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viernes, 21 de octubre de 2011

Capítulo 14


9 de abril
10:15


Stephen pulsó el intercomunicador de su teléfono.

Stephen: Celeste, no me pases ninguna llamada durante esta reunión.

Celeste: Entendido, señor.

Stephen, sentado en su sillón, se inclinó hacia delante, entrelazó las manos y miró a los tres hombres que se sentaban frente a él. Tenía que jugar sus cartas con mucho cuidado para evitar levantar sospechas.

Y tenía que ganar.

Stephen: Os agradezco a todos que hayáis acudido a una convocatoria con tan poco tiempo de antelación -empezó-.

Marty Hart, el jefe de la policía de Leaf Brook, tomó un largo sorbo de café americano y dejó la taza casi al borde de la mesa.

Marty: No es nada. Sonaba a algo importante.

Stephen asintió.

Stephen: Podría serlo, depende de cómo reaccione la ciudad y qué vote el consejo. Quiero adelantarme a los hechos, por si la inquietud pública tiene influencia sobre lo que hacemos.

Andrew Matthews frunció el ceño.

Andrew: ¿De qué estamos hablando, exactamente?

Stephen: De la pregunta sobre quién obtiene el contrato del aparcamiento. -Se mantuvo sereno e imparcial-. La semana pasada, el consejo se oponía a que una compañía privada se encargara del asunto. Pero, después de que robaran el coche de Albert el viernes por la noche, no estoy seguro de cómo se sienten. O de cómo la opinión pública les hará cambiar de parecer, para ser sincero. Ha habido un aumento real de robos de coches. Y que una de las víctimas sea un miembro del consejo del Ayuntamiento hace que la gente se ponga nerviosa y se sienta vulnerable.

Hart se agitó en su silla, incómodo.

Marty: Hemos doblado el número de coches patrulla que vigilan los aparcamientos municipales. Pero no tenemos recursos suficientes para...

Stephen le indicó con un vago gesto que no hacía falta que diera ninguna explicación.

Stephen: Estás haciendo un gran trabajo, Marty. No se trata de ti.

Cliff: Se trata de Philip Walker -infirió hablando por primera vez-.

Stephen: Efectivamente. Nos ha ofrecido un servicio de seguridad como parte de su propuesta de contrato. Con lo que está pasando, es más que probable que el consejo vote aceptar su oferta. -Tomó un sorbo de café-. Creo que deberíamos empezar a realizar una investigación a fondo y hacer un estudio exhaustivo de Construcciones Walker. Cliff, encárgate de la información en el ámbito legal. Andrew, ocúpate de un informe financiero detallado. Y, Marty, tú averigua antecedentes. Es mera rutina, pero nos ahorrará un montón de tiempo y nos evitará mayores entorpecimientos si el consejo se decide de repente por la oferta de Walker.

Marty: Tiene sentido -pactó el jefe de policía-. Más robos como ese, y cundirá el pánico en toda la ciudad. Será mucho más fácil para nosotros si ya tenemos una solución, una que no les cueste miles de dólares más a los contribuyentes.

Stephen: Exacto. -Bebió un poco más de café y agradeció habérselo pedido descafeinado a Celeste. Ya le costaba lo suficiente controlar que no le temblaran las manos-. Necesito que hagáis todo lo que os he pedido lo antes posible. A juzgar por las llamadas que he recibido durante el fin de semana, esto está a punto de convertirse en un asunto candente.

Marty: Eso está hecho. -Hart ya se ponía en pie-. ¿Algo más?

Stephen: No, es todo. -También se levantó-. Mantenedme informado.

Hart se dirigió directamente a la comisaría. Ciff, al departamento del registro legal. Andrew se encerró en su despacho.

Cinco minutos después, Philip Walker recibió una llamada. Colgó, pálido. Así que Efron quería jugar sucio. Bueno, pues no tenía ni idea de lo que significaba «sucio».

Pero iba a averiguarlo muy pronto.


10.50

Ness no estaba en absoluto contenta.

El aula estaba en silencio. No había nadie, excepto Brian y ella. El resto de niños había ido a clase de plástica. Ness había escogido aquel momento y le había pedido a Brian que se quedara unos minutos más para poder repasar su redacción. Así, no habría nada que los distrajera, y ella podría dirigir toda su energía a advertir y valorar las reacciones del chico para averiguar qué pasaba por su cabeza.

