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jueves, 28 de enero de 2016

Capítulo 1


Dios, hacía calor. Zac Efron se pasó una mano por el tupido pelo castaño y se puso las gafas de sol. Arizona podía ser un lugar estupendo para un hombre empleado todo el año en la construcción, pero prescindiría del calor. Estaban a finales de enero y la temperatura ese día había llegado casi hasta los treinta grados.

Bebió un largo trago de la botella de agua que acababa de comprar y luego salió del interior fresco de la tienda al calor de la tarde. Se quitó la camiseta y se la pasó por el pecho al tiempo que sonreía con gesto distraído a dos mujeres cuyos ojos se abrieron de forma apreciativa. Giró la vista al puesto automático de periódicos de la esquina y se detuvo en seco.

«La Princesa de Wynborough Inaugura Orfanato.»

Se quedó con la vista clavada en el titular. Se colocó la camiseta sobre el hombro, dejó el agua sobre el puesto mientras buscaba unas monedas en el bolsillo de los vaqueros. Introdujo treinta y cinco centavos y abrió la puerta para sacar un ejemplar.

Wynborough era un reino diminuto; su realeza rara vez recibía la misma atención de los medios que se le brindaba a la familia real británica. Había una escueta nota de prensa acompañada de una foto reducida y poco definida de una mujer pequeña y esbelta que bajaba de un coche.

Acercó el diario a la cara, como si eso pudiera brindarle más nitidez, y observó la imagen granulada. El pelo de la mujer ocultaba gran parte de la cara y no podía discernir su color en la toma en blanco y negro. No obstante... podía ser ella.

Los rasgos que habían consumido sus sueños los últimos cinco meses flotaron en su mente mientras ojeaba el artículo. Lo bombardearon los recuerdos y el pulso se le aceleró. Esa tarde la princesa Vanessa iba a ir a Phoenix, Arizona. Permanecería allí varios días, y al día siguiente haría una aparición pública para recaudar fondos para un orfanato infantil.

¡Vanessa! ¿Era ese su nombre?

Dejó el periódico en el asiento mientras subía a la furgoneta y arrancaba. Wynborough. Cinco meses atrás había asistido a una de las galas benéficas de la realeza, un baile de disfraces. Era la primera vez en los últimos diez años que había estado en casa, la primera vez desde que le informó a su padre, el Gran Duque de Thortonburg, de que no tenía intención de asumir el título ni de vivir a su sombra. Y oír que los criados de la familia lo llamaban príncipe de Thortonburg, el título que había recaído sobre sus hombros junto con las demás responsabilidades para las que lo habían educado, le había recordado los motivos por los que había tomado la decisión de vivir en los Estados Unidos.

No quería esas responsabilidades.

Con ironía se preguntó si su padre sabría que cinco meses atrás Zac había seducido en un jardín a una de las princesas de Wynborough. No era un acto muy responsable, aunque la dama en cuestión hubiera estado tan encendida y receptiva como él.

Desde entonces había pensado mucho en ella. Había sido gentil y dulce, con un destello de inocencia que había resultado ser algo más que un destello. Aún así, no había podido resistirse. Pero al menos él le había explicado con sinceridad que se marcharía al día siguiente. No podía acusarlo de no ser honesto en sus intenciones.

No obstante, no le había dicho quién era y en ningún momento había esperado volver a ver a su bonita amante. Aunque jamás habría imaginado que la tendría tan arraigada en su recuerdo como para pensar en ella a todas horas del día y la noche.

Con irritación movió los dedos sobre el volante a la espera de que cambiara el semáforo. A pesar de que no podía imaginar que ella conociera su identidad, años de frustrar las maquinaciones de su padre habían agudizado su naturaleza suspicaz. Apretó los labios. ¿Tendría algo que ver su padre en la súbita aparición de la princesa en Phoenix? ¿De algún modo habría averiguado lo sucedido aquella noche?

Se obligó a relajarse. Quizá sólo fuera una simple coincidencia. Quizá ni siquiera se tratara de la misma princesa, siempre que su misteriosa amante hubiera sido una de las princesas de Wynborough.

Pero era posible que años de vivir lejos hubieran abotargado su instinto de autoconservación. Su padre poseía una capacidad increíble para imponer el tema de un matrimonio real sobre su primogénito.

