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lunes, 2 de septiembre de 2019

Capítulo 23


Al igual que Jaquir, su soberano había cambiado, pero era básicamente el mismo. Había envejecido. Fue lo primero que llamó la atención de Vanessa en cuanto lo vio. Le recordaba, sobre todo gracias a los recortes de prensa que había guardado su madre, como una persona más o menos de la edad que ella tenía ahora, con una nariz aquilina, la piel tersa y el pelo muy oscuro. Los rasgos seguían ahí, agudos y duros, pero el tiempo y el sol habían creado unas profundas arrugas en aquel rostro. Destacaban en los contornos de unos labios que en pocas ocasiones sonreían y junto a unos ojos que no cesaban de escrutar y calcular. El pelo, uno de los motivos de su vanidad en su juventud, seguía siendo abundante y moreno, aunque con algún reflejo plateado. Con los años había ganado muy poco peso, pero seguía teniendo el cuerpo de un soldado.

Llevaba una throbe blanca con adornos dorados y unas sandalias con piedras incrustadas. Casi podía afirmarse que el tiempo le había añadido atractivo, como ocurre con algunos hombres. Atraía a las mujeres a pesar de que, o quizá porque, transmitía tan poca sensibilidad.

A Vanessa se le hizo un nudo en el estómago al acercarse a él. Avanzaba despacio, aunque no a causa de la indecisión, ni tampoco movida por el respeto, sino por el deseo de concentrarse del todo en aquel momento, tanto tiempo esperado, tanto tiempo imaginado.

Al igual que en el harén, allí también rememoró una serie de olores: cera, flores, algo de incienso. Siguió avanzando, acercándose a un pasado del que nunca se había alejado del todo. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que ni en una sola ocasión su padre se había aproximado a ella.

No la recibía en una de sus estancias privadas, sino en la amplia e iluminada sala en la que se celebraban semanalmente los majlis y donde concedía las audiencias. Las cortinas de las ventanas eran de una tela tupida, del azul que le gustaba a él. La alfombra era antigua, antes que él la habían pisado su padre, su abuelo y otros reyes que los habían precedido. En el estampado destacaban el azul y el negro, junto con el morado, en un sinuoso diseño que recordaba a una serpiente. A uno y otro lado de la puerta, unas urnas de la altura de una persona. Se decía que otro Adel las había traído de Persia hacía un par de siglos. Cada una de ellas contenía una virgen en su interior. Un león de oro con ojos de zafiro montaba guardia cerca de la butaca tapizada en seda azul desde la que Adel se dignaba a recibir a sus  súbditos.

En aquel salón estaba prohibida la entrada a las mujeres, por lo que Vanessa comprendió que no la convocaba como hija, sino como súbdita. Al igual que las vírgenes de Persia, se esperaba que se sometiera a la voluntad del rey.

Se detuvo ante él. Aunque no fuera un hombre muy alto, Vanessa tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Suponiendo que Adel sintiera algo en aquel instante, supo disimularlo a la perfección. Se acercó a ella para saludarla al estilo tradicional, pero apenas rozó con sus labios las mejillas de su hija y lo hizo con menos emoción de la que habría sentido por un desconocido. Aquello le dolió. No lo había esperado, ni se había preparado para ello, y la indiferencia le hizo daño.

Adel: Bienvenida.

Ness: Le agradezco que me haya permitido volver.

Él se sentó de nuevo y, después de un largo silencio, le señaló un asiento.

Adel: ¿Eres hija de Alá?

Aquello sí era de esperar. En Jaquir, la religión era algo fundamental.

Ness: No soy musulmana -respondió sin vacilar-, pero Dios es Uno.

Al parecer la respuesta lo satisfizo, pues Adel indicó a un criado que sirviera té.

Podía llamársela concesión al hecho de que hubieran dispuesto dos tazas.

Adel: Me complace que te cases. Una mujer necesita la protección y la orientación de un hombre.

Ness: No me caso con Zachary para que me proteja y oriente -tomó un sorbo de té-. Ni él se casa conmigo para aumentar su tribu.

Le había hablado con rotundidad, como hablaba un hombre a otro hombre, no como una mujer tenía que dirigirse a un rey. Adel podía haberla abofeteado, estaba en su derecho, pero se apoyó en el respaldo, sosteniendo la taza con las dos manos, una taza de frágil y delicada porcelana francesa. Llevaba unos cuantos anillos en aquellas manos más bien anchas.

Adel: Te has convertido en una mujer occidental.

Ness: Mi vida está allí, al igual que estuvo allí la de mi madre.

Adel: No hablaremos de tu madre.

Adel dejó la taza y levantó una mano cuando el criado se acercó para llenársela de nuevo.

Ness: Mi madre hablaba de usted. A menudo.

Detectó algo en sus ojos. No pudo evitar el deseo de que pudiera ser arrepentimiento. Pero se trataba de irritación.

