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viernes, 19 de junio de 2020

Capítulo 15


Miley: En el lavadero. -Con el pijama puesto, repantigada en el sofá de la sala familiar, miraba el techo-. Vanessa Hudgens, de los Hudgens de Connecticut, como una salvaje en el lavadero.

Ness: Éramos como animales.

Britt: Ahora está fardando -comentó, y dio un mordisco a la pizza-.

Ness: Y me gusta.

Ash: Deja que te felicite, pero si quieres que te diga la verdad, me encanta que te lleve a cenar a casa de su madre -llenó las copas de vino-. Y que te sientas rarísima por todo esto.

Ness: Puede ser interesante.

Britt: A mí me gustaría que alguien me dijera si Zachary sabe arreglar electrodomésticos pequeños. Una de mis batidoras hace el tonto.

Vanessa miró a Brittany.

Ness: Pregúntaselo. Parece que le gusta arreglar cosas. Eso me recuerda que le pidió a Liam que le diera clases a ese chico. ¿Cuándo empezó todo eso?

Miley: El mes pasado. Liam dice que Glen está progresando mucho. Le ha dado a leer Carrie.

Ashley tragó saliva.

Ash: ¿Te refieres a esa Carrie que termina bañada en sangre de cerdo durante el baile de graduación?

Miley: Liam descubrió que a Glen le gusta el cine de terror y que ha visto la película un montón de veces, por eso pensó que le gustaría leer el libro. Y funciona.

Ness: ¡Qué listo! Es una buena manera de enseñar que se puede leer por diversión, que no solo se lee por trabajo o por estudios.

Miley: Sí. Liam... es buenísimo, ¿sabéis? -dulcificó su expresión con una sonrisa-. Es paciente, reflexivo, y amable por naturaleza sin ser un pelmazo. Creo que algunas personas, como él, tienen la suerte de terminar dedicándose a aquello para lo que nacieron. Y los demás nos beneficiamos de eso.

Ash: Como nosotras. Yo creo firmemente que nosotras nos dedicamos a aquello para lo que nacimos. Por eso somos más que una empresa... de la misma manera que la enseñanza es algo más que un empleo para Liam. Hacemos felices a la gente, pero una de las razones que lo justifican, más allá del «¡eh, qué buenas somos!», es que nos hace felices a nosotras.

Britt: Por nosotras -alzó su copa-. Felices, apasionadas, sexualmente satisfechas... y superbuenas.

Miley: Voy a entromparme por eso.

Vanessa correspondió al brindis y bebió. En ese momento sonó su teléfono.

Ness: Oh, vaya, saldré un rato para ser feliz. Ahora mismo vuelvo.

Miley: A ver -dijo en el instante en que ella hubo abandonado la sala-. ¿Qué pensamos de todo esto?

Britt: Creo que la química que hay entre los dos está fuera de toda discusión. Y que los dos están colgados emocionalmente el uno del otro. Un hombre del carácter y la actitud de Zac no se complica la vida invitando a una mujer a cenar a casa de su madre a menos que le importe.

Miley: Porque cuando mamá es importante, y la madre de Zac lo es para él, eso es dar un paso adelante. Si él no hubiera querido dar ese paso, habría encontrado la manera de pararle los pies.

Ash: Me encanta que esté nervioso, porque sí, es importante. Estas dos mujeres le importan. Creo que Zac es un hombre que se enfrenta a las cosas directamente. Lo digo por la manera en que planteó a Drew que estaba interesado en Vanessa. Por la manera en que sacó el tema de la posición y el dinero hablando con Vanessa tan pronto como empezaron a tener relaciones. Es de los que ponen las cartas sobre la mesa y empiezan a repartir. También es un defecto. Por eso creo que deben de ser pocas las cosas que le pongan nervioso.

Miley: Yo lo que veo -intervino pensando si tomaba o no un poco más de pizza- es a dos personas fuertes, que confían en sí mismas, que creen que pueden arreglarlo todo y que no solo intentan comprender lo vulnerable que uno se siente cuando está enamorado, sino los riesgos y los resultados potenciales que eso conlleva. En resumen, creo que son perfectos el uno para el otro.