Aunque él no tenía intención de casarse con nadie de sangre real. Jamás. Ser el heredero del maldito título que su familia tanto reverenciaba le había causado más dolor en su infancia del que ningún niño debería soportar. No tenía intención de que sus hijos pasaran por la misma experiencia. No, el Ducado de Thortonburg recaería en su hermano menor, Alex.

En cuanto al matrimonio... cuando considerara que había llegado el momento oportuno, pensaba encontrar a una agradable joven americana de ascendencia normal para asentarse en una anónima felicidad conyugal.

¡Ni se le pasaba por la cabeza casarse con una princesa!

Recogió el diario y volvió a leer el artículo. Se iba a alojar en el recién inaugurado Hotel Shalimar. Su empresa había obtenido la licencia para completar los trabajos en sus instalaciones de recreo y aún tenía allí a un equipo de trabajadores. Quizá debería pasar por allí para ver cómo avanzaban las obras.


Mientras admiraba los mármoles de tonalidades pastel del nuevo hotel de lujo, Vanessa pensó que era un lugar precioso. Aunque estaba acostumbrada a eso. A lo que no estaba acostumbrada era a la libertad.

Mientras se dirigía al restaurante imaginó que para todas las personas que había por el vestíbulo; caminar a solas por un hotel de cinco estrellas era algo tan corriente que no merecía más atención. Pero para ella, habituada a los guardaespaldas y a los sistemas de seguridad, las agendas estrictas y las cámaras de vigilancia, resultaba increíblemente estimulante. Atrevido.

Un poco aterrador.

**: Señora, ¿tiene reserva? -preguntó el maître cuando ella se aproximó-.

Ness: Sí -sonrió-. Vanessa Hudgens. Mesa para uno.

Al instante la cara del hombre adquirió una expresión encantada.

**: ¡Ah, princesa Vanessa! Alteza, permita que le dé la bienvenida a La Belle Maison. Su mesa está lista.

Hizo una reverencia y le indicó que lo precediera, señalando un rincón iluminado con una vela donde un camarero aguardaba con la servilleta preparada.

Vanessa ocupó el asiento que le habían preparado, dejando que los hombres velaran por su comodidad. Mientras leía el menú, su mente seguía en el vestíbulo, donde durante unos minutos había caminado sola, libre, sin nadie que la adorara ni que se preocupara en cada instante por ella.

Suspiró.

Ness: Tomaré el especial, una ensalada con el aliño de la casa y las zanahorias. Sin patatas, gracias.

Mientras el camarero partía a toda velocidad, sintió un movimiento leve pero muy real en su vientre. Con discreción apoyó una mano en él y le dio una palmadita al abdomen bajo los pantalones y la túnica sueltos que llevaba. «Hola, pequeño. Es posible que hoy conozcamos a tu papá».

Apoyó la barbilla en una mano. Cuánto esperaba poder encontrar al hombre misterioso con quien había compartido una noche deliciosa de amor cinco meses atrás. Había dicho que era americano, aunque sonaba como un nativo del reino de su padre. Y aunque había tenido que regresar a los Estados Unidos, olvidó su tarjeta, una pista para hacerle saber dónde podía encontrarlo.

Efron Diseño y Construcción, Phoenix, Arizona, U.S.A. Al parecer el padre de su bebé trabajaba para la empresa.

Había esperado que regresara por ella y, desde luego, eso aún era posible. De hecho, estaba segura de que lo haría, ya que no le cabía ninguna duda de que él había experimentado tanto como ella el extraordinario vínculo que había existido entre los dos.

Pero ya no podía esperar mucho más. Él desconocía que el tiempo se agotaba. Se sintió desanimada. Faltaba poco para que tuviera que hablarle a  sus padres del embarazo. Empezaba a resultar difícil ocultarlo bajo la ropa. Al presentarse la oportunidad de ir a los Estados Unidos con sus tres hermanas para buscar a su hermano perdido, la aprovechó con la esperanza de poder escabullirse y dar con su misterioso amante.

