topbella

miércoles, 3 de febrero de 2016

Capítulo 4


Ness: Perfecto. Quieres que nos conozcamos, pues ahora te toca a ti -lo señaló con el taco-.

Zac: ¿Qué?

Ness: Háblame de tu infancia.

Zac: Solo viví en casa cinco años antes de que me enviaran a un internado -explicó-. No hay mucho que contar.

Ness: Sé cuando alguien intenta evadir un tema -dejó el taco y lo miró con ojos centelleantes-. Para empezar, esto fue idea tuya, así que no intentes escabullirte de tu parte del trato.

Zac: De verdad que no hay nada interesante que decir -se encogió de hombros-. Fui a un internado, de allí pasé a Eton, en el Reino Unido, y con el tiempo a Oxford. Ahí fue cuando decidí que vendría a los Estados Unidos para continuar mis estudios en Harvard.

Ness: Tienes un hermano. Lo conozco -lo instaba a continuar como si fuera un poco retardado-.

Zac: Alex. Yo tenía nueve años cuando él nació. Es probable que tú lo conozcas mejor de lo que podré llegar a conocerlo yo. A cada uno nos educaron prácticamente como si fuéramos hijos únicos.

Ness: Yo no puedo imaginarme no estar unida a mi familia -enarcó las cejas-. Debiste echarlos mucho de menos cuando te enviaron al internado.

Zac: No -al recibir una mirada sobresaltada, se dio cuenta de que su respuesta había sido demasiado inmediata y definitiva-. Mi padre y yo somos como agua y aceite. Estoy seguro de que cuando me mandaron al internado fue un alivio para todo el mundo. Al ir a casa en las vacaciones, parecía que solo conseguíamos ponernos nerviosos.

No había motivo para contarle el resto. Él mismo ya casi lo tenía olvidado.

Ella lo miró con curiosidad y Zac pudo ver que no había concluido con ese tema. De modo que cuando volvió a hablar lo sorprendió.

Ness: ¿Qué haremos esta tarde?

Zac: Depende de ti. ¿Estás cansada? Si quieres echarte un rato, podemos volver a casa.

Esa frase lo dejó perplejo. ¿Cómo sería vivir con Vanessa si de verdad pudieran ir juntos a su casa?

No dormiría sola.

La verdad básica lo irritó. Se preguntó cuántos hombres pensaban que una mujer embarazada era lo más sexy que jamás habían visto.

Lo que sucedía era que su cuerpo recordaba el de ella. Era normal preguntarse si con el tiempo aquella primera vez se había tornado mejor que lo que realmente había sido. El que no pudiera recordar haber gozado de un sexo mejor en su vida no era tan importante.

Entonces cayó sobre él el significado total de su pensamiento anterior. Si Vanessa viviera con él... ¿Podía haber una mujer en la tierra menos idónea para su estilo de vida que una princesa de sangre azul que había conocido el lujo desde su nacimiento?

La incoherencia del asunto sería risible si no resultara tan irritante. Había pasado casi toda su vida huyendo de su rango aristocrático y ahí estaba, a punto de ser padre de un bebé que iba a tener aun más lazos con la realeza.

Puede que Vanessa y él no coincidieran en muchas cosas, pero a partir de entonces iban a estar unidos siempre, y todo por su conducta irresponsable. Para el resto de su vida iba a tener vínculos reales que no podría romper. De eso estaba seguro. Pero pretendía ser un padre cálido y cariñoso en todos los sentidos.

Ness: No estoy cansada -interrumpió sus pensamientos-. Los primeros tres meses lo único que deseaba era dormir, pero ahora me siento bien la mayor parte del tiempo.

Zac: ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que descubriste que la noche que pasamos juntos tuvo consecuencias duraderas?

Ness: ¿Dices aparte de perder mi virginidad? -le lanzó una mirada enigmática-. «Eso» lo descubrí de inmediato.

Zac: No me refería a eso y lo sabes -hizo a un lado el plato. No tenía por qué recordarle lo descuidados e insensibles que habían sido sus actos-. ¿Cuándo sospechaste que estabas embarazada?

