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domingo, 7 de febrero de 2016

Capítulo 5


Casarse con él era impensable.

Mientras se aplicaba rimel en las pestañas varios días después, Vanessa sintió una patadita en el costado derecho de su caja torácica. Apoyó la mano con suavidad en su vientre y volvió a pensar en el padre del bebé que crecía en su interior.

¿Qué iba a hacer? No había dado la impresión de que bromeara cuando le dijo que se iban a casar. Aun cuando sabía que él no la amaba, que ella era la última mujer en el mundo a la que tomaría por esposa por propia voluntad, pensaba casarse con el fin de proporcionarle una herencia legítima al bebé.

Sin duda, una intención admirable. Lo sería todavía más si no fuera ella con quien lo hiciera. Los intensos ojos azules de Zac se materializaron en su mente y gimió. Si no fuera tan atractivo, irresistible, adorable...

Desde su última confrontación se habían mostrado tan corteses como dos conocidos circunstanciales, evitando todo lo que resultara controvertido. La había llevado al Desfile del Sol, habían contemplado el comienzo de una competición de globos aerostáticos y, al amanecer del día anterior, fueron al desierto para contemplar la salida del sol. Se había mostrado gentil, amistoso... y tan distante como la luna.

Era imposible que se casaran. Aparte de la atracción que parecía cargar el aire entre ellos, no tenían nada en común. Ella amaba y respetaba a su familia. Aunque Zac había hablado poco de la suya, había recibido la clara impresión de que no estaba especialmente encariñado con los suyos.

Ella había recibido una educación que no la había preparado para ningún trabajo práctico, mientras que él había empleado sus estudios para labrarse una carrera excepcionalmente exitosa.

No, el matrimonio quedaba descartado, sin importar lo que Zac había dicho sobre Las Vegas.

El bebé se movió bajo su mano. Suspiró. No solo anhelaba tenerlo en brazos, sino que le entusiasmaba la idea de volver a tener una cintura estrecha. Extrañaba su figura esbelta, la que tenía cuando se conocieron y no sabían quiénes eran.

Una llamada a la puerta la sobresaltó y estuvo a punto de tirar el pincel del rimel.

Zac: ¿Estás lista?

Ness: Casi. Dame un momento.

Terminó de aplicarse el maquillaje y recogió la chaqueta y el bolso de la cama. Abrió la puerta, salió al pasillo y contuvo el aliento al verlo.

Con una sencilla camisa color crema y unos pantalones caqui, era más atractivo que cualquier otro hombre con un esmoquin. Sonrió al verla.

Zac: ¿Lista?

Ness: Lista -al escoltarla por la casa ella añadió-: Aunque sería agradable saber adónde vamos.

Zac: Te dije que se trataba de una sorpresa -volvió a sonreír. La llevó al garaje y le abrió la puerta del Mercedes que tenía aparte de la camioneta-. Deberás esperar para verlo.

Condujo hacia el nordeste por la ciudad rumbo al aeropuerto municipal de Scottsdale, donde al parecer había contratado un vuelo. Pero cuando entraron en la pista, Vanessa se detuvo y opuso resistencia a la mano que la instaba a seguir.

Ness: Es un avión pequeño -manifestó consternada-.

Aunque a menudo había realizado vuelos en aparatos pequeños entre Wynborough y el Reino Unido, ese avión parecía de juguete. Dos hombres saludaron al ver a Zac y de nuevo él la instó a continuar.

Zac: Es un bimotor y es mayor que algunos aviones privados -explicó-. Ésos son el piloto y el copiloto.

Ness: ¿Hacen falta dos hombres para llevar algo tan pequeño?

Zac: Por lo general, no. Casi siempre se usa para vuelos de ocio alrededor de la ciudad.

Ness: ¡Aja! Así que saldremos fuera de Phoenix.

Ya habían llegado junto a los pilotos, y tras unas rápidas presentaciones la condujo por unos escalones estrechos que daban a un receptáculo diminuto.

Por dentro era mucho más bonito de lo que ella había esperado. Se lo tenía merecido por olvidar que aunque Zac podía actuar como un hombre de negocios americano, tenía una pequeña fortuna a su disposición.

