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viernes, 9 de septiembre de 2011

Capítulo 16


Ness: Puedo explicarlo -dijo desesperada. Pero incluso si hubiera tenido algo que decir no habría encontrado las palabras. Mucho menos con los ojos de Zac clavados en los suyos-.

A juzgar por la expresión de rabia de Zac, se dio cuenta de que él no lo había creído. No sabía lo que le habían dicho, pero no había querido creerlo. Si ella lo hubiera negado, habría aceptado su negativa. Confiaba en ella.

Ness: Lo siento. Zac, yo...

Se quedó sin habla. No podía reaccionar.

Zac: A ver si me entero. ¿Eres detective? ¿Inves­tigadora privada?

Se sentía completamente indefensa, como cuan­do los niños se reían de ella en el colegio.

Ness: Te lo iba a decir esta noche. Iba a...

Zac: ¿Trabajas para la compañía de seguros? -Vanessa guardó silencio-. ¿Eres tú el motivo por el que se niegan a darme la indemnización? ¿Es algo que tú les has dicho? ¿Algo que crees que has averiguado mientras te revolcabas conmigo en la cama? -Vanessa se limitaba a mirarlo-. ¡Contéstame!

Ness: No. Me enviaron porque sospechaban de ti.

Zac: ¿De mí? ¿Se puede saber qué sos­pechaban que había hecho?

Vanessa jamás había visto tanta frialdad en los ojos de Zac. Se equivocaba, todos se equivocaban. En el infierno no había fuego, sino hielo. Había muerto y aquél era su infierno.

Ness: Provocar el incendio.

En el silencio que siguió, Vanessa escuchó su cora­zón, sorprendida de que siguiera funcionando.

Zac: ¿Has estado esperando a que confesara que había quemado mi propia casa? Esto ardía como una antorcha. Tuve suerte de que no se destruyera por completo. Podríamos haber muerto todos.

Ness: No creo que lo hayas hecho tú. Tardé poco en darme cuenta de que eras inocente. He estado intentando demostrar que no fuiste tú -dijo desesperada-.

Zac: La inocencia no se demuestra. Solo hay que demostrar la culpabilidad. ¿O es que las compañías de seguros opinan lo contrario?

Ness: No, claro que... Pero...

Se detuvo. No era posible. Ninguna explicación podía justificar lo que había hecho. Ahora se daba cuenta de aquello. Incluso en el caso de que hubiera sido ella quien se lo hubiera confesado, no habría tenido oportunidad de justificarse. Estaba soñando cuando pensó que aquello tenía arreglo.

Ness: Te quiero -susurró-. Es verdad.

Zac exclamó una carcajada.

Zac: Estoy seguro.

Ness: Me quieres, ¿no es así? -imploró, sintiéndose desnuda-.

Sabía lo que Zac iba a responder antes de que abriera la boca. Era como si lo hubiera oído en una vida anterior.

Zac: No te quiero. Maldita hipócrita, ¿encima quieres eso?

Había estado mirándolo todo el rato. Al fin cerró los ojos y dejó caer la cabeza. Se llevó una mano a los ojos y sintió las lágrimas. Se preguntó por qué no le había dicho alguien que lo del corazón destrozado no era solo una frase hecha, que dolía de verdad. Se preguntó por qué nadie le había advertido que el dolor le impediría articular palabra.

Ness: Te quiero -sollozó-. Zac...

Zac: ¿Se puede saber qué más quieres? Lárgate de aquí ahora mismo. ¡Fuera de mi hotel! ¡Fuera de mi vida!

Ness: ¿Adónde voy a ir? -preguntó desesperada-.

Zac: ¿Yo qué sé? Al lugar al que va la gente como tú cuando termina su trabajo. Vuelve al agujero del que saliste. Ya he tenido bastante.

Vanessa abrió la puerta y salió corriendo.


Ash: ¿Y te ha echado del hotel? ¿En mitad de la noche?

