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sábado, 28 de diciembre de 2013

Capítulo 1


La mujer le llamó la atención en el mismo instante en que entró en el patio restaurante del centro comercial Rushmore de Rapid City, Dakota del Sur. Y no precisamente porque estuviera muy bien dotada, lo cual hubiera sido más de su agrado, sino por lo guapa que era.

Pero que muy guapa, se repitió Zac en silencio. No era sencillamente bonita, sino tremendamente guapa.

Era muy menudita. Probablemente midiera un metro sesenta, y parecía tan frágil que un soplo de viento fuerte la arrastraría. La había visto de pie, en medio del corredor que daba al patio restaurante, cuando de pronto un débil rayo de luz invernal entró por la claraboya dando de lleno sobre su negra y bronceada belleza. Por un momento Zac solo pudo pensar que era un ángel.

Tenía el rostro fino, y los ojos marrones más grandes que hubiera visto jamás. Sus cabellos, negros y brillantes, iban sujetos a la nuca en un elegante moño. Tenía una naricita pequeña y recta, y una boquita pintada que le recordaba a una muñeca de porcelana. Una muñeca perfecta. El vestido, blanco y sencillo, resaltaba su morenez y su figura esbelta, fina, y casi infantil. Ella lo miró una vez. Fue una mirada intensa, parda. Y después apartó la vista ruborizándose.

Zac quedó encantado. Entusiasmado. No había estado con una mujer desde… ¿cuánto tiempo hacía? Era muy mala señal el hecho de que un hombre ni siquiera recordara la última vez que había gozado del sexo.

La verdad era que apenas tenía tiempo nunca, eso por no hablar de la falta de oportunidades. Las mujeres solteras no abundaban en Kadoka, y las pocas interesadas en pasar un rato con él no eran precisamente de su agrado. Después de todo, él era padre de familia. Tenía principios.

¡Dios! ¿Y si aquella era la mujer que buscaba? Sería maravilloso, reflexionó Zac dándose cuenta de pronto de lo que, inconscientemente, estaba pensando. No necesitaba una esposa bella. De hecho había conocido mujeres bellas gracias al anuncio, mucho más de su tipo. No obstante la cosa no había funcionado. Zac se había jurado a sí mismo ser menos selectivo la próxima vez. No había tantas mujeres que contestaran a su anuncio, no podía permitirse el lujo de rechazarlas para buscar a la candidata perfecta.

Y deseaba casarse. No simplemente por el sexo, sino también por la compañía. Echaba de menos compartir las cosas sencillas de la vida, como ir a comprar el regalo de cumpleaños de Jessica o tomar café por las mañanas con alguien, charlando.

De pronto aquel ángel se volvió de nuevo hacia él. Sus miradas se encontraron, y ella arqueó una ceja en un gesto interrogativo. Se dirigía hacia él. Zac recordó entonces que la mujer que había contestado a su anuncio había dicho que vestiría de blanco.

El corazón comenzó a latirle acelerado. Se puso en pie, haciendo un gesto con el sombrero Stetson para facilitarle la identificación, y ella se acercó y preguntó:

Ness: ¿Es usted el señor Efron? -Zac asintió, dudoso e inseguro ante su propia voz. Aquella mujer estaba frente a él-. Soy Vanessa Hudgens -añadió el ángel alargando una mano y sonriendo-.

Zac esperaba que su rostro no delatase el shock que aquella aparición le había producido. Alargó una mano fuerte y poderosa y tomó la de ella, frágil. Aquella sonrisa había transformado por completo su rostro de ángel: ya no resultaba solo guapa y encantadora, en un sentido clásico, sino que además sus ojos reflejaban un brillo juguetón, y su sonrisa mostraba una dentadura blanca perfecta. Parecía la sonrisa de un duende, y mostraba tal simpatía que enseguida cautivó a Zac.

Zac: Me alegro de conocerla.

Aquello fue lo primero que Zac consiguió articular tras enredársele la lengua y sentir que su mano envolvía por entero la de ella. Ella tenía las manos más diminutas que jamás hubiera visto, y su piel era cálida y suave, tan femenina como había imaginado.

Entonces se hizo un incómodo silencio.

Zac trató de salir de su estupor. Por lo general se le daban bien las mujeres, y estaba orgulloso de ello, pero si no se ponía a hablar de inmediato Vanessa Hudgens pensaría que era un paleto de pueblo, un palurdo incapaz de mantener una conversación.