Ness: ¿Y ahora puedo saber adónde vamos? -preguntó al ocupar uno de los cómodos asientos de piel-.

Zac: En realidad, tenemos dos destinos. Aunque el primero solo lo sobrevolaremos. Relájate y disfruta.

Él le transmitió su buen humor, y cuando el pequeño aparato despegó y se dirigió al norte, se relajó y disfrutó de la vista cada vez más distante de la ciudad y de la interesante mezcla de desierto y montañas que la rodeaba.

Zac: Eso es Flagstaff -le informó unos minutos más tarde-. Y en un minuto, si miras por la ventanilla, verás el punto más alto de Arizona, Humphrey's Peak.

Vanessa siguió mirando por la ventanilla las cumbres y valles por los que pasaron; entonces volaron por encima de un bosque denso.

Ness: ¿Dónde nos encontramos ahora? -inquirió-.

Zac: Sigue mirando -se soltó el cinturón de seguridad y se arrodilló a su lado-. Dentro de uno o dos minutos, podrás verlo.

Ness: ¿Ver que?

Era muy consciente de su cuerpo grande tan cerca, del olor a hombre recién duchado y a colonia. Para distraerse, sacó el codo hacia sus costillas, pero la esquivó, riéndose entre dientes. Le resultaba imposible resistirse a él con ese humor; además, ya estaba cansada de obligarse a soslayar la atracción de la sensualidad que prometían sus ojos.

Zac: Mira -musitó en su oído-.

Ness: ¡Oh! Es... es increíble. Hermoso. Enorme -debajo del pequeño avión el Gran Cañón se ensanchaba y profundizaba más de lo que ella habría creído posible. Abrumada, se volvió hacia él-. ¡Oh, Zac, gracias! No esperaba llegar a verlo en este viaje.

Su rostro estaba apenas a unos centímetros, con sus anchos hombros y los brazos aferrados al asiento creando un pequeño refugio de intimidad. Antes de que ella se permitiera pensar demasiado en ello, se adelantó y le dio un beso fugaz en los labios. Luego giró rápidamente la cabeza y volvió a mirar por la ventanilla.

Zac: ¿Qué ha pasado con la orden de «no besar»? -preguntó con la boca pegada a su oído-.

Vanessa tuvo que respirar hondo varias veces para no girar y arrojarse a sus brazos. Carraspeó.

Ness: Yo establecí la regla. Si me apetece, puedo romperla.

Él rió y con los brazos la rodeó despacio por detrás, pegándola a su pecho al tiempo que la envolvía con su calor y con la sensación de sus duros antebrazos sobre el vientre. Los pechos de Vanessa reposaban contra sus brazos y su respiración comenzó a acelerarse al sentir la oleada de deseo que la recorrió de arriba abajo.

El avión se ladeó a la izquierda para alejarse del sol de la mañana y poner rumbo al oeste mientras seguía la brillante franja que era el poderoso río Colorado, que serpenteaba a través del cañón. Éste se estrechó, volvió a ensancharse y al final bajo ellos apareció un lago enorme y resplandeciente.

Zac: Es el Lago Mead -explicó-. Es artificial, resultado de la Presa Hoover, que verás en un minuto.

La presa quedó atrás y una vez más pusieron rumbo al oeste. La llanura del desierto se extendía debajo de ellos, y en la distancia, como un espejismo, se alzaba una especie de ciudad...

Ness: ¿Dónde estamos? -inquirió con cierta suspicacia-.

Zac: ¿No reconoces la Ciudad del Oropel? Me habría gustado traerte por la noche, pero entonces no habríamos podido ver el cañón.

Con displicencia retiró los brazos y se irguió para regresar a su asiento y ponerse el cinturón de seguridad, como si el abrazo no lo hubiera afectado.

Ness: ¡Las Vegas! ¿Vamos a Las Vegas?

No sabía si mostrarse aprensiva o excitada. No podía ser una coincidencia que la hubiera llevado allí cuando durante días había flotado entre ellos el tema del matrimonio.

