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sábado, 13 de junio de 2020

Capítulo 12


Había un buen trecho hasta arriba, pensó Zachary, distancia que le daría el tiempo suficiente para notar si estaba nerviosa. Vanessa era hábil disimulando sus nervios, pero él había aprendido a interpretarla. Sobre todo ahora que era plenamente consciente de todos y cada uno de sus movimientos, de su respiración.

Subieron la bonita escalera que conducía al ala que ella ocupaba en la casa. El silencio era tan absoluto que Zachary habría podido jurar que oía los latidos de su corazón. Y del corazón de ella.

Vanessa entró en el dormitorio: espacioso, de colores relajan¬tes, con obras de arte, fotografías y muebles de suave pátina que imaginaba habrían servido a distintas generaciones.

Cerró la puerta con llave y se fijó en que él enarcaba una ceja.

Ness: Ah... no suelo hacer esto, pero Brittany o Drew podrían... En fin, dame tu chaqueta.

Zac: ¿Mi chaqueta?

Ness: Te colgaré la chaqueta.

Por supuesto que le colgaría la chaqueta. Era tan típico de Vanessa... Con expresión divertida y sin decir una sola palabra, Zachary se la quitó y se la dio. Cuando ella se metió tras una puerta, la curiosidad le hizo seguirla.

«Armario» no era una palabra lo bastante amplia o sofisticada para describir ese espacio. Ni uno solo de los armarios que él había tenido o visto contenía unas pequeñas sillas de forma ondulada, lámparas o un panel entero destinado a los zapatos. En un hueco, y en general los armarios no contenían huecos, había un espejo iluminado dispuesto sobre una especie de escritorio o despacho donde supuso que ella se arreglaría el pelo y la cara, aun¬que lo único que había encima era un jarrón con unas florecillas.

Zac: ¿Este armario es de todas?

Ness: Solo mío -se echó hacia atrás el pelo y se volvió hacia él-. Me gusta la ropa.

Como le había ocurrido con «armario», no creyó que «gustar» fuera una palabra lo bastante amplia o sofisticada para describir la relación de Vanessa Hudgens con la ropa.

Zac: La tienes organizada por tonalidades. -Fascinado, pasó un dedo por la sección de camisas blancas-. Incluso, cómo lo diría, en degradado, como un pantone.

Ness: Es más práctico. ¿Tú no guardas las herramientas ordenadas?

Zac: Eso creía yo. Aquí dentro hay un teléfono.

Ness: Es un teléfono interior.

Vanessa sacó el suyo del bolso, que dejó encima de una cómoda empotrada.

Zac: ¿Necesitas llamar?

Ness: Necesito cargar la batería -respondió pasando junto a él para salir-.

Aquella mujer podía organizar visitas guiadas en ese armario, pensó Zachary demorándose unos minutos. Dar fiestas. Montar las reuniones de la junta directiva.

Cuando salió, vio que había colocado el teléfono en un cargador que había sobre una mesilla de noche, junto a las puertas de la terraza. Y sin que la fascinación le abandonara, vio que Vanessa empezaba a doblar la colcha, el edredón o comoquiera que se llamara.

Se apoyó en la pared y la observó. Rápida y delicada, pensó, retirando, doblando y colocándola con suavidad. Vanessa Hudgens jamás se tiraría encima de la cama.

No era de extrañar que nunca hubiera sentido por una mujer lo que sentía por esta. No existía ni una sola mujer que se le pareciera remotamente.

Ness: No lo tengo por costumbre.

Vanessa dejó la colcha sobre un pequeño banco que había a los pies de la cama.

Zac: ¿Doblar la colcha?

Ness: Traer a hombres aquí. Si eso sucede y cuando eso sucede…

Zac: Solo me interesa lo que suceda entre tú y yo. Estás nerviosa.

Vanessa se volvió y se dirigió al tocador. Sus ojos se encontraron con los de Zachary cuando se quitó los pendientes.

Ness: Tú no.

Zac: Te deseo demasiado para estar nervioso. No me queda espacio para los nervios -se acercó a ella-. ¿Has terminado?

Ness: ¿Qué?

Zac: De pensar y pensar, de darle vueltas a todo.

Ness: Casi.

Zac: Deja que te ayude.

La tomó por los hombros y, de un tirón, la acercó hacia él. La imperiosa y apasionada exigencia de su boca ayudó. Bastante.

