Un año
después
Las risas llenaban el aire junto al vapor que
desprendía el agua caliente de la ducha. Zac la besaba bajo el cálido chorro,
mientras le daba pequeños mordiscos de amor, acariciándola. Se sentía pleno,
como nunca antes.
Había pasado un año desde la fatídica noche en que
su madre se había marchado. Un año de echarla de menos, pero también uno en que
las oportunidades de ser feliz habían surgido por todas partes y a toda prisa. Vanessa
había estado a su lado. En el Polo Norte aquella primera noche y después en San
Francisco. Cerca de su tienda, en el refugio, visitando a los niños del
hospital, el Rudolph's, incluso coincidiendo con viejos amigos. Habían
ganado mucho, habían aprendido a conocerse.
Sabía que cuando estaba preocupada, su ceja
izquierda se elevaba apenas perceptiblemente; que se sonrojaba cuando la
atrapaba mirándolo con deseo y aquel hoyuelo diminuto que aparecía en su
mejilla, era señal de que estaba a punto de gastarle alguna broma que él
terminaría disfrutando con creces.
No solo era el hecho de acabar pringados de
ingredientes inexplicables, era el juego, la persecución, la lucha y posteriormente
esa reconciliación que tenía la posibilidad de volverlo loco de deseo, llevarlo
al punto de no retorno y hacer que deseara llevarla a la cama y hacerle el
amor.
Se conocían. Se anhelaban. Se amaban.
Dormían juntos, incluso le había hecho el amor.
Tantas veces que no podía contarlas, pero quería hacerlo de nuevo.
Zac: Vanessa -murmuró en su oído-.
Ness: Shhh, no hay tiempo, tienes que marcharte.
Zac: Navidad ha pasado, no tengo más trabajo.
Ness: Te equivocas, tienes trabajo y no voy a
entretenerte. Hoy no.
Zac: Te deseo, mujer. No puedes dejarme así -ella
lo besó, tirando la ropa empapada al suelo y acariciando su velludo pecho-.
Besó su cuello y asintió.
Ness: Sí, puedo. Dijiste que pasara lo que pasara
no dejara que te retrasaras hoy, así que no planeo hacerlo. Es el aniversario
de...
Zac: La desaparición de mi madre -suspiró cerrando
el grifo de la ducha y abrazando a la mujer que se había convertido en todo su
mundo. Salió con ella, la envolvió en una toalla y la secó de forma minuciosa-.
Hay algo especial para esta noche, tengo que ponerme en marcha.
Ness: Si me hubieras dicho de qué se trataba,
podría haberte ayudado con los preparativos. Ya no soy tan torpe con todo eso
de... Santa Claus -soltó el nombre como si fuera una palabrota, provocándole
una genuina risa-.
Zac: Mi pequeña Vanessa que no puede decir Santa
Claus sin pensar «maldita sea».
Ness: ¿Qué quieres, Zac? No es fácil para una atea
como yo, entrar en tu mundo tan rápidamente y...
Zac: Cariño, no ha sido rápido.
Ness: Yo creo que sí.
Zac: Te digo que no. Si hubieras querido hacerme
caso, a estas alturas tendríamos por lo menos un reno de más, viviendo con
nosotros.
Ness: No es por despreciar tu intención de ser
generoso, pero Zac, los renos no son mascotas.
Zac: En mi mundo sí.
Empezó a cambiarse observando la resignación de la
mujer que iba a convertirse en su esposa antes de lo que esperaba. La Navidad
de ese año había sido agotadora, incluso había echado de menos la posibilidad
de un romance inesperado, pero teniendo en cuenta que no habría más esferas
mágicas, ni más Señora K por un tiempo, había podido concentrarse en llevar a
cabo las entregas sin distracciones, con una Vanessa curiosa y aún un poco
incrédula, de copiloto.
Había sido una experiencia, de eso no le cabía
duda, especialmente ver cómo Jack, su mano derecha, se indignaba con cada comentario
de la mujer, que cuestionaba hasta la misma existencia del hombrecillo.
Menos mal que no era diminuto, de haberlo sido,
habría acabado ofendiéndolo y él habría tenido que intervenir, pero no lo había
hecho y Vanessa se las había apañado muy bien por sus propios medios.
