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sábado, 9 de septiembre de 2023

Tercera parte - Capítulo 15


El Roundup, un local inmenso con pista de baile, no se complicaba la vida. Música todos los sábados por la noche, así como algún viernes esporádico, de noviembre al primero de mayo. De mayo a noviembre, incorporaba sesiones de micrófono abierto todos los miércoles.

El resto de los días, el barman jefe ponía canciones para quienquiera que calentara un taburete o se comiera unos nachos o una hamburguesa en una de las mesas.

La música iba del country al western, con algún que otro tema de fusión.

El rock no era el rey de la pista, aunque podía tolerarse en pequeñas dosis.

Zac había crecido escuchando esa clase de música, sus baladas, las historias de sus canciones. Pero sus gustos musicales se habían ampliado considerablemente durante sus viajes.

De todas formas, le daba bastante igual si la banda tocaba música disco esa noche en concreto, pues le había visto bien las piernas a Vanessa.

Eran tan espectaculares como imaginaba.

Llevaba un vestido con el escote justo que se le ceñía a la esbelta cintura antes de acampanarse flotando por encima de las preciosas rodillas. Siempre le había gustado que una mujer tuviera las rodillas bonitas, aunque no sabría decir por qué.

Había tardado un rato en fijarse en el color de la tela que cubría ese cuerpo, pero le gustaba el alegre azul con pequeñas volutas rosas y verdes. Y su forma de combinarlo con unas botas que reflejaban el tono de las volutas verdes.

Vanessa se había dejado suelto el largo pelo ondulado.

No le molestaba que hubieran llegado los primeros y brindar con cerveza antes de que los demás acudieran. No cuando podía aprovechar ese rato para coquetear relajadamente.

Zac: Creo que no te veo con un vestido desde que tenías catorce años. En una boda, me parece. De uno de tus primos.

Ness: Debía de ser Corey, si no te has equivocado con mi edad, y lo más probable es que no. Después de eso, mamá ya no pudo vetarme la ropa que decidía ponerme.

Zac: Este lo llenas mejor que aquel otro.

Ness: La pubertad se tomó su tiempo conmigo, pero acabó por llegarme. Tú también has repartido bien los kilos.

Zac llevaba unos pantalones vaqueros y una camisa de batista que le realzaba la tonalidad azul de los ojos. No olía a caballos esa noche, sino a bosque, lo que era casi igual de agradable.

Ness: Antes de que lleguen Mike y los demás, quiero decirte que agradezco que no estés molesto, al menos que se note, porque vengan. Ha pasado, así sin más.

Zac: No estoy molesto. Me gustan todos los que vienen. No conozco muy bien a Chelsea, pero parece maja.

Ness: Mike le tiene echado el ojo, y ella se lo tiene echado a él.

Zac: No la conozco bien, pero la he observado. No me sorprende que Mike le haya echado el ojo.

Ness: Como creo que Jessica y Alex están dándole vueltas a si se echan o no el ojo, esto podría considerarse una especie de cita triple.

Zac: Tal como es Alex, las vueltas podrían durar, mmm..., otros cinco o diez años.

Ness: Creo que Jessie acortará bastante ese plazo, si sigue interesada.

Zac: Le deseo suerte. Tú y yo, Ness, ya hemos terminado de dar vueltas.

**: Anda, ¡hola, Ness! Hace semanas que no te veía. -Una camarera se detuvo junto a la mesa y dio a Vanessa un rápido apretón en el hombro-. ¿Cenaréis todos? Vienen más, ¿verdad? ¿Qué tal si dejo unas cuantas cartas para que...? -Se volvió hacia Zac, lo miró bien. Puso los ojos como platos-. ¡Zac Efron! Sabía que habías vuelto, pero no te había visto el pelo. -Se inclinó y lo besó en la boca-. ¡Bienvenido a casa!

Zac: Gracias. Me alegro de haber vuelto. 