La buena suerte había conducido su búsqueda a Hope, Atizona, a un hogar adoptivo donde su hermano secuestrado podría haber sido llevado treinta años atrás. E incluso la fortuna intervino para que Catalina se hallara a sólo unas horas en coche del lugar donde podría hallarse ese hermano, brindándole una excusa perfecta para quedarse en Phoenix.

Preparar una gala benéfica para el proyecto del orfanato había sido fácil. Ya sólo podía esperar que la justificación para visitar Phoenix devolviera a su vida al Príncipe Encantado.

Había sido tan atractivo, tan maravilloso. Desde el momento en que sus ojos se encontraron a través del atestado salón en la gala anual infantil que celebraba su hermana Brittany, supo que se trataba de alguien destinado a ser muy especial en su vida. Bailaron y bebieron champán, y a las pocas horas había perdido la cabeza por ese hombre cuyo nombre ni siquiera conocía. Y estaba convencida de que su amante había sentido lo mismo.

El recuerdo de aquella velada perfecta la hizo sonreír. Había convencido a Selena de que le dijera a los guardias que ya se había retirado a sus aposentos a dormir. Y entonces lo había conducido al pequeño pabellón octogonal situado en el extremo más apartado de los jardines.

La estructura acristalada estaba amueblada con unas chaise lounges sencillas para pasar el rato durante las largas tardes estivales. Una de ellas permanecería para siempre en su memoria. Allí la había besado hasta que Vanessa creyó que moriría de placer, para luego tumbarla con suavidad y...

Zac: Lléveme a la mesa de la princesa.

La brusca voz masculina penetró en sus ensoñaciones.

**: La princesa cena sola, señor. No creo...

El corazón comenzó a palpitarle con fuerza al reconocer la voz de su amante. Había planeado ir a visitarlo al día siguiente. En ningún momento se le pasó por la cabeza verlo tan pronto. Se incorporó a medias y la servilleta se le cayó al suelo.

Pero no se dio cuenta. Toda su atención se centraba en el hombre que había de pie en la entrada del restaurante. El hombre cuya firme mirada la impulsaba a no apartar la vista mientras los recuerdos de las horas pasadas juntos crepitaban en el aire que los separaba.

Tenía unos ojos de un azul claro y peligroso, protegidos por unas pestañas negras y tupidas por las que cualquier mujer habría matado. La última vez que se habían visto, esos ojos habían irradiado una calidez nacida del deseo. En ese momento, brillaban con una mezcla de desconcierto, cautela y lo que le pareció un toque de ira.

Zac: Olvídelo. Ya la veo.

Su voz sonó profunda y dura al avanzar, sin hacer caso alguno de los camareros que revoloteaban a su alrededor.

**: ¡Pero... señor! No está vestido para... ¡señor! Es obligatorio llevar corbata y chaqueta en el comedor...

Al verlo acercarse, descartó las dudas. Le alegraría verla. Desde luego que sí. Y estaría tan encantado como ella por el bebé.

¡El bebé! Un protector mecanismo maternal la impulsó a sentarse. Con rapidez recogió la servilleta y se la colocó sobre el regazo. No cuestionó el instinto que le indicó que ése no era el momento para hablarle de su inminente paternidad. Ya habría tiempo más adelante. Después de que hubieran llegado a conocerse mejor.

El pensamiento la encendió. Alzó la barbilla y dejó que la calidez de sus sentimientos se mostrara en sus ojos al sonreírle al hombre que se aproximaba a su mesa. El hombre cuyo rostro serio no ofrecía nada parecido a la bienvenida por la que Vanessa había rezado.

Era enorme. Fue lo primero que registró al superar la sorpresa de verlo tan inesperadamente. Por supuesto que lo recordaba grande, pero el hombre que marchaba con una camiseta blanca, unos vaqueros gastados sujetos por un cinturón de cuero con una hebilla de plata y botas polvorientas era, sencillamente, enorme. No obstante, al centrarse en su cara supo que era la misma persona que le había dado su corazón, y mucho más, cinco meses atrás.

Su pelo era castaño claro. La noche en que se conocieron estaba bien peinado, pero al transcurrir la velada lo tuvo tan alborotado como en ese momento. Las sombras resaltaban unos pómulos altos y sus labios firmes, que recordaba con una sonrisa sensual, aparecían tan carnosos y estimulantes como siempre, aunque en ese instante apenas eran una línea fina.

