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jueves, 7 de septiembre de 2023

Capítulo 14


Para evitar verse tentado por Vanessa más que para evitarla, Zac fue a trabajar mucho antes de lo habitual. Solo, rodeado de silencio, terminó de inventariar los arreos, redactó un informe sobre cuáles creía que había que reponer y cuáles pensaba que podían repararse.

A media mañana había mandado a Evan al centro con un par de caballos para Ashley y una de las clases. Junto con Ben, había ensillado otras cuatro monturas para un paseo a caballo, había pedido suministros, poniendo a la jefa en copia, y había confirmado más reservas.

Hacía un buen día para cabalgar, pensó, pues los termómetros podían llegar a marcar diez grados por la tarde. Suponía que las esculturas de nieve que habían aguantado tan bien hasta entonces empezarían a reblandecerse al final del día.

Cora: Hola, vaquero.

Se incorporó, pues estaba inspeccionado un casco, y sonrió a Cora.

Zac: Señora. Buenos días, doña Fancy.

Fancy: He oído que estás echando una mano a Andy -dijo levantando el ala de su llamativo Stetson verde para mirarlo bien-.

Zac: Siempre estoy encantado de echar una mano.

Fancy: Es un buen hombre. Tú eras un chico malote, Zac. Siempre he tenido debilidad por los chicos malotes. En mi opinión, aún te falta un poco de rodaje para convertirte en un hombre, pero creo que lo harás.
 
Cora: Mamá está muy animada esta mañana. No tenemos un día como este desde noviembre, y las dos queremos aprovecharlo. ¿Nos puedes dejar dos caballos para un par de horas?

Zac: Para el tiempo que quieran. Doña Fancy, ¿sigue siendo la yegua baya su preferida, la que usted llamó Della?

Fancy: ¿Cómo es posible que te acuerdes de eso?

Zac: Nunca olvido a una mujer guapa ni un buen caballo.

Ella le dirigió una sonrisa que lograba un equilibrio perfecto entre coquetería y complacencia. No era de extrañar que él estuviera loco por doña Fancy.

Zac: Resulta que hoy la tengo aquí en el potrero. Si la quiere, se la traeré y se la ensillaré.

Fancy: Me encantará montar a Della, y aún puedo ensillar mi caballo.

Zac: No me cabe ninguna duda, pero le agradecería que me dejara hacerlo a mí. Cora, sé que ha estado utilizando a Vaquero en el picadero, pero ahora mismo está ahí, en mitad de una clase.

Cora: Veamos qué más tienes.

Fueron al corral de prácticas, y cuando Cora se decidió, Zac llevó a la yegua baya y a un capón castaño al otro corral.

Con una mano en la cadera y la chaqueta vaquera -con su llamativo signo de la paz- desabrochada, doña Fancy lo observó mientras ensillaba la yegua.

Fancy: Tienes buenas manos, muchacho. Valoro mucho las manos de un hombre. Me sorprende no haberme enterado de que ya las has utilizado con una hembra de dos piernas.

Cora: Mamá -puso los ojos en blanco mientras ensillaba su caballo capón-. 

Fancy: Si no puedo pinchar a un muchacho al que zurré cuando tenía tres años, ¿a quién puedo fastidiar? Tienes buenas manos y eres guapo -añadió doña Fancy-. Deberías haberle echado el ojo a una mujer.

Zac: Como solo tengo ojos para usted, ¿se está ofreciendo, doña Fancy?

Ella soltó un resoplido.

Fancy: Es una lástima que nacieras con cincuenta..., oh, puñetas, sesenta años de retraso.

Zac: Pero soy muy sabio.

Ella volvió a reírse, le acarició la mejilla.

Fancy: Siempre tuve debilidad por ti.

Zac: Doña Fancy -le tomó la mano y se la besó-. Llevo toda la vida enamorado de usted.

Fancy: No es que corras mucho riesgo diciéndole eso a una mujer de casi noventa. -Pero esta vez lo besó en la mejilla-. No me ofendas trayéndome una banqueta. Solo dame un poco de impulso.