Su cerebro rebuscó con urgencia entre sus viejos recuerdos para poner un nombre a esa cara.

**: Un día de estos quiero que me lo cuentes todo sobre trabajar en el cine. Debía de ser apasionante. Vaya, ¿quién habría pensado, cuando nos paseábamos en tu vieja camioneta, que te codearías con estrellas de cine? ¿Conoces a Brad Pitt?

Zac: No puedo decir que sí.

Ness: Apuesto a que no sabes que Darlie está casada, ¿a que no, Zac? Ya no es Darlie Jenner, sino Darlie Utz.

Darlie: Como la marca de patatas fritas -dijo soltando una carcajada-. Aunque si tuviéramos algo que ver con ellas, yo no estaría trabajando en el Roundup. Vale, Dexter, ¡por el amor de Dios! Ya te veo. Estoy hablando un momento con un viejo amigo, así que un poco de paciencia. -Terminó de regañar al impaciente parroquiano y se volvió para sonreír a Zac-. Llevo tres años casada, y tenemos una hija.

Zac: Enhorabuena, Darlie. ¿Qué tal está tu hermano? ¿Sigue Andy en el ejército?

Darile: Sí. Es sargento. Estamos muy orgullosos de él.
 
Zac: Dale las gracias por los servicios prestados la próxima vez que hables con él.

Darlie: No lo dudes. Tengo que quitarme a Dexter de encima. Miraos la carta sin prisas. ¿Queréis que os traiga otra ronda?

Ness: Esperaremos al resto, gracias, Darlie.

Zac: Y gracias a ti por echarme un cable -dijo cuando la camarera se acercó a Lester con paso airado-. No la situaba. Salí con ella un par de veces, pero no la situaba.

Ness: Ha pasado de teñirse el pelo de rubio a teñírselo de rojo, y se lo riza tanto que le rebota como un yoyó. No lo digo por criticar, solo digo que no está como cuando tenía dieciséis o diecisiete años. Su marido es bombero forestal.

Zac pensó en los bomberos paracaidistas que entrenaban a un paso de ahí y combatían incendios forestales a lo largo de toda la estación.

Zac: También debería haberle dado las gracias a él por los servicios prestados -tocó la carta con el dedo. ¿Tienes hambre?

Vanessa apoyó la barbilla en la mano y le sonrió, mirándolo de hito en hito.

Ness: Ni te lo imaginas.

Zac: Me estás matando, Vanessa.

Ness: Efron, aún no he empezado. ¡Oh! -Se enderezó y saludó antes de que Zac pudiera arrimarla a él para ser el primero en empezar-. Es Mike. Parece que viene con Jessica y Chelsea. No me digas que Alex se ha rajado.

Zac se levantó cuando Mike acompañó a las mujeres hasta la mesa.

Mike: ¿Estáis servidos? -señaló las cervezas mientras se quitaba el abrigo-. Voy a pedir a la barra.

Ness: Estamos servidos, ¿verdad? 

Zac asintió.

Zac: Estamos perfectos.
 
Mike: Vuelvo enseguida.

Chelsea: Te acompaño -se alejó con él tras dejar el abrigo en la silla-.

Jessie: No sabía que este sitio fuera tan grande -miró alrededor mientras Zac la ayudaba a quitarse el abrigo-. Es casi la barra más larga que he visto en mi vida.

Ness: Mucha cerveza. Muchas marcas locales. Pero el vino... 

Y meneó la mano en el aire para indicar que no era nada del otro mundo.

Jessie: Es una suerte que haya pedido un margarita de arándanos. Le he cogido el gusto. ¿Sabes?, podríamos pensar en alguna oferta que incluyera este sitio.

Ness: Esta noche no -le dio una palmadita en el brazo-. En el Roundup no se trabaja.

Jessie: Está bien.

Ness: ¿Y Alex?

