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domingo, 15 de febrero de 2015

Capítulo 6


Al principio, su boca tocó la de Vanessa levemente, rozando apenas los labios para saborear su forma y su textura. Luego, el beso se hizo más intenso y más profundo, hasta tornarse arrebatador.

Vanessa apenas podía pensar, y mucho menos reaccionar. Se había dado cuenta de que Zac iba a besarla, pero no esperaba que la simple comunión de sus bocas fuera tan apasionada. Zac bebió de ella como un hombre muerto de sed que se tropezara insospechadamente con un oasis en medio del desierto. De vez en cuando el contacto de sus labios se dulcificaba hasta convertirse en un suave roce, y tocaban los de Vanessa casi con timidez, como si quisieran cerciorarse de que su hallazgo no era un espejismo.

Zac sujetó la cara de Vanessa con ambas manos y se apartó levemente.

Zac: Bésame, Vanessa -susurró, mirándola con ojos fulgurantes-.

La áspera firmeza de su voz bastó para liberar a Vanessa del hechizo bajo el que se hallaba. Cuando él volvió a apoderarse de su boca, ella abrió los labios ansiosamente y lo besó con creciente ardor. Percibió la firmeza de sus labios, la regularidad de sus dientes, la textura de su lengua. Paladeó su sabor y aspiró su aliento, y todas las células de su cuerpo de mujer despertaron a la vida.

Zac: Vanessa -musitó apartando de nuevo su cara unas pulgadas. Apoyó su cálida frente en la de ella y procuró recobrar el aliento-, ¿por qué has hecho eso?

Vanessa, a quien también le costaba respirar, intentó comprender.

Ness: ¿Qué?

Zac: ¿Por qué has hecho eso?

Ness: ¿El qué?

Zac: ¡Besarme!

Vanessa, la neblina de cuya mente comenzaba a disiparse, se apartó de él.

Ness: Tú me lo has pedido.

Él frunció las cejas y su cara se crispó.

Zac: Pero no así. Yo esperaba un besito. No... ¡no eso!

Estaba enfadado. Vanessa no podía creerlo.

Ness: ¿Quién ha besado a quién en primer lugar?

Él respiraba ásperamente, hinchándosele las fosas nasales.

Zac: ¡Tú no tenías que devolverme el beso!

Se apartó de la cama y salió bruscamente de la habitación, dejando a Vanessa confusa y desconcertada y, muy pronto, también enfurecida.

Ella se sentó y se quedó mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Zac. Luego, cerró los ojos y procuró comprender lo que había ocurrido. Aunque nunca, en toda su vida, había besado ni la habían besado de aquel modo, tenía la suficiente experiencia como para saber cuándo un hombre estaba excitado. Y Zac Efron lo estaba. De ahí su enfado. Lo cual significaba que deseaba tan poco como ella complicarse la vida. Lo cual, a su vez, significaba que tenían un problema.

A ella le había gustado aquel beso. O, mejor dicho, aquel beso la había transportado a un lugar en el que nunca antes había estado. Besar a Zac había sido como probar un delicioso bombón relleno de brandy, dulce y soluble y, sin embargo, potente. Zac se le había subido directamente a la cabeza.

Se tocó los labios hinchados y la barbilla arañada. Hasta el roce de la barba de Zac, cuya aspereza contrastaba con la suavidad de su boca, la había excitado. Sí, Zac era suave. Suave, viril y excitante. ¡Maldito fuera!

Apoyó la barbilla en el pecho y respiró hondo varias veces, intentando calmarse. Con la inspiración de oxígeno recuperó las fuerzas que necesitaba. Sí, estaban atrapados bajo el mismo techo. Incluso estaban atrapados, gracias a la terquedad de ambos, en la misma cama. Ella debía limitarse a recordar que ambos tenían ya suficientes problemas. Y que Zac podía ser un hombre francamente desagradable.

Por desgracia, él escogió precisamente ese momento para volver a entrar en la habitación. Llevaba las muletas de Vanessa y su cara tenía una expresión de incertidumbre. Tras dudar un momento en la puerta, se acercó lentamente a la cama.

Zac: Ten -dijo, ofreciéndole suavemente las muletas-. Los sandwiches están en el horno. Estarán listos enseguida.

Vanessa lo miró a los ojos y luego apartó la mirada y la fijó en las muletas. Las agarró por las asas de goma y las observó un momento antes de alzar los ojos otra vez. Él esbozó una fugaz y cálida sonrisa antes de darse la vuelta y salir de la habitación.

Vanessa se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en las muletas. Sí, Zac era un hombre sumamente desagradable. Pero también tenía sus momentos de dulzura y de comprensión, lo cual, irónicamente, le hacía mucho más difícil vivir con él.

Dejó escapar un suspiro. No le quedaba más remedio que aceptarlo. A menos que estuviera dispuesta a capitular y abandonara la isla por propia voluntad. Cosa que no pensaba hacer.

Luchó por ponerse en pie, aseguró las muletas bajo los brazos y, resignada, se encaminó a la cocina.

Comieron en medio de un embarazoso silencio. Zac evitaba mirar a Vanessa, pero ella no se daba cuenta, pues a su vez evitaba mirarlo a él. Ella alabó los sandwiches. Él le dio las gracias. Cuando acabaron, él hizo café, no muy fuerte, y le llevó una taza a Vanessa al cuarto de estar. Ella se lo agradeció. Y, mientras tanto, al igual que él, no dejó de pensar en aquel beso. Del mismo modo que él, no cesaba de preguntarse adonde los habría conducido. Y, al igual que él, se preguntaba el porqué.

Comprendiendo que no podría concentrarse en la lectura, fue a buscar las cosas de hacer punto al dormitorio, abrió el folleto de instrucciones y procuró concentrarse en su lectura. Zac, que estaba sentado en un sillón bebiendo una segunda taza de café, tenía tan pocas ganas de leer como ella, pero no acertaba a pensar en nada mejor que hacer.

Zac: ¿Qué vas a hacer? -preguntó en tono aburrido-.

Ella no levantó la vista.

Ness: Un jersey.

Zac: ¿Para ti?

Ness: Eso espero -tomó una prieta madeja de lana, desligó el cabo y desenrolló un tramo considerable-.

Zac miró la gruesa lana de color lavanda.

Zac: Bonito color.

Ness: Gracias -con el libro abierto sobre el regazo, tomó una de las agujas y enrolló a su alrededor el cabo de la lana-.

