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sábado, 30 de enero de 2016

Capítulo 2


A las siete en punto, Zac llamó a la suite de la princesa real de Wynborough. Casi de inmediato, las puertas dobles se abrieron hacia dentro, como si Vanessa lo hubiera estado esperando del otro lado.

Vanessa. Durante cinco meses no había tenido nombre. Iba a costarle acostumbrarse a él.

Ella mostró su asombro, y Zac supo que debía estar contrastando la imagen que había presentado el día anterior con su ropa de trabajo con el traje negro que llevaba en ese momento. No tendría que haberse sorprendido... ya lo había visto con esmoquin.

Y con humor sombrío pensó que lo había visto con mucho menos.

Ness: Buenas noches -dijo apartándose e invitándolo a pasar con un gesto de la mano-. Por favor, entra.

Zac: Gracias, alteza.

Le dio un leve énfasis al título y le gustó ver un leve rubor en ella.

Lucía un sencillo vestido de una tela ligera y sedosa que colgaba suelto alrededor de su cuerpo y caía sobre la plena redondez de sus pechos. Recordó los suaves montículos que habían llenado sus manos unos meses atrás... Se sacudió mentalmente, irritado por dejar que su impulso sexual volviera a dominarlo. Como la primera vez que la vio.

Aún no sabía por qué había asistido a aquella gala benéfica que se celebraba todos los años. Sin embargo, en cuanto la vio dejó de cuestionárselo. La misteriosa dama y él habían respetado la regla tácita del baile, no identificarse.

Aunque tampoco habría podido reconocerla, ya que no se conocían, a pesar de su propio rango real. Cierto es que era más joven que él, y casi toda su vida había estado ausente en el colegio y en la universidad antes de huir de Thortonburg, aunque según los rumores el príncipe Phillip empleaba la más estricta seguridad para mantener a salvo a la familia que le quedaba.

Zac supuso que después de haber secuestrado a su hijo pequeño, al que se daba por muerto, mostraría un exceso de protección con sus otras hijas. No obstante, dados todos esos factores, había tenido casi la certeza de que su hermosa dama había sido una de las cuatro hijas del rey Phillip.

Ness: ¿Puedo ofrecerte algo para beber? -preguntó desde la pequeña barra-.

Zac: Por favor -se acercó y con un pie aproximó uno de los taburetes-. Bonito sitio.

Ness: Sí. Es muy cómodo.

Zac: Imagino que no sabes lo que es vivir en un lugar que no lo sea.

Ness: Jamás he tenido la oportunidad de averiguarlo.

Lo miró unos instantes. Depositó una servilleta sobre la barra y se ocupó en prepararle una copa alta.

Zac: ¿Cómo sabes lo que bebo?

Ness: Si prefieres otra bebida, no hay problema. Esto es lo que bebías... la última vez.

Zac: Es perfecto.

Bebió un trago largo. Cuando la vio el día anterior, sus ojos marrones habían exhibido una bienvenida cálida e íntima hasta que él espantó esos sentimientos. Ese día, esos mismos ojos solo mostraban cautela. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros, enmarcando su cara en forma de corazón.

Vanessa continuó detrás del bar, donde se preparó también una copa, aunque solo se sirvió zumo de arándanos. Señaló el centro de la estancia, donde una mesita rodeada de sillones contenía una bandeja llena de canapés.

Ness: ¿Nos sentamos?

Zac: Desde luego.

Se levantó del taburete y con un gesto le indicó que lo precediera.

Zac la siguió y ocupó un asiento en ángulo al de ella; aceptó el plato que Vanessa le ofreció. Había trabajado todo el día y solo había dispuesto de tiempo para llegar a su casa, darse una ducha y cambiarse antes de dirigirse al hotel, por lo que estaba muerto de hambre. Mientras llenaba el plato con una selección de canapés, la miró.

Zac: ¿Tú no vas a comer?

Ness: No tengo apetito -meneó la cabeza con nerviosismo-. Por favor, que eso no te detenga.

Zac: Si estás segura.

Esa rígida cortesía ya empezaba a irritarlo. Otro de los motivos por los que no pensaba volver a Thortonburg.

Vanessa asintió.

Durante unos momentos reinó un silencio incómodo. A juzgar por el modo en que ella movía los dedos, a Vanessa le molestaba mucho más que a él. Zac se dedicó a comer hasta vaciar el plato, pero alzó una mano para rechazar su segundo ofrecimiento.

