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jueves, 6 de octubre de 2011

Capítulo 8


Cuando, al cabo de cuarenta y cinco minutos, Zac cruzó la puerta de entrada, Nancy parecía estar al borde del colapso. Él frunció el ceño, en absoluto acostumbrado a ver a su siempre tan arreglada y compuesta cuñada embutida en una vieja sudadera, con la cara embotada y los ojos hinchados de tanto llorar.

Zac: Eh. -Dejó caer la maleta al suelo y agarró a Nancy por los hombros-. ¿Estás bien?

Ella asintió, esforzándose de forma evidente por mantener el control.

Nancy: Gracias por venir. Puede que Stephen me mate por haberte llamado, pero yo tenía que hacer algo. No podía dejar que Brian viera a su padre en este estado. -Con un suspiro agitado, bajó la mirada y se contempló a sí misma-. Hablando de que Brian no nos vea así, creo que voy a subir a ducharme, ahora que ya has llegado. De ese modo, mi aspecto será casi normal cuando mi hijo baje de su habitación. -Indicó con un gesto hacia el salón-: Stephen sigue aún en el sofá. Y también he hecho una cafetera. Vas a necesitar café.

Zac: Seguro que sí.

Nancy: Zac... -Le posó una mano en el hombro mientras él se disponía a ir hacia el salón-. No sabes cuánto te agradezco que...

Zac: Ya lo sé. -Le acarició la mano en un breve gesto de consuelo-. Ve arriba. Ya me encargo yo de todo.

Stephen todavía estaba totalmente dormido, recostado sobre el brazo del sofá. Iba completamente vestido, desde abrigo a zapatos, mascullando para sí, Zac lo agarró por los brazos y lo sacudió.

Zac: Stephen. -Otra enérgica sacudida, seguida de unos ligeros pero insistentes cachetes en la mejilla-. Stephen. -Los ojos de su hermano se abrieron un poco, solo el tiempo suficiente para que éste murmurara algo incomprensible. Luego, volvieron a cerrarse-. Maldita sea, Stephen, despierta.

Rugió esa orden entre dientes. Lo que realmente quería era gritar hasta que temblaran las paredes. Pero eso despertaría a Brian. Tardó cinco largos minutos en obtener una respuesta coherente de su hermano. Gruñendo, Stephen se forzó a abrir los ojos, inyectados en sangre, e intentó enfocar la mirada.

Stephen: ¿Zac?

Zac: Sí, soy yo. -Lo agarró esta vez por la barbilla y le sacudió la cabeza un par de veces-. Mantente despierto -le ordenó-.

Stephen: ¿Qué estás haciendo aquí? -farfulló-.

Zac: Salvarte el pellejo. -Obligó a su hermano a ponerse en pie, haciéndole pasar un brazo por sus hombros para ayudarlo-. Camina conmigo.

Stephen: ¿Qué? -obedeció, tambaleante-. ¿A dónde?

Zac: A la cocina. Vas a tomarte tres tazones de café bien cargado. Y luego voy a meterte en la ducha. Apestas a alcohol. -Un destello de irritado resentimiento cruzó el rostro de Stephen-. Antes de empezar a pelearte conmigo, piensa una cosa -le advirtió en un tono firme y enfadado-. Dentro de una hora, más o menos, tu hijo va a bajar a desayunar. ¿Quieres que te vea así?

El resentimiento se desvaneció y fue sustituido por una mirada extraviada que hizo que la ira de Zac también se esfumara. Fuera lo que fuera lo que estuviera pasando, su hermano se sentía atormentado.

Stephen se bebió el café en silencio, estremeciéndose de vez en cuando por aquel amargo sabor. Poco a poco, la sobriedad volvió a él y aquella mirada vidriosa desapareció de sus ojos.

Stephen: ¿Qué hora es? -preguntó finalmente-.

Zac consultó su reloj.

Zac: Casi las seis.

Stephen: Apenas amanece. -Comprendió de repente y sus labios se convirtieron en una fina y tensa línea-. Es obvio que Nancy te ha llamado.