Zac: Qué aguja más grande.

Ella suspiró. Le resultaba difícil concentrarse sabiendo que él la estaba mirando.

Ness: Una aguja grande para un jersey grande.

Zac: ¿Para ti?

Ella lo miró a los ojos.

Ness: Va a ser un jersey muy holgado.

Zac: Ah. ¿De los de esquiar?

Ella apretó los labios, procurando refrenar su mal humor.

Ness: De los de invierno, ya que, según parece, tardaré algún tiempo en volver a esquiar.

Zac: ¿Tú esquías?

Ness: Sí.

Zac: ¿Y se te da bien?

Ella dejó la aguja sobre el regazo y lo miró fijamente.

Ness: Ya te dije que me gustan mucho los deportes. Hago gimnasia, juego al tenis, esquío... O, por lo menos, lo hacía. Zac, no puedo concentrarme si no paras de hablar.

Zac: Yo pensaba que hacer punto era una cosa automática.

Ness: Cuando estás aprendiendo, no.

Él esbozó una sonrisa burlona.

Zac: ¿Es la primera vez que lo haces?

Ness: Sí.

Zac: ¿Y te has animado por la pierna rota?

Ness: Me compré la lana hace unos meses. Pero no había tenido tiempo de ponerme con ello.

Zac asintió. Ella alzó de nuevo la aguja, estudió el libro, subió el hilo y lo enlazó adecuadamente para dar el primer punto. Le costó varios intentos dar el segundo, pero, tras conseguirlo, siguió adelante con bastante facilidad. Poco después había dado suficientes puntos de prueba como para ponerse a experimentar con la auténtica calceta.

Tras acabar su café, Zac llevó la taza a la cocina y comenzó a pasearse por la casa. Al fin, sin haber encontrado nada que lo distrajera, volvió a tomar su libro. Para entonces, Vanessa daba un punto tras otro con extremo cuidado. Manejaba las agujas con torpeza y se le caía continuamente la lana que, supuestamente, debía tener enrollada alrededor del dedo índice. De cuando en cuando levantaba la vista para asegurarse de que Zac no estaba observando sus torpes evoluciones, y cada vez volvía a concentrarse en su tarea con el ceño fruncido. El solo hecho de mirar a Zac la perturbaba.

Él estaba tendido en el sofá cuan largo era. Llevaba arremangado el jersey, dejando al descubierto los antebrazos salpicados del mismo vello negro que Vanessa había advertido en su pecho. Un vello suave pero fuerte y crespo, cuyo tacto asaltaba continuamente el recuerdo de Vanessa.

Tumbado en el sofá, Zac también intentaba concentrarse. Nunca había sido tan intensa su curiosidad por descubrir qué escondía Vanessa bajo su amplia sudadera. Había sentido el contacto de sus pechos firmes y duros, pero maleables bajo sus dedos. La había tomado en brazos, y era ligera y suave como una pluma. La había saboreado. Ése era su peor error, porque había en ella una dulzura de miel que nunca hubiera imaginado. ¿Palidecerían también el resto de sus fantasías en contraste con la realidad?

Le lanzó una mirada oblicua con los párpados entornados. Ella sujetaba con fuerza las agujas con los índices extendidos. Zac advirtió que le costaba trabajo, pero que, aun así, sus dedos se movían ágilmente. Sí, tal vez fuera una deportista. Pero, en todo caso, sumamente femenina, enérgica y atractiva.

De pronto cerró el libro y se incorporo. Vanessa le lanzó una mirada interrogativa;

Zac: No puedo leer con ese chirrido -gruñó-. ¿No puedes hacer menos ruido?

Ness: Bastante me cuesta hacerlo así. ¿Qué quie¬res? ¿Un milagro?

Zac: No, un milagro, no. Solo paz y tranquilidad -dejó el libro sobre el sofá y empezó a dar vueltas por la habitación-.

Ness: ¿No te ha atrapado el libro?

Zac: No -se pasó una mano por el pelo-. ¿Y si jugamos a algo? Victoria tiene un montón de juegos en la otra habitación.

Vanessa dejó las agujas sobre su regazo. No estaba segura de querer jugar a nada con Zac.

Ness: ¿A qué, por ejemplo? -preguntó recelosa-.

Zac: No sé. ¿Al Monopoly?

Ness: Odio el Monopoly. No es un juego de habilidad.

Zac: ¿Y el Trivial Pursuit?

Ness: No se me da bien la historia, ni la geografía. Siempre pierdo por su culpa.

Zac: Pierdes por tu culpa -replicó-. El juego no tiene nada que ver.

Ness: Lo que tú digas. El resultado es el mismo.

Zac: Está bien. Olvidemos el Trivial Pursuit. ¿Y el ajedrez?

Ness: No sé jugar.

Zac: ¿Las damas? -ella arrugó la nariz-. Olvidémonos del juego -gruñó-.

Ness: ¿Y si vemos una película?

El día era lluvioso. La idea resultaba atractiva. Y, de todos modos, no atinaba con las agujas.

Zac: De acuerdo.

Ness: ¿Qué tenemos para elegir?

Él entró en el despacho. Vanessa se levantó y lo siguió. Lo encontró agachado sobre una estantería baja, mirando las cintas de vídeo. Se acercó, procurando no fijarse en el modo en que se le ceñían a las nalgas los vaqueros ligeramente desgastados en las posaderas.

Zac: ¿Fuerza Mágnum? -sugirió-.

Ness: Demasiado violenta.

Zac: ¿Norte noroeste?

Ness: Demasiado intensa -se inclinó a su lado y observó la hilera de cintas-. ¿Qué te parece Contra toda probabilidad?

Zac: Esa es de amor.

Ness: ¿Y qué?

Zac: Olvídalo.

Ness: Entonces El aguijón. No es amor, pero es ligera.

Zac: Y aburrida. Lo mejor es la música.

La mirada de Vanessa siguió recorriendo las cintas hasta que sus ojos se agradaron de pronto.

Ness: Fuego en el cuerpo. Eso sí que es un peliculón. William Hurt, Kathleen Turner, intriga y…

Zac: Y sexo -giró la cabeza y la miró-. No creo que nos haga falta.

Tenía razón, por supuesto. Vanessa apenas podía creer que se le hubiera ocurrido hacer aquella sugerencia.

Zac: Ah -extrajo una cinta-. Aquí está. El ojo de la aguja. Ésta sí que es buena.