Zac: No, gracias, esto me sustentará de momento.

Ness: Como quieras -esbozó una pequeña sonrisa y lo estudió con curiosidad-. Eres muy americano, ¿verdad?

Zac: Este es mi hogar ahora.

Ness: ¿Este país te atrae mucho más que Thortonburg? -preguntó con suavidad-.

Zac: Cuando era más joven, cualquier lugar en el que no estuviera mi padre me atraía -comentó con ironía-. Ahora... sí, me gusta vivir aquí. Es un sitio cálido, donde brilla el sol casi todo el año... algo que no se puede decir del Atlántico Norte.

Situado a poca distancia del Reino Unido, en su país natal llovía con frecuencia, estaba nublado casi siempre y hacía frío.

Ness: No -convino de nuevo con una leve sonrisa-. Es verdad.

La observó, consciente del destello de atracción sexual que se encendió en sus entrañas. Era tan hermosa como la recordaba, e igual de seductora. Su buen humor se desvaneció.

Zac: ¿Por qué me sedujiste? -inquirió-.

Ella abrió mucho los ojos y alzó la cabeza como si la hubieran golpeado. Se puso pálida y luego colorada por la indignación.

Ness: ¡Yo no te seduje!

Zac: Muy bien -aceptó tras meditarlo-. Te lo concedo. Pero, si no recuerdo mal, fue algo completamente recíproco.

Durante un instante ella lo miró en silencio y él observó fascinado como el color subía por sus mejillas. Al final, con el mismo tono neutral que había empleado antes, comentó:

Ness: ¿Por qué querría seducirte?

Zac: ¿La palabra «compromiso» te dice algo?

Ness: Si no estoy comprometida con nadie -negó, desconcertada-.

Zac: ¿Tenemos que proseguir con este pequeño juego de engaño? -bufó-. Muy bien, no tenías por qué ser «tú». Mi padre no muestra ninguna predilección mientras la unión se produzca. Sabes muy bien que una de vosotras algún día se casará con el Gran Duque. Intentabas aventajar a tus hermanas, ¿no? Después de todo, si no puedes tener a un rey, lo mejor después sería un gran duque.

Ness: ¿Crees que me casaría por un «título»? -lo observó boquiabierta sin prestar atención a su acentuado sarcasmo-. Mi padre en su vida ha arreglado un matrimonio. No sé por qué crees que haría algo así.

Zac: ¿Quizá porque desde que tengo cuatro años mi padre ha estado diciéndome que algún día me casaría con una de las princesas?

Ness: Nosotras nos casaremos con quien deseemos, ajenas a los deseos de tu padre.

Zac: Hmm... hmm -fue un sonido escéptico-.

Ness: ¡No ha habido ningún tipo de arreglo! -insistió-. En cualquier caso, mi hermana mayor ya está casada. Lo hizo con un ranchero de aquí mismo, de Arizona. Esperan su primer bebé...

Zac: Como si esperan diez bebés -espetó. Ella abrió otra vez mucho los ojos y aunque no se movió, Zac tuvo la impresión de que había vuelto a quedar fuera de su alcance-. ¿Tú eres la segunda en el linaje?

Ness: La tercera. Mi hermano era... «es»... mayor. Anne y Selena me siguen.

¿Por qué habían puesto a Vanessa en su camino en vez de a una de las otras hermanas? Se trataba de un rompecabezas para el que no disponía de las piezas adecuadas y eso no le gustaba. Pero de momento lo dejó a un lado.

Zac: Mi padre y tu padre debieron llegar a un acuerdo desde que dejé el país -manifestó-. Y tú fuiste el cordero que decidieron sacrificar. Me pregunto cómo habrá decidido el rey a qué hija mandar. ¿Con los dados? ¿Con una moneda?

Ness: Te he dicho que mi padre jamás arreglaría un matrimonio para mí -insistió con voz agitada-. No hay ninguna trama.

Zac: Ya no -aseveró, sin importarle lo frío e implacable que sonaba-. Puede que fueras virgen, y es posible que contigo disfrutara del mejor sexo de mi vida, pero no pienso aceptarlo. Vuelve a casa y dile a tu papi que no pienso casarme contigo.

El tono que había coloreado sus mejillas desapareció. Por un momento él pensó que iba a llorar. Luego vio que respiraba hondo.

