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sábado, 16 de septiembre de 2017

Capítulo 12


El cielo estaba nublado y amenazaba con nieve. Adormilada, Vanessa dejó de mirar la ventana y extendió el brazo hacia Zac. La cama a su lado estaba revuelta, pero vacía.

¿Se había ido durante la noche?, se preguntó pasando la mano por las sábanas donde él había dormido. Al principio, sintió desilusión. Habría sido tan agradable despertarse con él por la mañana... Luego, retiró la mano y se la puso bajo la mejilla.

Quizá fuera mejor así. No sabía cómo habría reaccionado Michael. Y, si al despertarse hubiera tenido allí a Zac, sin duda cada vez le habría sido más difícil no invitarlo a pasar la noche. Solo ella sabía lo mucho que se había esforzado para no tener que necesitar a nadie. Ahora, después de tantos años de lucha, empezaba a ver progresos reales. Había logrado darle a Michael un buen hogar, en un barrio agradable, y tenía un trabajo sólido y bien remunerado. Seguridad, estabilidad.

No podía arriesgar de nuevo todas aquellas cosas por el embrollo sentimental que suponía depender de alguien. Y, sin embargo, ya empezaba a depender de Zac, pensó retirando las mantas. Por más que la razón le decía que era mejor que se hubiera ido, lamentaba que no estuviera allí. Y lamentaba, mucho más de lo que él se imaginaba, ser suficientemente fuerte como para mantenerse apartada de él.

Se puso la bata y fue a ver si Michael quería desayunar. Los encontró juntos, inclinados sobre el teclado del ordenador, mientras lucecitas de colores explotaban en la pantalla.

Zac: Este chisme falla. Ese tiro era mortal.

Mike: Te has pasado un kilómetro.

Zac: Le voy a decir a tu madre que necesitas gafas. Mira, esto es directamente un boicot. ¿Cómo voy a concentrarme con este estúpido gato mordisqueándome los pies?

Mike: No sabes jugar -dijo, altanero, cuando la última nave de Zac cayó derrotada-.

Zac: ¿Que no sé jugar? Yo te enseñaré si sé jugar -agarró a Michael y, levantándolo, le dio la vuelta-. A ver, ¿qué dices ahora? ¿Falla el aparato o no?

Mike: No -riendo, apoyó las manos en el suelo-. A lo mejor eres tú quien necesita gafas.

Zac: Voy a tener que soltarte. No me dejas elección. Ah, hola, Vanessa -agarrando las piernas de Michael con un brazo, le sonrió-.

Mike: ¡Hola, mamá! -aunque se estaba poniendo rojo, parecía encantado cabeza abajo-. Le he ganado tres veces. Pero en realidad no está enfadado.

Zac: ¿Cómo que no? -lo levantó y lo dejó caer suavemente sobre la cama-. Me siento humillado.

Mike: Le he dado una paliza -dijo con satisfacción-.

Ness: No puedo creer que me lo haya perdido -les ofreció una sonrisa cautelosa. Michael parecía contento de que Zac estuviera allí. En cuanto a ella, le costaba mucho esfuerzo sofocar la alegría-. Supongo que después de tres grandes batallas, querréis desayunar.

Mike: Ya hemos comido -se inclinó hacia el suelo para recoger al gatito-. Le he enseñado a Zac a hacer tostadas francesas. Dice que están muy ricas.

Zac: Eso ha sido antes de que me timaras.

Mike: Yo no te he timado -rodó sobre la cama y se colocó al gato sobre la tripa-. Zac ha fregado la sartén y yo la he secado. Íbamos a prepararte a ti una, pero como seguías durmiendo...

La idea de que los dos hombres de su vida trastearan en la cocina mientras ella dormía la dejó confundida.

Ness: Supongo que no esperaba que os levantarais tan pronto.

Zac se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.

Zac: Vanessa, siento decirte esto, pero son más de las once:

Ness: ¿Las once?

Zac: Sí. ¿Qué tal si comemos?

Ness: Bueno, yo...

Zac: Piénsatelo. Supongo que debería bajar y ocuparme de Tas.

Mike: Lo haré yo -se levantó y empezó a dar brincos-. Puedo darle la comida y sacarlo a dar un paseo. Sé hacerlo, tú me enseñaste.

Zac: Por mí, bien. ¿Tú qué dices, Vanessa?

Ella aún estaba aturdida.

Ness: De acuerdo. Pero abrígate.