Bien, Ness había estado haciendo exactamente eso. Lo había observado durante toda la conversación y había escuchado lo que Brian decía y lo que no decía. Estaba más callado de lo habitual, menos animado. Y, en contraste con su usual atención, se le veía nervioso, agitándose en su silla y balanceando las piernas como si fuera incapaz de sentarse quieto. Ness intentó lo acostumbrado para tranquilizarlo, desde alabar su redacción hasta preguntarle por las posibilidades de su equipo de la Liga Infantil en la temporada que acababa de empezar. Él le respondió brevemente, con la mirada revoloteando por el aula sin parar y los párpados hinchados de cansancio.

Ness: Brian -dijo finalmente, posándole con suavidad una mano en el hombro-. Tu redacción está realmente muy bien. Y me llama la atención en especial que en ella hables de tu familia en lugar de hacerlo sobre los Yankees. -Brian asintió con la cabeza-. En cierto modo, tu deseo se ha cumplido. Quiero decir que no vives en casa de tu tío Zac, pero él vive en tu casa.

Brian: Ya lo sé.

Ness: Tiene que ser fantástico que se haya instalado allí.

Brian: Lo es. -Una pausa-. Pero sería aún mejor vivir en su apartamento.

Ness: ¿Por qué? ¿Porque está en un edificio muy alto?

Brian: No. Es alto, pero no tanto como el Empire State. Tío Zac me llevó allí una vez. Fue genial. Su apartamento también es genial. Pero eso no es el motivo por el que quiero estar allí. Quiero estar allí porque tío Zac no está triste, o de mal humor, y a él no le importaría que... -se calló de repente y desvió la mirada-.

Ness: ¿No le importaría... qué, Brian? -Sin respuesta. Ness escogió las palabras con mucho tacto-. Cariño, todo el mundo está triste o de mal humor alguna vez. Normalmente, significa que está cansado o tiene mucho trabajo por hacer. No por culpa de otra persona.

Brian: Supongo. Pero, ¿qué pasa si es por culpa de alguien más? -La preocupación que se adivinaba en su voz le partió el corazón a Ness-. Tú no te sientes como si fueras un estorbo en tu casa, ¿verdad? -se encogió de hombros-. Supongo que no. Solo que deseo que las cosas pudieran ser como eran antes. Incluso con tío Zac en casa... todo es distinto.

Ness: ¿Distinto en qué sentido?

Brian: No lo sé... raro, supongo. Tío Zac intenta hacerme pensar en otras cosas para que no vea a mamá llorando. Llora mucho. Sobre todo la noche antes de que tío Zac viniera. Ella creía que yo estaba dormido. Pero no lo estaba. Lloró hasta muy, muy tarde. Entonces, papá llegó a casa. Pero hablaba como si no fuera él. Su voz era extraña. Y estaba furioso. Le gritó a mamá.

Ness despeinó cariñosamente a Brian, mientras sentía que se le hacía un nudo en el estómago.

Ness: ¿Estabas asustado?

Brian: Un poco, sí. No les dije que estaba despierto. -Volvió la cabeza y le dirigió a Ness una mirada angustiada-. No se lo dirás, ¿verdad? No quiero empeorar las cosas. Ellos lo pasarían mal.

Ness: No, cariño, no les diré nada. No, si tú no quieres quieres que lo haga.

Pensaba a toda velocidad, decidiendo cómo expondría el tema cuando llamara por teléfono a Nancy Efron. No desvelaría la confidencia de Brian. Pero tampoco iba a ignorar aquella situación. Ya no, dijera lo que dijera Zac, aquel problema no se estaba solucionando. Y ya era hora de que los padres de Brian lo supieran.

Era la hora de comer cuando Ness tuvo su primera oportunidad de desaparecer. La ayudante de comedor se hacía cargo de su curso y supervisaba el almuerzo y la hora de recreo.

Ness entró en un despacho privado de la escuela y telefoneó a Nancy Efron a su casa. Salió el contestador. Colgó, e intentó localizarla en su boutique. De nuevo, el contestador. Esta vez, Ness dejó un mensaje. Era mejor dejarlo en la boutique que en casa: era menos probable que Brian pudiera oírlo.

