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jueves, 21 de septiembre de 2023

Capítulo 21


A Vanessa se le pegaron las sábanas, lo que no le había ocurrido jamás. Media hora podía ser poco tiempo, pero desbarataba su rígido horario matutino.

Se levantó tan deprisa que Zac perdió la oportunidad de agarrarla.

Zac: ¿A qué viene tanta prisa?

Ness: Voy retrasada antes de empezar. Puedo hacer menos ejercicio, priorizar los emails. -Mientras se vestía a toda prisa, hizo cálculos-. Cogeré la camioneta en vez de ir con Leo.

Zac: Puedo dar de comer a Leo y ensillártelo. Esperaba utilizarlo hoy.

Vanessa se volvió para mirar la cama, la silueta en sombras del hombre con quien se había acostado.

Ness: Eso te dará más trabajo del que ya tienes.

Zac: Parece que de todas maneras voy a levantarme.

No era una queja, pensó ella, divertida, más tranquila.

Ness: ¿Quieres venir al rancho a desayunar?

Zac: Me darán algo mejor que un huevo frito y una tostada.

Ness: Pues te veo dentro de una hora -vaciló, retrocedió, se inclinó y lo besó-. De haber sabido que iba a pasar esto, habría insistido en ponerte una cama más grande.

Zac: Esta nos ha bastado.

Ness: Yo diría que sí. Tengo que irme.
 
Vanessa salió a toda prisa. Segundos después, Zac oyó cerrarse la puerta de la cabaña.

Sin duda, era rápida, pensó cuando se levantó para preparar café.

En menos de esa hora, Vanessa terminó su serie corta de ejercicios, se dio una ducha, se vistió y respondió unos cuantos emails. El resto podía esperar. El café no.

Dado que aún llevaba diez minutos de retraso, había sacrificado la taza de café que se tomaba a palo seco. Clementine ya estaría en la cocina.

Como era de esperar, cuando bajó corriendo por la escalera trasera el aroma a café lo impregnaba todo. Clementine tenía masa de galletas en una fuente y estaba rallando patatas. No le extrañó demasiado ver a Anne charlando con ella y friendo beicon y salchichas.

Pero ver a Alice sentada a la mesa de la cocina, con la cabeza inclinada sobre su labor de ganchillo, la hizo titubear.

Anne: Vas atrasada -dejó el beicon recién hecho sobre un trozo de papel absorbente, e hizo un gesto disimulado a su hija-.

Ness: Solo un poco. Buenos días, Clem. Buenos días, Alice.

Alice: Estoy haciendo una bufanda.

Ness: Y te está quedando bien.

Anne: Como tú, Alice es madrugadora. La abuela aún duerme, pero la yaya se está duchando. He dicho a Cathy, es la enfermera del turno de noche, que no se dé prisa, y que Alice podía tomarse el té aquí mientras preparamos el desayuno.

Alice: Cathy es la enfermera. Vino al hospital. Clementine hace galletas. Me gustan las galletas.

Clementine: Les he puesto un poco de pimienta de cayena -dijo con naturalidad-. Siempre te gustaba que les añadiera un poco de cayena. Acabo de preparar café.
 
Ness: Sí -se sirvió una taza-.

Alice: A las mujeres en edad de tener hijos no se les permite tomar café. Puede impedir que se plante la simiente.

Ness: Es la primera vez que oigo algo así -se recostó en el respaldo de la silla y tomó un sorbo de café-. Eso lo convertiría en el método anticonceptivo más sencillo de todos los tiempos.

Anne: Vanessa -masculló-.

Ella siguió sonriendo, y fue a sentarse con Alice.

Ness: No creo que el café vaya a lograrlo, pero aún no estoy preparada para tener hijos.

Alice: Estás en edad de tenerlos.

Ness: Sí.

Alice: Alumbrar hijos varones es el deber de una mujer para con su esposo. Deberías tener esposo, un esposo que te mantuviera.

