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miércoles, 13 de septiembre de 2023

Capítulo 17


Era como un sueño. Nada parecía del todo real. Anne estaba sentada muy cerca de ella, cogiéndole la mano, y eso era real. Eso era real. También lo era su madre, que hacía lo propio con la otra mano.

Cora se preguntaba si con ese gesto estaban impidiendo que saliera volando.

Oía hablar al médico, pero sus palabras solo daban vueltas en la cabeza, no parecían capaces de asentarse.

Entraron los nietos. ¿Les sonrió? A Cora siempre la hacían sonreír, por el mero hecho de existir.

Bob Tyler estaba en la habitación, un poco apartado. Bob la había llamado, le había dicho...
Alice.

Cora: Lo siento. -Luchó contra su embotamiento, intentó concentrarse en las palabras del médico-. Me cuesta pensar con claridad. ¿Está diciendo que no recuerda quién es?

**: Ha sufrido un trauma muy fuerte. Prolongado, físico, mental, emocional.

Cora: Prolongado -repitió de forma inexpresiva-.

Bob: Es mejor que le hablemos sin rodeos. -Tyler dio un paso hacia delante, se agachó para ponerse a la altura de Cora-. Parece que alguien ha retenido a Alice en contra de su voluntad, probablemente durante años. Le ha hecho daño, Cora. Tiene cicatrices del daño que le ha hecho. Cicatrices en la espalda por palizas, en el tobillo por lo que considero que es un grillete. La han violado, y no mucho antes de que la encontraran. Ha tenido hijos, cariño.

El escalofrío la atravesó como garras afiladas.

Cora: Hijos.

Bob: El doctor ha dicho que ha dado a luz más de una vez. 

Sí, hablar sin rodeos, pensó Cora. Mejor.

Horrible.

Cora: Alguien se la llevó y la encadenó, le pegó y la violó. A mi Alice.

Bob: Algunas de las cicatrices son viejas, otras no tanto. También le ha causado daños psicológicos. Aquí tienen una doctora que va a ayudarle con eso, igual que hará el doctor Grove.

Años. Cora había vivido años y sabía cómo volaban, aunque había períodos que avanzaban igual de lentos que un caracol.

Pero ¿años? ¿Su Alice, su hija, su niña, presa y lastimada durante años?

Cora: ¿Quién ha sido? -preguntó, su embotamiento carbonizado por la ira-. ¿Quién le ha hecho esto?

Bob: Aún no lo sé. -Antes de que Cora pudiera añadir nada, el sheriff le agarró las manos con más fuerza-. Pero juro por mi vida, Cora, que haré todo lo posible para averiguarlo, para encontrarlo, para hacerle pagar por esto. Te lo prometo.

La ira podía esperar, se dijo Cora. Los sollozos y gemidos que ya le bullían por dentro podían esperar. Porque...

Cora: Necesito ver a mi niña.

Grove: Señora Cora -el doctor volvió a acercarse-. Tiene que saber que quizá no la reconozca. Tiene que estar preparada para eso. Tiene que estar preparada para su aspecto físico y su estado emocional.

Cora: Soy su madre.
 
Grove: Sí, pero es posible que ella no sepa quién es. Tiene que estar muy calmada cuando entre a verla. Su impulso será abrazarla, hacerle preguntas, esperar que las responda. Ella puede angustiarse. En ese caso, deberá dejarla tranquila, darle más tiempo. ¿Puede hacerlo?

Cora: Puedo hacer lo que sea mejor para ella, y lo haré, pero necesito verla, con mis propios ojos.

Bob: No parece la misma -le advirtió Tyler-. Prepárate para eso, Cora. Ni está ni habla como la recuerdas.

Anne: Te acompaño -se levantó-. Me quedaré fuera de la habitación, pero no vas a ir sola.

Cora apretó la mano a su madre, después se levantó y cogió a su hija de la mano.

Cora: Estaré mejor sabiendo que estás conmigo.

