topbella

jueves, 5 de septiembre de 2019

Capítulo 24


Dagmar: Será una novia preciosa -dijo la costurera que había llegado en avión desde París, mientras le probaba el vestido de satén blanco-. Pocas mujeres pueden permitirse el blanco puro. Aquí se lleva más el encaje. -Iba poniendo los alfileres, encorvándose, pues era casi un palmo más alta que Vanessa. Tenía las manos algo estropeadas, pero ágiles y habilidosas. Olía al perfume que llevaba su nombre y acababa de lanzar al mercado-. Así tiene caída en el escote y en la parte delantera.

Vanessa observó su reflejo en el espejo. Su padre era rápido. Le costaría una fortuna que una de las principales diseñadoras de París tuviera a punto en una semana su vestido. Cuestión de honor también, pensó. El rey Adel no podía entregar a su hija en matrimonio ataviada con algo que no fuera lo mejor del mercado.

Empezaban a dolerle los dedos. Con gesto lento y deliberado se dispuso a relajarlos.

Ness: Preferiría algo más sencillo.

Dagmar ajustó las largas mangas.

Dagmar: Confíe en mí. Será sencillo pero no vulgar, elegante pero no ostentoso. Con excesos solo se consigue que la gente vea el vestido y no a la mujer. -Levantó la vista cuando entraron dos ayudantas con más vestidos-. Para las damas de honor. Nos entregaron una lista.

Cogió un alfiler del alfiletero que llevaba sujeto a la muñeca y entró un poco la cintura.

Ness: Comprendo. ¿Y con cuántas damas de honor contamos?

Dagmar levantó la vista, sorprendida de que la futura novia tuviera que preguntarlo.

**: Doce. El turquesa es un color magnífico. Con muchas tonalidades. -Indicó a una ayudanta que le sostuviera uno de los vestidos. Presentaba un escote que dejaba los hombros al descubierto, y la falda era larga y recubierta de encaje-. Tuve que escoger yo. Espero que le parezca bien.

Ness: Estoy convencida de que todos los vestidos serán impecables.

Dagmar: Dese la vuelta, por favor.

Le parecía extraño encontrar a una novia tan solemne, y tan indiferente. Dagmar había oído hablar de la princesa Vanessa, había deseado tener la oportunidad de vestirla, pero nunca habría contado con hacerlo en Jaquir, para una boda organizada con tantas prisas. Suponiendo que estuviera embarazada, la fina cintura y el vientre plano no la delataban. En cualquier caso, Dagmar era demasiado discreta para chismorrear sobre sus clientas, sobre todo sabiendo que un trabajo podía llevar a otro. Era una mujer francesa: una persona práctica.

Dagmar: De ahí partirá la cola. -Le indicó un punto bajo los hombros-. Descenderá por el vestido como un río. Se irá deslizando. -Gesticulaba con sus finas y poco agraciadas manos-. Mayestático, n'est-ce pas?

Por primera vez vio la sonrisa de Vanessa, quien pensó que la mujer hacía lo que podía.

Ness: Creo que será precioso.

Más animada, Dagmar la rodeó para ir retocando los bajos. Llevaba años vistiendo a quienes contaban con las mayores fortunas, a las celebridades, disimulando con gran ingenio defectos y excesos. La princesa tenía un cuerpo envidiable, menudo y perfectamente moldeado. Diseñara lo que diseñara para un tipo como aquel, sería algo por lo que muchas suspirarían. Pensó que era una lástima que no le hubieran encargado todo el ajuar.

Dagmar: El cabello. ¿Cómo va a llevarlo? ¿Recogido, suelto?

Ness: No lo sé. Aún no lo he pensado.

Dagmar: Tiene que hacerlo. Es importante que dé realce al vestido. -Se lo ahuecó un poco y dio un paso hacia atrás. Era una mujer todo músculo, de facciones suaves, corrientes, con unos bonitos ojos verdes-. Una trenza tal vez. Muy francés, muy sutil, como el vestido. Pero quitándole seriedad. Más suave por esta parte. -Satisfecha, volvió con ojo crítico al vestido-. Llevará joyas. ¿Algo especial?

Vanessa pensó en el brillo del Sol y la Luna el día de la boda de su madre.

Ness: No, sobre el vestido, nada.

Las dos oyeron ruido y risas al otro lado de la puerta.