Zac: ¿Cómo me encontraste?

Fuera lo que fuere que ella esperó, eso no formaba parte de ningún saludo que hubiera imaginado.

Ness: Tu tarjeta -indicó con un gesto de la mano-. La que me dejaste.

Zac: Yo no te dejé ninguna tarjeta.

Ness: Oh, sí, ¿no lo recuerdas? Estaba en la chaise lounge cuando yo... -calló con súbito bochorno-.

Entonces comprendió el significado de su negativa. No había tenido intención de dejarle la tarjeta.

No pretendía que jamás lo encontrara. La idea resultaba demoledora. Al final levantó el mentón y adoptó su expresión más real, la misma que empleaba su familia para ocultar sus emociones ante los fotógrafos.

Ness: Al parecer me equivoqué al dar por hecho que querías que te buscara en los Estados Unidos -manifestó con voz distante-. Lo siento.

Zac: Hace muchos años le dije a mi padre que jamás me casaría con ninguna de vosotras.

Ness: ¿Qué? -su rostro reflejó desconcierto. La conversación carecía de sentido. Meneó la cabeza-. ¿De qué estás hablando?

Zac: De un matrimonio concertado. Con una de las princesas -cruzó los brazos y la miró con el ceño fruncido-. Contigo -la señaló con un dedo-.

Si quería intimidarla, hacía un trabajo magnífico.

Pero ella no pensaba dejar que la acobardara. No importaba que su corazón se estuviera haciendo añicos. Menos mal que no había tenido la oportunidad de compartir con él ninguno de sus tontos sueños.

Ness: No vine aquí a casarme contigo -indicó con tono medido y bajo por el nudo que sentía en la garganta-.

La expresión de él se tornó más oscura, si eso era posible. Despacio descruzó los brazos y se apoyó en la mesa. Ella se obligó a no echarse hacia atrás.

Zac: No me divierte tu pequeña representación -soltó con los dientes apretados-. Si has venido aquí con la esperanza de llevarme a Wynborough como un maldito trofeo, deberás cambiar de planes, princesa.

¿Qué le pasaba? Vanessa no había hecho nada para encolerizarlo tanto.

Ness: No he venido a llevarte a ninguna parte -tuvo que contener los sollozos-. El motivo de mi viaje es otro... aunque sí deseaba hablar contigo -reinó un silencio tenso. El hombre que había sido su amante tardó un buen rato en mover un músculo. Ella sintió que una lágrima escapaba y caía por su mejilla, pero ni siquiera alzó una mano para secarla-. En cualquier caso, ¿quién eres? -inquirió con voz trémula-.

Él sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos que, de algún modo, representaron más una amenaza que una cortesía. Alargó el brazo por encima de la mesa, tomó su mano pequeña, cerrada, e hizo una reverencia.

Zac: Zachary Edward Andrew Efron, príncipe de Thortonburg y heredero del Gran Ducado de Thortonburg, a tu servicio, Alteza Real -recitó-. Como si no lo supieras. Espérame a cenar en tu suite mañana a las siete.

Antes de que ella pudiera retirar los dedos, él depositó un beso en el dorso de su mano, sin apartar la vista de sus ojos. A pesar de la animosidad y del antagonismo que emanaban de su gran cuerpo, una imagen vivida de la intimidad con que sus labios habían recorrido su cuerpo invadió la mente de Vanessa. Se le encendieron las mejillas y se maldijo mentalmente, porque en los ojos de él brilló el conocimiento de lo que pasaba por su cabeza.

Zac: Y en esta ocasión prepárate para contestar a mis preguntas, princesa.


Vanessa caminaba nerviosa por la suite cuando el reloj dio las siete de la noche del día siguiente. ¡El príncipe de Thortonburg! Aún no podía creerlo.

De niños, sus hermanas y ella se habían burlado del severo Gran Duque. Todavía podía recordar la imitación certera de Selena en el salón de juegos, alardeando de los logros estudiantiles de su hijo mayor en Inglaterra y los Estados Unidos, que hacía que Anne y ella se partieran de risa. Incluso Brittany, cuyo excesivo sentido de la responsabilidad y rango como la mayor, en momentos había reído hasta que se le saltaban las lágrimas.

