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domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 3

31 de marzo Leaf Brook, Nueva York

Stephen Efron miró de reojo el teléfono de su coche, medio tentado de realizar la llamada que tanto ansiaba hacer, mientras recorría las últimas manzanas de casas que los separaban del campo de béisbol. Ni su esposa ni su hijo se darían cuenta. Ambos viajaban en el asiento de atrás del Ford Explorer y estaban concentrados resolviendo la crisis que acababa de estallar justo antes del partido.

Del uniforme de Brian había saltado un botón.

Por desgracia, el botón de marras se había desprendido del mismísimo centro de la camisa, en lugar de descoserse de un ojal situado en un lugar menos visible, donde su ausencia podría haber pasado desapercibida durante aquel primer partido. Pero, afortunadamente, Nancy jamás iba a ninguna parte sin un pequeño botiquín y un costurerito de viaje... no desde que Brian aprendió a caminar y se convirtió en el torbellino de actividad que aún era.

Después de ayudar a su hijo a quitarse la camisa y ponerse la chaqueta de chándal para los ejercicios de calentamiento, Nancy estaba totalmente enfrascada en su tarea, cosiendo a contrarreloj para tenerla terminada a tiempo. Y Brian se lo estaba poniendo más difícil, pegando botes en el asiento como una judía saltarina, con la chaqueta abierta y la cremallera dándole minúsculos azotes en el torso desnudo a un ritmo rápido e impaciente.

Brian: Mamá, ya casi hemos llegado -protestó mirando por la ventanilla-. El partido va a empezar dentro de pocos minutos. Tengo que llevar la camisa puesta.

Nancy: Aquí la tienes. -Blandió en el aire la ya reparada prenda y se la arrojó luego a su hijo, bromeando-: Vamos, rápido, quítate la chaqueta y te volveremos a poner el uniforme completo. Para cuando papá haya aparcado, ya tendrás de nuevo el aspecto del estupendo lanzador que eres. No tendrás nada que envidiarles a los Yankees. Excepto que ellos han dejado de crecer y sus uniformes les van a la medida. Si tú les dijeras a tus músculos que no se desarrollaran tan rápido, quizá no tendríamos este tipo de percances tan a menudo.

Brian: Gracias, mamá. -Se quitó la chaqueta mirando a Nancy con el genuino alivio de un chaval de siete años al que han salvado de la humillación pública-. Nancy lo despeinó cariñosamente mientras él se embutía en la camisa.

Nancy: Abrochemos todos los botones para que te luzcas en el montículo del lanzador.

Ahora no había tiempo para llamadas telefónicas, se dijo Stephen, cogiendo el móvil de su plataforma y metiéndoselo en el bolsillo de su camisa. El campo de la Liga Infantil ya era visible. Su prometedora inversión iba a tener que esperar.

Contrariado, condujo el coche hacia la zona de aparcamiento, donde el coche se tambaleó sobre el suelo arenoso, sin asfaltar, mientras se dirigía a las plazas sombreadas, junto a las gradas.

Brian tenía la nariz pegada al cristal de la ventanilla.

Brian: ¿Está la señorita Hudgens por ahí?

Nancy: No lo sé, cariño.

Miró en la misma dirección que su hijo, intentando localizar a la profesora de Brian entre las docenas de personas que se encaminaban presurosamente a ocupar sus asientos. El día del inicio de la Liga las tarimas siempre estaban a rebosar. Los padres de los alumnos de la escuela elemental de Leaf Brooke se implicaban mucho en la vida de sus hijos. La temporada de béisbol era algo muy importante. Lo que comportaba que todo el mundo asistía al acto de apertura, padres e incluso abuelos.

Nancy: No veo a la señorita Hudgens -continuó desabrochando su cinturón de seguridad una vez que el coche se hubo detenido-. Pero eso no quiere decir nada. Hay demasiada gente yendo hacia las gradas para distinguir una persona de otra.

Stephen: Si conozco bien a la señorita Hudgens, estará ahí. -Intervino tranquilizando a su hijo mientras apagaba el motor y se forzaba mentalmente a dejar sus problemas a un lado. Ya habría tiempo durante el partido para realizar su llamada. Cuando le tocara al equipo de Brian (pero no a Brian) batear, él aprovecharía para disculparse y desaparecer durante uno o dos minutos-. Sobre todo si lo prometió, como tú has dicho. Ella jamás ha roto ninguna de las promesas que te ha hecho.

Brian: Ya lo sé. -Aún parecía preocupado-. Pero es el primer partido de la temporada. ¿Qué pasa si se le ha olvidado? El invierno es largo. No ha habido ningún partido al que asistir desde septiembre. Y ella habrá perdido ya la práctica.

Stephen frunció los labios, aguantándose las ganas de reír, mientras salía del coche, abría la puerta trasera a Nancy y cogía la botella de agua que su hijo, infaliblemente, siempre olvidaba. Tan solo podía ocurrírsele a Brian pensar que un espectador pudiese perder la práctica.

Nancy salió del asiento de atrás y miró el rostro de su marido por un instante, antes de ayudar a Brian a recoger su equipo.

Nancy: Es la ceremonia de apertura de la Liga Infantil -le recordó a Stephen-. Y no es ningún secreto quién es el lanzador. Con la campaña para el Senado en marcha, estoy convencida de que la prensa te andará buscando.

Stephen: Probablemente. -Se encogió de hombros-. Hablaré con los periodistas, pero después del partido. Ahora mismo, soy el padre de Brian. No el alcalde. Y tampoco un candidato para el Senado.