Ness: Yo me mantengo sola. Es posible que un día de estos quiera un esposo, pero va a tener que cumplir todos mis requisitos. Y soy bastante exigente, ya que tengo a mi padre como figura de referencia. Así que mi futuro marido tendrá que ser guapo, fuerte, inteligente, amable y divertido. Tendrá que respetarme por ser quien soy, como papá respeta a mamá. Probablemente, dadas mis inclinaciones personales, también tendrá que ser un buen jinete. Y tendrá que quererme como si fuera una reina, una guerrera, un genio y casi la mujer más sexy del planeta.

Alice: El hombre elige.

Ness: No, Alice, las personas se eligen. Siento mucho, lo siento muchísimo, Alice, que alguien no te dejara elegir.

Percibió movimiento, vio a la mujer que aguardaba en la puerta de la cocina. De una edad parecida a la de su madre, con el pelo rubio ceniza corto y un rictus un tanto severo.
 
La enfermera, pensó Vanessa, preocupada por si se había pasado de la raya.

Pero la mujer asintió.

Ness: Creo que eres muy valiente -concluyó, viendo que Alice entornaba los ojos como parecía hacer cuando le costaba asimilar las cosas-.

Alice: Las mujeres son débiles.

Ness: Algunas personas son débiles. Tú no lo eres. Creo que podrías ser la persona más valiente que conozco.

Alice agachó la cabeza, se encorvó, pero Vanessa atisbó un amago de sonrisa en ella.

Alice: Estoy haciendo una bufanda. Clementine está haciendo galletas para el desayuno. La hermana está...

Se interrumpió, se le escapó un grito cuando Zac apareció en la puerta del recibidor.

¡Mierda!, pensó Vanessa. Debería haber vuelto corriendo a la cabaña para decirle que esperara.

Zac: Buenos días -se quedó donde estaba-. He venido a gorronear. ¿Son tus galletas de mantequilla, Clementine?

Clementine: Sí. ¿Tienes las manos limpias?

Zac: Las tendré. Usted debe de ser la señorita Alice -habló con calma, en un tono que Vanessa le había oído utilizar con un caballo asustado infinidad de veces-. Me alegro de conocerla.

Alice: Uno de los hijos, uno de los hijos de la hermana.

Anne: Un hijo honorífico. -Puede que la alegría de Anne fuera un poco forzada, pero Alice dejó de mover las manos con nerviosismo-. Te presento a Zac. Zac es como de la familia. Es un buen muchacho, Alice.

Alice: Hombre. No es un muchacho. Alice se tocó las mejillas.

En respuesta, Zac se restregó las suyas.

Zac: Esta mañana no he pensado en afeitarme. Se me ha ido de la cabeza. Qué bonito lo que está haciendo. Mi hermana sabe hacer punto. No me sorprendería que lo próximo que tejiera fuera una casa.

Alice: No se puede hacer una casa de punto. Yo hago ganchillo. Estoy haciendo una bufanda.

Clementine: Si quieres algo de esta cocina, ven aquí y lávate las manos -ordenó mientras recortaba galletas-. El desayuno estará listo enseguida.

Zac: Sí, señora.

Alice: Da órdenes al hombre -le susurró a Vanessa-.

Ness: Nos da órdenes a todos.

Zac: Yo me he lavado las manos.

Aunque los ojos se le humedecieron, Clementine miró a Alice y asintió.

Clementine: Entonces tendrás tu desayuno.

Al oír pasos en la escalera, Alice volvió a sobresaltarse. Vanessa puso una mano sobre la suya.

Mike irrumpió en la cocina con la vivacidad de un perrito, el pelo todavía húmedo, la cara recién afeitada.

Mike: Me he dormido. Qué bien huele aquí. Me vendría bien...

Vio a la mujer sentada a la mesa con Vanessa. Como al resto de la familia, lo habían puesto sobre aviso. Y Mike era, fundamentalmente, un vendedor. Le dirigió una megasonrisa.

Mike: Buenos días, Alice. No he tenido ocasión de conocerte. Soy Mike.

Alice relajó las facciones. Vanessa oyó sus dos leves gritos sofocados antes de que su cara adquiriera una expresión que iba más allá de la alegría. Una expresión demasiado exultante incluso para la alegría.