Zac: ¿Quiere usted sentarse?

Bien, era un comienzo.

Ness: Gracias.

De nuevo un ligerísimo rubor en las mejillas de ella. Un discreto tirón de la manita fue suficiente para comprender que él aún la retenía. Zac le soltó reacio, lamentándolo. El sentimiento resultaba de lo más inquietante. Le había gustado agarrarla de la mano. Al sujetarle la silla para que se sentara, ella se ruborizó otro poco más. Zac se preguntó si su cutis sería tan suave como el de un bebé, tal y como parecía. Ella sonrió de nuevo y se sentó en la mesa.

Ness: Gracias por llevar el sombrero, me ha facilitado mucho la identificación.

Zac asintió, pero no dijo nada de que había hecho lo mismo una docena de veces antes, con otras tantas candidatas que resultaron fallidas.

Zac: De nada -contestó señalando los mostradores llenos de platos preparados entre palmeras y columnas blancas-. ¿Quiere usted algo de comer o de beber?

Ness: No, gracias -sacudió la cabeza, echando un vistazo al reloj de oro de su estrecha muñeca-. Solo dispongo de unos minutos de descanso. ¿Por qué no hablamos, sencillamente?

Él asintió y respiró hondo. Luego inquirió:

Zac: ¿Por qué contestó usted a mi anuncio?

«¿Por qué iba a necesitar una mujer como usted casarse con un extraño?», hubiera querido preguntar, en su lugar.

Ella frunció el ceño delicadamente, algo perpleja.

Ness: Fue… un impulso, a decir verdad.

Zac: ¿Y cómo se siente en este momento con respecto a ese impulso? Lo digo porque no estoy interesado en relaciones a corto plazo, señora Hudgens. Yo deseo un acuerdo permanente.

Ness: Por favor, llámame Vanessa. Aún estoy interesada, señor… Zac.

Los ojos de ella eran dulces, luminosos. Zac habría podido contemplar aquellos ojos el resto de su vida. Sin problemas.

Zac: Bien -asintió reprimiendo el deseo de tomarla de la mano, de tocarla de nuevo. ¡Dios, sí que tenía una piel suave! ¿Sería así de suave toda ella? Apenas podía esperar a descubrirlo-. Bien, así que… trabajas en el centro comercial.

Ness: Sí. Y tú eres ranchero.

Sí, no habría sido difícil adivinarlo, aunque no lo hubiera especificado en el anuncio. Zac tenía la piel algo morena de tanto trabajar al sol, sobre todo después del suave otoño del que habían gozado, justo antes de la primera gran nevada. No, se dijo observando sus rudas manos, era imposible que nadie lo confundiera. Tenía las manos llenas de heridas y señales, señales producidas por la lucha con las vacas, con la alambrada de púas, con las crías de búfalo o las astillas de la leña o los martillos. Demasiadas marcas para un chico de ciudad.

Ness: ¿Vacas u ovejas?

Zac: Vacas. Mi hermano y yo tenemos un rancho cerca de Badlands. Se llama Lucky Stryke.

Ness: ¿Y siempre has vivido allí?

Zac: Toda mi vida. ¿Eres de por aquí?

Estaba seguro de que no lo era, pero no lograba distinguir por su acento de dónde era. Ella dudó brevemente, tal y como él había supuesto que haría, y luego contestó:

Ness: No, llevo muy poco tiempo en Rapid City. Nací en California, pero mi familia viajaba mucho, así que no hay ningún lugar al que verdaderamente pueda llamar mi hogar.

Zac: ¿Dónde trabajas?

Ness: De momento estoy trabajando en una tienda de ropa, pero lo que de verdad me gustaría sería trabajar en una librería. Aunque, por supuesto, jamás ganaría mucho dinero, porque me lo gastaría todo en libros.

Zac: Sé a qué te refieres -rió. ¿Qué libros te gusta leer?

Ness: Bueno, leo cualquier cosa que caiga en mis manos -contestó encogiéndose de hombros-. Libros de ficción, de no ficción, revistas… la única condición es que estén bien escritos y que enganchen.

Zac: Entonces quedarán excluidas las cajas de cereales, que están llenas de letras.

