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domingo, 11 de septiembre de 2011

Capítulo 17


Regresó a la habitación de Llewelyn y se sen­tó mirando las paredes. No sabía qué estaba haciendo allí.

No podía olvidar la frase que había dicho Zac. Pensaba que había mentido al decir que lo amaba. Cerró los ojos. Durante unas cuantas semanas, había creído que el amor podía vencer cualquier obstáculo, pero acababa de despertar del sueño y de manera brutal. No estaba dis­puesta a dejarse atrapar de nuevo en la trampa de la seducción. Zac era menos patoso que Drew, pero mucho más peligroso. Llevada por la desesperación y por sus propios traumas, había interpretado la frase de Zac como una prueba de que la consideraba fea. A la luz de aquella interpretación, hasta pensaba que Drew había sido más sincero, porque cuando vio su defor­midad no pretendió en ningún momento hacerle creer lo contrario.

En cierto modo, la herida que le había producido era relativamente limpia. Un solo golpe, seco y profundo. Zac la había destrozado con una sola frase y dudaba que pudiera olvidar nunca la expresión de sus ojos.

Una vez más, se preguntó qué estaba haciendo allí. Zac no la quería y ya no lo deseaba. Vanessa no deseaba hacer nada, excepto taparse bajo las sábanas y dormir. Dormir y despertar en otra vida, donde pudiera ser más fuerte, más guapa, más invulnerable. No quería ser fea, débil y sentimental.

De hecho, consiguió dormir. Y cuando despertó, se sentía enferma y algo marcada. Ni siquiera bajó a tomar el té. Se limitó a ducharse en el antiguo cuarto de baño y a pasear por su habitación, incapaz de concentrarse en la simple tarea de deshacer las maletas.

Mientras se vestía, ni siquiera se miró en el espejo. Cuando quiso cenar, condujo hasta el pub cercano. La tormenta que había amenazado durante todo el día no había estallado aún. Pidió pollo con patatas fritas y se sentó en una esquina, sola, escuchando las risas y las conversaciones cercanas y levantando el escudo protector que siempre llevaba, para que nadie se fijara en ella.

Sin embargo, había bajado el escudo con Zac. Y le había gustado experimentar aquella sensación de libertad, de carencia de complejos. De todas formas, la desconfianza formaba parte de su naturaleza y rápidamente había levantado de nuevo los muros. Apenas era consciente de que lo que consideraba una simple estrategia defensiva constituía la peor de sus prisiones. Solo sabía que una vez más controlaba su vida. Y no necesitaba ningún hombre.

La tormenta estalló mientras estaba comiendo, pero no duró demasiado. Cuando salió del pub se dirigió hacia el coche. Pero al pasar por delante de una cabina se detuvo y entró.

“Éste es el contestador automático de Pettyfer Investigations. En éste momento no podemos atender su llamada. Por favor, deje su mensaje cuando termine la señal”.

Ness: Alex, soy Vanessa -empezó a decir-. Sólo quería...

En aquel instante alguien descolgó el teléfono.

Alex: Hola, morena. ¿Cómo van las cosas?

Alex tenía la costumbre de no contestar las llamadas a partir de cierta hora, porque los clientes lo llamaban siempre a casa.

Ness: Nada importante. Solo quería decirte que voy a alojarme en el White Lady.

Alex: Ah.

No hizo ninguna pregunta. En cualquier caso, no sabía lo que había sucedido. No podía saber la terrible traición que había cometido Vanessa.

Ness: Supongo que me quedaré un par de semanas, hasta que descubra algo más. ¿Algo nuevo?

Estaba dispuesta a averiguar lo sucedido. No dejaría que Zac la asustara.

Vanessa pudo oír que su jefe consultaba su agenda.

Alex: Ah, sí, algo sobre esas dos hermanas. Emerson. Por fin hemos conseguido encontrar algo sobre ellas.