Ella terminó el taco y también apartó su plato. Se tomó su tiempo para limpiarse la boca y los dedos con la servilleta. No lo miró.

Ness: Me preocupó en el acto. Así que me hice unas pruebas de embarazo en cuanto fue recomendable. Confirmaron mis temores.

Zac: ¿Y qué hiciste entonces?

Su conciencia lo pinchó aún más. Inesperadamente, Vanessa sonrió.

Ness: Pasados los primeros días de pánico, comprendí que era feliz. Tengo ganas de ser madre.

Zac: ¿Incluso sin marido?

Ness: Incluso sin marido -su sonrisa vaciló levemente-. Aunque eso dificultará las cosas cuando se lo cuente a mis padres.

Zac: ¿No crees que has esperado demasiado?

Ness: Es «mi» bebé. Cuándo y cómo elija compartir la noticia con mis padres no es asunto tuyo.

«¿Quieres apostarlo?» Le dolió la mandíbula de apretar los dientes para contenerse de informarle de que era asunto suyo. Aunque no le pareció una buena idea. Si sus padres todavía no lo sabían, podría aprovechar eso para presionarla para que se quedara más tiempo.

Zac: Así que no estás cansada. ¿Hay algo especial que desees hacer?

Ness: Lo que de verdad me gustaría es dar un paseo en globo aerostático -ladeó la cabeza-. Leí en alguna parte que puedes volar durante una hora sobre el desierto de Sonora en el que se incluye un almuerzo con champán...

Zac: Ni lo sueñes.

Ness: ¿Perdón?

Empleó su acento real más altanero.

Zac decidió no decirle lo mucho que lo excitaba, porque entonces sabía que no volvería a usarlo.

Zac: No vas a subir a un globo aerostático -afirmó-.

Ness: ¿Y serás tú quien tome la decisión? -inquirió con voz demasiado amable-.

Zac: Sí. Estás embarazada de cinco meses. Y es probable que no te acepten. Además, no puedes beber champán hasta que nazca el bebé.

Ness: No acepto órdenes de ti -apartó la silla y se levantó, sorprendiéndolo-. Lo que haga con mi cuerpo y mi bebé es asunto mío, y de nadie más -giró en redondo y comenzó a salir del restaurante-.

Zac se incorporó de un salto. Sacó dinero y dejó más que suficiente para pagar la cena, luego fue tras ella.

No había llegado a la puerta cuando la alcanzó. No le dio tiempo a reaccionar; la tomó por el codo y la hizo girar, luego la alzó en vilo y salió del local. Los siguieron unos aplausos y risas escandalizadas bajo el cegador sol del mediodía. Vanessa se retorcía y debatía.

Ness: ¡Neandertal! ¡Lo odié la última vez que lo hiciste! Bájame de inmediato.

Zac: No hasta que me prometas que no harás nada estúpido -contuvo sus esfuerzos-.

Ness: ¿Te refieres a algo más estúpido que dormir contigo? Eso costará superarlo, ya que ha sido lo más estúpido que he hecho en mi vida -espetó con voz amargada-.

Entonces la dejó junto al coche y la arrinconó con su cuerpo para evitar que se fuera mientras buscaba las llaves.

Zac: En su momento no te quejaste -le recordó. Abrió la puerta-. Entra.

Ness: No. No quiero ir contigo -cruzó los brazos-.

Zac se acercó mucho.

Zac: O entras en el coche o vas a ser la primera mujer embarazada que recibe unos azotes en un aparcamiento.

Lo miró furiosa. Luego le dio la espalda y se acomodó en el asiento con movimiento grácil. Cuando él cerró la puerta y rodeó el vehículo, Vanessa dijo:

Ness: No lo sabes.

Zac: ¿Qué? -bramó, preguntándose de qué demonios hablaba-.

Ness: No sabes si sería la primera mujer embarazada en recibir unos azotes en un aparcamiento.

No iba a conseguir que sonriera. Pero pudo sentir que la cólera se desvanecía.

Zac: No, pero estoy dispuesto a apostar algo -comentó a regañadientes-.

El silencio duró hasta que marchó por las calles en dirección a la carretera.