Ella sonrió otra vez, y de nuevo aquella sonrisa fue como un puñetazo. ¿Había conocido alguna vez a una mujer tan bella, tan… vibrante?

Ness: No lo creas.

Zac tuvo que hacer memoria para recordar de qué estaban hablando. Sí, de las cajas de cereales.

Hubo otro corto silencio, y él sonrió encantado. Ella sacudió la cabeza.

Ness: No puedo creer que tengas que poner un anuncio para encontrar esposa.

Zac: No hay demasiadas mujeres dispuestas a vivir en un lugar apartado, con un montón de vacas -respondió encogiéndose de hombros-.

Ness: ¿Qué es lo que deseas exactamente de una esposa?

Zac dudó y se encogió de hombros.

Zac: No tiene sentido que trate de engañarte. Yo trabajo muchas horas al día, en el rancho, fuera de casa. Necesito a alguien que la mantenga limpia y arreglada, que lave y cosa la ropa, que haga las comidas y cuide de mi hija. Que plante quizá un jardín en verano, que ayude un poco a almacenar la cosecha…

Ness: Yo estoy deseosa de trabajar -declaró abriendo enormemente los ojos-. Me gusta cocinar, pero puede que tengas que enseñarme unas cuantas cosas sobre jardines y animales.

De modo que era una chica de ciudad, se dijo Zac. Lo había sospechado.

Zac: Eso no será problema.

Ness: ¿Cuántos años tiene tu hija?

Zac: Cumplirá cinco en junio. Su madre murió hace dos años y… -se interrumpió. Esperaba que la pena y la culpabilidad lo embargaran tal y como le había sucedido en otras ocasiones, de modo que reprimió la emoción y continuó-: … y, definitivamente, necesita una mano femenina.

Vanessa asintió. Su rostro expresaba simpatía, pero estaba serio. Zac se encogió de hombros y deseó ser otro hombre, deseó haber conocido a aquella mujer en otro momento, sin la carga que arrastraba en su vida. Y de inmediato se vio embargado por un sentimiento de culpa. ¿Cómo podía estar pensando todo aquello después de haberle jurado amor eterno a Tess? Amor hasta la muerte. Hubiera deseado estrangularse a sí mismo hasta conseguir que todas aquellas emociones se diluyeran en el vacío.

Zac: No suena muy atractivo, lo sé, pero…

Ness: Para mí sí -declaró-.

Zac: ¿En serio? -preguntó mirándola-.

Ness: Creo que me gusta ser ama de casa -sonrió-. Eso es lo que quieres, ¿no?

Zac: Sí, pero hoy en día el término políticamente correcto es «empleada del hogar».

Ness: Me gusta cómo suena -rió volviendo a mirar el reloj-. Será mejor que me vaya a trabajar.

Zac: ¿Temes que te echen?

Ness: No, soy buena vendedora -sonrió serena-.

Zac: ¿Y te gusta?

Ness: Es un trabajo como otro cualquiera, un mal necesario en la vida -se encogió de hombros-.

Zac: A menos que te cases conmigo.

Dicho así, de ese modo tan directo, la cosa había sonado demasiado… íntima. La mente de Zac voló hasta la oscuridad de la noche en una cálida cama.

Ella levantó la vista hacia él, y por un largísimo instante Zac lo olvidó todo a su alrededor, dejándose envolver por aquellos ojos. ¿Estaría ella pensando lo mismo que pensaba él?

Ness: Tengo que marcharme, de verdad -dijo en voz baja, levantándose de la silla-.

Ella echó a caminar para abandonar el patio restaurante, y él tomó su sombrero y la siguió. Luego, cuando hubieron llegado al corredor del centro comercial, Zac la tomó del codo. En la galería todo era más espacioso, en comparación con el restaurante abarrotado.

Bajo la suave y cálida piel, Zac pudo sentir los frágiles huesos de su brazo. Junto a él, caminando, ella parecía diminuta, y Zac no pudo evitar notar que aquello lo excitaba, que su cuerpo respondía. Su corazón sería siempre de Tess, pero su cuerpo había comprendido ya que llevaba dos años sin ella. Eso era incuestionable.

Zac: Te acompañaré.

Ness: Bien -sonrió mirando para arriba-. Es por aquí, al fondo.