Mike: Sí -recogió su chaqueta-. ¿Puedo traer a Tas cuando vuelva? Aún no conoce a Zark.

Vanessa miró la pequeña pelota de pelo, pensando en los grandes colmillos blancos de Tas.

Ness: No creo que a Tas le apetezca mucho conocer a Zark.

Zac: A Tas le encantan los gatos -le aseguró recogiendo del suelo el gorro de esquí de Michael-. Y no lo digo en el sentido gastronómico, claro -se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves-.

Ness: Ten cuidado -le dijo a Michael cuando este salió agitando las llaves de Zac-.

La puerta se cerró con un golpe.

Zac: Buenos días -dijo envolviéndola en sus brazos-.

Ness: Buenos días. Podías haberme despertado.

Zac: Me dieron ganas -le pasó las manos por la espalda-. Iba a hacer café y a llevarte una taza. Pero Michael se levantó y, casi sin darme cuenta, me encontré batiendo huevos.

Ness: Y... ¿no le extrañó que estuvieras aquí?

Zac: No -la besó en la punta de la nariz. Luego, apretándola contra su costado, la condujo a la cocina-. Apareció cuando estaba calentando el agua y me preguntó si iba a preparar el desayuno. Tras una breve negociación, decidimos que él era el más cualificado de los dos. Todavía queda un poco de café, pero creo que será mejor que lo tiremos y hagamos más.

Ness: Seguro que está bueno.

Zac: Me encanta la gente optimista.

Ella estuvo a punto de sonreír mientras abría el frigorífico para sacar la leche.

Ness: Pensaba que te habías ido.

Zac: ¿Habrías preferido que me fuera?

Ella sacudió la cabeza, pero no lo miró.

Ness: Esto es muy duro, Zac. Cada vez es más duro.

Zac: ¿El qué?

Ness: Intentar no querer que estés aquí, así, todo el tiempo.

Zac: Di una sola palabra y me mudaré con perro y todo.

Ness: Ojalá pudiera. De verdad, ojalá. Zac, esta mañana, al entrar en el cuarto de Mike y veros juntos, he sentido que algo encajaba. Me he quedado allí, pensando que podría ser así siempre.

Zac: Y así será, Vanessa.

Ness: Tú estás muy seguro -sonriendo, se dio la vuelta y apoyó las manos sobre la encimera-. Estás absolutamente seguro, y casi desde el principio. Tal vez sea eso lo que me asusta.

Zac: Cuando te vi, Vanessa, sentí que una lucecita se encendía para mí -se acercó a ella y le puso las manos sobre los hombros-. No siempre he tenido claro qué quería en la vida, y a veces las cosas no han salido como yo esperaba, pero contigo estoy seguro -apretó los labios contra su pelo-. ¿Me quieres, Vanessa?

Ness: Sí -con un largo suspiro, cerró los ojos-. Sí, te quiero.

Zac: Entonces, cásate conmigo -la obligó suavemente a girarse para mirado cara a cara-. No te pido que cambies nada, salvo de apellido.

Ella deseaba creerlo, creer que era posible emprender una nueva vida una vez más. El corazón le martilleaba contra las costillas cuando rodeó a Zac con los brazos. «Aprovecha la oportunidad», parecía decirle. «No rechaces el amor». Sus dedos se tensaron.

Ness: Zac, yo... -sonó el teléfono, y dejó escapar el aliento que había estado conteniendo-. Lo siento.

Zac: Yo también -musitó, pero la soltó-.

A Vanessa aún le temblaban las piernas cuando descolgó el teléfono, colgado de la pared.

Ness: ¿Diga? -el aturdimiento se disipó de repente. Y, con él, la alegría-. Andrew...

Zac se dio la vuelta rápidamente. La voz de Vanessa era tan suave y firme como su mirada. Pero se había enroscado el cordón del teléfono alrededor de la mano, como si quisiera anclarse.

Ness: Bien. Estamos los dos bien. ¿Florida? Creía que estabas en San Diego.

Había vuelto a mudarse, pensó Vanessa mientras escuchaba aquella voz familiar e inquieta, como siempre. Escuchaba con fría paciencia mientras Andrew le contaba lo bien que le iban las cosas.