Ash: ¡Sí! Yo también -miró hacia la puerta-. Pero todavía no ha llegado el momento de decírselo a Vanessa. Ella aún no ha llegado a ese punto.

Britt: Él tampoco. Me pregunto quién de los dos será el primero en llegar.


Zac recogió el bote con ambas manos. La última carta lo había obsequiado con un precioso full (de reinas y ochos) que hizo morder el polvo al as de Chris.

Chris: Esta noche tienes una flor en el culo, Efron.

Zac amontonó sus fichas y le vino a la memoria Vanessa, el lavadero y las bragas rasgadas de encaje blanco que guardaba en el bolsillo posterior de sus tejanos.

Colega, pensó, si tú supieras...

Zac: Hoy la suerte me acompaña -dijo sonriendo antes de dar un trago a su cerveza-.

Rod: Podrías pasarnos un poco a los demás. -Rod, uno de los habituales de las noches de póquer, frunció el ceño al hacer la siguiente apuesta-. Esta noche no levanto cabeza.

Drew: No te preocupes. La siguiente mano te dejará limpio. Así podrás dedicarte a vernos jugar.

Rod: Eres un cabrón, Hudgens.

Drew: En el póquer no hay compasión que valga.

Zac hizo su apuesta. Lo que le pasa a Drew, pensó, es que es implacable en la mesa de juego. Probablemente era igual en los juzgados, aunque Zac no lo había visto nunca trabajar. Tras la fachada, en cambio, rugía un motor completamente distinto.

La noche de póquer se remontaba a los tiempos en que Drew y Chris habían estado juntos en Yale, y Drew había procurado que la tradición se mantuviera. La mayoría de los hombres que participaban llevaban años jugando entre ellos. Liam y él eran los nuevos. Liam había entrado básicamente por mediación de Miley, aunque conociera a Drew desde hacía muchos años.

En cuanto a él... No estaba muy seguro de cómo habían ido las cosas, salvo que había congeniado muy bien con Drew.

El motor que movía a ese hombre, al margen del póquer y las leyes, era tradicionalista, generoso, leal y fieramente protector de la gente que le importaba.

Vanessa era importante. No estaba seguro de cómo reaccionaría Drew, ni Vanessa, al hecho de que esa mujer había llegado a importarle más de lo que nunca habría imaginado. ¿Cómo iba a especular sobre sus sentimientos cuando ni siquiera conocía los suyos?

Estudió el flop, sus cartas, calculó las posibilidades y vio la apuesta mientras la conversación fluía alrededor. Bravatas, un poco de trabajo y chistes malos.

Cuando Liam descubrió la siguiente carta, Zac volvió a hacer sus cálculos y vio que sus posibilidades menguaban. Entonces Drew aumentó la apuesta y él se plantó.

Tal como lo veía, el póquer y la vida tenían mucho en común: jugabas las cartas que te repartían, calculabas las probabilidades y aceptabas la apuesta o no. Y cuando las cartas eran malas, te echabas un farol si el bote lo valía, y si tenías pelotas.

Si no, había que esperar a la mano siguiente.

Dedujo que su manera de resolver la partida había sido muy acertada, sabia como la vida misma. Ahora tenía que estudiar muy bien sus cartas y calcular las probabilidades con Vanessa. Valía la pena apostar por ella.

Frank, otro habitual, tiró sus cartas.

Frank: Dinos, Drew, ¿cuándo estará listo el palacio para tíos?

Drew: Habla con el arquitecto.

Chris vio la apuesta de Drew.

Chris: Hemos pedido los permisos. Si las cosas van bien, nos quedaremos con el dinero que inviertas en el palacio antes de marzo o abril como muy tarde -paseó la mirada por la sala de juegos de Drew-. Echaré de menos este lugar.

Rod: Será extraño. Nuestra noche de póquer con mujeres justo...

Y señaló con el pulgar al techo.