En el momento en que Vanessa levantaba los brazos para rodearle la nuca, él le quitó el jersey con un movimiento rápido e impaciente y lo tiró sobre una silla.

Zac: Ya lo colgarás luego.

Ness: Los jerséis no se cuelgan.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque... -Se quedó sin aliento cuando sus manos palparon la fina camiseta, todo su cuerpo-. Se deforman.

Zac: Me gustan tus formas. -Le quitó la camiseta y la tiró sobre el jersey-. Qué bonito. -Recorrió con los dedos el encaje de las copas de su sujetador color ciruela-. Es la clase de coordinación de colores que esperaba encontrar debajo.

La risa de Vanessa quedó ahogada por un estremecimiento cuando las manos de Zachary se deslizaron por su cuerpo, cuando sus labios se demoraron en él. Cuando se arrodilló.

Ness: Zac.

Zac: Será mejor quitarte los zapatos. -Desabrochó la pequeña cremallera interior de sus botas-. No querría que te olvidaras y te fueras con ellos a la cama.

Ness: ¿Te estás divirtiendo conmigo o me estás seduciendo?

Zac: Sé hacer las dos cosas. No eres la única persona multidisciplinar en esta habitación. -Le quitó las botas y recorrió sus piernas con ambas manos-. Esto es el Santo Grial.

Ness: Ya habías visto mis piernas.

Zac: Así no. -Le desabrochó el pantalón, le bajó la cremallera y con las manos fue quitándole la prenda-. No, así no. -Le levantó primero una pierna y luego otra para liberarla del montículo que se había formado a sus pies-.

Le acarició las piernas, de las pantorrillas a los muslos, y jugueteó con las puntas de encaje color ciruela.

En ese momento sonó el teléfono.

Zachary levantó la cabeza y la miró, con sus ojos azules e insidiosos, casi fieros.

Zac: Ahora no.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: No, ahora no.

Zachary se incorporó de un salto, con un movimiento tan rápido que la vista y la mente de Vanessa se nublaron. No solo tomó su boca, sino que la poseyó mientras sus recias palmas se apresuraban por su cuerpo, provocando descargas bajo su piel. Los nervios soterrados se desataron despertando en ella una pura y primitiva necesidad.

Vanessa tiró de los botones de su camisa. Sus manos también querían carne. Querían tomarla, poseerla. Cuando la tuvo, los músculos, las curvas, lo áspero y lo suave, la necesidad se tornó ansia.
Intentó satisfacer esa ansia, la boca en su cuello, en el latido de la sangre caliente, los dientes en su hombro, en los músculos ten¬sos como alambres. Pero las punzadas solo se agudizaron.

Habría podido tomarla allí mismo, en ese preciso instante, con fuerza, con rapidez. Ella lo quería, se oyó a sí misma decírselo, decirle que alimentara y saciara esa ansia antes de que la consumiera viva.
Zachary la levantó en volandas. No como si la llevara a la cama, sino como si la arrastrara hasta una cueva. Y ella se deleitó en la sensación.

Cuando se vio debajo de él, Vanessa se arqueó, se arrimó ansiosa a su cuerpo.

Ness: Ahora. Ahora, ahora, ahora.

Zachary logró sacudir la cabeza.

Zac: Me vas a matar.

Zachary no podía desear tanto y terminar casi en el mismo momento de empezar. Pero el latigazo de lujuria fue brutal, y ella era una tormenta que arreciaba, acuchillándolo por debajo, por encima, por todas partes. Su cuerpo, tan firme, tan excitante con la sedosa piel recubriendo los disciplinados músculos, dinamitaba su control. Necesitaba más antes de tomarlo todo.

Saborear no, porque sabía que saborearla lo enloquecería, pero sí devorarla con avaricia, a grandes tragos.

Esos pechos perfectos poseídos finalmente por sus manos y su boca, las uñas clavadas en su espalda, en la cadera. Esas piernas increíbles, abiertas para él, envolviéndolo, temblándole los músculos de sus largos muslos mientras él se deleitaba. Se deleitaba con ella.

Y esa cara, la fría y clásica belleza, ruborizada ahora, fiera ahora, los ojos profundos y marrones, los labios calientes y ávidos.

La llevó al extremo una vez, con sus manos fuertes, implacables, por ella, por él. Quería verla correrse por él, elevarse y romperse. Vanessa gritó, clavó sus uñas con renovada fuerza. Y al correrse, Zachary la penetró.

