topbella

domingo, 17 de septiembre de 2023

Capítulo 19


El tercer día, Vanessa estaba tan familiarizada con el ritmo del hospital que sabía identificar qué enfermera pasaba por delante de la sala de espera por el sonido de sus andares.

Trabajaba a distancia a través del portátil y el móvil durante lo que ella consideraba su turno de guardia. Su madre, su compañera de turno esa mañana, hacía lo mismo. La sala de espera hacía las veces de despacho, salón y limbo.

Por la tarde, al igual que la tarde anterior, Sam o Mike acudirían con doña Fancy, y Vanessa y Anne regresarían para trabajar un poco más. Intentarían convencer a Cora para que se marchara con ellas y descansara hasta la noche. Pero hasta ese momento nadie lo había conseguido.

Vanessa sabía que Zac había pasado la noche sentado con Alex en ese mismo sofá bastante cómodo. Él no querría que ella le diera las gracias, pero le estaba agradecida.

Cuando había llegado con su madre, poco después de que amaneciera, había servido café a todos del termo que traía lleno de casa. Había desenvuelto bocadillos y los había repartido.

Fue entonces cuando Zac la había besado, con entusiasmo. «Los ha hecho mamá», le había dicho ella, y él se había vuelto hacia Anne y la había besado, con entusiasmo. Fue la primera vez en tres días que Vanessa había oído reír a su madre.
 
Sí, le estaba agradecida.

El entramado de sus vidas tejido en los últimos veinticinco años estaba roto. Sus rutinas hogareñas, laborales y familiares, destrozadas.

Su mundo se había convertido en el hospital, las guardias, las idas y venidas, los esfuerzos constantes por compaginarlas con ratos para dormir y comer a toda prisa. Las exigencias del trabajo, las personas y los animales que dependían de ellos, la soterrada preocupación por Cora.

Si el regreso de Alice generaba tantos desgarros y roturas, pensó Vanessa, ¿cuántos había causado su desconsiderada marcha hacía ya tanto tiempo?

Ness: ¿Es más duro? 

Anne dejó de leer un email con el ceño fruncido y miró por encima de sus gafas de lectura.

Anne: ¿El qué, cariño?

Ness: Que haya vuelto así, más de lo que fue que se marchara. No he planteado bien la pregunta.

Anne: No, la has planteado bien, sí. Yo me he preguntado lo mismo. -Para responder, tanto a su hija como a sí misma, apartó su tableta y dejó sus gafas plegadas encima-. Estaba tan enfadada que al principio no me preocupé nada en absoluto. Allí estaba yo, a punto de irme de luna de miel, y Alice va y monta un número para llamar la atención. No queríamos dejar a mamá con todo aquel follón, pero ella no consintió que nos quedáramos. Dijo que eso la disgustaría mucho más. Yo también quería irme. Y ahí me tienes, una mujer casada, rumbo a Hawái con mi marido. Tan exótico, tan romántico, tan excitante... No solo por el sexo. No esperé a estar casada.

Ness: Caramba, estoy escandalizada. Me escandaliza oírlo. 

Anne se rio un poco, recostándose en el respaldo del sillón.

Anne: Estaba tan ufana de haberme casado, tan locamente enamorada, tan emocionada de irme con mi marido a lo que para mí era como un país extranjero en esa época... Y Alice tuvo una de sus famosas pataletas, nos aguó la fiesta.

Bajando el brazo, Vanessa apretó la mano a su madre.

Ness: Yo también me habría enfadado.

Anne: Estaba cabreada. De hecho, no me preocupé hasta casi el final de nuestra semana de viaje. Día a día estaba segura de que volvería. Y día a día percibía un poco más de tensión en la voz de mamá cuando la llamábamos por teléfono. Así que volvimos un día antes, y entonces vi esa tensión. En mamá, en los abuelos. Íbamos a construir una casa.

Como estaba imaginando la tensión, el estrés, Vanessa no prestó atención a su última frase.

Ness: Perdona, ¿qué?

Anne: Tu padre y yo, íbamos a construirnos una casa. Ya habíamos elegido el terreno. Estaba lo bastante cerca para que él pudiera ir a trabajar a caballo, y yo también. Estábamos empezando a expandir el rancho turístico, a planificar en firme lo que ahora tenemos. Y nosotros nos construiríamos una casa. No llegamos a hacerlo.

Esta vez, Vanessa le cogió la mano y no se la soltó.