Vanessa contuvo un sollozo. Había huido de él, había huido de la casa sin detenerse más que a coger el bolso, donde llevaba las llaves del coche.

No sabía muy bien cómo había conseguido llegar hasta Pontdewi sin acabar en la cuneta.

La voz de Ashley le había devuelto la cordura. Había escuchado todo lo que Vanessa tenía que decir sin hacer preguntas, aunque, en realidad, apenas había entendido lo ocurrido.

Ness: Es horrible. Me siento fatal. Lo que he hecho ha sido horrible.

Aquello era innegable, y Ashley no lo intentó.

Ash: ¿Qué vas a hacer ahora?

Ness: No lo sé. No lo sé.

Volvió a hipar. Había logrado contener el llanto, pero había pasado media hora sollozando antes de ser capaz de llamar por teléfono. En primer lugar, había llamado al club, pero después había recordado que Ashley libraba los lunes. La había despertado en la única noche que podía dedicar a dormir en toda la semana.

Ash: Qué horror. Me gustaría poder... No sé qué decirte. Debe estar furioso y muy dolido.

Ness: Es tan frío como el hielo -replicó-.

Ash: ¿Dónde estás?

Ness: En la cabina telefónica del pueblo.

Ash: Es muy tarde. ¿Dónde vas a pasar la noche?

Ness: No lo sé. El bar es también una pensión. Si no, me iré a Dolgelau. Tengo que encontrar algo.

Ash: Cuelga antes de que sea demasiado tarde para buscar alojamiento. Llámame por la mañana. Da igual que sea temprano. De todas formas, no voy a ser capaz de dormir, pensando en ti.

Ness: No te preocupes, encontraré algo. Gracias por escucharme.

Pero no resultó tan fácil encontrar un hotel libre en medianoche, en una pequeña localidad galesa y en temporada alta. La pensión de Pontdewi no tenía habitaciones libres, y en Dolgellau, la ciudad más cercana, estaba todo ocupado.

Tendría que pasar la noche en el coche y aquella idea la aterrorizaba. La criminalidad no era dema­siado elevada allí, pero no era demasiado recomen­dable que una mujer durmiera sola en un coche. Condujo durante un rato buscando algún lugar que pareciera seguro, pero al final volvió al White Lady. Cuando atravesó la puerta de la verja apagó los faros y se dirigió a oscuras a los edificios auxiliares. Metió el coche en una antigua cuadra, apagó el motor, se tapó con una manta y se durmió, com­pletamente agotada.

Unos golpes en la ventanilla la despertaron. Se incorporó sobresaltada y tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Se frotó los ojos. Era de día. Le dolía todo el cuerpo por haber dormido en el asiento del coche y creía que su cabeza iba a estallar, pero su corazón parecía aturdido, afortunadamente.

Volvió a oír los golpes y se volvió. Zac estaba inclinado sobre el coche.

Zac: ¿Se puede saber qué haces aquí?

Ness: Me echaste del hotel y no pude encontrar una habitación en ningún sitio.

Zac: ¿Así que volviste? -dijo con incredulidad­-. ¿Crees que aquí estarás a salvo?

Ness: Me daba miedo...

Se interrumpió, abatida.

Zac le dedicó una sonrisa diabólica, fría y sin sentimientos.

Zac: Estás loca si crees que te encuentras a salvo cerca de mí.

Vanessa sabía que aquello era cierto.

Ness: De todas formas, tengo que recoger mis cosas y pagar la factura.

Zac: Ya veo. Honrada hasta el final.

Ness: Además, tengo intención de lavarme y cam­biarme de ropa antes de irme -dijo cada vez más furiosa-, así que no esperes haberme perdido de vista en cinco minutos. Tendrás que soportar que contamine tus propiedades durante más tiempo.

Zac: Voy a pasar una hora fuera. Será mejor que hayas desaparecido cuando vuelva.