Tenía acción, intriga y un poco de sexo, pero Vanessa pensó que podría soportarlo.

Ness: De acuerdo. Ponla -apoyó las muletas contra la pared y se acercó saltando al sofá de cuero-.

Zac sacó la cinta de su funda, la insertó en el vídeo, apretó varios botones, tomó el mando a distancia y se dejó caer en el sofá, a un brazo de distancia de Vanessa. Ya habían aparecido los créditos cuando de pronto apagó el vídeo y se levantó de un salto.

Ness: ¿Qué pasa?

Zac: Necesitamos palomitas. He visto que hay en el armario de la cocina.

Ness: Pero se tarda en hacerlas y ya habíamos empezado a ver la película.

Zac: Tenemos tiempo. Además, en el microondas solo tardan dos minutos -se frotó las manos-. Con un montón de deliciosa mantequilla derretida por encima y...

Ness: ¡Nada de mantequilla! Tiene mucha grasa y es mala para la salud.

Zac: ¿Qué son las palomitas sin mantequilla? -protestó-.

Ness: Más sanas.

Zac: Entonces pondré solo en las mías. Tú puedes tomar las tuyas sin mantequilla.

Ness: De acuerdo -cruzó los brazos sobre el pecho y se recostó en el sofá mientras él se iba a hacer las palomitas-.

Poco a poco, su ceño se distendió. Era bastante agradable que la sirvieran, y Zac lo hacía sin quejarse. Vanessa pensó que podía haberse quedado encerrada con un hombre mucho peor. Estaba segura de ello. Podía haberse quedado allí encerrada con un auténtico egomaníaco. Ciertamente, Zac tenía sus momentos. De pronto, cayó en la cuenta de que, mientras que ella le había dado algún indicio de cuál era la causa de sus cambios de humor, ella no tenía ni idea de qué motivaba los de él. Decidió sonsacarle por el mero hecho de satisfacer su curiosidad. Nada más.

Zac entró en la habitación llevando las palomitas aún guardadas en la bolsa en que se habían hecho en el microondas. Volvió a sentarse, encendió el vídeo y colocó la bolsa entre los dos.

Ness: ¿Les has puesto mantequilla? -preguntó cautelosamente-.

Zac: No. Tienes razón. No hace falta.

Ness: Ah. Ha prevalecido el sentido común.

Zac: Chiss. Quiero ver la película.

Ella miró la pantalla.

Ness: Solo son los créditos.

Zac: Pero me molestas. Cállate, anda.

Vanessa se quedó callada. Tomó un puñado de palomitas y se metió una y luego otra en la boca. La película seguía adelante. Intentó meterse en ella, pero no pudo.

Ness: No es lo mismo ver películas en casa -comentó-. El cine está a oscuras. Es más fácil olvidar lo que te rodea y sumergirte en la historia.

Zac: Chiss -también le costaba trabajo concentrarse-.

No era por la película, aunque, como ya la había visto, tampoco tenía misterio para él. Lo que lo distraía era la cercanía de Vanessa. Solo los separaban las palomitas. En cierto momento, cuando iba a tomar un puñado de palomitas, se topó con la mano de Vanessa. Ambos retiraron las manos. Y esperaron.

Zac: Tú primero.

Ella mantuvo los ojos fijos en la pantalla.

Ness: No, no importa. Yo espero.

Zac: Yo ya he comido más que tú. Adelante.

Ness: No, no quiero. Voy a engordar.

Zac: No, qué vas a engordar -por lo que él había visto, Vanessa no era muy glotona. Y, en cuanto a engordar, su cuerpo le había parecido bastante esbelto. Pero aun así no pudo resistir lanzarle una pulla-: Aunque, pensándolo bien, puede que tengas razón. Vas a engordar. Eres más bajita, y yo soy el único que hace ejercicio en esta casa. Yo quemo mejor las calorías -extendió la mano hacia las palomitas, pero Vanessa ya había metido la suya en la bolsa-.

Ella retiró el puño lleno, le lanzó una sonrisa maliciosa y se metió alegremente varias palomitas en la boca.

Zac, que casi había esperado aquella reacción, no supo si reír o echarse a llorar. Vanessa era adorablemente impetuosa y dolorosamente adorable. Solo tenía que mirarlo con aquellos luminosos ojos castaños para que se le acelerara el pulso. No debía haberla besado. ¡Maldición, no debía haberla besado!

Pero lo había hecho, y ello le impidió ver con tranquilidad el resto de la película. Notaba continuamente la presencia de Vanessa: cuando se removía en el sofá, cuando echaba la cabeza hacia atrás y miraba la pantalla con los ojos entornados, o cuando empezó a rascarse el muslo distraídamente.

Zac: ¿Te duele la pierna? -Ella lo miró bruscamente y luego se encogió de hombros y volvió a mirar la pantalla-. ¿Quieres una aspirina?

Ness: No.

Zac: ¿Un poco de Ben-Gay?

Ness: No hay.

Él esbozó una sonrisa burlona.

Zac: Iré corriendo a la farmacia de la isla si me dejas que te dé unas friegas.

Ella siguió mirando fijamente la película, pero le siguió la corriente.

Ness: En la farmacia tampoco hay. Ya lo he comprobado.

Zac: Oh, qué lástima.

Vanessa apretó los labios y maldijo a Zac para sus adentros. ¡Darle unas friegas! Sintió un cosquilleo por dentro que empeoró el dolor de su muslo.

Zac también se maldijo por haber hecho aquella sugerencia, porque su imaginación la había atrapado al vuelo y había empezado a pensar en friccionarle algo más que el muslo. Se preguntaba cómo sería tocar sus pechos y si la piel de su vientre sería suave. Se movió en el sofá para apartarse de ella y no volvió a hacer ningún comentario, ni sugerente ni de ninguna otra clase. La película había perdido todo su interés. Estaba demasiado distraído para seguir los diálogos. La intriga lo dejaba frío; el sexo, caliente. Lo único que aliviaba su creciente desasosiego físico era pensar en Hartford, en el trabajo, en Webster-Dawson. Y, dado que aquello le ponía de un humor de perros, se hallaba entre la espada y una pared muy dura, lugar en el que permaneció el resto de la tarde.

Vanessa y él cenaron juntos y se sentaron frente al fuego. Fingieron leer, pero por el modo en que Vanessa fijaba los ojos en el fuego, Zac supuso que concentrarse le costaba tanto como a él. Sospechaba además, por las miradas nerviosas que ella le lanzaba de cuando en cuando, que los pensamientos de Vanessa seguían el mismo curso que los suyos.