Grove: Entraré con usted. Señora Cora -continuó Grove mientras echaba a andar-, tiene que resistir el impulso de preguntarle por lo que le ha pasado, de reaccionar a las señales que verá de lo que le ha pasado. Mantenga la calma. Es posible que no quiera que la toquen, que no quiera hablar. Llámela por su nombre. Ella dice que se llama Esther.

Cora: ¿Esther?

Grove: Sí, pero el sheriff ha seguido llamándola Alice, y se ha calmado cuando él le ha hablado.

Cora: ¿Lo ha reconocido?

Grove: No lo creo, al menos conscientemente, pero ha podido comunicarse con ella -se detuvo delante de la puerta-. El sheriff Tyler dice que es usted una mujer fuerte.

Cora: Pues tendrá razón.

Asintiendo, Grove abrió la puerta.

En la imaginación de Cora, Alice continuaba siendo la adolescente bonita e indomable que se había escapado para ser estrella de cine. Aquella bonita adolescente, y todas las etapas por las que había pasado antes de aquel día.

La niña con vestidos de volantes y botas camperas. La bebé de meses que ella había acunado en plena noche. La adolescente insolente, la niñita que se había metido en su cama buscando consuelo tras una pesadilla.

La mujer de la cama con la cara magullada, el pelo encanecido y sin brillo, hondas arrugas en las comisuras de la boca y los ojos, guardaba muy poco parecido con esos preciados recuerdos.

Aun así, pensó Cora, reconocía a su hija.

El corazón se le retorció dentro del pecho, como un trapo escurrido con fuerza, y las piernas le fallaron.

Entonces Anne le apretó la mano.

Anne: Estoy aquí, mamá. Estaré aquí, en el pasillo. 

Cora puso la espalda recta y se acercó a la cama.

La mujer allí tumbada se encogió. Sus ojos, verdes como habían sido los de su padre, miraron a todas partes, perseguidos por el horror.

Había pesadillas que no podían ahuyentarse con abrazos.

Cora: Tranquila, Alice. Nadie va a hacerte daño. No permitiré que nadie vuelva a hacerte daño.

Alice: ¿Dónde está el hombre? ¿Dónde está el...?

Cora: ¿Bob Tyler? Está en el pasillo. Me ha llamado para decirme que estabas aquí. Me alegro mucho de volver a verte, Alice. Mi Alice.

Alice: Esther -se encorvó-. No quiero más inyecciones. El señor se enfadará mucho. No puedo quedarme aquí.

Cora: Tuve una profesora que se llamaba Esther -se inventó sobre la marcha-. Esther Tanner. Era encantadora. Pero a ti te puse Alice por la madre de tu padre. Alice Anne. Mi vivaracha gatita callejera.

¿Era su esperanza ciega, la urgencia de su necesidad, o acaso vio un atisbo de emoción en esos ojos despavoridos? Con cuidado, con tanto cuidado que los huesos le dolieron, se sentó en un lado de la cama.
 
Cora: Solía llamarte así cuando eras chiquitina y no querías dormirte. Ay, luchabas contra el sueño como si fuera tu enemigo más feroz. Mi Alice jamás quiso perderse un minuto de vida.

Alice: No. Alice era una puta y una marrana. Dios la ha castigado por sus maldades.

El corazón volvió a retorcérsele a Cora, esta vez por la ira que le bullía en las entrañas, pero la reprimió. La reservó para más adelante.

Cora: Alice es, era y siempre será rebelde, terca, pero nunca mala. Oh, podías volverme loca de atar, mi gatita callejera, pero también podías hacerme reír, ¿verdad? Y me llenabas de orgullo. Como la vez que saliste en defensa de la pequeña Emma Winthrop cuando las otras niñas se burlaban de ella por tartamudear. Tiraste a dos al suelo de culo, te metiste en un lío por eso. Y yo me sentí muy orgullosa de ti.

Alice negó con la cabeza, y Cora se arriesgó.

Con delicadeza, mucha delicadeza, le puso las manos en las mejillas.

Cora: Te quiero, Alice. Tu madre te querrá siempre.

