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sábado, 3 de septiembre de 2011

Capítulo 14


Ness: Han enviado a otra persona.

Gritó. La lluvia golpeaba las paredes de la cabina telefónica con tanta fuerza que apenas se podía oír nada. Vanessa estaba empapada, pero quería hablar con Alex inmediatamente y si hubiera cogido el coche, la gente se habría preguntado por qué lo hacía. El chaparrón la había sorprendido a mitad de camino.

Pero aquélla era la última llamada que podía hacer desde el pueblo.

Alex: ¿Quién lo ha enviado?

Ness: Tus clientes, por supuesto. Alex, por favor, si lo sabes no me digas que no. Quiero saber qué está ocurriendo.

Alex: Te aseguro que no sabía que fueran a enviar a alguien más.

Ness: Entonces, son ellos los que tienen un doble juego.

Alex: ¿Hasta qué punto estás segura de que ese hombre es detective? -Vanessa pensó durante un momento. Setenta por ciento. Ochenta-. Ya veo. ¿Se puede saber por qué?

Ness: Es evidente. Por lo que me dijiste. No creen que el tapiz se consumiera en el incendio.

Alex: No me convences. Se alegran de que estés ahí, aunque no hayas averiguado gran cosa por ahora. Están dispuestos a darte más tiempo para que te ganes su confianza.

El estómago de Vanessa se encogió. Por supuesto, lo estaba haciendo muy bien. Se estaba ganando su confianza. Un trueno ensordecedor se desató en el cielo.

Ness: Ha usado para conseguir habitación la misma excusa que yo. Dijo que había hecho una reserva y que se debía haber extraviado. Aparte de ti, de mí y de tus clientes, ¿quién más crees que puede saber que esa excusa funciona?

Alex: Todo el hotel. De todas formas, tengo la impresión de que hay algo que no me cuentas. Por eso ha aparecido ese tipo. Ahora, dímelo todo y a lo mejor averiguamos a qué se debe su presencia.

Ness: El incendio reveló un pasadizo oculto en el sótano. Alguien había estado acumulando provisiones durante la guerra y siguen ahí. Zac sospecha que de allí salió la gasolina.

Alex: Estoy seguro de que tiene razón.

Ness: Pero eso significa que alguien la cambió de sitio. Porque cuando se incendió, estaba al otro lado de la pared del pasadizo, justo debajo de la habitación donde estaba el tapiz.

Alex: ¿Adónde conduce el pasadizo?

Ness: Probablemente llegaba hasta la fortaleza de la que te hablé, pero parece que un derrumbamiento bloqueó el paso y ahora no lleva a ningún sitio.

Alex: Pero bueno, ¿dónde tienes la cabeza?

Ness: ¿Qué quieres decir?

Alex: Nadie se arriesgaría a provocar un incendio con gasolina y después salir por la casa, ¿no? Eso era lo único que no cuadraba en la teoría del incendio provocado. El túnel conduce a algún sitio y tú tienes que averiguar adónde.

Fuera, en la calle, un relámpago iluminó un coche aparcado. Durante un segundo, Vanessa se quedó contemplándolo. Inmediatamente después, un trueno hizo estremecerse la cabina.

Ness: Me temo que estoy en el corazón de la tormenta -comentó-.

Pero la comunicación se había cortado.


Ness: ¿Se te ha ocurrido pensar que puede haber alguien interesado en echarte de aquí? -preguntó a Zac con tono despreocupado, mientras cenaban-.

Aquélla era la única posibilidad que se le ocurría para demostrar la inocencia de Zac.

Zac: ¿Fuera de la casa, quieres decir?

Ness: Sí.

Zac: ¿Por qué crees que alguien podría querer hacer eso?

Ness: No lo sé. ¿Has recibido alguna oferta de compra últimamente?

Zac sonrió.

Zac: Pregunta a Mona durante cuánto tiempo tuvo el hotel en venta hasta que yo se lo compré. Empezaba a pensar que nunca conseguiría colocarlo. Además, su valor ha descendido desde entonces, como el valor del resto de las propiedades. No tengo intención de vender, así que me da igual. Si quisiera deshacerme del castillo, tendría un problema.

Ness: ¿Nadie se ha ofrecido a comprártelo? -insistió-.