Adel: Como hija mía, eres bienvenida aquí, y se te tratará con los honores que te corresponden como miembro de la casa de Jaquir. Mientras permanezcas en palacio, acatarás las normas y tradiciones. Cubrirás tu cabello y bajarás la vista. Te vestirás y hablarás con modestia. Si me avergüenzas, se te castigará como castigaría yo a cualquier mujer de mi familia.

Vanessa notó una especie de temblor en los dedos y agarró con ellos la taza. Pensaba que después de tantos años su padre no sabía hacer más que proferir órdenes y amenazas. El propósito de mostrarse como la mujer que él deseaba que fuera,  quedó anulado por la necesidad de afirmar su personalidad.

Ness: No le avergonzaré, pero yo sí siento vergüenza. Mi madre sufrió y murió sumida en la tristeza mientras usted no movió un dedo por ayudarla. -Cuando él se levantó, hizo lo mismo, pero con tanta rapidez que la taza cayó de su mano y se hizo añicos en el suelo-. ¿Cómo pudo dejarla en la estacada?

Adel: No teníamos ninguna relación.

Ness: Era su esposa. Con poco habría bastado, pero usted no hizo ni el gesto. La abandonó a ella y me abandonó a mí. Quien debe sentir vergüenza es usted.

Entonces sí le dio un golpe con el revés de la mano, tan fuerte que le echó la cabeza hacia atrás y le hizo saltar las lágrimas. No había sido el típico bofetón de un padre enfadado a un hijo maleducado, sino el contundente golpe que asesta un hombre a un enemigo. De no haberse agarrado a la butaca, la habría tumbado. Vanessa se tambaleó un poco, pero consiguió mantenerse de pie.

La respiración se le aceleró en su lucha por recuperar el control y por mantener las lágrimas a raya. Con un movimiento lento levantó la mano para limpiarse la sangre que le había hecho uno de los anillos. Aquellos ojos tan parecidos en forma y expresión no dejaron de mirarse. No era a ella a quien había golpeado, los dos lo sabían. Había sido a Phoebe. Aún estaba Phoebe.

Ness: Hace años -consiguió decir- le habría agradecido que me hubiera dedicado esta atención.

Adel: Te diré algo que no voy a repetir. -Con gesto despreocupado, indicó que retiraran la porcelana hecha añicos. La furia que había provocado en él era algo impropio de un rey-. Tu madre abandonó Jaquir y perdió todos sus derechos, la lealtad y el honor. Con su decisión te hizo perder a ti los tuyos. Tu madre era débil, como todas las mujeres, pero también era astuta y corrupta.

Ness: ¿Corrupta? -Aunque se jugaba otro golpe, no pudo contenerse-. ¿Cómo puede hablar así de ella, de la mujer más buena, más inocente que he conocido?

Adel: Era una actriz. -Lo dijo como si la mera palabra fuera un insulto-. Se exhibía ante los hombres. Solo puedo avergonzarme de haberme dejado cegar por ella, de haberla traído a mi país, de haberme acostado con ella como un hombre lo hace con cualquier puta.

Ness: No es la primera vez que la insulta con esa palabra. -En esta ocasión le tembló la voz-. ¿Cómo puede hablar así un hombre de la mujer con la que se casó, con la que tuvo descendencia?

Adel: Un hombre puede casarse con una mujer y poner en ella su simiente, pero no cambiar su naturaleza. Ella no quiso convertirse al Islam. Cuando por fin abrí los ojos, ella se negó a seguir en su lugar, a aceptar sus obligaciones.

Ness: Estaba enferma y se sentía mal.

Adel: Era débil y pecadora -levantó la mano con el gesto de la persona acostumbrada a que lo obedezcan-. Tú eres el resultado de la ceguera que sufrí y si estás aquí ahora mismo es porque llevas sangre mía en tus venas y porque Andrew intercedió en tu favor. Es una cuestión de honor, de mi honor. Te quedarás mientras lo respetes.

Vanessa habría querido lanzarle contra la cara todo lo que acababa de decir, gritando, chillando, asegurándole que no tenía ni idea de lo que era el honor. Aquella esperanza que aún albergaba de oír, de notar una señal de amor, se cerró para siempre, y ni el ladrón más ducho habría sido capaz de hacer saltar la cerradura. Entrelazó las manos, bajó la vista, unos gestos de sumisión. Habría aceptado incluso un nuevo golpe. Si él hubiera seguido calumniando a su madre, insultándola a ella, también lo habría aceptado. Tanto era el poder que tenía para ella la venganza.

Ness: Estoy en la casa de mi padre y respetaré sus deseos.

Él asintió; no esperaba menos de una mujer de su familia. Había recuperado la realeza. En una ocasión, muchos años atrás, volvió a Jaquir con una reina occidental porque lo habían embrujado. Una mujer le había hecho olvidar sus raíces, despreciar sus deberes y sus leyes.

El castigo había venido en forma de hija y de la imposibilidad de que la reina trajera más vástagos al mundo. Ahora la hija de aquel vergonzoso matrimonio se encontraba ante él, cabizbaja, con las manos cruzadas. Puesto que Alá había permitido que aquella hija fuera el producto de su primera simiente, le concedería lo que le correspondía, pero aquello y nada más.