Zac: Por supuesto que sí, maldita sea. Y ni se te ocurra sulfurarte. Tu esposa te quiere. Estaba absolutamente preocupada. Ha acudido a mí porque soy el único que conoce la situación. Te estaba protegiendo, como hace siempre.

Stephen fijó la mirada en su tazón de café.

Stephen: Ya lo sé -repuso con voz ahogada-.

Era el mejor comienzo para que Zac pudiera empezar a disparar preguntas. Lástima que el momento fuera totalmente inoportuno.

La inquisición tendría que esperar. Se levantó.

Zac: Vamos, dúchate y aféitate. Desayunaremos todos juntos cuando Brian baje. Y después de que Nancy se lo lleve a la escuela, tú y yo hablaremos.

En aquel momento entró Nancy, con un aspecto muchísimo más sereno que el que tenía hacía media hora.

La tensión cargó el ambiente cuando su cauta mirada se cruzó con la de Stephen. Ninguno de los dos dijo nada.

Zac: ¿Está libre la ducha? -Su trivial pregunta cortó el silencio. Nancy asintió-.

Nancy: Está lista y esperando.

Con un tembloroso suspiro, Stephen se puso en pie, más derrotado que inseguro.

Stephen: No recuerdo mucho de lo que pasó cuando llegué por la noche, pero dudo que fuera agradable -le dijo en voz queda a su esposa-. Lo siento. Lo lamento más de lo que puedas imaginar.

Se refería a mucho más que llegar a casa borracho, y todos lo sabían. Nancy tragó saliva.

Nancy: Lo sé.

Stephen: Será mejor que vaya a arreglarme. -Fue hacia la puerta, recuperando el equilibrio paso a paso. Le dirigió a su hermano una rápida mirada-. Puedo apañármelas solo.

«Sí, vale», quiso decirle Zac. «Quizá te las arregles con la ducha, pero no con tu vida».

Zac: De acuerdo -le dijo en su lugar-. Me quedaré por aquí y tomaré un café con Nancy.


Brian no oyó la alarma del despertador aquel día, cosa que nunca antes había pasado. Dieron las siete y cuarto y, al no haber señales de bullicio en el piso de arriba, Nancy subió a despertarlo. Cuando volvió a bajar, la angustia se reflejaba en su rostro. Su mirada se cruzó con la de Stephen, y entonces explicó que había encontrado a su hijo profundamente dormido, que parecía exhausto, que las sábanas estaban completamente revueltas (como si hubieran sobrevivido a una guerra), y que lo primero que había preguntado Brian era si su padre estaba o no en casa. Estremecido ante lo que aquello implicaba, Stephen reaccionó inmediatamente y subió acto seguido a tranquilizar a su hijo. Por los sonidos que luego siguieron (puertas de armario que se abrían y grifos soltando agua), Zac concluyó que su hermano había asumido los rituales matutinos de Nancy: escoger prendas que fueran a juego y supervisar que Brian se lavara los dientes y se anudara los cordones de los zapatos.

Sin embargo, Zac oía la voz de Brian que era un mero eco de su exuberancia usual. Hasta que, cuando bajaba las escaleras con Stephen, su padre le anunció que lo aguardaba una sorpresa. Eso captó la atención de Brian.

Brian: ¿Qué es?

Stephen: Baja y descúbrelo tú mismo. -Sonaba aliviado-.

Brian echó a correr y entró a la carrera en la cocina, mirando con expectación. No se llevó ninguna decepción.

Brian: ¡Tío Zac! -Una enorme sonrisa le iluminó el rostro al ver a su tío, inclinado sobre la mesa y untando una tostada-.

Zac: Hola, campeón -lo saludó-. Has bajado justo a tiempo. Estaba a punto de engullir estas estupendas tortitas que tu madre acaba de prepararte.

Brian dejó caer su mochila al suelo.

Brian: No sabía que ibas a venir hoy.