Dagmar: Las damas de honor -puso en blanco sus bonitos ojos-. Dentro de una semana nos habremos vuelto locas, pero todo habrá quedado perfecto.

Ness: ¿Cuánto va a cobrar por este vestido, madame?

Dagmar: Alteza…

Ness: Prefiero saber el precio de lo que es mío.

Dagmar se encogió de hombros mientras toqueteaba la falda del vestido.

Dagmar: Unos doscientos cincuenta mil francos.

Con un gesto de asentimiento, Vanessa tocó el encaje de la parte del cuello. Había conseguido una comisión mayor en el trabajo de los St. John. Le parecía adecuado, y al tiempo irónico, emplearla en aquello.

Ness: Factúremelo a mí, y no al rey, si no le importa.

Dagmar: Pero Alteza…

Ness: Factúremelo a mí.

No pensaba llevar nada que hubiera pagado él.

Dagmar: Lo que usted mande.

Ness: La boda se celebrará en Jaquir, madame -sonrió de nuevo-. Pero yo soy estadounidense. No se pierden fácilmente las viejas costumbres.

Se volvió con gesto displicente al ver que la puerta se abría. Aparte de las invitadas, aparecieron al menos otra docena de mujeres a mirar, a tomar un té, a hablar de bodas y de moda. Vanessa calculó que Dagmar contaría por lo menos con otros seis encargos antes de que terminara la sesión de pruebas de la tarde.

Aquellas mujeres se quedaron en ropa interior. Esa era para ellas una pasión casi tan importante como la de las joyas. Se desplegaba toda la gama, de lo fino y delicado a lo descocado. Ligueros rojos, encaje negro, satén blanco y seda transparente. Entre el griterío se iban probando piezas, lanzando exclamaciones, formulando preguntas en cuanto a las flores, a los regalos, a la luna de miel. Vanessa pensaba que podía haber resultado divertido, incluso conmovedor, de no haber sido por aquel dolor tras los ojos que la martirizaba. Aunque la boda fuera una farsa, una solución temporal, algo de conveniencia, la preparación era del todo real.

Observó que su hermana pequeña se enfundaba en un vestido que ella habría considerado adecuado para alguien que le doblara la edad.

Ness: ¡No! -exclamó con un gesto a la mujer que le estaba cogiendo los bajos-. Ese no es para ella.

Yasmin se sujetó la falda.

Yasmin: A mí me gusta. Keri y las otras también lo llevan.

Ness: Pareces una niña disfrazada de adulta. -Al ver la expresión de rebeldía de la pequeña, se dirigió a Dagmar-. Busque algo más apropiado para mi hermana.

Dagmar: Su padre ha dicho que todas las damas de honor tienen que llevar un vestido idéntico.

Los ojos de Vanessa se cruzaron con los de la modista en el largo espejo.

Ness: No, no, mi hermana no va a llevar eso. Piense en algo más grácil, más… -Se detuvo un momento para no decir «más juvenil»-. Más actual. Tal vez en rosa, así destacaría entre las demás.

A Yasmin se le iluminaron los ojos.

Yasmin: Rojo.

Ness: Rosa.

Como llegaron a un acuerdo y Dagmar veía que Vanessa podría encargarle más trabajo que el rey, la modista decidió colaborar.

Dagmar: Creo que en el salón hemos dejado un modelo que podemos mandar traer.

Ness: Pues adelante. Y páseme también la factura. -Acarició la mejilla de Yasmin-. Estarás preciosa. Como una rosa entre helechos.

Dagmar: Con este también lo estoy.

Vanessa se volvió, de forma que las dos quedaron frente al espejo.

Ness: Aún más. La tradición marca que la primera dama de honor tiene que llevar un vestido de un estilo y un color distinto al resto, para que pueda destacar.

Yasmin se lo pensó y asintió. Aceptaría feliz el velo cuando llegara el momento, pero mientras tanto prefería que la admiraran.

Yasmin: ¿Será de seda?

Vanessa también había sido niña y como ella había soñado con los vestidos de seda.

Ness: De seda, claro.

Satisfecha, Yasmin se miró en el espejo.

Yasmin: Cuando me case, llevaré un vestido como el tuyo.

Ness: Podrás llevar este, si quieres.

Su expresión reveló sorpresa.

Yasmin: ¿Un vestido que ya ha llevado alguien?

Ness: Llevar el vestido de boda de tu madre, de tu hermana o de una amiga es otra tradición.