Ness: La verdad es que al principio fue complicado,
pero ahora no lo llevo tan mal -se encogió de hombros, mirándolo. Él no pudo
apartar la vista de ese glorioso trasero-. ¡Zac! -lo regañó-.
Zac: ¿Sabes qué? -Se estaba relamiendo mientras lo
decía, no planeaba posponer por mucho más lo que tenía que hacer, pero antes de
ir, tenía que concluir algo-. Voy a dar un bocado a mi postre favorito.
La mujer no tuvo tiempo de prepararse, sino que el
goloso Santa Claus llegó a ella y amasó su trasero con deseo, le dejó notar
cuán ansioso estaba por ella, listo para poseerla una vez más y entregarse de
forma completa. Para darle placer y recibir todo a cambio.
Vanessa no pudo resistirse. ¿Cómo hacerlo? La tenía
loca de amor y pasión.
Zac sonrió y sus manos cubrieron sus pechos, la
acarició con conocimiento, sabiendo exactamente qué teclas pulsar para volverla
loca y tan rápido como la nieve caía en Navidad sobre el Polo Norte, la reclamó,
entrando de forma plena en ella.
Mordisqueó su cuello, la acarició entre las
piernas, haciéndola gemir necesitada de más.
Zac: Rápido e intenso -murmuró-.
Ness: Duro y salvaje -exigió-.
Y Zac no pudo hacer otra cosa que complacerla.
Aún sentía el hormigueo provocado por el placer en
todo su cuerpo. Sentía la necesidad de aspirar el aroma de Zac, de envolverse en
él. De amarlo de nuevo.
«Gracias a quien sea que hizo posible que por una
vez tomara la decisión adecuada».
Miró al cielo, ignoraba si alguien escucharía, pero
no importaba. Se sentía plenamente feliz.
Su novio, amigo, compañero de piso, amante y toda aquella
palabra que aportara una cualidad de relación, era parte entre los dos. No se
limitaba a ser el hombre con el que se acostaba, con el que hacía planes o compartía
el tiempo, era todo y era más. No había magia en sus días, no en sentido
literal, pero la hacían juntos. Cada vez que se encontraban para mirar al mundo
y ver que todavía quedaba esperanza.
«¿Quién me lo iba a decir?».
Observó aquella bola mágica que recibió la pasada
Navidad y la agitó entre sus dedos, observando la forma en que la nieve descendía
sobre la escena que tanto le había gustado.
Quizá no fuera el futuro, o podía ser que sí, pero
desde luego el presente era maravilloso. Disfrutaba de cada instante, sin
importar qué viniera después.
Su padre y Alyssa eran felices, Zac y ella también,
incluso sus amigas, las dos locas que no podían entender qué le estaba pasando,
parecían más felices de pronto, como si algún ser con capacidades omnipotentes
hubiera decidido bendecirlos a todos ellos.
Y no había sido Santa Claus, de eso daba fe.
Rio con ganas tapándose con la colcha, Zac...
¿Quién lo hubiera dicho? El loco de la Navidad era en realidad Papá Noel, Santa
Claus, San Nicolás, el Señor K. Sí, tantos apelativos para un hombre tan
sencillo. Un genio de la mecánica y amante de los juguetes. Un entusiasta de
hacer reír a su mujer y a cada niño o persona que se cruzaban en su camino.
Un buen hombre, eso era. Un hombre con un corazón
tan grande que apenas si lo podía custodiar, por eso la necesitaba. Ella podía
ponerle límites, límites buenos, no imposiciones, guiarle de la misma manera
que él tenía la capacidad para guiarla a ella.
Jack: Vanessa -dijo al otro lado de la puerta-.
¿Puedo entrar?
Ness: Un momento -pidió mientras alcanzaba una bata
para ponérsela-.
Desde que Zac se fue se había quedado descansando,
agotada, sin ganas de moverse, tan solo acurrucada en aquella cama que aún
conservaba su olor.
En cuanto estuvo dispuesta, atravesó la habitación
en un par de zancadas y abrió la puerta a su visita.
El elfo se apresuró a entrar con una larga lista.