Zac entrelazó las manos con las suyas y se maravilló de la facilidad con que la mujer se encaramó a la silla. Si él vivía hasta casi los noventa, esperaba poder hacer lo mismo.

Fancy: Vamos, Della, a ver cómo estamos hoy.

Mientras Cora revisaba las cinchas de su silla, doña Fancy dio la vuelta a Della, la llevó del paso al trote y luego del trote al medio galope por el potrero.

Cora: Hoy tenía muchas ganas de salir -se recolocó el sombrero sobre el corto pelo cano-. Los inviernos se le están haciendo más largos. Un día como hoy es un regalo. No, puedo sola -dijo cuando Zac volvió a entrelazar las manos-. Los traeremos de vuelta en un par de horas. A mí también me apetece mucho. Hace bastante tiempo que no cabalgamos por nuestras tierras.

Zac: Pásenlo bien. Ah, espero que no se lo tome a mal, pero ¿lleva el móvil?
 
Los pequeños pendientes plateados de Cora centellearon cuando sonrió a Zac.

Cora: Llevamos las dos, y agradezco tu preocupación. ¿Estáis listas Della y tú, mamá?

Fancy: Yo siempre estoy lista.

Zac: Yo me ocupo del portón.

Zac cruzó el suelo terroso del potrero y lo abrió. Las dos mujeres salieron, a paso lento. Luego, doña Fancy se volvió y le guiñó el ojo. Y echó a galopar.

Zac: Bueno -masculló-. No necesitaba ese año de mi vida. 

Las observó, las admiró, y después volvió al trabajo.

Cuando ya faltaba poco para terminar la jornada, dejó a Ben y a Carol al cargo de todo y fue a caballo al Pueblo Hudgens, con Leo de las riendas.

Ató a los dos caballos antes de entrar en el edificio con paso decidido, saludó a la recepcionista con la mano y siguió hasta el despacho de Vanessa.

Ella estaba sentada detrás de su escritorio, con el teléfono en la oreja, buscando algo en el ordenador.

Ness: Sí, lo tengo. Claro que puedes, Cheryl. Sí, tenemos nuestros propios huertos, invernaderos, y... Depende por completo de ti. Sí, estamos encantados de que vengáis. Ya lo estamos anunciando en nuestra web y nuestros folletos, y os daremos prominencia a ti y al evento que empieza el primero de mes.

Mientras Vanessa se recostaba en el respaldo, cerraba los ojos y comenzaba a murmurar «ajá», Zac miró en su nevera portátil y sacó dos Coca-Colas. Abrió una y se la dejó en el escritorio, luego abrió la otra y se sentó a bebérsela.

Ness: Te prometo que encontrarás nuestra cocina y a nuestros empleados dignos de nuestros cinco tenedores. Lo siento, pero eso no podemos pagarlo. Si crees que necesitas traer a un ayudante, no hay problema con que lo hagas, por cuenta tuya. Sí, sí, eso no es discutible, y así se estipula en tu contrato. Como he dicho, estamos encantados de tenerte como cocinera invitada del evento. Espero que el aforo esté completo. Por favor, dinos cuándo llegas en cuanto lo sepas. Iremos a recogerte al aeropuerto. -Cuando volvió a escuchar, entornó los ojos con expresión ligeramente furibunda-. Lo siento, Cheryl, déjame echar un vistazo a tu contrato para ver si pone algo sobre facilitar una limusina. Ajá. ¿Por qué no me mandas un email con todo eso para que se lo pase a los asesores legales? No dudes en decirme cualquier otra cosa que puede hacerte la visita más grata, y si está en mis manos la haré. Hasta pronto.

Vanessa colgó con mucho cuidado, respiró hondo.

Ness: Bruja arrogante y presumida.

Zac: Es admirable. Admiro cómo has mantenido un tono absolutamente educado y razonable, aunque lo hayas recubierto de una capa de hielo tan gruesa que podría partir una rama en dos.

Ness: Cheryl está contratada como nuestra cocinera invitada para el Gran Banquete de primavera. Es la chef de ese restaurante pijo de Seattle, y cuando la invitamos, cuando firmamos el contrato, ella se mostró entusiasmada y colaboradora. Desde entonces ha salido en la revista America’s Top Chefs y ahora es una diva, quiere traer a su gente, y que nosotros paguemos, quiere traer sus especias, me ha dado la tabarra con su cochina...