Ness: Porque Alice se fue.

Anne: No podía dejar a mi madre. Al principio pensamos que solo lo aplazaríamos hasta que Alice regresara y todo volviera a normalizarse. El primer año fue el peor, todos los días de ese primer año. Cuando encontraron la camioneta, con la batería descargada. La había dejado tirada: así era Alice. No lo arregles, solo vete. Las postales, todas alegres y fanfarronas. El detective que contrató mamá, siguiendo una pista y volviendo a perder el rastro. Fue la abuela quien obligó a mamá a no tirar más el dinero, a no atormentarse con eso. Y yo me quedé embarazada y tuve a Alex, todo en aquel primer año. Así que fue el año más feliz y duro de mi vida. De nuestras vidas. Alice no estaba, pero estaba en todas partes -alargó la mano y acarició la pierna a Vanessa-. Y míranos ahora, girando otra vez alrededor de ella. Y ahora mis hijos también giran, y no me gusta saberlo. No me gusta, cuando conseguimos sacar a mi madre de esa habitación durante diez minutos, lo cansada que se la ve, lo agotada que parece. Está blanca como el papel, Vanessa.

Ness: Lo sé.

Anne: No me gusta el feo rencor que llevo dentro. Está ahí aunque sepa que le han pasado cosas terribles, cosas que no pudo evitar, cosas que no merecía. Alguien ha hecho daño a mi hermana, le ha robado la vida, y quiero que pague por ello. Pero sigo resentida con aquella chica egoísta que no pudo festejar mi felicidad, que no pensó en su madre y solo pensó en sí misma.

Vanessa apartó el portátil y le pasó un brazo por los hombros.

Anne: Tengo que perdonarla. -Abandonándose, hundió la cara en el hueco del cuello de su hija-. Tengo que encontrar la manera de perdonarla. No solo por su bien, sino por mamá y por mí.

Ness: Nunca os he oído decir, ni a ti ni a papá, que pensabais construiros una casa. En parte, debiste de perdonarle algunas cosas hace ya mucho tiempo.

Anne volvió a ponerse derecha e intentó quitarle hierro.

Anne: Bueno, en una determinada época también iba a triunfar como cantante country.

Ness: Tienes una voz increíble.

Anne: No me arrepiento de no haberme ido a Nashville, y desde luego no me arrepiento de haber criado a mis hijos en la casa donde me criaron a mí. Las cosas se ponen en su sitio, Vanessa, si nos esforzamos y meditamos un poco nuestras decisiones.

Vanessa oyó pasos, tacones, no suelas de crepé, y cuando giraron para entrar en la sala de espera, su madre cambió de postura.

Anne: Celia.

Celia: Anne. Y esta debe de ser tu Vanessa. -La mujer, elegante, con una ondulada mata de pelo castaño que le llegaba a los hombros, se acercó y le tendió la mano-. Hola. Soy Celia Minnow.

Anne: Encantada. Es una de los médicos de Alice.

Celia: Sí -miró otra vez a Anne-. ¿Podemos hablar?

Ness: Me iré a dar un paseo -se apresuró a decir, pero Celia la disuadió con un gesto de la mano-.

Celia: Puedes quedarte. Tu abuela habla maravillas de ti. -Se sentó y se alisó la falda oscura-. He tenido tres sesiones con Alice, además de mi valoración inicial. Puedo daros una visión general.

Anne: Por favor.

Celia: Sé que habéis hablado mucho con el doctor Grove sobre su estado físico y estáis al tanto de su valoración sobre su estado mental y emocional.

Anne: Celia, espero que me conozcas lo suficiente para no sentirte obligada a darme evasivas o a suavizar las cosas.

Celia: Te conozco -dijo, y cruzando las piernas, fue al grano-: Alice ha sufrido un trauma físico, mental y emocional extremo durante años. Aún no podemos determinar el tiempo exacto. Ella no se acuerda y, de hecho, es posible que no lo sepa. Puede que recobre la memoria, o puede que no. Lo más probable es que empiece a recordar fragmentos sueltos. En mi opinión, durante ese período indeterminado de años fue adoctrinada mediante la fuerza, agresiones físicas, elogios y castigos. Tu madre me ha dicho que Alice nunca fue especialmente religiosa.

Anne: No.