Ness: Mike no está en este momento -le dijo, aunque él no se lo había preguntado-. Si quieres felicitarlo por su cumpleaños, le diré que te llame -hubo una pausa, y Zac notó que su mirada cambiaba, y que la rabia se apoderaba de ella-. Ayer -apretó los dientes y dejó escapar entre ellos un largo suspiro-. Tiene diez, Andrew. Los cumplió ayer. Sí, estoy segura de que te cuesta hacerte a la idea.

Guardó silencio de nuevo y escuchó. Una rabia sorda se le había alojado en la garganta. Cuando volvió a hablar, su voz sonó hueca.

Ness: Felicidades. ¿Que si me parece mal? -se echó a reír, sin importarle lo que pensara-. No, Andrew, me da absolutamente igual. Está bien, buena suerte. Lo siento, no puedo mostrar más entusiasmo. Le diré a Michael que has llamado.

Colgó, reprimiendo cuidadosamente las ganas de estrellar el teléfono. Lentamente desenroscó el cable que empezaba a clavársele en la mano.

Zac: ¿Estás bien?

Ella asintió y, acercándose a la cocina, se sirvió un café que no le apetecía.

Ness: Llamaba para decir que va a volver a casarse. Creía que iba a importarme.

Zac: ¿Y te importa?

Ness: No -dio un sorbo de café solo. Su amargor le sentó bien-. Lo que haga me trae sin cuidado desde hace años. Ni siquiera sabía que era el cumpleaños de Michael -la rabia subió bullendo a la superficie, por más que se esforzaba por sofocarla-. Ni siquiera sabe cuántos años tiene -dejó la taza bruscamente y el café se derramó-. Michael dejó de existir para él en cuanto salió por la puerta. Lo único que tuvo que hacer fue cerrarla tras él.

Zac: ¿Y eso qué importa ahora?

Ness: Michael es su hijo.

Zac: No -sintió que la furia se apoderaba de él-. Eso es algo de lo que tienes que olvidarte. Acéptalo de una vez. Ese hombre no hizo más que engendrar a Michael. Y eso no conlleva automáticamente ningún lazo afectivo.

Ness: Tiene una responsabilidad.

Zac: Pero no la quiere, Vanessa -intentando conservar la paciencia, la tomó de las manos-. Se ha desvinculado absolutamente de Mike. No es nada admirable, y desde luego no lo ha hecho por el bien de su hijo. Pero ¿preferirías que entrara y saliera de la vida de Michael cuando se le antojara, dejando al chico confundido y dolido?

Ness: No, pero...

Zac: Quieres que se preocupe, y no se preocupa -aunque ella no apartó las manos, notó un cambio-. Te estás alejando de mí.

Era cierto. Lo lamentaba, pero no podía evitarlo.

Ness: No quiero hacerlo.

Zac: Pero lo haces -esa vez, fue él quien se apartó-. No ha hecho falta más que una llamada.

Ness: Zac, por favor, intenta comprenderlo.

Zac: Eso hago -su voz parecía tener un filo que Vanessa no había oído nunca-. Ese hombre te dejó, y eso duele, pero pasó hace mucho tiempo.

Ness: No es por el dolor que me causó -dijo ella, pasándose una mano por el pelo-. O puede que sí, en parte. No quiero volver a pasar por eso nunca más, por ese miedo, por esa sensación de vacío. Yo lo quería. Tienes que comprender que tal vez fuera joven y estúpida, pero lo quería.

Zac: Nunca lo he dudado -dijo aunque no le gustara oírlo-. Una mujer como tú no hace promesas a la ligera.

Ness: No. Cuando las hago, procuro cumplirlas -tomó de nuevo la taza de café con ambas manos, para calentárselas-. No sabes cuánto deseaba salvar mi matrimonio, lo mucho que lo intenté. Cuando me casé con Andrew, renuncié a una parte de mí misma. Me dijo que íbamos a mudamos a Nueva York, que haríamos las cosas a lo grande, y me fui con él. Dejar mi casa, mi familia y mis amigos fue lo peor que he hecho nunca, pero me fui porque él quería. Casi todo lo que hice durante nuestro matrimonio lo hice porque él quería. Y porque era más fácil seguirle la corriente que negarme. Construí mi vida alrededor de la suya. Luego, a los veinte años, descubrí que no tenía vida en absoluto.

Zac: Y te hiciste una para Michael y para ti. Tienes derecho a sentirte orgullosa de ello.

Ness: Lo estoy. Me ha costado ocho años, ocho años, sentir que vuelvo a pisar terreno firme. Y ahora apareces tú.