Zac: Mira -comenzó, preguntándose por qué diablos se sentía obligado a dar una explicación-. No intentaba darte órdenes. Me preocupaba tu seguridad.

Ness: Quieres decir que te preocupaba la seguridad del bebé -corrigió en voz baja-.

Zac: No, no me refería a eso. ¿Quieres dejar de tergiversar cada palabra que digo? El bebé todavía es algo abstracto, aunque sé que para ti en este momento representa una presencia muy real. Sí, es importante, pero no tanto como tu seguridad.

Ness: Porque se lo prometiste a mi padre.

Zac: Bien -quiso estrangularla-. Si es lo que deseas creer, pues sí. Le prometí a tu padre que estarías segura conmigo.

Otro motivo, mucho más preciso, quiso asomarse por su mente, pero lo desterró.

De nuevo reinó el silencio. Ella miraba por la ventanilla y ya tendría que haberse dado cuenta de que él no había puesto rumbo a casa, aunque no deseaba hablarle ni mirarlo.

Zac: ¿Te gustaría ir al Lago Saguaro? -comentó al final-. Podríamos alquilar una canoa y remar por el lago. No es como ir en globo aerostático, pero es bonito y apacible.

Entonces ella se volvió y lo miró, y él pudo observar sorpresa en su rostro.

Ness: Suena maravilloso.

Zac: Pero no pienso llevar champán -advirtió-.

Ness: No lo soporto -le sonrió-. Jamás lo bebo.

Zac: Antes solo intentabas provocarme, ¿verdad? -meneó la cabeza-.

Ness: Quizá un poco -concedió-. ¿Puedo disculparme?

Zac: Solo si aceptas las disculpas de un Neandertal.

Ness: Hecho -rió entre dientes-.

Zac: Mañana, en Scottsdale -anunció-, celebran el Desfile del Sol. Si te apetece te llevo.

Ness: ¿Es un festival en honor del sol?

Zac: Sí. El sol y el clima maravilloso han sido buenos con Phoenix. Sus habitantes consideran que no está mal mostrar su agradecimiento. ¿Sabías que Phoenix es la novena ciudad más grande del país?

Ness: No. Cuando pienso en ciudades grandes me vienen a la mente Londres, Nueva York... Aquí todo es dorado y abierto, no gris y abrumador.

Zac: Hay mucho espacio para extenderse. Y nada supera el clima.

Ness: Supongo que al crecer donde lo hicimos, esto te resulta muy atractivo -rió-.

Zac: Nada de lluvia -asintió con una sonrisa-. Por lo menos, nada importante. Cuando me despierto por la mañana y salgo fuera, sé que allí estará el sol para recibirme.

Ness: Te gusta mucho vivir aquí.

Zac: Sí -la miró-. Cuando vine por primera vez, mi plan era alejarme lo más posible de mi padre.

Ness: ¿Y lo has conseguido? -musitó-.

Zac: Realmente, no -respondió tras reflexionar unos instantes-. Es sorprendente que todavía intente manipularme desde el otro lado del maldito océano.

Ness: Pero tú no lo permites.

Zac: No -afirmó con un gesto contundente de la cabeza-. Ya no hay nada que pueda decir o hacer que logre afectarme.

Ness: No hablas mucho de tu madre -observó-. La Gran Duquesa ha ido a jugar muchas veces al bridge con mi madre. Si no recuerdo mal, es una jugadora extraordinaria.

Zac: Siempre ha disfrutado de esas veladas -asintió-. Al no tener hijas, imagino que echaba de menos  la compañía femenina.

Pasó el resto del trayecto hasta el lago señalándole plantas y animales nativos. A ella la asombró descubrir la cantidad de vida que existía en el mundo baldío y seco del desierto, donde durante meses seguidos no caía agua.

Al llegar al lago, Zac no perdió tiempo en alquilar una canoa y en lanzarse a remar. Pero primero hizo que Vanessa se cubriera con crema protectora mientras él se dirigía a la pequeña tienda para comprarle un sombrero de paja de ala ancha. Su delicada tez no soportaría el fuerte sol de Arizona, y jamás se perdonaría si se quemaba.

