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martes, 17 de febrero de 2015

Capítulo 7


Vanessa sintió una oleada de alivio que arrastró las dudas que aún le quedaban. Una sonrisa iluminó su cara cuando, alzando la voz, dijo burlona:

Ness: ¿Lengua afilada y mal genio? Todo eso es por culpa tuya, Zac Efron. ¡Tú no debías estar aquí!

Zac no se inmutó. Su euforia era demasiado grande.

Zac: Si no estuviera -dijo malévolamente-, imagina lo que nos habríamos perdido.

Vanessa no supo qué decir, de modo que siguió sonriendo, y él se sintió feliz al calor de su sonrisa. Al cabo de un rato, Zac le apartó un mechón de pelo húmedo de la mejilla.

Zac: Pareces feliz.

Ness: Lo estoy. Feliz, satisfecha y aliviada.

Zac: ¿Tan terrible era pensar en hacer el amor conmigo?

Ness: No, Zac -se apresuró a responder-. Era excitante. Pero ya sabes que estaba asustada.

Zac: Todavía no sé por qué. No puede ser solamente por eso de que eres una atleta. ¿Tiene algo que ver con el tipo que te utilizó?

Vanessa pensó en ello un momento.

Ness: Indirectamente, supongo que sí -bajó la mirada-. Las cosas iban bien... sexualmente, quiero decir. Pero, cuando le entraron prisas por irse, se fue sin más, como si entre nosotros no hubiera habido nada que valiera la pena. A nivel subconsciente, puede que me lo haya tomado más a la tremenda de lo debido -guardó silencio mientras se preguntaba por qué. Sus dedos se movían levemente sobre el vello del pecho de Zac, recordándole lo que acababa de pasar entre ellos y dándole valor para continuar-. Creo que tiene más que ver con mi familia que con Drake. Yo siempre he sido la oveja negra, la que no encajaba. Mi madre es el colmo de las buenas maneras, de la elegancia y el refinamiento femenino. Mi hermana sale a ella. Yo siempre he sido distinta, y ellas nunca han ocultado lo que opinan al respecto.

Él apoyó una mano en su garganta, mientras con el pulgar trazaba círculos sobre su clavícula.

Zac: ¿Creen que no eres lo bastante femenina?

Ness: Sí.

Él se echó a reír.

Zac: Qué sabrán ellas.

Ella esbozó una tímida sonrisa.

Ness: Tú hablas de sexo, lo cual es solo parte del problema. Pero, de todos modos, haces que me sienta mejor.

Zac: Lo mismo digo. Creo que ninguna mujer me había deseado tanto como tú hace un momento. Sé que, cuando llegaste aquí, no pensabas precisamente en el sexo, y eso hace que tu deseo sea aún más precioso. Quisiera pensar que no es simplemente porque te excitas así con cualquier hombre.

Ness: ¡No, nada de eso! -exclamó  y bajó la voz-. Solo ha habido un hombre en mi vida: Drake. No tengo mucha experiencia.

Zac: Mujeres experimentadas las hay a patadas. Tú vales mucho más.

Ness: Yo nunca me he sentido impulsada por el deseo sexual. Nunca he creído que fuera una persona muy sexual.

Zac: Todos lo somos.

Ness: En un grado u otro, sí, pero esos grados varían enormemente -movió su pierna entre los muslos de él, hallando placer en el contraste de tacto de sus cuerpos-. Supongo que lo que quiero decir es que siempre había creído que estaba en el nivel más bajo de la escala.

Zac: ¿Aún lo piensas? -preguntó suavemente-.

Ella le lanzó una mirada dulce.

Ness: ¿Contigo? No.

Él pasó la mano por su espalda, tocó sus nalgas y comprimió sus caderas contra su cuerpo, íntimamente.

Zac: Me alegro -dijo, y aspiró con fuerza-. Porque creo que te deseo otra vez.

Vanessa no podía haberse mostrado más encantada. Zac no solo le estaba demostrando nuevamente que sus temores eran infundados, sino que estaba reflejando el estado de su propio deseo renacido. Deslizó una mano por el pecho de él.