Mientras lo pensaba, Yasmin pasó un dedo por la falda de satén de Vanessa. Una costumbre extraña, pensaba, pero teniendo en cuenta que el vestido era ideal, valía la pena planteárselo.

Yasmin: No llevaría el vestido de mi madre. Seguro que no es tan bonito como este. Ella fue segunda esposa. ¿Y tú por qué no llevas el de tu madre?

Ness: No está aquí. Pero tengo una foto, que te enseñaré cuando vayas a verme a Estados Unidos.

Yasmin: ¿Vaya a verte? -Con un gesto impaciente, imperioso, pensó Vanessa, Yasmin apartó a una sirvienta que le ofrecía un té-. ¿Cuándo?

Ness: Cuando te lo permitan.

Yasmin: ¿Podremos comer en un restaurante?

Ness: Si quieres, sí.

Durante un momento, Vanessa vio en ella la expresión de cualquier niña a la que prometen un regalo.

Yasmin: En Jaquir hay mujeres que comen en restaurantes, pero mi padre no lo permite a las de la familia.

Vanessa tomó su mano.

Ness: Pues allí cenaremos todas las noches en restaurantes.


Zachary vio poco al rey, pero lo trataban con gran deferencia. Como a un diplomático que estuviera de visita, pensaba al terminar un recorrido guiado por el palacio. Se lo habían mostrado todo, a excepción de las estancias de las mujeres, y el príncipe heredero le había impartido una larga y aburrida lección sobre la historia del reino. Mientras escuchaba, iba tomando nota mentalmente sobre la situación de ventanas, puertas, entradas y salidas. Observó a los guardias y al servicio, prestando atención a sus horarios y rutinas.

Hizo algunas preguntas. El libro que Vanessa le había dado le sirvió para saber qué tipo de comentario podía tomarse como una crítica. Por eso no aludió en ningún momento a las mujeres escondidas tras los muros del jardín y protegidas tras unas ventanas con celosías, por su bien, naturalmente. Tampoco hizo comentario alguno sobre los mercados de esclavos aún en funcionamiento, aunque en secreto, ni sobre las decapitaciones, que se llevaban a cabo a la luz del día.

Para comer les sirvieron caviar y huevos de codorniz en un salón que tenía su propia piscina, donde unos pájaros de brillante plumaje trinaban desde sus jaulas, que colgaban del techo. Se habló de arte y literatura. No salió el tema de los azotes en los zocos. Rahman estuvo con ellos un rato. Una vez superada su timidez, bombardeó a Zachary con preguntas sobre Londres. Aquel joven era como una esponja.

Rahman: Hay mucha población musulmana en Londres.

Zachary iba sorbiendo el café y echando de menos un buen té británico.

Zac: Eso tengo entendido.

Rahman: Me gustaría ver Londres, los edificios y museos, pero en invierno, con la nieve. Me gustaría ver la nieve.

Recordó que Vanessa le había contado su primera vivencia con la nieve.

Zac: Pues puedes venir el año próximo a pasar unos días con Vanessa y conmigo.

Rahman decidió que sería fantástico visitar aquella gran ciudad y pasar horas con aquella hermana cuyos ojos y sonrisa le parecían de lo más exquisito. Tendría mucho que aprender en Londres, y él estaba hambriento de conocimientos. Pero miró de reojo a su hermano: los dos sabían qué opinaría su padre.

Rahman: Es usted muy amable. Un día iré a Londres, si Alá lo permite. Y ahora, deberá disculparme, pues tengo que seguir con mis estudios.


Por la tarde, Andrew llevó a Zachary a dar una vuelta por la ciudad en una limusina climatizada. Por el camino le mostraba los barcos del puerto mientras le hablaba de los extraordinarios acuerdos comerciales firmados entre Jaquir y los países occidentales.

Zachary se fijó en la gran belleza de todo aquello, en las oscuras y distantes  colinas, en el intenso azul del mar. A pesar de las prisas con que circulaban los taxis, notaba en la parte urbana un aire antiguo, así como una pertinaz resistencia al cambio.

Pasaron por delante de un parque donde hacía menos de cinco años que habían ejecutado por adulterio a una princesa de segunda categoría y a su amante. A lo  lejos, Zachary vislumbró la columna plateada de un edificio de oficinas sobre el cual destacaba una antena parabólica.