Zac: Nadie ha insinuado que le interese tenerlo. Necesita demasiadas reformas antes de convertirse en un hotel decente. Es necesario instalar cuartos de baño y modernizar las cocinas. Como verás, la disposición es un poco rara. Hay muchos pasillos y escaleras que llevan de un extremo a otro y para llegar a los puntos intermedios, hay que dar un rodeo. Sería muy difícil hacer sitio para los cuartos de baño sin destrozar las proporciones. Éste no es un hotel que visitarían regularmente los turistas japoneses.

Ness: Pero en verano solías llenarlo.

Zac: Tenemos un grupo reducido de clientes, bastante excéntricos, a los que les gustan el aislamiento, la piedra y la fontanería antigua. Pero ese grupo se reduce año tras año. Ése era el motivo que impulsó a Mona a vender. Además de su edad, naturalmente. Pensó que podría interesar a alguna cadena hotelera, o que alguien podría querer convertirlo en un palacio de congresos. Pero no tuvo mucha suerte.

Ness: Ya veo. ¿Tienes enemigos? -preguntó directamente-.

Zac: Que yo sepa, no -cogió su mano y le besó las puntas de los dedos-. Ahora dime por qué piensas que podría tenerlos.

Vanessa lo miró. Imaginó qué ocurriría si le contaba la verdad sobre quién era y qué hacía. Podía decirle que estaba convencida de su inocencia y quería ayudarlo a demostrarlo. Pero también cabía la posibilidad de que fuera culpable.

***: He oído que habéis encontrado un pasadizo debajo de la casa -comentó un hombre, acercándose a la mesa-.

Se trataba de uno de los clientes habituales del restaurante, un inglés que se dedicaba a escribir guías de viajes y que vivía por los alrededores.

Zac: Veo que los rumores se extienden rápidamente -dijo resignado-. Pero si no te importa, te agradecería que digas a quien te pregunte que no es nada del otro mundo. Unas cuantas provisiones de la época de la guerra y ya está. No conduce a ningún sitio y no es nada interesante. Lo único que me faltaría ahora sería que un par de turistas tuvieran un accidente en el sótano y me pusieran una denuncia.

El hombre rió y se alejó de la mesa, después de charlar un poco más.

Vanessa volvió a la carga.

Ness: ¿Estás seguro de que Brian Arthur es quien dice ser?

Aquello cogió a Zac por sorpresa.

Zac: No me lo he planteado. ¿Quién crees que es?

Ness: Para estar enamorado de los trenes, sale muy poco del hotel.

Zac: Ha estado lloviendo.

Zac no intentaba encontrar excusas para el comportamiento del hombre. Simplemente, no le interesaba. Vanessa no sabía cómo podía prevenirlo, aunque ni siquiera sabía contra qué lo tenía que prevenir. Zac tenía razón. Nadie quería nada de él y no era probable que tuviera un enemigo tan fuerte y no lo supiera.

Le gustaría que la tomara más en serio. Si se lo propusiera, tal vez pudiera recordar algo, algún indicio que lo condujera a sospechar de alguien.

Zac llenó las copas de coñac, entregó una a Vanessa y cogió la suya, mirando el líquido con gesto ausente.

Vanessa había ido a su piso porque no podía volver a pretextar un dolor de cabeza. No sabía qué hacer. Estaba traicionando a Zac, aunque por otro lado, él podía haber provocado el incendio.

Ahora le resultaría más difícil escapar. No sabía qué excusa poner para que él no sospechara nada. Zac intentaría averiguar qué le ocurría y Vanessa no sabía si podría encontrar una explicación creíble que justificara su comportamiento. Hasta entonces nunca se había sentido muy presionada cuando trabajaba para Alex.

Además, si conseguía convencerlo de que no ocurría nada, sólo acumularía más mentiras.

Zac se sentó en el suelo frente a ella, con los codos apoyados en los muslos. Levantó la cabeza, pidiéndole un beso, y Vanessa reaccionó inmediatamente. Daba igual lo que pensara su cabeza; su corazón y su cuerpo pertenecían a Zac. Su sonrisa de deseo era completamente auténtica,

Zac subió una mano para acariciarle la mejilla mientras el beso deshacía los sentidos de Vanessa, disolviendo sus reproches.

Ness: Tengo la menstruación -mintió contra sus labios-.

Zac se apartó de ella ligeramente y siguió sonriendo.

Zac: No me importa.

Volvió a besarla, arrodillándose para llegar a su boca. Dejó las copas en un taburete y después se tumbó en la alfombra, arrastrando a Vanessa tras sí. Ella se tumbó sobre su pecho y lo miró con los ojos llenos de amor.