Nancy le dedicó una rápida sonrisa que le recordó a Stephen la feliz joven con la que se había casado diez años antes. Se descubrió a sí mismo deseando poder hacerla sonreír de ese modo más a menudo. Últimamente, Nancy parecía estar cansada y apática. Stephen odiaba ser el motivo de tal estado. Pero, maldita sea, él se estaba ahogando. Se dirigían ya los tres hacia el campo cuando un Mercedes SL500 plateado entró en la zona de parking. El conductor hizo sonar el claxon y luego sacó el brazo por la ventanilla y lo agitó, saludando.

Brian: ¡Tío Zac!

El rostro se le iluminó por completo y devolvió el saludo frenéticamente. Mientras su tío aparcaba, él saltaba sobre uno y otro pie intentando tener suficiente paciencia para esperar. Al final, perdió la batalla contra sí mismo y corrió al encuentro del hombre alto y rubio que había salido de detrás del volante y se encaminaba hacia ellos.

Brian: No sabía que ibas a venir -exclamó pegando con la palma de la mano en la de su tío y sonriendo de oreja a oreja mientras ambos volvían hacia donde Stephen y Nancy se habían quedado esperando-.

Zac: Es casi del todo imposible que me pierda vuestro primer partido. -Esbozó una de sus contadas sonrisas, que reservaba para su sobrino-. Estupendo guante -añadió, inspeccionando el guante de béisbol que su sobrino había recibido como regalo de Navidad-. Pero el uniforme te queda un poco ceñido. Creo que has crecido desde el mes pasado.

Brian: Sí. Sobre todo mis músculos. He hecho saltar un botón de la camisa. Mamá ha tenido que coserlo en el coche.

Zac: Eso ha tenido que ser divertido. -Se inclinó para besar la mejilla de su cuñada-. Eres una mujer con suerte: manipular un objeto punzante bajo la estrecha vigilancia de este torbellino mientras mi hermano conduce a ochenta kilómetros por hora para llegar a tiempo. No te envidio.

Stephen: Solo a sesenta -lo corrigió dándole un apretón de manos-. Y mira quién habla. ¿Cuántos semáforos te has saltado entre Manhattan y aquí? ¿Y cuántos coches has dejado atrás, en medio de una nube de polvo?

Zac: No muchos. -Rodeó con un brazo los hombros de Brian y empezó a caminar hacia el campo-. Los sábados por la mañana, la autopista del Este está muy tranquila. No creo que yo haya causado demasiados estragos.

Stephen entrelazó sus dedos con los de Nancy y también se puso en camino, sin poder evitar recorrer la zona con la mirada, en busca de periodistas. Ahí estaban, justo ahí, con cámaras y todo. La buena noticia era que todavía no lo habían siquiera visto. Quizá sí podría disfrutar un buen rato del partido antes de ser abordado. Mejor aún, quizá Zac se las ingeniaría para evitarlo. Nadie ganaba a su hermano menor en inventar inspiradas estrategias. Lo llevaba en la sangre, como su padre. Aquello había convertido a Harrison Efron en el multimillonario magnate de los negocios que era hoy. Y había hecho de Zac un inversor bancario de extraordinario éxito.

Un inversor ocupadísimo. Demasiado para emplear buena parte del sábado en estar con su familia.

Normalmente, pensar aquello habría izado la bandera roja en el instinto de Stephen. Si Zac aparecía en Leaf Brook y les brindaba una inesperada visita, generalmente era que quería algo de Stephen. Pero hoy, no. Hoy, la visita tenía que ver con Brian. Y, cuando se trataba de Brian, los sentimientos de Zac eran verdaderos e intensos. Tío y sobrino estaban locos el uno por el otro.

Así que la bandera roja permaneció arriada. Y las tensiones entre los dos hermanos, mantenidas al margen.

Stephen: Me alegra que estés aquí -le murmuró a Zac-. Pensaba que quizás el trabajo te lo impediría.

Zac: El trabajo puede esperar. Mi insuperable lanzador, no. -Tiró de la visera de la gorra de béisbol de Brian, que éste se había calado a conciencia-.

Brian: Mi brazo está en plena forma -anunció-. Me lo dijo el entrenador. Y también la señorita Hudgens. ¿Sabíais que poseía el mejor lanzamiento de pelota en curva de todo su barrio, cuando era pequeña? Le enseñó su padre. Ella también fue lanzadora de la Liga Infantil, hace billones de años. ¿Lo sabíais?

Zac: Creo que debes de haberlo mencionado unas treinta o cuarenta veces -le aseguró-.

Brian: Sea como sea, la señorita Hudgens lo sabe todo sobre lanzamientos. Y me ha dicho que el mío es incluso mejor este año que el pasado.

Zac: No lo dudo. -Se colocó la mano a modo de visera y observó disimuladamente alrededor mientras llegaban a las gradas y estudió las posiciones que habían ocupado los miembros de la prensa-. De repente, Brian señaló con el dedo, nuevamente desbordado por la excitación.

Brian: ¡Ahí está la señorita Hudgens! ¡Justo ahí delante! En la primera fila. Vayamos a saludarla.

Desgraciadamente, la señorita Hudgens no era la única en la primera fila, se percató Zac. Muy cerca de ella había tres periodistas y dos fotógrafos... cantidad un tanto exagerada si se trataba de cubrir un partido de la Liga Infantil. Era evidente, pues, que estaban allí para hablar con el alcalde o, mejor dicho, con el candidato al Senado. No habían localizado aún a los Efron, pero eso cambiaría en el mismo instante en que ellos se dirigieran hacia aquel lugar. Normalmente, eso sería perfecto. Stephen se sentía en la gloria cuando se encontraba ante las cámaras. Su carisma innato capturaba al público como un imán. Sin esfuerzo alguno, hechizaba a periodistas, fotógrafos y votantes por igual, transformando los sueños de todos en los suyos propios y sus esperanzas en la realidad planeada por él. Sin siquiera mover un dedo, Stephen se convertía siempre en el centro de atención.

