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lunes, 11 de septiembre de 2023

Capítulo 16


No llegaron a descorchar el vino ni a abrir ninguna cerveza. Cuando el agotamiento por fin venció al deseo, Vanessa se quedó dormida encima de Zac, quien seguía con la mano enredada en su pelo.

Aun así, el reloj interior de Vanessa la despertó antes de que amaneciera. Dejando aparte el reloj, se notaba el cuerpo relajado, caliente y ejercitado a fondo. Habían cambiado de postura en las pocas horas de la noche que no habían estado activos, y Vanessa, que jamás se había tenido por una persona cariñosa, se dio cuenta de que se había acurrucado contra Zac.

Como él tenía un brazo pasado por su cintura y una pierna envolviendo las suyas, imaginaba que no le molestaba.

Cerró los ojos y, acurrucada como un gatito, esperó poder dormir otra hora más.

Pero sentía los latidos del corazón de Zac, lentos y firmes. Olía su piel. Y recordaba exactamente cómo sus manos, ásperas, duras, hábiles, habían conocido y satisfecho todos los secretos que ella poseía.

No conseguía dormirse, y como no estaba del todo segura de poder aguantar otro revolcón, se separó con cuidado y se levantó para empezar el día.

Zac soñó con ella, soñó que estaban tumbados desnudos en un prado herboso. Vanessa tenía brillantes florecillas blancas enredadas en el pelo. Se movían juntos despacio, como el deseo, el ansia y la impaciencia se lo habían impedido durante la noche. Pero en el prado, la ternura vencía a la urgencia.

Podía contemplar su cara, ver cómo sus ojos marrones se tornaban más oscuros al mirar los suyos, observar el hálito de su respiración. Verla levantar la mano para ponérsela en la mejilla.

Llovía, de manera que la hierba brillaba, tan verde como sus ojos. Hierba mojada, pelo mojado, mujer mojada.

Se despertó alargando la mano hacia ella.

Desconcertado, se quedó donde estaba y vio, por la tonalidad de la luz, que aún faltaba para que amaneciera.

¿Y la lluvia del sueño? El ruido de la ducha en el baño contiguo.

El sueño, su significado, lo asombraba, y lo incomodaba incluso más. Erotismo era una cosa, pero ¿prados, flores y chaparrones? Eso era romanticismo puro y duro.

De momento, lo dejaría aparcado en un rincón.

Oyó que el agua de la ducha dejaba de correr y, poco después, que la puerta se abría.

Zac: Es domingo.

Ness: Oh, estás despierto. Sí, todo el día.

La oyó paseándose por la habitación, vio su sombra en la oscuridad.

Zac: ¿Por qué no estás en la cama?

Ness: Tengo un despertador interior. A veces puedo desactivarlo, otras no. Tengo que tomar café. Anda, duerme un rato más. Sé que hoy trabajas, pero te quedan un par de horas. Voy a ponerme esta camisa tuya hasta que me meta algo de café en el cuerpo.

Cuando salió, Zac se quedó mirando el techo. ¿Cómo podía un hombre dormirse después de un sueño romántico, aunque estuviera aparcado en un rincón? ¿En especial cuando una mujer salía de una ducha y lo impregnaba todo de olor a miel?

¿Cómo podía cuando la imaginaba vestida únicamente con su camisa?

Sexo débil, y una mierda. Las mujeres tenían todo el poder solo por ser mujeres.

Se levantó, fue al baño desnudo para darse una ducha, y en la repisa encontró un cepillo de dientes con su envoltorio y un tubito de pasta.

No se le había escapado ningún detalle.

Cuando salió, la cabaña olía a café. Vanessa había encendido la chimenea y estaba de pie junto a la gran ventana del salón, bebiéndose su café.

Sin llevar nada aparte de su camisa.

Ness: Los alces están bramando. Siempre bajan a pacer. Pronto amanecerá. Lo veremos desde aquí, y es un espectáculo increíble.

Se volvió, con las largas piernas al aire, envuelta en la holgada camisa de él, con apenas uno o dos de los botones centrales abrochados. Tenía el pelo mojado, brillante, negro como la boca del lobo.

Todo el poder, volvió a pensar Zac.

Ness: Tenemos yogur griego y muesli, si quieres.

Zac: ¿Por qué iba nadie a querer eso?