Con un gesto y una breve orden, indicó a un sirviente que le trajera un estuche.

Adel: Un regalo para tus esponsales.

Vanessa había recuperado el control. Se acercó a él y levantó la tapa. El intenso tono violeta de la amatista relucía en medio de una trabajada montura en oro. La piedra central era cuadrada y ancha como su índice. Un collar digno de una princesa. El precio de aquella joya, de haberla recibido años antes, habría cambiado los destinos de ambos.

En aquellos momentos no era más que una piedra de color. Ella las había robado mucho mejores.

Ness: Agradezco su generosidad. Pensaré en mi padre siempre que lo lleve.

Había sido una promesa.

Adel hizo otro gesto al servicio antes de proseguir.

Adel: Voy a hablar con tu prometido. Mientras discutimos los términos del matrimonio, volverás a tu estancia o te pasearás por el jardín.

Vanessa escondió el estuche entre los pliegues de su abaaya para que él no viera cómo apretaba los dedos contra él.

Ness: Como usted mande.

Cuando Zachary entró tras el criado, no esperaba encontrar allí a Vanessa, y mucho menos vestida de negro, con la cabeza inclinada y los hombros como dispuestos a recibir un golpe. A su lado, la throbe blanca de Adel constituía un terrible contraste. Estaban tan juntos que las telas se rozaban, si bien la proximidad no indicaba intimidad de ningún tipo. Adel miraba más allá que su cabeza, como si ella no existiera.

Ness: Con su permiso -murmuró-.

Adel: Adelante -dijo sin mirarla-.

Ness: Soberano Adel, rey de la casa de Jaquir, jeque de jeques, le presento a Zachary Efron, el hombre con el que, si usted da su aprobación, voy a casarme.

Adel: Señor Efron -avanzó extendiendo la mano. Cuando le convenía, sabía comportarse como los occidentales-, bienvenido a Jaquir, bienvenido a mi casa.

Zac: Gracias.

Se estrecharon la mano. La de Adel era fina y enérgica.

Adel: ¿Está cómodo en las habitaciones que se le han asignado?

Zac: No podría sentirme mejor. Le agradezco mucho el detalle.

Adel: Es usted mi invitado. -Volvió la vista hacia Vanessa-. Puedes retirarte.

Lo había dicho con el tono que habría usado para despedir a un sirviente. Zachary lo captó, le supo mal pero decidió encontrarle la gracia. Vanessa levantó la cabeza. Fue un momento fugaz, aunque a Zachary le bastó para ver la señal en el pómulo, que iba convirtiéndose en un moretón. Tras inclinar una vez más la cabeza, se alejó y dejó a su paso el sonido del roce de la tela de su larga falda.

Zachary tuvo que coger aire a conciencia. No quería hacer o decir nada que pudiera perjudicar a Vanessa. Tal vez se había equivocado en la percepción. Era imposible que Adel golpeara a una hija a la que hacía casi veinte años que no veía.

Adel: ¿Desea tomar asiento?

Zachary retrocedió un paso y se fijó en los ojos de su interlocutor, agudos, calculadores.

Zac: Muchas gracias.

Una vez instalado, llegaron las tazas y el té.

Adel: De modo que es usted británico.

Zac: En efecto, nací en Inglaterra y he pasado allí la mayor parte de mi vida, aunque viajo con frecuencia.

Adel: Por su trabajo. -Sin hacer caso del té, cruzó las manos repletas de anillos-. Tengo entendido que se dedica a la compra y venta de piedras preciosas.

Había utilizado aquella tapadera durante años y, gracias a la Interpol, era creíble.

Zac: En efecto. Una actividad que exige buen ojo y olfato para los negocios. Además, me gustan las piedras preciosas.

Adel: Nosotros, los árabes, somos negociantes por naturaleza y siempre hemos apreciado el valor de las piedras.

Zac: Por supuesto. El rubí que lleva en el cordial, ¿me permitiría…?

Con un leve arqueo de ceja, Adel le mostró la mano.

Zac: Entre siete y ocho quilates. Birmano, supongo, excelente color, lo que se denomina rojo sangre de paloma, con el lustre de una pieza de gran calidad. -Se sentó de nuevo y tomó la taza-. Reconozco y respeto las piedras preciosas de gran valor, Alteza. Es por lo que deseo casarme con su hija.

Adel: Es usted sincero, pero en un matrimonio de este tipo no cuentan tan solo los deseos.

Adel permaneció un momento en silencio. Había reflexionado un poco sobre la boda de Vanessa, como habría hecho con cualquier cuestión social o política que no tuviera una gran importancia. De haber sido pura la sangre de su hija, nunca habría consentido una boda con un europeo, y mucho menos con un comerciante británico de piedras preciosas con aquel rostro tan pálido. Pero tenía la sangre mezclada, y para él, menos valor que un buen caballo. Pensaba que en cierta forma contribuiría a estrechar los brazos entre Jaquir y Europa pero lo más importante era que no deseaba verla por Jaquir.