De todos modos, fue un mensaje bastante vago. Solo dijo que tenía un asunto breve pero importante del que hablar y que éste necesitaba una respuesta inmediata.

Colgó de nuevo, sabiendo que tenía otra obligación que cumplir. Marcó el número del móvil de Zac.

Cuando él contestó, Ness se limitó a decir:

Ness: Las cosas están peor de lo que pensabas. Le he dejado un mensaje a tu cuñada. Voy a hablar con ella lo antes posible. Y no me discutas, Zac -añadió rápidamente mientras él empezaba a hablar-. Bajo estas circunstancias, creo que deberíamos cancelar nuestro encuentro de hoy. Quiero estar localizable y libre en caso de que tu cuñada me llame. Además, no quiero discutir contigo. No conseguirás que cambie de opinión. Si todavía quieres verme después de que haya solucionado este problema, házmelo saber.

Sin darle ocasión a replicar, colgó.

Fuera en el patio, Brian fue directamente a la valla y dejó su chaqueta y su gorra de béisbol en el lugar de siempre, asignado a los de su curso. La norma era que cualquier artículo personal que no fuera a ser utilizado durante el recreo se dejara en aquellas áreas especificadas. Su chaqueta y su gorra de béisbol iban a parar allí cada día. Brian nunca las llevaba puestas cuando jugaba. Porque le hacían sudar.

Se dirigió, arrastrando los pies, al otro lado del patio. Se sentó, solo, cogió una ramita y empezó a dibujar en la tierra con ella. Tenía el estómago un tanto revuelto, aunque no se había comido su bocadillo de pavo ni su yogur. Quizá no debería haberle contado todo aquello a la señorita Hudgens. Quizá se lo tendría que haber guardado para sí. Pero si alguien era capaz de saber cómo mejorar las cosas, era ella. Ella y el tío Zac.

Se quedó allí, sentado, durante el recreo. No tenía ganas de jugar. Finalmente, la señorita Parkins, la ayudante de comedor, anunció a los niños que el recreo había terminado.

Brian se levantó y fue a la valla a recoger sus cosas. Al cabo de un minuto, se dio cuenta de que la gorra de béisbol no estaba. La buscó por todas partes. Incluso rebuscó entre las prendas de sus compañeros. Pero la gorra había desaparecido.

Tragó saliva, intentó contener las lágrimas y se sintió peor que nunca. Era su gorra de la Liga Infantil, la que siempre llevaba puesta cuando salía a ocupar el montículo. Le traía buena suerte. Podía comprarse otra, pero no sería lo mismo.

Un claxon sonó en el aparcamiento.

Brian levantó la cabeza a tiempo para ver un coche negro que circulaba lentamente. El conductor bajó la ventanilla. Su rostro se hallaba casi completamente oculto por una gorra, echada hacia delante y demasiado pequeña para cubrirle la cabeza.

Era la gorra de Brian.

Bajo la visera, los labios de aquel hombre se curvaron en una desagradable sonrisa. Luego, sus dedos índice y corazón rozaron el borde de la visera en un gesto de saludo en dirección a Brian.

Y, después, el coche se alejó.


19.35

Stephen Efron salió del Ayuntamiento más tarde incluso de lo habitual aquella noche. Había albergado la esperanza de que Marty o Cliff le presentaran un informe que contuviera alguna pista acerca de cualquier asunto ilegal en el que Construcciones Walker estuviera involucrado. Cualquier cosa que le proporcionara munición para utilizar contra Philip Walker. Un hombre tan tramposo e indecente como aquel debía de tener algún secreto inconfesable que sería descubierto enseguida.

Zac le había dejado dos mensajes, a los cuales no había respondido. En parte, porque estaba muy ocupado, y en parte porque adivinaba perfectamente sobre qué eran esos mensajes... y no estaba preparado para enfrentarse a ello. Probablemente, Zac sabía cuándo tenía previsto su padre aparecer por Leaf Brook. Pues bien, Stephen no quería ni oír hablar de ello. Todo lo que podía hacer era rezar para que no sucediera en los días siguientes. Necesitaba ese tiempo. Tenía que conseguir el control sobre las cosas antes de que su padre se le echara encima como una tonelada de ladrillos.