Alice: Mike. Mike. -Se le saltaron las lágrimas al tiempo que se reía. Y mientras se reía, se levantó de la mesa y corrió hacía él. Lo abrazó-. Mi bebé. Mi Mike.

Dándole palmaditas en la espalda, bastante incomodado, Mike miró a su madre desconcertado.

Anne: Este es el menor, Alice -dijo con cautela-. Este es mi hijo, Mike.

Alice: Mi Mike -retrocedió lo suficiente para mirarle la cara, para acariciarle las mejillas-. Mira qué guapo. Eras un bebé precioso, un niño precioso. Ahora eres guapo. ¡Qué grande estás! ¡Y qué alto! Mamá ya no puede acunarte, mi bebé.

Mike: Esto...

Cathy: Alice -dijo la enfermera sin alterar la voz, con naturalidad-. Este es el hijo de tu hermana. Es tu sobrino.

Alice: No. No -volvió a agarrarlo-. Mi bebé. Él es Mike. No os lo podéis llevar. No dejaré que nadie me lo vuelva a quitar.

Mike: Yo no me voy a ninguna parte. No te preocupes.

Alice: Recé por mis bebés. Por Cora y Fancy, por Mike, Lily, Anne y Sarah, y por Benjamin, aunque él se fue derecho al cielo. ¿Sabes dónde están los otros bebés, Mike? ¿Mis niñas?

Mike: No, lo siento. Vamos a sentarnos, ¿de acuerdo?

Alice: Te estoy haciendo una bufanda. Es verde. Mi Mike tiene los ojos verdes.

Mike: Es bonita. Es muy bonita.

Y cuando Mike miró otra vez a su madre, Vanessa se levantó. Fue a la escalera trasera para abrazar a Cora mientras ella lloraba.


Estuvo muy enfermo durante una semana entera. Apenas podía levantarse de la cama para hacer sus necesidades y aún menos para tomar más jarabe o abrir una lata para comer.

La fiebre lo consumía, los escalofríos lo atormentaban, pero la lacerante tos seca era peor. Lo dejaba débil, sin aliento, con el pecho duro como un puño, la garganta escocida por la mucosidad espesa y amarilla que segregaban sus pulmones.
 
Culpaba a Esther, la maldecía mientras yacía sobre sábanas manchadas de sudor.

La encontraría cuando se recobrara. La encontraría y la molería a palos, la estrangularía hasta matarla. No era digna de recibir una bala.

Incluso cuando conseguía estar levantado durante más de unos minutos, la tos podía postrarlo de rodillas de nuevo.

Cuando se sintió capaz de salir de casa, vio que el perro estaba medio muerto; puede que más que eso. Echó comida en un cubo. Bombear agua para llenar otro le provocó un violento ataque de tos. Escupió mucosidad teñida de sangre, resolló ruidosamente mientras echaba un vistazo a la vaca.

No la habían ordeñado en un par de días, calculó, y al igual que el caballo, había sobrevivido comiéndose la nieve y la hierba que había debajo. Los pollos no estaban mucho mejor. Todo le demostraba, clara y amargamente, que el muchacho apenas había ido a la cabaña. Y cuando lo había hecho, había dejado el trabajo a medias.

El muchacho era un inútil, al igual que su maldita madre.

Cuando recobrara las fuerzas, le echaría un buen rapapolvo. Y saldría a buscarse una esposa, una esposa joven que alumbraría hijos varones que respetarían a su padre, en vez de un hijo que iba y venía cuando le daba la gana.

Había cometido un error con Esther, lo reconocía. Había desperdiciado demasiados años en ella. Había cometido un par de errores al intentar tomar otra esposa, pero no cometería más.

Solo tenía que recobrar las fuerzas, recobrar las suficientes para al menos comprar medicamentos y provisiones.
 
Mareado por el esfuerzo de atender a los animales, volvió a entrar en la casa tambaleándose. Quería mirar en internet, consolarse con las palabras de hombres que sabían lo que él sabía, que creían lo mismo que él.

Había pagado un dineral por la antena Wi-Fi, por el aparato para conectarse a la zona Wi-Fi y los repetidores. Y había aprendido a utilizarlos sin que nadie pudiera localizarlo.