Zac: Col china, deduzco. En California -ella lo atravesó con la mirada- se aprenden cosas.

Ness: Cochina, col china... Me trae sin cuidado. Está siendo un coñazo, y de pronto se ofende porque no le ponemos a su disposición una limusina mientras está aquí.

Zac: Mándala a la porra.
 
Ahora los ojos le llameaban más todavía... Zac también admiraba eso.

Ness: No pienso romper el contrato y darle un pretexto para que nos demande. Si lo rompe ella, entonces me ocuparé. Ella, sus cochinas y sus coles chinas pueden sustituirse. Así que... -Cogió la Coca-Cola y bebió-. ¿Qué puedo hacer por ti?

Zac: Pienso en ello bastante a menudo, pero ahora mismo yo lo hago por ti. Me gustaría ocupar el puesto.

Ness: Me alegra oírlo. Me alegra mucho, Zac.

Zac: A mí también me alegra. En especial, porque tengo algunas peticiones.

Ness: De acuerdo -cogió su bolígrafo y se colocó un bloc delante, como si estuviera lista para anotar las peticiones-. Pedir no hace daño, a menos que seas una chef gilipollas de Seattle.

Zac: Me alegro de no serlo. Pero doy por sentado que esto también exige un contrato.

Ness: Sí. Firmamos contratos anuales con los directivos, con cláusulas de rescisión razonables para ambas partes por si la relación no resultara satisfactoria. Puedo pedir que te impriman uno para que lo leas con tranquilidad.

Zac: Me gustaría que añadieras que si Alex o tu padre me necesitan más horas en el rancho, y aquí lo tengo todo bien atado, no habrá problema.

Vanessa volvió a recostarse, tomó un sorbo de Coca-Cola.

Ness: Eso puedo hacerlo, Zac, pero no es necesario ponerlo por escrito y firmarlo. Es obvio. Espero que te baste con mi palabra.

Zac: Me basta.

Ness: Entonces, ¿has hablado de esto con Alex?

Zac: Esta mañana a primera hora.

Ness: ¿Y de los... otros factores?

Zac: Sí. Eso le ha costado un poco más entenderlo -le sonrió-. Siempre que quieras que me den una paliza, solo tienes que decirle que la he cagado contigo, y él se ocupará.

Ness: No espero menos de mi hermano -dijo con dulzura-. Pero las palizas puedo darlas yo misma. Aun así, es agradable saber que se preocupa por mí.

Zac: Lo hace. Me gustaría echar un vistazo a las valoraciones de los temporeros que piensas volver a contratar. No tengo intención de saber más que tú, dado que ya has trabajado con ellos. Solo me gustaría saber con quiénes voy a tratar.

Vanessa volvió a enderezarse, tomó nota.

Zac: Por último, tengo un par de ideas sobre actividades que podríamos ofrecer.

Ness: ¿Por ejemplo?

Zac: Hay personas que solo quieren subirse a un caballo, montarlo un rato, bajarse e ir a tomarse una copa. Otras igual quieren aprender algo, adoptar un papel más activo. Ensillar, cepillar.

Ness: Ofrecemos educación equina para el club infantil en verano.

Zac: No solo los niños pueden querer aprender algo, o cepillar un caballo. Con la gastronomía ofrecéis una experiencia más completa, ¿no? Comprar, recibir clases, hacer degustaciones. Te propongo que hagamos algo parecido con la equitación. Aprender, dar de comer, abrevar, cepillar. No solo el paseo, sino la experiencia... vaquera completa.

Ness: Ponlo por escrito -le invitó mientras tomaba nota-. Cuando lo tengas, mándaselo a Jessie. Pasará por Mike, mamá y yo, pero Jessie es la que lo pulirá antes de que nosotros lo recibamos.

Zac: Vale. Lo haré.

Ness: No solo estamos abiertos a ideas nuevas, Efron, sino que nos gustan. ¿Tienes alguna más?