Ness: Lo sé. -Riéndose, fue a la cocina americana y abrió la nevera-. Me digo que acabarán gustándome, pero estoy perdiendo la fe. Ahí tengo patatas fritas. Las traje por si nos entraba hambre anoche.

Zac las miró, pensó «Qué puñetas» y abrió la bolsa. Solo necesitaba unos minutos para que el cuerpo volviera a templársele. Se apoyó en la encimera y la vio mezclar una cucharada de yogur con otra de muesli.

Ness: Solo tengo que cambiar las sábanas y las toallas, limpiar el baño y fregar los platos.

Zac: Te echaré una mano.
 
Ness: No tardaremos. Puedo acompañarte al CAH con Leo y de ahí irme andando al despacho. Si no, me quedaré sin hacer ejercicio. -Engulló una cucharada e hizo una mueca-. Nunca sabe mejor.

Zac le ofreció la bolsa de patatas. Ella se resistió, perdió.

Ness: Solo por esta vez. -Metió la mano en la bolsa-. ¿Por qué no conviene comer todo lo que sabe tan rico? -Miró el yogur con el ceño fruncido-. A lo mejor, si le pongo patatas fritas troceadas...

Zac le cogió el tazón y lo dejó en la encimera.

Zac: Quiero decirte una cosa.

La mirada divertida de Vanessa se tornó recelosa.

Ness: Vale.

Zac: No sé adónde va esto, adónde vamos nosotros, pero mientras sigamos por este camino... ¿Aún seguimos?

Ness: Aquí estamos, después de pasarnos media noche revolcándonos desnudos, tomando café y patatas fritas con sabor barbacoa. A mí me parece que sí.

Zac: Pues muy bien. Mientras sigamos, somos solo nosotros. No tenemos otros compañeros de viaje.

Vanessa escrutó su cara, se comió otra patata frita.

Ness: Interpreto que significa que ninguno de los dos se acuesta con nadie más.

Zac: Esa es la idea.

Sin dejar de mirarlo, Vanessa tomó otro sorbo de café.

Ness: Creo que a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que el sexo me gusta bastante.

Zac: Sí, me he dado cuenta. También se te da bien.

Ness: Me gusta pensarlo. -Disfrutando de su pecado venial, se zampó otra patata frita-. Pero que el sexo me guste no significa que me lo tome alegremente.

Zac: Nunca he pensado que lo hicieras, y no solo hablo de ti. Somos dos en esto.

Vanessa frunció los labios, asintió.

Ness: De acuerdo. Me parece un trato razonable. Nada de autoestopistas, ni tú ni yo. -Después de dejar la taza, se limpió la sal de los dedos-. ¿Quieres que sellemos el pacto con saliva?

Otra vez esa condenada sonrisa pícara.

Zac: No. -Apartó la bolsa de patatas, la empujó contra la nevera-. Tengo otra cosa en mente.

La hizo suya allí mismo, con más vehemencia de la que pretendía, mientras el rojo sol naciente acariciaba los cristales de las ventanas.


Aunque Vanessa no tenía ninguna necesidad de ir al despacho, ya lo había programado para ese domingo. Solo una hora o noventa minutos, para quitarse de encima parte del papeleo.

Consideró coger la bolsa de deporte, siempre preparada, y pasar otra hora en el gimnasio. Pero se imaginaba que ya había hecho mucho ejercicio en las últimas veinticuatro horas. El suficiente para no negarse cuando Zac había insistido en llevarla hasta la puerta en vez de permitirle que fuera andando desde el CAH.

Le dejó la bolsa con el vino, la cerveza y el café -le dijo que la tuviera a mano- y luego se sorprendió a sí misma, y a él también, inclinándose y despidiéndose con un beso antológico.

A su juicio, si una mujer se acostaba con un hombre y tenía intención de seguir haciéndolo, no debería avergonzarse si la gente se enteraba.

Entró en el despacho sin prisas, canturreando un poco, y decidió seguir con el talante pasota con que había empezado el día comiendo patatas fritas.

Cogió una Coca-Cola en vez de agua, cuyo consumo estaba intentando aumentar.

Apenas se había acomodado a su escritorio cuando Jessica pasó por delante del despacho con sus zapatos de tacón; retrocedió.

Jessie: No sabía que hoy venías.

Ness: Solo una hora o así. Tú tienes el brunch posboda.