Ness: Repito que mi padre no tiene nada que ver en el asunto -se levantó y atravesó la estancia para abrir la puerta-. No planeó que nos conociéramos «o» nos casáramos, y si piensas que intento atraparte en un matrimonio, no podrías estar más equivocado. Puedes marcharte y no volver. Pretendo olvidar que alguna vez nos conocimos.

A punto de aceptar la invitación, Zac se levantó... y se frenó en seco, olvidados todos sus pensamientos. Entrecerró los ojos con incredulidad. «Ella estaba embarazada».

Se sintió conmocionado al ver la silueta de la princesa perfilada contra la tenue tela del vestido a la luz que entraba por el pasillo... que con claridad mostraba la protuberancia del embarazo. El brazo extendido ceñía el atuendo contra su vientre, haciendo imposible que pasara por alto su condición. Aturdido, cruzó la habitación en dirección a ella.

Vanessa debió reconocer la ira que tensaba sus facciones, porque retrocedió hasta que la pared que había detrás de la puerta frenó su retirada.

Él no dudó hasta quedar prácticamente pegado a ella, con su vientre a solo unos centímetros de su cuerpo y los ojos llenos de temor mirándolo a la defensiva.

Zac: Tú... pequeña... «zorra» -soltó-. Así que la reunión sorpresa era por eso. Tienes un panecillo en el horno y deja que lo piense... -calló y exhibió una sonrisa burlona-. Se supone que debo creer que es mío.

Vanessa jadeó. Al alzar las manos para empujarlo lo pilló desprevenido y pudo obligarlo a retroceder uno o dos pasos. Le temblaba todo el cuerpo. Mostraba una expresión destrozada, pero cuando habló, la voz le tembló de cólera.

Ness: Es tu hijo -afirmó-. Mi hermana Selena consideró que era justo que lo supieras.

Las palabras de ella lo sacudieron hasta lo más hondo, pero logró ocultar su reacción con desdén.

Zac: ¿Y esperas que lo crea? ¿Parezco tan imbécil? -cruzó los brazos y su propia ira le volvió ruda la voz-. Podría ser el hijo de cualquiera.

Los ojos de ella se nublaron y se tambaleó. Alarmado, alargó el brazo para sostenerla, pero se alejó de él con tanta celeridad que estuvo a punto de tropezar con una silla. De un golpe le apartó la mano.

Ness: Como amablemente me recordaste, era virgen .musitó con voz trémula..

Zac experimentó una protección momentánea e instintiva por su condición, pero antes de que pudiera pensar en algo que decirle que la calmara un poco, Vanessa giró en redondo y corrió hasta una puerta situada en el otro extremo de la suite, que abrió y cerró con fuerza.

Pero reaccionó con rapidez y fue tras ella. Sin embargo, le había sacado suficiente ventaja para echar antes el cerrojo.

Zac: ¡Vanessa! -bramó, sacudiendo el pomo-. ¡Sal de ahí!

No obtuvo respuesta, aunque a través de la puerta oyó el sonido del agua al correr. Luego otro sonido. Llanto. Apoyó los puños en la madera y contuvo el impulso de tirarla abajo. La frustración y la furia aumentaron en él ante la sensación de sentirse atrapado. Cualquier simpatía que hubiera podido despertar su llanto se evaporó al verse dominado por los recuerdos de su infancia. Había jurado que jamás tendría un hijo, que jamás le haría a un niño lo que le habían hecho a él. «Jamás».

Le propinó a la puerta un golpe con la planta del pie.

Zac: ¡Nadie hace planes para mi vida! -gritó antes de girar en redondo-. ¡Ni mi padre ni tú!


Su estado de ánimo era poco mejor a las nueve de la mañana siguiente. Había dado vueltas en la cama toda la noche. En ese momento sentía los ojos arenosos y no paraba de beber café en un intento por revivir sus neuronas, comatosas por la falta de sueño.

Pero aún tenía algunas bien, ya que sin esfuerzo pudo recordar la expresión en el rostro de Vanessa cuando le dijo que el bebé que esperaba podía ser de cualquiera.

La destrozó.

Se sentía como escoria. Puede que no tuviera intenciones de casarse con ella, pero no era un imbécil. Sabía, con la misma certeza de conocer su propio nombre, que Vanessa jamás había tenido otro amante. Antes de él, imposible. Después... De haber sido libertina, no habría llegado virgen cuando la conoció. No sabía muy bien los años que tenía, pero sin duda veintitantos. Decididamente no era promiscua.