Frank: Si solo fueran mujeres... Esposas, una vez que estos tres y tú os liéis la manta a la cabeza. Uau, el año que viene por estas fechas todos atados. Excepto tú -dijo a Zac-.

Zac: Alguien tiene que defender el castillo.

Rod: Pues cuidado dónde pones los pies, no vayas a caer barranco abajo -le sonrió con un cigarro entre los dientes-. Sales con Vanessa. La última que queda del cuarteto de Drew.

Zac echó un vistazo a Drew, pero la cara de póquer de su amigo permaneció inalterable y la mirada que este le dirigió fue de absoluta frialdad.

Zac: Mi equilibrio es bueno.

Frank soltó una risa socarrona.

Frank: Como quieras, tío, pero a ver qué pasa cuando estés colgado del borde del barranco y las manos te empiecen a resbalar.

Chris: Le irá bien haber actuado como doble en películas de acción. Seguro que sabe caer.

Zac tomó otro sorbo de cerveza. Sí, sabía caer. Pero también sabía lo que podía pasar si el aterrizaje no salía como habías planeado.


Su madre era de las que tenían la casa limpia, pensó Zac, por orgullo, costumbre y disposición natural. Pero para la cena de ese domingo se había embargado en una operación de limpieza equivalente a la juerga que podría correrse un borracho con una botella de bourbon Wild Turkey.

La casa era bonita. Cuando empezó a buscarla, había tenido muy en cuenta que fuera a la medida de su madre, que se sintiera cómoda viviendo en ella. Zachary había elegido un buen barrio, de esos en que los vecinos hablan y se ocupan unos de otros. No había querido que fuera demasiado grande para que ella no se sintiera desbordada, o nerviosa, o que fuera tan pequeña que tuviera la sensación de estar encerrada.

Se quedó con un rancho restaurado, con su tradicional fachada de obra vista y un terreno con césped que podrían cuidar fácilmente entre los dos. El garaje contiguo, con un apartamento en la planta superior, había sido un aliciente añadido.

Se querían mucho, incluso se llevaban bien, pero los dos querían vivir solos. De esta manera cada cual tenía su espacio, su intimidad y sus costumbres. No obstante, él estaba pendiente de ella. Y viceversa, como Zachary bien sabía.

Zachary podía rebuscar en la nevera de su madre si le apetecía, tomarse una taza de café por la mañana... o no. Y ella podía presentarse en su apartamento para pedirle que le arreglara algo de la casa o le tirara la basura.

El sistema funcionaba para ambos.

Salvo cuando ella lo volvía loco.

Zac: Mamá, solo es una cena. Comida.

Kay: No me digas lo que es -levantó un dedo a modo de advertencia mientras removía la salsa, una vez más, que acompañaría la lasaña, su plato estrella-. ¿Cuándo fue la última vez que trajiste a una mujer a cenar a casa?

Zac: Supongo que nunca, más o menos.

Kay: Exacto.

Kay dejó de apuntarle con el dedo y lo apoyó en él.

Zac: De todos modos, no traigo a una mujer. -Un escalofrío le recorrió la espalda-. Es ella quien viene por su propio pie.

Kay: Debería darte vergüenza.

Zac: Pero ella...

Kay: ¡Eh!

Era otra señal, una exclamación que significaba «no te atrevas a llevarme la contraria».

Zachary respiró hondo y cambió de estrategia.

Zac: Huele bien.

Kay: Sabe aún mejor.

Kay le dio a probar una cucharada.

Zac: Sí, es buena -coincidió tras degustar la salsa-.

Kay: Vale más que lo sea. Para mí es importante. Esta chica tiene clase.

Zac: Tú también, mamá.

Kay: Eso por supuesto. Pero ya sabes de lo que estoy hablando. Fue un detalle llamarme para agradecerme que la hubiese invitado. Voy a obsequiarle con una buena cena -guiñó el ojo-. Con estilo. He preparado unos entrantes muy sofisticados.