Jessie: Lo he dejado en manos de Chelsea, pero he venido por si acaso. De momento, todo bien. Mantiene la temática con tortillas del Oeste, tacos, bocadillitos de carne en salsa, mimosas de arándanos, etcétera. -Con las cejas enarcadas por la sorpresa ladeó la cabeza-. Debe de gustarte mucho el vestido.

Ness: Sí, y lo considero una señal de que me importa un rábano que todos lo sepan.

Jessie: Me alegro. Zac es estupendo. Me gustó poder conocerlos mejor, a él y a todos. Dios mío -entró, cerró la puerta y se apoyó en ella-. Me he acostado con tu hermano.

Ness: ¿Mike o Alex? Es broma -dijo +entre risas cuando Jessica se quedó con la boca abierta-. Él también es estupendo.

Jessie: Empecé yo.

Ness: Lo conozco desde que nací -se tocó la mejilla con un dedo-. Esta no es mi cara de sorpresa.

Jessie: Te parece bien. -Como si se quitara un peso encima, se pasó una mano por el moño recogido pulcramente-. Sé que lo habíamos hablado en teoría, pero ahora es una realidad. Me alivia que te parezca bien.

Ness: Doy por supuesto que también te lo parece a ti.
 
Jessie: Estoy... estoy agotada -dijo también entre risas-. No quiero que esto sea incómodo, así que solo diré que en cuanto Alex calienta motores, no hay quien lo pare. Y es raro decirle eso a su hermana.

Ness: Al contrario, me llena de orgullo. Lo quiero, Jessie. No hay nada de raro en saber que está interesado en una persona a la que aprecio y respeto, y que ella también lo está en él.

Jessie: A ti no te cuesta hacer amigos. -Un atisbo de tristeza nubló su sonrisa-. Me he dado cuenta. Los haces y los mantienes. A mí no me ha costado tener conocidos, pero los conocidos no duran. Quiero decirte cuánto te valoro como amiga. Ahora voy a dejarte trabajar, me voy a dar una vuelta por Chelsea durante una hora o así. Después me marcharé a casa. Necesito una siesta.

Ness: ¿Le haces un favor a una amiga?

Jessie: Claro.

Ness: Vuelve para llevarme a casa en coche antes de echarte la siesta.

Jessie: Hecho.

A solas, Vanessa se tomó un momento para pensar en otra cosa interesante.

Si Jessica no estaba medio enamorada de Alex, le faltaba poco.

Ness: Qué tierno -dijo en voz alta, antes de concentrarse en su ordenador-.


El sheriff Tyler esperaba fuera de la habitación de hospital a la que había mandado a una de sus ayudantes. Esa mañana había hablado a primera hora con la enfermera de guardia y sabía que habían sedado a la mujer sin identificar porque, cuando por fin había recobrado el conocimiento, se había puesto histérica, casi violenta.

«Aterrorizada» era la palabra que la enfermera había utilizado.

Había leído el informe del agente que había acudido al lugar de los hechos, las declaraciones del matrimonio que había llamado a urgencias, y ahora quería que el médico le hiciera un informe detallado antes de entrar a verla en persona.

Grove: No estaba de guardia cuando la trajeron. -El doctor Grove, un hombre de rostro adusto y manos delicadas, continuó leyendo la historia clínica mientras proseguía-: Pero sí he hablado con el residente de urgencias que la examinó y trató. Recogió muestras por si la han violado, y le haremos llegar los resultados. Mostraba señales de sexo forzado y violento. La hemos tratado por congelaciones en los pies. La temperatura del aire no era tan fría como para causarle hipotermia, pero tenía la ropa mojada. Abrasiones graves, en los talones y las palmas de las manos, en rodillas y codos. Grava en los cortes y rasguños. Contusiones y laceraciones graves en la sien derecha y la frente, lo más probable por haberse golpeado contra el suelo. Está conmocionada. -Alzó la vista y miró a Tyler a los ojos-. Tiene tejido cicatricial alrededor del tobillo izquierdo y cicatrices en la espalda.

Tyler: ¿Pueden ser cicatrices de ligaduras, consecuencia de haber estado atada?

Grove: Yo diría que es lo más probable. Y también lo es que las cicatrices de la espalda se deban a palizas repetidas. Con un cinturón o una correa. Algunas son de hace años, otras no.

Tyler exhaló un suspiro.

Tyler: Tengo que hablar con ella.

Grove: Lo entiendo. Debe comprender que, cuando he intentado hacerlo esta mañana, ella no ha dicho nada coherente y se ha puesto histérica. La hemos sedado para evitar que se haga más daño.