Zac la había liberado de su prisión. No podía pagarle delatándolo.

Zac: Te quiero -susurró-.

Vanessa sintió que su sangre bullía, ensordeciéndola con el eco de aquellas palabras.

Ness: ¿De verdad?

Zac la abrazó con fuerza.

Zac: Eres todo lo que siempre quise. Eres mi vida. Quiero estar siempre contigo.

Ness: Yo también te quiero. Nunca he querido tanto a nadie.

No podía evitar decirlo, aunque sabía que no era lo más apropiado. Su corazón se desgarraba por el amor que sentía. Nunca había vivido una experiencia semejante.

Siguieron besándose, rodando por la alfombra. Cuando se detuvieron, Zac estaba encima de ella.

Zac: Nunca tendré bastante de ti. No sabes cuánto te quiero. Desde el momento en que te vi supe que nunca podría haber nadie más.

Aquellas palabras salían de lo más profundo de su alma. Mientras hablaba, la besaba y la abrazaba con locura, devorado por la pasión.

Vanessa gimió mientras Zac le quitaba el vestido y las braguitas. Abrió las piernas para abrazarlo con un grito de pasión y lo acogió en su interior.

Zac: Te quiero, Vanessa. Dime que me quieres.

Era cierto. En todo el universo nada más era verdad, salvo su amor.

Ness: Te quiero -susurró-

Después, cuando todo estallaba a su alrededor, cuando parecía que el placer que los devoraba no iba a detenerse nunca, volvieron a gritarse su amor.

Más tarde, dormida junto a su amante, Vanessa lo recordó y lloró.


Zac: ¿Por qué no subimos tus cosas? -propuso mientras desayunaban-.

Vanessa estuvo a punto de atragantarse con el café.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac: No tiene sentido que sigas teniendo tu equipaje en la habitación, ¿verdad?

Ness: Bueno, mi pintura...

Zac: Ven conmigo.

Dejó la taza y se levantó para dirigirse a una puerta que había en el salón. Vanessa vio una preciosa habitación con dos ventanas que daban a la fortaleza. La iluminación era perfecta. El muro exterior era de piedra desnuda sin revestir. En el centro de la habitación había una mesa antigua, rodeada de sillas. Pero Zac y ella nunca habían comido allí. Solo la luz eléctrica indicaba en qué siglo se encontraban.

Zac: ¿Te gustaría quedarte con esta habitación como estudio?

Ness: Zac -dijo en voz baja-, no estoy preparada para esto.

Era mentira. No había nada que deseara más. Pero tal y como estaban las cosas, no podía mudarse a vivir con él. Su posición sería intolerable.

Zac se quedó inmóvil, como si intentara escuchar un sonido lejano.

Zac: Ah.

Ness: Lo siento, pero esto es... Es ir demasiado deprisa.

El semblante de Zac era inexpresivo.

Zac: Ya veo. Entonces, ¿qué quieres hacer? ¿Quedarte donde estás?

Ness: Si no te importa.

Zac sonrió al oír aquello.

Zac: Me importa muchísimo. Pero la decisión tiene que ser tuya.

Vanessa sabía que no podría salir de aquella situación sin destruir algo.

Tenía que averiguar la verdad, o ella sería la destruida.

Encontró la oportunidad al día siguiente, a la hora de comer. Los trabajadores se detuvieron a las doce y media y el restaurante estaba tan lleno que Norah tuvo que ayudar. Vanessa entró en el despacho y abrió rápidamente el registro.

«Brian Arthur», leyó. «Branwen Close, 15. Cardiff». Memorizó la dirección y el número de su carné. Después se fue a la cocina. Por el camino se encontró a Molly, que iba cargada de platos.

Ness: ¿Te importa que me sirva un vaso de agua?

Molly la invitó a pasar con un gesto. Vanessa caminó hasta el antiguo fregadero de cerámica, saludó a Jane y cogió un vaso. Lo llenó lentamente y se apoyó contra la pared para bebérselo. La cocinera estaba trabajando de espaldas al fregadero. No le resultó difícil escabullirse por la esquina y bajar hasta el sótano.

Las luces estaban apagadas y no se atrevió a encenderlas. Tardó cinco minutos interminables en avanzar por el sótano y cuando alcanzó los escalones de forma inesperada, estuvo a punto de caerse.