Ness: ¿Entonces es cierto que escribe libros?

Alex: No solo no es escritora, sino que ni siquiera están en el negocio.

Ness: ¿A qué negocio te refieres? ¿Al de escribir? Pero si...

Alex: No, no. Al negocio de las videntes. Priscilla no es médium, ni echadora de cartas, ni una de esas charlatanas que estafan a los ignorantes con el más allá y el destino. Ninguna de sus amigas ha oído nunca que utilice la palabra «vibraciones» -dijo con ironía-.

Ness: ¿Cómo? -preguntó la detective, pensando con rapidez-. ¿Qué quieres decir?

Alex: Que es una impostora.

Ness: Pero, ¿por qué?

Alex guardó silencio durante unos segun­dos. Vanessa se dio cuenta de que se estaba quedando sin monedas y echó unas cuantas más.

Alex: No lo sé muy bien. En cuanto a la otra, la hermana...

Ness: Madeleine.

Alex: Madeleine Emerson es profesora en un cole­gio. Da clases de inglés e historia en un colegio femenino bastante caro. Va a jubilarse este año.

Ness: Me extraña que no se dedique al teatro.

Alex: ¿Cómo?

Ness: Nada, nada. ¿A qué se dedica Priscilla?

Alex: Vive en casa de su hermana. Era secretaria, pero dejó el trabajo hace cinco años. Desde enton­ces, no ha estado empleada.

Ness: Eso no tiene sentido, Alex. Ni siquiera estaban aquí cuando empezó el fuego.

Alex: Tampoco estaban en su casa. Se marcharon a pasar unas largas vacaciones la última semana de mayo.

Ness: El fuego se produjo en la segunda semana de junio, ¿no es cierto? Y creo que llegaron diez días más tarde. ¿No existe alguna forma de que poda­mos averiguar lo que estuvieron haciendo entre tanto?

Alex: Resultaría difícil de averiguar, Vanessa. Y no ten­go a nadie que pueda encargarse de ello. La infor­mación que te acabo de proporcionar me ha costado doscientas libras. Digby es bueno, pero caro.

Ness: ¿No podrías hablar con tus clientes para con­tarle lo que sospechas? Supongo que les encantaría descubrir que se trató de un pirómano, fuera quien fuese.

Alex: Si pensaran que pueden demostrarlo, lo harían. De acuerdo, hablaré con el cliente. Les diré que sigues trabajando en el caso e intentaré sacarles dinero.

Ness: De todas formas, no tiene sentido -tuvo que admitir-. ¿Por qué querrían quemar el hotel las dos hermanas?

Alex: Me gustaría saberlo. Ah, una cosa más. Tenías razón con respecto a Brian Arthur. Es detective.


Ness: Escúchame -rogó-. ¡Por Dios, escúchame aunque solo sea cinco minutos!

Zac la miró con aburrimiento, como si se tratara de una cargante vendedora de productos de limpieza.

Zac: No me interesa lo que tengas que decir.

Ness: Te equivocas. Por favor, Zac. Olvídate de todo durante un momento y escucha. Solo te pido cinco minutos. Eso es todo.

Zac la dejó entrar y ella caminó hacia la mesa. Estaba llena de recuerdos, pero habría sido peor de tratarse del sofá. Se sentó y sacó una pequeña libreta en la que había escrito unas notas. Zac permaneció de pie. Cogió el vaso de whisky que estaba bebiendo, pero no le ofreció nada. El fuego estaba encendido y había un libro abierto sobre el sofá. Bill dormía sobre la alfombra. Obviamente, había interrumpido una tranquila e íntima velada. Zac no parecía estar sufriendo. No la necesitaba. Nunca la había necesitado.

Le habría gustado que se sentara, pero no lo hizo.

Ness: Muy bien. ¿Te interesaría saber que Priscilla Emerson no es ni ha sido nunca vidente?

Zac: No.