En la mirada de ella había, en cambio, cierto miedo. Zac lo había notado ya antes. Ahora podía percibirlo de nuevo. Y ello lo molestaba. ¿Acaso le daba miedo el sexo? ¿Tenía miedo de sentirse mujer, de excitarse hasta perder el control de sí misma?

Mientras se hacía aquellas preguntas, su cuerpo se crispó. ¿De qué demonios tenía miedo él? Ciertamente, no del sexo. Sin embargo, había algo que lo refrenaba, a pesar de que todas las fibras de su cuerpo parecían impulsarlo hacia delante.

Permaneció sentado frente al fuego mucho tiempo después de que Vanessa buscara refugio en la cama. Cuando al fin se reunió con ella, estaba tan cansado que se durmió enseguida. Pero al amanecer empezó a preguntarse si no sería mejor dar su brazo a torcer e irse a dormir a otro cuarto. Dos veces durante la noche, al despertarse, había descubierto que sus cuerpos se estaban tocando: él tenía el brazo estirado y apoyado sobre el de ella; ella, la planta del pie posada contra su pantorrilla.

¿Qué era lo que los hacía gravitar el uno hacia el otro? Ambos habían ido a Maine en busca de soledad, de modo que Zac había dado por sentado que preferirían permanecer en lados opuestos de la casa. Pero no era así. Entre discusiones y peleas, ya fuera en el dormitorio, en la cocina, en el cuarto de estar o en el despacho, siempre estaban juntos. Incluso ahora, en la cama.

Vio que Vanessa giraba la cabeza, lo miraba y volvía a acurrucarse en su lado. Zac se tumbó de espaldas y miró el techo, pero en él vio solamente una desordenada mata de pelo negro, unos suaves ojos castaños todavía nublados por el sueño, unas mejillas tersas teñidas de un suave rubor matutino y unos labios ligeramente entreabiertos, trémulos e inquisitivos.

Tenía que salir de allí. Aunque todavía se oía el tamborileo intermitente de la lluvia y más allá de la ventana el aire estaba cargado de niebla, tenía que salir al exterior. Dejó la cama sin mirar a Vanessa, se puso la ropa sucia que tenía previsto lavar ese día, se ató las zapatillas de deporte, que todavía tenían una costra de barro del día de su llegada a la isla, se echó la parca al hombro y salió a toda prisa de la habitación y de la casa.

Rodeada por el silencio que siguió a su partida, Vanessa se incorporó lentamente. Pensó que, finalmente, el encierro había podido con Zac. Y también con ella. ¿O era Zac quien podía con ella? Nunca había pasado una tarde ni una noche tan incómodas como las inmediatamente precedentes, con los sentidos aguzados, concentrados por completo en la presencia física de Zac. Él respiraba; ella lo oía. Él se daba la vuelta; ella lo sentía. En una ocasión, habiéndose despertado en mitad de la noche, había descubierto su mano metida bajo el brazo de él y se había llevado un susto de muerte, y no precisamente por miedo a la oscuridad.

Su cuerpo, tenso por la frustración, era como un resorte. Deseaba correr diez kilómetros, pero no podía. Deseaba nadar setenta y dos largos, pero no podía pisar una piscina, y mucho menos el océano. Deseaba hacer gimnasia hasta quedar exhausta y chorrear sudor, pero... pero... ¡Sí, eso sí podía hacerlo!

Apartó las sábanas, agarró las muletas, sacó de un cajón de la cómoda una camiseta ceñida y unas mallas cortas y se las puso rápidamente. Se sentó en la cama para ponerse un único calcetín, una zapatilla y los dos calentadores, volvió a levantarse, agarró su radiocasete y varias cintas bajo un brazo y una muleta bajo el otro y entró saltando en una de las habitaciones pequeñas. Unos minutos después, la música de Barry Manilow inundó la casa.

Vanessa respiró hondo y sonrió; luego cerró los ojos y comenzó a ejecutar sus estiramientos habituales. Las muletas yacían sobre la pequeña cama. Había descubierto que podía sostenerse en pie perfectamente sin ellas. Y no le importaba tener que alterar en parte los ejercicios por culpa de la pierna rota. Al menos, se estaba moviendo.

Al ritmo de la música comenzó a mover el tronco en círculo y a inclinarse a un lado y a otro. Estiró los músculos de la pantorrilla y el tobillo de la pierna derecha y los de la parte in¬terna de los muslos de ambas piernas. Era delicioso sentir de nuevo su cuerpo. Se tomó su tiempo, se relajó, se dejó llevar por la música.

Al cabo de unos minutos, comenzó a improvisar ejercicios de calentamiento para adaptarse a las limitaciones de sus movimientos. La música varió; el ritmo se hizo más rápido, y ella se aventuró en un ejercicio de baile. Aunque no podía bailar en el verdadero sentido de la palabra, sus movimientos eran fluidos e involucraban su torso completo y su pierna sana. Cuando bajó el ritmo para descansar un poco, ya había roto a sudar y se sentía mejor que en muchos días.

Tan inmersa estaba en el ejercicio que no oyó que la puerta de la casa se abría y se cerraba. Zac, en cambio, oyó la música nada más entrar. Enseguida se puso de mal humor. La música sonaba muy alta y era demasiado estridente para su gusto. Sin molestarse en quitarse la parca mojada, se dirigió directamente hacia el lugar de donde procedía la música con intención de informar a Vanessa de que, mientras compartieran la casa, no tenía derecho a ser tan desconsiderada.

Se paró en seco en la puerta de la habitación pequeña, paralizado ante la visión que se presentaba ante él. Con los ojos cerrados, casi en trance, Vanessa se movía al compás de la música con una agilidad notable teniendo en cuenta que tenía una pierna escayolada. Pero no fue su movimiento lo que dejó sin aliento a Zac. Fue ella. Su cuerpo.

Ya no tenía que seguir preguntándose qué se ocultaba bajo la ropa holgada de Vanessa. Ésta llevaba una camiseta estrecha que dejaba al descubierto sus esbeltos brazos y sus hombros bien tonificados. Sus pechos se alzaban erguidos bajo la fina tela y sus suaves laterales se veían claramente cuando movía los brazos. La goma de las mallas resaltaba su cintura fina, y las mallas mismas, muy cortas, ofrecían una vista casi completa de sus tersos muslos.