Jack: Necesito ayuda para revisar esto y Zac no
está disponible -comentó con tono casual-. ¿Qué sabes de flores?
¿Flores? ¿Para qué necesitarían flores?
Ness: No mucho, ¿por qué?
Jack: Nosotros repartimos juguetes, pero el jefe
quiere flores. Rosas, azucenas, margaritas y tulipanes. Ni siquiera sé que son
tulipanes -se quejó revisando la lista una vez más-. Soy un elfo, no un
florista. ¿Acaso tengo pinta de florista?
La hizo reír, Jack era tan propio cuando Zac estaba
cerca, pero perdía los nervios en cuanto desaparecía. Cuando estaba con ella,
se relajaba, menos mal. Casi se lo había exigido, no era su jefa, era una más y
más le valía que la tratara como a una amiga y no como a otra cosa.
Ness: Vamos Jack, no te alteres. Podemos resolver
esto. No sé de elfos o magia, pero con las flores podemos apañárnoslas. Déjame
esa lista.
El hombrecillo se la entregó, tomando asiento a su
lado, mientras revisaba algunos datos en su PDA.
Ness: ¿Para qué querrá Zac tantas flores? -preguntó
sin esperar respuesta, Jack tampoco se la ofreció. Hizo recuento y trató de
recordar la ubicación de alguna floristería cercana-. Creo que podríamos
encargar algunas de estas, pero no creo que todas. En este tiempo necesitamos
flor de invernadero y si planeas traerlas aquí...
Jack: No son para este lugar, sino para el Polo
Norte.
Vanessa puso los ojos en blanco. Claro, mejoraba
tanto el clima.
Ness: Da igual, allí peor. ¿No ves que con el frío
se morirán?
Jack: Son órdenes del jefe y tenemos que ocuparnos,
Vanessa. Para hoy, no para mañana. Me estoy haciendo viejo.
Ness: No te estás haciendo viejo, eres joven y muy
guapo. ¿No será que quieres seducir a una chica, verdad?
Jack: ¿Yo? ¿Pareja? ¡Ni loco! ¿Tú has visto lo
descuidado que se ha vuelto el jefe? -Negó con vehemencia, para después
enrojecer, al darse cuenta de lo que había dicho-. Oh, no pretendía...
incomodarte, insultarte. Discúlpame, estoy saturado y después de Navidad todo
este lío, se me va la fuerza por la boca.
Ness: No me incomodas. Yo pensaba como tú... antes.
Jack: ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Ness: Zac -sonrió, porque era cierto-.
No había promesas ni palabras suficientes para
convencer a alguien de algo que no quería hacer, pero ver a la otra persona,
verla de verdad, nadie podía resistirse a eso.
Jack: Tiene mucha labia -dijo el hombrecillo con un
suspiro, tras seleccionar la siguiente lista de tareas-. Yo no.
Ness: No me has entendido, Jack. Fue Zac, su
persona, su forma de actuar, de comportarse, conmigo y los demás, no sus
palabras. Ni su labia. De hecho, carece de ella.
Jack: Ahí no te creo, hablas de Santa Claus.
Ness: Oh, sí. Se me olvidaba -rio entre dientes-.
Incluso con sus pegas para creer en ello, había
llegado un punto en el que no podía hacerlo más. Él era real, por extraño que
fuera. Real, guapo, cariñoso, sexy y un amante maravilloso.
Pero era un mejor compañero. Si para tener a Zac,
tenía que mirar a la magia y aceptarla, pues estaba dispuesta a ello. A toda la
magia.
Jack: Creo que podemos salir, si te vistes
apropiadamente. Visitaremos directamente uno de esos invernaderos para
conseguir nuestras flores.
Ness: No sé si será fácil
Jack puso los ojos en blanco.
Jack: Por Dios, ¿acaso nadie te lo ha dicho? -Sus
ojos brillaron cuando pronunció extasiado-. Tengo un trineo personal, último
modelo. Un obsequio por mi buen trabajo -pareció crecer varios centímetros con
aquellas palabras-. Es biplaza, puedo llevarte a donde sea que tengamos que ir.
Ness: ¿Estás seguro de que quieres mi compañía?
Jack: Podría ser peor... -dijo con un toque de
diversión-.