Absolutamente agotado, Stephen cruzó lentamente el aparcamiento, con las suelas de los zapatos resonando contra el pavimento. El parking estaba desierto, porque todo el mundo se había ido a casa hacía horas.

Llegó junto a su coche y estaba ya metiendo la llave en la cerradura cuando oyó el chirrido de un coche que giraba por la esquina del aparcamiento. Sonaba como si se dirigiera directamente hacia él a toda velocidad.

Stephen se volvió de golpe justo cuando el coche, un Cupé negro frenó en seco junto a él.

Dos hombres saltaron literalmente de su interior. Los vio por un instante mientras ambos hombres se abalanzaban hacia él. Uno era fornido; el otro, alto y musculoso. El puño del alto impactó contra la mandíbula de Stephen, que salió despedido, tambaleándose hacia atrás, y acabó chocando con su coche.

***: Esto es un regalito, Efron -ladró el tipo fornido, pegándole un puñetazo en el estómago-. De parte de Construcciones Walker.

Diez minutos más tarde, los dos hombres se marcharon dejando a Stephen, acurrucado y sangrando, sobre el pavimento.

***: Las pesquisas se han terminado -murmuró el fornido-. Y tú también estarás acabado si intentas un movimiento tan estúpido como ése otra vez.

Entró en el coche negro.

**: Hasta pronto -añadió su compinche-. El señor Walker Seguirá en contacto. Ah, y señor Efron... -Volvió a acercarse a Stephen lo suficiente para dejar caer un billete de diez dólares junto a su cabeza-. Con eso habrá suficiente para pagar lo que le debo a su hijo. La próxima vez, le quitaré algo muchísimo más valioso.


20.30

Nancy tenía un nudo en el estómago.

Se agitó, inquieta, en el sofá del salón y por enésima vez apartó un poco la persiana, esperando divisar los faros del coche de Stephen en la ondulante carretera que llegaba a la casa.

Nada.

¿Dónde demonios estaba su marido?

Se volvió de nuevo y observó a Zac y Brian, que estaban terminando los deberes de aritmética en el suelo. Zac levantó la mirada y la cruzó con la de Nancy, intentando aparentar normalidad para tranquilizarla sin palabras.

Nancy no se creyó su sereno semblante ni por un momento. Zac estaba tan preocupado como ella. Lo leía en su rostro, al igual que lo había adivinado en su voz cuando, aquel mismo mediodía, la había llamado a la boutique para preguntarle:

Zac: Nancy, ¿has escuchado tu contestador?

Nancy: No -le había contestado quitándose el abrigo-. He vuelto ahora mismo de almorzar. ¿Por qué?

Zac: Porque tienes un mensaje de Vanessa Hudgens. No está en el contestador de casa, así que debe de habértelo dejado aquí, en la boutique.

A Nancy se le había caído el alma a los pies.

Nancy: ¿Vanessa Hudgens? Oh, Dios mío, ¿acaso a Brian le ha...?

Zac: No, Brian está bien. No se trata de nada de eso. Nancy, escúchame. Ness está preocupada por el estado emocional de Brian. No le devuelvas la llamada. Aún no. No hasta que hayamos hablado con Stephen.

Entonces lo entendió. Lo entendió perfectamente.

Nancy: ¿Has localizado a Stephen? -le había preguntado, entre seca y aturdida-.

Zac: Lo he intentado. Está reunido.

Nancy: Yo debería volver a casa.

Zac: No. Brian espera que yo lo vaya a recoger y que tú trabajes hasta tarde. Hazlo. Haré que te telefonee cuando lleguemos a casa y así podrás oír por ti misma que está bien. Nancy, no empeoremos las cosas preocupándole. Stephen estará en casa hacia las siete y media o las ocho. No podemos hacer nada hasta entonces. Brian y yo nos comeremos nuestra pizza, como estaba planeado. Tú ven a las siete, como dijiste. Te guardaremos un pedazo. Cuando llegue Stephen, Brian se irá a la cama. Actuaremos con la máxima normalidad. Luego, hablaremos. Y, Nancy... -Hizo una pequeña pausa-. Todo se arreglará.

Nancy: Eso espero, Zac. Porque ya no estamos hablando de mi vida. Se trata de la de mi hijo.