Hoy, aquello no iba a suceder. Era el día de Brian, su momento bajo el sol. Su padre no aceptaría que fuera de ningún otro modo. Como si reafirmara aquella decisión, Stephen se puso tenso y clavó la mirada en los periodistas que aguardaban. Su gesto, su actitud, confirmaba la previsión de Zac: quería permanecer de incógnito hasta después del partido. Entonces, ya hablaría con la prensa.

Zac: Brian, tu entrenador te hace señas -anunció entrometiéndose y bloqueando el problema-. El equipo te espera. Saluda a la señorita Hudgens con la mano cuando entres en el campo. Ella lo entenderá. Podemos ir a hablar con ella más tarde. Ahora mismo, es mejor que tú hagas un poco de calentamiento y que nosotros ocupemos ya un asiento, o nos perderemos tu lanzamiento inicial. Nos sentaremos allí. -Señaló un sector de las gradas justo detrás de la base-. Desde ahí veremos el montículo del lanzador mejor que desde ningún otro sitio.

Brian: De acuerdo... supongo. -Parecía reacio, con el corazón dividido entre sus enormes ganas de ver a la señorita Hudgens y su duda a decepcionar al héroe que veía en su tío-. La balanza se decantó en favor de Zac cuando Brian vio a sus compañeros de equipo pidiéndole, mediante grandes gesticulaciones, que se reuniera con ellos.

Brian: Sí, de acuerdo.

Aceptó, esta vez con convicción. Hizo un rápido gesto a su familia con los pulgares hacia arriba y se fue. Se detuvo a mitad de camino, en el área del banquillo de los jugadores, giró sobre sus talones y agitó los brazos, saludando visiblemente hacia el lugar donde se sentaba la señorita Hudgens. Ésta irguió la espalda y, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa, le devolvió el saludo.

Stephen: Gracias -le murmuró a Zac mientras todos se acomodaban en el extremo de la segunda fila de las gradas que había escogido... que resultaron estar a dos pasillos de distancia de la prensa-. Si eso se lo hubiéramos dicho Nancy o yo, jamás habría dado resultado.

Zac: Vosotros sois sus padres. Yo soy su tío. Mi trabajo es el más fácil. Vosotros os encargáis de las tareas duras. Y yo gano las encuestas de popularidad. -Contempló los saludos entre Brian y su profesora-. Hablando de encuestas de popularidad, veo que nuestro chaval todavía está loco por la señorita Hudgens.

Stephen: Sí -asintió-. No existe nada mejor en todo el mundo. Y no sin razón: es una excelente maestra y no he visto en la vida alguien que motive más a los chavales.

Zac: Ah, así que no es solamente lo de su prodigioso lanzamiento -repuso un tanto seco-.

Nancy: Por supuesto que no -intervino, cuya admiración por la profesora de Brian era clara e inequívoca-. Aunque su habilidad en el béisbol no está de más. Al igual que todo el tiempo que invierte de manera no oficial entrenando a los chicos. Pero Stephen tiene razón: es una estupenda educadora. Inteligente y entusiasta. Y capaz, también, de ver el mundo a través de los ojos de un niño. Estoy segura de que tú no puedes apreciar eso, dado el mundo en el que trabajas pero, créeme, es un rasgo admirable, que requiere perspicacia y sensibilidad. Pon todas esas cualidades juntas y obtienes una combinación muy poco frecuente.

Zac: ¿Poco frecuente? Yo diría más bien ya desaparecida.

Miró, de reojo y con expresión desconcertada, en la dirección de Ness. No era, ni por asomo, el tipo de mirada que le había dirigido la primera vez. Puede que Vanessa Hudgens fuera una rara ave, pero era casi imposible que pasara desapercibida, incluso a distancia. Y, de cerca, era impresionante. Eso ya lo sabía Zac de primera mano, porque había coincidido con ella cinco o seis veces, y Brian se la había presentado efusivamente en cada ocasión.

Nunca habían intercambiado más que unas cuantas palabras. Eso no era en absoluto sorprendente. Como formulaba la descripción de Nancy, sus dos mundos eran polos opuestos. Ella vivía en un entorno idealista y protegido, en el que imperaban las risas de los niños. Él vivía en una fría realidad donde el dinero era el rey y el poder era Dios; un mundo que, mucho tiempo atrás, habría despojado a Zac de su mirada optimista sobre el universo... si la hubiera tenido, claro. Pero, siendo un Efron, había aprendido desde el principio que la vida era un reto cada vez más colosal, en el que solo se podía vencer o ser vencido.

«Opuestos» era una manera suave de definirlo. A Zac no le cabía en la cabeza que existiera alguien tan ingenuo como Vanessa Hudgens. Y, a juzgar por el muro que ella levantaba cada vez que ambos se dirigían la palabra, Zac provocaba en Ness lo mismo que ella en él, y cualquier mínimo aspecto de Zac, fuera cual fuera, que Ness llegaba a comprender, no le gustaba en absoluto.

Eso no privó a Zac de seguir mirando.

Ella era muy guapa, cierto, y de una manera real y natural, innata, que contrastaba completamente con las mujeres que se movían en el círculo de Zac. Los rasgos de Ness eran delicados, sin casi maquillaje, realzados por unas gafas de sol que llevaba puestas en su levemente respingona nariz. Llevaba el cabello (sedoso, oscuro, con reflejos ébano intenso) peinado en una trenza, aunque algunos mechones se escapaban para acariciarle las mejillas. Vestía una chaqueta de verano color tostado y unos tejanos que cumplían perfectamente la tarea de disimular las esbeltas curvas de Ness. Pero Zac la había visto en los juegos de verano de Brian, durante julio y agosto, los meses más calurosos, cuando ella tan solo llevaba una camiseta y unos pantalones cortos. Y su cuerpo era de aquellos que hacían fantasear a los hombres.

Ahora mismo, ella les daba la espalda, totalmente concentrada en Brian. Gritó y vitoreó cuando Brian y su equipo saltaron al campo.