Zac: Por eso se le llama sorpresa. -Despeinó cariñosamente a su sobrino y luego dio unos golpecitos sobre el cojín de la silla junto a la suya-. Siéntate y habla conmigo mientras desayunas.

Brian: Solo tengo cinco minutos. Me ponen un punto negativo si llego tarde. -Su sonrisa se desvaneció-. Ojala hoy fuera festivo. Entonces, no tendría que ir a la escuela.

Zac: Ah, eso es parte de la sorpresa. No me quedo solo hoy. He venido para haceros una visita larga.

Brian: ¿De verdad? ¿Cómo de larga?

Zac: Lo suficiente para haber tenido que preparar una maleta llena de ropa y haberme traído el ordenador portátil. Ve a echar un vistazo a la habitación de invitados. Verás mis cosas sobre la cama.

Brian: ¡Qué bien! -Celebró la noticia echando sirope en las tortitas hasta que éstas flotaron-. ¿O sea que estarás aquí cuando vuelva de la escuela?

Zac: Mejor aún: iré a recogerte a la salida... si a tu madre le parece bien, claro. -Le pidió permiso a Nancy dirigiéndole una divertida mirada interrogativa-.

Nancy: Por mí, encantada -repuso inclinándose sobre Brian para cortar las tortitas-. Eso me proporcionará unas horas extra en la tienda. Necesito cerrar los gastos del trimestre. -Era propietaria de una pequeña boutique de mayoristas en uno de los distritos comerciales más importantes de Leaf Brook-. Así que ahora dejaré a Brian en la escuela y luego os espero a los dos en casa hacia las cinco. ¿Qué tal?

Zac: Suena perfecto.

Se sentía más que complacido con aquella perspectiva. Quería el máximo de tiempo posible a solas con su sobrino, para poder averiguar exactamente cómo se sentía Brian.

Brian: ¿Y qué hay de papá? -preguntó. La inquietud de antes volvió a aparecer y dirigió una fugaz mirada a su padre, buscando alguna señal tranquilizadora-. ¿Volverás a llegar tarde, esta noche? ¿O puedes venir a cenar a casa?

Un chispazo de angustia cruzó el semblante de Stephen, que reflejaba el sentimiento de un padre que sabía que era la causa del dolor de su hijo.

Stephen: Estaré en casa antes de las siete -confirmó-. ¿De acuerdo?

El alivio de Brian fue evidente.

Brian: Muy bien.

Zac: Mejor aún que muy bien -informó a su sobrino-, eso te dejará cuatro horas para que te entre el apetito. Y no malgastaremos ni un solo minuto. Nos iremos directos al parque después de la escuela y practicaremos tus carreras en zigzag para que puedas alcanzar la base sin romper ningún hueso ni tragarte un cuadro interior entero de tierra. Después, volveremos a casa y te echaré una mano con los deberes. Quizás incluso podamos ayudar a mamá a hacer la cena. Antes de que te des cuenta, tu padre ya habrá llegado. ¿Qué dices a eso?

Brian: ¡Genial! -Se zampaba el desayuno a buen ritmo y parecía él mismo de mayor-. Nos vemos en la puerta del patio -dijo entre bocado y bocado-. A las tres.

Zac: No faltaré.

Todo tono frívolo se desvaneció en cuanto Zac y Stephen quedaron a solas, con el ronroneo del coche de Nancy de fondo confirmándoles que ella y Brian habían salido hacia la escuela.

Zac: No perdamos tiempo -dijo serio, apoyándose en el respaldo de la silla-. ¿De cuánta gravedad es?

Stephen se pasó una mano por el pelo y volvió el rostro para mirar por la ventana.

Stephen: Muy grave.

Zac: Stephen, cuéntamelo. Yo no voy a irme. Y el problema tampoco. Pensaremos algo. Pero dime cómo están las cosas.

Una risita sin ni pizca de humor, casi triste.

Stephen: Qué magnánimo. Y heroico. Yo te echo de casa el lunes y el viernes vuelves a aparecer por aquí, como un Lancelot del siglo veintiuno, galopando en mi rescate.

