Capítulo 1

14 de abril Centro comercial de Leaf Brook Condado de Westchester, Nueva York

En el lugar equivocado. En el peor momento. Tenía que salir de allí. Ness rechinó los dientes mientras se abría paso entre la multitud que iba arriba y abajo en el centro comercial. Intentaba llegar a empujones hasta la puerta que conducía al aparcamiento de doce plantas. El lugar estaba lleno de gente hasta los topes. A cualquier cosa la llamaban «gran inauguración». Esto se parecía más al Mardi Gras en Nueva Orleáns. Meterse en aquel sitio hoy había sido una estupidez. Los Efron estaban rodeados de espectadores, envueltos por miembros de la prensa. Y al alcalde lo rodeaban su padre y su hermano... claro mensaje de que los Efron representaban un frente unificado. Ni siquiera la desesperación de Ness había sido suficiente para sacarla de allí. Tendría que encontrar otra salida.

Coger el ascensor estaba fuera de toda opción. Ya había una larguísima fila esperando y, cada vez que se abrían las puertas, Ness veía perfectamente que la cabina se llenaba por completo. Las escaleras no ofrecían una perspectiva mucho mejor, pero era lo único que le quedaba. Subió piso a piso lo más rápido que pudo, estremeciéndose ante la música que hacía temblar las paredes y retumbaba en su cabeza. Finalmente, la muchedumbre empezó a desaparecer y la música se fue desvaneciendo a medida que Ness se alejaba de la celebración. Estaba muy preocupada y se sentía totalmente frustrada. Si lo que sospechaba era cierto, empezaba una carrera contra un reloj de arena. 

Dependía de ella que ésta dejara de caer. Siguió subiendo por las escaleras hasta llegar al piso once, donde había dejado literalmente encajado el coche en la única plaza de parking disponible... lejos del alboroto del acto inaugural. Mientras caminaba absorta en sus pensamientos se palpó el bolsillo, buscando las llaves del coche. El chirriar de unas ruedas la puso en alerta. Levantó la cabeza justo cuando el Mercedes plateado aparecía por una curva y se le aproximaba a la velocidad de un rayo. Ness supo enseguida que ella era el blanco. Y también por qué sus sospechas eran ciertas. Y estaba a punto de ser silenciada. Un instante de helado pánico la paralizó. Pero desapareció al segundo siguiente. Una oleada de adrenalina sacudió a Ness, que intentó apartarse de un salto. No lo logró. Sintió el tremendo impacto, y después tuvo la desconcertante conciencia de ser lanzada por los aires. El suelo de cemento corrió luego a recibirla. «Brian», pensó Ness, mientras su cráneo era acribillado por innumerables punzadas de dolor. «¿Quién va a salvar a Brian?».