Zac: Ahora aparezco yo -dijo lentamente, mirándola-. Y no te quitas de la cabeza la idea de que socavaré el suelo bajo tus pies otra vez.

Ness: No quiero convertirme en esa mujer otra vez -dijo desesperadamente, buscando respuestas mientras intentaba hacerle comprender-. Una mujer que concentra todas sus metas y sus deseos alrededor de otra persona. Esta vez, si me encontrara sola de nuevo, no sé si podría soportarlo.

Zac: Escúchate a ti misma. ¿Prefieres quedarte sola a arriesgarte a que las cosas no funcionen cincuenta años? Mírame bien, Vanessa. Yo no soy Andrew. No te estoy pidiendo que te entierres para hacerme feliz. Te quiero tal y como eres ahora, y quiero pasar mi vida contigo.

Ness: Las personas cambian, Zac.

Zac: Y pueden cambiar juntas -respiró hondo-. O separadas. ¿Por qué no me dices qué quieres hacer cuando por fin te aclares?

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla al ver que él se alejaba. No tenía derecho a pedirle que volviera.


No podía quejarse, se decía Zac mientras, sentado ante su ordenador nuevo, jugueteaba con la siguiente escena del guión. El trabajo iba mejor de lo que esperaba... y más rápido. Le estaba resultando fácil sumirse en las tribulaciones de Zark y olvidarse de sus problemas.

En ese momento, Zark estaba esperando junto a la cama de Leilah, rezando porque sobreviviera al raro accidente que había dejado intacta su belleza, pero dañado su cerebro. Naturalmente, cuando se despertara, sería una extraña. La que había sido su mujer durante dos años se convertiría en su peor enemigo, y su mente, tan brillante como siempre, se volvería malvada y retorcida. Los planes y los sueños de Zark quedarían destruidos para siempre. Galaxias enteras estarían en peligro.

Zac: ¿Tú crees tener problemas? -masculló-. Pues a mí las cosas no me van como la seda, precisamente.

Achicando los ojos, observó la pantalla. La ambientación era buena, pensó pasando a la página anterior. No le costaba imaginarse aquella habitación de hospital del siglo XXIII. Tampoco le costaba imaginarse la angustia de Zark, ni la locura que empezaba a germinar en el cerebro adormecido de Leilah. Lo que le costaba imaginarse era su vida sin Vanessa.

Zac: Idiota -a sus pies, el perro bostezó, dándole la razón-. Debería bajar a ese maldito banco y sacarla a rastras. A ella le encantaría, ¿a que sí? -dijo riendo mientras se apartaba de la máquina y se desperezaba-. Apuesto a que sí -siguió dándole vueltas a aquella posibilidad y, al final, se sintió incómodo-. Podría hacerlo, pero seguramente los dos lo lamentaríamos. No hay mucho que hacer, salvo razonar, y eso ya lo he hecho. ¿Qué haría Zark?

Zac se recostó en la silla y cerró los ojos. Zark, aquel héroe con ribetes de santo, ¿se resignaría? ¿Como defensor de la ley y la justicia se retiraría graciosamente? No, decidió Zac. En lo tocante al amor, Zark era un pardillo. Leilah seguiría arrojándole polvo astral en la cara, y él seguiría empeñado en recuperarla.

Por lo menos, Vanessa no había intentado envenenarlo con gas nervioso. Leilah había intentado eso y mucho más, y Zark seguía loco por ella.

Zac observó el póster de Zark que había pegado en la pared para inspirarse.

«Estamos en el mismo barco, amigo, pero yo tampoco pienso sacar los remos y empezar a bogar. Y Vanessa va a encontrarse metida en aguas turbulentas».

Miró el despertador de la mesa, pero entonces recordó que se había parado dos días antes. Estaba seguro de haber mandado su reloj de pulsera a la lavandería, junto con los calcetines. Como quería saber cuánto tiempo faltaba para que Vanessa llegara a casa, entró en el cuarto de estar. Allí, sobre la mesa, había un antiguo reloj de repisa de chimenea al que le tenía tanto cariño que incluso se acordaba de darle cuerda. Mientras lo miraba, oyó a Michael en la puerta.

Zac: Justo a tiempo -dijo al abrir-. A ver cuánto frío hace -frotó las mejillas de Michael con los nudillos-. Dos grados.

Mike: Hace sol -dijo quitándose la mochila-.