Cuando las niñas crecieron lo suficientemente para ser presentadas en la corte y comenzaron a asistir a los bailes y a las funciones oficiales del reino, habían especulado sobre el invisible heredero de Thortonburg. Aunque no era mucho mayor que Brittany, ninguna de las hermanas lo había visto. Llevaba ausente años en Eton y Oxford, para luego ir a Harvard, en los Estados Unidos... y poco después, al menos eso había oído ella, se produjo una disputa entre el Gran Duque y su primogénito. De no ser por Alex, el atractivo hijo menor, que defendía la existencia de su hermano, habría pensado que Zachary era una invención.

Bueno, ya había descubierto que existía. Apoyó una mano en la ligera hinchazón de su vientre, oculto bajo el amplio vestido que había elegido llevar esa noche. Ella podía garantizar que existía.

Las preocupaciones del presente cedieron ante la oleada de recuerdos que aún podían ruborizarla. Rememoró la primera vez que lo había visto. Lucía un severo esmoquin negro. Su única concesión al baile de disfraces había sido un pequeño antifaz negro de seda que ocultaba la mitad superior de su rostro.

Ella estaba de pie en el otro extremo del salón, vestida con el traje de una princesa medieval, cuando sus ojos se encontraron. A los pocos minutos, él abrió un sendero directo a través de la multitud que lo condujo a su lado.

Zac: Buenas noches, hermosa dama. ¿Puedo tener el placer de vuestra compañía en este baile?

De cerca, resultaba tan grande que podría haber sido intimidador. Pero al permitirle tomar su mano enguantada, sus ojos habían irradiado una calidez azul por las rendijas de la máscara, haciendo que Vanessa experimentara una extraña sensación de seguridad. Con correcto decoro la condujo en silencio durante el siguiente vals. Ni siquiera le preguntó cómo se llamaba. Disfrutando del juego, ella mantuvo la atmósfera de dos desconocidos, pero a medida que transcurría la velada, la fue acercando con suavidad hasta que Vanessa pudo sentir su mano grande abierta sobre su espalda, con los largos dedos acariciando la curva superior de su trasero, la fuerza de sus muslos musculosos presionando sus piernas a través del vestido ligero que llevaba.

Bailaron de esa manera durante horas, hasta que cada centímetro del cuerpo de ella palpitó de deseo. Sus dedos habían explorado los sólidos músculos de sus brazos y hombros, habían subido hasta su pelo, y también sintió su cuerpo grande temblar contra el suyo.

Zac: Larguémonos de aquí -musitó a su oído, rozándolo con un beso leve-.

Vanessa notó una sacudida de necesidad. ¿Había sentido alguna vez algo así? La respuesta fue tan clara... ninguno de los educados pretendientes que se presentaban en la residencia real le había hecho sentir nada parecido a lo que le provocaba ese hombre.

Alzó la vista a su cara y sus ojos la inmovilizaron, exigiendo una respuesta y, de esa manera súbita, ella supo que ese era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Se puso de puntillas y con osadía le dio un beso fugaz en los labios, luego llevó la mano atrás para soltar los dedos de él de su espalda.

Ness: Deja que vaya al tocador -indicó-. Te veré en la terraza.

Pero al darse la vuelta él la tomó por la muñeca y alzó una mano grande a su rostro, acariciándole la mejilla con un dedo.

Zac: No tardes mucho -musitó con voz profunda que provocó escalofríos de excitación en Vanessa, haciendo que su cuerpo se contrajera en una incontrolable reacción sexual-.

Ness: No -prometió al girar la cabeza y besarle el dedo, para luego marcharse-.

Y no tardó. Le llevó unos momentos localizar a Selena, que coqueteaba alegre y sin pudor con un grupo de jóvenes. Sin reparos la apartó a un lado.

Ness: Cúbreme esta noche. He conocido a alguien.

Sele: ¿A quién?

Los ojos marrones de su hermana se abrieron mucho con curiosidad.

Ness: Te lo contaré mañana. Hoy cúbreme, ¿de acuerdo?

Sele: De acuerdo.