Cuando Alice volvió a negar con la cabeza, Cora solo sonrió y bajó las manos a su regazo.

Cora: ¿Sabes quién más ha venido, cuando a ti te apetezca verlas? Anne y la abuela. Todas nos alegramos mucho de que estés en casa.

De nuevo mirando a todas partes, Alice apretó los labios.

Alice: El señor provee. Tengo que volver. Tengo una casa que el señor me procuró. La mantengo limpia. Tengo que limpiar la casa.

Cora: Me encantaría ver tu casa -sonriéndole con naturalidad y tuvo pensamientos siniestros, amargos, vengativos-. ¿Dónde está?

Alice: No lo sé, no lo sé. -Sus ojos esquivos se clavaron en Cora. Cuánto miedo había en ellos, cuánta confusión-. Me perdí. Fui mala, y caí en la tentación.

Cora: No vamos a preocuparnos por eso. Nada en absoluto. Pareces cansada, así que voy a dejarte descansar. Voy a dejarte algo, una de mis cosas preferidas.

Levantándose, Cora metió la mano en el bolsillo. Había sacado la fotografía de la billetera en el coche camino del hospital. Con la misma delicadeza de antes, le cogió la mano y le puso la fotografía en la palma.

En ella, Cora aparecía flanqueada por sus dos hijas adolescentes, cada una con una mejilla apretada contra las suyas, sonriendo a la cámara.

Cora: Tu abuelo la sacó la mañana del día de Navidad cuando tú tenías dieciséis años. Quédatela. Si te entra miedo, mírala. Ahora descansa, mi Alice. Te quiero.

En cuanto salió y vio a Anne, se deshizo en lágrimas.

Anne: Tranquila, mamá. Lo has hecho muy bien.

Cora: Se la ve tan enferma y asustada... Su pelo, oh, Anne, su bonito pelo.

Anne: Ahora la cuidaremos. La cuidaremos todos. Anda, vamos. Ven a sentarte. Alex -dijo en cuanto llegaron a la sala de espera-, tráele algo de merendar a la yaya, y también a la abuela. Siéntate, mamá.

Doña Fancy abrazó a Cora, la meció, la tranquilizó.

Anne: Doctor Grove. Querría hablar un momento con usted. -Salió de la sala de espera, mirando alrededor en busca de un lugar poco concurrido-. En primer lugar -empezó a decir-, usted ha dicho que alguien haría una valoración de su estado mental y emocional. Supongo que se refiere a un psiquiatra.

Grove: Así es.

Anne: Necesitaré su nombre y sus titulaciones. Compréndame -continuó antes de que él pudiera decir nada-. Mi madre es, tal como dicen, una mujer fuerte. Pero necesita un intercesor, y está claro que mi hermana también. Seré yo. Necesito saber todo lo que hay que saber sobre su estado, sin omitir ningún detalle, y sus tratamientos. -Sacó el móvil-. Voy a grabar esto, si no le importa, para descartar la posibilidad de que yo entienda algo mal o me haga un lío más adelante. Antes de hacerlo, quiero darle las gracias por la atención médica que hasta ahora ha prestado a mi hermana y por la compasión que ha demostrado hacia mi madre.

Grove: Seré lo más riguroso posible. Creo que sería beneficioso para mi paciente que usted, la doctora Minnow y yo tuviéramos una conversación antes de que ella valore a Alice.

Anne: ¿Se refiere a Celia Minnow?

Grove: Sí. ¿La conoce?

Anne: Sí, así que podemos saltarnos lo de sus titulaciones. Puedo reunirme con los dos cuando a ustedes les parezca. Bien. -Puso en marcha la grabadora del móvil-. Empecemos por el estado físico de Alice.

Vanessa siguió el ejemplo de su madre. Esperó hasta que Tyler salió de la sala de espera para hacer una llamada y se escabulló tras él.

Ness: Tengo preguntas.

Bob: Lo entiendo, Vanessa, pero...

Ella se limitó a cogerlo del brazo y pasaron juntos por delante del puesto de enfermeras.