¿Jack? ¿Divertido? ¿Sin normas?
Le tocó la frente.
Ness: ¿Tienes fiebre?
Jack: Un elfo tiene derecho a emocionarse cuando
tiene un vehículo nuevo. ¿Acaso no sabes nada de mi raza?
Ness: Empiezo a descubrir las cosas más
inquietantes.
Jack: Bueno, incluso yo me rio. Me divierto. Estoy
vivo, ¿sabes?
Ness: Ya veo, solo te falta una novia.
Jack: No, no me falta una novia. He tenido novias. Me
falta una pareja, como tú y Zac. Pero los elfos a menudo se quedan solteros,
especialmente con un papel tan importante como el mío en la misión de la
Navidad.
Ness: Serías más feliz con una compañera.
Jack: No lo creo.
Vanessa no era de la misma opinión, anotó mentalmente
hablar con Zac al respecto. Quizá una ayudante para Jack podría ser un alivio
en muchas facetas de la vida del hombrecillo. Se estaba ablandando, cada día
más. Cuando lo vio la primera vez, casi la acusó de secuestro de su adorado
Santa Claus, ahora era su amigo. Y los amigos tenían que ayudarse.
Iba a hacerlo. Por él.
Ness: ¿Sabes? Creo que no podré salir, pero conozco
a alguien que sabe tanto de flores que te va a dejar extasiado.
¿Funcionaría? ¿Hacer las cosas por su cuenta sin Zac?
Bueno, ¿por qué no? Ella podía probar, si no funcionaba, acabaría hablando con Zac.
Sí, de todos modos, lo haría, porque Alvina merecía un ascenso. Era muy buena
en su trabajo, incluso aunque la aterrorizara volar.
Sabía que no dejaría que Jack notara su angustia.
Era tozuda y muy dedicada.
Jack: ¿Extasiado? Bueno, no creo, pero si crees que
no puedes acompañarme...
Vanessa alcanzó su móvil, envió un mensaje a la
joven elfa y esperó. Casi dos minutos más tarde, la mujer llegaba corriendo a
toda prisa y algo verde.
Había olvidado que también se mareaba con los portales.
Alvina: ¿Vanessa? ¿Cuál es la urgencia?
Ness: Flores -dijo guiándola hasta Jack. El hombre
se quedó estático y quizá algo rígido. Ella le dio un ligero empujón-. Jack, te
presento a Alvina. Acompaña a Zac en el trineo alfa y no conozco a nadie tan
capacitada para resolver problemas.
Alvina: ¿Flores? -preguntó perdida, miró a Jack y
algo pasó en el instante en que sus miradas se chocaron, dejándolos enlazados-.
La chica abrió más los ojos, sus labios separados,
a punto de decir algo; a Jack se le cayó la PDA y empezó a comportarse como un adolescente
nervioso.
Vanessa sonrió. «Buen movimiento, tengo que
decírselo a Zac». Había sentido que esos dos encajarían y no se había
equivocado.
Ness: ¿Creéis que podréis resolver lo de las
flores, Jack, Alvina?
Los dos asintieron hipnotizados (o idiotizados,
según se quisiera ver). El hombre atrapó la mano de la mujer y solo dijo.
Jack: Tengo un trineo nuevo biplaza.
Alvina: Me encanta volar -contestó provocando la
risa de Ness-.
Ness: Pues venga, chicos, a volar.
Ambos asintieron, caminando hacia la puerta; Ness
se apresuró a recoger la PDA y la lista, se la pegó al pecho de Jack.
Ness: No olvides tus guías, Jack.
Jack: Gracias -pronunció aturdido, para carraspear
y guiar a la otra mujer hacia el vehículo. Pudo escuchar cómo alardeaba de este
y cómo Alvina prestaba atención, como si fuera lo más importante del mundo-. De
0 a 300 kilómetros por
segundo en medio minuto.
Alvina: Oh...
Vanessa reía aún cuando las voces se perdieron en la
distancia. Recogió su móvil para escribir a su chico.
«Zac, acabo
de formar una pareja. Despídete de las flores. A esos no les vemos el pelo
hasta año nuevo».
La respuesta no tardó en llegar.
«¿Qué
pareja?».