Adel: No he tenido mucho tiempo para informarme sobre usted, señor Efron, aunque debo decir que lo poco que he visto me satisface. -Y tal vez, a diferencia de su madre, su hija sería capaz de traer hijos al mundo. Contar con unos nietos en Inglaterra podía tener alguna utilidad en el futuro-. Si Vanessa hubiera permanecido aquí, habría dispuesto para ella una boda más acorde con su posición. Pero, como no es ese el caso, me inclino por aprobar su petición, siempre que nos pongamos de acuerdo en las condiciones.

Zac: No me tengo por un experto en su cultura, pero creo que lo acostumbrado es una compensación.

Adel: El precio de la novia, un regalo que usted ofrecerá a mi hija, algo que será suyo y quedará como propiedad exclusiva de ella. -No pensó en el Sol y la Luna, pero Zachary sí-. Es también costumbre entregar un regalo a su familia en compensación por la pérdida.

Zac: Comprendo. ¿En cuánto valoraría la recompensa por Vanessa?

Se planteó jugar un poco con Zachary. Según los informes recibidos, el inglés nadaba en la abundancia, pero para Adel había cosas más importantes que el dinero. La primera: el orgullo.

Adel: Seis camellos.

Aunque el gesto de sorpresa estuvo a punto de traicionarlo, Zachary consiguió disimular. Pensativo, empezó a tamborilear sobre el brazo de la butaca.

Zac: Dos.

Aquello complació más a Adel que un acuerdo más rápido.

Adel: Cuatro.

Si bien no tenía la menor idea de cómo procurarse un camello y mucho menos cuatro, Zachary asintió.

Zac: De acuerdo.

Adel: Así constará por escrito. -Sin dejar de mirar a Zachary, gritó una orden a un sirviente-. Mi secretario redactará el contrato en árabe y en inglés. ¿Le parece bien?

Zac: Estoy en su país, Alteza. Haremos las cosas a su manera. -Dejó la taza y sintió un gran deseo de encender un cigarrillo. El té contenía alguna especia que su paladar británico consideraba más bien inaceptable-. Como padre de Vanessa, querrá asegurar que ella pueda vivir en una situación económica holgada.

La expresión de Adel siguió impasible. ¿Había notado un punto de sarcasmo en el tono de Zachary o se trataba del acento británico?

Adel: Por supuesto.

Zac: Por supuesto. Yo había pensado en un millón de libras.

Casi nadie cogía a Adel por sorpresa y resultaba aún más insólito que esta se dibujara en su rostro. Aquel inglés tenía que estar loco o perdidamente enamorado. Podía ser también que Vanessa, como su madre, tuviera el poder de cegar a un hombre. De todas formas, la suerte del inglés le importaba tanto como la de su hija, cuya existencia le recordaba su error. No le concedería, pues, el honor del regateo.

Adel: Así constará por escrito. Esta noche organizaremos una cena para presentarle a mi familia y anunciar el compromiso.

El rey se levantó dando por terminada la reunión.

Zac: Encantado -sabía de antemano que Adel era una persona fría, pero había constatado que en realidad era más inflexible e insensible de lo que habría podido imaginar-. ¿Nos acompañará en la boda en primavera?

Adel: ¿En primavera? -Por primera vez sus labios dibujaron algo que podría haberse tomado por una sonrisa-. Si desea organizar una ceremonia en su país, por mí no hay inconveniente, pero la boda oficial tendrá lugar aquí la semana que viene, siguiendo las leyes y tradiciones de Jaquir. Imagino que querrá descansar antes de la cena. Un criado le acompañará a sus estancias.

Zachary se quedó inmóvil donde Adel lo había dejado. Habría reído de no haber pensado en lo poco que iba a divertir a Vanessa la noticia.


La velada iba a mezclar tradición y modernidad. Vanessa se recogió el cabello, pero no se puso el velo. Se vistió con modestia, siguiendo el aurat, la norma según la cual no podían mostrarse ciertas partes del cuerpo, y para ello escogió un vestido con manga larga y cuello alto, eso sí, firmado por Saint Laurent. Corrió entre las estancias de las mujeres la noticia de que iba a presentar oficialmente a Zachary. Aquello confirmó a Vanessa que había pasado el examen. Una vez aceptado el novio y el compromiso, se había superado la primera parte del plan.

Era demasiado tarde para retroceder. En realidad siempre había sido demasiado tarde.

El diamante que llevaba en el dedo le hizo un guiño en el espejo mientras intentaba disimular con maquillaje el morado de la mejilla: dos símbolos, pensó, de los dos hombres que habían cambiado su vida.

Retrocedió y dio un último repaso a su aspecto. Había decidido vestirse de negro a propósito, pues sabía que las demás mujeres lucirían todos los colores del arco iris. De negro ofrecería un aspecto más modesto y obediente. A regañadientes, se puso el collar con la amatista. Adel esperaría verlo. Antes de abandonar Jaquir, procuraría complacerlo.