Zac: ¿Salchichas con hojaldre? -Cuando ella se echó a reír inclinando la cabeza hacia atrás como solía, la toqueteó-. Me gustan las salchichas con hojaldre.

Kay: Esta noche, no. ¿Estás seguro de que el vino es bueno? -preguntó señalando dos botellas que había en la encimera, una de las cuales estaba abierta para que se aireara-.

Zac: Estoy seguro.

Kay: De eso sabes más tú que yo, con la mala vida que llevaste en Hollywood.

Zac: Sí, pero en aquella época solo bebía vino si me lo servían en el ombligo de una mujer.

Kay: Pues así no hay quien se emborrache -replicó, y entonces fue él quien se rió-.

Kay se alejó de los fogones y volvió a examinar la cocina.

Un precioso centro de fruta presidía la mesita plegable que estaba bajo la ventana y a la que le gustaba sentarse para tomar el café de la mañana. Un delicado trébol que Zac le había regalado lucía sus blancas flores en el alféizar que había sobre el fregadero.

Su colección de saleros y pimenteros ocupaba una estantería bajo la que había un banco hecho por Zachary en la clase de marquetería del instituto.

Habrían podido comer directamente del suelo y todas las superficies refulgían.

Kay asintió satisfecha y extendió los brazos.

Kay: ¿Qué tal estoy?

Zac: Tan buena como tu lasaña.

Kay: ¿Roja y picante?

Zachary tiró de uno de sus indomables rizos.

Zac: Eso es.

Kay: Voy a montar la lasaña y a meterla en el horno. Mientras tanto, enciende las velas que he puesto por ahí. Y no rompas nada.

Zac: ¿Qué quieres que rompa?

Kay lo fulminó con sus ojos azules.

Kay: Nada, si sabes lo que te conviene.

Resignado, Zachary cogió el encendedor y fue dando vueltas por la casa: el comedor, la pequeña sala de estar e incluso el baño de cortesía. Su madre había dispuesto velas en los lugares más impensables. Probablemente tal como había visto en alguna revista o en la cadena de televisión HGTV a la que era adicta.

Había puesto unas toallas bonitas y unos jabones diminutos en el baño de cortesía, y Zachary sabía por experiencia que le arrancaría la piel si se atrevía a utilizarlos.

Fue a su pequeño estudio, al dormitorio y al baño principal, sobre todo para quitarse de en medio y para que ella no siguiera dándole la lata.

Su madre había hecho de esa casa su propio hogar, pensó. Un buen hogar, cómodo. Y, para ser exactos, era el primero que compartían. Los demás lugares habían sido habitaciones o pisos de alquiler. Temporales.

Por consiguiente, si quería pintar las paredes, como había hecho, de un color distinto en cada habitación, si quería jugar con velas y poner sofisticados jabones que nadie podía usar salvo los invitados, tenía todo el derecho de hacerlo.

Cuando dedujo que ya se había entretenido lo suficiente, regresó. La llamada de la puerta lo detuvo.

Kay: Ve a cogerle el abrigo -dijo en voz alta-, y cuélgalo en el armario.

Zac: ¿Te crees que soy imbécil? -murmuró-.

Abrió la puerta y vio a Vanessa con una gabardina desabrochada que dejaba a la vista un vestido verde oscuro. Sostenía un ramo de iris azules y blancos.

Zac: Hola. Supongo que no te ha costado encontrar la casa.

Ness: En absoluto.

Zac: Dame la gabardina.

Ness: ¡Qué casa más bonita! -contempló la sala de estar mientras él se hacía cargo de su gabardina-. Tiene el mismo aire que tu madre.

Zac: ¿Por qué lo dices?

Ness: Por el color.

Zac: En eso llevas razón. Ven. Está en la cocina. ¿Qué tal ha ido el acto?

Ness: Ha sido... ¡oh, mira eso! -Con evidente satisfacción, se detuvo para admirar las postales enmarcadas que decoraban una de las paredes-. Son preciosas.

Zac: Mi madre las coleccionaba durante los viajes; son de los lugares a los que iba destinado mi padre, o bien de cuando ella se reunía con él durante los permisos.

