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martes, 11 de octubre de 2011

Capítulo 10


18.55


Andrew Matthews estaba de pésimo humor.

Había planeado salir pronto de la oficina, irse a casa y dormir un poco. En lugar de eso, allí estaba, a las siete de la tarde de un viernes, todavía sentado ante su mesa, trabajando sobre un presupuesto revisado para los comedores de las escuelas del distrito. Por Dios, qué apasionante...

Dejó caer el lápiz y balanceó la cabeza hacia un lado y la giró lentamente, dibujando un círculo, para relajar los tensos músculos del cuello. Estaba agotado. Había sido una semana muy agitada y mañana prometía ser un día igualmente malo. No había manera de tener el sábado libre. La semana anterior, aquel desayuno de negocios; mañana, las horas de charla fútil que le esperaban, algunas en el campo de golf y, el resto, al teléfono.

No estaba de humor para una partida política de 6 bandas.

Pero era lo que tenía que hacer. No había otra opción. No, si estaba decidido a lograr lo que quería de todo aquello.

Ya fuera o no una gaita, sería interesante ver cómo acababa aquella pequeña odisea.

Al instante, oyó cómo la puerta de un despacho se cerraba a lo lejos, y unos pasos conocidos resonaron pasillo abajo y se dirigieron hacia el ascensor.

El alcalde se iba.

Andrew frunció los labios, con la mirada perdida fija en su propia puerta cerrada, mientras el timbre del ascensor indicaba que ya había llegado. Luego se oyó el sonido lento y suave de sus puertas al abrirse, una pausa larga y otra vez el sonido del cierre. Después, silencio.

Si para él la semana había sido dura, para Stephen Efron había sido un auténtico infierno.

Y la diversión tan solo acababa de empezar.

Andrew no cambiaría su sitio por el del alcalde ni por todos los asientos del Senado juntos. La notoriedad política estaba muy bien; él la buscaba. Y, sin duda, uno de los precios que había que pagar era exponer tu parte más débil ante el mundo y estar dispuesto a recibir ataques. Pero si esos ataques descubrían secretos tan inconfesables como para meterte en un buen lío de los grandes, y si ese lío significaba enfurecer a hombres como Philip Walker... qué demonios, no valía la pena tanto esfuerzo.

Con un suspiro de cansancio, Andrew volvió a su trabajo, señalando las últimas de sus cifras preliminares para el presupuesto. Con eso, dio por finalizada la jornada. Ya confeccionaría una hoja de cálculo detallada cuando llegara a casa. Metería en el microondas la comida china de la velada pasada y terminaría el presupuesto mientras cenaba. Eso le dejaría tiempo más que suficiente para planear la agenda de mañana tomando una taza de café descafeinado y meterse temprano en la cama. Tenía que estar bien espabilado para el partido de golf, a las siete de la mañana.

Iba a ser un largo y productivo fin de semana... en más de un sentido.

Mañana, llevaría a cabo los avances necesarios con el consejo del Ayuntamiento. Y el domingo haría lo propio con Ness.


22.15

Cuando Ness giró por la salida de Leaf Brook hacia la autovía Taconic y giró a la derecha hacia Main Street, estaba lloviznando. Se alegró de que su casa estuviera a tan solo unos minutos en coche, y no solo porque la lluvia estaba aumentando. Su mente estaba saturada. Ya había empezado así el día y la conferencia de aquella velada no había ayudado nada.

El doctor Garber había presentado los detalles finales de su investigación y luego había abierto una rueda de preguntas. Como si fuera una broma del destino, la mayoría de dichas preguntas fueron acerca de cómo reconocer los primeros síntomas de la angustia emocional en niños, para que el problema (y su causa) pudiera ser cortado de raíz. Las respuestas tan solo sirvieron para echar más leña al fuego de la preocupación de Ness por Brian. Oh, ya se daba perfecta cuenta de que los síntomas no presentaban la gravedad y tampoco se habían manifestado durante tanto tiempo para equipararlos a los casos estudiados por el doctor Garber. Pero aun así aquella conferencia habría servido para alertar a los padres de Brian, si éstos hubieran asistido. 

Pero no estaban allí. Por lo que Ness sabía, ni tan solo se daban cuenta de los evidentes síntomas. Eran unos padres cariñosos, pero si estaban absorbidos por sus propios problemas, era posible que no reconocieran los síntomas de Brian y mucho menos que los trataran. Todo aquel asunto era mera especulación por parte de Ness. Y, si cumplía el acuerdo al que había llegado con Zac, seguiría siendo así.

Maldita sea, se sentía tan confusa...