Y el bebé que esperaba era suyo.

«Mi hermana Selena consideró que era justo que lo supieras.»

¿Qué diantres significaba eso? ¿Qué Vanessa no se lo habría contado?

Quizá no lo deseara, quizá todo ese lío lo enfureciera, pero no era un hombre que renegara de sus responsabilidades. Había participado en la gestación de un niño, y lo criaría. Además, ella había esperado demasiado para poder recurrir a un aborto. Aborto. En su corazón sabía que no se lo permitiría. Sin duda habría resultado la escapatoria más fácil, pero la solución lo ponía enfermo. Juntos, Vanessa Hudgens y él, habían creado una vida, y no creía que alguno de los dos tuviera derecho a ponerle fin.

No. Biológicamente iba a ser padre, aunque no tenía intención de involucrarse en la vida de ese bebé. Se preguntó si Vanessa había tomado en consideración darlo en adopción. Para él era la mejor idea, pero, de algún modo, dudaba de que su amante morena pensara lo mismo. Ni tampoco la familia real.

Bueno. Si ella quería criar al niño, no podía impedírselo. Y en ningún momento tendría problemas para mantenerlo económicamente. Aunque se había negado a usar el dinero de su familia, salvo la herencia que le legó su abuela, había conseguido establecer un negocio respetable para sí mismo en los Estados Unidos. Ajeno al ambicioso maquinador que por desgracia tenía como padre.

Demonios. Ya no iba a poder dormir más, y sabía que no podría trabajar hasta que aclarara las cosas con Vanessa. Tiró el café en la pila, recogió las llaves del coche y se dirigió al garaje.

Veinticinco minutos más tarde se hallaba en la suite en la que había estado la noche anterior, conteniendo a duras penas su temperamento mientras la asistente personal que el hotel le había proporcionado a Vanessa durante su estancia abría los brazos con gesto de impotencia.

**: Lo siento, señor Efron, pero la princesa insistió. Yo no consideré que fuera apropiado que ella alquilara un coche por su cuenta, pero no hubo modo de detenerla.

Zac: ¿Cuántos iban en su grupo?

**: ¿Grupo? Oh, nadie más, señor. Iba sola.

¿Ni siquiera se había llevado a un conductor o a un guardaespaldas? Sintió aprensión.

Zac: ¿Y su guardaespaldas?

**: No trajo a ninguno, señor.

Zac maldijo con tanta vehemencia que aturdió a la mujer joven que tenía delante.

Zac: ¿Adónde fue?

**: No lo sé, señor. Creo que iba a reunirse con un hombre. Lo único que me dijo es que pensaba regresar para la cena.

En Wynborough, eso podía representar las ocho o las nueve de la noche. No pensaba esperar tanto para cerciorarse de que se encontraba bien. Con el apoyo de la empleada del hotel, no le costó conseguir que el conserje le proporcionara el destino de Vanessa y una descripción del coche que conducía.

Con lo protegida que había sido su vida, apostaría cualquier cosa que rara vez, si alguna, había llevado sola un coche.

Por no mencionar el pequeño hecho de que los americanos conducían por el lado contrario al que ella estaba acostumbrada en casa.

Mientras aguardaba con impaciencia que le proporcionaran los datos que había solicitado, meditó en el resto de las palabras de su ayudante. Otro hombre. ¡Un hombre! A quién diablos podía conocer Vanessa en Phoenix? ¡Estaba embarazada de su bebé, maldita sea!

Cinco minutos después subía a su furgoneta y ponía rumbo a la autopista.

Fue al sur de Phoenix por la Interestatal 10, en dirección a Casa Grande. El conserje le había explicado que Vanessa le había preguntado cómo ir a Catalina, una ciudad pequeña situada entre las montañas Tortolita y el Bosque Nacional de Coronado, justo al norte de Tucson. Puede que le sacara una ventaja de una hora... ¿cómo demonios iba a localizarla?

Y menos si iba a reunirse con otro hombre.

Le sorprendió su ingenuidad. No sabía nada de los hombres, y cuando la encontrara, iba a dejarle bien claro que como padre del bebé, no pensaba tolerar que otro hombre rondara cerca de su...

Zac: ¿Su qué?