Tyler: ¿No le ha dicho cómo se llama?

Grove: No. Cuando el sedante ha empezado a hacerle efecto, nos ha suplicado que la dejáramos marchar porque tenía que volver. Ha hablado de alguien a quien ha llamado «señor». Ha dicho que estaría muy enfadado.
 
Tyler: ¿Cuándo estará lo bastante despierta para hablar?

Grove: Pronto. Voy a recomendarle que vaya despacio. Sea quien sea, le pasara lo que le pasara, ha sufrido malos tratos durante mucho tiempo. Uno de nuestros psiquiatras hablará con ella.

Tyler: ¿Tienen una mujer para eso? Si la han violado y ha sufrido malos tratos, una mujer puede convenirle más.

Grove: En eso estamos de acuerdo.

Tyler: Bien, pues. Quiero verla. Tenemos sus huellas y vamos a comprobar si está fichada. Puede llevarnos un par de días más, teniendo en cuenta que es domingo, y además siempre hay mucho papeleo. Me gustaría intentar averiguar cómo se llama, al menos.

Grove: Entraré con usted. Podré tratarla de forma más eficaz si empieza a verme como una cara conocida y no como una amenaza.

Entraron juntos.

La mujer de la cama estaba inmóvil y parecía que apenas respiraba.

Pero los monitores pitaban. El catéter insertado en el dorso de su mano conducía a una bolsa colgada de un gotero.

A la débil luz, estaba blanca como un cadáver y tenía el largo pelo cano enmarañado como el de una bruja.

Tyler: ¿Podemos subir un poco la luz? 

Se acercó más a la cama mientras el doctor Grove aumentaba la intensidad de la luz.

Grove: Mi ayudante le echa sesenta y tantos, pero esta mujer es joven. Ha llevado una vida dura, pero yo diría que ronda los cincuenta.

Tyler: Estoy de acuerdo -estudió la cabeza vendada y las heridas de las manos, los moretones de la mandíbula-. No tiene la mandíbula así por haberse caído en la carretera.

Grove: No, perdone, se me ha pasado decírselo. Mi teoría es que le pegaron. Un puñetazo.
 
Tyler: Sí, he visto suficientes casos para pensar lo mismo.

Tyler juzgó que su ayudante había sido más preciso calculando la estatura, el peso.

Grove: Ha dado a luz más de una vez.

Una vida dura, volvió a pensar Tyler, una vida cruel que había ahondado aún más las arrugas de la cara y conferido esa palidez tan enfermiza.

Y aun así, intuía que en otra época había sido una mujer guapa, con los pómulos marcados, la boca bien formada, la mandíbula delicada, pese al moretón, o quizá en contraste con él.

Una idea le vino a la cabeza, provocándole un paulatino ardor de estómago.

Tyler: ¿Puedo?

Grove asintió cuando Tyler dejó la mano suspendida sobre la sábana, sobre el tobillo derecho. Levantó la sábana y examinó el grueso tejido cicatricial.

Tyler: ¿De cuándo cree que es?

Grove: Como he dicho, algunas de las cicatrices son más recientes, pero la franja más ancha es de hace diez años, al menos.

Tyler: Así que podría ser de antes. ¿Podría haber estado atada más tiempo?

Grove: Sí.

Tyler: ¿De qué color tiene los ojos? A mi ayudante se le pasó. Es joven, como he dicho.

Grove: Ni yo mismo estoy seguro -se acercó y, con delicadeza, le levantó un párpado-. Verdes.

El ardor de estómago se intensificó.

Tyler: ¿Tiene una marca de nacimiento? Necesito que le mire detrás de la rodilla. La izquierda, justo en la corva. Mire si hay una marca de nacimiento.
 
Grove se dirigió al pie de la cama, pero no despegó los ojos de Tyler.

Grove: Cree que sabe quién es.

Tyler: Mírelo. Por favor.

Grove levantó la sábana, se inclinó para comprobarlo.

Grove: Una pequeña marca de nacimiento ovalada, en la corva de la rodilla izquierda. Usted la conoce.

Tyler: Sí. Virgen santa, sí. Es Alice. Alice Hudgens. -Entonces ella se despertó y pestañeó-. Alice. -El sheriff habló tan quedo como haría con un bebé nervioso-. Alice, soy Bob Tyler. Soy Bobby. Ahora estás bien. Estás a salvo.