Zac: Es un lugar único.

Ness: Mi hermana se casó aquí hace poco -le informó-. No estoy segura de que sea una buena idea.

Zac: Pensé que te gustaría pasar el día en ella -se encogió de hombros-. Si no es así, podemos repostar combustible y volver a casa.

Ness: No, no se trata de eso. Sé que lo pasaré bien. Pero...

No había modo de decirlo sin parecer paranoica y tonta. «¿Tengo miedo de que me obligues a casarme contigo?» Era demasiado ridículo.

Como si le leyera el pensamiento, Zac apoyó con delicadeza una mano en su hombro.

Zac: Te gustará, te lo prometo. Jamás te obligaría a hacer algo que no quisieras.

Y así, media hora después, se encontró en un taxi con destino a una ciudad que jamás dormía.

Primero la llevó al Caesar's, a través de los casinos hacia la enorme plaza comercial que había detrás. Comieron en un restaurante italiano en la zona central.

En el Mirage, Zac había comprado billetes para un espectáculo de magia que incluía unos increíbles efectos especiales, aparte de números con animales. Al finalizar, la escoltó a la recepción, donde la mención de su nombre produjo un servicio rápido y eficaz en una oficina privada.

Al guardar la llave que le dieron, le sonrió al ver la expresión de asombro en su rostro mientras iban al ascensor.

Zac: Bueno, no se puede esperar pasar todo el día sin descansar, ¿no? He reservado una suite para que puedas dormir un poco si te apetece.

El botones que los condujo a la habitación no parpadeó cuando Zac le dijo que no tenían equipaje.

**: Muy bien, señor.

Fue su reacción antes de cerrar la puerta, dejándolos en el vestíbulo de la espaciosa suite.

Zac recorrió la estancia como si fuera uno de los tigres que acababan de ver, abriendo puertas y armarios.

Zac: El dormitorio está por ahí -señaló-. ¿Por qué no te echas un rato?

Aunque odiara reconocerlo, Vanessa se sentía cansada. El día había estado lleno de diversión y estímulos. Aunque de momento no había ganado mucho peso, los cuatro kilos que ya había incorporado a su esbelta figura marcaban una diferencia, y le dolían los pies.

Ness: ¿Qué vas a hacer tú?

La idea de dormir en el único dormitorio mientras Zac deambulaba por el salón la hacía sentir irracionalmente vulnerable.

Zac: Ya encontraré algo en qué ocupar una o dos horas -aseguró-. Bajaré a jugar el suficiente dinero para satisfacer a nuestros anfitriones. Volveré a eso de las seis, ya que quiero mostrarte el volcán que hay en el exterior del hotel y luego que veamos cómo el barco pirata se enfrenta a los británicos en la Isla del Tesoro. Debes verlo para creerlo. Luego cenaremos algo.

Ness: Suena estupendo -le sonrió y él la inmovilizó con la mirada-.

Zac: ¿Lo bastante como para darme otro beso? -preguntó con voz ronca-.

Todos los nervios de su cuerpo cobraron vida. Quería besarlo y no deseaba hacerlo.

Ness: ¿Es el precio para hoy? -dijo, ganando tiempo-.

Zac: El día no tiene precio -cruzó la estancia-. Será una bonificación por un servicio extraordinario.

Ness: Bien -lo tuvo justo delante y se vio obligada a alzar la cabeza-. Supongo que lo mereces. Ha sido un día espectacular.

Bajó la vista al cuello de la camisa abierta de Zac, a la espera de que él tomara la iniciativa.

Zac: Pero a mí no se me permite besarte, ¿recuerdas?

Respiraba más deprisa y sus ojos mostraban una mayor intensidad que la habitual, llenos de deseo.

Ness: Lo había olvidado -musitó-. En ese caso... -respiró hondo para hacer acopio de valor, se aproximó a él, alzó las manos para equilibrarse en sus hombros y se puso de puntillas-. Gracias -susurró y plantó un beso suave en su boca sonriente-.