Zac: Te apetece ir al parque, ¿eh? -aguardó a que Michael dejara la chaqueta cuidadosamente doblada sobre el brazo del sofá-. Puede que a mí también me venga bien, después de tomar un reconstituyente. La señora Jablanski, la de la puerta de al lado, ha hecho galletas. Le doy pena porque nadie me prepara comida caliente, así que me he hecho con unas cuantas.

Mike: ¿De qué son?

Zac: De mantequilla de cacahuete.

Mike: ¡Vale! -se fue corriendo a la cocina. Le gustaba la mesa de madera de ébano y cristal ahumado que Zac tenía junto a la pared. Sobre todo, porque a Zac no le importaba que manchara de huellas el cristal. El niño se sentó, contento con la leche con galletas y la compañía de Zac-. Tenemos que hacer un rollo de trabajo sobre los estados -dijo con la boca llena-. A mí me ha tocado Rhode Island. Es el estado más pequeño. Yo quería Texas.

Zac: Rhode Island -sonrió, dándole un mordisco a una galleta-. ¿Qué tiene de malo?

Mike: Rhode Island no le interesa a nadie. En Texas tienen El Álamo y esas cosas.

Zac: Bueno, tal vez yo pueda echarte una mano. Nací allí.

Mike: ¿En Rhode Island? ¿De verdad? -el pequeño estado pareció adquirir nuevo interés-.

Zac: Sí. ¿Cuánto tiempo tienes?

Mike: Dos meses -dijo encogiéndose de hombros mientras tomaba otra galleta-. Tenemos que hacer dibujos. Eso está bien, pero también hay que hablar de la industria, los recursos naturales y todo ese rollo. ¿Cómo es que te mudaste?

Él se dispuso a contestar con una broma, pero decidió ceñirse al código de sinceridad de Vanessa.

Zac: No me llevaba muy bien con mis padres. Ahora nos llevamos mejor.

Mike: A veces la gente se va y no vuelve.

El niño hablaba con tanta naturalidad que Zac se sorprendió contestando del mismo modo:

Zac: Lo sé.

Mike: A mí antes me preocupaba que mamá se marchara. Pero no se ha marchado.

Zac: Tu madre te quiere -le pasó una mano por el pelo-.

Mike: ¿Vas a casarte con ella?

Zac se detuvo.

Zac: Bueno, yo... -¿qué podía decirle?-. Supongo que lo he pensado -sintiéndose absurdamente nervioso, se levantó para calentar un poco de café-. En realidad, lo he pensado mucho. ¿A ti qué te parecería?

Mike: ¿Vivirías con nosotros todo el tiempo?

Zac: De eso se trata -sirvió el café y volvió a sentarse al lado de Michael-. ¿Te molestaría?

Michael lo miró con sus ojos oscuros y repentinamente inescrutables.

Mike: La madre de un amigo mío volvió a casarse. Kevin dice que desde que se casaron ya no se lleva bien con su padrastro.

Zac: ¿Tú crees que, si me caso con tu madre, tú y yo dejaríamos de ser amigos? -agarró a Michael de la barbilla-. No soy amigo tuyo por tu madre, sino por ti. Te prometo que eso no cambiara cuando sea tu padrastro.

Mike: Tú no serías mi padrastro. Yo no quiero un padrastro -su barbilla tembló-. Yo quiero uno de verdad. Los de verdad no se van.

Zac deslizó las manos bajo los brazos de Michael y, alzándolo, lo sentó sobre sus rodillas.

Zac: Tienes razón. Los de verdad no se van -dijo, acurrucándolo contra sí-. Yo no sé mucho de ser padre, ¿sabes? ¿Vas a enfadarte conmigo si de vez en cuando meto la pata?

Michael sacudió la cabeza y se apretó contra él.

Mike: ¿Se lo podemos decir a mamá?

Zac se echó a reír.

Zac: Sí, buena idea. Recoja su abrigo, sargento. Vamos a una misión muy importante.


Vanessa estaba hundida hasta los codos en números. Por alguna razón, le estaba costando un gran trabajo sumar dos y dos. Ya no le parecía tan importante como antes. Y eso, estaba segura, era señal inequívoca de problemas. Repasó los archivos, tasó y computó, y luego volvió a cerrarlos sin sentir nada en absoluto.

Era culpa de Zac, se dijo. Era culpa suya que no lograra más que llevar a cabo aquellos gestos rutinarios sin dejar de pensar que tendría que seguir haciéndolos día tras día los siguientes veinte años. Zac había hecho que se cuestionara su vida. La había hecho enfrentarse al dolor y la rabia que intentaba enterrar. Le había hecho desear lo que había jurado desterrar para siempre.

