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martes, 4 de octubre de 2011

Capítulo 7


5 de abril

Empezaba a cundir el pánico.

Stephen se paseaba arriba y abajo en su despacho, con la camisa empapada en sudor. Se deshizo de la chaqueta de estilo informal y la corbata, las dejó caer sobre el sillón y se arremangó.

Pensar. Tenía que pensar.

Todo iba mal. Estaba metido en un agujero demasiado profundo y no tenía dónde acudir. Ni siquiera Zac era ya una posibilidad. No después de haberlo insultado y echado de su casa el otro día. Y no con esta monumental deuda. Era tres veces mayor que lo que él jamás había debido.

Zac querría matarlo.

Medio millón de dólares. ¿Cómo era posible que sus pérdidas sumaran una cantidad tan excesiva? Él tan solo había hecho unas cuantas apuestas, maldita sea. Todas eran asuntos seguros, estratégicamente dispuestas, investigadas y escogidas con toda cautela. El problema era que había apostado en partidos de jockey. Y Stephen no tenía para el jockey el instinto innato que tenía para el fútbol o el béisbol. Pero las cosas iban totalmente a destiempo y no le había quedado otra opción. Con la Copa Stanley, de jockey, en pleno estado de efervescencia, éste era el único deporte que proporcionaba apuestas lo suficientemente altas para lo que Stephen intentaba. Hacía ya mucho que se había terminado la temporada de fútbol y la inauguración de la de béisbol acababa de tener lugar aquella misma semana. En cuanto a los partidos de pretemporada, no eran en absoluto rentables.

Así que había tenido que ser el jockey.

Y ahora, Stephen debía quinientos mil dólares.

Se pasó la palma de la mano por la frente. Ya era nefasto que un poco más de ciento cincuenta mil de ellos hubieran salido de sus cuentas personales. Pero el resto (trescientos cuarenta y siete mil seiscientos cincuenta dólares, para ser exactos) provenían de los fondos de la campaña.

Y buena parte de esos fondos eran la inversión de su padre.

Stephen no estaba seguro de qué sería peor, si ir a la cárcel o enfrentarse a su padre.

¿Qué demonios iba a hacer ahora?

Tenía que recuperar aquel dinero... y rápido. Antes de que Cliff descubriera las irregularidades, antes de que la prensa cavara lo suficientemente hondo para descubrir sus dudosas actividades. Stephen no disponía de demasiado tiempo, solo un poco... unos cuantos días, quizás una semana. Tenía que retornar el dinero a su lugar.

Pero, ¿cómo? ¿Adónde podía acudir en busca de ayuda? Volvió a pensar en Zac. ¿Tenía Stephen las agallas de llamar a su hermano?

¿Tenía la opción de no hacerlo?

Estaba dándole vueltas a aquello cuando sonó su línea privada. Aturdido, miró fijamente el teléfono, sin hacer ningún movimiento para descolgar. Hacía mucho rato que se había acabado el horario laboral, lo que significaba que aquella era una llamada de índole personal. Pues bien, él no tenía ganas de hablar con nadie. Si tuviera que jugarse algo (y eso que sus elecciones, últimamente, valían muy poco la pena), apostaría a que se trataba de Nancy, preguntándose dónde estaba a aquellas horas y cuándo volvería a casa para cenar. Stephen no podía hablar con ella. Ahora, no. Y desde luego no podía enfrentarse a ella. En cuanto a Brian... ¿cómo podría mirar a su hijo a los ojos, sabiendo cómo estaba echando a perder la vida de los tres?

Brian creía que su padre era un héroe.

Bueno, pues no lo era. Era tan solo una tramposa y escurridiza estafa. Un día u otro, Brian lo descubriría.

Pero, ¿acaso tenía que saber la verdad antes de cumplir los ocho? El teléfono dejó de sonar, y luego empezó de nuevo, esta vez con mayor insistencia.

De acuerdo. Stephen iba a acabar con todo aquello.

Se aclaró la garganta para procurar que el tono de su voz sonara normal, se inclinó y agarró el teléfono de su plataforma.

Stephen: ¿Nancy?

Philip: No, señor alcalde, soy Philip Walker. Siento llamarte por tu línea privada, pero es que acabo de hablar con Andrew Matthews. Me ha informado sobre los resultados del pleno del Ayuntamiento. Y tengo que decir que no estoy demasiado complacido.