Ness: Es una manera de recordar muy bonita. Tú debes de haber estado en algunos de estos lugares. ¿Los recuerdas?

Zac: No mucho.

Poniéndole la mano en la espalda, la condujo a la cocina.

Entraron en el momento en que Kay cerraba la puerta del horno.

Ness: Kay, me alegro de verte. Muchas gracias por haberme invitado.

Kay: Bienvenida. ¡Iris! -La satisfacción asomó a su rostro-. Son mis flores preferidas.

Ness: Me lo habían dicho. Son obra de Ashley.

Kay: ¡Qué estilo tiene esta mujer! -las olió y dejó el ramo sobre la encimera-. Ahora las dejaré aquí, pero esta noche seré egoísta y me las llevaré al dormitorio. Zac, sírvele a la chica un poco de vino. Ha estado trabajando todo el día.

Ness: Me apetece, gracias. Tienes una casa preciosa. Muy alegre.

Así es exactamente, pensó Zac sirviéndole una copa.

Zac: Aquí tienes. Mamá.

Kay lo probó y torció el gesto.

Kay: No está mal. Vosotros dos id a la sala de estar y sentaos. Traeré unos entrantes.

Ness: ¿Puedo ayudar? No soy buena cocinera pero como ayudante valgo mucho.

Kay: Ya no queda gran cosa por hacer. Sentémonos un rato. Zac, pasa tú… y lleva la bandeja. Ahora voy.

Kay abrió la nevera, sacó su mejor bandeja y los canapés.

Ness: Oh, me encanta esto.

Con la copa de vino en la mano, Vanessa se detuvo frente a los saleros y pimenteros.

Lo decía en serio, determinó Zachary con evidente sorpresa. Estaba empezando a detectar sus tonos de voz, el educado y el de auténtica satisfacción.

Su registro comprendía el sofisticado, el divertido y, por decirlo con elegancia, el arriesgado.

Kay: Empecé a coleccionarlos después de casarme. Buscaba algo pequeño que pudiera embalar fácilmente cada vez que nos mudábamos. Luego me dejé llevar.

Ness: Son fabulosos. Monísimos y divertidos. ¿Batman y Robin?

Kay se acercó.

Kay: Zac me los regaló el día de la Madre, cuando tendría unos doce años. También me regaló esos dos perros apareándose... pensó que no los pondría a la vista. Creo que él tenía unos dieciséis e intentaba desafiarme. Pero yo gané el desafío -miró a su hijo y sonrió al recordar-. Se avergonzó mucho cuando decidí ponerlos en la estantería.

Zac cambió de postura.

Zac: ¿Qué quieres que haga con esta bandeja?

Vanessa lo miró y sonrió.

Ness: Ah, gracias. -Eligió un montadito redondo de brie con una frambuesa encima-. ¿Y estos? -siguió preguntando, estrechando lazos con su madre a propósito de los saleros y pimenteros mientras él sostenía la bandeja de canapés-.

Viendo cómo transcurría la velada, Zachary no estaba seguro de si sentirse complacido, aliviado o preocupado al ver lo bien que se llevaban su madre y Vanessa.

Era perfectamente consciente de que Vanessa sabía adaptar sus maneras y su conversación a cualquier evento social. Pero eso iba más allá. Zachary sabía, tal como había sabido el día que compartieron la primera pizza, que ella estaba relajada y se estaba divirtiendo.

Hablaron de los lugares adonde habían ido ambos, de los lugares a los que sus padres habían viajado antes de que él naciera, cuando era demasiado pequeño para que pudiera acordarse, y de otros que prácticamente había olvidado.

Hablaron de la empresa de ella, y las carcajadas de su madre salpicaban la conversación mientras Vanessa narraba anécdotas extrañas o divertidas.

Kay: Yo nunca tendría paciencia para algo así. Toda esa gente llamando un día tras otro, quejándose, criticando, exigiendo... Buf, a mí me entran ganas de saltar encima de algún cliente de Zac al menos un par de veces al día.