Caminaron juntos por la galería pasando por establecimientos especializados en joyas, gafas y objetos de piel. Al llegar a la esquina de aquel corredor, nada más ver otra tienda, ella aminoró la marcha, parándose justo delante de una puerta.

Ness: Es aquí.

Zac apartó la vista de ella para mirar el escaparate de la elegante tienda tras ella.

Zac: ¿Aquí es donde trabajas?

Ness: Sí.

Zac se ruborizó al sentir que los pantalones se le ajustaban, a punto de estallar. La situación era violenta. La tienda se llamaba «Placeres ocultos», y la razón por la que debían permanecer ocultos era evidente. ¡Vanessa trabajaba en una lencería! Y no en una lencería cualquiera. En el escaparate había prendas íntimas, trasparentes, delicadas, cubiertas de lazos y encajes, asombrosamente pequeñas, adornadas con satén y terciopelo. Prendas que harían soñar a cualquier hombre con una mujer vestida con ellas. O sin ellas.

Ness: Zac… -lo llamó sonriendo con aquella sonrisa que le paralizaba la mente-.

Zac desvió la vista hacia ella, tímido y avergonzado.

Zac: Lo siento, es que me ha sorprendido.

Ness: ¿Volveremos a vernos? -preguntó alargando una mano-.

¿Volver a verse? ¿Giraba la tierra alrededor del Sol? Necesitaba algo más de tiempo para decidirse, pero se la imaginaba perfectamente viviendo en su casa.

Zac: ¿Qué te parece si tomamos algo después del trabajo? Podríamos conocernos un poco mejor.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció, reemplazada por una expresión de ansiedad que enseguida se despejó.

Ness: Bueno, quizá un ratito corto. Tengo cosas que hacer en casa.

Zac: Bien, entonces nos vemos a las… ¿a qué hora?

Ness: A las siete -sugirió-. Aquí mismo -añadió dándose la vuelta para entrar en la tienda y girando la cabeza sonriente una última vez, por encima del hombro, para despedirse-.

Zac se alegró de que le diera la espalda. Era incapaz de ocultar la reacción de su cuerpo ante aquella sonrisa. Se dio la vuelta de mala gana y caminó por el centro comercial, tratando de pensar en otra cosa que no fuera en mujeres y dormitorios. Y en Vanessa Hudgens, la vendedora de lencería más sexy del mundo, y su posible esposa.

Veinte minutos antes de las siete Zac volvió a aparecer por el mismo sitio. Vanessa lo vio a través del escaparate, mientras calculaba el coste de una venta y metía las prendas en una bolsa. Él se había sentado en uno de los bancos de la galería, entre las plantas artificiales que adornaban el enorme paseo. Al levantar la vista, él abrió una bolsa y sacó un libro.

Vanessa no sabía muy bien qué tipo de hombre se podía esperar encontrar a través de un anuncio, pero desde luego Zac no parecía necesitar en absoluto ponerlos. Era increíblemente guapo. Tenía el pelo liso, al contrarío que ella, y sus cabellos castaño claro eran como destellos dorados sobre la cabeza. Probablemente las horas al sol, en el rancho, le confirieran ese color. Se había quitado el sombrero y lo había dejado en el banco, junto a su enorme e imponente cuerpo.

Los ojos de Zac eran del más puro azul cielo que jamás hubiera visto, contrastando con el ligero moreno, que hacía brillar su piel. Llevaba una chaqueta de cuero, pero bajo los vaqueros y la camisa texana se destacaban sus hombros anchos, sus estrechas caderas y sus largas piernas. En resumen: era terriblemente sexy.

Vanessa lo saludó, y poco después volvió de nuevo la vista hacia él por encima del hombro y lo vio paseando por la galería. Los vaqueros moldeaban su trasero y se ajustaban a las musculosas piernas. Vanessa no pudo evitar preguntarse cómo sería como amante. Aquel pensamiento la hizo detenerse a reflexionar un momento.

¿De verdad estaba considerando la posibilidad de casarse con un perfecto extraño?

Conocía la respuesta. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, de alguno de los que abundaban por el centro comercial, probablemente le habría dicho, muy educadamente, que había cometido un error. Después de todo había dudado incluso en el momento de mandar la primera carta. Nada más recibir respuesta había estado a punto de echarse atrás, de olvidarlo todo.

Sin embargo en ese momento… todo había cambiado.