Jessie: Oh, Mike, que ha insistido en pasar a recogerme, ha dicho... Espera... Ah, sí. Alex ha dicho que tenía que terminar un par de cosas y que le pidamos una Green Flash y la hamburguesa especial de los sábados si empezamos antes de que llegue. ¿Qué son?

Ness: Es una cerveza local y una hamburguesa de bisonte con beicon, queso y salsa de jalapeños. A Alex le encanta. ¿Cómo vas a bailar con esos zapatos?

Jessica echó un vistazo a sus sexis zapatos rojos de tacón de aguja.

Jessie: Con mucho garbo.

Zac: Me gustan -los miró con fingida lascivia y le guiñó un ojo-. ¿Cómo ha ido la boda?

Jessie: Perfecta. La novia llevaba un vestido palabra de honor de encaje con la falda orlada, unas botas blancas y un Stetson blanco con un cintillo de cristales. La decoración era..., bueno, obsesivamente vaquera: herraduras de plata, flores silvestres en botas camperas y jarrones con forma de sombrero. Más botas como vasos de chupitos, pañuelos vaqueros en vez de servilletas, caminos de mesa de arpillera. La tarta tenía un glaseado que parecía cuero, y para rematarlo, el feliz matrimonio montado a caballo. Ha salido bien, aunque parezca mentira.

Zac: No me importaría tener un vaso de chupito con forma de bota.

Jessie: Bueno, veré si ha quedado alguno -echó un vistazo a la carta-. ¿Qué son los nachos rabiosos?

Ness: Te funden la cara. Tienen buena pinta. Deberíamos pedirlos.

Jessie: No veo las ensaladas.

Durante un segundo o dos, Vanessa se limitó a parpadear; luego echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír a carcajadas.

Ness: Jessie, aquí se viene por la carne roja, la salsa picante, la cerveza y la música. Puede que haya conejo en la carta, pero lo que comen los conejos seguro que no.

Sonrió cuando Mike y Chelsea regresaron con las bebidas.

Mike: Tómate un par de copas. Te sentará todo mejor.

Dicho esto, Vanessa hizo un gesto a Darlie y pidió una bandeja grande de nachos rabiosos.

Cuando Alex llegó, los nachos eran solo un recuerdo, un recuerdo que Jessica temía que su mucosa gástrica no olvidara en años, y habían pedido la cena.

Alex: Perdón, tenía un par de asuntos pendientes.

Zac: Te has perdido los nachos, y siguen estando tan fuertes como los recordaba -cogió la cerveza que aún no se había terminado-. Van a traer la cena.
 
Alex: Estoy listo para comérmela. Esto se está llenando.

Casi todos los taburetes de la barra estaban ocupados. Quedaban unas cuantas mesas libres, pero en otras había gente comiendo, bebiendo y charlando, con lo que el ruido casi ahogaba las canciones que el barman ponía.

La banda tardaría casi una hora en salir a tocar, pero ya había bailarines dando giros en la pista. El gran cuadrado de madera contrachapada tenía manchas de las incontables cervezas derramadas y, casi en el mismo centro, una desvaída mancha de sangre a causa de una infausta pelea -por una mujer, según decían- librada hacía casi una década.

Los bailarines giraban bajo tres enormes lámparas hechas con ruedas de carreta. En cuanto saliera la banda, el barman jefe, el capitán del barco, atenuaría esas luces tan cegadoras como el sol de mediodía.
Zac podía haber imaginado una velada distinta, pero no encontraba un solo defecto a estar sentado a una mesa repleta de amigos, tan cerca de Vanessa que le olía el pelo cada vez que ella volvía la cabeza. Había frecuentado lugares no muy distintos al Roundup en los años que había pasado fuera, había bebido con amigos y coqueteado con mujeres a las que el pelo les olía bien. Pero sabía sin ningún género de duda que, para él, en ningún sitio se estaba como en casa.