Ness: Creo que el deseo es mutuo.

Zac: ¿Te falta algo? -preguntó con voz densa-.

Ness: Solo no poder rodearte con las dos piernas.

Zac: Resulta difícil, con la escayola. Antes no te hice daño, ¿verdad?

Ella estaba fascinada por el vello que crecía alrededor de su ombligo.

Ness: ¿Parecía que me lo estabas haciendo? -preguntó distraída-.

Zac: Parecía que te estaba matando.

Ness: Pues no tenía nada que ver con la pierna -bajó más la mano, jugueteando con los rizos negros de encima de su sexo-.

Zac: Vanessa... -le costaba de nuevo respirar-.

Ella estaba demasiado enfrascada en su exploración como para apiadarse de él. .  

Ness: Tienes un cuerpo precioso -musitó. Sus dedos rozaron su miembro hinchado-. Antes no tuve tiempo de tocarte.

Zac: Oh, Dios -jadeó cuando ella agarró su sexo por entero. Le apretó el hombro y presionó los labios contra su frente-. Ah...

Ness: ¿Te gusta? -preguntó acariciándolo cuidadosamente.

Zac: Ah, sí... Más fuerte... Puedes hacerlo más fuerte -su cuerpo se estaba tensando; cuando Vanessa sacudió su sexo con más fuerza, dejó escapar un gemido de éxtasis-. Esto es casi el paraíso... Eso es lo que es.

Ness: ¿Casi?

Él abrió los ojos y la miró fijamente.

Zac: El verdadero paraíso es cuando estoy dentro de ti -insertando una pierna entre las de ella, le abrió las piernas un poco más-. Estás caliente, mojada y tensa... La forma en que me deslizo dentro -puso sus palabras en acción- demuestra lo perfectamente... mmmmm.... lo perfectamente que estás hecha... para mí...

Vanessa jadeó y dejó escapar un gemido. Zac estaba alojado dentro de ella, profundamente, mientras con la mano acariciaba su cuerpo con consumada destreza. Cuando se retiró y volvió a penetrarla, Vanessa pensó que iba a estallar.

La explosión no tardó en llegar. La boca de Zac cubrió la de ella y la llenó con su lengua, mientras su miembro seguía llenándola. Un fuerte empujón seguía a otro en un ritmo que se repetía hasta que quedó suspendido en un arrebato extasiado.

Esta vez, cuando el placer amainó, ninguno de los dos tenía fuerzas ni ganas de hablar. Zac acurrucó a Vanessa contra su cuerpo y la abrazó hasta que la respiración de ella se hizo larga y regular. Poco después, él también se quedó dormido.


El día siguiente fue el más placentero que Vanessa había pasado nunca. Se despertó en brazos de Zac, con una sonrisa en el rostro que tardó en desvanecerse. Él le ordenó que se quedara en la cama mientras se duchaba y luego regresó y la llevó en brazos al baño. Para cuando se dio por satisfecho con el baño que le había dado, necesitaban los dos una satisfacción de otra especie. Así pues, Zac la llevó a la cama y procedió a rendir homenaje a su cuerpo desnudo.

Él le enseñó cosas de sí misma que ella no sospechaba, desterró sus pudores y cosechó los beneficios. Con dedos diestros, una lengua ágil y un sexo palpitante, la arrastró a un climax tras otro, hasta que ella le pidió clemencia.

Ness: ¡Un sátiro! -exclamó-. ¡Estoy confinada en una isla con un sátiro!

Zac: ¡Mira quién habla!

Ella no solo se había mostrado tan insaciable como él, sino que se había tomado con su cuerpo todas las libertades que él se había tomado con el de ella.

Ese día, no se molestaron en vestirse. Les pareció una pérdida de tiempo y energía. El tiempo era tan desagradable como la idea de poner ropa entre sus cuerpos. Cuando salieron del dormitorio, compartieron el pijama de Vanessa: la parte de arriba para ella, la de abajo para él. Zac se burló de ella diciéndole que había llevado un pijama de hombre precisamente con aquel propósito, pero no se quejó sabiendo que lo único que tenía que hacer, ya fuera en la cocina, en el cuarto de estar o en el despacho, era alzarle a Vanessa la camisa del pijama, bajarse él los pantalones y penetrarla con una lúbrica embestida.

