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viernes, 30 de septiembre de 2011

Capítulo 6


Zac no volvió a la ciudad hasta el lunes por la tarde.

Después de irse de la escuela de Brian, estuvo dando vueltas con el coche durante cuatro horas, totalmente preocupado por el aspecto desanimado y alicaído de su normalmente enérgico sobrino. Se sentía morir al ver a Brian tan deprimido. Y le provocaba ganas de exigirle a su hermano un poco de sentido común y, más importante aún, unas cuantas prioridades.

¿Acaso Stephen no veía lo que le estaba haciendo a su hijo? Zac entró a zancadas en su apartamento de la zona alta, se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre el sofá. Se sentía abatido. Había salido del apartamento al amanecer, había llegado al despacho antes de las siete y se había marchado de allí a las diez para volver a un barrio del que había huido dos días atrás. ¿Y por qué? Porque albergaba la esperanza de encontrar allí algo que lo tranquilizara. En lugar de eso, había visto a Brian peor aún que el sábado. Obviamente, la tensión entre Stephen y Nancy había estallado en algún momento entre el sábado por la tarde (después de las duras palabras que Zac y Stephen intercambiaron a puerta cerrada) y el lunes por la mañana, cuando Brian se iba a la escuela. Siendo tan sensible como era, Brian recogía y guardaba en su interior cada una de las gotas del estrés de sus padres. Un estrés que podía evitarse totalmente, si Stephen así lo quisiera.

Maldita sea. Su hermano volvía a apostar.

Mascullando para sí, Zac se acercó al mueble-bar y se sirvió una copa. Con ella en la mano, fue hacia el ventanal del salón y contempló la silueta de los edificios de Manhattan contra el cielo.

Stephen había empezado a apostar cuando cursaba los estudios en el instituto. Incluso antes, si valían asuntos de menor importancia como apostar con sus compañeros si el equipo de la escuela iba o no a llevarse el trofeo de aquel año. De ahí, la cosa pasó a apuestas más fuertes y a frecuentar locales pro-béisbol (cifras bajas para los partidos de la temporada y miles de dólares para los partidos de Súper Copa y Mundial). La adicción empeoró con el paso del tiempo. Y, al mismo ritmo, la personalidad de Stephen se hizo más y más errática, inestable, a veces eufórica, a veces hundida. Sus altibajos podían llenar una enciclopedia.

Zac conocía y entendía la raíz del problema de su hermano mejor que ninguna otra persona. Stephen necesitaba reafirmarse, demostrar que era un vencedor.

Para cumplir con las expectativas de su padre. Zac no disfrazaba la realidad. Harrison Efron era un despótico hijo de puta cuya obsesión por ganar dinero tan solo se veía superada por su obsesión por el poder. Creía en vencer, siempre, y fueran cuales fueran las circunstancias, y no estaba dispuesto a aceptar que sus hijos fueran menos.

Stephen tuvo la mala suerte de ser el primogénito. Tres años mayor que Zac, se estableció inmediatamente como el preferido de papá. Las mejores escuelas, las mejores notas, el capitán de la mayoría de los equipos de competición universitaria. De ahí, a Yale y a la Facultad de Derecho de Yale. El plan constaba de una serie de pasos que afianzaban el camino: primero, reconocido abogado; luego, destacada figura política en el ámbito local; después, un salto al Senado; de ahí, al Congreso y (con el currículum, la imagen, el programa y el aval adecuados) directo a la Casa Blanca.

Jamás se habló de lo que realmente quería hacer Stephen porque para su padre, no tenía la menor importancia. Y tampoco se tuvo en cuenta sus aptitudes, los temas que le interesaban o su carácter. Harrison Efron siempre lo decidió todo. Y Stephen obedecía.

El camino de Zac fue más fácil. Para empezar, era el segundo hijo. Las expectativas eran distintas. Además, encajaba en el perfil profesional de su padre de una forma admirable. Tenía una inclinación natural para hacer dinero. A los ojos de Harrison, eso le convertía en su fiel reflejo. Y, sin un rol que desempeñar ni un récord nacional que alcanzar, Zac era libre de perseguir su meta: labrarse un camino en Harvard, obteniendo directamente la graduación en estudios comerciales. Desde el principio, estuvo claro que Zac tenía talento para llevar a cabo las inversiones adecuadas. Eso le proporcionó importantes puestos de trabajo y enormes ganancias. Al cumplir los veinte, fundó su propia compañía y llevó las riendas de su vida él solito. A los veintisiete, ya era millonario. Como resultado, se ganó el respeto de su padre y cumplió también sus expectativas.

Las que se referían a Stephen eran mucho más elevadas y a más largo plazo. Zac era un hecho consumado; Stephen, una tarea a medio hacer.

Harrison no tenía ni idea de la adicción a las apuestas de su hijo. Zac siempre se encargó de ello personalmente, apartando a Stephen del juego cuando estaba metido hasta el cuello o dando la cara por él cuando era necesario. Y, más importante aún, hablaba con él, o quizá fuera más ajustado decir que lo sermoneaba. Buscar ayuda profesional no era una opción posible... si llegaba a oídos de la prensa el motivo de su terapia, Stephen estaría acabado. Así que dependía de la gente que apreciaba a Stephen (Zac, desde el principio, y después también Nancy) proporcionarle la fuerza que necesitaba para mantenerse alejado del juego.