Pero cuando ella abrió los ojos, el terror habitaba en ellos. Gritó, un gemido agudo, y se protegió con los brazos.

Tyler: Soy Bob Tyler. Alice, Alice Hudgens, soy Bobby Tyler. No voy a dejar que nadie te haga daño. -Luego indicó a Grove con un gesto que retrocediera-. Estás a salvo. Estás en casa.

Alice: No. No. No -miró alrededor con los ojos desorbitados-. ¡No estoy en casa! ¡Señor! Tengo que volver a casa.

Tyler: Has pasado mucho tiempo encerrada, Alice -continuó en el mismo tono calmado y quedo-. Estás en el hospital para que te pongas bien.

Alice: No. Tengo que ir a casa -volvió a gemir mientras le corrían lágrimas por las mejillas-. He desobedecido. Tengo que ser castigada. El señor me sacará el demonio del cuerpo.

Tyler: ¿Quién es el señor? Puedo intentar buscarlo. ¿Cuál es su nombre completo, Alice?

Alice: Señor. Es el señor. Yo soy Esther. Soy Esther.

Tyler: Él te llamaba Esther. Te puso ese nombre, pero tus padres te pusieron Alice. Un verano nos bañamos desnudos en el río, Alice. Tú fuiste la primera chica a la que besé. Alice, soy Bobby Tyler. -Di su nombre, di su nombre, sin parar, bajo y claro-. Soy tu viejo amigo Bobby Tyler.

Alice: No.

Pero él vio que algo penetraba en sus ojos, o lo intentaba.

Tyler: No te preocupes. Ya te acordarás. Lo que quiero que sepas... ¿Puedes mirarme, Alice?

Alice: ¿E... Esther?

Tyler: Mírame, cariño. Lo que quiero que sepas es que aquí estás a salvo. Nadie va a hacerte daño.

Los ojos, esos ojos verdes que él recordaba tan bien, se le pusieron en blanco, miraron de un lado a otro como los de un animal asustado.

Alice: Tengo que ser castigada.

Tyler: Ya te han castigado, más que suficiente. Solo vas a descansar un tiempo, a ponerte fuerte otra vez. Seguro que tienes hambre.

Alice: Yo... yo... El señor provee. Yo como lo que el señor me procura.

Tyler: El doctor va a pedir que te traigan lo que puedes comer. Te vendrá bien comer.

Alice: Tengo que volver a casa. No sé cómo ir a casa. Me perdí bajo la luna, en la nieve. ¿Puedes decirme cómo volver a mi casa?

Tyler: Hablaremos de eso, quizá después de que comas un poco. Te ha atendido el médico. Te ayudará a ponerte mejor. Va a hablar con la enfermera para que te traigan algo de comer. ¿Tienes hambre?

Ella empezó a negar con la cabeza, enérgicamente, pero sin despegar sus ojos llorosos de él. Se mordió el labio inferior y después asintió.

Alice: Puedo tomarme una infusión siempre que quiero. De hierbas.

Tyler: Seguro que podemos prepararte una infusión. Quizá una sopa. Voy a quedarme aquí contigo para ayudarte a comer. Me sentaré aquí. Voy a salir un momento al pasillo para hablar con tu doctor.
 
Alice: No debería estar aquí, no debería estar aquí, no debería...

Tyler: Alice -la interrumpió en el mismo tono quedo. No la tocó, aunque quería cogerle la mano-. Estás a salvo.

Cuando retrocedió, ella juntó las manos lastimadas, cerró los ojos y murmuró lo que él tomó por oraciones.

Grove: ¿Alice Hudgens? -preguntó el médico-. La familia Hudgens... ¿Qué parentesco tiene con ellos?

Tyler: Es la hija de Cora Hudgens. La hermana pequeña de Anne Hudgens. Lleva desaparecida veinticinco años o más. Necesito que esta información no salga de aquí. No quiero que se corra la voz. -El estómago le dio un vuelco y el ardor le escaldó el esófago-. Dios, Dios bendito, ¿qué le han hecho? ¿Puede comer?

Grove: Pediré que le traigan una infusión y un caldo. Iremos despacio. Lo ha hecho muy bien, sheriff. Sabía qué decirle, cómo decirlo.

Tyler: Soy policía casi desde que ella se marchó. Se aprende -sacó un pañuelo del bolsillo, lo utilizó para limpiarse la cara y enjugarse el sudor-. Tengo que llamar a su madre.