Ness: Ha dicho que la habían violado, antes de que la trajeran aquí. ¿Han recogido muestras?

Bob: Así es.

Ness: ¿Hay ADN, su ADN? He visto muchos capítulos de CSI.

Bob: Y deberías saber que no es como en la tele. El análisis de las muestras llevará tiempo. Y si hay ADN, necesitaremos un sospechoso para poder cotejarlo.

Ness: Ella podría identificar a ese hombre.

Con el mismo cansancio que manifestaba su cara, Tyler se restregó la nuca.

Bob: En este momento ni siquiera puede identificarse a sí misma.

Ness: Eso lo entiendo. Y entiendo que la mayor parte de mi familia esté centrada en Alice, en cómo está más que en cómo ha acabado así. Por tanto, yo voy a concentrarme en cómo ha acabado así. ¿Dónde estaba exactamente? ¿Quién la ha encontrado?

Bob: Un matrimonio que volvía a casa después de una noche de juerga la encontró en el arcén de la carretera 12. No sabemos de dónde venía, ni cuánta distancia pudo recorrer antes de desplomarse ahí. Llevaba una bata de estar por casa y zapatillas. No tenía ningún documento identificativo. No tenía nada de nada.

Ness: ¿Cuánta distancia pudo recorrer vestida así? -echó a andar, regresó a su lado-. Unos pocos kilómetros quizá.

Bob: En cualquier dirección. Hemos mandado su ropa a la policía estatal. Sus científicos forenses la examinarán, buscarán algo que pueda darnos más información. Pero eso tampoco se hará en un santiamén, Vanessa, dado que todo esto lleva tiempo. Tienes que confiar en mí. Removeré cielo y tierra hasta averiguar quién le ha hecho esto.

Ness: Eso no lo pongo en duda, en absoluto. Solo necesito darle sentido. Hacerme una idea para poder asimilarlo. La posibilidad de que la raptaran y la retuvieran desde que se fue de casa...

Bob: No creo que pasara eso. Encontraron la camioneta que se llevó en Nevada. Mandó postales desde California.

Ness: Es verdad, es verdad. Nadie hablaba mucho de Alice, pero yo lo sabía. Debía de estar otra vez por la zona. Debieron de raptarla cerca de aquí, sheriff. No podría haber venido de California o Nevada en bata y zapatillas.
 
Eso, al menos, le daba cierto sentido.

Ness: Bien -asintió con aire resoluto-. Eso es algo en lo que pensar. -Se volvió de nuevo hacia él-. Ha dicho que había tenido hijos. ¿Dónde están sus hijos? Dios santo, serían mis primos. -Afectada, se apretó los párpados-. Es mi tía. Nunca había pensado en ella de esa manera. -Miró hacia el fondo del pasillo-. No había pensado en ella casi nunca.

Y se dijo que a partir de entonces lo haría.


Vanessa convenció a su madre para que se fuera a casa con ella y Mike, poniendo a la bisabuela como excusa. La bisabuela no podía quedarse una noche entera en una sala de espera. La bisabuela debería ir a dormir al rancho, y necesitaba ciertas atenciones.

No hubo manera de convencer a Cora, de modo que Sam y Alex se quedaron con ella.

Como nadie había comido en el hospital, Vanessa calentó la comida que la leal Clementine había terminado de cocinar y había guardado. Cuando dos de las mujeres a las que más quería empezaron a hurgar en la comida que tenían en el plato, Vanessa se puso firme.

Ness: Parece que Mike es el único que se tomará un chupito de whisky después de cenar. Pienso que un chupito nos vendría bien a todos, pero vosotras dos no vais a beber whisky con el estómago vacío ni en broma.

Fancy: Eso es un acicate -consiguió esbozar una sonrisa, y comió un bocado de carne-. He acumulado mucha ira por esa muchacha en el corazón.

Anne: Y yo. Ira, rencor y todas las cosas duras que le diría si alguna vez tuviera la oportunidad.
 
Ness: Oh, parad las dos.