Él le sujetó las muñecas para que no se moviera al tiempo que emitía un sonido de aprobación. Y antes de que ella pudiera apartarse, su boca se tornó más exigente. Zac pasó a controlar el beso y Vanessa gimió al experimentar unas sensaciones que le contrajeron las entrañas con un deseo contenido durante días.

Las manos de ella se aferraron a sus hombros y él deslizó las suyas para recorrer el contorno de su cuerpo mientras con los labios le exigía una respuesta que Vanessa dio sin pensar, sin titubeos. Zac le acarició las caderas y luego se apoderó de sus curvas suaves para pegarla a su cuerpo, aturdiéndola con la promesa dura y cálida de su gran solidez.

Eso era lo que recordaba Vanessa de su primer encuentro, esa atracción magnética que borraba toda decisión consciente y la impulsaba hacia él. La dura exploración de su lengua buscó las mismas reacciones de ella. Contra su vientre se inflamó una tensa carne masculina, y cuando la levantó en brazos y su erección encontró el rincón oculto de calor entre sus muslos, ambos gimieron.

Las manos de Zac le acariciaron de forma despiadada la espalda. Deslizó una palma grande por sus costillas hasta encontrar y cubrir un pecho. A través de la ropa buscó con el dedo pulgar una cumbre tierna, con la que jugueteó hasta conseguir que sobresaliera y enviar saetas de excitación al palpitante núcleo que había entre las piernas de ella. Vanessa se pegó más a él. Y como si Zac reconociera su necesidad, introdujo un muslo entre los suyos con una presión ascendente hasta que la acercó de forma inexorable al borde ciego de la pasión.

Cuando al fin le soltó la boca y bajó los labios por su mandíbula hasta la piel vulnerable bajo el cuello, que succionó y lamió al tiempo que establecía un ritmo incesante para continuar hasta la plenitud superior de sus senos. Frustrado al no conseguir apartar la tela de la blusa, decidió cerrar los labios sobre el invisible pezón duro para succionarlo con ardor.

Ella lanzó un grito cuando la onda de placer reverberó por su cuerpo, y aunque luego no lo recordaría, arqueó la espalda y sus manos lo agarraron por el pelo para acercarlo aún más. Zac separó una mano de su espalda y comenzó a desabotonarle la blusa lo suficiente para hacer la tela a un lado y liberarle el pecho del sujetador.

La boca sobre su piel desnuda fue otra maravilla. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Los pensamientos lógicos se desvanecieron y se entregó a la centelleante magia que fluía entre ellos; sus rodillas cedieron y se hundió en la mullida alfombra, tirando de él. A los pocos minutos, se hallaron tendidos entre una maraña de extremidades que luchaban por desnudarse a medida que exploraban las partes que iban desnudando.

Cuando Zac le quitó las braguitas que aún encajaban bajo la protuberancia de su vientre, se echó atrás para contemplarla largo rato, estudiando los cambios en su silueta desde la última vez que habían estado juntos. Ella se ruborizó bajo su intenso escrutinio; alzó una rodilla y se cubrió los pechos con los brazos.

Él rió entre dientes, luego se estiró a su lado, apoyándose en un codo y colocando una pierna caliente y velluda sobre la suya al tiempo que tiraba con suavidad hasta que Vanessa relajó los brazos de esa postura tan defensiva. Inclinó la cabeza y depositó un beso leve sobre la cresta del pecho más cercano.

Zac: Eres tan hermosa -comentó casi con reverencia-. La primera vez, en la oscuridad, me habría gustado verte mejor.

Bajó la palma abierta de la mano por su cuello, pasó por el valle entre sus senos, continuó por el ombligo y al final la frenó en el sitio donde su hijo yacía protegido.

Entonces se inclinó sobre ella y la besó profundamente, acariciando la piel sedosa hasta que Vanessa se arqueó y dejó escapar gemidos pequeños cada vez que su mano se adentraba en territorio sensible. Ella no quería hablar, no quería pensar. Solo anhelaba sentir, saborear cada roce de sus dedos, cada centímetro del cuerpo que tenía pegado al suyo.