Zac tragó saliva cuando ella se inclinó. Sus ojos quedaron pegados a aquellos semicírculos crecientes de pálida carne. Luego, ella se irguió y se estiró con los brazos por encima de la cabeza y se inclinó cuanto pudo, lentamente, hacia un lado y otro. Zac tragó saliva de nuevo, pasmado por la firmeza de sus pechos, que se alzaban con cada movimiento.

Comprendió entonces que la imprecisión que había advertido en el cuerpo de Vanessa se debía únicamente a la anchura y grosor de sus ropas. Vanessa Hudgens era ligera y esbelta. Con el pelo húmedo alrededor de la cara, la piel reluciente cubierta por una capa de sudor, los brazos cimbreándose líricamente, los pechos retozones y las caderas contoneándose, estaba provocativa, seductora y femenina.

Zac empezó a ponerse nervioso. Tenía el cuerpo crispado y su respiración se hizo áspera. Dio media vuelta, recorrió a toda prisa el pasillo, cruzó el dormitorio grande y se metió directamente en el cuarto de baño. Comenzó a quitarse la ropa atropelladamente, sabiendo que, si no se daba una ducha fría, pronto estallaría.

Dejó la ropa tirada en el suelo, pero no reparó en ello. Se metió en la bañera, abrió a tope el grifo del agua fría, metió la cabeza bajo el chorro, apoyó los puños contra la pared de azulejos y se quedó allí de pie, tiritando, hasta que el frío del agua disipó la fiebre que se había apoderado de su cuerpo. Pensó en Hartford, en Webster-Dawson, en su tío, muerto el año anterior, en el baloncesto... En cualquier cosa con tal de quitarse de la cabeza a Vanessa. Solo cuando sintió que había recobrado en parte el control sobre sí mismo, reguló la temperatura del agua para lavarse.

Vanessa, completamente ajena a los padecimientos de Zac, acabó sus ejercicios de enfriamiento e hizo varias flexiones más antes de arrellanarse en un sillón cercano. Se sentía cansada, pero contenta, y dejó puesta la música. Era un sonido familiar, reconfortante y tranquilizador.

Al fin se inclinó hacia delante y agarró las muletas, diciéndose que, si no se secaba y se cambiaba de ropa, el sudor que cubría su cuerpo no tardaría en enfriarse.

Quitó la música y aguzó el oído. La casa seguía en silencio, lo cual significaba, pensó, que Zac seguía fuera; lo cual, a su vez, siguió pensando, quería decir que podía disponer del cuarto de baño sin miedo a interrupciones. Un buen baño caliente resultaba sumamente apetecible.

Sonrió con satisfacción mientras recorría el pasillo. Se sentía orgullosa de sí misma. Había entrenado y no solo había demostrado que podía hacerlo, sino que había disipado la espantosa crispación con la que se había despertado esa mañana. Al cuerno con Zac y con su virilidad, pensó. Ella podía afrontar perfectamente ambas cosas.

Pensando en llenar la bañera mientras se desvestía, cruzó el dormitorio grande en dirección al cuarto de baño. La puerta estaba cerrada. Sin pensárselo dos veces, la abrió empujándola con el hombro y entró. Pero se quedó parada en seco.

Zac estaba frente al lavabo. Tenía la cabeza agachada y estaba ligeramente inclinado. Sus grandes manos se agarraban al borde de la pila de porcelana. Estaba completamente desnudo.

Vanessa, que se había quedado sin aliento, se sintió incapaz de hacer otra cosa más que mirarlo fijamente, incluso cuando él alzó lentamente la cabeza y la miró. Él tenía el cuerpo más bonito que ella hubiera podido soñar. Su espalda era ancha y tersa; sus extremidades, fibrosas; sus nalgas, duras. Visto de perfil, su tripa era plana; los huesos de su pelvis apenas se veían bajo los músculos prietos; su sexo era pesado y prominente.

Zac: Vanessa... -su voz era áspera-.

Ella fijó los ojos en los de él cuando, sin aparente pudor, Zac se irguió y se giró hacia ella. Dos lentos pasos lo llevaron junto a ella, hasta que se tocaron. Él repitió su nombre, esta vez en un susurro.

Vanessa estaba paralizada. Apenas podía respirar, y mucho menos hablar. Tenía los ojos abiertos de par en par y fijos en los de él. Zac levantó una mano y tocó las gotas de sudor que cubrían la nariz de Vanessa, deslizó el pulgar por su mejilla, por su mandíbula y su cuello, hasta tocar la carne trémula sobre el borde superior de la camiseta. La respiración de Vanessa comenzó a surgir en rápidos jadeos que se tornaron aún más rápidos cuando él introdujo la mano bajo la hombrera de la camiseta y la deslizó cada vez más abajo. Ella se mordió el labio para ensordecer un gemido cuando Zac tocó la parte superior de su pecho y, a pesar de que mantenía los ojos fijos en los de él, sintió el cambio gradual que se operaba bajo la cintura de Zac.

Zac: No sabía que fueras así -dijo con voz enronquecida-. Lo tenías muy bien guardado.

Vanessa no sabía qué decir. No podía creer que Zac estuviera alabando su cuerpo estando él tan soberbiamente formado. Seguramente las mujeres que lo habían visto desnudo eran mucho más deseables que ella. Y aunque sabía que estaba excitado, la inseguridad comenzó a apoderarse de ella. Él siguió acariciándola con el dorso de los dedos, deslizándolos más y más dentro de su sujetador.

Zac: Quítate la ropa -la apremió con un áspero susurro y los ojos llameantes-. Deja que te vea -ella sacudió la cabeza negativamente-. ¿Por qué no?

Vanessa tragó saliva y logró emitir un murmullo tembloroso.

Ness: Estoy sudando.

Zac: Date una ducha conmigo.

Su dedo meñique había alcanzado la piel finísima de encima del pezón de Vanessa.

Ella apretó los labios para refrenar un gemido y sacudió la cabeza de nuevo.

Ness: No puedo darme una ducha -su voz sonó débil y suplicante-.

Zac: Entonces, un baño. Deja que te bañe.

Vanessa no sabía si se debía a la sensualidad de sus palabras o al hecho de que su dedo acabara de rozarle la punta erecta del pezón, pero el caso es que empezó a flaquearle la rodilla buena. Se habría caído de no haber tenido las muletas bajo los brazos. El dedo de Zac se movió otra vez, y luego otra, transmitiendo vividas corrientes eléctricas a través de su cuerpo. Esta vez, no pudo contener el leve gemido que surgió de su garganta.