Zac: Basta ya. -Se acercó a su hermano y apoyó ambas manos en el borde del mármol de la cocina-. Deja de compadecerte tanto. Es por Brian por quien deberías estar preocupado. Él es el motivo por el que yo estoy aquí. -Pausa dolorosa, después de la cual añadió-: Eso, y el hecho de que eres mi hermano y te estás destrozando la vida.

Stephen: La destrocé -corrigió-. En pasado. Y esta vez me he enterrado del todo. -Agachó la cabeza y entrelazó los dedos por detrás de la nuca-. Este asunto será muy difícil de tragar, incluso para ti.

Zac observó la curva de abatimiento de los hombros de su hermano.

Zac: No te estoy juzgando. Quiero ayudarte. Por el amor de Dios, deja que lo haga.

Stephen: Claro, ¿por qué no? -replicó con un tonillo, burlándose de sí mismo-. Veamos, ¿llevas por casualidad medio millón de dólares encima? Ya sabes, una cantidad que puedas tocar sin tener que vender acciones o bonos ni pedir un préstamo. Si es así, sería condenadamente útil, ahora mismo.

Conteniendo el aliento, Zac intentó que en su tono no se reflejara la conmoción que sentía.

Zac: ¿Tienes una deuda de quinientos mil dólares?

Stephen: Sí, esa es la cantidad, más o menos.

Zac se obligó a sí mismo a formular la pregunta siguiente:

Zac: No puedes haberla perdido en apuestas deportivas. ¿Estás metido en algún otro asunto?

Stephen: ¿Como qué, tráfico de drogas? No, Zac, no he caído tan bajo. Se trata, simplemente, de mayores apuestas, malas elecciones y, por lo tanto, mayores pérdidas. -Risita amarga-. Siempre he metido la pata hasta el fondo, cuando se trata de jockey.

Zac: ¿Tu corredor de apuestas está esperando el dinero?

Stephen: No, ya lo tiene. Desgraciadamente, yo no. Así que necesito reponerlo en la fuente de donde lo saqué.

A Zac se le hizo un nudo en el estómago.

Zac: ¿Y qué fuente es?

Stephen: ¿Qué fuente quieres que sea? Mi campaña. -Volvió el rostro para mirar a su hermano-. Por cierto, ¿te he comentado que la mayor parte de ese dinero es de papá?

Zac: Mierda.

Stephen: Lo mismo digo. -Levantó las palmas de la mano hacia arriba-: Así que, ¿quién pide antes mi cabeza, las autoridades o nuestro querido papaíto?

La mente de Zac repasó rápidamente la situación global, y luego las opciones inmediatas. No había nada sobre lo que deliberar. El largo plazo tendría que esperar. Por ahora, lo único que importaba era tapar aquel agujero. Vendería algunas acciones y sacaría algún dinero de cuentas a plazo fijo. Lo había ingresado en un par de bancos e invertido en Bolsa a través de otros tantos agentes. No agotaría drásticamente ni un solo fondo. No habría preguntas por parte de ningún banquero o agente de Bolsa inquieto. Era factible.

Zac: Tendrás el dinero antes de que acabe el horario laboral de los bancos -le informó a su hermano-.

Stephen se quedó boquiabierto.

Stephen: ¿Así, sin más?

Zac: No, no sin más. -Un destello gélido relampagueó en sus ojos-. Conseguirte el dinero es problema mío. Conservarlo es problema tuyo.

Stephen: Ya lo sé. -Tragó saliva y su rostro volvió a reflejar angustia. Era obvio que estaba al borde de perder el control sobre sí mismo. Estaba a punto de estallar-. Encontraré un modo de devolvértelo -dijo-. Tardaré un tiempo, pero...

Zac: Devuélveme el favor dejando las apuestas. -Tenía que hacerse entender por su hermano. Solo que no sabía cómo-. Stephen, esto no es tan solo una mala costumbre. Ya no. No podemos fingir otra cosa. Es una adicción. Tenemos que buscar algo que te ayude.

Eso obtuvo una respuesta... aunque no fue la que Zac había albergado la esperanza de oír.