Zac: Un par a las que aún estoy dando forma.

Ness: Vale. Mientras tanto, pediré que te impriman el contrato.

Zac: Bien -se levantó-. He traído a Leo.

Ness: Oh, no estoy... -se interrumpió cuando miró su reloj, vio que podía no estar lista para marcharse, pero debería haberlo estado-. Necesito unos quince minutos.

Zac: Esperaré. Dije que en mayo te llevaría a bailar.

Ness: Me acuerdo.

Zac: Tal como ha ido todo, no tiene sentido esperar. ¿Qué me dices del sábado por la noche?

Ella empezó a sonreír, luego ladeó la cabeza.

Ness: ¿Te refieres a bailar, bailar?

Zac: ¿A qué, si no? No piensas más que en sexo, Vanessa. Es difícil culparte por eso, pero estoy pensando que en el Roundup aún se baila los sábados por la noche. Puedo pasar a recogerte a las ocho, pero podríamos quedar a las siete y cenar antes.

Ness: ¿Cenar y bailar en el Roundup? Vale.

Zac: Bien. Voy a echar un vistazo a los caballos.

Cenar y bailar, pensó Vanessa cuando Zac salió. ¿Quién iba a imaginarse que Zac Efron se volvería tan tradicional?


Aunque el sábado se presentaba ajetreado, Vanessa calculaba que podría terminar de trabajar hacia las tres. A las cuatro, a más tardar.

No es que necesitara mucho tiempo para prepararse para una noche en el Roundup. Aunque quizá se pusiera un vestido, pensó, solo para que Zac se llevara una sorpresa. Le gustaba bailar, y no había encontrado tiempo para ir, ni con chicos ni con amigas, desde... Dios santo, ni siquiera se acordaba.
 
Sin embargo, aunque bailar le encantaba, quería invertir ese tiempo en prepararse bien para después. Tenía intención de seguir con la fiesta una vez que los músicos dejaran de tocar.

Ya se había metido en el bolsillo la llave de la Cabaña Media Luna y tenía una lista en el maletín de lo que quería llevar. Si todo iba bien, podría ocuparse de eso, cambiar las sábanas y las toallas, y llegar a casa con tiempo de sobra para arreglarse y vestirse.

Tenía su lencería sexy guardada en la cómoda. Si lo suyo con Zac seguía, necesitaría comprarse más, pero la que tenía le serviría. Ya había mirado en el cajón para estar segura, pues habían pasado trece meses completos desde la última vez que había tenido motivos para ponérsela.

Aunque en parte era por el fuerte ritmo de trabajo, no era la razón principal. El sexo no tenía por qué ser complicado, pero una mujer ponía sus condiciones. Un hombre debía atraerla y gustarle de verdad antes de ser merecedor de su lencería sexy.

Antes de que llegara el grueso de los empleados, escogió una botella de vino de la bodega, un par de cervezas y Coca-Colas de la Cantina; lo anotó en el inventario y lo cargó en su cuenta personal.

Cogería café en La Tienda de Suministros, y aunque dudaba de que los necesitaran, unos cuantos tentempiés.

Lo guardó todo en una bolsa de arpillera, la llevó al despacho y justo cuando se ponía de nuevo a trabajar, entró Jessica.

Jessie: No te esperaba tan temprano.

Ness: Hoy espero salir igual de temprano. He quedado.

Jessie: Bien. -Tomándoselo como una invitación, Jessica se acercó y apoyó la cadera en el escritorio-. ¿Con quién?, ¿dónde?, ¿para qué?

Ness: Zac Efron, en el Roundup, para cenar y bailar.

Jessie: Si hubiéramos hecho una porra en el resort, yo habría apostado por Zac. ¿Qué vas a ponerte?

Ness: No lo he decidido. Podría sorprenderlo llevando un vestido, para variar. Tengo unos cuantos.

Jessie: ¿Es una primera cita?

Ness: Supongo que podría llamarse así.

Jessie: Un vestido, sin dudarlo. El Roundup está en mi lista de sitios que recomiendo a los huéspedes que quieren salir del resort. Es informal, ¿verdad?