Zac: ¿Te gusta? -musitó contra su frente; su respiración también se había acelerado-.

Ness: No quiero que me guste -dijo con voz áspera-.

Zac: Yo tampoco, pero me gusta. ¿A ti no?

A Vanessa le gustaba muchísimo que la tocara, que estuviera tan cerca, completamente desnudo. Ella también quería estar desnuda a su lado, pero tenía miedo de defraudarlo. Estaba segura de que sería así. Ella era una atleta. «Parecía un chico», en palabras de su familia, y aquella descripción la había perseguido machaconamente durante años. Ella no era delicada, ni frágil, ni esbelta como un junco.

Y aunque Zac no se sintiera decepcionado al verla, lo que seguiría sin duda lo defraudaría. Ella sentía un intenso deseo, un vacío que clamaba en su interior, y sabía que querría hacer el amor. Y luego él se sentiría desilusionado, y aquel ensueño se rompería.

Vanessa retrocedió un paso, soltándose de su mano.

Ness: Tengo que irme. Tengo que irme, Zac -sin aguardar respuesta, se dio la vuelta, salió atropelladamente del cuarto de baño y se refugió en el dormitorio en el que había estado entrenando-.

Allí se derrumbó en un sillón y maldijo su inseguridad. ¡Y ella que pretendía mantener a raya la virilidad de Zac!

Ignoraba cuánto tiempo llevaba allí sentada, pero el sudor se le había secado hacía rato y empezaba a enfriársele la piel cuando Zac apareció en la puerta. Llevaba unos vaqueros limpios, una sudadera y los pies descalzos, como siempre. Vanessa deseaba creer que las cosas habían vuelto a la normalidad entre ellos, pero sabía que no era así.

Zac no sintió ni rabia ni frustración al mirarla, sino más bien una ternura que le causó asombro. Entró despacio en la habitación, tomó una manta que había a los pies de la cama, se la colocó delicadamente a Vanessa sobre los hombros y se agachó junto a su asiento.

Zac: ¿De qué tienes tanto miedo, Vanessa? -preguntó en un tono que la habría derretido si no lo hubiera hecho ya su sola presencia-.

Ella tardó un momento en responder entrecortadamente.

Ness: Tú. Yo. No sé.

Zac: Yo jamás te haría daño.

Ness: Lo sé.

Zac: Entonces, ¿qué ocurre? Yo te excito. Lo noto en tu cuerpo. Se te agita la respiración y empiezas a temblar. ¿Es por miedo?

Ness: No, en absoluto.

Zac: Entonces, me deseas.

Ness: Sí.

Zac: ¿Por qué no te relajas y te dejas llevar? Sería muy agradable.

Ella se miró las manos, que tenía entrelazadas con fuerza sobre el regazo.

Ness: Tal vez para mí sí, pero no sé si lo sería para ti.

Zac: ¿Por qué no dejas que eso lo decida yo?

Ness: Yo soy una atleta, no soy delicada, ni frágil como otras mujeres.

Zac: El hecho de que seas una atleta no significa que no seas delicada. Además, si quisiera estrujar una bolita mullida, me iría a la cama con un oso de peluche.

Como él pretendía, su comentario hizo esbozar a Vanessa una sonrisa. Pero era una sonrisa vacilante y nerviosa.

Ness: No sé por qué, pero me cuesta trabajo imaginarlo.

Zac: A mí también, claro que tampoco puedo imaginarme que pueda sentirme desilusionado si dejas que te abrace... te toque... y te haga el amor.

Sus palabras provocaron en Vanessa un estremecimiento de excitación. Al escudriñar la cara de Zac, su mirada adquirió una nítida expresión de anhelo.

Ness: Estoy asustada -logró decir-.

Zac la observó un momento más y luego se inclinó hacia delante y la besó con suavidad.

Zac: Yo nunca te haría daño. Recuérdalo -se puso en pie y salió de la habitación-.

Sus palabras siguieron resonando en la cabeza de Vanessa mientras avanzaba el día. Estaba convencida de que era sincero, pero también sabía que había distintas formas de dolor. El dolor físico estaba descartado; Zac era demasiado delicado para eso. Pero el sufrimiento emocional era otra cosa. Si su relación daba el salto cualitativo que implicaba el sexo, y él se sentía desilusionado, ella sin duda sufriría. Ignoraba cómo había sucedido, sobre todo teniendo en cuenta que habían pasado la mayor parte del tiempo peleándose, pero el caso era que Zac había llegado a significar algo para ella. No estaba preparada para analizar la naturaleza exacta de ese «algo»; lo único que sabía era que le daba pavor ponerlo en peligro.

Aunque le hubiera dado mil vueltas, Zac no habría encontrado mejor modo de convencer a Vanessa que mostrarse amable, tierno y afectuoso. Sin decir palabra, preparó la comida para los dos. Hizo la colada sin rechistar. Se mostró indulgente cuando ella volvió a tomar las agujas de hacer punto y aguantó el ruido sin quejarse. Aceptó sin pensárselo dos veces ver la película de vídeo que eligió ella. No inició ni una sola discusión. Claro que ella tampoco. Aquel fue el día más apacible que habían pasado en la isla.

Vanessa era tan consciente de ello como él. Sabía también que, al evitar todo motivo de discusión, Zac estaba dándole tiempo para que pensara en lo que le había dicho y en lo que iba a hacer al respecto. De haber sido una cuestión puramente cerebral, ella habría tenido alguna oportunidad de resistirse. Pero sus sentidos se negaban a razonar y se agitaban constantemente en presencia de Zac. Esa parte de su personalidad a la que nunca había hecho mucho caso reclamaba de pronto toda su atención. A pesar de que en apariencia estaba tranquila, por dentro era un amasijo de nervios que clamaban por liberarse de una tensión que irradiaba a través de su cuerpo en ondas inagotables.

Después de cenar, tras haber pasado apaciblemente una hora delante del fuego, Vanessa ya había tomado una decisión. Sí, estaba asustada y muy, muy nerviosa, pero había decidido que, si Zac volvía a acercársele, no lo rechazaría. El lado sensual de su naturaleza le impediría negarse de nuevo a sí misma.