Sabía que Zac no se lo estaba contando todo. Aunque eso no le preocupaba tanto como las razones que había tras sus evasivas. De acuerdo, Zac estaba protegiendo a su familia. Eso sí lo había dicho.

Pero, ¿de qué?

Ness no podía obligarlo a confiar en ella. Por otro lado, él no podía obligarla a dejar de preguntar. Y aunque Ness hubiera accedido a hacer las cosas de ese modo (por ahora), también había dejado claro que no le estaba prometiendo nada.

Él no había tenido tiempo de responder a su planteamiento antes de que Brian volviera, mochila en mano. Sin embargo, su reacción no podría haber sido demasiado adversa. Había insistido en llevarla a cenar. Pero, ¿hasta qué punto aquella invitación se debía a las ganas de Zac por salirse con la suya, y hasta qué punto era debida a su deseo de explorar la atracción que existía entre ambos?

Sería interesante descubrirlo.

Una reacción en cadena de chirridos de ruedas y repentinas luces de freno devolvieron a Ness a la realidad. En un acto reflejo, pisó a fondo el pedal y detuvo su Escarabajo. ¿Qué pasaba? Eran más de las diez... ¿por qué se encontraba metida en un atasco?

Bajó el cristal de la ventanilla y miró hacia fuera para averiguar cuál era el problema.

Unos ochocientos metros más allá, divisó las luces rojas de la policía. Coches policiales. «Dios mío», pensó Ness, «espero que no se trate de un accidente». Pero era una posibilidad. Llovía. El asfalto resbalaba. Y era viernes por la noche. Aunque los choques debidos a conducir bajo los efectos del alcohol no eran frecuentes en Leaf Brook, alguno se daba de vez en cuando.

El tramo de Main Street al que se acercaba llevaba hasta uno de los mini-centros de la corporación. Había dos o tres bares al otro lado de la vía, donde los empleados iban los viernes a tomar una copa. Algunos, estúpidos, a veces bebían más de la cuenta y luego conducían sus coches. En alguna ocasión, había habido heridos.

Ness cogió el volante con fuerza, deseando que se tratara simplemente de un incidente sin importancia.

El tráfico avanzó lentamente y Ness también.

Pasaron quince minutos antes de que llegara al lugar donde estaban situados los dos coches de policía, justo delante de la entrada de un aparcamiento municipal. Uno de los coches patrulla bloqueaba el acceso al parking, el otro estaba aparcado al otro lado de la vía. Había dos agentes dirigiendo el tráfico. Ness observó atentamente la zona, pero no vio ni vidrios rotos ni vehículos accidentados ni ambulancia alguna. Eso parecía indicar que fuera lo que fuera lo que había sucedido, había sucedido en el aparcamiento.

Casi estuvo tentada de preguntarle al agente que gesticulaba enérgicamente a los conductores, simplemente para asegurarse del todo de que no había víctimas. Pero el hombre parecía tenso y preocupado, y su impermeable se mojaba cada vez más. Decididamente ahora no era el momento oportuno. Fuera lo que fuera lo que había pasado, sin duda aparecería en los periódicos de mañana. De hecho, Ness pensó, con una mueca de desagrado, que periodistas como Cheryl Lager habrían estado ya en la escena del desastre y se habrían ido directamente a sus despachos a escribir lo más rápido posible la historia. Cuanto más desagradable, mejor.

Dentro del aparcamiento municipal, el oficial Benjamin Parks acababa con los últimos testigos potenciales y anotaba unos cuantos datos más. El detective Frank Taylor recorrió la zona, haciendo una última comprobación por si quedaban indicios que hubieran sido pasados por alto.

Dudaba encontrar ninguno más. Quien fuera que había hecho aquello era un profesional.

En Leaf Brook, los robos de coches eran muy poco frecuentes, aunque el número había aumentado en los pasados meses. Pero éste no seguía el patrón usual. Normalmente, los coches robados eran modelos populares, corrientes, que valían una cantidad nada despreciable y fáciles de desmontar. Como el Toyota Camry, que fue robado del aparcamiento de la avenida Maple el pasado mes, o el Honda Accord que se llevaron del centro comercial de Water Street unos cuantos meses atrás. Pero esta vez, no. Según el informe de la policía que le habían hecho llegar, esta vez el coche en cuestión era un clásico... un sedán Chevrolet Bel Air de 1955, de color blanco y plateado. Su propietario (o, mejor dicho, su conductor, ya que el coche pertenecía al hijo de aquel hombre) dirigía una pequeña agencia de trabajo temporal en el centro. Se llamaba Albert Kirson. Pobre hombre... estaba realmente aturdido al llegar a la comisaría para hacer su declaración. Al parecer, había tomado prestado el coche para ir al trabajo, porque su Ford Taurus estaba en el taller. Y ahora se sentía fatal por el hecho de tener que darle la noticia a su hijo de veintitrés años. Éste había ahorrado durante seis años para poder dar la entrada del coche. Sí, su padre se ganaba bien la vida, pero aquel clásico costaba cincuenta de los grandes. No era precisamente la cantidad que el propietario de un pequeño negocio, con dos hijos en el colegio y otro en el instituto, tuviera para gastos imprevistos.