Al ver a Zac en el patio restaurante Vanessa había sentido una especie de enorme nudo en el estómago. Había contenido la respiración, y había tenido que hacer un enorme esfuerzo por volver a respirar. ¿Se había sentido alguna vez así de atraída hacia Mike? Así debía haber sido, aunque no lo recordara. Sí, por supuesto. Ser madre y quedarse viuda debía haber contribuido a que lo olvidara, sin embargo.

Sex appeal, eso era todo. Solo eso. Hubiera debido olvidarlo rápidamente, como habría hecho de tratarse de cualquier otro hombre. Sin embargo había conocido a Zac, y había descubierto que el hombre que se escondía tras aquel impresionante aspecto tenía una personalidad tan atractiva como su físico.

Le gustaba. Mucho.

Claro que le gustaba, reflexionó mientras se dirigía a los vestuarios a atender a una clienta. ¿Por qué, si no, iba a haber llamado a la niñera para pedirle que se quedara con Charlie hasta más tarde esa noche? Por lo general Vanessa era muy estricta en cuanto a la hora de volver a casa con su hijo. En aquel momento, sin embargo, se sentía dividida en sus sentimientos. Jamás, antes de nacer Charlie, habría podido imaginar la fuerza del cariño maternal. Era un amor que regía toda su vida. Todo lo medía según el efecto que pudiera tener sobre su hijo. No obstante, en ese momento…

Debía estar loca. Zac la atraía de un modo irresistible, era incapaz de alejarse de él. Parecía un buen hombre. Y sería un padre maravilloso para su hijo. Si no aprovechaba aquella oportunidad después lo lamentaría. Perdería algo importante, algo que podía cambiar toda su vida.

Los últimos minutos antes de cerrar la tienda transcurrieron interminables hasta que, por fin, la última clienta se marchó.

Zac se quitó el sombrero y sus ojos buscaron los de Vanessa. Cuando sus miradas se encontraron ella contuvo el aliento. Él no sonrió, no se movió, pero sus ojos la penetraron profunda, posesivamente, y ella sintió que los nervios de todo su cuerpo se ponían alerta.

Aquellos vibrantes instantes se prolongaron incluso después de que dejaran de mirarse. Él esperó a que Vanessa cerrara y la escoltó hasta el aparcamiento. Entonces la invitó a un famoso bar cuyo nombre había oído Vanessa mencionar entre sus compañeras. Zac no puso ninguna objeción a que ella fuera en su propio coche.

El bar era amplio, ruidoso, y estaba atestado de gente. Zac la hizo sentarse en una pequeña mesa junto a la pista y se dirigió a la barra. Ella le había pedido una soda, y cuando lo vio volver con dos se extrañó de que tomara lo mismo. Él debió notar su gesto de extrañeza, porque enseguida dijo:

Zac: Esta noche tengo que conducir dos horas para llegar a casa. No debo beber alcohol.

Ness: Eso está bien -asintió-.

Entonces él señaló hacia una pareja que bailaba en la pista.

Zac: ¿Sabes bailar así?

Ness: No, lo he visto a veces, pero nunca he probado -contestó sacudiendo la cabeza-.

Zac: Pues ya va siendo hora de que pruebes -dijo agarrándola de la muñeca y sacándola a la pista-.

Ness: ¡Zac, te voy a pisar!

Él se detuvo un momento y la miró por encima del hombro, hizo un gesto con los labios y abrió la boca para echarse a reír.

Zac: Eres diminuta. Te levantaré y ni siquiera tendrás que poner los pies en el suelo.

Vanessa sonrió y se dejó arrastrar hasta la pista, pero cuando él se dio la vuelta y la miró a los ojos tendiendo las manos se dio cuenta de que estaba lanzándose en brazos de un hombre al que ni siquiera conocía. Otras mujeres lo hacían constantemente, se dijo a sí misma. Solo era un baile, simplemente.

Sin embargo Vanessa intuía en lo más profundo de su ser que, con aquel hombre, podía tratarse de algo más. De mucho más. Zac deslizó las manos por su cintura y la envolvió con sus fuertes brazos, y ella se sintió tan bien que, automáticamente, se dejó llevar.

Bailaron unas cuantas canciones. Zac le enseñó los pasos, repitiéndoselos pacientemente hasta que ella consiguió memorizarlos. Él la llevaba de un lado a otro con energía; lo único que tenía que hacer era relajarse y dejarse llevar.