Seguramente no estaba prestando mucha atención,
sabía que tenía una misión, pero no sabía cuál. Era tan misterioso cuando se
ponía...
«Jack y
Alvina. Son tal para cual, llevaba pensándolo un tiempo y lo he hecho. Por eso,
despídete de las flores, van a estar dándose el lote en tres minutos. Nunca había
visto a Jack tan... despistado. Incluso perdió su PDA».
Zac: Jack nunca pierde su PDA -dijo tras ella,
atravesando el portal. La miró de arriba abajo, sus ojos brillaron con deseo-.
Espero que no lo hayas recibido así, voy a tener que arrancarle los ojos.
Ness: Qué va, Zac. Lo recibí desnuda -le guiñó un
ojo y rodeó su cuello con los brazos-. Da igual cómo esté, Jack solo tenía ojos
para Alvina.
Zac: ¿Te vas a hacer casamentera?
Vanessa se encogió de hombros.
Ness: Lo sentí correcto, solo eso.
Zac la miró como si estuviera contemplando algo que
nadie más veía.
Zac: ¿Correcto, eh?
Ness: Sí. ¿Te molesta? Primero pensé en pedirte
ayuda, pero me di cuenta de que era el punto exacto, si hubiera esperado...
Zac: El momento habría pasado.
Ness: ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
Zac: ¿Así cómo?
Ness: Como si fueras un gato que acaba de comerse
al canario -dijo un poco desconfiada-.
Zac se limitó a sonreír más.
Zac: Por nada, me gusta ver que te implicas con mi
gente y te preocupas por su felicidad.
Ness: ¡Jack es mi amigo! Y Alvina también. No fue
algo repentino, llevaba pensando en ello un tiempo, solo que no me había atrevido,
pero hoy...
Zac: Sentiste que era el momento.
Ness: Así es -entrecerró sus ojos, señalándolo con
un dedo-. Ni se te ocurra burlarte de mí.
Él atrapó su dedo y lo besó.
Zac: Jamás me atrevería.
Ness: Pues cambia esa cara, me estás poniendo
nerviosa.
Zac: Es que no sé mirarte de otra manera -se excusó-.
Ness: Pues me pones nerviosa, Zac. No sé qué estás
planeando y...
Zac: Una boda.
Ness: ¿Qué? -Lo miró como si se hubiese vuelto loco-.
¿Tan pronto? No creo que debas apresurarte, quiero decir, tan solo los he
enviado a comprar tus flores y dudo que lo hagan.
Zac: No la de Jack, Ness, la nuestra.
Vanessa se quedó muda de la impresión. ¿Acaso iban
a casarse? No, desde luego que no. Ella no planeaba casarse.
Se levantó poniendo distancia entre ellos y le dio
la espalda, negando.
Ness: Eso no es posible, Zac. No me lo has pedido.
Zac: Planeo resolver eso -comentó y cuando ella lo
miró de nuevo, lo encontró arrodillado, con un anillo entre el pulgar y el
índice y mirándola con todo ese amor que sentía por ella-. Si estás dispuesta a
prescindir de las flores y a soportar mis obligaciones y mis defectos, sería
inmensamente feliz de que aceptaras convertirte en mi esposa. Hoy mismo. Ahora.
Lo miró, sintió la mezcla de emociones en su
rostro, bailando en sus ojos y se dijo que no era una decisión que debiera tomarse
a la ligera. Ya se había equivocado una vez, ahora...
«Escucha a tu corazón». Las palabras lejanas de la
mujer a la que solo había visto una vez, la llenaron de inquietud y a la vez le
dejaron claro lo que tenía que hacer.
Asintió, tomó valor, avanzó hacia Zac y se lanzó a
sus brazos.
Ness: Te quiero, Zac. Sí, sí quiero casarme
contigo.
El hombre la abrazó, puso el anillo en su dedo sin
que apenas se diera cuenta y murmuró las palabras de amor que necesitaba
escuchar, a pesar de no prestarle atención.
Aquello era lo correcto, así lo sintió y de pronto...
Todo estaba en su lugar.
Como un puzle en el que habías encajado la última
pieza.
1 comentarios:
Q hermoso!! Ese fue el fin?? �� sigue pronto
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