Zac se marchó, y un minuto después, Vanessa oyó el sonido de las herraduras. Por supuesto, Balch estaba en la cuadra contigua, y Zac había visto su coche al pasar.

Norah: No sabía que te marcharas hoy.

Ness: Ha surgido un imprevisto y tengo que irme.

Norah: ¿Lo sabe Zac?

Ness: Claro que sí.

Norah: Bueno, de todas formas no tienes nada que pagar. Nos dio instrucciones para que no acep­táramos tu dinero -le dijo con una sonrisa-. Me lo pidió hace unos días, ¿lo ves? Lo tengo apuntado en tu ficha.

Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para conte­nerse. Bajó la vista, apretó fuertemente los labios y volvió a mirar a la recepcionista.

Ness: Creo que averiguarás que ha cambiado de idea -dijo con el tono más neutro que pudo encontrar-.

Norah se quedó un rato en silencio, sin saber qué decir.

Norah: Entonces creo que debería...

Ness: Norah, por favor, deja que pague mi factura y que me marche.

La recepcionista la miró y supo que sería mejor hacerle caso.

Norah: ¿Quieres que te lo cargue a la tarjeta de crédito? -Vanessa asintió y le entregó la tarjeta. Después rechazó el recibo-. ¿No te vas a despedir de los demás? ¿Ni siquie­ra de Mona?

Se sintió culpable al pensar en cómo la miraría Mona si lo supiera. También a ella la había trai­cionado al averiguar cosas sobre su pasado que no eran asunto suyo.

Ness: Le mandaré una carta. Dile que lo siento.


Alex: ¿Cómo es posible? ¿Quién se lo dijo?

Ness: No lo sé. Después de cenar dijo que tenía que hacer una llamada y se marchó. Media hora después me dijo que... Media hora después me echó del hotel.

Alex: ¿Dónde estás ahora?

Ness: En Dolgellau.

Alex: Muy bien. Será mejor que vuelvas. Los de la compañía de seguros lo sentirán mucho, pero no es culpa tuya.

Ness: ¿De verdad?

Alex: No. Es culpa mía. El otro día vino un eventual cliente y hablé demasiado de ti. Le dije que en este momento estabas ocupada en otro trabajo y que no estarías disponible hasta la semana que vie­ne, más o menos. Por supuesto, no era un cliente. Era alguien que quería averiguar si trabajabas para mí. Qué estúpido fui.

Ness: Pero, para empezar, ¿quién podría saber que trabajaba para ti?

Alex: No tengo ni idea. Cualquier persona. Un anti­guo cliente, tu compañera de piso, tus amigas. Eres pintora, ¿no? Supongo que les dirías que te ibas a Gales.

Ness: ¡No! Sí, pero...

Empezó a hablar y se detuvo.

Alex: Como verás, no es muy difícil seguirte el rastro. Probablemente alguien invitó a una copa a tu com­pañera de piso y se interesó por ti. Debería haber supuesto que podía ocurrir algo así.

Ness: Sí -pactó con desánimo-.

Alex: Llamaré a mis clientes para decírselo. Ven a verme en cuanto llegues a Londres, ¿de acuerdo?

Había una cafetería cerca de la cabina que Vanessa había utilizado y entró para meditar. Había algo que no le cuadraba y no estaba dispuesta a irse de allí hasta que no hubiera descubierto de qué se trataba.

Desde el momento en que averiguó que el tapiz no se había quemado, había estado preguntándose quién, si no Zac, podía haberlo hecho. Porque nada más parecía tener sentido. Si un ladrón hubie­ra querido la tela, sólo habría tenido que robarla. De hecho, la había robado, a juzgar por lo que decían los peritos. Era una locura pensar que alguien fuera a incendiar el hotel, arriesgando su propia vida, para ocultar la desaparición de una obra de arte que valía como mucho cincuenta mil libras. Sin duda, nadie se arriesgaría a la condena que suponía la provocación de un incendio en un edificio habitado a cambio de una cantidad de dine­ro tan reducida, que podría haber obtenido de todas formas una vez robado el tapiz.