Celia: Cita las Escrituras, el Antiguo Testamento, algunas partes textuales, otras tergiversadas. Un Dios vengativo, la superioridad y dominio del hombre sobre las mujeres. El pecado de Eva. Una vez más, creo que estas opiniones formaron parte de su adoctrinamiento. Agresiones físicas, fanatismo religioso, encarcelamiento y, dado que no habla de nadie aparte del hombre al que llama «señor», probablemente aislamiento.

Anne: Tortura.

Celia: Sí, ejercida hasta que se sometió, hasta que se doblegó y empezó a aceptar la voluntad de su torturador. Es un sádico sexual, un fanático religioso, un psicópata y un misógino. Además, era su sostén. Le proporcionaba techo, comida, compañía, por horrenda que fuera. Le pegaba, pero también la alimentaba. La violaba, pero le procuraba un techo bajo el que cobijarse. La tenía encerrada, pero, considerando su estado cuando la encontraron, le permitía tener una higiene básica. Dependía por completo de él. Aunque le tiene miedo, le profesa lealtad. Cree que es su esposo, y el esposo, por cruel que sea, está destinado a mandar por precepto de Dios.

Anne: Nadie mandaba a Alice. Y los chicos... Le gustaban los chicos. Le gustaba utilizar su atractivo. No con maldad, no era mala en ese sentido. Desconsiderada, quizá incluso insensible. No tenía buena opinión del matrimonio en aquella época, decía que solo era una trampa para las mujeres. Solía soltármelo cuando estábamos planeando mi boda. En parte, solo era su palabrería de siempre, y en parte, era su idea de ser una mujer libre, deseable y famosa algún día. Estaba siempre tan segura de sí misma, Celia, era tan impulsiva, testaruda y segura...

Celia: Quería fregar su habitación de hospital.

Anne: ¿Que quería qué?

Celia: Tiene que fregar su casa cada dos días. Se ha angustiado mucho por no poder limpiar su habitación.

Anne: Alice habría preferido quedarse sin comer a lavar un plato. Todas las mañanas había un drama para que se hiciera la cama. -Hundiendo la mano bajo su pelo castaño, Anne se frotó la sien-. ¿De verdad puede alguien cambiar a otra persona de esa forma? Convertirla justo en lo contrario de lo que es.
 
Celia: Si te dieran un puñetazo o una bofetada todas las mañanas antes de hacer la cama...

Anne: La haría más deprisa -completó la frase-.

Ness: ¿Puedo hacer una pregunta?

Celia volvió sus ojos castaños hacia Vanessa.

Celia: Claro.

Ness: Ha tenido hijos. ¿Ha dicho algo sobre ellos? No me los puedo quitar de la cabeza.

Celia: Ha dicho que el señor se los llevó, que su padre se los llevó. Se deprimió y se retrajo cuando abordamos el tema. No volveré a sondearla hasta que nuestra relación esté más consolidada. Ha aceptado a tu madre, no como su madre, sino como compañera y figura de autoridad. También recurre al sheriff Tyler, y parece confiar en él tanto como es capaz.

Anne: Ella y Bob eran amigos. Puede que fueran incluso más que eso durante un tiempo.

Celia: Sí, el sheriff me lo ha contado. Alice ha aceptado al doctor Grove, aunque sigue poniéndose nerviosa cuando él la examina, y puede alterarse con las enfermeras. Pero es obediente. Come cuando le llevan comida, duerme cuando le dicen que descanse, se ducha cuando se lo piden. ¿A quién se le ocurrió que su madre le enseñara ganchillo?

Anne: A Ness.

Celia: Pues es una terapia magnífica para las dos. Cora le está enseñando, y pasan el rato así, en silencio. Es beneficioso para ambas. Esto va a llevar tiempo, Anne. Ojalá pudiera decirte cuánto.

Anne: Alice no puede quedarse en esa habitación eternamente. Ni tampoco mi madre.

Celia: No, tienes razón. Físicamente se ha recuperado lo suficiente para darle el alta. El doctor Grove y yo hemos hablado de un centro de rehabilitación.

Anne: Celia, necesita volver a casa. Mi madre acabará durmiendo en su habitación en otra clase de hospital, igual que hace aquí. Podemos cuidar a Alice en casa.

Celia: Tenerla en casa, considerando su estado, es una alternativa complicada y muy absorbente. Debes saber qué conllevaría exactamente, para Alice y para todos vosotros.