La mano de Zac bajó más y más por su vientre en dirección a la cálida zona de rizos, provocando que ella soltara un grito aturdido cuando la exploración continuó. Un dedo largo se deslizó entre los suaves pliegues y extendió la humedad que encontró allí en círculos cada vez más amplios hasta que las uñas de Vanessa se clavaron en sus hombros en un intento por acercarlo.

Él respondió con el cuerpo a su súplica silenciosa, situándose encima de ella para acomodarse en el espacio que le brindaba entre sus muslos. Vanessa pudo sentirlo, palpitante y sedoso contra su vientre; deslizó una mano entre los dos con la necesidad de notar la prueba del deseo que despertaba en él. Zac gimió cuando cerró la mano a su alrededor y de forma involuntaria la embistió con las caderas, luego capturó sus dedos y se los besó antes de inmovilizarle las dos manos por encima de la cabeza.

Despacio se echó hacia atrás y permitió que su excitada masculinidad encontrara el camino entre sus muslos, insistiendo con suavidad y firmeza hasta que el resbaladizo canal que se había preparado se abrió. Entonces embistió con un único movimiento, penetrando en ella en la unión final mientras la besaba una y otra vez, besos duros y abrasadores que hablaban con más claridad que las palabras del control que ejercía sobre sí mismo. Ella se retorció bajo su cuerpo para asentarlo con más solidez, luego meneó un poco las caderas y disfrutó con la fricción húmeda de la carne contra la carne.

Al observar sus rasgos notó que el corazón se le colmaba de amor. Era ridículo negarlo. Puede que nunca se lo contara a él, pero resultaba una necedad fingir que no lo amaba. Lo amó desde aquella primera noche, cuando fue todo suyo sin el equipaje añadido que encharcaba sus sentimientos y relaciones.

Él la besó otra vez como si nunca fuera a parar; Vanessa cerró los ojos con el deseo de grabar en su mente cada momento con el fin de preservar esos instantes preciados para los días largos y solitarios que temía que fueran su único futuro. No sabía qué le depararía el resto de su vida, solo tenía la certeza de que Zac no estaría, y dudó que alguna vez pudiera sentir por otro hombre lo que experimentaba por él. Había sucedido con sus padres... un amor que desafió la clase social y las expectativas, y a ella la habían educado para respetar la unión sagrada de dos almas. El matrimonio no debía tener lugar a menos que existiera el amor entre las dos partes involucradas.

Zac se apartó y luego volvió a embestir, y las sensaciones que le producía su cuerpo allí donde se movía en ella eran tan exquisitas que no fue capaz de contener el suave sonido de necesidad que escapó de sus labios.

Zac: Pensé en ti -confesó con voz ronca sobre su oído-. Tantas veces que estuve a punto de subir a un avión para ir a buscarte.

Era la primera vez que recibía algún indicio de que él pudiera haberse visto igual de afectado que ella por su noche de amor, y resultó ser el afrodisíaco más poderoso que había conocido.

Ness: Ojalá lo hubieras hecho -susurró-.

Luego alzó aún más las piernas, agarró la estrecha cintura de él y se entregó al momento. Cuando Zac comenzó a moverse más deprisa, ella respondió en igual medida. Le soltó las muñecas y se apoyó en esa mano, mientras Vanessa apoyaba los dedos sobre sus hombros y sentía el calor y el sudor, la palpitante tensión que iba en aumento. El rítmico embate fue más de lo que pudo soportar.

Con un grito incoherente se convulsionó y retorció en sus brazos a medida que era recorrida por su clímax. Zac la siguió casi de inmediato, como si la hubiera estado esperando; ella lo rodeó con los brazos y tenuemente sintió las pulsaciones de su liberación al invadirla con su calidez. Poco a poco recuperó la conciencia cuando el éxtasis se convirtió en una satisfacción aletargada.

Bostezó contra su pecho y sintió la risita de él, que intentó apartarse.

Ness: Quédate -le pidió con los brazos en torno a sus hombros-.

Zac: Eso es lo que pretendo -le apartó el pelo de la cara y se detuvo en la curva de su mejilla-. Pero he de moverme. No quiero lastimarte ni a ti ni al bebé.