Andrew: Este es un país de contrastes -dijo observando cómo un miembro de la Comisión para la Protección de la Virtud y la Prevención del Vicio agarraba por el brazo a una mujer que iba sola-. En estos veinticinco años hemos vivido muchos cambios en Jaquir, pero seguimos siendo, y siempre seremos, un país islámico.

Zachary aprovechó para ahondar un poco en el tema.

Zac: ¿No le resulta un poco incómodo, habiéndose educado en Occidente?

Andrew tenía la vista fija en el matawain que echaba del zoco a gritos y empujones a la mujer. No estaba de acuerdo con aquello, pero aún no era rey.

Andrew: A veces resulta difícil encontrar un equilibrio entre lo que es mejor en su mundo y lo que es mejor en el mío. Para que Jaquir pueda sobrevivir hará falta más progreso, más compromiso. Las leyes del Islam no pueden cambiar, pero las tradiciones establecidas por los hombres tendrán que hacerlo a la fuerza.

Zachary también había visto lo sucedido en el zoco.

Zac: ¿Tradiciones como la de maltratar a las mujeres?

Andrew se incorporó para dar unas breves instrucciones al chófer y luego se puso otra vez cómodo.

Andrew: La policía religiosa está muy entregada, y en Jaquir manda la religión.

Zac: Yo no soy quién para criticar la religión de otro, Andrew. Pero convendrá conmigo que a un hombre le cuesta un poco observar impasible que maltratan a una mujer.

Andrew comprendió que no estaba hablando de la mujer del zoco, sino de Vanessa y Phoebe.

Andrew: Mucho me temo que en determinados puntos usted y yo nunca estaríamos de acuerdo.

Zac: ¿Qué cambios tiene en mente para cuando acceda al trono?

Andrew: No es tanto lo que voy a cambiar como lo que el pueblo me permitirá que cambie. Al igual que muchos europeos, usted considera que es el gobierno quien hace al pueblo tal como es. Que lo oprime o lo libera. En muchos casos, por no decir en todos, es el propio pueblo el que se opone al cambio. El que lucha contra el progreso al tiempo que se precipita hacia él -sonrió. Sirvió dos vasos de zumo de una jarra helada-. Le sorprendería ver que la mayoría de las mujeres quiere ir con velo. No están impuestos por ley. La élite los popularizó hace siglos. Lo que se puso de moda en la época del Profeta se ha convertido en tradición.

Cuando Zachary sacó un cigarrillo, Andrew se lo encendió con un mechero de oro.

Andrew: Se habrá dado cuenta de que en Jaquir no se permite que las mujeres conduzcan. Tampoco es una ley, es una tradición. No hay nada escrito sobre ello, pero es algo que cae por su propio peso, porque suponiendo que una mujer condujera y pinchara una rueda, ningún hombre podría ayudarla. O si condujera temerariamente, la policía no podría detenerla. Ya ve, la tradición es algo más arraigado que la propia ley.

Zac: ¿Están satisfechas las mujeres de aquí?

Andrew: ¡Quién sabe lo que piensan las mujeres!

Zachary soltó una risita.

Zac: En esta cuestión, Oriente y Occidente están de acuerdo.

Andrew: He aquí lo que quería mostrarle. -Al detenerse la limusina, Andrew señaló hacia fuera-. La Universidad Ahmand Memorial. La de las mujeres.

Era un edificio construido con ladrillos americanos. En las ventanas se veían las típicas celosías de protección contra el sol y las miradas indiscretas. Zachary vio a tres mujeres vestidas al estilo tradicional que entraban deprisa por la puerta. Se fijó también en que a pesar de vestir el abaaya llevaban zapatillas Nike y Reebok.

Andrew: Jaquir anima a las familias para que eduquen a las niñas. Ya ve, la tradición puede ser flexible. Necesitamos médicas, profesoras y banqueras. De momento, la medida facilitará el tratamiento médico a las mujeres, así como la educación y la inversión del dinero. Pero no siempre será así.

Zachary se volvió tras haber estudiado a fondo el edificio.

Zac: Así que comprende la utilidad de la educación femenina.

Andrew: Perfectamente. Trabajo en estrecho contacto con el ministro de Trabajo. Tengo la ambición de ver a mis súbditos, hombres y mujeres, fortalecer su país con conocimientos y calificaciones profesionales. La educación es la fuente del conocimiento, pero también trae descontento, la necesidad de saber más, de ver más, de poseer más. Jaquir tendrá que adaptarse, pero la sangre no cambia. Las mujeres seguirán con su velo porque es lo que ellas quieren. Y continuarán en el harén porque allí se sienten cómodas.