Ness: Pero Zac, se ha hecho pasar por algo que no es en realidad...

Zac: Mucha gente empieza a creer en esas cosas cuando tiene problemas. Y si no cree, al menos puede estafar a algún inocente. Es como una enfermedad.

Ness: Pero dijo que estaba escribiendo un libro. Se ha hecho pasar por...

Zac: El mundo está lleno de farsantes. ¿O es que no te habías dado cuenta?

Vanessa suspiró, bajó la cabeza y leyó sus notas.

Ness: Te lo diré de todas formas. Salieron de su casa la última semana de mayo.

Zac: Lo sé. Por eso no recibieron el mensaje cuando las llamé para cancelar sus reservas.

Ness: Oh -dijo algo derrotada-. Jeremy Wilkes no es pariente del conde Spencer. Y no ha publicado nada con su propio nombre, por lo que he podido averiguar.

Zac rió.

Zac: Jeremy no engañaría a nadie. Cuando lo conozcas mejor, si es que tienes la oportunidad, te darás cuenta de que no engaña a nadie con sus fantasías.

Ness: ¿Y por qué sigue aquí?

Zac: Supongo que no tiene a dónde ir -contestó encogiéndose de hombros-. Antes del incendio tuvimos una chica que trabajaba limpiando las habitaciones, a la que consiguió impresionar con sus hipotéticas conexiones con la aristocracia. Siempre lo trató como si perteneciera a la realeza. Aquí puede hacerse pasar por lo que quiera y nadie mete la nariz en sus asuntos. Pero si piensas decirme que él incendió el hotel...

Ness: No. Sólo observaba que...

Zac: Al parecer hay muchas personas aquí que no son lo que parecen. Pero ya me había dado cuenta -dijo con ironía-.

Vanessa decidió no decir nada sobre Mona, sabiendo que no llegaría a ninguna parte.

Ness: Brian Arthur es detective privado. Pero nadie sabe para quién trabaja. Desde luego, no lo ha contratado la compañía de seguros.

Zac: Ya veo -dijo sin inmutarse-.

Ness: ¿Cómo? -estalló-. ¿Es que no te das cuenta de lo sospechoso que es todo esto? Algo raro está ocurriendo y tú eres el objetivo.

Zac: Sí, claro.

Ness: ¿No te das cuenta? Si uniéramos la informa­ción que tenemos los dos...

Zac: No creo que sea posible -la interrumpió-. ­Trabajar contigo en un proyecto es más que suficiente.

Vanessa comprendió que nunca creería en ella. Ni siquiera la escuchaba.

Se levantó y guardó la libreta y el bolígrafo.

Ness: Estás loco -dijo enfadada-.

Zac sonrió con dureza.

Zac: Nunca lo he dudado.

Sin pensarlo, se acercó a él y colocó las manos sobre su pecho. Él la cogió por los hombros y Vanessa supo que iba a empujarla violentamente. Pero entonces sintió que temblaba y que su auto­dominio se derrumbaba como un castillo de naipes. Para su sorpresa, sus manos empezaron a moverse, pero no para rechazarla, sino para atraerla hacia él. La abrazó con fuerza y la besó.

Vanessa gimió al sentir el contacto y se frotó con­tra él. Sintió que su espalda chocaba con la mesa mientras la besaba de forma apasionada. Empezó a juguetear con su cabello mientras Zac asaltaba su boca dominado por la pasión. Sintió su mano en la falda, subiendo, mientras sus labios se posaban sobre su cuello, en su garganta, en todos los puntos que estaban a su alcance.

Excitada, notó que la pasión ardía en sus venas.

Ness: ¡Zac! -gimió-.

Pero no la escuchó. Introdujo una mano por debajo de sus braguitas y empezó a acariciarla.