El detective Taylor meneó la cabeza, un tanto apenado. Siempre les pasaba este género de cosas a los tipos decentes. Albert Kirson era el ejemplo perfecto. Ni tan solo había tenido a su favor un momento oportuno. Si hubiera sido un año de elecciones, podría haber gozado de la clase de prensa que habría provocado un voto de apoyo compasivo. Pero no lo era, y solo obtendría un cheque de la compañía de seguros y un disgusto enorme para su hijo.

Bueno, por su parte, el detective se alegraba de haber votado a Kirson en las últimas elecciones. Aquel hombre era un estupendo miembro del consejo del Ayuntamiento. Taylor tenía la esperanza de que continuara ocupando su puesto incluso después de que el alcalde hubiera pasado al Senado estatal.


23.00

Stephen estaba sentado en el borde de su cama, listo para ver las noticias de última hora, cuando sonó el teléfono.

Automáticamente, volvió la cabeza y fijó la mirada en la puerta del baño. Seguía cerrada. Y el sonido del agua indicaba que Nancy no había terminado de ducharse.

Cogió el teléfono y al instante sintió una opresión en el pecho. Aquellos días, las llamadas telefónicas a horas intempestivas no podían significar nada más que problemas.

Levantó el auricular.

Stephen: ¿Sí?

Philip: Ah, estupendo. Oigo las noticias locales de fondo -dijo en tono desenfadado-. Fíjate en el incidente de última hora, muy cerca de aquí, del que van a informar antes del espacio del tiempo. Lo encontrarás fascinante.

«Clic».

La frente de Stephen se cubrió de sudor. ¿Qué demonios había hecho Walker ahora? Stephen vio las noticias internacionales y nacionales con los puños cerrados sobre el regazo.

Cuando aparecieron las palabras «última hora», seguidas por un plano del rostro de Albert Kirson, subió el volumen y escuchó atentamente a la presentadora de expresión impasible y voz monótona que daba los detalles sobre el robo del coche de aquel miembro del Ayuntamiento.

Robado de uno de los aparcamientos municipales de Leaf Brook. «Mierda». Nancy salió del baño con el pelo envuelto en una toalla. Miró a su esposo:

Nancy: ¿Stephen? ¿He oído el teléfono?

Él asintió, completamente consciente de lo que Nancy preguntaba en realidad.

Stephen: Sí. -Era hora de decir una verdad a medias-. Era una persona de mi equipo que me informaba de esto. -Señaló la pantalla-. Han robado el coche de Albert. De hecho, el coche era de su hijo, Jeff. Al lo había cogido prestado por hoy. Se lo han robado del aparcamiento de su trabajo.

Su esposa centró la atención en el televisor y frunció el ceño.

Nancy: Es terrible. Eso ha estado pasando mucho durante los últimos meses. A una de mis empleadas le robaron el coche mientras estaba haciendo la compra. ¿Son rateros profesionales, o crees que solo son gamberros adolescentes?

Stephen se encogió de hombros.

Stephen: Excepto por lo de hoy, eran a todas luces profesionales. Pero, ¿un Chevrolet clásico? Ése no es precisamente un coche fácil de desmontar. No sé quién lo ha hecho, pero esto no puede seguir así. Necesitamos conseguir un nivel de seguridad decente en los aparcamientos de Leaf Brook. Es uno de los asuntos prioritarios en mi agenda ahora mismo.

Nancy asintió y en su rostro se reflejó una ola de alivio... alivio que no tenía nada que ver con los robos de coches. Stephen leyó en su mente con tanta claridad como si hubiera hablado.

«Éste es el Stephen que conozco», pensaba Nancy. «Quizá vuelve a ser él mismo otra vez, después de todo».

Bueno, Stephen todavía no había logrado llegar a ese punto. Pero llegaría.


1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

ese man definitivamente es malo...
y ahora que pasara?
y la cita de Zac y vanessa?
siguela
:)

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