Ni siquiera entendía por qué lo habían robado. No era tan fácil de vender como un anillo de diamantes, por ejemplo. A no ser que alguien lo hubiera visto o hubiera oído hablar de él y hubiera encar­gado su robo. Aquello significaría que iría a parar directamente a una colección privada. No había necesidad de ocultar el robo, porque no volvería a verlo nadie más que el nuevo propietario y su círculo más íntimo. El ladrón no tendría que preocuparse por la posibilidad de que lo sorprendieran intentando buscarle salida en el mercado.

De modo que no tenía sentido que hubieran incendiado el hotel.

Sólo Zac podía beneficiarse tanto de la desa­parición del tapiz como del fuego. Aquél era el motivo por el que sospechaban de él.

Pero sabía que Zac no había salido beneficiado de aquel incendio. Había perdido para siempre cosas que tenía en gran estima, como el mobiliario anti­guo. Estaba convencida de que Zac era inocente. Sabía que no podía haber puesto en peligro la vida de nadie por obtener ganancias y sabía que no mentía cuando le dijo que el tapiz se había quemado. Parecía completamente convencido de ello.

De repente algo empezó a cobrar forma entre toda aquella confusión.

El hecho de incendiar un hotel para ocultar el robo de un tapiz de cincuenta mil libras solo podía ser obra de un demente. De modo que, a no ser que estuvieran enfrentándose a un psicópata, el hotel había sido incendiado por otro motivo.

Alguien quería quemar el hotel de Zac. Pero había algo más. Estaba el soplo que había llegado a la compañía de seguros. También querían que Zac fuera sospechoso de haber provocado el incendio. Era posible que el tapiz hubiera sido reti­rado no porque alguien lo quisiera, sino porque supieran que los aseguradores iban a descubrir que no había ardido. Era posible que solo hubieran robado el tapiz para convertir a su dueño en el principal sospechoso.

No podían saber que no estaba tasado en su valor real. Pero Zac lo sabía. Si hubiera tenido intención de quemar su propia casa para obtener el dinero del seguro, habría esperado a que un experto valorara la tela.

Alguien quería quemar el hotel. Había entrado por un túnel secreto cuya existencia desconocía todo el mundo. A última hora de la noche, alguien había entrado en el sótano por la cocina. Había cogido el tapiz y lo había llevado al pasadizo. Después había llevado al sótano las latas de gasolina y las había prendido. A continuación, había cerrado la puerta secreta del fondo del armario para después salir por la fortaleza.

Cerca de las ruinas pasaba un camino que conducía al pueblo. Se preguntó adónde llevaría en la otra dirección.

También había presenciado otros incidentes sospechosos. El carbón que ardía en la alfombra del salón, que había descubierto el perro, y la cañería rota, que también había sido descubierta por casualidad antes de causar daños más serios.

Y aquellas estúpidas hermanas videntes, con toda su charlatanería sobre los fantasmas siniestros, habían cegado a todo el mundo sobre lo que ocurría en realidad. Alguien estaba saboteando a Zac y no le importaba poner en peligro otras vidas.

Ness: No voy a volver -anunció-.

Alex: ¿Qué? Quieren hablar contigo. Quieren que les presentes un informe -dijo sorprendido-.

Ness: ¿Quién es ahora el que parece salido de una película? Me da igual lo que quieran. Aquí pasa algo raro y no estoy dispuesta a irme antes de averiguar qué es.

Alex: Lo único que pasa es que el propietario provocó un incendio. Está más claro que el agua. Como no saques las narices de este asunto, mis clientes se van a enfadar conmigo.

Ness: Yo estoy aquí y tú no. Sé lo que digo.

Alex asimiló sus palabras en silencio.

Alex: A los del seguro no les va a gustar nada todo esto. Y desde luego, no estarán dispuestos a seguir corriendo con tus gastos.