Le daba igual de qué hablaran, y con Mike sentado a la mesa, la conversación jamás decaía, pero al final acabaron charlando de Zac y de su experiencia en Hollywood.

Zac: Tuvo sus buenos momentos -respondió cuando Chelsea, con cierto asombro, le preguntó si había sido emocionante, glamurosa-. Pasaba casi todo el tiempo con caballos, pero tuve mis buenos momentos.

Ness: No demasiados, dado que no conociste a Brad Pitt.

Zac: No, nunca.
 
Mike lo señaló con el dedo.

Mike: La tía que más sensación te causó de todas las estrellas de cine.

Zac: Bueno, ese apelativo ni se acerca en su caso. Charlize Theron. 

Entonces fue Mike el asombrado.

Mike: No me jodas. ¿Conociste a Charlize Theron?

Zac: Sí. La conocí en “Mil maneras de morder el polvo”. Una película de Seth MacFarlane. Un tío curioso.

Mike: Que le den a MacFarlane. Conoces a Charlize Theron. ¿Cómo es? ¿Te acercaste lo suficiente para tocarla?

Zac: Es preciosa, inteligente, interesante. Puede que la tocara en algún momento puntual. Sobre todo hablamos de caballos. Tiene mano con ellos.

Ness: Antes de que Mike entre en coma -terció, y se terminó la hamburguesa-. El tío que más sensación te causó, también actor.

Zac: Casi igual de fácil. Sam Elliott. Guapo no es, pero sí inteligente e interesante. Y no he conocido un actor que monte mejor.

Alex: «Aún tengo un brazo bueno para abrazarte.»

Jessica se volvió hacia Alex y aquella inconfundible voz cavernosa.

Jessie: Has hablado igualito que él. ¿De dónde es la frase?

Alex: De “Tombstone”. Virgil Earp.

Mike: Se le da genial. Imita a Val Kilmer, Alex. Haz de Doc Holliday.

Con una media sonrisa, Alex se encogió de hombros.

Alex: «Yo soy tu hombre» -dijo en un despreocupado acento sureño-.

Jessie: ¿Qué quiere decir con eso? 

Alex la miró.

Alex: Quiere decir, básicamente, que es el hombre que necesita. 

Apartó la mirada y cogió su cerveza.

Jessie: ¿Es una declaración de amor?
 
Cuando Mike se echó a reír, Alex se volvió de nuevo hacia Jessica.

Alex: Esto..., no creo que Doc estuviera enamorado de Wyatt Earp. ¿No has visto “Tombstone”?

Jessie: No -recorrió la mesa con la mirada y vio las expresiones de diversión o asombro-. Ay, ay, ay, ¿vais a echarme del bar?

Alex: Tendrías que ver la película -fue lo único que alcanzó a decir-.

Cuando la mesa entera empezó a interrogarla sobre qué películas del Oeste había o no había visto, Alex la deleitó con imitaciones que fueron desde John Wayne hasta Alan Rickman.

Pese a lo entretenido que resultaba, Jessica se sintió aliviada cuando la banda subió al escenario, acompañada de hurras y aplausos, poniendo fin al interrogatorio.

El grupo empezó con un animado tema que no le sonaba más de lo que le sonaban las frases de “Un vaquero sin rumbo”.

Mike: A bailar. 

Mike cogió a Chelsea de la mano y se la llevó a la pista de baile.

Zac: Te dije que te sacaría a bailar. 

Zac se levantó y tendió la mano a Vanessa.

Ness: A ver qué tal se te da.

Se le daba de miedo. Sabía cómo llevarla, moviéndose con ella y contra ella en un preludio de lo que ambos sabían que iba a suceder. Se rio, girando con facilidad cuando Zac le hizo dar una vuelta, y lo sorprendió volviéndose de tal modo que acabó con la espalda pegada a él. Ondulando el cuerpo.

Zac: Has aprendido pasos nuevos -le susurró al oído-.

Ella echó la cabeza hacia atrás hasta que sus labios casi se tocaron.