Zac: ¿De verdad lo cree así?

Andrew: Estoy convencido. -Después de dar una orden al chófer, juntó las manos en su regazo. No tenía más que veintitrés años pero era un hombre preparado, cultivado. Un día sería rey. Desde el día que había venido al mundo, todos se habían encargado de recordárselo-. Me eduqué en Estados Unidos, me enamoré de una mujer de allí, disfruté de muchas cosas de aquel país. Pero por mis venas corre sangre beduina. Vanessa tuvo una madre americana y se educó en Occidente; sin embargo, ella también lleva sangre beduina, una sangre que correrá por sus venas hasta el día en que muera.

Zac: Esa sangre hace que ella sea como es. No la cambia.

Andrew: Vanessa no ha tenido una vida fácil. ¿Hasta qué punto odia a mi padre?

Zac: Odiar es una palabra muy fuerte.

Andrew: Pero también acertada -levantó una mano dispuesto a tocar una cuestión importante, la principal razón que lo había llevado a insistir en pasar un rato a solas con Zachary-. Las pasiones como el amor y el odio nunca son simples. Si usted la ama, llévesela de aquí en cuanto se hayan casado. Y mientras mi padre viva, manténgala lejos de Jaquir. Él no perdona.

Se oyó la llamada a la plegaria, el ya familiar sonido gutural. Con cierto revuelo y sin mediar palabra, se cerraron todas las puertas y los hombres se postraron en el lugar en el que se encontraban. Andrew salió del coche. Su túnica era de seda, pero quedó disimulada entre las de los demás hombres que se rendían ante Alá.

Incómodo, Zachary salió y el calor de la tarde lo envolvió. Veía al muecín en la escalera de la mezquita llamando a los fieles. Era un espectáculo duro, casi una lección de humildad bajo aquel sol de justicia: los profundos aromas dulces y especiados provenientes de los zocos, los hombres cubiertos con sus túnicas, pegando la frente a la tierra. Las mujeres se acurrucaban en las sombras que encontraban. Tal vez rezaban en silencio, pero no se les permitía expresar abiertamente sus creencias. Unos cuantos hombres de negocios occidentales esperaban con paciencia y resignación.

Mientras observaba el panorama, Zachary empezó a comprender un poco a Andrew. El pueblo no solo seguía la tradición, sino que la aceptaba y la perpetuaba. Aquel sistema de vida giraba en torno a la religión y al honor masculino. Podían surgir edificios modernos, podía extenderse la educación, pero nada cambiaría la sangre de aquella gente.

Dio la espalda a la Meca para mirar hacia el palacio. Sus jardines se veían a lo lejos como una neblina de color. Las tejas verdes brillaban bajo el sol. En el interior de aquellos muros se encontraba Vanessa. ¿La llevaría hasta la ventana la llamada a la plegaria?


El dispositivo que Vanessa tenía en las manos era muy sensible. Para la breve cita había dejado sus herramientas escondidas en la habitación y se había llevado tan solo el pequeño amplificador, la llave de latón y una lima. Por precaución también había dejado el pantalón y la blusa negros. En caso de que la sorprendieran por la noche, mejor sería llevar una falda larga.

Pasó por el túnel que habían utilizado generaciones de mujeres para ir del harén a la parte principal del palacio. Algunas lo habían recorrido contentas; otras, resignadas. Pero siempre con algún objetivo, pensaba Vanessa, como ella aquella noche. Los pasos de sus sandalias en el gastado suelo eran silenciosos. El camino, como siempre desde que se había construido el edificio, estaba iluminado por antorchas; nunca se había instalado luz eléctrica. Las crepitantes llamas añadían sombras al lugar y también cierto aire romántico.

Podía haberse cruzado allí con un hombre, con un rey o un príncipe. Pero en aquellas horas el palacio dormía y la única que seguía aquel camino era ella.

Sentía preocupación por Zachary. Cabía la posibilidad de que vigilaran sus habitaciones. Si lo sorprendían en el lugar y momento inadecuados, lo expulsarían sin darle tiempo a intercambiar dos palabras con ella. En cuanto a ella, recibiría una paliza o quedaría confinada en el harén; claro que aquel era un precio muy reducido teniendo en cuenta su objetivo.