Grove: Sí. Pero necesito hablar con ella, con todos los miembros de la familia, antes de permitirles verla. Está delicada, en todos los sentidos. Esto puede llevar tiempo.

Tyler asintió, y vio como Alice rezaba mientras sacaba el móvil.


Cora estaba arreglándose para la cena de los domingos en el rancho. Le encantaban aquellas comidas en familia y agradecía mucho que Anne se asegurara de organizarlas una vez al mes, pasara lo que pasara. Asimismo, entendía que su hija se pusiera un poco nerviosa ese domingo del mes, a su manera, sin alterarse demasiado.
 
Su Anne apenas se ponía nerviosa con nada. Cora recordaba como si fuera ayer la cena de un domingo de verano en la que ella sirvió un estupendo picoteo a base de ensaladilla rusa con judías verdes y tomates recién cogidos del huerto, mientras Sam y su propio padre asaban filetes y pollo a la parrilla. El pequeño Alex correteaba con los perros como si tuviera fuego en los pantalones y Vanessa lo seguía con sus rollizas piernecillas, haciendo todo lo posible por no quedarse rezagada.

Recordaba cómo habían charlado y reído sentados a la gran mesa hasta la tarta de fresa y el helado de arándanos antes de que Anne anunciara, con toda la calma del mundo, que más les valía llamar a la comadrona porque el bebé estaba en camino.

Qué muchacha, pensó Cora mientras probaba un nuevo lápiz de labios rosa. Resuelta a tener su tercer hijo en casa. Cronometrando sus contracciones durante más de tres horas sin decir nada a nadie, ni pestañear.

¿Y acaso no había alumbrado a Mike apenas dos horas después, en la vieja gran cama, rodeada de toda la familia?

Resuelta y serena, pensó tras dar el visto bueno al nuevo color de labios con una sonrisa. Así era su Anne de la cabeza a los pies.

Cuando pensaba en la suerte que había tenido con su hija, nada ensombrecía su felicidad. Quizá había momentos en los que echaba de menos vivir en el rancho, momentos incluso en los que aún se despertaba diciéndose que tenía que ponerse en marcha, ir a trabajar, atender a los caballos. Pero nunca lamentaba, ni por un instante, haber cedido el rancho a Anne y a Sam, y haberse mudado a la Casa Hudgens con sus padres.

Había que pasar la antorcha mientras aún brillaba. Su hija y el marido de su hija llevaban esa antorcha con pulso fuerte y firme.

Observó las fotografías que Vanessa había hecho retocar y enmarcar para ella.
 
Qué apuesto era su Mike, qué orgulloso estaría de lo que habían hecho juntos. Sus dos hijas.

Se llevó un dedo a los labios; después tocó con él la cara del amor de su vida, a su primera hija, a la segunda.

Si pudiera pedir un deseo, sería que su hija mayor entendiera que el amor y el orgullo que sentía por ella eran suficientes para iluminar el mundo, y aun así podía echar profundamente de menos a la hija que había perdido.

Apartó el deseo, pues lo que tenía siempre pesaba más que lo que le faltaba. Todavía debía meter en una caja la tarta que su madre y ella habían preparado.

Se echó un último vistazo en el espejo.

Cora: Sigues aguantando, Cora. Cada vez es más duro, solo Dios lo sabe, pero sigues aguantando.

Riéndose de sí misma, cogió el bolso y se sobresaltó un poco cuando el móvil sonó en ese preciso momento. Un extraño escalofrío le recorrió el espinazo, la indujo a poner los ojos en blanco ante su propia reacción.

Respondió al teléfono.


Doña Fancy estaba sentada al lado de la cama mirándose las botas. Su estilo le complacía, con los relucientes relámpagos rojos en los lados. Siempre le había gustado el calzado bonito. Pero, Dios santo, cuánto echaba de menos llevar zapatos de tacón sexis.

Fancy: Esa época pasó -dijo con un suspiro, y lo repitió cuando oyó los pasos de Cora-. Solo me estoy recordando que mi época de pasearme con zapatos de tacón es historia.

Cora: Mamá.

Fancy: Hubo una época en la que podía pasarme toda la noche bailando hasta la mañana siguiente con unos zapatos rojos de tacón. Tenía unos, rojos, con los dedos al aire, para los que ahorré durante casi seis meses...

Cora: Mamá. Mamá. Madre.