Stephen: Sale con Andrew Matthews.

Zac: ¿Mm? -Miró a su hermano perplejo-. ¿Quién?

Stephen: Vanessa Hudgens. Andrew me lo comentó en la reunión del Ayuntamiento de esta semana. Y parecía estar muy entusiasmado.

Zac: Bromeas. Es una pareja imposible. Él, un exitoso hombre de negocios con la suficiente sabiduría política para ser capaz de presentar su propia candidatura algún día. Y ella... -meneó la cabeza-. Digamos que es como un cordero en el foso de los leones.

Stephen: Sí, yo también pensé eso mismo.

Zac: ¿Cuánto tiempo llevan saliendo?

Stephen: Cerca de un mes. Se conocieron en un homenaje al director de su escuela.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Es un misterio lo que hace que una persona se sienta atraída por otra. De todos modos, yo no soy, ni mucho menos, un experto. Mi historial con las mujeres da asco.

Stephen: Eso es porque estás casado con tu trabajo, al igual que las mujeres con las que has tenido una relación. No es la fórmula ideal para un final feliz, si es que existe tal cosa.

Había un claro regusto amargo en el tono de Stephen, que Zac percibió, alto y claro. Le habría pedido a su hermano que hablara de ello, sin rodeos, si Brian no hubiera estado en pleno calentamiento para lanzar la primera pelota.

Las preguntas tendrían que esperar.

Pero la inquietud que había empezado a corroer las entrañas de Zac durante su última visita a Leaf Brook se hizo aún más intensa.


Era el último tercio de la quinta entrada, y el equipo de Brian iba ganando por tres carreras a uno cuando Stephen empezó a mostrarse nervioso. Zac frunció el ceño al reconocer los síntomas, con la esperanza de equivocarse al interpretarlos.

Pero lo que hizo Stephen entonces le indicó claramente que no iba descaminado.

Abandonando el asiento, pero agachado, Stephen pasó junto a Nancy, que se había sentado en el pasillo. Al mismo tiempo, rebuscó en su bolsillo y sacó el móvil.

Stephen: Tengo que hacer una llamada rápida -anunció brevemente-. Vuelvo dentro de un minuto.

Zac: ¿Ahora? El equipo de Brian va ganando.

Stephen le dedicó a su hermano una gélida mirada que le aconsejaba meterse en sus asuntos.

Stephen: Hay cinco bateadores por delante de Brian y dos outs más antes de que él vuelva al montículo. No me perderé nada.

Salió de la fila de asientos y se alejó del gentío.

Zac vio que Nancy apretaba los labios y tragaba saliva, como conteniendo las lágrimas.

Pero no apartó la mirada del campo de juego.

Otra señal de alerta.

Zac: ¿Nancy? -Le habló en voz baja-. ¿Qué pasa? -Sabía que lo oía. Pero ella no contestó-. Nancy. -No iba a dejar el asunto-. ¿Tiene mi hermano algún problema?

Ella volvió ligeramente el rostro hacia él, en un ángulo suficiente para que Zac pudiera ver el dolor que reflejaba.

Nancy: No te preocupes, Zac. Se trata tan solo de la presión de las elecciones. Le está afectando. Pero todo irá bien.

¿Cuántas veces había oído Zac esas mismas palabras en el pasado?

Zac: Maldita sea -silbó entre dientes-.

Nancy: No pasa nada -le aseguró rápidamente-. De veras. Nada que yo no sepa cómo manejar. Y, políticamente, Cliff tiene las cosas bajo control. Es él quien prepara la mayor parte de la campaña, quien hace que todo vaya sobre ruedas. De este modo, Stephen no lleva tanta carga sobre sus espaldas. Una vez que las encuestas preliminares reflejen los resultados que esperamos, todo volverá a la normalidad.

Todo. A lo que Nancy se refería en realidad era a Stephen. Zac echó un rápido vistazo alrededor, pero no detectó a ningún fisgón, solo veía a orgullosos padres que vitoreaban y espectadores que seguían atentamente el partido. Aun así, se forzó a no hablar más del asunto. Él era un Efron, condicionado desde su nacimiento a proteger a su familia costara lo que costara.

Parte de aquello consistía en no airear sus trapos sucios en público. Los detalles sobre el tema tendrían que esperar... eso, si llegaba a conocerlos. Ni su hermano ni su cuñada eran propensos a explicarse claramente. Nancy, estaba muy ocupada protegiendo a Stephen, y Stephen estaba muy ocupado protegiéndose a sí mismo. Ambos se defendían inconscientemente por el proceso de negación.

La única buena noticia era que Cliff Henderson estaba al mando de la campaña. Eso minimizaría la presión sobre Stephen, lo que, a su vez, frenaría la espiral descendente de su comportamiento.

Esa perspectiva tranquilizó un poco a Zac. Cliff era el amigo más antiguo y más íntimo de Stephen. Era también su abogado y, ahora, el director de su campaña. Su amistad se remontaba a la época universitaria, cuando estudiaban en Yale. Ambos siguieron en la Facultad de Derecho de Yale, y fue durante ese período, mientras cursaban su segundo año en derecho, cuando conocieron a Nancy, una estudiante de último año no-graduada. En realidad, ella había tratado primero con Cliff, e incluso salieron en varias ocasiones, pero la relación no había cuajado. Pero cuando Nancy y Stephen se conocieron, fue amor a primera vista. Se casaron después de que ella se graduara y Stephen fuera admitido tanto en el Colegio de Abogados de Connecticut como en el de Nueva York. Primero, se instalaron en Connecticut y aprovecharon los contactos de Harrison Efron para que la carrera de Stephen despegara. Luego, cuando Harrison consideró que había llegado el momento oportuno de forjar la carrera política de su hijo, se trasladaron a Leaf Brook, la prometedora y emergente ciudad que Harrison escogió como primer escenario para que las raíces políticas de Stephen se afianzaran.