Se levantó en silencio, con la cabeza gacha, se aseguró las muletas bajo los brazos y salió del cuarto de estar. Una vez en el dormitorio, se puso lentamente el pijama, se sentó en su lado de la cama y reconsideró su decisión. Sabía que iba a asumir un alto riesgo. Si las cosas no salían bien, la atmósfera de la casa empeoraría más que nunca. O tal vez no. Quizá pudieran establecer una relación platónica mientras permanecieran allí. Y también era posible que Zac no volviera a acercársele.

Mientras ponderaba aquella posibilidad, notó su presencia en la habitación. Giró la cabeza hacia la puerta y siguió con la mirada su silencioso acercamiento. Todas sus inseguridades encontraron expresión en su semblante. Tenía la espalda tiesa. Sus manos se aferraban al borde de la cama.

En ese instante, Zac deseaba aliviar sus miedos más que cualquier otra cosa. El temor de Vanessa lo angustiaba porque sabía que él era la causa, al igual que sabía que sus miedos eran infundados. Si lo que a ella la preocupaba era no complacerlo, se preocupaba sin motivo. Vanessa lo excitaba como ninguna otra mujer que hubiera conocido. Lo excitaba físicamente, pero también de muchas otras maneras que solo había empezado a identificar.

Se agachó y alzó los ojos hacia ella. Quería preguntarle, pero no encontraba las palabras. En parte, él también estaba asustado. Temía que ella lo rechazara cuando lo único que quería, lo único que necesitaba en ese instante, era ser aceptado y bienvenido. De modo que su pregunta fue formulada sin palabras y compuesta suave y hondamente.

Vanessa temblaba por dentro, pero no estaba tan aturdida como para no entender la reservada petición de Zac. Era una súplica que contenía una parte de inseguridad, y ello, más que cualquier otra cosa, le dio el coraje que necesitaba.

Su mano se movió hacia arriba por propia voluntad y tocó la mejilla de Zac, deslizándose suavemente hasta hundirse entre su pelo. Nerviosa y vacilante, dejó que sus labios se dulcificaran en un atisbo de sonrisa.

Zac nunca había visto nada más dulce. Se sintió aliviado y, en cierto modo, triunfante. Pero, además, un pozo de afecto brotó dentro de él, derramando calidez por todo su cuerpo. Fueran cuales fuesen sus miedos, Vanessa estaba dispuesta a confiar en él. Aquella constatación le causó tanto placer como la idea de lo que iba a suceder a continuación.

Manteniéndole la mirada, alzó las manos para tocar su cara. Con los pulgares le acarició los labios un instante antes de inclinarse hacia delante y reemplazarlos por su boca. Su beso fue seguro y firme, el sello de un pacto, pero también suave como una promesa. Vanessa se dejó llevar. Casi la impresionó, al retirarse él, recordar que el sexo consistía en algo más que besos. Su rostro reflejó su inquietud, y Zac se apresuró a tranquilizarla.

Zac: No tengas miedo -musitó-. Nos lo tomaremos con calma.

Volvió a ponerse de cuclillas, deslizó las manos hasta el cuello de Vanessa y luego las bajó hasta el primer botón de su pijama, el cual desabrochó. Prosiguió con el segundo botón, moviéndose de tal modo que en todo momento una parte de su mano rozaba la carne de ella. Para él, aquel contacto reflejaba ansia; para Vanessa, era una conexión sensual y eléctrica que servía de contrapunto a sus temores.

Solo cuando desabrochó el último botón, bajó Zac la vista. Con manos ligeramente temblorosas, retiró la tela gruesa del pijama hasta que sus pechos quedaron expuestos por completo. La visión de sus senos pequeños y erguidos, pero bien redondeados, lo impresionó profundamente. No se había equivocado: sus fantasías palidecían frente a la realidad.

El aire frío del cuarto hizo estremecerse a Vanessa, pero cuando ésta iba a cruzar los brazos, él la detuvo suavemente.

Zac: Eres preciosa, Vanessa -susurró-. ¿Qué te hacía pensar que no ibas a gustarme?

Ella no respondió, porque la luz de los ojos de Zac era tan intensa, tan hermosa, que temía distraerlo y que su fascinación se disipara. Así pues, se limitó a observar, hipnotizada, cómo se deslizaban las manos de él sobre sus pechos. Largos dedos los rodearon, trazando delicadamente sus contornos antes de volverse deseosos. Un tenue suspiro escapó de entre sus labios cuando Zac comenzó a amasar la redondez de sus senos, y aquella sensación le produjo un placer tan intenso que se olvidó momentáneamente de sus miedos.

Cuando él rozó con los dedos sus pezones, Vanessa tensó la espalda, pero aquel movimiento no fue una protesta, sino una reacción instintiva al arrebato de placer que experimentó. Entonces tuvo que aferrarse a los hombros de Zac, pues él se había inclinado hacia delante y había abierto la boca sobre uno de sus pezones puntiagudos, y aquella sensación la estaba sacudiendo hasta el fondo de su ser.

La lengua de Zac lamió la punta dura de su pezón. Sus dientes jugaron con ella. Y, mientras tanto, con la otra mano, él acariciaba el otro pecho de Vanessa con tal destreza que ésta tuvo que morderse el labio para no gritar.

Al fin, cuando ya no puedo refrenarse más, Vanessa empezó a jadear.

Ness: Zac... no creo que pueda soportar esto...

Zac: Si yo puedo, tú también -susurró con voz áspera contra su piel-.

Ness: Siento como si ardiera...

Zac: Estás ardiendo.

Ness: No puedo estarme quieta...

Zac: Claro que puedes. Deja que crezca.

Ness: ¡Lleva creciendo tres días!

Zac: Pero hay que hacerlo despacio. Hay que hacerlo bien.

Zac se retiró lo justo como para sacarse el jersey por la cabeza. Luego se incorporó, se sentó junto a ella y la tomó en sus brazos. Aquel primer contacto de su carne fue un cataclismo. El cuerpo de Vanessa se sacudió por entero cuando sus pechos tocaron el torso de Zac. Sus brazos lo rodearon, abrazándolo con fuerza, como si, de no ser así, fuera a romperse en mil pedazos.

Zac no la abrazaba con menos ímpetu. Su cuerpo se estremeció al sentir la suavidad de la piel de ella. Jadeaba ásperamente junto al oído de Vanessa mientras sus manos recorrían con ansia cada centímetro de la espalda desnuda de ella, desde los hombros a los hoyuelos de debajo de la cintura, pasando por sus costillas. El pantalón del pijama le colgaba de las caderas; él aprovechó su holgura para explorar la blanca suavidad de su tripa, la ondulación de sus caderas, la firmeza de sus nalgas.