¿Y ahora qué? Apoyó los codos en el montón de archivos y se quedó con la mirada perdida. Estaba enamorada, más enamorada de lo que había estado nunca. El hombre al que amaba era excitante, amable y formal, y le estaba ofreciendo un nuevo comienzo.

Eso era lo que temía, admitió. De eso era de lo que intentaba huir. Antes no había comprendido que, todos aquellos años, no había culpado a Andrew, sino a ella misma. Contemplaba la ruptura de su matrimonio como un error personal, como un fracaso íntimo. Y, en lugar de arriesgarse a fracasar de nuevo, le estaba dando la espalda a su única y verdadera esperanza.

Se decía que era por Michael, pero solo en parte era cierto. Al igual que el divorcio había sido un fracaso íntimo, comprometerse sin reservas con Zac era un miedo íntimo. Él tenía razón, se dijo. Tenía razón sobre muchas cosas, desde el principio. Ella no era la misma mujer que se casó enamorada con Andrew. Ni siquiera era la misma que había luchado por encontrar un asidero cuando se encontró sola con un hijo pequeño.

¿Cuándo iba a dejar de castigarse? Ahora mismo, decidió, levantando el teléfono. En ese preciso instante. Marcó con mano firme el número de Zac, pero su corazón vacilaba. Se mordió el labio inferior y oyó sonar y sonar la línea.

Ness: Ay, Zac, ¿es que nunca elegimos el buen momento? -colgó el teléfono y se prometió no perder el coraje-.

Dentro de una hora estaría en casa y le diría que estaba lista para empezar de nuevo.

Al oír que Kira la llamaba, descolgó de nuevo el aparato.

Ness: Dime, Kira.

Kira: Señora Hudgens, ha venido alguien a verla con respecto a un préstamo.

Frunciendo el ceño, Vanessa miró su agenda.

Ness: No tengo a nadie citado.

Kira: Pensé que podía recibirlo.

Ness: Está bien, pero llámame dentro de veinte minutos. Tengo que acabar unas cosas antes de irme.

Kira: Sí, señora.

Vanessa recogió su mesa y se disponía a levantarse cuando Zac entró en el despacho.

Ness: ¿Zac? Iba a... ¿Qué haces aquí? ¿Y Mike?

Zac: Está esperando en la entrada, con Tas.

Ness: Kira me ha dicho que alguien quería verme.

Zac: Sí, yo -se acercó a la mesa y dejó sobre ella un portafolios-.

Ella hizo amago de tocarle la mano, pero él parecía extrañamente serio.

Ness: Zac, no hace falta que digas que vienes a pedir un préstamo.

Zac: Es que eso es a lo que vengo.

Ella sonrió y se recostó en la silla.

Ness: No seas tonto.

Zac: Señora Hudgens, ¿es usted la encargada de los préstamos en este banco?

Ness: Zac, de verdad, esto no es necesario.

Zac: Lamentaría mucho tener que decirle a Rasen que me has obligado a acudir a la competencia -abrió el portafolios-. He traído la información financiera habitual en estos casos. Supongo que tendrás los impresos necesarios para solicitar una hipoteca.

Ness: Claro, pero...

Zac: Entonces, ¿por qué no sacas uno?

Ness: Está bien -ya que quería jugar, le seguiría la corriente-. Así que quieres pedir un préstamo hipotecario. ¿Vas a comprar la propiedad para invertir, para alquilarla o para montar un negocio?

Zac: No, por motivos estrictamente personales.

Ness: Entiendo. ¿Tienes contrato de compra venta?

Zac: Aquí lo tienes -sintió una punzada de satisfacción al ver que ella se quedaba boquiabierta-.

Vanessa le quitó los papeles de la mano y los estudió atentamente.

Ness: Es de verdad.

Zac: Pues claro que es de verdad. Di la entrada hace un par de semanas -se rascó la barbilla, recordando-. Veamos, creo que fue el día que hiciste el asado y no pude ir. No has vuelto a invitarme, por cierto.

Ness: ¿Te has comprado una casa? -volvió a mirar los papeles-. ¿En Connecticut?

Zac: Aceptaron la oferta. Acabo de recibir los papeles. Supongo que el banco querrá tasarla. Hay una tarifa para esas cosas, ¿no?