Ness: Tengo más.

Volvió a girar, dejó que Zac la arrimara a él, y lo rodeó por el cuello con un brazo mientras acompasaba sus pasos a los de él.

Zac: No me cabe ninguna duda. ¿Qué has estado haciendo mientras yo no estaba, Vanessa?

Ness: Practicando.

En la mesa, Jessica observaba a los bailarines. Muchas patadas contra el suelo, vueltas y lo que le parecían saltos. Mientras Vanessa y Zac hacían todo eso, envolvían su baile de una pátina de sensualidad.

Nunca había pensado que lo del country-western fuera sexy.

Cuando el segundo tema empezó justo después del primero, Alex se aclaró la garganta.

Alex: No se me da muy bien bailar. 

Jessica se inclinó hacia él.

Jessie: Pues ya somos dos, porque no he bailado esto en mi vida. ¿Por qué no me enseñas un poco?

Alex: Pues... Puedo intentarlo -se levantó y le cogió la mano-. Es probable que necesites otra copa cuando terminemos.

Jessie: Me arriesgaré. -Cuando llegó a la pista, Jessica se volvió y le puso una mano en el hombro-. ¿Así?

Alex: Sí, y... -le pasó un brazo por la cintura-. Solo daremos... ¿Puedes andar hacia atrás con esos zapatos?

Jessie: Puedo correr hacia atrás con ellos. Y... -tomó la iniciativa, alzó sus manos entrelazadas, se separó girando y volvió a colocarse delante de él-, no te preocupes.

Alex: Ya bailas mejor que yo.

Ella sonrió. Parecían compenetrarse bien.

Jessie: Puedo enseñarte si hace falta.
 
Más o menos cuando las mujeres salían a la pista para bailar «Save a Horse (Ride a Cowboy)» y Jessica aprendía su primer baile en línea, o lo intentaba, Jolene y Vance Lubbock iban camino de casa.

Regresaban de lo que ellos llamaban su noche de escapada sin niños, un acontecimiento que solo ocurría muy de tarde en tarde. Su idea inicial había sido cenar en un restaurante tranquilo, algo que apenas recordaban de la época anterior a que llegaran sus tres hijos menores de seis años, y luego ver una película que no fuera de dibujos animados ni que tuviera un solo animal parlante.

Mientras regresaban, Jolene se dio cuenta de lo que quería hacer verdaderamente con las cuatro preciosas horas para las que habían conseguido canguro. Ordenó a Vince que entrara en la Interestatal 90, que saliera y reservara habitación en un Quality Inn.

Él no se opuso.

Por primera vez en más de un año tuvieron sexo intenso ininterrumpido y sin estar medio dormidos. Dos veces.

Luego, una tercera vez después de que Vance corriera a buscar comida al restaurante contiguo al motel.

Aunque no consiguieron consumarlo por cuarta vez, se dieron el gusto de una larga ducha caliente durante la que nadie gritó llamando a mamá o a papá.

Regresaron a casa relajados, con una agradable sensación de bienestar, y prometieron repetir con regularidad su noche de sexo en un motel.

Jolene: Nos esforzaremos más.

Tan relajada que le sorprendía no haberse escurrido al suelo del coche, Jolene sonrió al padre de sus hijos, recordando por qué se había casado con él.

Vince: La próxima vez añadimos una botella de vino -le besó la mano-.
 
Jolene: Y lencería sexy.

Vince: ¡Oh, nena!

Ella se rio y suspiró.

Jolene: Adoro a nuestros pequeñines, Vince. No puedo ni imaginarme la vida sin ellos. Pero, Dios mío, ¿disponer de unas horas sin ser solo una madre? Una vez al mes. Podemos hacerlo una vez al mes.

Vince: Hecho.

Él volvió a besarle la mano, perdidamente enamorado de su mujer. Vio el bulto gris en el arcén, pero lo tomó por un animal atropellado. Ya había pasado de largo cuando su cerebro asimiló lo que sus ojos habían visto.