Vanessa dejó que su presencia la llenara por entero, en cuerpo y alma. Sabía que estaban viviendo un sueño, que allá fuera la realidad aguardaba agazapada la ocasión de golpear, pero se negaba a permitir que otros pensamientos más sombríos la distrajeran en aquel instante, sintiéndose tan completa. Zac la aceptaba. La había visto en su peor momento, y sin embargo la había aceptado. La atracción que sentía por ella no se basaba en quién era ella, en su profesión, en su ropa; a él le gustaba por cómo era.

Zac estaba tan contento como ella. La certeza de que estaba huyendo de la realidad no lograba atemperar lo que sentía por Vanessa. Se negaba a considerar el hecho de que ella ignoraba el giro que había tomado su vida en Hartford, porque en aquel momento no parecía importar en absoluto. Ella era feliz; él la había hecho feliz. A ella no le importaba su situación financiera, ni su reputación. Se sentía satisfecha aceptándolo tal y como era.

De ese modo, ninguno de los dos pensaba en el futuro. Un día se fundía en el siguiente, cada uno de ellos lleno de paz, ocio y amor. Vanessa acabó un libro y comenzó otro. Aprendió a hacer punto con suficiente soltura como para empezar un jersey en cuya confección avanzó rápidamente. Hacía gimnasia todos los días, pero, reacia a hacer cualquier cosa que le hiciera pensar en si podría volver a enseñar, no se propuso inventar nuevos ejercicios.

Zac también leyó. Siguió ocupándose sin protestar de la mayoría de las faenas domésticas. De vez en cuando, Vanessa intentaba ayudarlo, pero él notaba la frustración que a ella le producía la escayola y comprendía que no se estaba aprovechando de él.

Sus discusiones de los tres primeros días acabaron, pese a todos sus esfuerzos. No estaban, sin embargo, de acuerdo en todo, pero hicieron del compromiso una rutina. Zac aceptó que Vanessa pusiera la música alta, y ella aceptó que él pusiera las retransmisiones radiofónicas de los partidos de los Celtics. Ella se sometió a una partida de Trivial Pursuit en la que él le dio una paliza, y él soportó las piruetas de Fiebre del sábado noche.

Una noche que él se sentía particularmente alegre, sacó un cigarro de su bolsa, lo encendió y se arrellanó satisfecho en el sofá. Vanessa, que había observado horrorizada cómo seccionaba ceremoniosamente la boquilla del cigarro y chupaba la punta, se quedó sentada con un dedo bloqueando parcialmente sus fosas nasales. Aquello ejemplificaba hasta qué punto habían llegado. A pesar de que a Vanessa le repugnaba el olor del puro, no estaba dispuesto a aguar el evidente placer de Zac.

Éste llevaba fumando varios minutos cuando le lanzó una mirada y vio su postura.

Zac: Oh, oh. ¿Te molesta?

Ella se encogió de hombros.

Ness: ¿Esos chismes no son ilegales en este país? -preguntó respirando por la boca-.

Zac: Es ilegal importarlos. Pero si un extranjero los trae para uso personal y los comparte con sus amigos, no pasa nada.

Ness: ¿Es así como los conseguiste?

Zac: Tengo un cliente jordano que tiene negocios aquí. Me regaló una caja hace unos meses -miró el largo cigarro con admiración-. Yo no suelo fumar, pero he de admitir que, si quieres fumarte un puro, esto es lo mejor.

Ness: ¿El Mercedes de los puros?

Zac: Sí -con los ojos entornados de placer, él se llevó el cigarro a la boca, dio una chupada y exhaló una fina corriente de denso humo-. ¿Quieres que lo apague?

Ness: Por mí, no. Pero luego no me pidas que te bese -esbozó una sonrisa. Se inclinó hacia delante, dejó cuidadosamente el puro en un cenicero, se levantó y avanzó hacia ella. Ella alzó una mano-. No te acerques. Sé lo que vas a hacer.