Ness. ¿Qué? Ah, sí. Yo rellenaré los papales.

Zac: Bien. Mientras tanto, te he traído unas fotos y un plano -los sacó del portafolios y los puso sobre la mesa-. A lo mejor quieres echarles una ojeada.

Ness: No entiendo.

Zac: Empieza por mirar las fotos.

Ella tomó las fotos y de pronto vio la casa de sus sueños. Era grande y espaciosa, con porches alrededor y altos ventanales. La nieve cubría las siemprevivas junto a los peldaños de la entrada y se extendía, blanca e impoluta, sobre el tejado.

Zac: Hay un par de edificios ajenos que no se ven. Un establo y una gallinero..., los dos vacíos, por el momento. La parcela tiene unas dos hectáreas, y hay árboles y un riachuelo. El tipo de la inmobiliaria dice que hay buena pesca. El tejado necesita unos arreglos, y hay que cambiar los canalones. Por dentro le vendría bien una mano de pintura o de papel y unas cuantas reformas de fontanería. Pero está en buen estado -la miró mientras hablaba. Ella no levantó los ojos. Siguió mirando las fotos, hipnotizada-. Lleva en pie ciento cincuenta años. Supongo que aguantará un poco más.

Ness: Es preciosa -se le llenaron los ojos de lágrimas, pero logró contenerlas-. Realmente preciosa.

Zac: ¿Lo dices desde el punto de vista del banco?

Ella sacudió la cabeza. Zac no iba a ponérselo fácil. Y no debía, admitió ella. Ya se había encargado ella de ponérselo difícil a ambos.

Ness: No sabía que pensabas mudarte. ¿Y tu trabajo?

Zac: Puedo montar la mesa de dibujo en Connecticut tan fácilmente como aquí. El viaje no es muy largo, y yo no paso mucho tiempo en la oficina, precisamente.

Ness: Eso es verdad -tomó un lápiz, pero en lugar de anotar la información necesaria se limitó a pasárselo entre los dedos-.

Zac: Me han dicho que hay un banco en la ciudad. No es tan grande como el National Trust. Es un banco independiente, pequeñito. Me parece que alguien con experiencia podría conseguir un buen puesto allí.

Ness: Yo siempre he preferido los bancos pequeños -tenía que tragarse el nudo que sentía en la garganta-. Y las ciudades pequeñas.

Zac: Hay un par de buenos colegios. La escuela elemental está cerca de una granja. Me han dicho que a veces las vacas saltan la valla y se meten en el patio.

Ness: Parece que has pensado en todo.

Zac: Creo que sí.

Vanessa miró las fotografías, preguntándose cómo había podido encontrar Zac lo que siempre había querido y cómo era posible que ella tuviera tanta suerte.

Ness: ¿Estás haciendo esto por mí?

Zac: No -esperó hasta que ella lo miró-. Lo estoy haciendo por nosotros.

A ella se le llenaron de nuevo los ojos de lágrimas.

Ness: No te merezco.

Zac: Lo sé -la tomó de las manos y la hizo levantarse-. Así que serías una idiota si rechazaras un trato tan bueno.

Ness: Odiaría sentirme idiota -apartó las manos y, rodeando el escritorio, se acercó a él-. Quiero decirte algo, pero antes me gustaría que me besaras.

Zac: ¿Es así como negociáis los préstamos aquí? -tomándola por las solapas, la atrajo hacia él-. Tendré que informar sobre usted, señora Hudgens. Más tarde.

Al besarla, sintió su fuerza, su rendición y su alegría. Con un leve sonido de placer, deslizó las manos hasta su cara y sintió que sus hermosos labios se curvaban lentamente en una sonrisa.

Zac: ¿Significa esto que me das el préstamo?

Ness: Hablaremos de negocios enseguida -siguió abrazándolo un momento y luego se apartó-. Antes de que entraras, estaba sentada aquí. En realidad, llevaba varios días sentada aquí sin dar pie con bola por tu culpa.

Zac: Sigue, creo que esta historia va a gustarme.