Zachary tenía razón en un punto: cuando permitía que afloraran sus emociones se convertía en una persona temeraria. A pesar de que las palabras que había pronunciado aquella tarde ante Adel eran ciertas, había hablado sin reflexionar. El cardenal de su mejilla le recordaba que su padre nunca había sido ni sería alguien capaz de tener en cuenta los sentimientos de una mujer.

Dio un último toque de maquillaje al moretón. No estaba enfadada por el golpe, ni siquiera resentida. El dolor había sido breve y la marca le servía para recordar que por muchos edificios nuevos, carreteras nuevas y libertades nuevas que hubieran llegado a Jaquir, los hombres seguían mandado a su antojo. No era tanto la hija de Adel como un objeto al que casar y enviar lejos del país, donde los errores que cometiera no influirían en el honor del rey.

Aquello no le sabía mal, lo que le dolía era haber guardado en su corazón un rincón para la esperanza de recuperar algo de amor y arrepentimiento, para el reencuentro.

La esperanza había muerto. Se volvió al oír que llamaban a la puerta. No quedaba más que conseguir su objetivo.

Yasmin: Yellah -vestida con una túnica de satén a rayas, la tomó de la mano-. Ven, deprisa -repitió en inglés-. Nuestro padre nos ha mandado llamar. ¿Cómo te has vestido de negro con lo bien que te sentaría el rojo?

A Vanessa ni siquiera le dio tiempo a responder, pues Yasmin se la llevó hacia donde estaban reunidas las demás mujeres.

Los hombres se encontraban ya en el salón. Estaban Adel, tres de sus hermanos, sus dos hijos y unos cuantos primos. Vanessa echó una ojeada a su hermano pequeño, quien, a los catorce años, hacía vida ya con los hombres. Se estuvieron escrutando unos segundos y Vanessa vio en su mirada la misma curiosidad que sentía ella. La constatación de la semejanza. En esta ocasión, ella no hizo nada por reprimir una sonrisa y obtuvo como recompensa el mismo gesto por parte de él. Aquella sonrisa le recordó la de su abuela.

Estaba también Zachary, con un aspecto espléndidamente europeo, y tranquilo. Una especie de oasis, pensó ella, refrescante, reconfortante. Tuvo ganas de acercarse a él y tocar su mano. De establecer un contacto, pero optó por entrelazar las suyas junto a la cintura.

Él, por su lado, ardía en deseos de estar cinco minutos a solas con ella. Desde que habían bajado del avión, no habían tenido ocasión de intercambiar unas palabras, y habría querido ser él mismo quien le hablara de los obstáculos que Adel les había puesto en el camino. Cinco minutos, pensaba, nervioso ante aquellas costumbres que tanto lo limitaban. Sabía que en el interior de Vanessa había un volcán. Aquella misma tarde lo había visto a punto de explotar en sus ojos. Estaba convencido de que ya sería imposible contenerlo cuando Adel anunciara la boda.

De una en una, con un ceremonial digno del palacio de Buckingham, fueron presentándole a las mujeres. Sus llamativos vestidos constituían un arco iris; eran todas morenas con ojos negros y suaves voces. Algunas le parecieron elegantes; otras, chabacanas; otras, chic, y algunas, ridículas, pero la actitud de todas era idéntica. Las cabezas bajas, las miradas hacia el suelo, las manos, con sus correspondientes anillos, juntas y medio cubiertas por las mangas.

Vio que Vanessa avanzaba, obedeciendo a un gesto de su padre, para saludar a sus hermanos. Andrew le dio un par de besos y un abrazo.

Andrew: Me alegro mucho por ti, Vanessa. Bienvenida a casa.

Ella se dio cuenta de que hablaba con sinceridad. Aunque le resultaba imposible considerar Jaquir como su casa, aquello la tranquilizó. «Quiero a Vanessa», solía repetirle de niño, con la sinceridad y la sencillez típica de los pequeños. Habían dejado la infancia atrás, pero algo de ella se reflejaba en la forma en que se miraban, en que se abrazaban. ¿Cómo habría podido imaginar, después de verse privado tanto tiempo de ella, que la familia podía significar algo para Vanessa?

Ness: Me alegro muchísimo de volver a verte -dijo con la misma franqueza-.

Andrew: Te presento a Rahman, nuestro hermano.

Esperó, como era de rigor, a que él le diera un beso. Cuando los labios de él rozaron sus mejillas, Vanessa notó más timidez que reticencia.

Rahman: Bienvenida a casa, hermana. Alabado sea Alá por haberte traído de vuelta.

Rahman tenía ojos de poeta y el nombre de un antepasado guerrero. Vanessa habría querido hablar con él, establecer algún contacto, pero Adel no le quitaba ojo.