A lo largo de todos aquellos cambios (y del establecimiento y ejercicio de su propia carrera), Cliff había seguido siendo un leal amigo de Stephen y, con el tiempo, se trasladó a la parte alta de Westchester, donde viviría a una distancia prudente de su bufete y a media hora escasa en coche de Stephen y su familia.

A Zac le gustaba aquel hombre. Era un tipo inteligente y honrado, con una mente clara y rápida, que poseía el don de la visión amplia del entorno. Creía en Stephen y en su futuro y, cuando llegó la hora de que éste siguiera las directrices de su padre y se presentara como candidato, Cliff estuvo a su lado, apoyándolo y ayudando a que su campaña despegara. Cliff era muy perspicaz. Demasiado, sabiendo que él y Stephen llevaban veinte años juntos, para no estar al corriente de las angustias de éste... o, al menos, sospechar algo. Pero, supiera lo que supiera, o creyera saber, acerca de los secretos inconfesables de Stephen, se lo guardaba para sí. Y, en lugar de hablar de ello, se mantenía en estrecho y, discreto contacto, aparecía cuando lo necesitaban y hacía lo que tenía que hacerse.

Hacía lo que había que hacer. Bueno, ésa era la trampa.

Zac juntó las palmas de las manos con fuerza, sintiendo de repente una abrumadora sensación de malestar. El fondo de la cuestión era que la angustia de Stephen no desaparecía. Tenía altibajos, según las presiones a las que se veía sometido. Y las personas más próximas a él tenían que subir y bajar al ritmo, asumiendo el papel de muletas, ayudándolo a sobrevivir y ocultando al mismo tiempo cualquier anomalía para que no fuera captada por el ojo de la opinión pública... ni por Harrison Efron.

Eso era cada vez más difícil de conseguir.

Stephen: Todo en orden -anunció volviendo a ocupar su asiento-. No me he perdido nada ¿verdad?

Zac: Al parecer, no -casi masculló-.

Stephen miró a su hermano de reojo.

Stephen: Era una llamada de negocios.

Zac: Vaya -repuso escéptico-.

Stephen: Pues sí, lo era. -Fijó de nuevo su completa atención en el partido-. Así que tranquilízate.

Una vez más, Zac se guardó para sí sus preocupaciones... por ahora. Pero aquel tema se alejaba mucho de estar zanjado. Zac había llegado al campo con la intención de volver a la ciudad una vez terminado el partido de Brian y después de compartir la celebración de la victoria. Pero el comportamiento del que acababa de ser testigo había cambiado sus planes. Ahora, su propósito era pasar allí la tarde, visitar también la casa de Stephen y encontrar unos minutos para hablar con su hermano... estuviera éste o no de humor para sincerarse.


El partido acabó con siete carreras a dos en el marcador, con el equipo de Brian (y su prodigiosa curva) proclamándose vencedor.

Ness vitoreó y silbó mientras Brian aceptaba las palmaditas en la espalda y las felicitaciones de sus compañeros de equipo. Se merecía aquellos elogios. Había lanzado admirablemente, e incluso había hecho posibles dos de las siete carreras. Ness sintió un arrebato de orgullo cuando Brian se abrió paso entre el grupo de compañeros en plena celebración y los condujo a estrechar la mano de sus contrincantes, como acostumbrada muestra de deportividad. Incluso a su temprana edad, Brian jamás olvidaba los sentimientos del prójimo. Eso era un rasgo que lo mantendría vivo en la memoria de los demás, incluso cuando su envidiable lanzamiento ya se hubiera transformado en un cariñoso pero lejano recuerdo.

Ness contempló cómo el grupo se dispersaba poco a poco y su corazón se llenó de ternura al ver a Brian dirigirse como una flecha junto a su familia, que había bajado de las gradas para esperarlo. Su madre, una esbelta y elegante señora de rubia melena lisa y sonrisa radiante, lo abrazó estrechamente y se agachó para susurrarle algo que le iluminó el rostro. Y su padre, el alcalde Efron, estaba justo detrás de ella, tirando cariñosamente de la visera de la gorra de béisbol de Brian y dedicándole una orgullosa y paternal sonrisa. 

Apenas había intercambiado tres palabras con su hijo, cuando la prensa bajó a abordarlo.

***: Señor alcalde, ¿cómo se siente al tener un lanzador campeón en la familia?

Le oyó preguntar Ness a una agresiva periodista, dirigiéndose al alcalde de un modo que indicaba claramente que aquella era tan solo una pregunta para abrir fuego, y que a ésta seguirían de inmediato las que realmente quería formularle.

Stephen Efron le dedicó aquella encantadora sonrisa capaz de fundir un iceberg. Era un hombre asombrosamente atractivo: alto, espaldas anchas, de cabello dorado y unos ojos azul zafiro que pasaban de ser cálidos y acogedores a astutos y perspicaces. Con aquel increíble aspecto, su carisma natural y los poderosos contactos de su familia, probablemente iba a conseguir ser elegido para el Senado sin necesidad de nada más. Pero, de todos modos, sí tenía algo más: un historial impecable de cinco años como alcalde. Después de una legislatura y pico, había demostrado ser un destacado gobernante, que había hecho prosperar significativamente la economía de Leaf Brook, sus escuelas, parques y entorno. Según lo veía Ness, iba a ganar sin duda su puesto en el Senado. Y no se detendría allí. Ness tenía la fuerte sensación de que, en la década siguiente, Stephen Efron progresaría desde Albany al Senado de los Estados Unidos, en Washington.