Vanessa volvió a gritar, un sonido estrangulado que expresó su placer. Ese placer, salvaje y dúctil, se desató en ella como un viento huracanado, una y otra vez, hasta que ya no hubo nada más.

Perdida en la velocidad, ahogada por la sensación, dirigía y la dirigían, con una furia ciega.

Él empujaba a fondo; ella se alzaba, sus cuerpos sudorosos resplandecían del esfuerzo y la lujuria. Vanessa vio su cara, su mata de pelo castaño enmarcándole el rostro, los ojos fieros clavados en ella.
Intentó hablar, decirle... cualquier cosa. Pero lo único que pudo articular fue su nombre.

Cuando sonó el teléfono tan solo oyó el frenético latido de su corazón.

Yacía aturdida debajo de él, sin aliento tras la acometida y por el peso de su cuerpo, que se había desplomado sobre ella como una piedra.

Se habían despedazado el uno al otro, pensó, de todas las maneras posibles, salvo la más sangrienta. Vanessa siempre se había considerado una mujer abierta y receptiva en la cama (siempre y cuando contara con el compañero adecuado), pero esto había sido como una batalla campal con un único objetivo.

Dame todo lo que tienes y luego dame más.

Y eso, concluyó Vanessa, explicaba la sensación de leve asombro y plena satisfacción.

Quiso pensar que él sentía lo mismo, porque si no significaría que había entrado en coma. Al menos no le había dado un ata¬que al corazón, porque podía sentir sus latidos contra su pecho.

Cuando le acarició el pelo, él gruñó.

No estaba comatoso, sino...

Ness: Eres un peso muerto -le dijo mientras la cabeza de Zachary se alzaba como activada por un resorte-.

Zac: ¿Qué?

Ness: Eres un peso muerto, por eso yo... -Su expresión ofendida encendió una bombilla en la mente de Vanessa-. ¡Ay, no lo digo en ese sentido! -La risa luchaba por salirle a borbotones, por abrirse paso a través del yunque en que se había convertido su pecho. La ahogó, procuró liberarse con aspavientos y que le salieran las palabras entre la risita incontrolable-. Después. Caes como un peso muerto después.

Zac: Soy un tío y eso deberías habértelo imaginado porque...

Ness: Tampoco me refiero a eso. -Impotente, siguió riendo hasta que pudo zafarse y rodar a un lado de la cama. Tomó una bocanada de aire y tuvo que incorporarse sujetándose las costillas-. Después, después. Te has derrumbado -dio una palmada-. Como un peso muerto. Pero menos mal, porque yo ya había dejado de respirar entre el tercer y el cuarto orgasmo.

Zac: Oh. Lo siento -se apartó el pelo de la cara-. ¿Cuentas los orgasmos?

Ness: Por afición

Y entonces fue él quien se rió.

Zac: Me alegro de haber añadido algunos más a tu colección.

Vanessa no se tapó, y Zachary admitió haber pensado que sería de las que se tapaban con la sábana cuando la pasión del sexo se evaporaba. Sin embargo, Vanessa permanecía sentada a su lado, en su rubicunda desnudez, sonriéndole.

Zac: Estás llena de sorpresas, Piernas.

Ness: Me gusta el sexo.

Zac: ¿De verdad? No me lo habría imaginado jamás.

Ness: A menudo olvido que me gusta el sexo durante las largas temporadas en que no lo practico. Ha sido genial que me lo recordaras -le rozó con un dedo las cicatrices en forma de pequeñas cruces que tenía sobre la cadera y el muslo-. Eso tuvo que doler.

Zac: Son del gran accidente. Quedé hecho polvo.

Ness: ¿Y esta? -palpó unas arrugas más finas que tenía sobre las costillas-.

Zac: Sí y aquí también, en el hombro. Y otras más por aquí y por allí.

Ness: ¿Y esta otra?

Zachary miró la cicatriz en forma de hoz que tenía en el muslo derecho.

Zac: Esa me la hice rodando otra escena. Un error de cálculo. Tú no tienes ninguna.

Ness: ¿Cicatrices? Sí tengo.

Zac: Cariño, he reconocido cada palmo de tu cuerpo.

Ness: Aquí.

Vanessa se frotó con la yema del dedo la línea de nacimiento del cabello, en la sien izquierda.