Vanessa, cuyo cuerpo vibraba de placer, había hallado un segundo paraíso al tocar a Zac. Le encantaba la amplitud de su espalda, el tacto de los hoyuelos de su clavícula, las ondas fibrosas de su pecho. Deslizando las manos entre sus cuerpos, tocó deseosamente su pecho al igual que había tocado su espalda. Era más peludo, más excitante, y sus pezones, aunque más pequeños, estaban tan duros como los suyos.

Zac: ¿Qué me haces, Vanessa? -murmuró aturdido, tomando de nuevo su cara entre las manos y apoderándose de su boca en un beso febril-. Creo que tienes razón. Yo tampoco sé si podré soportarlo.

De pronto, comprendía que ella tenía razón. Aunque entonces no lo supieran, habían aguantado tres días de continua excitación. Desde el principio había habido curiosidad. Y esa curiosidad se había hecho cada vez más intensa, a pesar de sus discusiones y sus encontronazos. Más tarde se preguntaría si su enfrentamiento no se habría debido en buena parte a la atracción básica que había surgido entre ellos, pero de momento solo podía pensar en que su mutuo deseo estaba al borde de la culminación.

Se puso de rodillas, la agarró por debajo de los brazos y apoyó suavemente su cabeza sobre la almohada. Apartó el cubrecama bajo ella hasta que estuvo tumbada sobre la sábana. Luego, le quitó el pantalón del pijama, y lo tiró al suelo.

Vanessa experimentó un nuevo arrebato de inquietud cuando él se echó hacia atrás para mirarla, pero la mirada de Zac parecía hasta tal punto llena de admiración que sus miedos menguaron de nuevo. Él deslizó suavemente una mano sobre su pierna y, al alcanzar el nido de pálido vello de la juntura de sus muslos, la tocó con una delicadeza próxima en el sobrecogimiento.

Ella se sentía completamente expuesta, y sin embargo adorada. Al mirar a Zac y ver cómo temblaba su cuerpo de deseo, se maravilló de que el destino lo hubiera llevado hasta ella.

Ness: Zac... por favor... -le suplicó con voz trémula-, te deseo...

Él no necesitó que volviera a apremiarlo. Echándose hacia atrás, se desabrochó los vaqueros y se los bajó al mismo tiempo que los calzoncillos. Unos segundos después se deslizó sobre ella, encontrando un lugar para sí entre sus muslos, y, entrelazando sus dedos con los de ella, los apoyó con fuerza junto a los hombros de Vanessa. Apoyándose en los codos, frotó su cuerpo ardiente contra el de ella. No hizo intento de penetrarla; simplemente, buscó el placer de aquel nuevo nivel de contacto. Sin embargo, el placer hizo que ambos empezaran a jadear rápidamente.

Vanessa nunca había sentido tanto deseo. Ya no pensaba en sus miedos, ni en lo que ocurriría si su encuentro no satisfacía a Zac. Solo pensaba en el ardor que sentía dentro, sabiendo que necesitaba poseer a Zac de inmediato. Con los ojos cerrados, se arqueó hacia arriba y comprimió la pelvis contra él en una súplica silenciosa que dio al traste con la resistencia de Zac. Abriéndole las piernas, se colocó en posición y le apretó los dedos.

Zac: Mírame, Vanessa -musitó-. Mírame, nena.

Los ojos de ella se abrieron y se agrandaron cuando, muy lentamente, la penetró. Ella sintió claramente cómo se hundía más y más dentro de ella; era como si cada célula de su cuerpo respondiera a su presencia, transmitiéndole a su cerebro un mensaje embriagador tras otro. Cuando la penetró por completo, Vanessa ya sabía que nunca, jamás, volvería a ser la misma.

Zac cerró los ojos y dejó escapar un largo y trémulo suspiro. El placer estaba tan claramente dibujado en sus rasgos que Vanessa también habría exhalado un suspiro de alivio de haber podido. Pero él había empezado a moverse dentro de ella, y cada vez le costaba más respirar. Lo único que podía hacer era dejarse arrastrar por la espiral de pasión que él iba creando.

El ardor fue creciendo paulatinamente. Zac impuso un ritmo que maximizaba el placer de Vanessa, sabiendo exactamente cuándo aminorar su cadencia y cuando acelerarla. Ella se movía a su compás, acompañando sus embestidas con un brío que enloquecía a Zac.

Después, cuando el fuego que ardía dentro de ella se tornó demasiado abrasador para seguir conteniéndolo, Vanessa se arqueó por última vez, aspiró bruscamente una bocanada de aire y se disolvió en una serie de espasmos aparentemente interminables. Entre tanto, Zac se unió a ella, comprimiéndose contra la abertura de su vientre mientras su cuerpo se convulsionaba, vibrando.

Pasó largo rato antes de que pudieran hablar, durante el cual los únicos sonidos que se oyeron en el cuarto fueron sus ásperas boqueadas y el tamborileo más suave y débil de la lluvia. Solo cuando empezaron a respirar con normalidad se deslizó Zac a un lado, pero la arrastró consigo, colocándose cara a cara sobre la almohada.

Zac: Bueno -dijo suavemente-, ¿qué te ha parecido?

Por un instante, los viejos miedos de Vanessa volvieron a apoderarse de ella.

Ness: ¿Qué te ha parecido a ti? -musitó-.

Zac: Me ha parecido -dijo despacio, refrenando una sonrisa satisfecha- que para tener tan mal genio y una lengua tan afilada, eres una amante maravillosa.




¡Qué capi tan perfecto para el día de San Valentín! Ups, eso fue ayer =P
Se me fue la olla y no lo puse XD Sorry. Pero quería ponerlo ayer. Anyway! Haremos que hoy es San Valentín ;)

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Claudix, por fin te apareces! Un mes sin Internet, yo no lo soportaría =S

¡Comentad mucho, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Que gran capítulo para terminar san Valentín
Woowww zac y vanessa ya saben su deseo mutuo
Amo esta novela, siempre me deja con ganas de mas
Síguela pronto

Feliz días de san Valentín!!! (retrasado)

Unknown dijo...

Wow wow y wow!
No tengo palabras para describir lo que fue este capítulo, fue tan genialll! Tan pasionall!!!


Sube prontooo por favorrrrrr! Quiero saber que va a pasarrr

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