Después echó la cabeza hacia atrás, la cogió por el pelo y dio la impresión de que hacía un esfuerzo sobrehumano por recuperar el control de la situación. Durante unos segundos, pudo con­templar el deseo en el rostro de Vanessa. Entonces dijo:

Zac: No te importará que me tome una pequeña venganza, ¿verdad? Eres una bruja sin corazón. ¿Crees que podrás convencerme entregándome tu cuerpo? ¿Crees que podrás engañarme de nuevo acostándote conmigo?

Vanessa se quedó helada. Pero Zac no se alejó de ella. Bien al contrario, la atrajo hacia sí.

Ness: No. No es como tú crees...

Zac sonrió.

Zac: ¿No? ¿Es que no te gusta oír la verdad? ¿Pre­fieres tus mentiras?

Ness: ¡No eran mentiras! ¡No es cierto!

Entonces rió y la soltó. Y su rostro no expresó emoción alguna. Ni siquiera desprecio.


El camino que pasaba junto a la fortaleza, ade­más de conducir a Pondewi, como Vanessa sabía, seguía en la otra dirección por un valle y acababa en una colina con vistas a la desembocadura. Había estado allí, pintando las vistas.

Si alguien había usado el camino para llegar al túnel, pensó, no habría salido del pueblo. No se podía arriesgar a ser visto. En los pueblos pequeños, la gente no tenía mejor cosa que hacer que observar los movimientos de los demás y hacer suposiciones sobre ellos. La gente que había provocado el incendio solo podía querer dos cosas: que el hotel se quemara o que Zac fuera acusado del delito. En cualquier caso, esperarían una investigación policial, y en tal caso, habrían interrogado a la gente del pueblo para preguntar a quién habían visto aquella noche. Por tanto, era probable que hubieran ido en la otra dirección.

Vanessa empezó a caminar hacia la desembocadura, y al cabo de poco tiempo, llegó a lo que había estado buscando: una bifurcación en el camino. A la izquierda se extendía la ruta que ya había recorrido para ir a pintar, y por la derecha, en un camino casi oculto por la vegetación, se llegaba a la carretera principal.

Cerca de allí, había un hueco en el que cabían unos cinco vehículos. Era bastante frecuente que hicieran aparcamientos en las partes de las carreteras que accedían a las vías peatonales.

De modo que habían dejado allí el coche, habían ido a pie hasta el muro de la fortaleza, lo habían saltado y habían soltado uno de los tablones que bloqueaban el acceso a la mina. Después, habían bajado al túnel. Una vez robado el tapiz y provocado el incendio, habían recorrido el mismo camino de vuelta y se habían marchado. A sus espaldas, las llamas ya debían alzarse hacia el cielo, mientras Zac libraba una terrible batalla para salvar su casa y las vidas de sus inquilinos.

Ahora todos sabían lo suyo, aunque nadie se lo había dicho. No se sabía de dónde había salido la información, pero se había difundido y el ambiente era bastante frío.

Ness: ¿Crees que soy una persona terrible? -preguntó a Mona-.

Mona: Bueno, querida, habría sido peor si hubieras aceptado el trabajo después de conocernos. Supongo que encontramos desagradable este asunto porque parecías encajar perfectamente.

Ness: Pero eso no era fingido. Era cierto. Es lo que lo hizo tan difícil para mí.

Mona: Pero seguiste con ello.

Ness: Solo porque... Me gustaría poder explicártelo. Estaba atrapada.

Mona sonrió con tristeza.

Mona: Supongo que todos conseguiremos perdonarte con el tiempo. Y, por supuesto, resulta emocionante haber sido el objeto de una investigación. Estoy segura de que el mes que viene, Jeremy ya se estará dedicando a exagerar tu personaje cuando te describa.

Ness: ¿Crees que Zac llegará a perdonarme?

Mona: Bueno, con Zac tienes la historia en tu contra.

Ness: ¿La historia? -repitió desconcertada-.