Bastante sorprendido, Mike se irguió.

Mike: Frena un poco, Vanessa.

Ness: Ni de coña. La ira, el rencor y las cosas duras se deben a lo que hizo. Se largó, y eso no cambia la falta de consideración que tuvo. La ira y todo lo demás son porque pensabais en la yaya. Tú pensabas en el sufrimiento de tu hija y tú, en el de tu madre. Alice hizo lo que hizo, y se merecía una buena bronca.

Mike: Santo Dios, Vanessa -comenzó a decir, pero Vanessa lo acalló fulminándolo con la mirada-.

Ness: Pero su falta de consideración no significa que se merezca lo que le ha pasado. Nadie se merece eso. Y nadie de esta mesa es responsable de lo que ha ocurrido. Así que parad, y comed.

Anne: No me gusta ese tono -dijo con frialdad-.

Ness: A mí no me gusta estar aquí sentada mientras mi madre asume una culpa que no le corresponde y, de paso, se la contagia a mi bisabuela. No me gusta que mi bisabuela haga lo mismo con mi madre.

Fancy: A mí tampoco me gusta ese tono -engulló otro bocado-. Igual que no me gusta mucho reconocer que la muchacha tiene razón.

Anne: Una razón que podría haber argumentado con un poco más de respeto -replicó, y volvió a coger el tenedor-.

Mike: Si se sale con la suya... -las miró a todas-. Castigaros por lo que sentíais no ayuda en nada. Lo que sí ayudará es que la familia permanezca unida, haciendo lo que hay que hacer, unida. La culpa no une a las personas, y nosotros vamos a estar juntos en esto. -Para acabar, dirigió una sonrisa engreída a su hermana-. Así es como se argumenta con respeto.

Ness: Yo te he abonado el terreno.
 
Doña Fancy rechazó el comentario con un gesto de la mano.

Fancy: De vez en cuando, el muchacho razona. -Acarició el dorso de la mano a su bisnieto-. Va a necesitarnos, Anne. Las dos van a necesitarnos.

Anne comió despacio.

Anne: El médico dice que Alice podría salir dentro de unos días por lo que respecta a su estado físico. Pero su recuperación emocional puede llevar más tiempo. La trasladarán a la unidad psiquiátrica hasta que... Pero yo...

Fancy: ¿Qué, cariño?

Anne: He hablado un poco con Celia Minnow. Va a tratarla ella. Tiene que valorar a Alice y hablar con ella, y decidir qué es lo mejor. Quizá podríamos traerla aquí. Se crio aquí. Su familia está aquí. Contrataremos a una enfermera si es necesario. Y Celia vendrá cuando tenga sesión con ella o nosotros podemos llevarle a Alice. Tengo que hablarlo con Sam, y con todos vosotros, porque es pedir mucho, esperar mucho.

Ness: Claro que vendrá aquí -miró a Mike y él asintió-. La Casa Hudgens es demasiado pequeña para meter a enfermeras y a doctores. Aquí hay mucho espacio y es un sitio que ella conoce.

Fancy: Eso aligera mi carga. Vanessa, no puedo comer más a estas horas de la noche, pero creo que me he ganado un dedito de whisky para ayudarme a dormir. Eso, y mi cama, es lo que más deseo.

Vanessa se levantó y cogió vasos; sirvió uno a doña Fancy, luego miró a su madre con aire interrogante. Anne le enseñó dos dedos. Sirvió esa cantidad, también para Mike y ella.

Anne: Bueno -alzó su vaso-. Por difícil que lo haya tenido, por difícil que aún lo tenga, brindemos por Alice. Por el regreso de la hija pródiga.

Tras poner a la bisabuela como excusa otra vez, Vanessa convenció a su madre para que subiera, la ayudara a instalarse y descansara un poco, mientras ella recogía la cocina con su hermano.
 
Mike: No podremos dejarla sola. A Alice. ¿La llamamos la tía Alice? Dios mío, Ness.