Stephen: Hola, Cheryl. -Saludaba a la agresiva periodista, conservando su buen humor a pesar de la intromisión de ésta en su tiempo dedicado a la familia-. Si eres tan amable de concederme un minuto para felicitar a mi hijo, creo que verás cómo me siento. -Sin esperar respuesta, se giró y le dio a Brian un gran abrazo de oso-. Un partido estupendo, campeón -le oyó decir Ness-. Y un lanzamiento fantástico.

Brian: Gracias.

Sonreía de oreja a oreja. Era interesante lo poco que el chaval parecía acusar la presencia de la prensa. Ness supuso que, simplemente, estaba acostumbrado a tener a los periodistas pululando alrededor. Con un padre y un abuelo tan importantes, y con una familia que constantemente aparecía en los periódicos y era el punto de mira del ojo público, ser perseguido por la prensa estaba, probablemente, a la orden del día, incluso para un niño de siete años. Aun así, Ness no podía imaginarse a sí misma viviendo de esa forma en el centro de atención.

Por otro lado, sin embargo, se identificaba completamente con lo que Brian sentía en aquel momento. Estaba disfrutando, encantado, de su victoria. Ness se rió para sus adentros mientras él brincaba de aquí para allá, incapaz de estarse quieto, demasiado rebosante de energía y excitación.

Se alejó de sus padres a toda velocidad para correr a dar una fuerte palmada de su mano en la del otro hombre alto que estaba con ellos.

Zac Efron.

La sonrisa de Ness se desvaneció un poco mientras la invadía un ya familiar pero alarmante estremecimiento de inquietud y una consecuente confusión, sin que ella pudiera desprenderse de ninguna de estas dos cosas, que la atenazaban únicamente cuando se trataba del tío de Brian.

Esto era lo que su madre había percibido en ella la noche anterior, el «algo» que advertía como un obstáculo a lo que podía o no llegar a ser su relación con Andrew. Química, le había dicho. Bueno, quizá sí. Según la opinión de Ness, era más bien una inoportuna y molesta fascinación. Una fascinación inoportuna, molesta y sin ninguna otra base, además, que la atracción física.

Sí, Zac Efron era atractivo (muy atractivo), de un modo salvaje, arrogante. Y tenía una personalidad a juego. Pues bien, Ness detestaba la arrogancia. Era suficiente para que sintiera rechazo hacia cualquier hombre, guapo o no. Al menos, así había sido siempre. Pero no parecía funcionar en este caso. Sin embargo, no era de extrañar: Ness no tenía las suficientes premisas. Todo lo que sabía era que había visto a Zac Efron unas cuantas veces. Y que, en todas y cada una de éstas, él había logrado desequilibrarla.

Bajó la mirada, intentando comprender el por qué de su respuesta sin precedentes ante un hombre que, en conjunto, ni siquiera le gustaba.

Era difícil creer que él y Stephen Efron eran hermanos. Oh, físicamente sí era obvio. Se parecían muchísimo, rasgo a rasgo. El mismo pelo claro, la misma altura y constitución, los mismos ojos azules. No, de hecho, sus ojos azules eran distintos. Los del alcalde eran de un azul intenso y brillante, de mirada cálida y abierta. Los de su hermano eran más claros, más grisáceos, de mirada turbia e inescrutable. Coincidían en su personalidad: reservada, fríamente enigmática, con una especie de intensidad meditativa que Vanessa no sabía cómo encajar y que parecía mantener al margen todo contacto humano.

Por si eso no era suficiente, era un inversor bancario... un bonito pseudónimo para alguien que utilizaba el dinero con el fin de amasar más dinero. Su nombre, al igual que el de su padre, aparecía regularmente en las columnas financieras, artículos que relataban los éxitos que había obtenido, cuyos detalles Ness no sabía descifrar, y mucho menos comprender. Todo lo que ella sabía era que, a los veinticinco años de edad, ya había amasado millones, y que su decisión era reinvertirlos en empresas más grandes y más lucrativas.

Qué desperdicio. Al menos, el alcalde Efron había optado por utilizar las ventajas que la vida le ofrecía para hacer algo de provecho, para retornarlas haciendo del mundo un lugar mejor. Él se relacionaba con la gente. Su hermano se relacionaba con el dinero. Esa idea dejaba a Ness entre helada e indiferente. Zac Efron le provocaba lo mismo.

La mayoría de las veces.

Otras, al observarlo con Brian, veía a un hombre completamente distinto, un hombre que alimentaba su fascinación irracional. Su muro de recelo se abría, su arrogancia se desvanecía y todo él se iluminaba como un árbol de Navidad, rebosante de vitalidad y calidez. Era obvio que estaba loco por su sobrino, y la pasión de Brian por su tío no se alejaba mucho de la adoración por un héroe.

Ahora mismo se producía un claro ejemplo de ello.

Brian: ¿A que ha sido un partido genial, tío Zac? -le preguntaba-.

Zac: Más que genial -le aseguró su tío, devolviéndole la palmada y esbozando aquella infrecuente sonrisa que transformaba su duro rostro en magnífico-. Estás a un paso de los profesionales. Espera un año. Dos, a lo sumo. -Le guiñó un ojo-. Por otro lado, es mejor que sigas en la escuela. De ese modo, tu mente será tan poderosa como tu brazo.

La referencia a la escuela pareció recordarle algo a Brian. Y Ness supo perfectamente qué (o quién) era ese algo.

Cómo no, Brian giró rápidamente sobre sus talones y fijó la mirada en las gradas donde ella permanecía de pie. El chaval la localizó y sus ojos se iluminaron.

Brian: ¡Señorita Hudgens! -gritó, agitando los brazos-. ¡Señorita Hudgens! ¡Estoy aquí!

Ness sintió que la mirada de Zac vagaba hasta clavarse sobre ella. Tragó saliva y deseó que se la tragara la tierra. Automáticamente le devolvió el saludo a Brian mientras su mente buscaba a toda velocidad una manera de escapar de allí sin tener que reunirse con el grupo. No había ninguna.