Al principio ella se mostró algo temerosa cuando la pequeña embarcación se meció de un lado a otro mientras él manejaba los remos.

Ness: Reina una gran tranquilidad -comentó al adaptarse al ritmo de la canoa y sacar la mano por el borde para sentir el agua-.

Él la observó desde su asiento. Tenía una nuca blanca y vulnerable y se preguntó si esa parte sería tan sedosa bajo sus labios como le había parecido el resto de su cuerpo la noche que hicieron el amor.

Mentalmente meneó la cabeza. ¿Cómo podía imaginar Vanessa que nunca más volvería a besarla?

Ella introdujo la mano en el agua otra vez. Una mano tan pequeña y delicada. Era una mujer pequeña y delicada, a la que sacaba unos veinte centímetros de altura. Aunque no era diminuta. Al recordar lo bien que encajaba contra él, contuvo el aliento y dejó de mirar sus dedos largos y finos. Esos dedos que lo habían acariciado de forma íntima, con timidez al principio, luego con más atrevimiento cuando él le había demostrado lo mucho que le gustaba...

¡Maldición! Si pretendía volverlo loco, hacía un buen trabajo.

Zac: Ponte crema protectora en la nuca.

Ella se volvió a mediaspara mirarlo por encima del hombro, con una sonrisa en los labios.

Ness: Eres aficionado a dar órdenes, ¿verdad?

Zac: Supongo que es una costumbre -se encogió de hombros-. Lo siento.

Ness: ¿Sabes?, mi padre es muy parecido. El pobre no se da cuenta de lo autocrático que suena a veces. Por desgracia para él, sabemos que no muerde.

Zac: Apuesto que tus hermanas y tú hacéis lo que queréis con él.

Ness: No negaré que le cuesta decirnos que no -rió-.

Zac: ¿Sabes ya si...? -se le ocurrió de repente. Señaló su vientre-. ¿El bebé será niño o niña?

Ness: No lo sé. Y tampoco pienso preguntar -alzó una mano y se apartó un mechón de pelo que volvió a colocar bajo el sombrero-. Yo espero que sea niña, para poder ponerle encajes y volantes.

Zac: Mientras tenga buena salud, me encantará lo que venga.

Ness: Coincido con eso.

Zac: Aunque no estaría mal tener alguna advertencia previa si es niña. El conocimiento que tengo de ellas cabría en la cabeza de un alfiler.

Ella no respondió, pero Zac vio que se le formaba un hoyuelo en la mejilla antes de girar y quedar otra vez de cara al agua.

Una hora más tarde, entregaron la canoa y pusieron rumbo a Phoenix.

Zac: Debo parar en el supermercado -comentó al acercarse al suburbio en el que se hallaba su hogar-.

Ness: ¿Puedo acompañarte? -al instante pareció intrigada-.

Su entusiasmo le recordó sus primeros años en los Estados Unidos, cuando había hecho tantas cosas por primera vez. Cosas que la mayoría de la gente daba por sentadas como parte de la vida cotidiana. Las personas no tenían idea de lo estimulante que podía ser la libertad verdadera. Él había conocido restricciones que casi nadie conseguiría imaginar jamás. Restricciones que entendía mejor de lo que Vanessa podría pensar.

Una jaula con barras de terciopelo seguía siendo una jaula.

Zac: Claro que puedes acompañarme. ¿Nunca has estado en un supermercado?

Ness: No. No había motivo para ello en casa. ¿Qué cosas necesitamos comprar?

«Necesitamos». Una palabra tan sencilla. ¿Cómo podía cambiar tantas cosas? Se preguntó si ella se habría dado cuenta de que la había empleado.

Zac: Cosas para el desayuno y la comida. Los ingredientes para la receta del pollo que apuntaste el otro día. Fruta, verdura. Artículos de limpieza...

Ness: ¡Para! -sonreía-. Me hago una idea.

Al principio ella quiso empujar el carro, luego que Zac le explicara las comparaciones de precio y el significado de la lista con la información nutritiva que aparecía al dorso. Lo que normalmente a él le habría llevado treinta minutos se convirtió en una excursión de dos horas.