Zachary se incorporó y le pasó el dedo por allí.

Zac: No noto nada.

Ness: Pues está ahí. -Y en ese momento su puntito de orgullo le pareció ridículo-. Cuatro puntos.

Zac: ¿Tantos?

Ness: No me vaciles.

Zac: ¿Cómo te lo hiciste?

Ness: Estábamos en la Provenza y había estado lloviendo todo el día. Cuando salió el sol, corrí a la terraza. Tenía siete años. Resbalé y me fui de cabeza contra la barandilla de hierro.

Zac: Herida en la Provenza.

Ness: Me dolió muchísimo. ¿Y estas otras? -frunció el ceño al ver las finas cicatrices, casi en formación horizontal, que tenía en la escápula izquierda. Y entonces sintió que su cuerpo se tensaba al tocarlo-.

Zac: Nada importante. Me golpeé contra un armario. De lamas metálicas.

Vanessa apoyó su mano en ellas.

Ness: Tu tío.

Zac: Fue hace mucho tiempo. ¿Tienes agua por ahí?

Ignorando su pregunta, Vanessa se inclinó sobre él y besó sus cicatrices.

Ness: Nunca me ha gustado ese hombre.

Zac: A mí tampoco.

Ness: Ahora me gusta menos. Iré a buscar agua.

Se levantó y entró en el armario. Zachary lamentó ver que se había puesto una bata cuando regresó con dos botellines.

De agua fría.

Zac: ¿Tienes una nevera ahí dentro?

Ness: Una pequeña, empotrada. Es recomendable. Y... -Abrió el tapón de su botella-. Práctica.

Zac: Eso no te lo discuto -vio que desviaba la mirada hacia el teléfono y no pudo menos que sonreír-. Adelante. No tiene ningún sentido que te distraigan.

Ness: Prometo a nuestras novias que estaré disponible las veinticuatro horas del día. Y aunque no fuera así -añadió yendo a buscar el teléfono-, también llamarían cuando se les cruzaran los cables. Las bodas pueden pasar, y de hecho pasan, por encima de cualquier otra cosa, sobre todo cuando se trata de la de una misma. Clara Eider, las dos veces -comentó después de comprobar la pantalla. Y entonces escuchó los mensajes de voz-.

La oyó suspirar, y la vio cerrar los ojos cuando se sentó en la cama.

Zac: ¿Malas noticias?

Ness: Las novias histéricas y lloronas nunca te dan buenas noticias.

Tras oír el segundo mensaje, abrió el cajón de su mesilla de noche, sacó un tubo de antiácidos Tums y tomó uno.

Zac: ¿Qué problema hay?

Ness: Se ha peleado con su hermana, que también es su dama de tu honor, por culpa del vestido que quiere que lleve. La DDH lo encuentra horrible y según Clara, el novio se ha puesto del lado de su hermana y al final se han peleado los dos y él se ha ido del piso en el que viven. Tengo que devolverle la llamada. Puede que tarde un poco.

Zac: Muy bien -se encogió de hombros y bebió agua a grandes tragos-. Voy a ver cómo lo arreglas.

Ness: Gracias por la confianza -contestó, y presionó el botón para devolver la llamada-.

Zac: ¿Te apetece algo más fuerte que el agua?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Clara, soy Vanessa. Siento no haber podido llamarte antes.

Permaneció en silencio mientras Zachary oía la voz histérica de la novia, aunque sin entender las palabras. Aguda, llena de rabia y de tristeza.

O sea, concluyó él, la estrategia era dejar que la novia se desfogara, que sacara la rabia y la tristeza ante un oído atento y compasivo. Mientras Clara se desfogaba, Vanessa se levantó para ir a abrir las cristaleras de la terraza. Entró un aire fresco, cargado de suaves fragancias nocturnas. Zachary estudió con agrado el vuelo que provocó en la bata de Vanessa.

Ness: Entiendo que estés molesta -dijo toda cariñosa. Aire fresco, volvió a pensar Zachary, para un temperamento caliente-. Nadie como tú puede entender de verdad la presión que representa tomar decisiones y cuidar de los detalles. Es natural que te haya dolido, Clara. A cualquiera le habría dolido. Pero creo que... Ajá. Ah.

Vanessa siguió emitiendo sonidos tranquilizadores mientras volvía a cerrar las cristaleras y se sentaba de nuevo en la cama. Dobló las rodillas en esa ocasión y apoyó la cabeza en ellas.