Ness: Creo que con Alice bastará. Tendremos que turnarnos, si acaba viniendo. Y, probablemente, contratar a enfermeras con experiencia psiquiátrica. Mamá se ocupará de eso, y tener algo tangible de lo que ocuparse la ayudará a afrontar lo demás. Puede que la yaya y la abuela acaben quedándose un tiempo en el rancho.

Mike: Tenemos sitio. Me pregunto cuánto hace que volvió. A la región. 

Mientras limpiaba la encimera, Vanessa lo miró con aire comprensivo.

Ness: A mí me pasa igual.

Mike: Quién se lo iba a imaginar... Siempre había pensado que estaba muerta.

Ness: Yo también. No entendía cómo podía estar viva y ni siquiera escribir una carta o llamar de vez en cuando. Nada durante años. Saber ahora que alguien la tenía prisionera, y que era tan cruel con ella... Y todo el tiempo cerca. Cerca de aquí. Mike, podríamos haber pasado en coche o a caballo a menos de un kilómetro de donde estaba.

Mike: Tiene que estar apartado, ¿no crees?

Ness: No lo sé. En serio. Las mujeres de... ¿Fue en Ohio donde aquel cabrón las tuvo encerradas durante años? Eso no estaba tan apartado, y nadie lo sabía.

Mike: No me cabe en la cabeza. No me cabe en la cabeza que un hombre quiera estar con una mujer a la que necesita tener encerrada. Me entran ganas de vomitar. -Asqueado, arrojó el paño de cocina-. Me voy a la cama. Mañana puedo ir temprano, para que Alex y papá tengan tiempo de venir a casa.

Ness: Mamá querrá ir contigo, y a lo mejor convence a la yaya para que vuelva con vosotros, aunque solo sea para cambiarse de ropa. Si lo consigue, yo llevaré a la yaya de vuelta al hospital.

Mike: Haremos que funcione -se volvió hacia ella, la abrazó-. Por muchas veces que me hayas sacado de quicio, me habría cabreado muchísimo si te hubieras largado de esa manera.

Ness: Yo opino lo mismo.

Mike: Duerme un poco tú también. 

Mike le dio un beso en la coronilla y subió.

Vanessa sabía que no conciliaría el sueño, aún. Se dijo que necesitaba dar un paseo, y aunque sabía exactamente dónde quería ir, no lo reconoció hasta que llamó a la puerta de Zac.

Él la abrió tan rápido que Vanessa supo que estaba esperándola.

Ness: Te has enterado.

Zac: Clementine -la abrazó-. He ido al rancho con la esperanza de cenar de gorra. ¿Estás bien?

Ness: No sé cómo estoy, pero eso es lo de menos.

Zac: He pensado en ti. -Le frotó los brazos mientras la separaba para verla bien-. No te he llamado ni te he mandado un mensaje porque no quería estorbar. No he ido al rancho cuando he visto que se encendía la luz de la cocina por la misma razón.

Pero la había esperado, pensó Vanessa. Había esperado.

Ness: ¿Crees que podrías hacerme compañía solo un momento?

Zac: Claro. ¿Cómo lo lleva Cora?

Ness: Sigue en el hospital. Se niega a marcharse. Zac, ¿podemos tumbarnos? No me refiero a acostarnos. ¿Podemos solo tumbarnos para que te lo pueda contar todo? Estoy demasiado cansada para quedarme de pie y no quiero sentarme.

Zac le pasó un brazo por la cintura y la condujo hasta la habitación.

Zac: Vamos a quitarte esas botas.

Vanessa dejó que lo hiciera mientras se estiraba en la cama.

Ness: Gracias. He estado analizándolo todo, por partes. Quiero repasarlo todo de cabo a rabo. Puede que por fin cobre algo de sentido.

Zac se tumbó a su lado.

Zac: Adelante.

Ness: Cuando he vuelto a casa, mamá estaba llorando.

Se lo contó todo, paso a paso. Él apenas la interrumpió, dejó simplemente que le explicara lo que había visto, oído y sentido a medida que lo recordaba.