Mona: Me preguntaba si lo sabrías. Entonces, ¿no averiguaste eso? El padre de Zac era juez. Se trataba del primero de su familia que conseguía llegar tan lejos. Su esposa, la madre de Zac, se quedó inválida cuando tenía unos cincuenta años, más o menos. Siguieron amándose, pero ella estaba incapacitada para el amor físico.

Ness: No tenía ni idea de eso.

Mona: No. Todo se publicó en los periódicos hace quince o veinte años, pero nunca se ha vuelto a hablar del tema. Pero recuerdo cuando lo conocí.

Ness: ¿Por qué se habló de eso en los periódicos? ¿Qué ocurrió?

Mona: Tal vez en la actualidad sea más normal, o al menos esas cosas salen ahora a la luz con más frecuencia que antes. Pero en aquella época, fue una conmoción. El padre de Zac tenía una que­rida. Al parecer, la trataba muy bien. Le dijo la verdad; le confesó que seguía enamorado de su mujer y que nunca se casaría con ella. Le abrió una cuenta para asegurarse de que nunca le faltaría el dinero. Fue un trato amistoso. Después, lo arma­ron caballero.

Ness: ¿El padre de Zac era caballero? -preguntó sorprendida-.

Mona: Llegó al Tribunal Supremo. Todos sus miembros son armados caballeros casi automáticamente, porque el mismo Tribunal Supremo los apoya. Para él era un logro increíble, ya que procedía de una familia de granjeros. Pero el encanto de la publi­cidad resultó irresistible a la chica. Cuando el nom­bramiento se hizo oficial, ella vendió su historia a los periódicos.

Ness: ¿A los periódicos? -preguntó con incre­dulidad-.

Sin embargo, no se trataba de nada nuevo. Suce­día todos los días.

Mona: Bueno, a un periódico sensacionalista. En aquella época solo había dos, pero los tiempos han cambiado y en Gran Bretaña no se lee otro tipo de prensa. Ya sabes cómo es la gente de quisquillosa en este país con la vida privada de los personajes públicos, de modo que el juez tuvo que dimitir. Nadie se había enterado de que la madre de Zac no podía mantener relaciones sexuales, pero todo salió a la luz. Puedes imaginar con qué palabras. Sin duda, ella entendía el acuerdo al que había llegado su marido, aunque no sé si estaba informada antes de que se publicara. Pero el caso es que murió a las dos semanas. Ya sabes cómo es la prensa. Su muerte solo añadió más leña al fuego.

Ness: Dios mío -dijo intuyendo adónde con­ducía aquello-.

Mona: Sí, debió ser horrible. El padre de Zac se suicidó dos días después de la muerte de su mujer.

Vanessa estaba horrorizada.

Ness: ¿Cuántos años tenía?

Mona supo a quién se refería.

Mona: Pocos. trece o dieciséis.

Ness: ¿Dónde está la mujer que...?

Mona: No tengo ni idea. Cayó en el olvido.

Ness: Supongo que escribe bajo seudónimo para evi­tar que la historia salga de nuevo a la luz.

Mona: Es posible. Siempre me pareció un hombre muy reservado.

Ness: Y ahora me ve a mí como otra vendida.

Mona: Pero los casos son muy distintos -dijo intentando tranquilizarla-.

Pero no era así. Desde el punto de vista de Zac, desde cualquier punto de vista, los casos eran demasiado parecidos.

Debía concentrarse en el trabajo, en el Mabinogion. Ocurriera lo que ocurriera, aquélla era una importante oportunidad para ella. Sería estúpida si la desperdiciaba.

Sacó todos los bocetos que había hecho, los que había apartado cuando Madeleine había entrado en su habitación. No los había mirado desde entonces. Tal vez se inspirase si los repartía por su habitación.

Pero nunca volverían a inspirarla. Alguien los había emborronado con un rotulador negro, destrozando a conciencia todos los bocetos tan cuidadosamente dibujados. Y en los trazos veía una violencia que la dejaba helada.