Anne: Podrías recomendarnos enfermeras o auxiliares durante el tiempo que los necesite. Podrías seguir tratándola. Te la traeríamos todos los días si tú dices que lo necesita. Lo he pensado bien. Podría activar alguna cosa dentro de ella. La casa, las vistas, Clementine y Hec, trabajan para nosotros, y ya estaban cuando Alice y yo éramos adolescentes. ¿No le ayudaría estar en un entorno conocido, volver a la normalidad?

Celia: En su actual estado mental, no podríais dejarla desatendida ni un momento. Podría alejarse de la casa y perderse, Anne. Hay que medicarla, y lo que es más importante: no se la puede presionar ni agobiar.

Asintiendo, Anne volvió a frotarse la sien.

Anne: He estado leyendo todo lo que he podido encontrar, y creo que tengo una idea clara. El doctor Grove y tú me decís qué hay que hacer y qué no. Nosotros lo respetaremos. Sé que puedo llevármela a casa sin tu autorización, pero no quiero hacerlo. Y no quiero internar a mi hermana en un hospital psiquiátrico (porque con «centro de rehabilitación» te estás refiriendo a eso mismo) hasta que haya intentado llevármela a casa.

Celia: Necesita consentir. Necesita sentir que tiene algo de control.

Anne: Está bien.

Celia: Traerla aquí para las sesiones supone demasiados estímulos, es demasiado agobiante. Si el doctor Grove y ella están de acuerdo, accederé a hacer una prueba durante una semana. Necesito ir a verla, hablar con ella todos los días. Necesitaréis enfermeras psiquiátricas las veinticuatro horas del día hasta que yo esté convencida de que se adapta y no se hará daño.

Anne: ¿Hacerse daño?

Celia: No tiene tendencias suicidas. Pero podría autolesionarse sin darse cuenta. Tu madre debería estar cerca de ella.

Anne: Ella y mi abuela se quedarían en el rancho durante el tiempo que hiciera falta.

Celia: Empecemos ahora -se levantó-. Baja conmigo a verla, habla con ella.

Anne: Pensaba... pensaba que yo aún no podía.

Celia: Ya puedes.

Anne: Oh, yo... Dame un momento -alzó la palma de la mano-. Me lo has soltado demasiado rápido.

Celia: Ella lo hará aún más rápido.

Anne: Lo sé. Esta vez solo me ha dejado sin aire un momento -se levantó-. Vanessa.

Ness: Te espero aquí. Voy a llamar a Clementine para que prepare la habitación de Alice. La tendrá lista cuando la llevemos a casa.

Anne: Vanessa, eres mi báculo. De acuerdo, Celia.

El trayecto por el pasillo del hospital le pareció interminable y demasiado rápido.

Anne: Estoy nerviosa.

Celia: Es natural.

Anne: Quiero preguntarte si estoy bien, y sé que parece una tontería.

Celia: Estás bien, eso también es natural. Su aspecto va a afectarte, Anne. Intenta disimularlo.

Anne: Ya me lo han dicho.

Celia: Que te lo digan no es lo mismo que verlo con tus propios ojos. Mantén un tono calmado, llámala «Alice», dile quién eres. Es probable que no se acuerde de ti, al menos conscientemente. Tiene un bloqueo muy profundo, Anne.

Anne: Y esto llevará tiempo, ya lo sé. 

Respirando hondo, Anne esperó a que Celia abriera la puerta y entrara en la habitación.

Se lo podrían haber dicho cien veces y nada la habría preparado para la transformación de su hermana. La impresión fue como un puñetazo en la barriga, pero contuvo el grito de sorpresa.

Como las manos le temblaban, se las metió en los bolsillos y esperó que el gesto pareciera natural.

La Alice que había regresado estaba sentada en la cama con el largo pelo canoso recogido en una pulcra trenza, mordiéndose el labio inferior mientras se concentraba en su labor verde de ganchillo.

Su madre estaba sentada en una silla, tejiendo una labor más compleja con diversos tonos de azul.

Tejían en un cómodo silencio.

Celia: Alice, Cora.

Alice dejó de mover los dedos, se le crisparon al oír la voz de Celia. Y clavó los ojos en la cara de Anne.

Se encorvó, bajó la barbilla.

Celia: Te he traído una visita.

Alice: Estoy haciendo una bufanda. Estoy haciendo una bufanda verde. No se admiten visitas.

Celia: Ahora sí.