Maldito gobierno, espiándolos a todos, robándoles las tierras, haciéndoles tragar a los auténticos estadounidenses sus homosexuales, sus negros y sus mexicanos.

Él era un ciudadano soberano, pensó, un hombre dispuesto, incluso deseoso, de hacer correr la sangre para proteger sus derechos.

Había hecho correr la de Esther, pensó. Inculcaría algo de respeto al mequetrefe que ella le había endosado. Y encontraría una esposa que le diera los hijos varones que merecía.

Pero lo único que pudo hacer fue meterse otra vez en la cama, tiritar y resollar con los pulmones llenos de mucosidad.


Zac notó un nudo en el estómago cuando vio llegar al sheriff Tyler a caballo.

Zac: Avísame si necesitas algo -dijo al herrador mientras iba al encuentro de Tyler-. ¿Ha habido otro?

Tyler: No. Eso es un consuelo. Hace tiempo de mayo, y eso que estamos en marzo.

Zac: Luego hará frío en mayo, pero lo soportaré. Tyler miró los potreros, el cobertizo.

Tyler: ¿Estás solo?

Zac: Tenemos dos paseos a caballo en marcha, otros dos esta tarde y un par de clases en el centro. Con el buen tiempo hay más reservas.

Tyler asintió.

Tyler: ¿Ese de ahí es Spike?

Zac: Sí. Lo llamamos Púa, un nombre tremendo para un herrador.

Tyler: No es muy frecuente ver a un herrador con un collar de perro de púas y luciendo media docena de tatuajes. Pero conoce el oficio. ¿Puedes tomarte un descanso?

Zac: Parece que ya me lo estoy tomando.

Tyler: Vayamos hacía ahí -señaló el potrero grande-. Bonitos caballos.

Zac: Hoy hemos traído más. Mañana los llevaremos a pacer si el tiempo aguanta como se supone que tiene que hacer. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que llevé caballos a pacer al amanecer y volví a buscarlos por la noche.

Tyler: Parece que estás deseándolo.

Zac: Supongo que sí. Este trabajo me gusta, aunque tenga mucha parte de ordenador y papeleo -alargó la mano para acariciar el hocico a un bayo curioso-. Sé que no ha venido hasta aquí para ver cómo me estoy adaptando al trabajo.

Tyler: No. Me dirijo al Rancho Hudgens para hablar con Alice. Ahora estará en su sesión con la psiquiatra. Confío en que recuerde un poco más.

Zac: Puedo informarle de que ha dicho bastantes más cosas. Las he oído yo mismo cuando he ido a desayunar. Ha pensado que Mike era hijo suyo. Ha nombrado siete hijos en total. Todas niñas, menos uno llamado Mike y otro más. Por cómo se ha expresado, ese otro hijo murió durante el parto o justo después.

Tyler: Oh, Dios mío.

Zac: No creo que le esté contando nada que no deba cuando le digo que se ha agarrado a Mike como una lapa. Ha hablado de cómo lo acunaba, le cantaba y jugaban al escondite, de cómo aprendió a andar solo. Casi me rompe el corazón. ¿Tiene alguna pista sobre ese hijo de puta, sheriff?
 
Tyler: Ojalá pudiera decir que sí. Estamos trabajando con la policía del estado. Les hemos mandado una foto de Alice, y también a los medios de comunicación, por si alguien la ha visto. Llevamos perros para intentar encontrar su rastro, pero con la lluvia, y sin tener ni puñetera idea de cuánta distancia recorrió por la carretera antes de desplomarse, ni tan siquiera tenemos un punto de partida.

Zac: Necesita que se lo diga ella, pero no puede presionarla.

Tyler: Tienes razón en las dos cosas. -Cuando el bayo curioso le dio un topetazo en el hombro, Tyler lo acarició con aire ausente-. Pero cualquier cosa que pueda decirnos será una pista más que investigar. Pero no he venido a verte por eso. Me he enterado de que Garrett vino aquí en un vehículo oficial, con su uniforme oficial, y volvió a tirársete a la yugular.

Zac: Clintok no me preocupa.

Tyler: Lo he suspendido.

Zac se volvió, se bajó el sombrero.