Desde niñas las dos habían compartido el anhelo de libertad de los siempre presentes guardaespaldas que seguían todos y cada uno de sus movimientos. A Brittany, inmersa en lo correcto, y a la querida y sosegada Anne no parecía importarles la atmósfera opresiva. Pero para ellas había sido un gran juego esquivar a los guardias, y a menudo una de las dos susurraría «cúbreme» justo antes de realizar un osado número de desaparición.

Se escabulló por una puerta lateral y se dirigió a la terraza desde el jardín, con el corazón latiéndole con fuerza al reconocer a su atractiva pareja de baile de pie del otro lado de la baja pared de piedra de la terraza.

Ness: Hola -susurró-.

Él se volvió de inmediato, y al percibirla en la oscuridad se acercó hasta el borde de la pared.

Zac: Hola -con un salto poderoso se plantó junto a ella. La tomó por el codo y la apartó de las luces de la terraza hacia el frescor nocturno de los jardines-. Pensé que quizá no ibas a venir.

Ella contuvo el aliento consternada y lo miró al tiempo que se aferraba a su brazo. De pronto le resultó de vital importancia tranquilizarlo.

Ness: Lo siento. Tardé más de lo esperado. Verás, tenía que...

Pero la hizo callar con un dedo sobre sus labios.

Zac: Shh. No importa.

La miró a los ojos mientras sin ninguna prisa apoyaba las manos en su cintura y la atraía. Vanessa dejó de respirar al ver que su boca se acercaba más y más.

Zac: Llevo toda la noche deseando hacer esto -musitó-.

Ella eliminó la breve distancia que los separaba y permitió que sus labios se encontraran.

Sólo pudo pensar que era algo celestial. La boca de él era cálida y tierna. Al instante sus brazos se estrecharon alrededor de Vanessa y el beso se tornó más firme, menos tentativo y más exigente. La besó como si fuera lo único que existía en el mundo, y su lengua la invadió en un ritmo básico y primitivo que se hizo más fuerte e insistente hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él mientras conquistaba sus labios.

Él gimió con un sonido profundo y deslizó una mano por su espalda hasta apoyarla en el trasero, que acarició para luego seguir la unión de sus nalgas con un dedo largo y aferrarse con firmeza para alzarla contra su cuerpo. Vanessa jadeó al sentir la rocosa dureza contra su vientre suave y la palpitante necesidad que le comunicaban sus caderas.

Se dio cuenta de que también ella movía las suyas, frotándose contra él mientras su cuerpo buscaba la liberación de la necesidad que la recorría toda.

La boca de él abrió un sendero por su cuello para bajar por la piel inflamada hasta que su cara quedó pegada a la plenitud de sus pechos. Vanessa echó la cabeza hacia atrás al sentir que le rozaba un pezón tenso, succionando a través de la tela tenue del vestido; gimió y se retorció al tiempo que le agarraba el pelo.

Zac: ¿Adónde podemos ir? -preguntó jadeante al levantar la cabeza-.

La naturaleza femenina de ella reconoció la primitiva posesión en el sonido.

Ness: A... a la caseta del jardín -musitó con aliento entrecortado-. Por aquí... ¡oh!

Antes de que pudiera acabar la frase, él la había alzado en brazos y bajado la cabeza para recorrerla con los labios en un reclamo completo que a ella en ningún momento se le ocurrió resistir. Quizá desconociera cómo se llamaba, pero su cuerpo reconocía el de ese hombre. Y mientras marchaba por el camino, se relajó en sus brazos y se entregó al abrazo que debería haberle resultado extraño pero que sólo sentía como... correcto, como si al final, después de veintisiete años de espera, hubiera encontrado aquello que sabía que había estado esperando.




Ya conocemos como empezó su historia...
Aclaro que esta novela no es de época.

¡Thank you por los comens y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Wow wow wow y mas wow.
Lo bueno de este capitulo es que Ness ya sabe quien es en realidad Zac... y estoy dudando de que Ness no le va a decir nada a Zac del hijo que estan esperando.
Fue genial como se conocieron.
Me encanto el capitulo



Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Muy bueno el capítulo
Y que gran inicio
Se ve que habrán muchos problemas con el bebe
Que Vanessa está esperando
Síguela pronto


Saludos

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