Jolene: ¡Vince!

Vince: Lo sé, lo sé. Espera. 

Pisó el freno y retrocedió.

Jolene: Es una mujer. Juro que es una mujer.

Vince: La veo. Ya veo -acercó el coche al arcén con cuidado-. Quédate aquí.

Jolene: ¡Ni hablar! -bajó mientras él ponía las luces de emergencia-. Dios mío, Vince, está medio congelada. Saca la manta.

Vince: Voy a llamar a urgencias.

Jolene: Dame la manta primero. Tiene pulso. Está viva, cariño, pero se está congelando aquí fuera. No sé si está herida. Tiene rasguños, bastante feos, y se ha dado un golpe en la cabeza, o alguien se lo ha dado.

Vince arrojó la manta a su mujer y sacó los triángulos.

Vince: Voy a llamar a una ambulancia.

Jolene intentó calentar las frías manos con las suyas, y miró a su marido a la luz roja reflejada por uno de los triángulos.

Jolene: Diles que manden también a la policía.

Poco después de medianoche, los Lubbock prestaban declaración ante el agente que acudió al lugar de los hechos, mientras los sanitarios de urgencias subían a la mujer inconsciente a la ambulancia.

 
Alex llevó a Jessica a casa. Idea de Mike, pensó ella, no porque quisiera que ellos se liaran, sino porque, obviamente, quería quedarse a solas con Chelsea.

Jessie: Imagino que cerrarán el bar. Tu hermano y Chelsea.

Alex: Mike no se va de una fiesta hasta que lo sacan a rastras.

Jessie: Te agradezco que me lleves a casa. No podía seguirles el ritmo.

Alex: Oh, no es ninguna molestia -la miró de soslayo-. Parece que te lo has pasado bien.

Jessie: Me lo he pasado genial. He aprendido dos bailes en línea, he bailado con un hombre llamado Spunky, que yo pensaba que era un nombre de perro, y he comido nachos rabiosos.

Alex: Muy distinto a lo que hacéis en el Este.

Jessie: Nada que ver.

Alex: ¿Qué harías en una noche como esta si volvieras a casa?

Jessie: ¿Te refieres a Nueva York? -cerró los ojos, lo pensó-. Probablemente iría a cenar, lo más seguro que a un asiático, con algunos amigos del trabajo. Luego iría a una discoteca, puede que tecno, donde un martini cuesta lo mismo que dos rondas completas de hoy. Bailaría con perfectos desconocidos, fingiría estar interesada en cómo se ganan la vida o en sus problemas con sus ex, y luego me iría a casa en taxi.

Alex: ¿Qué es tecno?

Cautivada hasta los tuétanos, hasta los mismos dedos de los pies ahora doloridos, le sonrió.

Jessie: Música electrónica. ¿Qué haces cuando sales de noche si no vas al Roundup?
 
Alex: Oh, no salgo mucho, supongo. Pero me gusta el cine.

Jessie: Los westerns.

Alex: No solo los westerns. Me gusta el cine en general. Fui a hacer una visita a Zac hace un par de años y pude asistir a un rodaje. De exteriores. No era un western, sino una película de época sobre una mujer que intenta sacar su granja adelante después de que su marido muera. “Catorce acres”, se titulaba.

Jessie: La he visto. Es una buena película.

Alex: ¿Te gusta el cine? -preguntó cuando paró delante del edificio de ella-.

Jessie: Pese a los pocos westerns que he visto, me encanta el cine.

Alex: Tendrías que ver “Tombstone”.

Jessie: Lo haré.

Alex volvió a cautivarla cuando bajó de la camioneta, la rodeó y le abrió la puerta. Pensó en decirle que no hacía falta que la acompañara hasta la puerta, pero quería que lo hiciera.

Habían pasado la noche bailando, charlando y, a menos que ella lo hubiera interpretado mal, coqueteando.