Ness: Mira. ¿Te das cuenta de que puede haber algún peligro?

Zac: Te estás poniendo pesada. ¿Qué quieres ahora?

La puerta de Zac estaba abierta. Vanessa había entrado y lo había encontrado en su escritorio.

Ness: No me creerías si te lo dijera. ¿Has pensado en todo esto? Si no fue el fantasma el que puso el carbón en la alfombra y rompió la cañería, como afirma Priscilla, ¿quién lo hizo y por qué?

Zac: Los accidentes ocurren.

Ness: ¿Preguntaste a Evan en qué estado se encontraba la cañería? Yo sí. Dijo que alguien la había roto a propósito. Y dime cómo puede ser que un carbón encendido acabe a un metro de una chimenea que tiene panel protector.

Zac: Olvídalo. No tienes motivos para preocuparte y tus jefes preferirían que te concentraras en demostrar mi culpabilidad.

Ness: He dejado el trabajo. Ya no tengo jefes -dijo rápidamente-.

Zac: Sin duda, ahora que se ha descubierto tu tapadera ya no sirves para nada.

Ness: Es posible que tú pienses eso, pero hay alguien que no está tan segura.

Dejó los bocetos en la mesa, delante de él.

Zac se quedó mirándolos y Vanessa se dio cuenta de que aquello lo había impresionado. Durante un instante vio al verdadero Zac. Después él bajó los párpados, apretó la mandíbula y recuperó su frialdad habitual.

Zac: ¿Y bien?

Ness: ¿Lo hiciste tú?

Durante unos segundos, cuando los vio, había pensado en aquella posibilidad. Había recordado la cólera de Zac y lo había creído capaz de hacer aquello. Pero sabía que con ello solo pretendía ocultar su culpabilidad.

Zac: No -respondió con frialdad-. No he sido yo -la miró a los ojos-. ¿Has sido tú?

Vanessa contuvo la respiración como si hubiera recibido una bofetada. Cogió los papeles, furiosa.

Ness: ¿Por qué iba a hacer yo algo así?

Zac: No lo sé. Ya no me engaño convenciéndome de que sé cómo funciona tu cabeza. Pero si creías que esto te iba a servir para hacerme bajar la guardia, te has equivocado.

Vanessa no había estado nunca tan cerca de pegar a alguien. Nunca había sentido algo tan cercano al odio.

Ness: Créeme, me da igual que subas o bajes la guar­dia -dijo lanzándole las palabras como dardos envenenados-. No me interesa en absoluto acer­carme a ti. Me he hartado para siempre de ese tipo de mentiras.

Zac: Me alegro. Por lo menos, he conseguido salvar a otro pobre hombre.

Su mano se disparó sola, pero la de Zac fue igual de rápida. Se puso en pie, sujetándola por la muñeca. Todos los dibujos salieron volando y la silla cayó al suelo. La gata huyó a toda prisa.

Zac: Ni se te ocurra -dijo mirándola a los ojos-.

Ness: Por supuesto, si nos peleáramos, ganarías tú.

Zac: Puedes estar segura.

Durante un momento se quedaron en silencio, mirándose a los ojos como adversarios. Vanessa cono­cía muy bien aquella sensación de amenaza y recor­dó lo que había sentido al principio, antes de ser tan estúpida como para creer que lo amaba. Desde el principio, había sabido que aquel hombre era su enemigo. Apartó la muñeca y Zac la soltó.

Ness: Me da igual lo que te pase -dijo resoplando-. Pero te lo contaré de todas formas. Falta la acuarela que representaba el tapiz. -Zac no dijo nada. Vanessa rió sin humor antes de seguir-. Supongo que esperaban que no me diese cuen­ta. Al parecer, tus enemigos están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de encubrir el robo del tapiz.

Zac: ¿Por qué no te olvidas de eso? -dijo con cansancio-.