Zac: Vanessa no les salta encima. Los aplasta como a las cucarachas.

Ness: Solo si es absolutamente imprescindible.

Kay: ¿Qué vais a hacer con Linda Elliot o «señora de» quien sea ahora? -Vanessa titubeó y Kay se encogió de hombros-. No es asunto mío.

Ness: No, no es eso. En realidad no estoy segura. Será peliagudo. La aplasté como a una cucaracha y eso me dio una satisfacción absoluta. Pero es la madre de Miley.

Kay: Es una guarra que se cree mejor que nadie.

Zac: Por Dios, mamá...

Ness: No, tienes toda la razón -dijo dirigiéndose a Kay-. Es una guarra que no solo se cree mejor que nadie, sino que además tiene manía persecutoria. Me ha dado rabia toda la vida, o sea que nada de lo que puedas decirme de ella me ofenderá -tomó otro trozo de lasaña y arqueó las cejas mirando a Zachary-. ¿Qué pasa? ¿No puede darme rabia alguien?

Zac: No parece tu estilo.

Ness: Se ha pasado la vida manipulando y abusando emocionalmente de una de mis amigas íntimas. Merecía un trato mucho peor del que al final pude darle. Pero... -se encogió de hombros y bebió un poco más de vino- vendrá a la boda. Querrá presumir de nuevo marido y pavonearse. Le tengo prohibida la entrada en casa, pero habrá que levantar la prohibición puntualmente.

Zac: ¿Cómo...? ¿Le prohibiste entrar?

Vanessa sonrió a Zachary.

Ness: Sí. Muy gratificante. Y créeme que la vamos a tener bien vigilada durante la boda. Todavía no sé cómo, pero antes de que estropee un solo minuto del día de Miley y de Liam la encierro en el sótano.

Kay frunció los labios y asintió.

Kay: Apuesto a que sí. Si necesitas ayuda, dímelo. Nunca me ha caído bien esa mujer.

Ness: No sabía que Linda y tú os conocíais.

Kay: Ah, no se fijaría en mí ni aunque me paseara desnuda, pero nuestros caminos se han cruzado un par o tres de veces. Solía venir a cenar al restaurante cuando yo trabajaba allí e iba a muchas de las fiestas para las que me contrataban -se encogió de hombros con el mismo gesto con que Zac solía decir «no tiene ninguna importancia»-. Es de las que piensan que eres transparente cuando chasquean los dedos para pedirte otra bebida o meterte prisas, y no se corta a la hora de quejarse del servicio cuando estás allí, de pie junto a ella.

Vanessa sonrió y un destello fiero asomó a sus ojos.

Ness: Kay, ¿te gustaría venir a la boda de Miley?

Kay parpadeó.

Kay: Bueno, apenas conozco a esa chica ni a Liam.

Ness: Me gustaría mucho que fueras mi invitada en la boda de mi amiga.

Kay: ¿Para ayudar a enterrar el cadáver?

Ness: Esperemos que no haya que llegar a tanto. Pero si se tercia...

Kay: Traeré una pala.

Llevada por el entusiasmo, Kay brindó con Vanessa.

Zac: Dais un poco de miedo las dos...

Al final de la cena, tras haber recogido la mesa una vez terminados el postre y el café, y degustado la tarta de manzana casera de Kay, que si decía que era casera lo decía en serio, esta acompañó a la puerta a Vanessa y a Zachary para despedirlos.

Kay: Ya me ocuparé yo de los platos a su debido tiempo.

Ness: Todo estaba riquísimo. Rico de verdad. Gracias.

Kay dedicó una sonrisa petulante a Zachary mientras Vanessa la besaba en la mejilla.

Kay: Dile que vuelva a traerte otro día. Ve a enseñarle tu apartamento, Zac.

Zac: Claro. Buenas noches, mamá. Gracias por la cena. -Condujo a Vanessa hacia los escalones que llevaban a su apartamento-. Se ha divertido mucho contigo.