Anne: Me gusta el verde -oyó sus propias palabras, reprimió el temblor de su voz antes de dar unos pasos hacia su hermana-. También me gusta hacer ganchillo. Me enseñó mamá. -Se inclinó, besó a Cora en la mejilla, y con la mano en el hombro de su madre, sonrió a la mujer que la miraba de hito en hito-. Me alegro mucho de verte, Alice. Soy tu hermana, Anne. Estoy distinta a como era antes.
 
Alice: Tengo que hacer la bufanda.

Anne: Pues adelante. Mamá te ha trenzado el pelo, ¿verdad? Te queda bien.

Alice: Las mujeres son criaturas vanidosas y se pintan caras falsas para tentar a los hombres con pensamientos lujuriosos.

Cora: Fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios -dijo con calma mientras continuaba tejiendo-. Creo que Dios quiere que tengamos una imagen agradable cuando podemos. Y dijo creced y multiplicaos, así que un poco de lujuria contribuye a eso, ¿no? Esos puntos están muy iguales y bonitos, Alice.

Alice las miró a las dos y Anne vio que intentaba curvar los labios hacia arriba.

Alice: ¿Están bien?

Cora: Están muy bien. Aprendes deprisa, siempre lo hiciste. Cuando eras pequeña, nunca conseguía que te estuvieras quieta el tiempo suficiente para aprender a coser.

Alice: Yo era mala. La letra con sangre entra.

Cora: No digas tonterías. Solo eras revoltosa. Sí que te gustaba plantar flores, eras muy creativa. Me encantaba cuando Anne y tú plantabais vuestro jardín de hermanas.

Anne: Nomeolvides y geranios -comenzó a decir-.

Alice: Anne, Anne, Anne -murmuró-. Siempre mandona, siempre mejor que nadie.

Anne: Alice, Alice, Alice -repitió con el corazón desbocado-. Siempre peleona, siempre de mala leche.

Con los ojos entornados, Alice alzó la vista. Y aunque se notó la garganta seca, Anne le sostuvo la mirada y sonrió.

Anne: Sigo alegrándome de verte, Alice.

Alice: A Anne nunca le gustó Alice.

Anne: Yo no diría nunca. Había veces que no me gustabas, pero siempre fuiste mi hermana. Sigo plantando el jardín, nuestro jardín de hermanas, en primavera. Nomeolvides y geranios, alisos de mar y guisantes de olor.

Alice: Bocas de dragón. Me gustan las rojas.

Los ojos empezaron a escocerle, parecieron palpitarle por las lágrimas que intentaba contener.

Anne: Aún planto las rojas.

Alice: Tengo que terminar esto, tengo que hacerlo bien. Las flores no dan de comer a nadie. Es absurdo plantar flores. Vano como las mujeres, e igual de inútil.

Cora: Las abejas las necesitan. Los pájaros, también -alargó la mano y apretó la de Anne-. Son criaturas de Dios.

Alice: ¡El señor decía que nada de flores! -exclamó como si escupiera las palabras-. Planta alubias y zanahorias, patatas, coles y tomates. Y pasa la azada, arranca las malas hierbas y riega si sabes lo que te conviene. Ya casi es época de sembrar. Tengo que volver. Tengo que terminar esta bufanda.

Celia tocó a Anne en el brazo, pero ella no había terminado. No del todo.

Anne: Me vendría bien un poco de ayuda para sembrar. El huerto y las flores.

Alice: El señor decía que nada de flores. -Una lágrima le rodó por la mejilla mientras tejía enérgicamente-. Si se lo pides por favor, tiene que pegarte para enseñarte qué significa «no».

Anne: Las tenemos en el rancho. ¿Te gustaría volver a casa, Alice, y plantar flores conmigo donde nadie va a pegarte?

Alice: ¿Volver a mi casa?

Anne: Volver al rancho, a tu hogar. Vuelve a plantar conmigo nuestro jardín de hermanas.

Alice: Dios castiga a los malvados. 

Anne lo deseaba con fervor.

Anne: Pero no a las hermanas, Alice. A las hermanas que plantan flores juntas y las cuidan, que las ven crecer. Ven a casa, Alice. Nadie volverá a pegarte nunca más.

Alice: Tú me pegabas.

Anne: Normalmente me pegabas tú primero, y se supone que mamá no debe enterarse.

Alice siguió llorando, pero pareció recobrar parte de su antigua identidad.

Alice: No sé lo que es real.

Anne: Tranquila. Yo sé que tú lo eres. Anda, sigue tejiendo la bufanda.