Podía haber sido una mujer que siempre regresaba a casa sola después de ir a una discoteca. Pero el Roundup no era una discoteca. Y Alex Hudgens no era un desconocido.

Alex: ¿Ya estás instalada?

Jessie: Alex, llevo más de seis meses aquí. Ya estoy instalada -giró la llave en la cerradura, se volvió hacia él. Se decidió-. ¿Por qué no pasas y lo ves con tus propios ojos?

Alex: Oh, no quiero molestarte.

Ella se puso de puntillas sobre los doloridos dedos de los pies y le rozó los labios con los suyos. A veces la mujer tiene que tomar la iniciativa, pensó. Y agarrándolo por la pechera de la camisa, lo metió en casa.
 
Él tardó unos diez segundos en perder la timidez.


Camino de casa, Vanessa estiró los brazos y echó los hombros hacia atrás.

Ness: Has tenido una buena idea, Efron. Cenar y bailar ha sido ideal.

Zac: Tengo otras ideas.

Ness: Seguro que también son buenas. Necesito que gires por aquí, para entrar en el resort.

Zac: Por aquí es más largo.

Ness: Depende de dónde vayas.

Zac sabía adónde quería ir. A echarse sobre esas agradables sábanas limpias con ella debajo, pero giró.

Ness: La oscuridad y el silencio tienen una belleza especial. Ve por la carretera de la izquierda. No sé cómo duerme la gente en la ciudad, con tanta luz y ruido.

Zac: Tiene cosas buenas.

Picada por la curiosidad, Vanessa lo miró de soslayo.

Ness: ¿Volverías?

Zac: Odio decir que nunca, pero ya no me atrae. Supongo que echaba de menos la oscuridad y el silencio.

Ness: Aquí tenemos de sobra. Ve más despacio, gira a la izquierda por ahí.

Zac: Eso no es una carretera, Ness.

Ness: No, no es una carretera. Pero es una cabaña. Y mira -dijo, y sacó una llave y se la enseñó- lo que resulta que tengo.

Zac miró primero la llave y después a ella.

Zac: Eres una mujer inteligente e interesante.

Ness: No podría estar más de acuerdo.

Zac podría haber bajado para abrirle la puerta, pero ella no le dio tiempo. De manera que la cogió de la mano cuando caminaron por la grava y subieron los escalones del porche.

Ness: He sido tan inteligente que he traído algo de comer y de beber por si nos apetece, y café para mañana por si nos quedamos un rato.

Zac: Más interesante por momentos.

Vanessa abrió la puerta y encendió la luz del salón.

Ness: Deja que te la enseñe por dentro. -Arrojó la llave y se quitó el abrigo-. Podemos empezar por el dormitorio.

Él la acompañó.

Ness: En el Resort Hudgens ofrecemos lujo rústico. Un jacuzzi en la terraza de atrás, una bañera japonesa, una ducha de techo con efecto lluvia, sábanas de primerísima calidad.

Esas sábanas cubrían una cama ya abierta, una cama con cuatro recias columnas que estaba orientada hacia una ventana que Zac imaginaba que tenía hermosas vistas durante el día.

Estaba más interesado en la vista que tenía delante.

Ness: Cocina bien equipada, que estaremos encantados de surtir a petición de los huéspedes, una chimenea de leña, televisores de pantalla plana. Haremos todo lo posible para que su estancia aquí resulte inolvidable. A ver si conseguimos que tu estancia aquí sea inolvidable... Puedes empezar quitándome este vestido.

Zac: Es un vestido bonito. Llevo toda la noche pensando en quitártelo.

Ness: Nada te lo impide.

Zac se acercó a Vanessa, le tomó la cara entre las manos y la besó en los labios. Con suavidad al principio, y después con un poco más de pasión cuando ella lo agarró por las caderas.