Cuando terminó de meter las últimas bolsas en la parte de atrás de la camioneta, se sentó ante el volante y se puso el cinturón de seguridad. La miró y frunció el ceño.

Zac: No deberías llevar el cinturón de esa manera.

Ness: ¿Cómo?

Se miró y luego lo observó a él, desconcertada.

Zac se inclinó sobre el asiento e introdujo los dedos entre el cinturón que Vanessa había pasado sobre su vientre y lo bajó hasta dejárselo sobre las caderas.

Zac: He visto advertencias al respecto. Las mujeres embarazadas deberían tener cuidado de no subirse demasiado el cinturón. Si hubiera un accidente, la correa podría dañar al bebé.

Ness: Oh -musitó casi sin aliento-.

Con una claridad súbita e inquietante él fue consciente de lo cerca que se hallaban. Su aliento le agitaba el pelo castaño en torno a las orejas y el brazo que había pasado por el respaldo del asiento era prácticamente un abrazo. Los dedos que había enganchado debajo del cinturón reposaban sobre un suave cuerpo femenino. Al hablar había bajado el cinturón, y en ese momento tenía la mano casi en el cálido hueco donde sus muslos se unían con su cuerpo. Los dedos se apoyaban con firmeza contra ella debido a la presión de la correa.

Vanessa se quedó inmóvil.

También Zac, principalmente porque todo su ser se hallaba librando una batalla en su interior: la parte caballerosa que sabía que debería apartarse contra el impulso puramente masculino de alargar los dedos y rozar la piel sensible que sabía que se hallaba justo al alcance de su mano cerrada. No sabía quién iba a ganar.

Entonces ella le quitó la elección.

Despacio, alzó la mano y le tomó la muñeca. Era una señal evidente de que se detuviera. Aunque no se la apartó, solo giró la cabeza y lo miró con ojos grandes e interrogadores.

El deseo de bajar la cabeza y tomarle los labios estuvo a punto de superarlo. Pero se lo había prometido. Nada de besos.

¡Maldita promesa!

Sin dejar de mirarla, despacio, muy despacio, deslizó la mano por debajo de la correa, acariciando su piel con el dorso al retirarla, subiendo para dejar que uno de sus nudillos le rozara un pezón, que provocó que ella contuviera el aliento.

Sin decir una palabra, quitó el brazo del respaldo y centró su atención en arrancar el vehículo. Ninguno habló en todo el trayecto a casa. Aunque a Zac le costó contener el entusiasmo que sentía en su interior.

Ella había dicho basta de besos, pero no mencionó una palabra sobre tocarse... ni había puesto objeción a lo que había sido algo más íntimo que muchos besos que él había dado.

Vanessa se preguntó en qué diablos había estado pensando.

Mientras se refrescaba antes de reunirse con él para preparar la receta del pollo, se llevó un paño húmedo a las mejillas que le ardían por el recuerdo de sus dedos duros y calientes sobre su cuerpo. Si hubiera estado desnuda, esos dedos habrían reposado sobre el vello rizado que protegía su parte más íntima.

«Si hubieras estado desnuda, él habría hecho mucho más con esos dedos».

Gimió y se pasó la toalla pequeña por toda la cara. Era una imbécil gobernada por sus hormonas. Y no se refería solamente a las hormonas del embarazo. Ni siquiera era capaz de encontrarse en el mismo cuarto con él sin que el corazón le latiera más deprisa y la mente invocara imágenes de su cuerpo sólido y exigente contra el suyo suave y complaciente.

Quedarse en su casa era lo más estúpido que había hecho desde... bueno, desde que se acostó con un perfecto desconocido y quedó embarazada.

Pero en su corazón no consideraba un desconocido a Zac. Ni entonces ni en ese momento. Puede que no se conocieran muy bien pero su cuerpo y su alma sabían todo lo que había que saber y que le garantizaba que era el único hombre al que jamás desearía.

Se quitó el paño de la cara y se observó en el espejo del cuarto de baño.

Oh, no. ¡No, no, no, no, no! No estaba enamorada de Zac Efron.

