de organdí, y contemplamos la actuación. Luego se sirvió un almuerzo ligero en la terraza. Había tantos sirvientes alrededor que, cuando acabó la fiesta, no había ni una sola miga que recoger. Supongo que ahora intento resarcirme y se me va la mano.

Ness: Puede que un poquito -le besó en ambas mejillas. Qué hombre tan extraño era, pensó. Tan tranquilo y espontáneo por un lado, y tan atormentado por otro. Ella estaba convencida de que la infancia afectaba a la vida adulta, incluso hasta la vejez. Era la fuerza de ese convencimiento lo que la impulsaba a hacer cuanto podía por Michael-. Tienes derecho a tu desorden, Zac. No permitas que nadie te lo quite.

Él le besó la mejilla.

Zac: Supongo que tú también tienes derecho a tu limpieza y tu orden. ¿Dónde está la aspiradora?

Ella se retiró, frunciendo el ceño.

Ness: ¿Sabes lo que es una aspiradora?

Zac: Muy graciosa -le dio un pellizco justo debajo de las costillas. Vanessa se apartó, chillando-. Ah, conque tienes cosquillas, ¿eh?

Ness: Ni se te ocurra -le advirtió levantando el montón de platos de plástico como un escudo-. No quiero hacerte daño.

Zac: Vamos -se agachó como un luchador-. A tres asaltos.

Ness: Te lo advierto -percibiendo el brillo de sus ojos, retrocedió a medida que él avanzaba-. Puedo ponerme violenta.

Zac: ¿Me lo prometes? -se abalanzó hacia ella, inclinándose hacia su cintura. Vanessa alzó instintivamente los brazos. Los platos, manchados de tarta y helado, le dieron de lleno en la cara-. Oh, Dios.

Riendo a carcajadas, Vanessa se dejó caer en una silla que había tras ella. Abrió la boca para hablar, pero volvió a retorcerse de risa.

Zac se pasó muy despacio una mano por la cara y observó el churrete de chocolate. Al verlo, Vanessa cruzó los brazos sobre la tripa y, sin poder contenerse, soltó otra carcajada.

Mike: ¿Qué pasa? -entró en el cuarto de estar y miró extrañado a su madre. Vanessa señaló con el dedo. Michael alzó los ojos y se quedó mirando fijamente a Zac-. Vaya -hizo girar los ojos y empezó a reírse-. La hermana de Marc siempre se mancha la cara de comida. Pero solo tiene dos años.

Vanessa, que había logrado recuperar el control, rompió de nuevo a reír. Atragantándose por la risa, atrajo a Michael hacia sí.

Ness: Ha sido... ha sido un accidente -logró decir, y volvió a reírse-.

Zac: Ha sido una puñalada trapera. Y exige una repuesta inmediata.

Ness: No, por favor -extendió una mano, aunque sabía que estaba demasiado débil para defenderse-. Lo siento, lo juro. Ha sido un reflejo, nada más.

Zac: Y esto también -se acercó y, aunque ella bajó la cabeza detrás de Michael, consiguió alcanzarla y la besó-.

Besó su boca, su nariz, sus mejillas, mientras ella reía y forcejeaba. Cuando acabó, había conseguido transferir buena parte del chocolate a su cara. Michael echó un vistazo a su madre y se deslizó hasta el suelo, partiéndose de risa.

Ness: Estás loco -dijo mientras se limpiaba el chocolate con el dorso de la mano-.

Zac: Y tú estás preciosa llena de chocolate, Vanessa.


Tardaron más de una hora en ponerlo todo de nuevo en orden. Por votación popular, acabaron compartiendo una pizza como la noche que se conocieron, y después pasaron el resto de la noche probando los regalos de cumpleaños de Michael. Cuando este comenzó a dar cabezadas sobre el teclado del ordenador, Vanessa logró convencerlo para que se fuera a la cama.

Ness: Menudo día -dejó el gatito en su cesto a los pies de la cama de Michael y salió al pasillo-.

Zac: Yo diría que recordará siempre este cumpleaños.

Ness: Yo también -se llevó una mano al cuello, que notaba ligeramente tenso, y se lo frotó-. ¿Te apetece una copa de vino?

Zac: Yo la sirvo -la llevó hacia el cuarto de estar-. Tú siéntate.

Ness: Gracias -se dejó caer en el sofá, estiró las piernas y se quitó los zapatos-.

Sí, sin duda recordaría aquel día. Y en algún momento durante su transcurso había llegado a la conclusión de que también podía tener una noche que recordar.

Zac: Aquí tienes -le alcanzó una copa de vino y se deslizó a su lado en el sofá-.

Sujetando su copa con una mano, hizo que Vanessa se moviera para apoyarse contra él.

Ness: Qué bien se está -dio un suspiro y se llevó la copa a los labios-.

Zac: Sí, se está muy bien -se inclinó y le besó suavemente el cuello-. Ya te he dicho que este sofá era muy cómodo.

Ness: A veces se me olvida lo que es relajarse así. Todo está hecho; Michael se ha ido a la cama feliz y mañana es domingo y no hay nada urgente en que pensar.

Zac: ¿No te apetece salir por ahí a bailar y divertirte?

Ness: No -estiró los hombros-. ¿Y a ti?

Zac: Yo estoy bien aquí.

Ness: Entonces, quédate -apretó los labios un momento-. Quédate esta noche.

Él guardó silencio. Dejó de masajearle suavemente el cuello y luego empezó de nuevo, muy despacio.

Zac: ¿Estás segura de que es lo que quieres?