Zachary siguió observando mientras le presentaban al resto de la familia. Constató que el muchacho al que había visto rezando en la habitación contigua a la suya era el hermano pequeño. ¿Qué puede sentir uno, pensaba, al encontrarse frente a un hermano al que no ha visto nunca? Era curioso, pero hasta aquel instante no se había planteado que él también podía tener hermanos y hermanas. Aunque viendo el abismo que separaba a Vanessa de los demás hijos de su padre, pensó que tal vez era mejor no conocer la existencia de otros.

Ella hablaba en árabe, en un tono suave, musical. Sobre todo aquello daba a la escena un tinte de sueño. Por mucho que lo deseara, ella no miró ni un instante hacia él; al contrario, se situó, como le indicaron, junto a Adel.

Adel: Esta noche tenemos motivo de regocijo. -Como deferencia hacia Zachary, habló en un inglés claro y preciso-. Entrego a esta mujer de mi familia a este hombre. Se casarán siguiendo la voluntad de Alá y en su honor. -Tomó la mano de Vanessa y la juntó con la de Zachary-. Que sea para él una esposa honrada y fecunda.

Vanessa estuvo a punto de sonreír ante aquello, pero vio que su abuela, a quien tomaban del brazo unas jóvenes, se secaba una lágrima.

Adel: Se han firmado los documentos -siguió-. Se ha establecido el precio. La ceremonia tendrá lugar dentro de una semana. Inshallab.

Zachary notó que la mano de Vanessa se crispaba en la suya. Vio que levantaba la cabeza y que aparecía de nuevo la llama del volcán. Un segundo más tarde, bajó de nuevo la vista y aceptó los deseos de felicidad y de descendencia.

No había intercambiado ni una sola palabra cuando Vanessa, junto con las demás mujeres, se retiró a celebrar el evento fuera de las miradas de los  hombres.


Los sueños de Vanessa eran tan inquietantes que no dejaba de revolverse en la cama. Todos eran confusos, uno se desdibujaba en otro y la dejaba con una intensa sensación de malestar y aflicción. Esperaba fatigarse hasta tal punto que el sueño pudiera rendirla. Con toda la cháchara sobre vestidos y noches de boda había quedado realmente agotada. Pero una noche en la que se concatenaban los sueños no era la solución.

Cuando notó una mano que cubría su boca, tuvo un sobresalto y, con un acto reflejo, con una mano agarró una muñeca y con la otra buscó a tientas.

Zac: Tranquila -le dijo al oído-. Si empiezas a gritar, tus parientes harán picadillo con lo que yo me sé de mi cuerpo.

Ness: ¡Zachary!

La primera sensación de alivio fue tan intensa que lo abrazó. Zachary se metió en la cama junto a ella y cortó su murmullo con un beso. Aquello era lo que había necesitado, ansiado, toda la noche. Nunca había imaginado que en unas horas la necesidad se hiciera tan imperiosa, ni que la inquietud lo mortificara más que si llevara un yunque atado al cuello.

Zac: Me volvía loco -murmuró junto a su mentón-. Me preguntaba cuándo podría hablar contigo, tocarte. Te deseo, Ness. -Le mordisqueó levemente la oreja-. Ahora.

En un murmullo de asentimiento, Vanessa le acarició el pelo. Pero un instante después lo apartaba y se incorporaba.

Ness: ¡Por el amor de Dios! ¿Pero qué haces aquí? ¿Sabes lo que te pasaría si te encontraran?

Zac: Te echaba tanto de menos…

Ness: No lo tomes a broma, Zac. Siguen organizando decapitaciones públicas cerca de los zocos.

Zac: No tengo ninguna intención de perder la cabeza por ti. -Tomó su mano y se la llevó a los labios-. Porque ya lo he hecho.

Ness: Estás chalado.

Se le estaba debilitando el pulso.

Zac: Soy un romántico.

Ness: Da igual -apartó la sábana y saltó de la cama-. Tienes que marcharte de aquí ahora mismo.

Zac: Primero debemos hablar, Vanessa. Son las tres de la madrugada, y todo el mundo está acostado después del atracón de cordero y granadas de anoche.

Vanessa se sentó en la cama. Cinco minutos más no tendrían mucha importancia, pensó. Y le apetecía tanto estar a su lado…

Ness: ¿Cómo has conseguido meterte en la zona reservada a las mujeres?

Zac: Por el túnel.

La vía ideal, pues él era capaz de encontrar un topo a oscuras.

Ness: ¡Madre mía, Zachary! Si te hubieran visto…

Zac: Nadie me ha visto.

Ness: ¿Quieres escucharme de una vez?

Zac: Soy todo oídos.

Ness: Y manos. -Se lo quitó de encima de un manotazo-. Bastante peligro para ti implica haberte alejado del lugar que se te ha asignado como para… -Hizo una breve pausa para apartarles los suaves y diestros dedos de los botones de su pijama-. ¿Cómo has encontrado mi habitación?

Zac: Tengo mis propios sistemas.

Ness: Zachary…

Zac: Un pequeño localizador en tu estuche de maquillaje.