Ness: Es ideal para tomarse una hamburguesa, una cerveza fría, y para bailar los fines de semana. ¿No has ido?

Jessie: No.

Ness: Pues deberías. Es bueno conocer los sitios que tienes en la lista, y en este se pasa bien.

Chelsea: Oh, Jess, estás aquí. Perdón, ¿me espero? -se quedó en el umbral-.

Jessie: No, ahora me viene bien.

Ness: Estaba diciéndole a Jessie que debería ir al Roundup algún fin de semana.

Chelsea: ¿No has ido?

Jessie: Por lo visto, tengo un vacío en mi lista de actividades personales.

Chelsea: Deberías ir. Se pasa bien. La comida está bastante rica. No como la de aquí, pero está buena. Y los músicos siempre son de la zona. Es un sitio genial para salir de noche si no quieres ir hasta Missoula.

Mike: ¿Cuál? -quiso saber nada más entrar-.

Ness: ¿Qué haces aquí? Hoy es tu día libre.

Mike: La boda de Carla. Carla Pritchett. Estoy invitado, así que he pensado en venir para ayudar a organizar el evento. ¿Cuál es ese sitio genial?

Chelsea: Estábamos hablando del Roundup -se echó el pelo hacia atrás, lenta y sutilmente-. Jess no ha ido.

Mike: Pues tienes que ir. Esta noche tocan los Bitterroots.

Chelsea: ¡Oh, me encantan los Bitterroots! -exclamó y pestañeó con coquetería-. Te lo juro. No paro de bailar en sus conciertos.

Mike le dirigió una cautivadora sonrisa.

Mike: Vayamos. La boda solo es por la tarde, y con poca gente, ¿verdad? Cuando terminemos nos quedará mucho tiempo.

Chelsea: Oh, bueno, me gustaría...

Recostándose en la silla, Vanessa vio cómo su hábil hermano cerraba el trato.

Mike: Iremos todos. A desmelenarnos. Puñetas, incluyamos también a Zac y a Alex. Vamos, Jessie, no hay mejor plan que el Roundup y los Bitterroots un sábado por la noche.

Jessie: No estoy segura de...

Chelsea: Oh, ven, Jess -insistió-. Nos iremos de fiesta sin tener que preparar ni organizar nada.

Mike: Le enseñaremos a bailar en línea. 

Mike dio a Chelsea un empujoncito con el hombro y la hizo reír.

Cuando Mike y Chelsea salieron, haciendo planes, Jessica miró a Vanessa con cara de pánico.

Ness: No te lo pienses dos veces -le aseguró-. Será divertido.

Jessie: Pero ahora vas a estar rodeada de gente en tu primera cita. 

Vanessa se limitó a encogerse de hombros.

Ness: Nos sentaremos a una mesa más grande. Chelsea se ha olvidado de decir a qué había venido. Esa es la magia de Mike Hudgens.

Jessie: Lo averiguaré. En serio, Ness, puedo explicarles que Zac y tú habéis quedado los dos.

Ness: No. -Horrorizada, alzó las palmas de las manos-. Esto es Montana. Lo haría demasiado importante, que es algo que querría evitar con la familia, y en el resort. Y lo cierto es que llevo meses sin ir al Roundup con Alex y Mike. Ya va siendo hora. Prepárate para una auténtica noche de Montana.

En cuanto hizo salir a Jessie, Vanessa mandó un mensaje de texto a Zac:

“Se ha sabido lo del Roundup. La cena con baile para dos se ha ampliado a seis. Más parejas de baile. Pero no hagas planes para luego. Ya los he hecho yo.”

Unos minutos después, Zac respondió:

“Me parece bien ser bastantes. Hasta que el bar cierre.”

Ness: Vale -dijo en voz alta; después tomó nota para llamar al encargado del Roundup cuando abriera a mediodía y engatusarlo para que le reservara una mesa apropiada para seis personas-.


Zac llegó a casa más tarde de lo que pensaba, pero con mucho tiempo para quitarse el olor a caballo con una ducha y cambiarse de ropa. Puede que hubiera hecho planes para una noche a solas con cena, conversación, baile y lo que quiera que sucediera después, pero los años le habían enseñado a adaptar tanto sus planes como sus expectativas.