Estupendo. Esto era lo último que Stephen esperaba. Con el frenesí de las últimas horas, Stephen se había olvidado por completo del pleno que se había celebrado aquel mismo día. Le había pedido a Andrew que informara a Walker del resultado. Debería de haberse imaginado aquella llamada en respuesta. Aunque no tenía ni idea de cómo había conseguido Walker su número privado.

¿Y qué más daba? Aquel hombre estaba al otro lado de la línea y esperaba una respuesta. Y Stephen no estaba en condiciones de dialogar con él.

Stephen: Hola, Philip -lo saludó, poniendo el piloto automático e intentando desesperadamente mantener sereno el tono de voz-. Ahora mismo me iba a casa. Me alegro de que Andrew te haya localizado. Sí, yo también me he sorprendido. No tenía ni idea de que uno de los miembros del consejo estuviera estudiando alternativas para los aparcamientos municipales. Sin embargo, lo que propone merece la pena. No sé si Andrew te habrá contado detalles, pero la propuesta es que desaparezcan los pagos por hora y por día. La ciudad expediría licencias de parking para largo plazo. Los importes de dichos permisos serían cobrados por el secretario del Ayuntamiento anual o semestralmente. Es una alternativa sencilla y de bajo coste a lo que tenemos ahora.

Philip: Quizá. -Pausa pensativa-. Pero, por otro lado, este sistema no ofrece ningún tipo de seguridad para los coches o los propietarios que van a recogerlos.

Stephen: He hecho esa advertencia en la reunión -repuso casi incapaz de pensar a causa de cómo le retumbaba la cabeza-. Y tu propuesta todavía sigue sobre la mesa. Pero tengo que serte sincero. La mayoría de los miembros del consejo se inclinan por la opción de las licencias. Es barata y menos drástica que convertir todo el sistema de aparcamientos entero en una empresa privada.

Philip: Ya veo. -Silencio absoluto, denso-. Bueno, espero que les hagas cambiar de opinión. De hecho, estoy seguro de ello. -Quizás era el estado de ánimo de Stephen, pero aquellas palabras le sonaron más como una orden que como una petición-. De todos modos, no quiero robarte más tiempo. Vete a casa, con tu familia. -Tosió-. Pero, antes de colgar, también te he llamado por otra cuestión. Es un poco embarazoso hablar de ello, pero me he dado cuenta de que cometí un grave error en el cheque de contribución a la campaña que te entregué. Debía de estar con la mente en otro lugar cuando lo rellené. Sin darme cuenta, añadí un cero de más. Te agradecería que lo rompieras. Por supuesto, te firmaré un nuevo cheque por la suma que tenía la intención de donarte... cien mil dólares.

Stephen sintió que la bilis le quemaba la garganta. Se dejó caer lentamente en el sillón, temblando de pies a cabeza. Aquello tenía que ser algún tipo de broma de mal gusto. ¿Romper el cheque? No podía hacerlo. Ya había apostado treinta mil dólares de la cifra.

Philip: ¿Señor alcalde?

Stephen: Estoy aquí -se oyó decir a sí mismo-.

Philip: No te ofendas. Ojala pudiera contribuir más. Pero no siempre tenemos lo que deseamos. Seamos sinceros: la vida es una mierda. Si tenemos suerte, salimos adelante. Si no, acabamos como perdedores. Normalmente, eso está en manos de la loca suerte... que, como tú ya sabes por recientes experiencias personales, puede significar una larga mala racha. De vez en cuando, podemos controlar cómo van las cosas. Como, por ejemplo, cuando se trabaja codo a codo, teniendo presente que «hoy por ti, mañana por mí», y todo el mundo consigue lo que quiere. De todos modos, ¿cuántas veces se presenta una ocasión así?

Esta vez, no había duda alguna sobre el mensaje de Walker. Era inequívoco. En su totalidad. Gélidos escalofríos recorrieron el espinazo de Stephen.

Stephen: ¿Estás insinuando que los cien mil dependen de...?

Philip: Esta conexión telefónica es horrible -lo interrumpió cambiando de tema-. Maldita sea, odio los teléfonos. De todos modos, tú ya te ibas a casa. Te dejo que vayas con tu esposa e hijo.

Un leve clic, seguido del tono de marcación.

Stephen seguía sentado, solo en su despacho a oscuras, con la cabeza escondida entre las manos, mucho después de que Philip Walker hubiera colgado.