Ness: Supongo que tenían miedo de que entregara el boceto a la policía. Te lo enseñé en el restaurante, cuando estaba lleno, pero es posible que, si te esfuerzas, recuerdes quién estaba allí -dijo con frialdad-. Porque tu enemigo es una de las per­sonas que estuvieron en el restaurante aquella noche. Y no sé qué es lo que pretende, pero parece que aún no se ha detenido.

Ya no sabía qué era lo que la movía. No se trataba del deseo de proteger a Zac, ni siquiera de la necesidad de demostrarle nada. Ahora lo odia­ba. Había mentido tanto como ella, o quizás más, y con menos motivo. Había dicho que la amaba. Había afirmado que era preciosa. Aquello era peor que ninguna de las mentiras que ella le hubiera contado.

Había comprado la linterna más potente que había podido encontrar y otra de bolsillo, más pequeña. También tenía una chaqueta y unos pan­talones impermeables. Y una cuerda fuerte. Aparcó después de media noche. No había nadie cerca. La noche de verano era cálida y el cielo estaba lleno de estrellas. Un búho ululaba y la luna acababa de entrar en el cuarto menguante. Vanessa recorrió el camino sin servirse apenas de la linterna.

La fortaleza tenía un aspecto sobrecogedor a la luz de la luna, con sus irregulares bordes blancos recortados contra el cielo negro. Su sombra parecía moverse cuando una nube pasaba por delante de la luna y los árboles se agitaban con el viento.

Recordaba a Jess, a la mujer que esperaba y a las ratas. No quería estar allí y mucho menos de noche. Pero estaba decidida a encontrar la respuesta, aunque solo fuera para tirársela a Zac a la cara.

Antes, cuando aún era de día, había examinado la entrada. Habían añadido más tablones para mantener alejada a la gente, pero ella había aflojado un par y ahora los retiró sin demasiada dificultad.

Era posible que los romanos hubieran construido aquel orificio como un respiradero, pero habían labrado unos escalones en la piedra. Eran desiguales y empinados y Vanessa necesitaba la cuerda que había llevado. La dejó colgando por si acaso, aunque no tenía intención de volver por el mismo camino. Se levantaría a primera hora de la mañana para hacer desaparecer las pruebas de su inoportuna visita.

El agua goteaba en algún lugar y podía sentir la humedad en el rostro. La oscuridad era absoluta, tanto que parecía tragarse el haz de luz, que solo conseguía crear sombras. Avanzaba con precaución, puesto que el suelo era muy irregular.

Golpeó algo con el pie y cayó lejos, con un sonido distante que la aterrorizó. Aquello era mucho peor de lo que había imaginado.

Siguió caminando, iluminando sus alrededores de vez en cuando. Ni siquiera sabía qué buscaba. Tal vez la prueba de que alguien había estado allí, o tal vez algo que indicara por qué podía alguien querer destruir el White Lady.

Se preguntó cuántos trabajadores habían pasado allí abajo sus vidas. Todos los mineros romanos eran esclavos. Era probable que muchos hubieran muerto en los túneles.

Tenía intención de explorarlos, pero ahora se daba cuenta de que era imposible. Le faltaba el valor. Aquél no era un lugar adecuado para estar sola por la noche, acompañada del sonido del agua y del silbido del viento.

Se preguntó qué hacía allí. Debía haberse vuelto loca. El último encuentro con Zac debía haber anulado su capacidad de razonamiento. Allí no podía encontrar ninguna prueba, a no ser que se encontrara de frente con el culpable.

Allí sería muy fácil cometer un asesinato. No resultaría muy difícil hacer que pareciera que alguien había caído y se había golpeado la cabeza, o que había resbalado y se había ahogado en el agua que oía en algún sitio.

Decidió que lo mejor sería volver. Se volvió e iluminó el camino que había tomado. No veía los escalones de piedra. Tal vez hubiera recorrido ya más de la mitad del camino. Debía conservar la calma y seguir avanzando lentamente. No podía dejarse llevar por el pánico, ni intentar correr. Podría caer y golpearse la cabeza y tardarían mucho en encontrar la nota en su habitación.