Además, desde su punto de vista, el ambiente festivo podía aliviar parte de la presión de lo que podía ocurrir después.

Vanessa había dicho que tenía planes. Estaba bastante seguro, por cómo habían dejado las cosas, a cuáles se refería.

Esa mañana se había dedicado a cambiar las sábanas, había quitado un juego y puesto el otro. Había una cosa de la que estaba segurísimo: si los planes de ambos se alineaban, no pasaría su primera noche con Vanessa en la habitación que ella ocupaba en la casa familiar.

Eso era, ni más ni menos, una falta de respeto para con su familia.

Entró en la choza y echó un rápido vistazo a todo. Aparte de las sábanas, de las que ya se había ocupado, no debía recoger nada antes de recibir a una dama. Sabía cómo tener ordenado un espacio pequeño: fregar los platos después de utilizarlos, colgar la ropa.

Se saltó la cerveza que siempre se bebía después del trabajo. Se tomaría un par en el Roundup, pero como conducía él, no pasaría de ahí. Camino de la ducha, cogió el móvil cuando le sonó en el bolsillo y miró la pantalla.

Zac: Hola, mamá. Claro que tengo un minuto. Muchos minutos.

Escuchó mientras se quitaba el abrigo y el pañuelo que llevaba al cuello.

Arrojó el sombrero a la silla y se pasó la mano por el pelo.

Su madre no pedía mucho, nunca lo había hecho. Un hijo no podía decir que no, ni tan siquiera cuando complacerla lo ensombrecía.

Zac: Tengo tiempo el lunes. Podría pasar a recogerte a las cuatro, si te va bien, y llevarte al cementerio. ¿Qué te parece si después te invito a cenar? Vamos, ¿por qué iba a ser una lata invitar a mi madre a cenar? Si Miley y Justin quieren, os invitaré a todos. También al crío. -Se desabotonó la camisa mientras hablaba-. No, pues vale. Solo tú y yo. ¿Cómo le va a mi hermana? Ya no le queda mucho para tener el segundo.

Se sentó, se quitó las botas mientras su madre le hablaba sobre su hermana embarazada. Cuando terminó, le dio las gracias una vez más, Zac dejó el móvil.

No pedía mucho, nunca lo había hecho, pensó de nuevo. De manera que la llevaría a visitar la tumba de su marido. Jamás entendería su amor y devoción por el hombre que se había jugado todo lo que tenía, todo lo que su familia tenía, pero la llevaría para que dejara las flores y dijera sus oraciones, y él se reservaría la opinión.

Volvió a pensar en la cerveza, pero negó con la cabeza. Bebérsela en ese momento era debilidad, no ganas. Se quitó los vaqueros y se metió en la ducha del minúsculo baño.

Y se recordó que esa noche y Vanessa estaban mucho más cerca que el lunes y las tumbas.


Más o menos cuando Zac salía de la ducha y Vanessa estaba delante del espejo dándose la vuelta con el vestido por el que se había decidido, Esther, que se había olvidado de Alice, se ponía un paño, tan frío como pudo, en la magullada mandíbula.

Ya había llorado un poco, sabía que podía volver a hacerlo, pero el frío la ayudó a calmar el dolor punzante.

El señor se había enfadado muchísimo. Ella había oído sus gritos, y a alguien replicándole, antes de verlo entrar hecho una furia. Ella no había terminado de fregar, y eso solo lo puso más furioso. Llevaba mucho tiempo sin hacerle daño, pero esta vez se lo había hecho, levantándola del suelo agarrándola por el pelo, pegándole en la cara, dándole puñetazos en la barriga, reclamando sus derechos conyugales de forma brusca y cruel, más brusca y cruel de lo habitual.

Alguien lo había enfadado; una parte de ella lo sabía, pero las otras partes, adoctrinadas desde hacía tiempo, la culpaban.

No había terminado de fregar, aunque su reloj interno y la inclinación de los rayos de sol que entraban por su ventanita le indicaran que aún faltaban horas para la habitual visita del señor. Su casa no estaba en orden. La casa que él le había procurado.
 