Con resistencia, aflojó los brazos y odió el momento en que él se separó, pero casi de inmediato se echó de espaldas a su lado y la movió hasta dejarla acurrucada junto a su cuerpo. Nunca en su vida Vanessa se había sentido tan satisfecha. Suspiró, cerró los ojos y cayó en un sueño seguro en sus brazos.

Dos horas más tarde, Zac salió de la ducha y se envolvió la cintura con una toalla. En silencio avanzó por el dormitorio y, en cuanto sonó la llamada a la puerta que había estado esperando, fue a abrir antes de que el hombre que había del otro lado pudiera volver a llamar.

**: Las cosas que solicitó, señor.

Dijo el botones, introduciendo un carro del que colgaban unas perchas con ropa y bolsas en el anaquel inferior, que contenían artículos para el afeitado, maquillaje, la ropa interior para embarazadas que había especificado, perfume y colonia para hombre... hasta las sandalias de tacón bajo que había encargado para su bella durmiente.

Zac firmó la factura que el otro le presentó con discreción y añadió una propina generosa antes de escoltarlo otra vez a la puerta. Vanessa seguía durmiendo en la cama a la que la había llevado después de hacer el amor, y sospechaba que necesitaba algo más de descanso antes de que comenzara su velada. Ya le iba a costar manejarla cuando descubriera lo que había planeado; no tenía sentido que estuviera cansada además de enfadada.

Había jurado que nunca terminaría como sus padres, y en ese momento hacía casi lo mismo que ellos. Bueno, no exactamente. El matrimonio de sus padres había sido un acuerdo de poder y su madre no fue embarazada a la ceremonia. Aunque tampoco tardó tanto hasta estarlo. El pensamiento lo dejó atónito. No podía imaginar a dos personas menos propensas que ellos a entregarse a sesiones de sexo ardientes, sudorosas y extenuantes. Víctor y Sara eran las personas menos apasionadas que había conocido.

«A menos que se tratara de prestigio y finanzas», pensó con una amargura que no se había mitigado con los años. Su padre vivía para congraciarse con la realeza de todas las naciones europeas que no se habían desprendido de la idea arcaica de una clase gobernante. Cualquiera que intentara frustrar a Víctor en uno de sus incesantes intentos de vincularse con otro nombre real descubría lo apasionado que podía ser.

De niño, Zac no había tardado en descubrir que el protocolo y la etiqueta eran la clave para el éxito en su hogar. Uno no corría a los brazos de su madre a buscar un beso cuando llegaba de un viaje, ni lloraba por haberse lastimado una rodilla. La frase favorita de su padre, sin ninguna duda, era: «los labios firmes».

Tenía decidido que su hijo jamás escuchara palabras semejantes.

Se puso los pantalones negros de noche y la camisa, luego se colocó la pajarita antes de cerrarse los gemelos que había solicitado con los demás accesorios. Se dirigió al pequeño escritorio que había en el salón y le escribió una nota a Vanessa. Después se calzó los zapatos italianos nuevos y el resto del esmoquin.

Salió de la suite. Tenía muchas cosas que hacer si quería casarse con ella esa noche.


En cuanto despertó supo que Zac se había marchado.

La suya era una presencia abrumadora; de haber seguido en la suite, lo habría sabido. Se estiró y mil sensaciones pequeñas le recordaron el amor que habían hecho. Esbozó una sonrisa de satisfacción. Al menos físicamente sabía que la deseaba.

Se sentó despacio, luego se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Se puso uno de los lujosos albornoces que eran regalo del casino, se lavó la cara, y después fue al minibar en busca de una botella de agua.

Sobre la nevera vio una nota. Le explicaba que había encargado ropa y accesorios, que debería vestirse, que regresaría a... ¡santo cielo!

El reloj de la pared le indicó que apenas disponía de veinte minutos hasta su vuelta. Si quería estar preciosa, era mejor que se pusiera en marcha. Recogió los artículos de belleza y regresó al cuarto de baño.

Se dio una ducha rápida. Mientras se ponía las sandalias que había en una de las cajas, oyó que la puerta de la suite se abría. A toda velocidad se aplicó carmín. Luego, con un nerviosismo que no terminaba de entender, se dirigió a la puerta que llevaba al salón.