Zac: No hay motivo para que haga eso por mí.

Tyler: No lo he hecho por ti. -El enfado enrojeció sus mejillas-. Desobedeció una orden directa. Acosó y amenazó a un civil. He suspendido a ese imbécil arrogante en vez de despedirlo porque tiene algunas buenas cualidades pese a sus fantochadas, y... yo debo encontrar a dos delincuentes. Hay dos mujeres muertas, y ninguna pista sobre quién las mató. Hay un hombre que mantuvo encerrada a una mujer a la que aprecio durante no sabemos cuántos años. Y ahora mismo tampoco hay pistas. Pero si Garrett vuelve a pasarse de la raya, perderá su empleo, y eso me corresponde decirlo a mí. -le tocó el pecho con el índice-. ¿Aquí mandas tú?

Zac: Yo diría que sí.

Tyler: ¿Tolerarías que una de las personas que guían los paseos a caballo, dan clases o atienden a las monturas hiciera lo contrario de lo que tú le has dicho? ¿Que se pusiera gallito con uno de los huéspedes? ¿Qué despreciara tu autoridad?

Arrinconado, Zac suspiró hondo.

Zac: De acuerdo, me ha convencido.

Tyler: Aún hay más. Está cabreadísimo. Si se mete contigo, Zac, quiero enterarme. No quiero que me vengas con ese cuento de que sabes pararle los pies, de que no te preocupa. Es uno de los míos, y si vuelve a meterse contigo, debo saberlo. No puedo tener a un hombre que hace eso llevando una placa y un arma y trabajando bajo mis órdenes. ¿Te queda claro?

Zac: Sí, sí.

Tyler: No hace falta que te guste.

Zac: Bueno, no me gusta. Pero lo entiendo.

Tyler: Dame tu palabra -le tendió la mano-.

Zac: Puñetas. -De nuevo acorralado, se la estrechó-. Le doy mi palabra.

Tyler: Pues todo arreglado. Me voy a hablar con Alice. -Sin embargo, se quedó mirando los caballos un rato más-. Siete hijos.

Zac: Los ha nombrado. Les puso nombre.

Tyler: Dios santo -masculló, y se alejó-.

Al llegar al rancho, esperó haber calculado bien. Reconoció el coche de la doctora Minnow, de manera que sí. También quería saber su opinión.

Cuando llegó a la puerta, Cora salió a abrir.

Tyler: Espero no molestar, señora Hudgens.

Cora: Por supuesto que no. Me llamaste «Cora» en el hospital, Bob. Sigue llamándome «Cora». Ah, Alice está hablando con la doctora. Con la doctora Minnow. Creo que deben de estar a punto de terminar. Pasa.
 
Tyler se quitó el sombrero al entrar.

Tyler: ¿Qué tal le va a Alice, señora, desde que la trajeron a su casa?

Cora: Creo que mejor. De veras. Mamá, mira quién ha venido.

Fancy: Vaya, Bobby Tyler. -Dejando su labor, doña Fancy dio una palmadita en el cojín del sofá junto a ella-. Ven a sentarte y cuéntame todos los chismes y noticias locales.

Tyler: Ojalá pudiera, señora.

Fancy: Bueno, voy a traerte una taza de café.

Tyler: Por favor, no se moleste, doña Fancy.

Fancy: El día que no pueda llevarle una taza de café a un hombre apuesto que viene de visita será el día que me reúna con mi Creador.

En la camiseta que llevaba ponía:

EL LUGAR DE LAS MUJERES ES LA CASA Y EL SENADO

Doña Fancy creía en ambas afirmaciones con idéntico fervor.

Fancy: De todas maneras, vas a tener que esperar un rato -añadió-. Alice está arriba, hablando con la loquera. Siéntate y te traeré el café.

Cora: Estamos buscándonos cosas que hacer -explicó cuando su madre salió de la habitación-. Intentando mantenernos ocupadas. Supongo que si hubieras averiguado algo, me lo habrías dicho nada más entrar.

Tyler: Lo siento, señora Hudgens... Cora. Estamos haciendo todo lo posible.

Cora: No lo dudo. Oh, doctora Minnow. ¿Ha terminado?