Pero al menos, cuando dobló la esquina había algo de luz, procedente del agujero que había hecho la explosión. Vanessa cogió una enorme lámpara portátil. Pesaba demasiado, pero prefería agotarse a no ver por dónde iba.

Habían cerrado la puerta con dos vigas, pero no tuvo ningún problema para pasar por debajo de ellas y entrar en el pasadizo. Se quedó un momento allí, mirando a su alrededor. Las provisiones seguían en su sitio, nadie las había tocado. Tal vez aquello indicara algo. Era posible que allí hubiera algo importante.

Tal vez el pasadizo ocultara un tesoro, claro que, en tal caso, se lo habrían llevado. La persona que había cogido la gasolina había podido acceder a todo lo demás.

Alguna escena de las películas antiguas tomó cuerpo en su cabeza. Recordó que el acaparamiento era ilegal durante la guerra. Claro que nadie inten­taría perseguir aquel delito después de tantos años. En cualquier caso, la persona que poseía antes la casa había estado acaparando provisiones y había muerto antes de poder utilizarlas.

Dirigió la luz a los patéticos paquetes que indicaban el miedo que alguien tenía de quedarse sin comida y sacudió la cabeza. Le apenaba que en las épocas de escasez la gente rica se apresurase a acumular provisiones, creando más escasez.

Detrás de la comida no había nada, salvo una pared de piedra que indicaba el final del pasadizo. Frunció el ceño. Había visto algo, pero no sabía muy bien qué. Volvió a bajar la luz y apuntó el polvo acumulado entre dos sacos rotos. Había dos círculos muy bien definidos y se notaban las marcas que se habían hecho al arrastrar los bultos. La tierra estaba tan aplastada que no había huellas, pero cincuenta años de presión habrían hundido en el suelo los bordes de las latas de gasolina. Por supuesto, Zac había visto aquello el día que habían pasado. Lo que no sabía era si había blo­queado el pasadizo porque tenía miedo de que alguien más pudiera darse cuenta. Al principio, había intentado mantener a todo el mundo al mar­gen de aquello, pero después había cedido al ver el interés que mostraban.

Vanessa se encogió de hombros y se volvió. Alex tenía razón. Nadie se habría arriesgado a prender unas latas de gasolina si la casa fuera su única vía de escape y menos aún se habría atrevido a quedarse en el pasadizo, o incluso en el túnel, mientras la casa se quemaba sobre su cabeza. Podía pasar cualquier cosa. El oxígeno se podía agotar, o el fuego podía calentar demasiado la piedra.

Bajó por el túnel, cargada con la pesada lámpara. Al menos sabía que el suelo era firme. Zac y George habían avanzado hasta el lugar que resul­taba inaccesible a causa del desprendimiento. Pero el camino era muy inestable y avanzaba muy lentamente.

Sintió el viento en los tobillos. Por supuesto. Aquello indicaba que el túnel estaba abierto en algún lugar. Se preguntó quién más se habría dado cuenta de aquello el otro día, cuando todos habían sentido la corriente. Nadie había comentado nada, pero sin duda habrían hecho suposiciones. Zac debía haberse dado cuenta.

Las paredes estaban prácticamente excavadas en la roca. Aquel túnel podía datar de cualquier época. La pared y el techo se habían desprendido por la derecha, dejando el túnel bloqueado por piedras y tierra. A primera vista parecía que el derrum­bamiento había cerrado el acceso por completo. Pero estaba aquella brisa.

Vanessa intentó descubrir de dónde procedía el aire. No sabía cuánto tiempo había pasado allí. Se preguntó si los obreros necesitarían la lámpara.

Tal vez sospecharan lo que había ocurrido y fueran a buscarla.

De repente recordó una de las reglas de Alex: «Nunca te dejes llevar por la prisa». Era una de las reglas más difíciles de obedecer. Respiró profundamente y siguió buscando la abertura.

Un juego de sombras la mantenía oculta y además, nadie buscaría allí. Ella había estado intentando localizar un hueco entre las rocas desprendidas, porque parecía lo más lógico.

Sin embargo, el desprendimiento había tenido lugar junto a una abertura, que no había quedado bloqueada por completo. En el lugar en que las rocas parecían unirse a la pared, había un pequeño hueco. De allí procedía la corriente de aire.

El paso era muy estrecho, parecía demasiado angosto para un niño. Pero por allí había pasado un adulto recientemente. Se pegó a las rocas y pasó, iluminando el agujero. De repente, había espacio. Detrás de la estrecha entrada, la pared izquierda desaparecía.