Doña Fancy por fin captó el tono y alzó la vista. La cara pálida y afligida de su hija fue como una flecha directa al corazón.

Fancy: Cielo, ¿qué tienes? ¿Qué ha pasado?

Cora: Es Alice -consiguió decir cuando su madre se puso de pie-. Es Alice. Han encontrado a Alice.

Cora se desmoronó, cayendo al suelo de rodillas mientras su madre corría a su lado.

Cuando Jessica aparcó delante del rancho, Vanessa se volvió hacia ella.

Ness: Tendrías que cambiar de opinión y quedarte a la cena, en serio. Es todo un acontecimiento. Y podrías coquetear un poco con Alex.

Jessie: Es tentador, créeme. Pero necesito echarme una siesta -insistió-. Y creo que ahora mismo no debería pasarme con el coqueteo.

Ness: Juego estratégico -aceptó su respuesta y le tocó el hombro con la yema de un dedo-. El siguiente paso tiene que darlo Alex.

Jessie: Podría decirse así.

Ness: Bueno, gracias por traerme.

Jessie: Siempre que quieras. Salúdalos a todos de mi parte.

Ness: Lo haré.

Como Jessica había parado delante de la casa, Vanessa entró por la puerta principal. Correría arriba, pensó, se cambiaría de ropa y luego vería en qué podía ayudar a su madre con la comida.

Entró y se detuvo en seco cuando la vio llorando en los brazos de su padre.

No solo llorando, pensó Vanessa en ese breve instante, sino temblando.
 
Ness: ¿Qué ha pasado? -El corazón se le encogió tanto que se sintió mareada-. Las abuelas...

Sam negó con la cabeza, acariciando el pelo de Anne, cuando miró a Vanessa por encima de la cabeza de su mujer.

Sam: Están todos bien.

Anne: Estoy bien. Estoy bien. -Pasándose la mano por la cara, se separó de él-. ¿Lo he apagado todo? Tengo que ir a mirar si...

Sam: Está todo apagado. Tenemos que irnos ya, Anne.

Ness: ¿Dónde? ¿Qué ocurre? 

Anne: Alice. -Cuando la voz se le quebró, respiró hondo y expulsó el aire despacio-. Han encontrado a Alice. Está en el hospital. En Hamilton.

Ness: Han... ¿Alice? Pero ¿dónde...?

Sam: Ahora no, cariño -tenía a Anne firmemente rodeada con el brazo-. Tenemos que ir a recoger a las abuelas. No podemos dejar que Cora conduzca tal como está.

Anne: He... he... Lo he dejado todo en la cocina -empezó a decir-.

Ness: Yo me ocupo, mamá.

Anne: Alex, Mike, iba a dejar una nota. Se me ha olvidado. Necesito...

Ness: Yo se lo diré. Yo se lo diré -se acercó a Anne y le dio un fuerte abrazo; sintió cómo temblaba-. Contad con nosotros. Os apoyamos. -Le tomó la cara entre las manos-. Cuidad a las abuelas.

Comprendió que aquello era justo lo que su madre necesitaba oír. Anne dejó de llorar.

Anne: Lo haremos. Las cuidaremos. Alex y Mike.

Ness: Iré a buscarlos. Venga, marchaos.

En cuanto su madre salió por la puerta, Vanessa corrió a la parte trasera de la casa mientras sacaba el móvil. No se detuvo cuando entró en la cocina oliendo al asado de los domingos y al pan recién hecho, sino que marcó el número de Alex mientras salía de nuevo fuera por la otra puerta.

Ness: ¿Dónde estás? -le preguntó en cuanto él respondió-.

Alex: Revisando unas cercas. Ya vamos para allá. No llegamos tarde.

Ness: Tenéis que venir a casa de inmediato. De inmediato, Alex. Han encontrado a Alice, la hermana de mamá, Alice. ¿Está Mike contigo?

Alex: Sí. Ya vamos.

Aliviada, entró otra vez en casa y subió corriendo la escalera trasera. Se quitó el vestido, cogió unos vaqueros y una camisa. Recordó a su madre, llorando y temblando.

Se dio cuenta de que Anne no llevaba el bolso, y, a medio vestir, se precipitó al dormitorio de sus padres para cogerlo. Intentó pensar en qué más podría necesitar su madre, pensó en el estado de la cocina y en la comida.

Terminó de vestirse y llamó a Clementine. Después corrió abajo para reunirse con sus hermanos.


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