Lo estaba chantajeando. Aquello ya era un mal asunto. Pero, ¿cuánto sabía Walker? Muchísimo, obviamente.

Para empezar, de no ser así, toda aquella situación no tendría sentido alguno. Si Walker solo se basara en los tratos que había mantenido antes con Stephen, su percepción de éste lo habría llevado a pensar que el alcalde era un gobernante completamente limpio y ético. En este caso, por lo tanto, esperaría que Stephen se sintiera ultrajado por sus insinuaciones. Esperaría que rompiera el cheque, rechazara cualquier otro ofrecimiento e informara a la policía del intento de extorsión de Walker.

Pero las cosas no habían ido así.

Lo que desembocaba en la peor parte. Aquella inequívoca referencia a que la vida era una mierda, y el igualmente claro comentario sobre las recientes experiencias personales y la larga racha de mala suerte. La analogía con el hecho de apostar era demasiado precisa para que pudiera tratarse de una coincidencia.

No, la cosa estaba más que clara. Philip Walker sabía que Stephen estaba en apuros. Pero, ¿cómo? Y, más importante aún, ¿hasta qué punto llegaba la información que poseía? ¿Sabía que Stephen estaba hasta el cuello de deudas de juego? ¿Sabía que el dinero había salido de los fondos de la campaña, y que aún tenía que ser restituido? Peor aún: ¿sabía que su propia contribución figuraba entre las pérdidas? ¿Era ese el motivo por el que estaba tan seguro de que el chantaje daría frutos... ¿porque Stephen no podía devolverle un dinero que ya no tenía?

Stephen respiraba tan agitadamente que podía notar cómo su pecho subía y bajaba. Tenía que averiguar cuánto sabía Walker. Si el asunto era tan malo como sospechaba, tenía que convencer a Walker de ser paciente y no pedirle que le devolviera su dinero. Le prometería defender con toda su firmeza y tesón su propuesta para el aparcamiento municipal. Qué demonios... a Stephen no le importaba en absoluto cuál de las dos ideas aprobara el pleno. Así que apoyaría activamente la de Walker... por razones de seguridad, afirmaría. Era un argumento válido. De algún modo se impondría sobre los otros miembros del consejo. Tenía que hacerlo.

Descolgó su teléfono privado y marcó un número.

Philip: ¿Sí? -contestó al primer timbrazo. Era obvio que esperaba la llamada-.

Stephen: Necesito verte -dijo sin preliminares-. Esta noche.

Philip: ¿Señor alcalde? -Sorpresa fingida-. Creía que ya estarías en tu casa, sentado a la mesa para cenar.

Stephen: Pues no. Y, al parecer, tú tampoco. ¿Cuándo podemos encontrarnos? -Pausa pensativa-: ¿Qué te parece dentro de media hora, en el bar de la esquina de la Norte con la Tercera?

Philip: Allí estaré.


Stephen ya se había bebido la mitad de su combinado de ginebra cuando Philip entró en el local y se acomodó en el reservado del rincón más oscuro. Se desabrochó la cazadora, pidió un whisky, esperó a que se lo sirvieran, y tomó un largo trago antes de mirar a Stephen a los ojos.

Philip: ¿Querías verme?

Stephen: Me gustaría que me dieras una explicación.

Philip: ¿Sobre qué?

Con dedos temblorosos, Stephen dejó su vaso sobre la mesa.

Stephen: No tengo ganas de jueguecitos. Quiero saber lo que has querido decir con trabajar codo a codo.

La vidriosa mirada de Philip se clavó en la de Stephen.

Philip: Creo que la frase se explica por sí misma. Tú tienes algo que yo quiero. Yo tengo algo que tú quieres. Podemos ayudarnos el uno otro. -Otro trago-. Así de sencillo.

Stephen: ¿Qué es lo que te hace pensar que yo me rebajaría a hacer tratos sucios tan solo por obtener una donación para la campaña?

Philip torció sus delgados labios en una especie de leve sonrisa de medio lado.

Philip: No es una donación cualquiera. Es una donación de cien mil dólares. Que no puedes devolver porque ya has invertido una parte en apuestas deportivas.

A Stephen se le revolvió el estómago.

Stephen: No sabes de qué estás hablando.

Philip: ¿Ah, no? En ese caso, te diré algo. Denuncia el farol que me estoy tirando. Dile a la policía que eres víctima de un chantaje. -Le ofreció a Stephen su móvil-. Adelante. Los esperaré aquí hasta que lleguen y me detengan.