Volveré después para ver cómo te queda.

Anne retrocedió un paso.

Alice: Te has cortado el pelo.

Necesitó toda su fuerza de voluntad para que la mano no le temblara cuando se la pasó por el pelo.

Anne: ¿Te gusta?

Alice: Yo... Las mujeres no deben cortarse el pelo.

Cora: No te preocupes, mi gatita callejera. No todas las reglas son reales, eso seguro. Algunas solo son inventadas. Anne, ¿podrías ver si van a traernos té? Nos gusta tomarnos un té a media mañana, ¿verdad, Alice?

Alice asintió, y volvió a concentrarse en su bufanda.

En cuanto Anne salió de la habitación, se llevó las manos a la cara.

Celia, que se esperaba la reacción, la abrazó.

Celia: Lo has hecho genial. Lo has hecho mejor de lo que pensaba. Se ha acordado de ti.

Anne: Se ha acordado de que era una mandona. Supongo que lo era.

Celia: Se ha acordado de su hermana, de una dinámica. Se ha acordado de las bocas de dragón. Recordará más cosas. Esto ha sido positivo, Anne.

Anne: Le ha arrancado la vida, Celia.

Celia: Lo ha intentado, pero sigue ahí, y está volviendo. Acabas de hacer una sesión de terapia, Anne, con resultados muy positivos.

Anne: ¿Puede venir a casa?

Celia: Deja que hable con el doctor Grove. Tenemos que pensar en cómo enfocarlo, y ahora mismo vosotros necesitáis ayuda profesional. Pero creo que si tenéis cuidado, paciencia, continuar su recuperación en casa podría ser un buen paso. Diré a su enfermera lo del té. Tú ve a buscar a tu hija, dad un paseo.

Anne: No me vendría nada mal pasear, y sé que voy a apoyarme muchísimo en Ness.

Celia: Me parece una persona que puede darte el apoyo que necesitas. 

Anne asintió.

Anne: Está ahí dentro, Celia. Alice está ahí dentro.

Las siguientes veinticuatro horas volvieron a girar alrededor de Alice, esta vez por su regreso al hogar.

En el picadero, Vanessa sujetaba a la yegua por la brida.

Jessie: Sé que no tienes tiempo para esto -se abrochó el casco-. Estás intentando ponerte al día con el trabajo atrasado, y si tienes una hora libre, que no la tienes, deberías aprovecharla para echarte un rato.

Ness: Yo no discuto con la yaya, y me ha insistido en que te dé una clase. Dice que no debes perder más. Nuestro mundo está patas arriba, Jessie. Esto es normalidad. Una hora de normalidad me vendrá mejor que echarme una cabezada.

Jessie: Ojalá pudiera ayudaros más.

Ness: Has asumido más volumen del trabajo de Mike, y del de mamá, lo mismo que Britt ha asumido más volumen del mío. Zac ha pasado casi tanto tiempo en el hospital como cualquiera de nosotros. Hemos tenido mucha ayuda -apoyó la mejilla contra la de la yegua-. No sé si después de hoy va a ser más fácil o más difícil. Mamá y las abuelas están decididas a que Alice vaya a casa hoy, y probablemente tienen razón. Los médicos dicen que eso puede ayudarle a recordar. Y Dios sabe que todos queremos que recuerde lo suficiente para que el sheriff Tyler encuentre a ese cabrón. Ni siquiera la he conocido aún. No sé cómo debo comportarme con ella.

Jessie: Sabrás lo que hay que hacer.

Ness: Pues yo siento que no tengo ni idea. Pero sé lo que hay que hacer ahora. Monta.

Alex entró mientras Jessica daba una vuelta a la pista a un medio galope elegante. El corazón se le alegró, solo de mirarla; parecía que hiciera años desde la última vez, pero verla montar, y además sonriendo, le infundió una grata sensación de bienestar. La semana anterior había sido como abrirse camino entre la melaza. Todo oscuro y viscoso, cada paso un esfuerzo, dormir un poco, volver a empezar.

Ahora volvía a ver la luz.

Jessica puso a la yegua al paso por orden de Vanessa.

Ness: Tienes público -dijo, sonriendo a Alex-.

Alex: No quiero estorbar.

Ness: Si estorbaras, te echaría. De hecho, puedes sustituirme. Es hora de que esta principiante salga del potrero.

Alex: Oh, pero...
 