Igual que el túnel. Se quedó inmóvil un momento, intentando seguir, cuando lo que verdaderamente deseaba era dar la vuelta y correr a casa. Se dijo que estaba en una caverna, simplemente. Si tuviera bastante luz, podría ver las paredes. Hasta podía ver a lo lejos el reflejo de la lámpara en las rocas.

Tal vez su miedo fuera instintivo, pero no resultaba completamente irracional. Mucha gente se perdía en las cuevas. Cometería una imprudencia si exploraba sola aquel lugar. Por lo menos, debería haber dejado en su habitación una carta, diciendo dónde estaba, de modo que, si no volvía, fueran a buscarla.

Pero no tenía tiempo. Al final, decidió explorar únicamente los alrededores de la entrada. Se deslizó lentamente a lo largo de la cuesta que había en el suelo. Después se volvió e iluminó el camino que había recorrido, memorizando todas las curvas de la pared que conducía a la abertura.

Las rocas rotas resplandecieron bajo la luz. La cueva no era tan grande como había imaginado en un principio, pero tenía túneles que parecían excavados por el agua.

De repente pisó un entrante. Se cayó al suelo y la lámpara se apagó. Vanessa gritó, presa del pánico, al verse inmersa en la más absoluta oscuridad. Se quedó muy quieta, pero sus ojos no se acostumbraban a la oscuridad. Ni siquiera se distinguía una vaga sombra. Por mucho que esperase, nunca podría ver nada, porque no había absolutamente nada de luz. De repente, se dio cuenta de que tenía frío.

Tanteó el suelo a su alrededor, en busca de la lámpara. No la encontró. Se puso de rodillas y avanzó unos centímetros, palpando el suelo detenidamente.

De repente rozó algo. Contuvo el supersticioso impulso de apartar la mano y se encontró con la lámpara. Se sentó en el suelo y buscó palpando el interruptor. Lo pulsó.

No ocurrió nada. Las lágrimas de miedo quemaban sus ojos. De pronto se dio cuenta de que había otro interruptor.

Una luz roja, intermitente, iluminó vagamente la cueva. Vanessa dejó escapar una risa histérica. Cuando oyó el eco en las paredes de la cueva se dijo que debía controlarse.

Se puso en pie con precaución. El resplandor rojizo no iluminaba demasiado. De repente, tuvo la impresión de que no estaba sola. Era como si algo la atrajera hacia un lugar. No se resistió. Siguió su sexto sentido, su intuición o lo que fuera, y de repente se encontró en la salida del túnel.

Ness: Gracias -dijo en voz alta-. Muchas gracias.

Un minuto después se había introducido por la abertura.

A medida que avanzaba por el pasadizo oyó el ruido de la obra, pero todos los trabajadores estaban en el piso superior. Dejó la lámpara en su sitio y avanzó hacia la escalera tan deprisa como pudo.

Maddie: ¿Se puede saber dónde has estado? -preguntó mirándola horrorizada-.

Vanessa se quedó inmóvil, maldiciendo su mala suerte. Había conseguido salir de la cocina sin que nadie la viera, pero había tenido que pasar cerca de la puerta de Madeleine en el preciso momento en que ella salía de su habitación. Si hubiera trans­currido un segundo más, nadie habría llegado a verla.

Ness: Me he caído -dijo débilmente-.

Maddie: ¿Dónde? ¿En una mina de carbón?

Vanessa decidió que no tenía por qué responder a aquella pregunta. Se limitó a sonreír y subió a toda prisa por la escalera.

Desde luego, estaba hecha una pena. Se miró en el espejo. Tenía la ropa y la cara llenas de man­chas negras, de aspecto algo grasiento. Verdade­ramente, parecía que había estado en una mina de carbón.

Frunció el ceño. Aquella suciedad aceitosa le recordó algo. Intentó recordar durante un momen­to y después se encogió de hombros. Tenía dema­siadas cosas en que pensar.

2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Awwwwwwww tan bello Zac, el la quiere y vanessa tambien...
pero la pobre vanessa tiene que descubrir todo o si no perdera el trabajo y a zac..
siguela..
ya quiero ver el otro capi ;)

Anónimo dijo...

Caromix27^^:
Awwww se dijieron q se quieren!!
muero de amor <3!
pero no pueden estar juntos ):
bueno ia se veran las cosas!
estoy segura q Zac es inocente :D
comenten mucho chicas!!
tkm mi ali! <3

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