Vanessa escuchó atentamente la letra de una de las canciones. Era una canción de amor. Cuando Zac la atrajo hacia sí y apoyó la barbilla sobre su cabeza ella sintió que hubiera podido permanecer así toda la noche. Juntos se deslizaron por la pista abarrotada de gente, bailando lentamente. Vanessa luchó contra el deseo de estrecharse contra él, de sentir su calor y su fuerza, de dejar que cuidara de ella.

Zac: Tengo que preguntarte algo -dijo en voz baja-.

Vanessa ladeó la cabeza para ver su expresión.

Ness: ¿El qué?

«Sí, puedes besarme. ¡Por favor, bésame!», contestó en silencio.

Zac bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron el oído de Vanessa.

Zac: ¿Llevas puestas esas cosas que vendes?

El tono de su voz era profundo y ronco, sus brazos la estrechaban con fuerza, sus labios le rozaban la oreja. Vanessa sintió una excitación tan repentina que tuvo que arquearse contra él. Zac la envolvió entonces con más fuerza, sus manos se deslizaron por toda ella hasta presionarla contra sí y sentir cada uno de los centímetros de su enorme cuerpo masculino y tenso. Cada uno de ellos. Vanessa tragó.

Ness: Supongo que tendrás que esperar para saberlo -contestó al fin-.

¡Dios!, ¿qué le estaba sucediendo? ¿Qué fuerza era la que la poseía?

Zac dejó de bailar por un instante. Luego la hizo girar una vez más, amoldando su cuerpo al de él, y Vanessa lo escuchó echarse a reír.

Zac: Está bien. ¿Has pensado ya la fecha?

Ness: ¿La fecha? -repitió mirándolo-.

Zac: Para la boda. Quiero casarme contigo.

Vanessa abrió la boca perpleja. Y volvió a cerrarla sin decir palabra. Había esperado contar con más tiempo para pensarlo.

Ness: A mí también me gustaría casarme contigo, pero…

Zac: ¿Qué te parece el viernes? -la interrumpió-. Puedo pedir la licencia y arreglarlo todo para comenzar el nuevo año casados.

Ness: ¿El viernes que viene? Pero eso es… muy pronto -contestó con los ojos como platos-.

Él asintió y sonrió ante su reacción.

Zac: Yo no tengo motivo alguno para esperar. ¿Y tú?

Vanessa trató de decir que sí, pero aquella palabra no parecía querer salir de sus labios.

Ness: Pues… supongo que no.

Zac: Bien -contestó respirando hondo y levantándola en brazos por un momento-.

Vanessa miró automáticamente el reloj. No podía ser que fueran ya las nueve. ¿O sí? Tenía que volver a casa con Charlie. Podría haber pasado una semana en brazos de Zac, y ni siquiera se habría dado cuenta.

Ness: Tengo que irme -murmuró lamentándose-.

Zac: Sí, yo también me arrepentiré si no me voy.

Sin embargo Zac no hizo un solo gesto de soltarla. Por fin ella dio un paso atrás y se soltó.

Ness: De verdad que tengo que irme.

Zac alargó la mano por encima de la barandilla que separaba la pista de las mesas y alcanzó su chaqueta y el abrigo de ella, sujetándoselo para ayudarla a ponérselo. Luego se puso su chaqueta. Entonces, con la mayor naturalidad, como si llevara años haciéndolo, la tomó de la mano y la guió hasta el aparcamiento, donde ambos habían aparcado los coches a escasa distancia.

Zac la acompañó hasta su vehículo, deteniéndose junto a la puerta y sujetando aún su mano.

Zac: Vanessa…

Su voz era débil, dudosa.

Ness: ¿Sí? -contestó en un murmullo-.

Zac: Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo, antes de esta noche.

Ella asintió, contenta al ver que él sentía algo de la magia que la embargaba a ella.

Ness: Sí, lo sé.

Él dio un paso hacia ella, la tomó de las manos y se las colocó sobre los hombros, tirando después de ella.

Zac: Voy a besarte -declaró-.

Mientras Zac inclinaba la cabeza y la envolvía en sus brazos desvaneciendo el frío del helado viento de diciembre, Vanessa se preguntó qué habría hecho de no haberla besado. Deseaba sentir la boca de Zac contra la suya más de lo que había deseado nada nunca. O, por lo menos, nada que recordara.