Sí, la había. La prensa. Estaban agolpados alrededor del alcalde como un enjambre de abejas. Y ella no quería entrometerse.

Nancy Efron cortó esa vía de fuga.

Nancy: Señorita Hudgens, por favor, tiene usted que venir con nosotros -le gritó, indicándole con la mano que se acercara-. No podemos celebrar la victoria sin usted.

En contra de su voluntad, Ness obedeció.

**: Señor alcalde. -Un decidido periodista lo reclamaba-. Sé que usted apoya los fondos destinados a programas de actividades extraescolares para niños. ¿Apoyaría por esos mismos programas en el ámbito estatal?

Stephen: Definitivamente, sí -contestó en aquel tono suave y seguro que revelaba que sabía perfectamente de qué hablaba y lo que decía-. No todas las familias disponen de medios económicos para matricular a sus hijos en actividades extraescolares privadas, tanto si son de carácter deportivo, artístico, de estudios académicos, de servicios comunitarios o sociales. Del Estado depende que esas actividades estén al alcance de todas las familias. -Dirigió una rápida mirada en dirección a Ness-. Gracias por las lecciones de lanzamiento. Han dado un resultado excelente.

Ness: De nada. A disponer. -Le devolvió la sonrisa y se agachó para darle a Brian un cariñoso abrazo-. Has estado sensacional.

Brian: Gracias. Dile hola al tío Zac.

¿Por qué los niños siempre se las arreglan para dar justo en el punto que tú menos deseas?

Resignada, Ness se irguió, con la barbilla un tanto levantada, y se encontró con la mirada de Zac, que la observaba descaradamente.

Ness: Es un placer verle.

Zac: Lo mismo digo -repuso con una leve inclinación de cabeza-. He oído decir que ha llevado usted a cabo un fantástico entreno de última hora.

Ness: No fue necesario. Todo lo que a Brian le hacía falta era otro par de pulmones en plena forma para vitorearlo. Yo se los proporcioné.

Era el mismo tipo de frases cortas e ingeniosas y tensa incomodidad que marcaban todos sus intercambios.

Ness se moría por salir de allí. Brian tenía otros planes.

Brian: Cuando papá termine de hablar, iremos a tomar un helado -anunció-. Oh, y también comeremos. ¿Vendrás con nosotros?

Ness meneó la cabeza.

Ness: Lo siento, pero no puedo. Tengo un montón de exámenes de ortografía por corregir y luego tengo una cita con una persona amiga mía.

La última parte fue un error, Ness se dio cuenta al ver que los ojos de Brian se iluminaban, interesados.

Brian: ¿Con quién? -le preguntó- ¿Con la señorita Tisdale?

Ness: No, cariño, con la señorita Tisdale, no -repuso debatiéndose entre lo entrañable y divertido (por parte de Brian) de la situación, y sus enormes ganas de huir. Debería haber previsto aquello-.

Ashley Tisdale era la profesora de informática de enseñanza elemental y, sí, ella y Ness eran amigas. Lo que implicaba inmediatamente, a los ojos de un alumno de segundo grado que no podía imaginar que su maestra tuviera una vida fuera de la escuela, que absolutamente todas sus amistades habían sido forjadas en el centro. Por lo tanto, Ashley era la opción lógica de «una persona amiga» con la que Ness tenía una cita.

Pero no lo era. Y Ness no tenía ninguna intención de dejar a Brian perplejo especificando qué tipo de cita tenía... y, desde luego, mucho menos con quién. Andrew trabajaba con el alcalde. Ella era profesora del hijo de éste. Era una curiosa coincidencia, que ella prefería que no se convirtiera en el comadreo de los minutos de descanso en el trabajo.

Brian: ¿No es la señorita Tisdale? -insistió al instante-. ¿Entonces, quién es?

Zac: Brian, creo que ya le has preguntado a la señorita Hudgens demasiadas cosas en una sola mañana.

Era Zac el que la salvaba, aunque su tono era más divertido que de reprimenda, y Ness tuvo la clara impresión de que a él le divertía verla en aquella situación embarazosa. Se inclinó y le susurró a su sobrino:

Zac: Empiezas a hablar como uno de ellos. -Y señaló con un movimiento de cabeza hacia los periodistas-.

Brian entornó los ojos y compartió una mueca con su tío.

Brian: Sí, supongo que tienes razón. Lo siento, señorita Hudgens.

Ness abrió la boca para responder, pero en aquel instante Cheryl, la periodista, se volvió hacia ellos.

Cheryl: Señor Efron -dijo, dirigiéndose a Zac-. Me llamo Cheryl Lager, y trabajo en el Leaf Brook News. No es un secreto que su padre y usted son los millonarios Efron. Así que, dígame: ¿contribuirá usted de modo contundente en la campaña de su hermano para el Senado? ¿O procederá de su padre la mayor parte del apoyo financiero?

Hubo un momento (el silencio), durante el cual Ness percibió perfectamente cómo una nube de tensión caía sobre el grupo como una lápida. Miró hacia el alcalde y vio un destello de desconcertada irritación en sus ojos, que desapareció al instante. Su esposa parecía un tanto sobresaltada y se acercó aún más a su marido, en un acto reflejo, como muestra de apoyo. Los demás periodistas se quedaron muy quietos, totalmente atentos, celebrando no haber formulado la pregunta, pero igualmente contentos de que alguien la hubiera hecho. La expresión de Zac no se inmutó, aunque Ness estaba lo suficientemente cerca de él para ver cómo se tensaba su mandíbula.