Con un bufido de indignación, Vanessa se levantó y empezó a pasearse.

Ness: Llevas demasiado tiempo en la Interpol. Si te empeñas en vivir todo esto como una novela de espionaje, acabarás sin cabeza.

Zac: Tenía que verte. Necesitaba saber si estabas bien.

Ness: Te lo agradezco, pero habíamos quedado que esperarías a que yo contactara contigo.

Zac: No lo he hecho. ¿Qué quieres, malgastar el tiempo discutiéndolo?

Ness: No -pensó que no era prudente encender la lámpara, pero sí puso dos velas-. Supongo que habrá que hablar después del bombazo que nos ha lanzado Adel.

Zac: Me sabe mal que te lo soltara así. A bocajarro, pero me ha sido imposible avisarte.

Ness: Lo más importante es decidir qué haremos.

Zac: ¿Qué podemos hacer? -No se le escapó a Vanessa el punto de satisfacción en su tono-. He firmado en el lugar correspondiente. Dudo que seamos capaces de robar el collar y salir del país en menos de una semana.

Ness: Tienes razón -se sentó otra vez, intentando, como llevaba haciendo toda la noche, reflexionar sobre el tema-. Me he preguntado si ha precipitado los acontecimientos porque sospecha algo.

Zac: ¿Crees que sospecha que su hija figura en los primeros puestos del ranking mundial de robos de los últimos tiempos?

Vanessa arqueó una ceja.

Ness: ¿Los primeros puestos?

Zac: Aún sigo en activo, mi amor. -Cogió su velo y lo observó un momento-. No creo que Adel pueda sospechar nada cuando has tenido a la Interpol dando palos de ciego durante estos últimos años. Más bien me inclinaría por lo de que quiere intervenir en el compromiso.

Ness: ¿Por amor paterno? No creo.

Zac: Piensa un poco, Ness. -Le hablaba con suavidad porque le había preocupado algo en el tono de ella-. Yo diría que es más cuestión de orgullo e imagen.

Ella se sentó un momento, intentando quitarse de encima la amargura que embargaba su ánimo.

Ness: Eso ya tiene más lógica, pues es lo que más cuenta para él. -Hizo girar el diamante que llevaba en el dedo-. ¿Y cómo lo abordaremos?

Zac: Dímelo tú. -Dejó el velo-. Al fin y al cabo, la idea fue tuya.

Ness: Pero es algo que te coloca en una situación muy delicada, Zachary.

Zac: Una situación en la que ya había decidido meterme, por si lo has olvidado. Mi intención era la de casarme contigo. Poco importa que sea aquí o en Londres.

A lo largo de su carrera nunca se había sentido tan acorralada.

Ness: Sabes lo que opino sobre el tema.

Zac: Lo sé perfectamente. ¿Qué propones?

Siguió allí sentada, jugando con el anillo, imaginando los pasos.

Ness: En definitiva, no es más que una ceremonia. No tenemos por qué tomárnosla en serio, pues ni tú ni yo somos musulmanes.

Zac: Un matrimonio es un matrimonio.

Ella había hecho la misma reflexión.

Ness: De acuerdo, pues adelante. Un matrimonio musulmán puede romperse siguiendo la tradición musulmana. En cuanto volvamos, tú me repudias.

Zachary, intrigado, se sentó a su lado.

Zac: ¿Y en qué me baso?

Ness: Eres un hombre, no necesitas basarte en nada. Basta con que digas «Te repudio», tres veces, y se acabó.

Zac: ¡Qué fácil! -Hizo el gesto de sacar un cigarrillo, que él mismo detuvo-. Y no me costará más que el precio de cuatro camellos.

Ness: ¿Cuatro camellos ha pedido por mí?

Con una expresión que podía haber tenido algún parecido con la risa, apretó sus brazos contra el pecho.

Zac: Regateé, tal como me aconsejaste, pero no sabía si me había dejado estafar o no.

Ness: No, no, has conseguido una ganga. Habrías pagado mucho más por una tercera esposa, que encima fuera coja.

Zac: Vanessa…

Ness: Es a mí a quien ha insultado, no a ti. -Rechazó la mano que le tendía-. Pero no importa, mejor dicho, no importará en cuanto esté en mi poder el Sol y la Luna. Cuatro camellos o cuatrocientos, lo que cuenta es que se me considere una mercancía.

Zac: Tenemos que seguir sus reglas mientras permanezcamos aquí. -Con gesto cariñoso, le puso el cabello por detrás de la oreja-. En un par de semanas… -La luz de la vela iluminó un instante su mejilla, en la que destacaba el moretón-. ¿Y eso?

Ness: Por haber hablado con franqueza. -Sonrió al ver la expresión de él. Lo que vio en sus ojos, no obstante, le secó la boca-. Zachary…

Zac: ¿Eso te ha hecho él? -Pronunciaba cada palabra como si fuera a romperse si no la trataba con tiento-. ¿Te ha pegado?