El aliento de Zac rozó primero sus mejillas lentamente para, después, comenzar el beso que tanto había deseado. La sensación fue exquisita. La boca de Zac era cálida y firme, y se movía sobre la suya mientras Vanessa deslizaba las manos hasta su nuca, ofreciéndose a sí misma en un movimiento mudo pero expresivo, que él supo claramente interpretar.

Para ser sincera, Vanessa había echado de menos el cálido placer de las sensaciones físicas que dos adultos podían compartir. Ni siquiera recordaba haberse sentido nunca tan vibrante, tan trémula, tan completamente excitada.

Entonces Zac se mostró aún más audaz, y Vanessa dejó de pensar y abrió los labios permitiéndole penetrarla con la lengua. Zac la estrechó con fuerza para que pudiera sentir la excitación de su cuerpo, confinado en los ajustados vaqueros. Los pechos de ella se aplastaron contra el torso de él. Ella se retorció ligeramente, gimiendo dentro de su boca y rogando inconscientemente para que le diera más, y él la correspondió arqueando todo su cuerpo y sosteniéndola con un brazo. La boca de Zac la devoraba creando un sendero de fuego por el cuello mientras lamía su piel por el escote del abrigo. Zac le besó incansable el cuello, y ella se estremeció en sus brazos. Entonces él deslizó los labios un poco más abajo, rozando la parte superior de sus pechos hinchados. Alzó una mano y retiró el vestido blanco. De pronto, repentinamente, comenzó a besarla y a succionar su pecho a través de la tela del sujetador de encaje.

Vanessa se arqueó contra él gimiendo ante aquella sensación poderosa y excitante. Enseguida comenzó a sentir una inquietud entre las piernas que exigía satisfacción, y se estrechó contra él abriéndolas a medias hasta notar uno de sus muslos entremedias.

Entonces él levantó la cabeza y se quedó completamente quieto. Y ella hizo lo mismo. Zac alzó su rostro para que lo mirara de frente y ambos gimieron levemente al sentir que ella se deslizaba por su torso rígido, buscando su mirada.

Vanessa cayó entonces en la cuenta de que lo estaba agarrando por los cabellos con tanta fuerza que debía hacerle daño. El pecho de Zac subía y bajaba pesadamente, cada músculo de su cuerpo estaba duro como el acero. Vanessa soltó sus cabellos y deslizó deliberadamente las manos por su pecho para dejarlas ahí. Luego, mientras recobraba la sensatez, se sintió avergonzada. ¿Qué pensaría Zac de ella?

Zac: Estamos en medio de un aparcamiento -dijo con los dientes apretados. Suspiró y apoyó la frente sobre la de ella-. Las cosas que quiero hacerte, las cosas que quiero hacer contigo, no deben suceder en un aparcamiento ni en ningún otro lugar público. Y no van a suceder hasta que no nos conozcamos mejor el uno al otro.

Ness: Gracias -dijo en voz baja, conmovida ante su forma de reprimirse-. Yo no… este no es el tipo de cosas que… -la lengua se le trababa, porque lo que estaba diciendo no era verdad-.

Ella sí hacía esas cosas. Sí las habría hecho, probablemente, con él.

Zac: Lo sé -contestó besando su frente-. Lo sé. No es mi estilo, tampoco -levantó su barbilla con un suave movimiento del dedo y escrutó su rostro, de mirada perpleja-. ¿Tienes un papel y un lápiz?

Ness: Creo que sí.

Zac: Apúntame tu número de teléfono.

Ness: Ah, bien -contestó dejando que él la soltara para rebuscar por el bolso-. Toma.

Vanessa le tendió un papel. Aún le costaba respirar. Por el rabillo del ojo pudo ver que una sonrisa satisfecha iluminaba el rostro de Zac.

Zac: Me alegro de no ser el único que tiene problemas para recobrarse -bromeó. Vanessa sonrió. Entonces él la atrajo a sus brazos de nuevo, sujetándola sin estrecharla, con las manos entrelazadas a su espalda-. Te llamaré esta misma semana.

Ness: Yo no llego a casa hasta por la noche. Será mejor que esperes hasta las nueve.