Celia: Hemos hablado mucho. Sheriff.

Cora: Doctora Minnow. ¿Puede seguir hablando?

Celia: Dele un momento. Está mejorando mucho, señora Hudgens. Creo que su intuición, y la de Anne, de traerla aquí era acertada. Es solo el comienzo, pero está tranquila.
 
Cora: ¿Puede decirme si recuerda algo de su secuestrador, de su cautiverio?

Celia: Evita el tema, y es natural, sheriff. Tiene un conflicto entre lo que él le ha inculcado y esta realidad. Esta realidad que recuerda en alguna parte de su mente y donde se siente más segura, incluso más feliz. Sí ha hablado de la casa, y cuando le he preguntado si era más grande que su habitación, la de arriba, ha dicho que era más o menos igual, pero ahora tiene ventanas y paredes bonitas.

Celia -dirigió otra sonrisa a Cora-. Pintarla igual que estaba le ayuda a sentirse a gusto, a identificarse con ella, aunque no la reconozca como propia -se volvió hacia Tyler-. Su secuestrador no vivía en la casa con ella. Yo diría que tenía el tamaño de un cobertizo más bien. No está lista para hablar de lo que veía cuando salía fuera. Ha mencionado un perro, uno malo, pero, aparte de eso, se ha cerrado en banda.

Tyler: Un cobertizo y un perro es más de lo que tenía cuando he llegado.

Fancy: Aquí tienes, Bob. -Doña Fancy llevó el café a Tyler-. Oh, doctora Minnow. ¿Le apetece un café?

Celia: Gracias, pero tengo que volver. Mañana vendré a la misma hora. De momento no le pregunten por Mike. Le daremos tiempo en ese terreno.

Fancy: Le traeré el abrigo y la acompañaré a la puerta.

Tyler se quedó de pie, con el sombrero en una mano y el café en la otra.

Tyler: Doña Fancy, voy a subir a verla, si le parece bien.

Fancy: La enfermera que está con ella es... -se frotó la sien-. Puñetas, se me ha olvidado cómo se llama.

Tyler: No se preocupe por eso. La veré antes de irme.

Tyler suponía que la habían instalado en su antigua habitación, y sabía dónde encontrarla. Hacía tiempo, él había languidecido bajo la ventana de su habitación durante unos cuantos meses. Y a veces Alice había salido por ella para verse con él.

Ahora, avejentada por los años que habían transcurrido, estaba sentada junto a la ventana, haciendo ganchillo.

La mujer de la otra silla leía un libro, pero se levantó cuando él entró.

Cathy: Tienes compañía, Alice.

Alice levantó la vista y sonrió con timidez.

Alice: Te conozco. Viniste al hospital. Fuiste muy amable y viniste a visitarme. Tú... -Entornó los ojos-. Tú sabes andar con las manos.

Tyler: Antes sí.

El corazón le dio un pequeño vuelco al recordar cómo la había hecho reír andando haciendo el pino por la hierba. Tenían dieciséis años, pensó, y él estaba locamente enamorado de ella.

Tyler: No estoy muy seguro de que ahora pudiera hacerlo.

Cathy: Los dejaré a solas para que hablen. Estoy en la habitación de al lado -le dijo la enfermera a Tyler en voz baja-.

Alice: Estás bebiendo café. Yo no debo tomar café, pero Vanessa lo toma. Es la hija de la hermana. También es simpática.

Tyler: Conozco a Vanessa. Es una muchacha encantadora. ¿Puedo sentarme contigo?

Alice: El hombre no necesita preguntar. El hombre hace.

Tyler: Un hombre educado pregunta. ¿Puedo sentarme contigo, Alice? 

Ella se ruborizó un poco.

Alice: Puedes sentarte. Estoy haciendo una bufanda. Es para Mike. Es para mi hijo. Tiene los ojos marrones. Es guapísimo. Se ha puesto muy alto.

Tyler: ¿Desde cuándo no lo ves?

Alice: Hemos desayunado. Clementine ha hecho galletas. Me... me gustan sus galletas.

Tyler: Me refiero a antes del desayuno. ¿Desde cuándo no lo veías?