Reconoció aliviada el desprendimiento de rocas. Lo peor había pasado ya. No le quedaba demasiado camino por recorrer. Entró por la abertura y salió al túnel que conducía al pasadizo. Afortunadamente, pronto estaría en la cocina.

La puerta del sótano había sido tapiada.

Sintió un sabor amargo en la garganta y su estómago se encogió con un miedo animal. No podía volver. No era capaz de adentrarse de nuevo en la mina, con sus fantasmas y sus ratas.

Se preguntó si alguien la oiría si gritaba con fuerza. Tal vez alguien derribara el muro y le abriera el paso. Pero sabía que en cuanto empezara a gritar perdería la poca calma que le quedaba. Se vería reducida al terror que esperaba para consumirla. Y si no la encontraban, si no llegaban...

En una ocasión, Zac había acudido a su llamada, aunque ella no había sido consciente de estar llamándolo. Pero ahora no iría a su encuentro. Podía gritar hasta quedar afónica y Zac no aparecería. Estaba segura de ello.

Tenía que volver. No le quedaba otro remedio. Tenía que caminar lentamente, paso a paso. No debía correr ni gritar, ni hacer nada que pusiera en peligro su control. No tardaría mucho. Ilumino su reloj de pulsera con la linterna. Era la una y diez. Llegaría a la salida a la una y veinte, o a la una y veinticinco, como mucho. Diez minutos, nada más. Podía aguantar durante diez minutos.

Volvió a pasar por la abertura temblando. Estaba muerta de frío y se sentía enferma. Pero no debía rendirse. Quedaba muy poco.

La oscuridad de la cueva la aterrorizo más que la primera vez. Podía sentir otra presencia, como si su paso hubiera despertado a los fantasmas del lugar. Ya no estaba sola. Se quedó inmóvil y miró a su alrededor, pero era inútil que intentara ver algo. La linterna solo arrojaba sombras sobre las paredes.

Pensó que debía apagarla, pero se sentía incapaz de hacerlo. Ya conocía la oscuridad absoluta de la mina. Si antes la había aterrorizado, ahora la mataría.

Había alguien más allí. Podía sentirlo con cada poro de su piel. Podía oír su respiración.

Ness: ¿Quién hay ahí? -preguntó con una voz casi imperceptible-.

No hubo más respuesta que el goteo del agua y el silbido del viento, como antes. Empezó a avanzar por la cueva y volvió a oírlo. Se quedó congelada y apuntó con la linterna en todas direcciones, intentando ver, sabiendo que la otra persona jugaba con ventaja.

De pronto, sin aviso, vio una gran sombra que avanzaba hacia ella, mucho más cerca de lo que había imaginado. Estuvo junto a ella en una décima de segundo. Gritó y entonces sintió un brazo alrededor del cuello y unos fuertes dedos que apretaban por la muñeca la mano con que sujetaba la linterna. Vanessa supo que estaba perdida.

3 comentarios:

caromix27^^ dijo...

wow!
corre ness corre!!
corre como el viento!
ojala y no le pase nada!
comenten mucho chicas!
tkm mi ali!

Natasha dijo...

siempre me escribes esto y por fin me toca escribirtelo a ti..
"Como la dejas ahi?"
esta buenisima...
por un momento llegue a pensar que era zac el que estaba alli... pero volvieron mis dudas asi que..
siguela
byee :-)

LaLii AleXaNDra dijo...

OMG.... OMG.... OMG...
Pobre nessa... ahora si esta perdida... quien sera esa persona?
ojala Zac vaya a su rescate o esa persona sea zac...
por otro lado, Zac es un idiota el tratarla mal, ella lo quiere ayudar y el se niega..
siguela
esta super
;)

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