Ness: Me da igual. Me despido.

Alex: ¿Te vas a pasar al enemigo? Ten cuidado con lo que le dices.

Ness: Tranquilo. Solo quiero averiguar la verdad. ¿O no es eso lo que quieren tus clientes?

Alex: Sabes que ellos prefieren tener una mentira y no pagar a tener la verdad y soltar el dinero. Las compañías de seguros no son ángeles. Pero te entiendo. ¿Dónde te vas a alojar? Supongo que no te quedarás en el White Lady.

Ness: No. Por el momento, daré una vuelta e intentaré encontrar otro hotel.

Alex: Llámame. Empiezas a preocuparme. Y otra cosa...

Ness: ¿Sí?

Alex: Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.

Había otra cosa que la preocupaba. Zac era la única persona a la que había mencionado la escuela de arte Slade.

La puerta se abrió, y él estaba allí, mirándola con frialdad.

Zac: ¿Qué haces aquí? -preguntó con indignación contenida-.

Vanessa vaciló, pero no se echó atrás.

Ness: Quiero hablar contigo.

Zac: Ni hablar. No quieres hablar conmigo si sabes lo que te conviene. No me interesa hablar con hipócritas.

Ness: Dijo la sartén al cazo.

No tenía intención de decir algo así. Quería exponerle sus sospechas de forma calmada y razonable, para convencerlo. No quería acusarlo directamente de haberla investigado mientras él la investigaba a ella.

Zac: Déjame en paz.

Ness: ¿Quién contrató a alguien para que averiguara algo sobre mí, Zac? ¿Quién sabía que había estudiado en la escuela Slade? ¿A quién había hablado de Ashley? Sólo tú. Tú eres la única persona que puede haber puesto sobre mi pista al detective que averiguó para quién trabajo.

Entró en la habitación, y Zac se lo permitió, pero se quedó mirándola inmóvil, con la mano en el picaporte.

Zac: Yo no pedí a nadie que te investigara.

Ness: Entonces, ¿se le ocurrió a algún amigo tuyo tener el detalle de regalarte el informe? Porque lo miraste, ¿no? Lo leíste y lo creíste.

Zac: ¿Insinúas que lo que ponía en él no era cierto?

Aquello era ridículo. No iba a llegar a ninguna parte diciéndole lo dolida que estaba.

Ness: Zac -dijo con tono insistente-, ¿no te das cuenta de que aquí pasa algo muy raro? El tapiz fue robado. No se quemó en el incendio y no hay ni rastro de él. Se supone que no debería decírtelo. Alguien está detrás de ti o quiere este lugar, ¿no te das cuenta? Quiero ayudarte.

Zac: ¿Es eso lo que querías decirme?

Ness: ¿Quién te contó lo mío? ¿Con quién hablaste? -Zac se limitó a mirarla con cansancio-. ¿No ves que es muy importante? -insistió-. La persona que lo hizo debió darse cuenta de que yo quería demostrar tu inocencia. Querían detenerme. Querían que se te acusara de provocar el incendio. -Zac la miró con resignación, como si le hubiera tocado un interlocutor aburrido en una fiesta, esperando a que acabara para marcharse-. ¿Quién es Brian Arthur? ¿Te lo has preguntado alguna vez? -preguntó desesperada-. ¿Qué está haciendo aquí? Puedo asegurarte que no es lo que parece.

Zac: Pocas personas lo son hoy en día.

Vanessa sintió que le rompía el corazón. Había intentado no hacerse demasiadas esperanzas, pero no había tenido éxito. No podía soportar que la mirara de aquel modo, odiándola por lo que había hecho. Corrió hacia él y se abrazó a su cuerpo, pero sólo obtuvo una completa falta de respuesta.

Zac estaba tenso. La cogió de los brazos y la apartó lenta y duramente, de forma que no pudo resistirse. La presión de sus manos dolía. Sabía que le dejaría alguna marca, porque tenía una piel muy sensible.