Él apoyó las manos en los brazos de su sillón y se inclinó hasta que sus caras quedaron muy cerca. Estaba sonriendo.

Zac: Te besaré si quiero, y te gustará, con puro y todo.

Ness: Zac, te lo advierto...

Sus palabras quedaron interrumpidas por la boca de Zac, que se apoderó de la suya de un modo que era al tiempo familiar y nuevo. Tras el ímpetu inicial, los labios de él se suavizaron y se hicieron más persuasivos, obligándola a responder sin que ella fuera capaz de resistirse. Cuando al fin se apartó, murmuró suavemente:

Zac: Ya puedes respirar.

Vanessa tenía los ojos cerrados y la mano con la que se había estado protegiendo la nariz había abandonado hacía rato esa postura y se había deslizado desde la barba de Zac hasta su pelo castaño y abundante.

Ness: ¿Cómo voy a hacerlo... si me has dejado sin aliento?

Cuando lo atrajo de nuevo hacia sí, él se mostró más que dispuesto a acceder a sus demandas.

A medida que el tiempo pasaba, el cigarro se iba consumiendo, pero ninguno de los dos reparó en ello.

Por la mañana temprano, el día que se cumplía una semana de su llegada a la isla, Thomas los llamó desde la costa. Zac se encargó de hablar con él, pero Vanessa, a su lado, oyó toda la conversación.

Thomas: ¿Qué tal os va, chicos?

Zac sonrió, pero se aseguró que su voz sonara convenientemente seria.

Zac: Bien.

Thomas: Recibí vuestros mensajes, pero he estado fuera casi toda la semana. Supuse que habríais seguido intentándolo si hubiera habido alguna emergencia.

Ness: Se siente culpable -musitó malévolamente-. Le está bien empleado.

Zac le pasó un brazo por los hombros mientras decía burlón hablando para el micrófono:

Zac: Sobreviviremos.

Thomas: ¿Qué tal se las apaña Vanessa con la pierna?

Zac dudó antes de contestar. Mientras tanto, comenzó a jugar suavemente con el lóbulo de la oreja de ella.

Zac: La casa está sufriendo las consecuencias. Vanessa no es muy buena con las muletas.

Vanessa le dio una patada en la espinilla con la escayola.

Thomas: Ah. Bueno, eso es asunto de Victoria. ¿Os estáis llevando bien?

Ness: ¿Llevarnos bien? -murmuró-.

Deslizó la mano por las costillas de Zac y metió los dedos bajo la cinturilla de sus vaqueros.

Zac se aclaró la garganta y se puso muy serio.

Zac: Todavía estamos vivos.

Ness: Lo vas a volver loco -susurró-. Se está muriendo de curiosidad.

Zac: Déjalo que se muera -contestó en voz baja, con ojos juguetones-.

Durante aquel breve intervalo, Thomas pareció decidir que lo que ocurriera entre Zac y Vanessa también era asunto de Victoria, y no suyo.

Thomas: Bueno -dijo con voz áspera-. Solo quería que supierais que tenéis otra remesa de provisiones en el embarcadero.

Zac: ¿En el embarcadero? -Miró su reloj. Eran apenas las nueve-. Debes de haber venido antes de que amaneciera.

Thomas: Las dejé anoche.

Ness: Cobarde.

Thomas: ¿Qué? No he entendido bien la última palabra.

Vanessa soltó un bufido. Zac le puso una mano sobre la boca.

Zac: He dicho que gracias -gritó más fuerte de lo necesario-.

Thomas: Ah, bueno. Entonces, me pasaré por allí la semana que viene para recogeros. Si hay algún cambio de planes, llamadme.

Por primera vez, Zac dudó de verdad. Al bajar la mirada, vio que Vanessa también estaba de pronto más seria. Él agarró con más fuerza el micrófono.

Zac: Lo haremos.

Dijo antes de apagar la radio y dejar el micrófono en su lugar. Se quedó callado un momento, con el brazo aún sobre los hombros de Vanessa. Luego, dándole un apretón, respiró hondo.