Y, con un ligero clic, Nancy había colgado.

La boutique estaba llena pero, a pesar de todo, ella escuchó el mensaje de Vanessa Hudgens tres veces. Por Dios, qué tentada había estado de devolverle la llamada a esa mujer. Pero le había prometido a Zac que esperaría. No sabía lo que Vanessa Hudgens sospechaba, ni hasta qué punto. Y tenía que saber a qué se enfrentaba, antes de hablar.

Brian llamó a la boutique a las cuatro menos cuarto de la tarde, como Zac había prometido. Y, por el tono de voz, parecía estar bien, aparte de disgustado por haber perdido su gorra de béisbol.

«Bien». La elección de la palabra era, cuando menos, interesante. Desde el punto de vista de cualquier otra persona. Brian parecía estar, efectivamente, bien. Pero Nancy sabía que no era así. Y, al parecer, también Vanessa Hudgens opinaba lo mismo. Comparado con su usual comportamiento exuberante, Brian no estaba normal últimamente. De todos modos, ¿cómo iba a estar bien?

Nancy cerró los ojos con fuerza y el sentimiento de culpabilidad que sintió le dolió tanto como cualquier herida física. Quizá tenía que haber hecho algo antes, hace tiempo. Pero ¿qué? ¿Dejar a Stephen? Eso le habría roto el corazón a Brian y habría destrozado a Stephen. No podía hacerlo. Así que acudió a Zac, que lo dejó todo por estar allí. Y Brian parecía estar visiblemente mejor con su tío en casa.

Pero era obvio que no lo suficientemente mejor.

Durante el mediodía, Nancy intentó localizar a Stephen en el despacho dos veces. Pero, como Zac le había dicho, estaba reunido. Ella no le dejó ningún mensaje. Aquel asunto no era algo que Nancy pudiera lanzar como si tal cosa. Tenían que hablar... aquella misma noche. En cuanto a lo de volver corriendo a casa, Zac tenía razón. Habría sido un error. Tan solo habría conseguido avivar la inquietud de Brian y aguar la «velada de colegas» que había planeado con su tío. Además, no se podía hacer nada hasta que Stephen llegara a casa y Nancy pudiera poner las cosas sobre la mesa, determinar qué estaba pasando y decidir cómo solucionarlo.

Había estado a punto de llamar a Cliff. Pero ya se había apoyado en él demasiadas veces. Y Cliff tenía una vida propia, y eso no incluía arreglar la de Nancy.

Llegó a casa a las siete menos cinco de la tarde y entró a toda prisa en la cocina para asegurarse de que Brian estaba bien.

El niño estaba sentado a la mesa, atiborrándose de pizza y le dedicó una sonrisa de mozzarella al acabarse el último bocado.

Brian: Hola, mamá.

Nancy: Hola, cariño. -Al mirar la pizza, se estremeció-. ¿Pero cómo puede gustaros tanto esa cosa?

Zac: Porque es una bomba -la informó alegremente-. Carne, salchicha, pimiento verde, champiñones, cebolla...

Nancy: Basta, por favor. -Levantó la palma de la mano y se inclinó para besar a Brian en la cabeza. En momentos como aquel, deseaba que Brian fuera todavía un niño pequeño para poder abrazarlo tan fuerte como le apetecía, sin que él se sintiera un tanto avergonzado-. ¿Cómo ha ido el día?

Brian: He perdido mi gorra de béisbol. -Toda su carita se había puesto triste de repente-. La he buscado por todas partes, pero ha desaparecido. Creo que se la ha llevado un hombre.

Nancy: ¿Por qué piensas eso? -preguntó sorprendida.

Brian se encogió de hombros.

Brian: He visto a un hombre que se iba en un coche y llevaba una gorra roja puesta. Parecía mi gorra de béisbol. Pero supongo que es una estupidez. ¿Por qué iba un hombre a querer mi gorra? ¿Cómo voy a lanzar ahora sin ella?

Nancy: Cariño, dudo que llegue ese momento. Seguramente, aparecerá dentro de uno o dos días en el mostrador de objetos perdidos de la escuela. Pero, si no es así, te compraré otra.

Zac: Claro, campeón -intervino-. Aquella gorra ya estaba un poco gastada. Demasiado trote. Una gorra nueva es buena idea. Entonces, si encuentras la vieja, puedes irlas combinando.