Como había hecho en la pista de baile, le dio la vuelta, la hizo reír. Con los labios pegados a su hombro, le bajó la cremallera de la espalda del vestido.
 
Una espalda larga y tersa, partida por una fina línea azul marino. Vanessa se quitó las botas cuando el vestido resbaló al suelo.

De nuevo, curvas largas, delgadas y sutiles, más azul marino bajándole por las estrechas caderas.

Zac: Caramba, mírate.

Ness: ¿Solo quieres mirarme?

Zac: Ni de lejos, pero me deleitaré un momento -le pasó la yema de un dedo por la parte superior de los pechos, notando cómo se estremecía-. Sí, te has puesto más guapa, sin duda.

Ness: Yo también debería tener algo que mirar.

Vanessa le desabrochó la camisa y le pasó la yema del dedo por la línea de piel al descubierto.

Ness: Te mantienes en forma.

Zac: Hago lo que puedo.

Para comprobarlo, le quitó la camisa.

Ness: Bien. -Utilizó las palmas de las manos, apretándolas contra su duro pecho, su tersa barriga-. Mírate. Antes era posible contarte las costillas a una distancia de medio kilómetro.

Lo miró, pestañeando, con una sonrisa socarrona, y le desabrochó el cinturón.

Zac: Vanessa.

Mientras ella le desabotonaba los vaqueros, él la estrujó contra sí, le devoró la boca, sintió que el cuerpo casi le explotaba cuando ella se le agarró al cuello con los brazos y a la cintura con las piernas. Cayó sobre la cama con ella.

Un cuerpo caliente y sábanas frescas debajo de él. Las manos de Vanessa clavándose en la espalda, bajándole los vaqueros.

Él se descalzó las botas, que cayeron al suelo con un golpe sordo, y la ayudó a que le quitara los vaqueros.

Vanessa levantó las caderas y se apretujó contra él hasta que el deseo casi lo cegó.

Zac se esforzó por recobrar el aliento, el control.

Zac: Llevamos toda la noche poniéndonos a tono. 

Unas manos impacientes le bajaron los calzoncillos.

Ness: Házmelo, Efron. Ahora. Oh, Dios, ahora mismo.

A Zac le temblaron un poco las manos cuando le quitó las bragas y le desabrochó el sujetador para poder saborear sus maravillosos pechos. Quería saber que ella estaba tan consumida por el deseo como él, tenerla al filo solo un momento más.

Entonces la penetró, y hubiera jurado que el mundo se ponía a temblar.

Ella soltó un grito, no de sorpresa, sino algo así como de triunfo. Lo agarró con fuerza por las caderas, arrimándolo a ella, instándolo a aumentar la velocidad mientras se movía debajo de él.

Zac tuvo que sujetarle las muñecas contra la cama, parar, o habría terminado antes siquiera de empezar.

Zac: Un momento -consiguió decir-. Un momento.

Ness: Si paras, tendré que matarte.

Zac: Parar no. No podría. Santo cielo, Vanessa. -Recorrió con su boca la garganta, los pechos de ella-. ¿De dónde habéis salido vosotros?

Ness: No puedo -sintió cómo se formaba, sin poder controlarlo, ese creciente huracán de intenso y oscuro placer, ese instante al que quiso aferrarse-. No puedo.

Preciosa, gloriosa, la arrasó esa oleada de calor, el azote de latidos, y la caída lenta, pasmosa.

Ness: Dios mío, Dios mío. No puedo respirar.

Zac: Estás respirando -susurró mientras los conducía de nuevo hacia la cumbre-.

Entonces imprimió la velocidad que ella le había pedido, le dio la fuerza que encerraba. Aturdida, casi enloquecida, Vanessa oyó los rítmicos restallidos de su carne contra la de ella, vio que sus ojos eran como un tornado, muy muy azules y con matices grises.

Él era el huracán dentro de ella.

Cuando se desató, para ambos, Vanessa dejó que la arrastrara consigo.


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