«Nada», se dijo. «Nada. No te pertenece. Necesitas a esta princesa en tu vida igual que un sarpullido».


Hacía calor.

Vanessa volvió a inclinarse sobre el motor de su coche alquilado. No tenía ni idea de lo que podía estar buscando entre las piezas negras y grasientas y los tubos de metal. Lo único que sabía era que una nube de humo blanco había empezado a salir de debajo del capó del automóvil unos treinta minutos antes, y que cuando se detuvo en el arcén para investigar el sedán no quiso volver a arrancar.

Sintió miedo y los dedos le temblaron cuando con gesto vacilante golpeó una pieza de metal. Era fácil llamarse necia. Una hora antes, lanzarse por una carretera americana en busca del hombre que podía ser su hermano había parecido una gran idea. En ese momento sonaba como el colmo de la insensatez.

Sin chofer, sin guardaespaldas y sin teléfono en el coche. En una carretera secundaria sin un edificio a la vista. Sus padres se sentirían angustiados si lo supieran. Le había parecido la ocasión perfecta para comprobar qué se sentía al ser «normal».

Pero en ese instante lo único en lo que podía pensar era en que alguien la rescatara... a quien lo hiciera le ofrecería un título nobiliario. Estudió una vez más el motor y luego recogió el paraguas negro que había llevado y lo abrió, proporcionándose un poco de sombra.

Imaginar lo que podría decir Zac si estuviera allí ayudó a que se desanimara más. La consideraba una chica tonta y desvalida que toda su vida había estado protegida del mundo real. Pudo ver el desdén en sus ojos.

Iba a rezarle a Dios para que Zac jamás averiguara lo sucedido ese día. Aunque cuando la noche anterior se fue de su suite supo que no volvería a verlo nunca más.

Carretera abajo algo la distrajo de sus pensamientos alicaídos. ¡Un coche! Avanzaba a bastante velocidad por el terreno llano y recto, y al acercarse pudo distinguir que se trataba de una camioneta. No importaba mientras el conductor estuviera dispuesto a llevarla a Catalina. Allí alcanzaría su objetivo, que era localizar a Michael Flynn, el hombre que había sido huérfano en el Albergue Infantil Sunshine, el hogar al que sus hermanas y ella estaban seguras de que treinta años atrás habían llevado a su hermano secuestrado.

Sintió un movimiento en el estómago y se secó una gota de sudor de la sien. En ese instante el vehículo se detenía detrás de su coche; entrecerró los ojos cuando el conductor bajó y forzó una sonrisa en sus labios resecos. Hasta que reconoció a la figura grande de hombros anchos del príncipe de Thortonburg.

El día comenzaba a alcanzar las proporciones de un desastre. Cerró los ojos con la esperanza de que fuera un espejismo, pero una oleada de vértigo la obligó a abrirlos pronto. Él seguía ahí.

Su expresión era odiosa al avanzar hacia ella.

Zac: ¿Qué crees que estás haciendo? -demandó-.

Ness: Para mí también es un placer verte otra vez. Qué coincidencia que viajaras por la misma carretera que yo.

Alzó la barbilla, decidida a no darle la satisfacción de que la viera amilanada.

Zac: Sabes perfectamente bien que no se trata de una coincidencia. Te buscaba. No tienes ningún motivo para viajar por un desierto americano sin escolta.

Ness: Gracias por tu opinión. Pero adónde vaya y con quién lo haga no es de tu incumbencia.

Se vio obligada a cerrar los ojos al sentir otro mareo.

Zac: ¡Vanessa!

Ella sintió que sus manos grandes la sujetaban por los codos.

Ness: Puedes llamarme «Alteza Real»... ¡Oh! -chilló alarmada cuando Zac la levantó en vilo-. ¡Bájame!

Zac: Será un placer.

Se detuvo y la depositó sobre el suelo. Al abrir los ojos, ella vio que había rodeado su vehículo y la había dejado del lado del pasajero. Con un brazo a su alrededor, se inclinó por delante de ella y abrió la puerta, luego apoyó las manos en su cintura y con facilidad la sentó dentro.

Había dejado el motor y el aire acondicionado encendidos. Bajo las piernas a través de su vestido ligero el asiento de cuero le resultó fresco y ya no sentía el sol implacable sobre ella. Estuvo a punto de gemir de gozo, pero no pensaba darle esa satisfacción. Apoyó la cabeza en el respaldo y se secó la frente con un pañuelo que sacó del bolso.