Zac: Eh, ¿tú ves lo mismo que yo?

Ella estaba lista para cualquier diversión. El último comentario de Thomas había sido deprimente.

Ness: No sé. ¿Tú qué ves?

Él alzó los ojos hacia la ventana.

Zac: El sol. Bueno, puede que no el sol, pero hacía una semana que no había tanta luz ahí fuera, y no ha llovido desde ayer, lo cual significa que los caminos habrán empezado a secarse y que puedo traer las cosas del muelle en un santiamén y... -le dio otro apretón- que podemos salir a dar un paseo.

Vanessa siguió su mirada y luego volvió a mirarlo.

Ness: Me gustaría mucho -dijo suavemente-. Muchísimo.


El buen tiempo les proporcionó nuevas oportunidades de aventura. Como si quisiera afirmar sus derechos tras una larga ausencia, el sol se hizo más fuerte de día en día. El aire seguía siendo fresco y Vanessa tenía que moverse con las muletas, pero Zac y ella consiguieron explorar casi toda la pequeña isla. Cuando no estaban paseando de un lado para otro, estaban encaramados a las rocas que daban al mar. Una mañana vieron salir el sol y una noche lo vieron ponerse, y entre tanto ambos convinieron en que nunca habían visitado un lugar tan hermoso.

Por desgracia, con mayor frecuencia a medida que pasaban los días, su serenidad se veía perturbada por el recuerdo de las palabras de despedida de Thomas. El pescador pasaría a recogerlos al final de la semana, y la semana les parecía muy corta. Vanessa empezó a pensar cada vez más en Providence y Zac en Hartford, y aunque sus reconciliaciones eran siempre arrebatadoras, de nuevo empezaron a discutir por nimiedades.

Finalmente, tres días antes de su partida, las cosas estallaron. Acababan de cenar y estaban sentados uno al lado del otro en el despacho, aparentemente viendo En busca del arca perdida, pero prestando en realidad poca atención. Con una brusquedad que reflejaba su estado de ánimo, Zac apagó el televisor. Vanessa lo miró ceñuda. Había estado pensando en marcharse de la isla, y la idea la dejaba fría.

Ness: ¿Por qué has hecho eso?

Zac: Te estás mordiendo las uñas otra vez. ¡El sonido me saca de quicio!

Lo que realmente lo sacaba de quicio era la idea de volver a Hartford, pero el hecho de que Vanessa se mordiera las uñas le servía de chivo expiatorio.

Ness: Pero yo quería ver la película.

Zac: ¿Cómo puedes ver la película si estás completamente enfrascada en tus uñas?

Ness: Tal vez si tú pararas de rascarte la dichosa barba, podría concentrarme.

Los ojos de él se ensombrecieron.

Zac: No te has quejado de mi barba desde hace días -en realidad, le había dicho que le sentaba bien, que la tenía poblada y bonita. Y él había estado de acuerdo-. Puede que la rasque para no oír cómo te muerdes las uñas. ¿Por qué haces eso?

Ness: Es un tic nervioso, Zac. No puedo evitarlo.

Zac: ¿Y por qué estás nerviosa? Creía que estabas tranquila y relajada.

Ness: ¡Y lo estoy! -gritó y, al oírse, bajó la voz y la mirada-. Bueno, no.

El silencio quedó suspendido en el aire entre los dos. Cuando Vanessa levantó al fin la mirada, vio que Zac la estaba observando con expresión doliente.

Zac: Tenemos que hablar -dijo suavemente-.

Ness: Lo sé.

Zac: Thomas vendrá pronto.

Ness: Sí

Zac: Tú volverás a Providence y yo a Hartford.

Ness: Ya lo sé.

Zac: ¿Y qué vas a hacer al respecto?

Ella se encogió de hombros y le lanzó de reojo una mirada suplicante.

Ness: ¿Decirle que nos quedamos una semana más?

Aún más aterrador que la idea de regresar a Providence le resultaba la perspectiva de separarse de Zac. Él dejó escapar un bufido, se levantó del sofá y caminó hasta el extremo opuesto de la habitación antes de darse la vuelta.