Ness: Lo entiendo perfectamente, y tienes razón, es tu boda. Es tu día. Me da la sensación de que Nathan quería ayudar… Sí, eso ya lo sé, pero hablemos con franqueza, Clara, los hombres no tienen ni idea.

Se volvió hacia Zachary, le sonrió y puso los ojos en blanco.

Zac: A veces se meten en medio y luego no saben cómo salir airosos. Lo que creo sinceramente es que Nathan intentaba apaciguar las cosas entre Margot y tú porque odia verte enfadada. Solo que ha actuado con torpeza.

Vanessa volvió a escuchar, y Zachary pudo oír que el tono de voz de la novia disminuía unos cuantos decibelios.

Ness: No es que los detalles no sean importantes para él, Clara, es que tú lo eres más. Rabia y tensión, Clara, por parte de los dos. Sabes que te adora, y él también sabe lo mucho que Margot y tú significáis la una para la otra. No. -Alzó los ojos al techo-. No creo que estés equivocada.

«Sí lo creo», vocalizó en cambio.

Ness: Creo que las emociones sacan lo mejor de cada uno. Además, Clara, sé que lamentarías mucho que tu hermana no estuviera a tu lado el día más importante de tu vida. Sí, el vestido es importante. Es muy importante. Creo que en eso puedo ayudar. ¿Por qué no nos reunimos las tres en la tienda la semana que viene? Margot, tú y yo. Estoy segura de que podré encontrar algo que os complazca a las dos.

Escuchó durante un par de minutos más, emitiendo sonidos tranquilizadores, canalizando la solución con un tono muy positivo.

Ness: Exacto. ¿Por qué no llamas a Nathan ahora mismo? Sí, ya lo sé, pero ¿cómo vais a ser felices si dejas que algo así se interponga entre los dos? El vestido es importante, pero no hay nada más importante que el hecho de que Nathan y tú vais a empezar una vida juntos... Sé que lo harás -rió-. Apuesto a que sí. Os veré a Margot y a ti el martes. Para eso estoy aquí. Buenas noches.

Zac: Buen trabajo.

Vanessa soltó el aire.

Ness: Quiere que su hermana lleve un verde celedón, y la hermana lo odia. Dice que no le favorece y, después de haber conocido a Margot, le doy toda la razón.

Zac: ¿Qué diablos es el verde celedón?

Ness: Es un color parecido al apio. Una buena hermana no querría que su DDH desfilara con mala cara, pero una buena DDH se aguanta y se pone lo que la novia quiera. Son las normas básicas de una boda. En fin, la gran bronca, que sigue por teléfono e involucra a la MDNA, que con gran sabiduría mantiene la boca cerrada. Entonces el pobre novio intenta calmar la situación y dice a la furiosa novia que no hay para tanto, que elija otro vestido. Que solo se trata de ti y de mí, cariño. Y la novia explota y tal y cual...

Zac: O sea que todo es por culpa del apio.

Vanessa estalló en carcajadas.

Ness: El apio es la excusa. Es por culpa del poder, del control, de las emociones, de la presión y de la dinámica familiar.

Zac: Has conseguido que acepte cambiar el vestido y que llame al novio sin decirle que es una estúpida.

Ness: Ese es mi trabajo. Además, no es estúpida, lo que ocurre es que está demasiado obsesionada por los detalles y eso debería dejármelo a mí.

Zac: ¿Y los detalles son la razón de que tengas antiácidos en la mesita de noche?

Ness: Me ayudan cuando las novias furiosas y lloronas me llaman de noche. -Se echó el pelo hacia atrás y observó su rostro-. Mañana tengo que levantarme temprano.

Zac: ¿Quieres que me vaya?

Ness: No, pero si te quedas debes saber que tengo que levantarme temprano.

Zac: Perfecto, porque yo también -dejó el agua y le apartó el pelo de la cara-. ¿Por qué no nos tomamos el segundo asalto con más lentitud?

Vanessa le pasó los brazos por la nuca.

Ness: ¿Por qué no?


Oyó el pitido, abrió un ojo y vio que todo estaba a oscuras. Notó que Vanessa se movía junto a él y que alargaba la mano para apagar el despertador.

Zac: Debería haberte pedido que definieras «temprano» -farfulló-.