Llegó al final del túnel, a los aposentos del rey. Adel dormiría en su habitación. Estaría solo, pues la esposa a la que habría escogido aquella noche se hallaría ya en su cama tras cumplir con su deber.

Casi notaba su perfume, el incienso de sándalo, su preferido. De pronto se preguntó cuántas veces habría reclamado a su madre a aquellos aposentos, como a una meretriz escogida para engendrar.

Por un momento tuvo la tentación de abrir aquella puerta, despertarlo en su feliz sueño y decirle todo lo que guardaba dentro, todo lo que había brotado y crecido a partir de aquella amarga simiente. Pero la satisfacción duraría el tiempo de pronunciar las palabras, y ella necesitaba que no terminara así.

La guardia no cambiaba hasta una hora antes del amanecer; echó un vistazo a la esfera luminosa de su reloj y calculó el tiempo. Suficiente, pensó. Más que suficiente. El pasillo estaba desierto, oscuro y silencioso. Con el plano en la cabeza, se dirigió hacia el ala adjunta. Se acercó a la sala de la cámara y, agachada, empezó a accionar la cerradura. A pesar del sudor, sus manos no temblaban. Las secó en la falda antes de terminar el trabajo. Miró a uno y otro lado, se metió y cerró luego.

Apenas si había entrado cuando notó una mano sobre su boca y el corazón dejó de latirle. Cuando este recuperó su ritmo fue para maldecir a Zachary, contra quien dirigió la luz de su linterna.

Ness: ¡Repítelo y te quedas sin mano!

Zac: Yo también me alegro de verte. -Se inclinó para darle un beso-. ¿Un problemilla con la cerradura?

Ness: No. -Pensaba deshacerse de él, pero se echó en sus brazos-. No sabía que podía echarte tanto de menos, Zachary.

Él aspiró el olor de su cabello, se deleitó con su tacto.

Zac: Pues la cosa va mejorando. ¿Qué has hecho todo el día, mientras yo me paseaba por la ciudad?

Ness: Tomar mil tazas de té, oír interminables charlas sobre fertilidad y partos, y dejar que me probaran una y otra vez el vestido de novia.

Zac: Se diría que nada de todo eso te ha gustado lo más mínimo.

Ness: No sabía lo difícil que sería engañar a mi abuela. Y no soporto aguantar todos los alfileres que hay que prender en la blanca tela de satén para una boda que no es más que una farsa.

Zac: Nosotros la convertiremos en algo mejor.

Dijo aquello con aire despreocupado, pero Vanessa vio en sus ojos que hablaba en serio.

Ness: Sabes lo que pienso sobre todo esto, y no es el momento de discutirlo. ¿Has examinado la cámara?

Zac: De arriba abajo. -Dirigió la luz hacia la puerta de acero-. Según las especificaciones, hay una alarma conectada a cada cerradura. Algo lento pero sencillo. Las bloquearemos, como decías tú. Siempre se me han dado bien las cerraduras con combinación, de modo que no creo que sea una tarea muy larga.

Ness: Eso facilitará el trabajo -le pasó un cuadrante del tamaño del pulgar y del diámetro de una moneda-. Es un amplificador. Llevo un tiempo trabajando con él. Se coloca contra una puerta y capta un siseo a tres salas de distancia.

Con aire meditabundo, Zachary lo enfocó con la luz.

Zac: ¿Lo has fabricado tú?

Ness: En realidad lo he adaptado. Quería algo compacto y al mismo tiempo sensible.

Zac: Teniendo en cuenta que no terminaste tus estudios, hay que admitir que tienes un don para la electrónica.

Ness: Talento natural. He calculado una hora para abrir la cámara.

Zac: Cuarenta minutos, cincuenta y fuera.

Ness: Dejémoslo en sesenta. -Sonriendo, le acarició la mejilla-. Y que conste que esto no tiene nada que ver con tu talento, cariño.

Zac: Te apuesto mil libras a que lo hago en cuarenta.

Ness: Hecho. Veamos, no podrás empezar con toda tranquilidad hasta las tres. Yo abordaré primero las alarmas a las dos y media. Será mejor que tú vengas directamente aquí. Y no toques nada hasta las tres. Yo apareceré en cuanto pueda.

Zac: No me gusta la idea de que te ocupes de esto en solitario.

Ness: De haber podido escoger, lo habría hecho todo sola. Empezar por el cuadrante principal y seguir.

Zac: Ya lo hemos discutido, Ness. Sé cómo se abre una cámara.