Lanzando un gran suspiro, Stephen bajó la mirada y la fijó en su bebida.

Stephen: Quieres el contrato del aparcamiento municipal con Leaf Brook.

Philip: Ésa es la idea.

Stephen: No puedo obligar al consejo que vote lo que yo quiero. Pero sí puedo hacer presión, intentarlo por todos los medios.

Philip: Hazlo. -Apuró su vaso, lo dejó a un lado y se levantó-. Llámalos a todos, uno por uno. Será más fácil así. Después de ganártelos a todos, somételo a votación. Tienes una semana para darme buenas noticias.

Stephen: O para devolverte tu dinero -le recordó. Otra feroz sonrisa-.

Philip: Ya hemos dejado ese punto atrás, alcalde. Lo que sé de ti arruinaría tu carrera y te mandaría a la cárcel, tanto si te las apañaras para reunir el dinero que me debes como si no. Así que quédate con el dinero. Úsalo en tu campaña o en tu adicción... no me importa. No quiero que me lo devuelvas. Quiero firmar el contrato. Así que busca la manera de que eso suceda. -Se abrochó la cazadora-. Espero tener noticias tuyas el jueves que viene. Que pases una agradable velada.


Zac estaba durmiendo cuando sonó el teléfono. Buscó a tientas en su mesilla de noche hasta que encontró el auricular y se lo llevó al oído.

Zac: ¿Diga?

Nancy: Zac, soy yo. -Hablaba con voz temblorosa, llorando-.

Él se despertó del todo al instante.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó, buscando con los ojos la pantallita iluminada del reloj-despertador-.

Eran las cuatro y cuarto.

Nancy: Siento despertarte. Pero no sabía qué hacer. No podía llamara Cliff. Para esto, no.

Zac: Nancy, cálmate. -Ya estaba saliendo de entre las sábanas y poniéndose en pie-. Dime qué pasa.

Nancy: Se trata de Stephen -susurró-. No sabe que te estoy llamando. Pero estoy muy asustada. No ha llegado a casa hasta después de las tres. Y estaba tan borracho que casi no podía ni andar. He intentado hablar con él, pero me ha dicho que lo deje en paz. Ha dicho cosas horribles. Luego, se ha quedado dormido en el sofá. No quiero que Brian lo encuentre ahí tirado mañana por la mañana, pero Stephen pesa demasiado para mí y no puedo subirlo por las escaleras. Y, en el estado en que se encuentra, tengo miedo de despertarlo. -Pausa temblorosa-. Está en apuros, Zac. Jamás lo había visto de esta manera. Y no sé qué hacer.

Zac: ¿Brian está bien?

Nancy: Sí. No sabe nada de todo esto. Se fue a la cama a las nueve. Le dije que Stephen tenía una reunión nocturna. Ha dormido toda la noche.

Zac: Bien. Voy para allá. Llegaré antes de que Brian se despierte.

Después de colgar con gesto rápido y firme el teléfono, Zac encendió una lámpara y se dirigió al vestíbulo para sacar una maleta del armario. La puso sobre la cama y metió en ella algunas prendas al azar mientras su cabeza iba a mil por hora. Era viernes. Eso le dejaba el fin de semana como margen. Pero, por el aspecto que tomaba aquel asunto, iba a necesitar más que eso.

Tomó una rápida y repentina decisión.

Sus negocios iban sobre ruedas, todos. Gracias, Señor, por la tecnología moderna. Con aquel nuevo sistema unificado de tecnología avanzada que acababa de adquirir, podía marcharse a Europa durante un mes entero sin que nadie le echara de menos. Aquel chisme tecnológico integraba su buzón de voz, e-mail y fax, y los reflejaba en la pantalla de su ordenador. Solo le quedaba desviar su línea telefónica privada hacia su móvil. Entonces, podría trabajar desde cualquier lugar.

Había llegado la hora de pasar una larga temporada en Leaf Brook.

Veinte minutos más tarde, Zac metía su ordenador portátil y su maleta en el maletero del Mercedes y, bajo el asomo del primer destello del alba en el horizonte, salió a toda velocidad a la autopista del liste, hacia la crisis que le estaba esperando.


2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

ho ho y ahora
ese Philip es una porqueria..
que pasara??
siguela..
que pena mi demora en comentar...
XoXo

Lau B. dijo...

Zac al rescate!!!!!
lol xD
YAY
Bye
Xx

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