Zac: ¿Qué le pasa al coche?

Ness: No lo sé. Intentaba averiguarlo cuando apareciste.

Zac: Claro -bufó divertido-. ¿Por qué paraste en medio de ninguna parte?

Ness: Salía humo del capó.

Zac: ¿Humo? -pareció alarmado-. ¿Estás segura de que no era vapor?

Ness: No tengo ni idea -se encogió de hombros-. Humo, vapor, algo así.

Zac: Existe una gran diferencia -le informó. Luego se irguió-. Abróchate el cinturón de seguridad.

Cerró la puerta del lado del pasajero con más fuerza de la necesaria.

Lo observó por el parabrisas mientras regresaba al Lincoln azul, retiraba las llaves, aseguraba las puertas y volvía a la camioneta. Ese día llevaba puestos otra vez unos vaqueros, que acariciaban la musculosa solidez de sus muslos como las manos de una amante. Recordó la sensación de esas fuertes extremidades contra las suyas, el calor de su piel y la áspera textura de su vello. Su núcleo femenino se contrajo de placer, aunque con severidad se recordó que su encuentro había sido algo aislado, que el príncipe de Thortonburg había dejado bien claro que ella no iba a formar parte de su vida.

Se sentó detrás del volante y se puso el cinturón de seguridad antes de dar marcha atrás y realizar un giro en la carretera.

Ness: ¡Espera! Quiero ir a Catalina -manifestó-.

Zac: Difícil -ni siquiera la miró-. Vuelves a Phoenix y vas a ir a ver al médico, luego te echarás a descansar.

Nesss: ¿Al médico? -lo miró boquiabierta-. No necesito un médico.

Zac: Pero de todos modos yo quiero que te haga un chequeo. Estuviste a punto de sufrir una insolación -alargó un brazo a la parte de atrás y recogió un termo-. Bebe. Ni siquiera llevabas agua contigo -reprendió-.

Ness: No estoy habituada a este clima -indicó con serena dignidad-. Soy consciente de que me consideras una tonta sin cabeza, así que ya puedes dejar de restregármelo por la nariz.

Zac: Princesa, aún no he empezado. ¿Qué diablos se te pasa por la cabeza para salir sin guardaespaldas?

Ness. No necesito guardaespaldas -dijo con los dientes apretados-. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. Además, la asistente del hotel y el conserje conocían mi destino.

Zac: Te habrían servido de poco si hubieras pasado horas bajo el sol.

La única respuesta a eso fue el silencio. Giró la cabeza hacia la ventanilla y cerró los ojos.

Debió quedarse dormida, porque despertó, aturdida y desorientada, cuando entraban a Phoenix. Se irguió con la esperanza de que él no lo hubiera notado.

Zac: ¿Has dormido bien? -ella no respondió-. ¿Por qué ibas a Catalina?

Ness: Quería visitar a uno de mis muchos amantes para ver si podía ser el padre de mi hijo.

Empezaba a hartarse de su interrogatorio.

Durante un momento en la camioneta reinó un silencio cargado de electricidad.

Zac: Te pido disculpas -musitó-. Sé que es mi hijo.

¿Lo sabía? Momentáneamente aturdida, giró la cabeza para mirarlo. Él también lo hizo y ambos parecían aturdidos.

Después de eso hubo poco que decir. Volvió a mirar por la ventanilla, aunque sin ver el paisaje desértico de Arizona.

Él le creía. Se preguntó qué lo habría hecho cambiar de parecer. El día anterior había dado la impresión de que dudaba de su aseveración. El recuerdo de su propia ingenuidad le provocó una mueca interior; respiró hondo para contener las lágrimas que querían brotar.

Se había prometido que Zac Efron nunca más la haría llorar. Había sido estúpida y de esa estupidez había aprendido una lección. De hecho, varias.

Zac: ¿Cómo te sientes?

La voz de él interrumpió sus pensamientos.

«Cómo si te importara», pensó Vanessa.

Ness: Bien, gracias -respondió con voz tan gélida como permitía una escrupulosa cortesía-.

Zac: No estás acostumbrada a este clima. Deberás redoblar los cuidados con este calor, en particular en tu condición.

Ness: Gracias por el consejo. No me cabe la menor duda de que resultará muy valioso.