Ella se le adelantó sacando la llave.

Ness: No dejes que tu vanidad se inmiscuya.

Zac: No te preocupes, demasiado trabajo tengo eludiendo la tuya. ¿Y cómo sabré que has desconectado las alarmas?

Ness: Cuestión de fe. -Ante la expresión de él, levantó la cabeza-. He trabajado demasiado duro, lo he planificado con demasiado esmero para cometer el mínimo error. O confías en mí o me dejas trabajar sola.

Zachary observó cómo pasaba con delicadeza la lima por la llave.

Zac: No estoy acostumbrado a trabajar con socios.

Ness: Ni yo.

Zac: O sea, que es una suerte que los dos nos retiremos después de esto. Me sentiría mejor si no estuvieras tan nerviosa, Ness.

Ness: Y yo me sentiría mejor si tú estuvieras en Londres. -Levantó la mano antes de darle tiempo a replicar-. Puede que no tengamos otra oportunidad para repasar todo el plan. Si algo sale mal, si algo tiene visos de ir mal, tú te largas. Prométemelo.

Zac: ¿Y tú no?

Ness: No podré. Esa es la diferencia.

Zac: Sigues sin entenderlo, ¿verdad? -Con los dedos en tensión, tomó su barbilla-. Aún no he conseguido explicarme. Puedes seguir diciendo que no crees en el amor, que eres incapaz de aceptarlo o sentirlo, pero eso no cambia mis sentimientos respecto a ti. Cuando hayamos superado todo esto, cuando no estemos más que tú y yo, tendrás que afrontarlo.

Ness: Se trata de un trabajo, no tiene nada que ver con el amor.

Zac: ¿En serio? Pues yo diría que te has metido en esto tanto por lo que querías a tu madre como por lo que odias a tu padre. Tal vez más. Y yo estoy aquí porque lo que eres y lo que sientes es muy importante para mí.

Vanessa apoyó suavemente una mano en la cintura de él.

Ness: Nunca sé qué es lo que tengo que decirte, Zachary.

Zac: Ya se te irá ocurriendo. -Acostumbrado a aprovechar la ocasión, la abrazó-. ¿Me invitarás a tu habitación?

Ness: Me gustaría. -Cerró los ojos para disfrutar del beso-. Pero no podrá ser. Lo que sí puedo es hacerte un vale.

Zac: Mientras no sea para dentro de mucho…

Vanessa se volvió para probar de nuevo la llave. Su oído detectaba el mínimo roce de metal contra metal en el punto en que no se deslizaba a la perfección.

Ness: No puedo arriesgarme a abrirla ahora. Los últimos toques se harán cuando las alarmas estén desconectadas. Pero creo que… -Metió la llave y la sacó de nuevo-. Está casi a punto. -Con la llave aún caliente en la mano, fijó la vista en la puerta-. Pensar que está ahí, a unos palmos. Me extraña que no nos llegue su calor a través de la puerta.

Zac: ¿En algún momento te has planteado quedártelo?

Ness: Cuando era jovencita imaginaba que se lo ponía a mi madre y veía cómo su rostro recuperaba la vida. Imaginaba que lo abrochaba en mi cuello y me sentía…

Zac: ¿Cómo te sentías?

Vanessa sonrió.

Ness: Como una princesa. -Dejó la llave en la bolsa-. No, no es para mí, pero teniendo en cuenta las tragedias que lo han acompañado a lo largo de los años, esta vez hará algo positivo. -Encogió los hombros; se sentía como una idiota-. Supongo que hablo como una persona idealista y boba.

Zac: Sí -llevó la mano de ella hasta sus labios-. Pero resulta que quedé prendado de ti cuando supe que eras idealista y boba. -Sin soltarle la mano se dirigieron hacia la puerta-. Ándate con cuidado, Ness. Me refiero al trato con tu padre.

Ness: No suelo tropezar con la misma piedra, Zachary. -Aplicó su dispositivo de escucha a la puerta y esperó a no oír más que el silencio-. No sufras por mí, llevo años jugando a princesas.

Zachary cogió de nuevo su mano antes de que ella se alejara.

Zac: No tienes que simular lo que eres en realidad, Vanessa.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Que lindos son
Vanessa se muere por el
Ya quiero que se de cuenta y que se lo diga
Ya quiero saber mas
Siguela pronto!!!
Saludos

Publicar un comentario

Perfil