Merecía su castigo.

Después, el señor se había ido; ella había oído alejarse la camioneta, lo mismo que había oído cómo alguien, la persona que le había replicado, se marchaba momentos antes de que el señor entrara en su casa.

Tenía la cara roja de ira, los ojos siniestros y malvados. Las manos ásperas y crueles.

Y era su día de la semana para pasar una hora fuera de casa, para estar sentada al aire libre y no trabajar. Para poder contemplar la puesta de sol.

Miró la puerta con aire triste, la puerta que él había cerrado de golpe al salir, maldiciéndola por ser una puta holgazana. Pese a que la cara, la barriga y las demás partes donde él se había ensañado le dolían, había terminado de limpiar, aprovechando el agua, ya fría, que se había derramado por todo el suelo.
El señor había volcado el cubo. O había sido ella. Probablemente había sido ella, porque era la más torpe, la holgazana, la ingrata.

Se ordenó prepararse una infusión, leer la Biblia, arrepentirse de sus maldades, pero los ojos se le volvieron a inundar de lágrimas mientras observaba la puerta.

Era egoísta por su parte desear esa hora al aire libre, desear sentarse en el porche para ver cómo el cielo se llenaba de color, quizá incluso para ver salir alguna estrella. Egoísta, porque no lo merecía.

Aun así, se acercó a la puerta arrastrando los pies, la acarició con los dedos, apoyó la mejilla caliente contra ella. Alcanzaba a oír los pájaros si aguzaba el oído, pero no el aire susurrando entre los árboles, como haría si pudiera estar al otro lado de la puerta.

El aire que le refrescaría la mandíbula dolorida y le sosegaría el corazón. No se dio cuenta de que había tocado el picaporte hasta que este se movió. Sorprendida, aterrada, retrocedió de un salto. Nunca se movía. Ni tan siquiera cuando lo frotaba para limpiarlo.

Despacio, alargó la mano y volvió a tocarlo, apretando solo un poco. El picaporte volvió a moverse, hizo el mismo ruido seco que cuando el señor lo usaba.

Con la respiración acelerada, lo bajó. La puerta se abrió.

En un momento de ofuscación, vio al señor con los puños alzados para castigarla por tomarse tamaña libertad. Incluso se encogió de miedo y levantó las manos para taparse la cara.

Pero no hubo ningún puñetazo. Cuando volvió a bajarlas, miró por la puerta y no vio a nadie, ni tan siquiera al señor.

El aire la envolvió, casi la arrastró fuera.

Se sobresaltó cuando la puerta se cerró tras ella, la empujó, tiró del picaporte, volvió a entrar corriendo. Con el corazón palpitándole, cayó de rodillas, murmurando oraciones.

Pero la atracción era tan fuerte, el aire tan puro, que regresó a la puerta gateando y volvió a abrirla. Se levantó despacio. ¿La había dejado el señor abierta a propósito? ¿Un premio? ¿Una prueba?

Contempló la superficie nevada donde, cuando llegara la primavera, ella trabajaría en el huerto. Cerca, el perro dormía bajo su tejadillo inclinado.

Dio dos pasos, esperó.

Un par de escuálidas gallinas picoteaban el suelo del gallinero, la vieja vaca rumiaba. El caballo con el lomo hundido dormitaba de pie.

No vio a ningún otro ser vivo. Pero oía los pájaros y el aire susurrando entre los árboles, y dio otro paso por el camino abierto toscamente en la nieve que comunicaba su casa con la del señor.

Siguió andando, maravillada, olvidándose de la paliza, de los dolores, por el puro gozo de estar al aire libre, sin ataduras, de poder andar hacia donde quisiera.

Se agachó, cogió nieve, se frotó la cara con ella. ¡Ay, qué gusto!

Cogió otro puñado, lo lamió. El sonido que salió de sus labios le resultó tan ajeno que no supo que era suyo. No supo que acababa de reírse.

Pero el perro la oyó y se despertó con un ladrido feroz, un tirón de la cadena para atacarla. El miedo que le tenía la impulsó a alejarse cojeando. Corrió hasta que los pulmones le ardieron, hasta que los horribles ladridos se alejaron. El esfuerzo la dejó extenuada y tropezó, desmoronándose sobre la nieve.