Antes de llegar ésta se abrió. Zac dio la impresión de llenar el umbral.

Zac: ¿Has dormido bien? -preguntó con calidez mientras avanzaba-.

Ness: Sí, yo... ¡Zac!

La tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo. Su protesta fue solo un formulismo, porque ya había alzado los brazos a su cuello para relajarse en su abrazo. Él le levantó la barbilla con un dedo y la besó, obligándola a abrir los labios con los suyos para invadir la tierna profundidad con su lengua hasta que ella se entregó en inquieta rendición.

Zac: Me gustaría mantenerte desnuda en la cama el resto de la noche -comentó con una sonrisa al separarse-, pero será mejor que te alimente, por el bien del bebé.

Vanessa retrocedió y se alisó el vestido al tiempo que una cálida sensación de esperanza se extendía por su interior. Sonaba tan tierno y preocupado... quizá existiera la posibilidad de que llegara a interesarse por ella como quería... no, necesitaba.

Zac: Estás preciosa -entrelazó los dedos con los suyos-. He visto fotos de tu madre a tu edad y sois iguales.

Ness: Supongo que se trata de genes fuertes -se encogió de hombros-.

Zac: No me extraña que tu padre comente que con ella jamás tuvo una oportunidad -entonces se puso serio y clavó la vista en su vientre-. Si el bebé es niña, tendré que encerrarla para mantener alejados a los chicos.

La sonrisa de ella se desvaneció cuando la escoltó por la puerta y avanzaron por el pasillo.

Ness: No quiero que mi hijo esté tan protegido del mundo exterior como lo estuve yo. Hasta cumplir más o menos los diez años, pensaba que los padres de todo el mundo empleaban a guardaespaldas las veinticuatro horas.

Zac: Aunque comprendo por qué tu padre muestra un exceso de protección.

Ness: Sí -tuvo ganas de hablarle de Mike Flynn, el hombre al que pensaba buscar cuando llegara a Phoenix... el hombre que podía ser su hermano. Estaba descuidando sus deberes, era hora de llamar para ver si había vuelto de su viaje-. Mamá y papá quedaron destrozados cuando lo secuestraron -tembló y se llevó una mano al vientre-. Ni siquiera puedo imaginar lo que debió ser para ellos.

Zac: No -su rostro quedó sombrío-. Estoy seguro de que perder a su único heredero varón fue terrible para tu padre, en especial porque nunca tuvo otro hijo.

Ness: Perder a un hijo fue terrible -alzó la vista con el ceño fruncido-.

Zac: Sí -convino. Llegó el ascensor y las puertas se abrieron-. ¿Vamos, mi pequeña princesa?

Primero se dirigieron a la parte frontal del hotel, donde él había reservado un lugar junto a la barandilla delante del volcán. A pesar del calor, aún oscurecía relativamente pronto y ya estaba a oscuras. Tras una breve espera, el volcán estalló.

Vanessa se mostró entusiasmada con la exhibición. Llegaron a la Isla del Tesoro justo a tiempo para ver a la fragata británica entrar en combate con el barco pirata. Vanessa aplaudió en el momento en que los cañones centellearon, y cuando el buque británico se hundió con el capitán en el puente de mando, quedó boquiabierta al contemplar el tricornio flotando en las aguas. Cuando el barco volvió a salir a flote tras una tensa espera y el actor que representaba al capitán soltó un chorro de agua hacia el aire, se partió de risa.

Después él la llevó a un elegante restaurante francés con sillas tapizadas con fina piel color burdeos, luz tenue y flores en las mesas con manteles de lino. Una vez sentados, le sonrió.

Zac: Parece un crimen venir a un lugar así y no beber vino, pero a ti no se te permite probar el alcohol.

Ness: Una copa pequeña sería aceptable. Ya sabes, tiene valor nutritivo.

Zac: Hmm -enarcó una ceja-. Si tú lo dices.