Ness: Cuando no estaba pensando en ti, estaba pensando en mí misma y, como en los últimos doce años me he esforzado por no pensar en ello, me ha costado bastante -siguió dándole las manos, pero se apartó otro paso-. Me he dado cuenta de que lo que nos pasó a Andrew y a mí estaba destinado a pasar. Si hubiera sido más lista, o más fuerte, habría podido admitir hace mucho tiempo que lo que había entre nosotros solo podía ser temporal. Tal vez, si no se hubiera marchado como lo hizo... -se interrumpió, sacudiendo la cabeza-. Pero, en fin, eso no importa ahora. Esa es precisamente la conclusión que he sacado: que ya no importa. Zac, no quiero pasar el resto de mi vida preguntándome si lo nuestro habría funcionado. Prefiero pasármelo intentando hacer que funcione. Antes de que entraras, había decidido preguntarte si todavía querías casarte conmigo.

Zac: La respuesta a esa pregunta es sí, con condiciones.

Ella iba a lanzarse en sus brazos y de pronto se quedó parada.

Ness: ¿Condiciones?

Zac: Sí. Tú eres bancaria, así que sabrás de condiciones, ¿no?

Ness: Sí, pero esto no es una transacción.

Zac: Será mejor que me escuches, porque lo que voy a decirte es muy importante -pasó las manos por sus brazos y luego las dejó caer-. Quiero ser el padre de Mike.

Ness: Si nos casamos, lo serás.

Zac: Creo que, en ese caso, el término que suele usarse es «padrastro». Y Mike y yo hemos decidido que no nos mola.

Ness: ¿Decidido? -dijo lentamente, en guardia de nuevo-. ¿Has hablado de esto con Mike?

Zac: Sí, he hablado de esto con Mike. Fue él quien sacó el tema, pero yo de todos modos tenía ganas de hablar con él. Esta tarde me preguntó si iba a casarme contigo. ¿Querías que le mintiera?

Ness: No -se detuvo un momento y luego sacudió la cabeza-. No, claro que no. ¿Qué te dijo?

Zac: Básicamente, quería saber si seguiría siendo su amigo, porque ha oído que a veces los padrastros cambian un poco cuando ponen un pie en la puerta. Una vez aclarado ese punto, me dijo que no quería que fuera su padrastro.

Ness: Oh, Zac -se sentó al borde de la mesa-.

Zac: Quiere un padre de verdad, Vanessa, porque los padres de verdad no se van.

Los ojos de Vanessa se ensombrecieron lentamente antes de cerrarse.

Ness: Entiendo.

Zac: En mi opinión, tienes que tomar otra decisión. ¿Vas a dejar que lo adopte? -abrió los ojos de pronto, sorprendida-. Ya has decidido dejar que comparta tu vida. Quiero saber si también vas a compartir a Mike del todo. Ser su padre a efectos emocionales no será ningún problema. Solo quiero que sepas que quiero serlo legalmente. Y no creo que tu exmarido ponga pegas.

Ness: No, seguramente no.

Zac: Tampoco creo que las ponga Mike. Pero, ¿qué me dices de ti?

Vanessa se apartó de la mesa y dio unos pasos por el despacho.

Ness: No sé qué decir. No me salen las palabras adecuadas.

Zac: Pues di cualquier cosa.

Ella se dio la vuelta, exhalando un profundo suspiro.

Ness: Supongo que lo mejor que puedo decir es que Michael va a tener un padre maravilloso en todos los sentidos. Y que te quiero muchísimo.

Zac: Con eso servirá -la abrazó, aliviado-. Sí, con eso servirá -luego la besó otra vez, con fuerza. Rodeándolo con los brazos, ella se echó a reír-. ¿Significa esto que me concedes el préstamo?

Ness: Lo siento, pero no.

Zac: ¿Qué?

Ness: No obstante, aprobaré una solicitud conjunta de usted y de su esposa -tomó su cara entre las manos-. Nuestra casa, nuestro compromiso.

Zac: Creo que con esas condiciones podré vivir... -la besó suavemente en los labios- los próximos cien años, más o menos -apretándola contra sí, dio una rápida vuelta-. Vamos a decírselo a Mike -se acercaron a la puerta con las manos unidas-. Oye, Vanessa, ¿qué te parece ir de luna de miel a Disneyland?

Ella se echó a reír y cruzó la puerta con él.

Ness: Me gustaría muchísimo. ¡Más que nada en el mundo!


FIN




¡Qué historia tan bonita!
Espero que os haya gustado tanto como a mí.

¡Muchas gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Ay que lindo!!!
Me encanto esta novela. Y me gusto mucho que Zac quiera ser el padre de Mike.

Sube pronto

Maria jose dijo...

Lindo capitulo
Ya el final
Ame la novela
Zac es el papa perfecto
Sube pronto!!!


Saludos

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