Ness: ¡Zac! -rogó, cuando la soltó por fin-.

Zac: Si vuelves a acercarte a mí, no me hago responsable de las consecuencias.

Ness: Zac, te quiero...

La miró sin sentimiento alguno. De forma inconsciente, ella se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

Zac: Te aseguro que no he experimentado nada más repugnante y feo que tener que escuchar una mentira así de tus labios.

Aquella frase acabó con todos los sueños de Vanessa, con todas las esperanzas que albergaba para el futuro.

Se quedó allí, impotente y sin habla, mientras él abría la puerta. En aquel instante, su corazón parecía de piedra. Pero sabía que cuando se quedara a solas volvería a ser de carne y hueso y entonces la hoja de su odio lo cortaría en dos.

En aquel instante apareció Theresa Kouloudos.

Theresa: Qué oportuno. Precisamente estaba a punto de llamar. Ya veo que recibiste mi mensaje. Ah, hola, Vanessa.

Ness: Hola, Theresa. Precisamente me marchaba en este momento.

Theresa: Oh, no te marches, por favor. Quiero hablar con vosotros dos. Tenemos un contrato.

Vanessa pensó que Theresa no era el tipo de persona con quien le habría gustado encontrarse en un callejón oscuro. Arrollaba a cualquiera que se interpusiera en su camino. De algún modo, se las había arreglado para sentarse a la mesa con ellos.

Ness: Pero ya he metido las maletas en el coche -protestó la detective-. No puedo quedarme. Tengo que irme de viaje para pintar unos cuantos cuadros.

Estaba dispuesta a seguir mintiendo para que no supiera que Zac la había echado. Miró al dueño del hotel y se preguntó por qué no decía algo que reafirmara su excusa. Obviamente, no quería que permaneciera en aquel lugar.

Pero Zac no dijo nada. Se limitó a mirar a las dos mujeres como si estuvieran en una obra de teatro.

Theresa: ¿Cómo puedo convencerte para que te quedes hasta... No sé -dijo casi en tono de orden-. Betty quiere presentar el libro a unos editores estadounidenses y pretende tenerlo preparado el mes que viene. Cuanto más completo sea el libro, más oportunidades tendremos de que lo publiquen. Le gusta mucho la idea, pero no puede embarcarse en una edición tan cara sin la ayuda de editoriales importantes. De modo que le dije que no teníais ningún otro compromiso y que os pondríais a trabajar a fondo durante las próximas semanas. No tienes nada importante que hacer por el momento, ¿verdad, Zac?

La expresión de Zac era impenetrable.

Zac: ¿Cuándo quiere que lo tengamos?

Theresa: Se marcha a los Estados Unidos el diez de septiembre.

Zac: De acuerdo -dijo, encogiéndose de hombros-.

Theresa los miró, como si su falta de entusiasmo la hubiera contagiado. Pero en cualquier caso, no era una persona que dejara que los problemas amorosos de los demás interfirieran en el contrato de un libro.

Theresa: Muy bien -sentenció-. En tal caso, haremos que Vanessa se instale abajo. Tendréis que estar cerca para poder colaborar.

El rostro de Zac no expresaba emoción alguna.

4 comentarios:

Natasha dijo...

que genial... el misterio ya tiene forma!!! adoro el misterio... jajajajaja peropobre nessi, zac no le cree :(
buee...
adoro tu nove!!
siguela!!...
byee bessitox

Natasha dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

caromix27:
cabezon zac!
hazle caso a nessy,ella te quiere!!
espero q lo solucionen!
sigan comentando chicas!
tkm mi ali!

LaLii AleXaNDra dijo...

Wao ya se vab mejorabdo las cosas en la cabeza de vanessa...
ella tiene razon el que la delato puede ser el culpable...
siguela..
ahora vanessa se queda, que hará zac?
siguela :)

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