Durante la cena charlaron siguiendo el ritual de las parejas que quieren llegar a conocerse más. Como él parecía fascinado, Vanessa dejó que la interrogara, y le contó una historia tras otra de las situaciones en las que se habían visto envueltas sus hermanas y ella de niñas.

Ambos declinaron el postre, y mientras Zac bebía un café solo y ella uno descafeinado, ella aprovechó la conversación para hacerle algunas preguntas. Aunque le costó, al final le contó cómo terminó sus estudios en Oxford y decidió ir a estudiar arquitectura a Harvard, decisión que irritó a su padre. A pesar de que no se extendió, ella percibió que la historia tenía muchos más detalles.

Ness: ¿Y cómo pasaste de estudiar en Harvard a ser el propietario de una empresa de construcción?

Zac: Llegué a la conclusión de que deseaba diseñar estructuras únicas -se encogió de hombros-. Pero también quería que las levantaran de acuerdo a los patrones de calidad que yo imaginaba, de modo que fundar mi propia empresa pareció el paso más lógico.

Ness: No creo que hiciera feliz a tu padre -pensó en el Gran Duque que ella conocía-. Está muy aferrado a la tradición. ¿No te quiere tener cerca, para que algún día te ocupes del reino?

Zac: Los planes que pueda albergar mi padre para mi vida son irrelevantes -repuso tras un pesado silencio-. Amenazó con repudiarme cuando no quise obedecerlo, aunque aún no ha recurrido a eso. De vez en cuando pasa por Phoenix o me llama para darme sermones, pensando que seré menos obstinado con los años. De modo que si tu padre esperaba cimentar su relación con Thortonburg a través de mí, cometió un grave error de cálculo. Habría hecho mejor en arrojarte a los brazos de mi hermano menor.

Las palabras resultaron un ataque tan inesperado que ella sintió como si la hubiera abofeteado. Con manos temblorosas, dejó la taza de té en el plato.

Ness: Ya te lo he dicho antes, mi padre no está en absoluto interesado en arreglar matrimonios para ninguna de sus hijas. Ellos se enamoraron y se casaron, y nos han dado la misma oportunidad a nosotras.

Zac: Hace décadas que mi padre y el tuyo pactaron un acuerdo para que una de vosotras se casara conmigo -bufó-. Pensé que sería la mayor...

Ness: Brittany.

Zac: Pero, por algún motivo, debieron decidir que tú serías la más apropiada -rió entre dientes, aunque el sonido no reflejó ninguna alegría-. Es evidente que no tenían idea de lo bien que encajamos, de lo contrario jamás nos habrían dejado solos.

Una oleada de náuseas la dominó con tanta fuerza que tuvo que apretar los dientes, dejar la servilleta en la mesa y recoger el bolso.

Ness: Iré al tocador, y luego estaré lista para marcharme. Nos veremos en la entrada.

Zac: No pareces tener buen aspecto -se levantó con expresión preocupada-.

Ness: No estoy bien.

Zac: Sabía que no tendrías que haber bebido la copa de vino. ¿Hay algo que pueda hacer?

Ness: Ya has hecho bastante, gracias -espetó con tono cortante y notó que él entrecerraba los ojos, pero no le importaba-.

El corazón le palpitó casi con dolor al descartar las esperanzas de amor que había mantenido. A él lo habían herido en el pasado, pero no quería compartir eso con ella. Y Vanessa no podía vivir con un hombre que no era capaz de amarla, sin importar cuáles fueran sus motivos.




Ay... siempre ven problemas donde no los hay.
Llegamos ya a la mitad de esta historia.

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¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Iba tan bien al principio del capi, hasta pensé que Zac se le iba a declarar aunque en cierta forma lo hizo pero bueno, no sirvió de mucho porque al final metió la pata de nuevo. Pobre Ness también, ella muere de amor.
Me encanto el capi!!


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Me gusto mucho el capítulo
Pero no el final
Pobre Vanessa ella está enamorada
Y zac...... No se parece que la ama
Pero después le dice cosas de arreglar matrimonio
Solo espero que zas le diga la verdad
Que la ama
Sigue la novela está muuuuy buena


Síguela y saludos!!!

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