Después de casarse, ser padre, ejercer como alcalde con éxito, y con Zac siempre vigilante, Stephen mejoró, finalmente. Consiguió llevar el control de su vida y desterrar su adicción en un oscuro rincón de su pasado, donde siempre se quedó.

Hasta que se puso en marcha aquella maldita carrera hacia el Senado.

De repente, la presión de tener que triunfar, de tener que ser el mejor, de tener que ganar volvía a aparecer ante sus ojos y le acechaba como un animal depredador.

Zac percibió la transición de la personalidad de su hermano alrededor de la noche de Fin de Año, cuando empezaron los planes de la campaña. Zac observó a Stephen calladamente, sin decir nada a nadie... ni siquiera a Nancy, cuyo exagerado brillo en los ojos y sonrisa demasiada radiante delataban que ya lo sabía. Zac rogó por estar equivocado. Pero todos sus instintos le gritaban que los fantasmas del pasado de Stephen estaban asomando de nuevo. Incapaz de dejar a un lado su preocupación, empezó a visitar Leaf Brook más a menudo, a estudiar el comportamiento de Stephen y, más delicado aún, a observar los posibles efectos sobre Brian.

Hasta ahora, Brian parecía estar perfectamente.

Pero el sábado pasado todo se desencadenó. El comportamiento de Stephen (la llamada urgente que hizo, sin poder esperar a que el partido terminara y su hipersensibilidad en lo referente al aval financiero de su campaña) confirmó las peores sospechas de Zac. Y la reacción adversa de Brian confirmó sus peores miedos.

Aquel excepcional crío se estaba convirtiendo en víctima de la guerra de Stephen. La charla entre Zac y Stephen no había sido en absoluto agradable. Zac no se había preocupado en medir sus palabras y le recordó sin contemplaciones a su hermano los tinglados del pasado que habían costado una fortuna y que habían llenado de tensiones el matrimonio de Stephen. También le refrescó la memoria en cuanto a que ahora tenía un hijo que era lo suficientemente mayor y despierto para notar el comportamiento de su padre y, por lo tanto, para sufrir las consecuentes heridas emocionales.

Stephen se había rebotado y ambos acabaron discutiendo a gritos. La cosa terminó cuando Stephen llamó a Zac bastardo mojigato, con todas las letras, y le aconsejó meterse en sus propios asuntos, coger su maldito dinero y sus sermones paternalistas e irse directamente al infierno.

Zac se sentía furioso. Estaba fuertemente tentado de largarse y no volver más. Y podría haberlo hecho, de no ser por Brian. Pero no podía soportar la idea de que su sobrino sufriera a causa de la debilidad de Stephen y la incapacidad de Nancy para enfrentarse a la verdad. Brian necesitaba estabilidad en su vida, necesitaba a alguien con quien contar. Y, por ahora, ese alguien era su tío Zac. Su tío Zac y Vanessa Hudgens.

No cabía la menor duda de que Brian tenía un aliado en la señorita Hudgens. La dedicación de ésta hacia Brian los últimos años hablaba por sí misma. Y hoy... bueno, desde luego, ella había dejado muy claro lo mucho que le importaba aquel chaval. Por no mencionar su actitud protectora hacia él. Tanta y tan profunda implicación era de admirar.

Jugueteando con la copa entre ambas palmas, Zac pensó en la profesora de Brian y reflexionó sobre la breve conversación que habían mantenido unas horas antes.

Vanessa Hudgens no era exactamente como él había supuesto en un principio. Oh, algunas de sus observaciones sobre ella sí eran acertadas. La naturalidad, por ejemplo. Vanessa Hudgens veía el mundo a través de unos ojos que, sorprendentemente, no estaban velados por el cinismo o por el deseo de cumplir con unas metas egoístas. Sus atributos físicos eran también naturales e igualmente notables... hecho del que Zac no podía evitar darse cuenta, incluso con la mente preocupada por Brian. Y, por supuesto, había que tener en cuenta también los sentimientos de Vanessa Hudgens hacia Brian, que eran totalmente sinceros.

Por otro lado, aquella maestra tenía más agallas de lo que Zac había imaginado, a lo que había que sumar un humor punzante y una impresionante manera de acercarse sin rodeos, directa. Según la experiencia de Zac, la gente poseía desparpajo, o era irónica, pero raras veces directa. Y, viniendo de una idealista maestra de escuela primaria, aquello le sorprendía.

En cuanto a lo que ella había notado en Brian, su percepción era exacta. En cierto modo, eso era bueno, porque no lo perdería de vista y lo seguiría observando con el celo de un halcón, por si aparecían signos de nerviosismo o abatimiento. Por otra parte, si a ella no le gustaba lo que veía, podía llevar el asunto un poco más allá. Podía ponerse en contacto con Nancy y Stephen, o comentar su preocupación con alguno de sus superiores. Y eso podía acarrear problemas con el efecto de una bola de nieve.

No había que dejar que Vanessa Hudgens se involucrara más y más en aquel problema. Tenía que mantenerse al margen de todo aquello. Dependía de Zac procurar que así fuera.

Por los medios que hiciera falta.


1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

los necesita a los DOS.. A vanessa y Zac... no solo a Zac...
hay Zac pobre el tio protector con los problemas de su hermano..
siguela
;)

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