Alice: Ay, madre... Solo tenía un año. Solo un año. Era un bebé delicioso. Pude quedármelo y darle el pecho, bañarlo y enseñarle a aplaudir. Le enseñé a andar y a decir «mamá». Porque era el hijo varón.

Tyler: También tuviste hijas.

Alice: Sí. Cora, Fancy, Lily, Anne y Sarah.

Tyler: ¿Les enseñaste a aplaudir?

Alice: No pude. El señor tuvo que llevárselas. Las niñas no le sirven para nada y se venden a buen precio. A lo mejor puedes encontrarlas.

Tyler: Puedo intentarlo.

Alice: Pero a Benjamin no. Dios se lo llevó al cielo antes de que saliera de mi vientre. Ni a Mike. He encontrado a Mike aquí. Me alegro de haber venido.

Tyler: ¿Tuviste a tus hijos en tu casa? Me refiero a si nacieron en tu casa.

Alice: Solo Lily, Anne, Sarah y Benjamin. El señor me procuró la casa porque le di un hijo varón, como una mujer debe hacer.

Tyler: ¿Dónde tuviste a Cora, Fancy y Mike?

Alice: En la habitación de abajo -apretó los labios-. No me gustaba la habitación de abajo. No me gustaba. La casa me gustaba más.

Tyler: Tranquila. -le tocó la mano temblorosa-. No volverás a esa habitación jamás.

Alice: Puedo quedarme aquí con Mike. Con la madre, la hermana y la abuela... La abuela. El abuelo tiene chocolatinas. Huele a cerezas y lleva barba.

Tyler: Así es -comprendió que ella no debía de saber que su abuelo había muerto, de manera que fue prudente-. ¿El señor tiene barba?

Alice: Por todas partes, por todas -se pasó la mano por las mejillas y la barbilla-.
 
Tyler: ¿Huele a cerezas?

Alice: No, no. Huele al jabón que al principio escuece. Y a veces no. A veces a whisky. A veces a whisky y a sudor. No me gusta. Me gusta hacer la bufanda, me gusta hacer la bufanda, me gusta hacerla, y la ventana y las galletas. Me gustan las paredes de color rosa.

Tyler: Son muy alegres, desde luego. ¿De qué color eran las paredes de tu casa?

Alice: Grises con manchas y rayas. Estas me gustan más. Soy una desagradecida, soy una desagradecida con lo que el señor me procuró.

Tyler: No, no lo eres. Agradeces estar en casa con tu familia. ¿Puedes decirme una cosa, Alice?

Alice: No lo sé.

Tyler: ¿Puedes decirme dónde estabas cuando viste al señor por primera vez?

Alice: No lo sé. Tengo que terminar la bufanda, terminarla para Mike.

Tyler: Está bien. Ahora debo irme, pero volveré, si te parece bien.

Alice: Me parece bien. Yo quería volver a casa -dijo cuando Tyler se levantó-.

Tyler: Ahora estás en casa.

Alice: Debería haber llamado al abuelo desde Missoula cuando llegué allí. Él habría venido a buscarme. No se habría enfadado.

Tyler: ¿Volvías a casa desde Missoula?

Alice: Desde... otro sitio. No lo sé. Ahora estoy muy cansada.

Tyler: Iré a buscar a la enfermera. Puedes descansar un rato.

Alice: Hacen pavo al horno en Acción de Gracias, pero a mí me gusta más el jamón de la abuela. La abuela siempre pone jamón en Acción de Gracias, y todas preparamos pasteles. Me voy a dormir.

Tyler: Muy bien, Alice. Anda, yo te ayudo. 

Tyler la ayudó a ir hasta la cama y la tapó con una colcha.
 
Alice: Es suave. Aquí todo es suave. ¿Está aquí la madre?

Tyler: Iré a buscarla. Descansa.

Tyler salió, e hizo una seña a la enfermera antes de bajar en busca de Cora. Un cobertizo, un perro, algún punto de la carretera de Missoula al rancho, en algún momento próximo a Acción de Gracias, aunque solo Dios sabía cuánto tiempo hacía de eso.

Era más de lo que tenía antes de ir allí.


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