Ness: Y yo con ella.

Zac: Le gustas, y se anda con ojo antes de invitar a alguien a casa.

Ness: Entonces me siento halagada.

Zachary se detuvo en la puerta.

Zac: ¿Por qué la has invitado a la boda?

Ness: Me ha parecido que se lo pasaría bien. ¿Algún problema?

Zac: No, se lo pasará bien. Pero ahí hay gato encerrado -le dio unos golpecitos en la sien-. Hay gato encerrado en tu invitación.

Ness: De acuerdo, sí. Linda se dedica a hacer daño a la gente. Es así, tanto si lo hace deliberadamente como si lo hace por descuido. Me da la sensación de que tu madre es una mujer que no se deja herir fácilmente, y aun así, Linda lo consiguió. He pensado que podría asistir a la boda de Miley como invitada, mientras que Linda solo acudiría por obligación y, pasado ese día, jamás volverá a poner un pie en mi casa.

Zac: Eso es calculador y cortés al mismo tiempo.

Ness: Mi especialidad es la multitarea.

Zac: No lo dudo -le acarició el brazo con un dedo-. Tú también te andas con ojo antes de invitar a alguien a tu casa.

Ness: Sí.

Zachary se dedicó a observarla.

Zac: No traigo a mujeres aquí. Lo encuentro... raro -añadió señalando hacia su apartamento-.

Ness: Lo imagino.

Zachary giró la llave y abrió la puerta.

Zac: Entra.

No había tantos colores como en casa de su madre y casi podría decirse que el espacio resultaba espartano. Además, evocaba un sentido práctico que apeló directamente a la sensibilidad de Vanessa.

Ness: ¡Qué ocurrente! Imaginaba que serían dos habitaciones pequeñas, y en lugar de eso, es un único espacio abierto. Una gran sala con una cocina empotrada en una esquina y el espacio habitable definido por los muebles. -Sacudió la cabeza cuando vio una enorme pantalla plana presidiendo la pared-.¿Qué relación habrá entre los hombres y el tamaño de sus televisores?

Zac: ¿Qué relación habrá entre las mujeres y sus zapatos?

Ness: Touché -se paseó por la estancia y observó el pequeño dormitorio, también práctico y racional, a través de una puerta corre¬dera abierta y volvió sobre sus pasos-. Me gustan estos dibujos a lápiz.

En la pared, una serie de dibujos enmarcados en negro representaban unas hermosas vistas callejeras.

Zac: Sí, están bien.

Vanessa se acercó para leer la firma que aparecía en una de las esquinas.

Ness: Efron.

Zac: Los hizo mi padre.

Ness: Son preciosos, Zac. ¡Qué buena idea conservar estos dibujos como recuerdo! ¿Sabes dibujar?

Zac: No.

Ness: Yo tampoco.

Vanessa se volvió hacia él y le sonrió.

Zac: Quédate.

Ness: Mi bolsa de fin de semana está en el maletero del coche -sacó las llaves de su bolso-. ¿Te importaría ir a buscarla?

Zachary cogió las llaves y las hizo tintinear mientras escrutaba su rostro.

Zac: ¿Dónde está tu teléfono?

Ness: En mi bolso. Lo he apagado antes de empezar a cenar.

Él se inclinó para besarla.

Zac: Responde a las llamadas y luego vuelve a apagarlo. Iré a buscar tu bolsa.

Vanessa sacó el teléfono cuando él salió, pero antes se concedió unos instantes para admirar el espacio.

Ordenado, eficiente, decidió, y muy vacío. El espacio de un hombre acostumbrado a moverse con libertad, y sin alboroto.

Un hombre sin raíces, pensó, cuando las suyas eran muy, muy profundas.

No estaba en absoluto segura de lo que eso podía significar.

Apartó la idea de su mente, conectó el teléfono y empezó a repasar los mensajes de texto y de voz.


1 comentarios:

Lu dijo...

Que bien se llevan Ness y la madre de Zac!!!
Que lindo capi


Sube pronto :)

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