Zac: Señorita Lager, creo firmemente que mi hermano será un senador excepcional -replicó-. Goza de mi total apoyo en todo lo que yo pueda ofrecer, incluido el apoyo financiero, si lo necesitara. Mi padre comparte estos mismos sentimientos, como estoy seguro de que él le respondería encantado. -Enarcó una castaña ceja-. Imagínese. Una inversión familiar en la campaña de un candidato. Un concepto refrescante, ¿no le parece? Seguro que es preferible a la financiación de una campaña por parte de colectivos especiales.

Hubo unas cuantas risitas ahogadas y, por un instante, Ness pensó que el momento tenso se había acabado ya.

Pero Cheryl Lager no estaba dispuesta a tirar la toalla.

Cheryl: En teoría, sí, suena elogiable. Pero se me ocurre que, dados sus innumerables intereses empresariales, usted podría tener unas cuantas ideas acerca de cómo distribuir los fondos del Estado.

Esta vez, la periodista sí obtuvo una reacción. El semblante de Zac se endureció y la mirada que le dedicó a Cheryl fue indudablemente letal.

Zac: Mis ideas y mi ética, son mías, y no tienen nada que ver con estas elecciones. Además, tampoco están en venta, ni como tema de debate o acuerdo. ¿Contesta eso a su pregunta, señorita Lager?

Cheryl: Al parecer, sí. -Se alejó, consciente de haber pasado el límite-.

Brian: Tío Zac. -le tiró del brazo-. ¿Por qué estás enfadado? Creía que estábamos celebrando la victoria.

Algo se quebró en el interior de Ness. Quizás a causa de aquellas bruscas e injustificadas preguntas, quizá porque la victoria de Brian era dejada de lado por una periodista insolente que buscaba unas cuantas crónicas políticas baratas y de pacotilla.

Ness: La estamos celebrando -se oyó decir a sí misma. Colocó una mano sobre el hombro de Brian y añadió-: ¿Sabes?, ahora que lo pienso, tengo tiempo suficiente para comerme un helado pequeño. Además, tengo que pedirle un favor a tu padre. -Inclinó la cabeza y miró al alcalde Efron con ojos interrogantes-. Me preguntaba si sería tan amable de dar una conferencia a los alumnos sobre presentarse como candidato. Las elecciones para delegado de curso están al caer y necesitamos un montón de ayuda.

Stephen: Délo por hecho.

Le devolvió la sonrisa, pero ésta parecía forzada, y él daba la impresión de estar claramente inquieto. Al igual, por cierto, que su esposa. Y Zac Efron estaba tan tenso que Ness casi podía sentirlo temblar.

Ness: Estupendo. Gracias -repuso dirigiéndose al alcalde-. Entonces, quizá podamos escoger una fecha mientras Brian escoge un sabor.

Zac: Buena idea. -Respondió, interviniendo como si ya hubiera tenido bastante-. No más preguntas por hoy, amigos -informó secamente a los periodistas-. Estamos en nuestro tiempo dedicado a la familia. Así que, si nos disculpan...

No había manera de protestar ante ese tono. La prensa obedeció: todos recogieron sus cosas y se dispersaron.

Stephen: Gracias -le dijo en voz baja a su hermano. En su frente se apreciaban gotas de sudor-.

Zac: Vale. -Con la mandíbula aún tensa, observó fijamente a Cheryl Lager, que se alejaba-. Ha estado odiosa. Pero, ¿quién soy yo para discutir con la libertad de prensa? -Volvió rápidamente la cabeza y le dirigió a su hermano una breve pero dura mirada-. De todos modos, deberíamos esperar más situaciones como ésta, ¿no? -Sin esperar respuesta, desvió la mirada, mostrando de nuevo su comportamiento al tirar de la visera de Brian-. Vamos, campeón. Tenemos que celebrarlo.

Brian: La señorita Hudgens también -le recordó-.

Ness notó el destello de aquellos gélidos ojos azules sobre su rostro.

Zac: Sí, la señorita Hudgens también. Pero solo un helado pequeño. Tiene exámenes que corregir y tú y yo tenemos mucho que contarnos para ponernos al día.

Brian: Vale -asintió. Era obvio que la idea de pasar un rato con su tío era suficiente para compensar su desilusión por la brevedad de la visita de Ness-. Vamos a La Cuchara Gigante -le informó-. Es mi local favorito.

Ness: También el mío.

Brian: Me muero de hambre. -Miró con expectación a sus padres-. ¿Nos vamos ya?

Stephen Efron tenía la mirada perdida en el horizonte, y fruncía el ceño, absorto en sus pensamientos.

Nancy: ¿Stephen?

Le dio un apretón en el brazo. Él parpadeó, restableciéndose al instante.

Stephen: Claro que sí, podemos irnos. ¿Estamos todos listos? Entonces, vámonos.

Hablando a todo el grupo como si se tratara de una sola persona, pasó un brazo por los hombros de su esposa y empezó a caminar hacia el coche. Zac no se movió y observó con los ojos entornados al grupo que se alejaba.

Zac: ¿Tienes tu coche aquí? -preguntó bruscamente-.

Dado que Ness era la única persona adulta que quedaba allí, tuvo que dar por sentado que le hablaba a ella.

Ness: Sí.

Zac: Perfecto. Así, puedes irte a donde tengas que ir.

Puso una mano en el hombro de Brian y se lo llevó hacia el aparcamiento. Ness se quedó allí un momento, aturdida por la tensión que aún se respiraba en el ambiente.

Zac Efron ni siquiera había intentado disimular que estaba ansioso por librarse de ella. Pero esta vez, el hecho no tenía nada que ver con las extrañas vibraciones que había entre ambos.

Esta vez, tenía que ver con su familia, con su hermano.

Esta vez, algo malo pasaba.


2 comentarios:

Alice dijo...

Larguito eh XD
Pero no me seáis vagas.
Si yo lo e he leído, vosotras también.
¡Comentadme eh!
¡Bye!
¡Kisses!

Unknown dijo...

Awww's! Efron!! Q rayos pasa! xDD el qq sige xD

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