Brian: Supongo.

No sonaba convencido. Pero se animó cuando Nancy le recordó que su padre llegaría a casa pronto. Salió disparado a buscar su mochila para acabar los deberes.

Durante tres minutos, Zac y Nancy estuvieron a solas.

Zac: ¿Has encontrado el mensaje de Ness en la boutique?

Nancy: Sí. Y he hecho lo que me has dicho. ¿Has podido tú hablar con Stephen?

Zac: No. No me ha devuelto la llamada.

Nancy: ¿Cómo se ha estado comportando Brian?

Zac: No muy alegre. -No mintió-. Ha estado bastante desanimado. No estoy seguro sobre hasta qué punto es a causa de lo que nos preocupa y hasta qué punto es por haber perdido su gorra de béisbol.

Nancy: Maldita sea. 

Se pasó ambas manos por el pelo, sintiéndose como si el mundo se le cayera encima.

Zac: Aguanta un poco, Nancy. Stephen estará aquí pronto.

Ella levantó la cabeza y su mirada, cada vez más asustada, se cruzó con la de Zac.

Nancy: Y entonces, ¿qué?

Todavía se lo estaba preguntando ahora, solo que ya había pasado una hora y media y todavía no había ni rastro de Stephen.

Brian: ¿Dónde está papá? -quiso saber, levantando la vista de sus problemas de matemáticas-. Es tarde.

Nancy abrió la boca para asegurarle, por tercera vez, que su padre llegaría en cualquier momento.

El teléfono móvil de Zac sonó.

Él levantó la mirada, que se cruzó con la de Nancy, intranquila.

Zac: Negocios -predijo, sacándose el móvil del bolsillo-. Recuerda que en sitios como Australia es de día.

Ella asintió con la cabeza.

Zac: Zac Efron. -Larga pausa-. Sí. Todos estamos bien. Seguro. Aquí. ¿Dónde? -Otra pausa-. Voy para allá. -Pulsó el botón de desconexión de la llamada y se puso en pie-. Era papá -anunció a Brian-. Ha tenido una avería, por eso no ha llegado aún. Voy a ir a echarle una mano.

Brian se levantó enseguida.

Brian: ¿Y por qué ha llamado a tu móvil?

Zac se encogió de hombros.

Zac: No ha podido comunicar con vuestra línea, así que ha decidido llamarme a mí.

Nancy: Son muchos problemas, Zac -comentó seria- Una avería en el coche. Una línea telefónica que no funciona.

Zac la miró y le dirigió un casi imperceptible movimiento de cabeza.

Zac: Así es la era digital -fue todo lo que dijo en voz alta-. Está llena de imperfecciones. -Se volvió hacia Brian-. Escucha, campeón, deja que mamá te ayude con tu último problema. Luego, prepárate para meterte en la cama. De ese modo, podrás pasar más tiempo con papá cuando llegue a casa. ¿De acuerdo?

Brian: Sí, de acuerdo -asintió-.

Zac: En ese caso, me voy.

Nancy siguió a Zac hasta el recibidor.

Nancy: ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido?

Zac: No lo sé -repuso en tono tenso y preocupado-. Sea lo que sea, es malo. -Cogió su chaqueta y continuó hablando en voz baja-: Nancy, mete a Brian en la cama. Stephen no quiere que su hijo lo vea... ahora mismo, no. Yo lo traeré hasta aquí. Dejaremos su coche en el aparcamiento.

Nancy observó a Zac mientras éste salía a toda prisa de la casa. Se abrazó a sí misma, como intentando protegerse de la demasiado obvia verdad. «Stephen no quiere que Brian lo vea en el estado en que se encuentra, pensó, aturdida. Como la otra noche. Está borracho. Esa es su "avería con el coche"».

Sintiéndose como medio muerta interiormente, giró sobre sus talones y volvió al salón. Tenía que estar allí, por su hijo.


1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

pobre Stephen la golpiza que le dieron :s
y ahora Nancy piensa mal...
espero que se solucionen las cosas
porque me da tristeza que Brian este mal...
lastima que la cita de Zanessa se cancelara..
espero que la sigas pronto..
ya quiero ver que pasa..
X0X0

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