Él no la quería, al menos no fuera de lo meramente físico, y ella se había prometido no tejer más fantasías tontas y románticas en torno a ese hombre.

Pero le costaba hacer que su corazón prestara atención al sentido común. Toda su vida había soñado con un hombre que pudiera derribar la fortaleza de seguridad a su alrededor para llevarla a un mundo en el que pudiera ser una persona normal. Los últimos días le habían brindado más satisfacción que la conocida en toda su vida.

No podía dejar que su estilo de vida la confundiera. No podía enamorarse de él solo porque representaba el tipo de vida que siempre había anhelado en lo más recóndito de su corazón.

Pero en cierto sentido esa experiencia había sido buena para ella. Estaba decidida a no permitir que su bebé se criara en un entorno cerrado. No era ciega al hecho de que quizá siempre necesitara un cuerpo de seguridad, pero pensaba hacer que su hijo llevara una vida que fuera lo más normal posible.

Y eso no incluía ser escoltada a todas partes todos los minutos del día. Hasta ese momento, Zac la había tratado tal como habían hecho siempre sus padres. Quizá se sintiera contento con su estilo de vida, pero era obvio que no lo consideraba el adecuado para ella.

Al dirigirse a la cocina no dejó de repetirse que no lo amaba.

Zac: ¿Lista para otra lección de cocina americana?

Él se hallaba junto al mostrador, donde había reunido todo lo necesario para el pollo.

Ness: Lista para otra lección de cocina -corrigió de buen humor, acercándose-.

Le costaba mirarlo a los ojos después de los pensamientos que había tenido, de modo que se concentro en lo que iban a hacer.

Sin pensar en sus actos, abrió las puertas del armario que había sobre el fregadero y sacó un escurridor, detergente y un trapo para secar. Automáticamente comenzó a llenar el fregadero con agua caliente.

Zac: ¿Qué haces?

Ness: Preparar las cosas para que podamos ir lavando a medida que ensuciamos -lo miró-.

Zac: ¿Desde cuándo una princesa piensa en limpiar? ¿No dispones de criados para esas tareas menores?

Ness: A ti te educaron como a mí -repuso-. Ya conoces la respuesta.

Zac: No es verdad. ¿No recuerdas? Casi toda mi infancia la pasé en un internado. Y, créeme, en esas venerables instituciones se aprende a limpiar.

Ness: ¿Servicio de cocina durante el desayuno? -sonrió, decidida a mantener una distancia cívica entre ellos-.

Después de todo, era su anfitrión.

Zac: De vez en cuando -hizo una mueca-. El servicio de los lavabos era peor.

Ness: Aunque hay una tremenda satisfacción al ver cómo brillan la porcelana y el acero gracias a los esfuerzos personales -los ojos le brillaron divertidos-.

Zac: ¿Y tú cómo lo sabes? -enarcó las cejas-. No te imagino fregando los retretes en los castillos de la familia.

Ness: Yo tampoco -rió-. Pero durante los últimos tres años, he trabajado como voluntaria en un hospital infantil.

Zac: ¿Y te pedían que limpiaras los baños?

Ness: Hacía todo lo que fuera necesario -respondió con seriedad-. Sería un ejemplo terrible para los demás verme elegir tareas como si fuera demasiado importante para eludir algunas.

Zac no quiso dejar que viera lo mucho que lo había impresionado su actitud. Por derecho, tendría que haber sido la mujer más consentida y caprichosa, pero, de hecho, era una de las mujeres más concienzudas y sensatas que había conocido en mucho tiempo.

Zac: Bien dicho -fue lo único que comentó-. Y ahora, ¿estás lista para preparar tu primer plato americano?

Ness: Lista -rió-.

No fue hasta más tarde cuando se quebró su frágil tregua.

Juntos prepararon la receta que ella había copiado, que, por fortuna, era bastante sencilla. A insistencia de Vanessa, limpiaron los platos a medida que se iban ensuciando, para que al final no se les acumulara un gran desorden. Él se dio cuenta de que trabajaban bien juntos. Eso sería de utilidad después de haberse casado, ya que al menos eran compatibles en algo.