Ness. Mamá va a llevarla al rancho -concluyó-. Puede que sea pronto, puede que falten meses para eso, pero está decidida.

Zac: ¿Eso te preocupa?

Ness: Me preocupa cuánto estrés añadirá a la vida de mamá, aunque ella estaría estresada de todas formas. Me preocupa que no atrapen al hijo de puta que ha hecho esto, y que eso penda sobre nuestras cabezas como una tormenta a punto de estallar. Me preocupa que cerca de aquí, muy cerca de casa, haya alguien capaz de hacer algo semejante. Hijos, Zac. Ha tenido hijos. Podría tener uno de mi edad o de la de Mike, o hijos pequeños. ¿Los tiene encerrados y les hace daño como a ella?, ¿o también ellos están metidos en el ajo? Como, no sé, como una especie de secta.

Zac le apartó el pelo de la cara.

Zac: Son muchas preocupaciones.

Ness: Es como si el mal hubiera desbancado al bien. Dos mujeres muertas, y Alice. Es como si el mal hubiera desbancado al bien y hubiera cambiado mi mundo. ¿Puedes volver a abrazarme? Necesito cerrar los ojos un momento.

Zac: Claro.

Zac la abrazó, y sintió que se quedaba dormida casi en cuanto los ojos se le cerraron.
 
Comprendía sus preocupaciones, todas ellas. Pero había una en la que Vanessa todavía no había pensado y que pasó directamente a ser la primera de su lista.

Alice no estaba muerta. Una mujer viva, una vez que recobrara la cordura, podía identificar al monstruo que la había tenido encerrada, le había pegado y violado.

Le preocupaba que un hombre capaz de hacer todas esas cosas no vacilara en matar a la mujer que conocía su cara y a cualquiera que se interpusiera en su camino.


Vanessa se despertó con la cabeza apoyada en el hombro de Zac, aún en sus brazos. ¿La reconfortaba? No sabía cómo expresar su gratitud por ese sencillo bienestar.

Cuando empezó a separarse, él la abrazó con más fuerza.

Zac: Duerme un poco más.

Ness: No tenía ninguna intención de quedarme dormida. Debo volver, por si me necesitan. 

Se incorporó y se echó el pelo hacia atrás.

Zac se incorporó con ella, pasándole una mano por la larga melena.

Vanessa quería reclinarse contra él, apoyarse en él, un momento más. Pero...

Ness: ¿Va bien ese reloj?

Él lo miró y vio que eran las 3.35 de la madrugada.

Zac: Sí.

Ness: No son horas para hablar de esto, pero puede que necesitemos que alternes entre el resort y el rancho hasta que nos organicemos. Al menos dos de nosotros tenemos que estar en el hospital. Haremos turnos.

Zac: No hay problema.

Ness: No me refiero a mañana, ni a hoy -encontró las botas y se las puso-. Hoy vas a visitar a tu madre.
 
Zac: Puedo aplazarlo.

Ness: No, ve. De todas formas, tengo que reorganizarlo todo, y tu madre cuenta con verte -se apoyó un momento en él-. Gracias por ser un amigo cuando lo necesitaba.

Zac: Soy un amigo aunque no lo necesites. Pero la próxima vez querré sexo. 

La hizo reír, como él pretendía.

Ness: Yo también -le cogió la cara entre las manos y lo besó-. Yo también.

Zac: Tenme al corriente de todo, Vanessa.

Ness: Lo haré -se levantó-. Me voy al hospital, ya que he dormido un poco, y relevaré a papá y a Alex, lo quieran o no. Alex también va a necesitar un amigo.

Zac: Soy su amigo, me necesite o no. Pero no pienso acostarme con él. 

Su respuesta volvió a hacerla reír mientras se dirigía a la puerta.

Ness: Los dos, Alice y tú, os fuisteis, pero habéis vuelto de maneras bien distintas. Duerme un poco más, Efron.

Todavía vestido, Zac se echó de nuevo cuando oyó cerrarse la puerta.

Pero no volvió a dormirse.


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