Ness: Hoy tengo el día a tope y quiero hacer ejercicio antes de empezar.

Zachary abrió los dos ojos para ver la hora. Las cinco y cuarto. Podría ser peor.

Zac: A mí también me iría bien hacer ejercicio. El próximo día traeré ropa de deporte.

Ness: Tengo ropa si te apetece usar el gimnasio.

Zac: No creo que la tuya me entre.

Vanessa se levantó y encendió la luz dándole poca intensidad, se puso la bata y salió por una puerta lateral.

Ness: Un minuto.

En solo un minuto, mientras él estaba decidiendo si se daba media vuelta para dormir media hora más, Vanessa regresó con una camiseta gris, unos pantalones de gimnasia y un par de calcetines.

Zac: ¿Son de Drew?

Ness: No. Es ropa para los invitados.

Zac: ¿Tienes ropa para los invitados?

Ness: Sí -dejó las prendas sobre la cama-. Y como puedes ver, es una costumbre muy útil. A menos que lo de hacer ejercicio fuera hablar por hablar.

Zac: Dame cinco minutos.

Vanessa tardó un poco más en cambiarse y se puso una camiseta roja muy sexy y unos pantalones hasta la rodilla. Se recogió el pelo en una cola y se colgó el teléfono de la cintura.

Zac: ¿Cuántos días a la semana le dedicas a este cuerpo, Piernas?

Ness: Siete.

Zac: Bien, tal como yo lo veo, merece la pena. -Le dio un cachetito en el trasero que le hizo parpadear-. En recuerdo del tío Henry.

Riendo, Vanessa se lo llevó al gimnasio.

Zachary se detuvo en el umbral. Había visto la instalación que tenían en los Hamptons, pero aquello no era nada comparado con esto.

Dos cintas para correr, una bicicleta elíptica, una bicicleta estática, una máquina de musculación Bowflex, mancuernas, una banqueta para levantar pesas... por no hablar de la enorme pantalla plana y de la nevera con puerta acristalada en la que había botellas de agua y zumo. Toallas, observó, bien dobladas, toallitas húmedas y una vista impresionante.

Zac: Recomendable y práctico.

Ness: Durante años básicamente hemos sido Brittany y yo las asiduas. Ashley y Miley venían solo de vez en cuando, pero últimamente todos circulan por aquí. Creo que añadiremos otra elíptica y otra estática, quizá un remo. Bien -cogió una toalla del montón-. Escucho las noticias para ponerme al día mientras corro unos tres kilómetros, pero tenemos un par de iPods si quieres música.

Zac: Cómo no. Me pondré a correr con música.

Este es otro mundo, pensó Zachary mientras subía a la cinta. Daba cien mil vueltas al montaje que tenía en su casa. Elegante, seguro y, por encima de todo, eficiente. Le encantaba la eficiencia.

Además, no le representaba ningún esfuerzo ponerse a correr mientras Vanessa iba dando zancadas a su lado.

Hizo sus buenos cinco kilómetros antes de pasar a las mancuernas. Vanessa se empleaba con la Bowflex, y ambos sudaban en amigable silencio.

Zachary fue a buscar agua a la nevera y Vanessa desenrolló una colchoneta y empezó unos ejercicios de yoga en los que iba cambiando de postura, a cual más enrevesada.

Zac: Algún día tendrás que enseñarme cómo funciona eso.

Desde su posición, prácticamente doblada en dos, Vanessa se levantó y adoptó con fluidez la postura de una media sentadilla.

Ness: Tengo un DVD muy instructivo para principiantes.

Zac: Lo supongo, pero creo que dejaré que seas tú quien me enseñe. Estás preciosa de verdad, Vanessa. Voy a darme una ducha, ¿vale?

Ness: Yo... claro. Me quedan unos quince minutos.

Zac: Tómate tu tiempo.

Zachary salió, con su imagen grabada en el pensamiento y entonces vio a Drew, vestido con una sudadera, que se dirigía al gimnasio. Drew se detuvo, tan en seco que casi fue cómico.

Allá vamos, pensó Zachary sin aminorar el paso.

Zac: Eh.

Drew: ¿Cómo, eh? -preguntó entornando los ojos-. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Zac: Bonito gimnasio. Me he acostado con tu hermana, y si quieres, atízame como hiciste con Chris por lo de Ashley, pero eso no cambiará las cosas. No impedirá que vuelva a acostarme con ella.