Sin aliento, se dio la vuelta, se quedó mirando el cielo entre los árboles, inmóvil, maravillada de la forma de las nubes, de cómo las ramas las atravesaban.

Algo acarició una parte de su cerebro, un recuerdo enterrado que la indujo a mover los brazos y las piernas, a reírse otra vez de la sensación.

Cuando se puso a gatas, miró la nieve, vio un ángel dibujado en ella.

Parecía señalar hacia el oeste. Sí, el oeste, donde se pondría el sol.

El señor querría que ella obedeciera al ángel.

Con su largo vestido de algodón y en zapatillas, renqueó hacia el oeste.

Mientras buscaba ángeles en la nieve, el cielo empezó a llenarse de llamas rojas, nubes color púrpura, resplandores dorados. Fascinada, siguió andando. El goteo de la nieve desde las ramas le parecía música. Música de los ángeles, que la guiaban en su camino. Salió del bosque a un lugar donde la nieve estaba surcada de piedrecitas; «gravilla», le dictaron sus recuerdos.

No notó en qué momento la gravilla dio paso a la tierra, cuándo se bifurcó el camino. Había visto un pájaro e, hipnotizada, lo siguió durante un rato.

Los pájaros volaban, los ángeles volaban.

El aire se tornó frío, muy frío, cuando el sol se puso. Pero la luna empezó a surcar el cielo, así que siguió renqueando, sonriéndole.

Ciervos, una manada pequeña, aparecieron de repente delante de ella y cruzaron el camino brincando. Tropezó, se dio un espaldarazo contra la nieve, y el corazón volvió a palpitarle cuando sus ojos, amarillos en la oscuridad, la miraron.

¿Demonios? Los ojos de los demonios eran amarillos.

Muerta de miedo, comprendió que no sabía dónde estaba, que no sabía en qué dirección estaba su casa.

Tenía que regresar, regresar y cerrar la puerta que nunca debería haber abierto.

El señor se enfadaría mucho con ella. Lo suficiente para fustigarla con el cinturón, tal como había hecho para enseñarla a obedecer.

Llevada por el pánico -aún podía sentir los latigazos del cinturón en la espalda-, corrió. Corrió arrastrando una pierna, con los pies ya entumecidos. Cuando resbaló y cayó al suelo, las rodillas le escocieron, las bases de las manos le sangraron.

Tenía que regresar a su casa, arrepentirse, arrepentirse de su gran pecado.

Le rodaron lágrimas por las mejillas; la respiración le desgarró los pulmones hasta que, mareada y débil, tuvo que detenerse, esperar a que la cabeza dejara de darle vueltas.

Echó de nuevo a correr, caminó, corrió, cojeó, absorta en sus pensamientos, presa de la desesperación, y volvió a caer sobre la gravilla. De rodillas, vio que el suelo se tornaba liso. Una carretera. Recordaba una carretera. La gente viajaba por ella. Una carretera la llevaría de regreso a casa.

Con el pecho palpitándole de esperanza, siguió adelante mientras la sangre de las rodillas magulladas le goteaba por las espinillas. La carretera la conduciría a casa. Se prepararía una infusión, leería la Biblia y esperaría a que el señor regresara.

No le diría que se había olvidado de echar la llave. No era pecado no decírselo. Decírselo sería faltarle al respeto, razonó. Decirle que él había cometido un error.

Se prepararía una infusión y entraría en calor; y se olvidaría del ángel en la nieve, del pájaro y del cielo. Su casa, la casa que el señor le había procurado, era lo único que necesitaba.

Pero siguió andando, sin encontrarla. Anduvo hasta que las piernas le fallaron, hasta que la cabeza volvió a darle vueltas. Podía descansar una vez más, solo un momento. Descansaría, y luego encontraría el camino a casa.

Antes de que pudiera hacerlo, la luna dio vueltas y más vueltas por encima de ella. Bajó trazando una espiral y se escondió, dejándola sumida en la oscuridad.


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