«Después de haberse casado». Unas semanas atrás... diablos, apenas unos días atrás, habría pensado que cualquiera que mencionara el matrimonio y a Zac Efron en una misma frase estaba loco.

Pero todo eso había cambiado. ¿Cuándo lo había comprendido? Decidió que lo mejor sería aclarar cuanto antes las cosas entre ellos. Guardó un cuenco en el armario y se volvió hacia ella. Vanessa lo miró desconcertada, con cautela en los ojos al ver que le tomaba las manos.

Zac: Vanessa. Cásate conmigo.

Puede que no fuera la proposición más romántica del mundo, pero tampoco estaban enamorados ni nada por el estilo. Para él eso era estrictamente una necesidad, con el fin de darle su apellido al bebé.

Ness: No, gracias -repuso con tanta calma como si declinara un segundo plato-.

Se soltó y apoyó las manos en las caderas.

Reinó un silencio prolongado y tenso mientras el cerebro de Zac procesaba el hecho de que lo había rechazado. ¡Lo había rechazado!

Zac: ¿No, gracias? -repitió con voz serena-. ¿Existe la posibilidad de que te expliques?

Ness: Me haces un gran honor con tu propuesta -explicó con formalidad y cortesía, sin mirarlo a los ojos-. Pero no tengo deseos de casarme solo para proporcionarle una unidad familiar al bebé. Tú y yo llevamos vidas muy distintas.

Zac: Es verdad -corroboró con tono sombrío, irritado porque hubiera reducido su propuesta a una simple cuestión de conveniencia, evitando el hecho de que él había hecho lo mismo unos minutos atrás-. Y bajo ningún concepto pienso regresar a casa... ni por ti ni por nadie.

Ness: ¡No te lo he pedido! -exclamó sin mucha serenidad-.

Giró y se quedó mirando por la ventana, de espaldas a él.

Zac: Pero te gustaría, ¿verdad? Si me cuadrara como un buen súbdito y...

Ness: Si fueras un buen súbdito -cortó, dándose otra vez la vuelta-, serías más rechazable aún.

Zac: Bueno, pues tú tampoco representas mi primera elección -su tono combatiente le había dolido-. Mi plan era casarme con una estadounidense que no tuviera ni una gota de sangre azul ni aspiraciones a un título, cuando yo estuviera preparado para ello. Una «princesa» no es lo que colma mis aspiraciones.

Ness: ¡Estupendo! -tenía el rostro acalorado y, a menos que Zac se equivocara, los ojos le brillaban por las lágrimas contenidas-. Entonces no tendrás problemas en aceptar que hiciste lo honorable al proponérmelo y que yo decidí rechazarte.

Zac: ¡Perfecto! -ya estaba tan furioso como ella. Entonces pensó en lo que acababa de decir-. Aguarda un momento. «No» es perfecto. Mi hijo no nacerá siendo un bastardo.

Ness: Es una palabra desagradable y no me gusta que la apliques a nuestro bebé -frunció el ceño-.

Zac: ¿Por qué no? Otras personas lo harán.

Ness: No se atreverán.

Una de las lágrimas logró superar el dique de contención y cayó por su mejilla.

Zac: Claro que sí. Ya sabes cuánto le gustan los cotilleos a la gente. Imagina la carnaza que proporcionará una relación ilícita entre miembros de las casas reales de Wynborough y Thortonburg... -la expresión que vio en su cara lo paró en mitad de la frase. Tras un pesado silencio, continuó-. No se lo ibas a contar, ¿no? -una parte de él se preguntó por qué le molestaba tanto. Después de todo, lo libraría de un matrimonio inconveniente y garantizaría no volver a verse inmerso en la telaraña de su padre. Pero una parte aun más grande rechazaba la idea de que su hijo no llevara su nombre-. Ni siquiera se lo ibas a contar –acusó-. Pensabas ir a Wynborough con el bebé en tu vientre y jamás contarle a tus padres quién era su progenitor, ¿verdad?

Ness: ¿Por qué no? Tiene sentido -todavía tenía el rostro acalorado por la furia-. Ninguno de los dos quiere casarse con el otro. Tú no planeabas ser padre en este momento. No hay motivo para que te involucres en mi vida.