Drew: No jodas, Zac.

Zac: Te lo advertí, y no la he presionado. Y te aseguro que esto último no ha sido fácil. Es la mujer más asombrosa que he conocido y lo digo a todos los niveles que se me ocurren. Si eso te crea algún problema, Drew, lo lamento, pero tampoco cambiará las cosas.

Drew: ¿Cuáles son tus intenciones, maldita sea?

Zac: Por Dios... -se pasó la mano por el cabello-. ¿Lo preguntas en serio? Mi intención es estar con ella todo lo que pueda, tanto dentro como fuera de la cama. Es preciosa, es lista y es divertida, aun cuando no se lo proponga. Y te juro que me tiene atrapado.

Drew se tomó unos instantes y se paseó arriba y abajo.

Drew: Si la jodes, si le das un disgusto, haré algo más que molerte a palos.

Zac: Si la jodo no tendrás que molerme a palos. Vanessa ya me habrá aplastado antes.

Dejó a Drew refunfuñando y se fue a la ducha.

Estaba terminando de vestirse cuando entró Vanessa.

Ness: ¿Tengo que pedirte disculpas en nombre de mi hermano?

Zac: No. Si yo tuviera una hermana probablemente pegaría primero y preguntaría después. No pasa nada.

Ness: Nuestra relación es más complicada de lo que suele ser entre hermanos. Cuando nuestros padres murieron, él... Drew cree que tiene que cuidar de mí. De todas nosotras, pero sobre todo de mí.

Zac: Lo comprendo, Vanessa. No se lo reprocho. Además, eso forma parte de su carácter, y por ese mismo carácter nos hemos hecho amigos. ¿Te ha dado algún disgusto?

Vanessa sonrió.

Ness: A su manera, al estilo de Drew, y yo le he dado alguno a la mía. Nos llevamos bien. Y además también es amigo tuyo, Zac.

Zac: Eso es verdad, o sea que vale más dejar las cosas claras antes que lo nuestro vaya más allá. A mí el dinero no me importa.

Los ojos de Vanessa se volvieron fríos como el hielo. Zachary pensó que nadie como Vanessa Hudgens era capaz de expresar tanta frialdad y desdén.

Ness: Nunca he pensado lo contrario. Y Drew tampoco.

Zac: De vez en cuando me asalta la idea, o sea que será mejor hablar claro. Tu casa es impresionante, y no me refiero solo a la casa en sí. Me refiero a tu espacio, Vanessa, a lo que tienes aquí. Te aseguro que el tiempo, el esfuerzo y la inteligencia que vosotros, los Hudgens, invertisteis para conseguir algo así merece todo mi respeto. Pero yo voy a la mía, y eso es lo que me gusta. Cuido de mi madre y de mí mismo porque ese es mi lugar. Y cuando te miro, no veo en ti el dinero, la posición o... el pedigrí. Solo te veo a ti, y quiero que sepas eso.

Como había hecho la noche anterior, Vanessa se dirigió a la terraza y abrió las cristaleras para que entrara el aire. Luego se volvió hacia él.

Ness: ¿Crees que estoy entreteniéndome con la clase baja?

Zachary la observó unos segundos. No parecía enfadada, pero sí un poco herida. Como le había sucedido con Drew, lo lamentó, pero eso no cambiaba las cosas.

Zac: No. Todo eso no tiene nada que ver contigo. Me ha quedado claro. Quiero asegurarme de que las cosas están claras entre los dos.

Ness: Eso parece.

Zac: Te noto un poco enfadada -dijo acercándose a ella-. Ya se te pasará. ¿Quieres que vayamos al cine esta noche? Ponen una de Hitchcock. Creo que la de hoy es Encadenados.

Ness: No sé si...

Zac: Bueno, te llamaré, ya veremos...

Ness: Si te apetece tomar un café y desayunar, ven a la cocina -le dijo civilizada y perfecta-.

Zac: Buena idea, pero tengo que fichar. -La cogió, tan solo la cogió, a modo de rápido recordatorio de lo que había pasado entre los dos-. Hasta luego -se despidió, y se dirigió a la puerta-.

Antes de salir se volvió para mirarla. Seguía de pie, en medio de las cristaleras abiertas de la terraza, con el cielo y los árboles a su espalda.

Zac: Deja los antiácidos, Piernas.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un peso muerto... jaja pobre zac�� sigue pronto...

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