Él apretó los labios y a ella le alegró ver que lo estaba irritando. No volvió a hablarle; levantó el teléfono instalado en el vehículo y marcó un número, luego tamborileó con impaciencia los dedos sobre el volante.

Zac: ¡Hola, preciosa! -de pronto se animó-.

Por el modo en que se relajó y sonrió, al parecer una voz femenina había contestado en el otro extremo de la línea. Sintió que una flecha le atravesaba el corazón. Recordó que en una ocasión le había sonreído de esa manera.

«Y tú caíste, tonta».

Zac: En el desierto -indicó-. Escucha. Tengo que hacerte una pregunta extraña. Necesito el nombre y el teléfono de un buen tocólogo en Phoenix -enarcó una ceja y soltó una risita baja e íntima que puso de los nervios a Vanessa-. Una amiga -explicó-. Es lo único que debes saber. -Hurgó en el hueco lateral de su puerta y sacó un bloc y un bolígrafo, que arrojó a Vanessa-. Escribe -pidió en voz baja-.

Ella lo miró con ojos centelleantes, pero cuando repitió el número y el nombre los apuntó, luego le deslizó el bloc por el asiento.

Zac: Muy bien, cariño. Eres única. Te llamaré más tarde.

Cortó la conexión y dejó que el teléfono colgara de sus dedos unos momentos mientras conducía. Luego estudió la información en el papel y volvió a marcar.

Mientras hablaba, Vanessa permaneció en un silencio miserable. ¿Podían empeorar las cosas? Era evidente que Zac tenía una amiga íntima, o alguien especial en su vida. Las tontas fantasías que había urdido en torno a él, a los dos juntos, en ese instante le parecieron patéticas y ridículas. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Los hombres dejaban embarazadas a las mujeres todos los días porque seguían sus impulsos sexuales sin pensar. El resultado final no tenía nada que ver con el afecto, el amor, el respeto o los planes a largo plazo.

Ella ya había pasado a formar parte de esas tristes estadísticas y su hijo carecería de padre debido a su propio descuido.

Las palabras «cita para esta mañana» penetraron en su mente y lo miró sobresaltada.

Ness: ¡No! No necesito un médico -él no le prestó atención-. No iré -tiró de su antebrazo para captar su atención, lo cual fue un error. Bajo sus dedos, la piel de Zac estaba caliente y el vello que crecía en su brazo tenía un tacto sedoso-. Cancélala -espetó-.

Zac: Efron -dijo a la persona con la que hablaba-. Vanessa Efron.

Ella cerró la mano en torno a su brazo. Entonces se dio cuenta de que aún se aferraba a él y lo soltó. Pero antes de que Vanessa pudiera recuperar el habla, concluyó la llamada y colgó.

Ness: ¿Qué haces? -demandó-.

Zac: Pedirte una cita con un especialista -repuso con normalidad-. Quiero cerciorarme de que el bebé y tú no os habéis visto afectados por pasar la mañana bajo el sol.

Ness: No necesito un médico. Vuelve con tu amiga y déjame en paz.

Intentó transmitir decisión a sus palabras, pero incluso a ella le sonaron débiles y titubeantes.

Zac: Mi amiga... -le sonrió con gesto relamido-. Era mi secretaria. Tiene nietos gemelos, de modo que no es ninguna competencia.

Ness: No estoy compitiendo. ¿Por qué no diste mi nombre?

Zac: ¿Lo habrías preferido?

Ness: No -reconoció al comprender la situación-. Mis padres aún no lo saben.

Zac: ¿Te importa si te pregunto cuánto pensabas esperar? -pareció asombrado-.

Ness: Primero quería decírtelo a ti -susurró-. Cuando vuelva a casa, no habrá más motivos para seguir demorándolo.

Zac: ¿Piensas regresar pronto?

Ness: En cuanto haya concluido lo que me trajo aquí.

Zac: ¿Ese asunto en Catalina? No llegaste a contarme para qué ibas allí.

Ness: No -anunció con más calma de la que sentía-. No lo hice.




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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Capítulos largos, una novela con gran historia
Problemas del pasado y presente
Muy buena novela
Me gusta la historia que tiene
Síguela pronto que se pone muy buena


Saludos

Unknown dijo...

Por dios! Como amo esta novela.
Menos mal que Zac recapacito y se dio cuenta que el hijo que espera Ness es de el.
Me encanto este capi.


Sube pronto

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