Zac: ¿Ningún motivo? -estaba tan colérico que cerró las manos para contenerse de no alargarlas hacia ella-. Vas a tener a mi hijo en unos meses. Mi hijo. No el de un hombre anónimo a quien puedas descartar por su papel insignificante en la gestación -rodeó el mostrador hasta situarse a unos centímetros de ella y continuó hablándole a la cara-: El bebé va a ser legítimo, aunque tenga que atarte y llevarte en avión a Las Vegas para celebrar una boda rápida.

Ness: No te atreverías -abrió mucho los ojos-.

Zac: Ponme a prueba -invitó-. Y mientras estamos en esto, llamaré por teléfono a tus padres. Seguro que el rey se alegrará al saber que he hecho lo correcto contigo.

Ness: No puedes contárselo a mis padres -se puso pálida-. Este bebé no puede ser... -calló bruscamente, apoyó una mano en el mostrador y se tambaleó-. Me siento...

Él no esperó más. Nunca antes había visto desmayarse a nadie, y no pensaba empezar en ese momento. Se plantó a su lado y la abrazó.

Ella se sobresaltó, gimió y apoyó la cabeza en su pecho. Pasado un momento, la condujo al salón y la tendió en el sofá, luego colocó un cojín bajo sus pies.

Vanessa volvió a gemir, pero en ese instante fue un sonido de alivio. La tensión que atenazaba la garganta de Zac se suavizó un poco; la apartó con delicadeza y se sentó a su lado.

Zac: ¿Puedo traerte algo? -preguntó dominado por la preocupación, y no le importó que ella lo notara-.

Ness: No, me pondré bien -tanteó en busca de su mano-. Solo... no te vayas.

Los dedos pequeños de ella encontraron los suyos y él quedó asombrado por la fuerza de la emoción que rugió en su interior. Volvió a sentir un nudo en la garganta y se vio obligado a carraspear antes de apretarle la mano y decir:

Zac: Estoy aquí.

Pasó un largo rato. La observó detenidamente. Vanessa tenía los ojos cerrados y poco a poco un cierto color sustituyó la palidez de su rostro. Aflojó un poco el apretón de su mano. Aun así, él no hizo ademán de soltarla.

Ness: Lo siento -musitó-.

Zac: No tienes por qué. Soy yo quien debe sentirlo -enfadado consigo mismo, apartó la vista-. Tendría que tratarte con más cuidado...

Ness: No siento haber estado a punto de desmayarme -corrigió con una sonrisa-. Me refería a que lamentaba haber discutido contigo. Por lo general no soy así.

Zac: No hay nada por lo que debas disculparte -aseveró-. No eras la única que gritaba, por si no te diste cuenta.

Ness: Lo hice -manifestó. Entonces se puso seria-. También lamento haber tratado tus sentimientos y deseos como si no contaran para nada. No quiero negarte a tu hijo.

Zac: Podemos hablar de eso más tarde -indicó ansioso por evitar más discordia ese día-.

Puede que ella aún no comprendiera que el matrimonio no era negociable; se trataba de un hecho pero no ganaría nada provocando su antagonismo en ese momento. Un olor extraño invadió su olfato, como si algo estuviera quemándose...

Zac y Ness: ¡El pollo! -gritaron al unísono mientras Zac corría a la cocina-.




Zac, si te quieres casar con Vanessa, cúrratelo un poquito más XD

¡Thank you por los coments y las visitas!

Qué pena lo del padre de Ness v.v Menos mal que lo habéis dicho, si no, no me entero. Y ella ha seguido actuando y todo, Qué profesional. Bueno, mucho ánimo a su familia.

¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanto el capitulo.
Ness deberia dejar de discutir por todo con Zac, ya que el me parece que se esta enamorando de Ness.
Me encanta esta pareja! Son tan iguales pero diferente a la vez.
Amo la nove!!!




Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Pero qué lindo capítulo
Esta novela cada vez me gusta más
Me encanta por que en la su mente zac la quiere
Pero no se lo dice
Pero claro que se muere por casarse con ella
Sigue la novela por favor es muy buena


Saludos

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