No era cierto, no llegaba tan tarde a casa, pero deseaba saborear a su antojo aquella llamada, sin tener que preocuparse de Charlie, que estaría aún despierto.

Zac: Bien, entonces hablaremos más sobre el viernes.

Ness: Zac… -dijo con una voz que delataba su preocupación-. El viernes es muy pronto. ¡Esto es una locura!

Zac: Yo estaría de acuerdo contigo, si fuéramos adolescentes -asintió-. Pero somos adultos. Llevo mucho tiempo pensando en volver a casarme, y sé lo que quiero -añadió apoyando la frente sobre la de ella-. Te quiero a ti.

«Y yo a ti», respondió en silencio el corazón de Vanessa. «Te quiero». Vanessa apenas pudo contenerse para no pronunciar aquellas palabras. Se quedó muy quieta, estaba demasiado asustada como para moverse. ¿Sería cierto que estaba enamorada de un hombre al que apenas había conocido hacía unas horas?

Por supuesto que no, era imposible. Se trataba de un simple capricho, sencillamente. Nadie podía enamorarse tan deprisa. ¿O sí?

Zac la soltó y la hizo volverse hacia su coche. Ella sacó las llaves, pero él se las quitó y le abrió la puerta. Luego, caballerosamente, la ayudó a subir. Vanessa se habría encaprichado de él solo por aquel gesto. De no haber estado encaprichada ya, claro.

Zac: Piénsalo, y ya hablaremos -dijo inclinándose y tomando sus labios una vez más en un beso final, introduciendo la lengua y exigiendo de ella una respuesta-.

Vanessa se inclinó hacia él todo lo que daba de sí el cinturón del coche, tratando de estrecharse contra él, pero Zac se apartó antes de que pudiera sentirse satisfecha. Sus toscos dedos le acariciaron la mejilla. Luego él dio un paso atrás y cerró la puerta, esperando a que ella pusiera en marcha el coche antes de marcharse al suyo.

Vanessa lo observó subir a su coche, y entonces, al ver que no se movía, se dio cuenta de que él esperaba a que se marchara para abandonar después el aparcamiento. Aquella forma tan considerada y educada de comportarse la conmovió.

Mientras se dirigía a la salida, y a pesar de la euforia, Vanessa sintió cierta sensación de culpabilidad. No le había dicho nada sobre su hijo.

Se lo diría, se prometió a sí misma tratando de evitar aquella angustiosa sensación. Todo había sido tan rápido, tan novedoso, tan especial, que… Tan perfecto. Vanessa había pensado evitar cortésmente aquella cita, no tenía ni siquiera el propósito de considerar la posibilidad de casarse con un extraño, pero al conocer a Zac…

Vanessa aparcó el coche junto al edificio de su apartamento con una sonrisa ensoñadora. Pronto le contaría lo de Charlie. Estaba convencida de que no había razón para sentir angustia. Zac tenía que ser un padre maravilloso para su hija, si estaba dispuesto a llegar tan lejos por ella. Y, precisamente por eso, sería un padre igualmente maravilloso para Charlie.




¡No fastidies! ¡Están chiflados los dos! XD XD
¿Se conocen de apenas unas horas y se van a casar en dos días?
Niños, no hagáis esto en casa XD

Que locura de novela. Por eso mola XD

¡Gracias por los coments!

Por cierto, no se escribían por Whatsapp XD
Era por carta.

¡Comentad!
¡Un besi!


3 comentarios:

Carolina dijo...

Pues q bueno q en ese aparcamiento no había mas personas XD
Me gusto el capi, ojala que ya le cuente lo de Charlie, y espero que lo tome bien u.u
Continuala pronto!

Unknown dijo...

Linda linda linda noveee!! Me encanta! :D
Me parece muy gracioso que se enamoren tan rápido, creo que es solo deseo, por el momento :D

Síguela pronto..

Unknown dijo...

WOW... ME ENCANTO, ME ENCANTO MUCHO!
ES GENIAL ESTE CAPI!
LO AME SISI. PERO... QUE RAPIDO SE ENAMORAN E.. AUNQUE POR AHORA VEO MAS ENAMORADA A VANE QUE A ZAC, Y ESPERO QUE VANE LE DIGA LO DE CHARLIE Y QUE ZAC SE LO TOME BIEN.



SUBE PRONTO :)

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