Stephen: Fantástico. Un psiquiatra. Especializado en perdedores en las apuestas. O, mejor aún, un montón de estimulantes reuniones de aliento en Ludópatas Anónimos. -Volvió a servirse café-. ¿Cuánto tiempo crees que pasaría antes de que trascendiera que un Efron asiste a ese tipo de lugares? Este Efron, en particular. Los periódicos sensacionalistas lo celebrarían a lo grande. Y Braxton tarnbién. Y yo ya podría despedirme de mi asiento en el Senado.

Zac: Stephen...

Stephen: Zac, por favor... -dejó la taza sobre la mesa, con tanta fuerza que derramó casi todo el café-. No estoy de humor para discursitos. Ya ha sido difícil para mí pedirte el dinero. No me lo pongas aún más complicado. -Cerró los puños, temblando-. Necesito que se celebren estas elecciones. Una vez que ya haya logrado mi meta, una vez que ya no esté bajo el microscopio de Braxton, hablaremos de soluciones a largo plazo. Por ahora, dejémoslo como está. Tú me prestas una fortuna. A cambio, te prometo que no la emplearé en apuestas.

Zac: No es suficiente. Prométeme que no apostarás nada de nada -previendo el superficial compromiso que estaba a punto de recibir (puramente verbal, sin base alguna), añadió-: Permíteme que te advierta que no voy a tomarte la palabra a la ligera. Y que tú tampoco deberías prometer nada tan alegremente. Porque tengo la intención de pegarme a ti y asegurarme de que cumples con tu promesa. Conozco todos los síntomas, hermanito. Si vuelves a jugar, lo sabré. Y te detendré. Puedes apostar lo que quieras, y esta vez ganarás.

Stephen inspiró profundamente y luego sacó el aire con un resoplido.

Stephen: Estuve alejado del juego durante mucho tiempo, tú lo sabes.

Zac: Sí, lo sé. Y volverás a estarlo. Por el bien de Nancy y el de Brian. Él sabe que pasa algo. Lo último que nos hace falta es que piense que lo que sucede es por su culpa.

Otra de aquellas expresiones de dolor tensó el semblante de Stephen, como si su preocupación fuera mucho más intensa de lo que el ojo pudiera captar.

Stephen: No podemos dejar que Brian descubra nada de todo esto. Tenemos que cortarlo de raíz mientras aún podamos hacerlo.

Sus palabras iban teñidas de desesperación, una desesperación que le provocó a Zac escalofríos de inquietud en el espinazo. ¿Por qué parecía Stephen tan agitado aún, cuando acababan de lanzarle el salvavidas que necesitaba?

Algo no encajaba.

Zac frunció el ceño, tratando de localizar los verdaderos parámetros de la crisis de su hermano.

Zac: Ya lo estamos cortando de raíz. Al menos, eso creo yo. Te he dicho que hoy tendrás el dinero. Asegúrate de que se quede donde debe estar. Y ya está... ¿o no?

Stephen: Sí. Así es. -Tensó la mandíbula, con expresión decidida-. Arreglaré las cosas. No dejaré que le hagan daño a Brian. Juro que jamás lo pondré en la posición de cuestionarse su valía. No después de haber vivido toda mi propia vida de ese modo. Quiero a ese crío más que a nada. Depende de mí detener las cosas antes de que se me escapen de las manos. Tengo que hacerlo, y lo haré.


3 comentarios:

TriiTrii dijo...

Siguela!!
Ojala y solucionen el problema :S
Siguelaa
Ya kiero ver a ZANESSA juntoos!!!
<3<3
byee ;)

Lau B. dijo...

totalmente de acuerdo con Trii Trii!!
want to see Zanessa together!! <3
the love is coming soon
lol
Bye
Xx

LaLii AleXaNDra dijo...

1. Zac si que es un buen hermano... pero Stephen tiene tambien que cooperar...
2. ZAnessa por siempre...
3. siguela..
4. gracias por comentar en la mia
5.XoXo

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