Ness: Sí -respiró hondo y se volvió para mirarlo-. Te echaba de menos. Quisiera saber qué está bien y qué mal, qué es lo mejor para todos nosotros. Pero de lo que estoy segura es de que te echaba de menos. ¿Vas a quedarte?

Zac: No voy a ir a ninguna parte.

Ella se recostó contra él, alborozada. Durante largo tiempo permanecieron como estaban, medio soñando, en silencio, con la luz de la lámpara brillando suavemente tras ellos.

Ness: ¿Sigues trabajando en el guión? -preguntó al cabo de un rato-.

Zac: Mmm-hmm -pensó que podía acostumbrarse a aquello, a tener a Vanessa acurrucada a su lado de noche, al fulgor de la lámpara, con el olor de su pelo invadiéndole los sentidos-. Tenías razón. Me habría odiado a mí mismo si no hubiera intentado escribirlo. Supongo que tenían que pasárseme los nervios.

Ness: ¿Nervios? -sonrió-. ¿Tú?

Zac: Me pongo muy nervioso cuando me pasa algo extraño o importante. La primera vez que hice el amor contigo, estaba como un flan.

Aquello sorprendió a Vanessa y, al mismo tiempo, hizo aún más dulce el recuerdo de aquella noche.

Ness: No se notaba.

Zac: Créeme, te lo garantizo -acarició la parte exterior de su muslo levemente, con una naturalidad que resultaba seductora-. Temía meter la pata y echar a perder lo más importante que me había pasado en la vida.

Ness: No metiste la pata. Hiciste que me sintiera muy especial.

Ella se levantó y le tendió la mano. Apagó las luces y se fueron a la habitación.

Zac cerró la puerta. Vanessa abrió la cama. Él sabía que podía ser así cada noche, el resto de sus días. Ella estaba a punto de creerlo también. Él lo sabía, lo vio en sus ojos cuando se acercó a ella. Vanessa lo miró fijamente mientras él le desabrochaba la blusa.

Se desnudaron en silencio, pero el aire ya había empezado a zumbar. Aunque sus nervios se habían calmado, el deseo parecía más afilado que nunca. Ya sabían lo que podían darse el uno al otro. Se deslizaron juntos en la cama y se abrazaron.

Era tan delicioso el modo en que Zac la rodeaba con sus brazos para atraerla hacia sí, cómo se encontraban sus cuerpos, mezclando su calor... Ella ya conocía el tacto de su cuerpo, su firmeza, su fortaleza. Sabía lo fácilmente que se amoldaba su cuerpo al de él. Echó la cabeza hacia atrás y, con los ojos fijos en él, le ofreció la boca. Besar a Zac era como deslizarse por un río fresco hacia el agua blanca y bullente del mar.

De la garganta de Zac surgió un profundo gemido al sentir que Vanessa se apretaba contra su cuerpo. Ella seguía siendo tímida, pero ya no se mostraba vacilante ni reservada. Ya no había en ella más que dulzura y ofrenda.

Así era siempre que se encontraban. Delicioso, sorprendente, maravilloso. Zac puso la mano tras su nuca y ella se inclinó sobre él. La lengua de Vanessa conservaba aún la leve aspereza del vino. Zac la saboreó mientras ella exploraba su boca. Él sentía en el interior de Vanessa una audacia que antes no estaba allí, una confianza nueva que la impulsaba a venir a él con sus propias exigencias y deseos. Su corazón estaba abierto, pensó Zac mientras ella besaba ávidamente su garganta. Y ella se sentía libre. Eso era lo que él quería: que se sintiera libre. Que ambos se sintieran libres. Con algo parecido a una risa, se colocó sobre ella y comenzó a arrastrarla a la locura.

Ella no lograba saciarse de él. Pasaba las manos y la boca frenéticamente por su cuerpo, casi con ferocidad, pero no conseguía colmar aquella ansia. ¿Cómo iba a saber que un hombre podía ser tan excitante, tan delicioso? ¿Cómo iba a saber que el olor de su piel haría que la cabeza le diera vueltas y que sus deseos se aguzaran? Con solo oír que murmuraba su nombre, su ansia se encendía.

Entrelazados, rodaron sobre las sábanas, enredándose en la manta, apartándola a un lado porque hacía rato que no necesitaban su calor. Él se movía tan rápido como ella, descubriendo nuevos secretos para deleitarla y atormentarla. Ella lo oyó susurrar su nombre mientras llenaba de besos su pecho. Sintió que su cuerpo se tensaba y se arqueaba al mover las manos más abajo.

Tal vez aquel poder siempre había estado dentro de ella, pero Vanessa estaba segura de que había surgido aquella noche. El poder de excitar a un hombre más allá de las formas civilizadas y, quizá, también más allá de la cordura. De cualquier modo, se sintió arrastrada por el placer cuando Zac la atrapó bajo su cuerpo y dejó que el deseo tomara las riendas.

La boca de él, caliente y ávida, recorría su cuerpo. Exigencias, promesas y súplicas giraban como un torbellino en la cabeza de Vanessa, pero no podía hablar. Hasta el aliento le faltaba mientras él seguía impulsándola más y más alto. Se aferró a él con todas sus fuerzas, como si fuera un salvavidas en medio del mar embravecido.

Luego, los dos se hundieron.




¡Qué bonito!
¡Al final se han perdonado!

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó!
Por suerte se ha solucionado todo o eso parece, espero que siga asi.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Lo ame!!!!
Que buena reconciliacion
Amo la novela
Ya quiero seguir leyendo
Siguela pronto

Saludos!!

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