Ness: La yaya me ha dicho que la segunda media hora te saque. Puedes acompañarla, ¿verdad, Alex?

Alex: Sí. Tengo una hora.

Ness: Genial. Entonces me vuelvo al despacho, para ponerme con el trabajo atrasado.

Vanessa se marchó de inmediato antes de que nadie pudiera detener a Leo.

Jessie: Te ha cargado con el muerto.

Alex se acercó y agarró la brida. Se tomó un momento para mirarla, con el pelo rubio suelto bajo el casco, los ojos azules y límpidos.

Alex: Me alegro mucho de verte.

Jessie: ¿Cómo estás?

Alex: Te confieso que un poco cansado y algo más que confundido. Dar un paseo a caballo contigo me vendrá bien, me ayudará tanto en lo uno como en lo otro.

Jessie: Pues entonces lo daremos. Me pone un poco nerviosa no tener el picadero alrededor, las paredes.

Alex: Creo que te va a gustar estar al aire libre. -Sin soltar la brida, llevó su caballo junto al suyo-. Siento no haber... desde que... No quiero que pienses que...

Jessie: ¿Que me aproveché de ti y tú saliste huyendo?

Alex alzó la cabeza de golpe, con expresión atónita y no poco horrorizada.

Jessie: Alex, sé por lo que está pasando tu familia. No he pensado nada parecido.

Alex: No soportaría que lo hicieras. 

Cuando se encaramó a la silla, Jessica vio los lirios morados que asomaban por su alforja.

Jessie: ¿Estas flores son para mí o para mi caballo? 

Alex las sacó con cierta torpeza.
 
Alex: Solo quería que supieras..., asegurarme de que supieras... Esto se me da mal.

Jessie: Pues yo opino que no. Son muy bonitas, y gracias. Si no te importa, ¿puedes guardármelas mientras montamos? Creo que no sé tanto como para sujetar las flores y las riendas a la vez.

Alex: Claro.

Después de que Alex volviera a meter los lirios en la alforja, ella alargó la mano y lo agarró por la camisa.

Jessie: Supongo que tengo que volver a tomar la iniciativa.

Lo atrajo hacia sí, sintiéndose como si flotara en el instante en que sus bocas se tocaron. Cuando la yegua cambió de postura, se agarró al pomo de la silla y se rio.

Jessie: Es la primera vez que beso a alguien montada en un caballo. No está mal para una principiante.

Alex: Espera un momento -cogió sus riendas para sujetar bien los dos caballos y la arrimó a él-.

Ese gesto le recordó que, en cuanto ella ponía sus motores en marcha, no había quien lo parara.

Jessie: Esto ha estado aún mejor.

Alex: Te he echado de menos. Han sido unos días de locos, y me han parecido semanas. Te he echado muchísimo de menos, Jessie. A lo mejor podríamos salir esta noche. A cenar o algo por el estilo.

Jessie: ¿No tienes que estar en casa? Por lo de tu tía.

Alex: Dicen que es mejor ir despacio, no presentarle a todos a la vez. Iba a aparecer poco por casa. Podríamos salir si tú no estás ocupada.

Jessie: Podríamos. Pero he aquí una propuesta mejor: ven a mi casa esta noche. Cocinaré para ti.

Alex: ¿Cocinarás?
 
Jessie: Me gusta cocinar. Me gustaría cocinar para ti. Me gustaría que vinieras a mi piso. Me gustaría que pasaras un rato en mi cama.

Él sonrió tal como hacía todo lo demás. Despacio. Siempre empezaba sonriendo con los ojos.

Alex: Me gustaría hacer todo eso.

Jessie: Prepararé algo que podamos comernos en cualquier momento, para que puedas llegar cuando te sea posible.

Alex: Nunca he conocido a nadie como tú.

Jessie: Pues ya somos dos -miró alrededor, se rio-. He estado cabalgando. He estado cabalgando y ni tan siquiera me he dado cuenta.

Alex: Pasa cuando estás a gusto y cómoda con un caballo. Estás en buena forma.

Ella lo miró de soslayo.

Jessie: ¿Ah, sí?

Alex: En muchos sentidos. ¿Quieres probar el trote?

Jessie: Vale. -Antes alzó la cara y miró el cielo, las montañas, sintió el aire ya impregnado de los cautivadores efluvios primaverales-. Me gusta montar al aire libre, sí. Muy bien, vaquero, enséñame cómo se hace.


0 comentarios:

Publicar un comentario

Perfil