Ness: No es nada. -El pánico obligó a Vanessa a sujetarlo cuando vio que se levantaba de la cama-. No es nada, Zachary. Está en su derecho…

Zac: No. -Se soltó de ella-. A eso no tiene derecho.

Ness: Aquí, sí -hablaba deprisa mientras le impedía dirigirse hacia la puerta. La pasión afloraba en aquella voz, que no se atrevía a levantar-. ¿No recuerdas que tú mismo has dicho que íbamos a seguir sus normas?

Zac: Pero no cuando impliquen malos tratos contra ti.

Ness: Los moretones se curan, Zachary, pero si tú cruzas esa puerta para hacer lo que leo en tus ojos, todo habrá acabado para los dos. Existen mejores formas para vengar tu honor y el mío. ¡Te lo suplico!

Levantó una mano hacia su rostro pero él se volvió.

Zac: Un momento.

Vanessa tenía razón. Estaba convencido de ello. Siempre había sido capaz de pensar con lógica, aunque jamás había vivido un arranque de violencia como aquel. Nunca había pensado que sería capaz de matar. Ni que podía disfrutar haciéndolo.

Se volvió y la vio a la luz de las velas, con las manos juntas, los ojos muy abiertos.

Zac: No volverá a hacerte daño.

El aire que Vanessa había estado conteniendo, salió en un profundo suspiro.

Volvía a ser el Zachary de siempre.

Ness: No podrá. Es incapaz de golpear donde realmente duele.

Se acercó a ella y le acarició levemente el pómulo.

Zac: Por más que lo intente. -Le dio un beso en la frente y luego otro en los labios-. Te quiero, Ness.

Ness: Zachary… -Se abrazó a él, con la mejilla contra su hombro-. Nunca nadie ha contado tanto para mí como tú.

Él le acarició el cabello, intentando no esperar lo que no debía. Era la primera vez que había estado a punto de pronunciar las dos palabras que él tanto necesitaba.

Zac: He estado en la cámara acorazada. -Cuando ella intentó apartarse, la sujetó con mayor fuerza-. No me sermonees, Ness, es inútil. Pues bien, la disposición es exactamente la que estudiamos, pero creo que sería mejor que los dos lo viéramos de cerca. En cuanto a la llave…

Ness: El modelo que preparé tendrá que funcionar. Puede ajustarse o limarse según convenga.

Zac: Preferiría tenerla a punto antes. -Dio un paso hacia atrás, consciente de que con Vanessa se planteaba un problema peliagudo-. Si me la prestaras, yo podría acercarme allí, pongamos por caso mañana por la noche, y la ajustaría.

Ella reflexionó un momento.

Ness: Iremos juntos mañana por la noche y la ajustaremos.

Zac: No hace falta que vayamos los dos.

Ness: Tienes razón. Iré sola.

Zac: Te estás poniendo muy testaruda, Ness.

Ness: Sí. No quiero que se me excluya del menor detalle en este trabajo. Me parece lógico ajustar la llave con tiempo. Como mínimo hacer los primeros ajustes. Lo hacemos juntos o lo hago yo sola.

Zac: Como quieras -rozó de nuevo con su dedo la herida de la mejilla de Vanessa-. Pero llegará un día en que no todo se hará a tu manera.

Ness: Tal vez. Mientras tanto, he pensado algo para nuestra noche de bodas.

Zac: ¡No me digas!

Con una sonrisa, colocó un dedo bajo la solapa de su pijama y la atrajo hacia él.

Ness: Esto también, pero tengo otras prioridades.

Zac: ¿Por ejemplo?

Ness: Creo que sería la noche perfecta para llevarnos el collar.

Zac: ¿La obligación antes que la devoción? Y mi orgullo por los suelos, Ness.

Ness: No tienes idea de lo largas, pesadas y aburridas que son las ceremonias de boda aquí. Duran horas y horas, y todo el mundo come hasta quedar medio aletargado. Será el momento en el que se nos permitirá la intimidad. Nadie vendrá a molestarnos. Al día siguiente, como mucho al cabo de dos días, nos podremos marchar sin que nadie se ofenda.

Zac: Lástima que no seas un poco más romántica, pero creo que tienes toda la razón. Además, ¿no es lo más normal que dos ladrones pasen la noche de bodas robando?

Ness: No es simplemente robar, Zachary. Es apoderarse de una leyenda. -Le dio un beso rápido y se dirigió hacia la puerta-. Y ahora márchate. Es peligroso que sigas aquí. Nos vemos en la cámara mañana a las tres y media.

Zac: ¿Sincronizamos los relojes?

Ness: No creo que sea necesario.

Zac: Pero esto sí lo es. -Antes de darle tiempo a abrir la puerta para echar una ojeada al pasillo, la cogió en brazos-. Si arriesgo mi cabeza, que no sea solo por una charla.

Y la llevó hasta la cama.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Se acerca el dia del robo
Y ahora se casarán antes!!!
Esto se pone mejor y mejor
Siguela pronto, esta muy buena
Saludos

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