Zac: No puedo quedarme, Vanessa. Por más que quiera, no puedo.

Ness: Entonces, ¿qué sugieres?

Él apoyó una mano en la cadera y con la otra se frotó la nuca. Su mirada, desenfocada, se movía alternativamente de la pared al suelo y viceversa.

Zac: No sé, maldita sea. He intentado pensar en algo... Es decir, no, no es verdad. He intentado no pensar en la vuelta desde que llegué aquí, y, por consiguiente, no tengo ninguna solución. Y, además, está esta complicación.

A Vanessa no le gustó su tono.

Ness: ¿Qué complicación?

Él la miró a los ojos.

Zac: Lo nuestro.

Aquello fue para ella como un puñetazo en el estómago. Aunque sabía que tenía razón, no podía soportar pensar en términos negativos sobre lo sucedido entre ellos.

Ness: Mira -dijo, alzando una mano en gesto defensivo-, esto no tiene por qué ser una complicación. Tú puedes seguir tu camino y yo el mío. Y se acabó.

Zac: ¿Es eso lo que quieres?

Ness: No.

Zac: Entonces, ¿qué quieres?

Ness: No lo sé -dijo exasperada-. Tú no eres el único que ha evitado pensar en la vuelta. Yo tampoco tengo soluciones.

Zac: Pero los dos estamos de acuerdo en que queremos seguir viéndonos.

Ness: Sí.

Él dejó caer los hombros, desanimado.

Zac: Pues, entonces, esto es una complicación, Vanessa. Teniendo en cuenta todo lo demás, lo nuestro es sin duda alguna una complicación -se dio la vuelta para mirar por la ventana-.

Vanessa, a su vez, lo miró fijamente.

Ness: Está bien, Zac -comenzó suavemente-. Tienes razón. Tenemos que hablar. De todo -al ver que él no se movía, prosiguió-. Cuando llegamos aquí, tú estabas tan furioso como yo. Yo conozco mis motivos, pero no los tuyos. Al principio, no quise saberlo, porque ya tenía bastantes cosas en la cabeza. Luego, cuando las cosas... mejoraron entre nosotros, no quise preguntarte por miedo a destapar la caja de los truenos -estaba sentada al borde del sofá, con las palmas de las manos apoyadas sobre los muslos-. Pero ahora te lo pregunto. Si vamos a seguir adelante, tengo que saberlo. ¿Qué ocurrió, Zac? ¿Qué pasó en Hartford para que vinieras aquí de tan mal humor? ¿Por qué tenías que escapar?

Zac agachó la cabeza. La pregunta de Vanessa resonaba en su cerebro. El momento de la verdad había llegado. Se mordió la parte interior del carrillo como si hacer algo tan absurdo fuera una excusa para no contestar. Pero no lo era. Vanessa era curiosa e inteligente. A pesar de que no deseaba tener que decírselo, ella merecía saberlo más que nadie.

Zac se dio la vuelta para mirarla, pero no hizo intento de acercarse a ella.

Zac: Tengo -dijo exhalando un suspiro resignado- un problema grave en Hartford. Uno de mis principales clientes está involucrado. O, mejor dicho, uno de mis principales ex clientes, una corporación muy poderosa con sede en Hartford -dudó-.

Ness: Continúa -lo urgió suavemente-. Yo estoy contigo.

Zac: He sido consejero de la corporación durante tres años y, durante ese tiempo, me he ido familiarizando progresivamente con diversos aspectos del negocio. El pasado verano, casi sin querer, descubrí un caso de corrupción en el que estaba implicado el presidente de la compañía.

Vanessa contuvo el aliento y lo miró con creciente aprensión. Se negaba a creer que hubiera pasado por alto conscientemente un caso de corrupción, pero, como consejero de la empresa, su deber estaba de parte de su cliente.

Zac: No -dijo percibiendo su miedo-, no exigí una parte del pastel.

Ness: ¡Yo no he pensado tal cosa! Pero supongo que te encontrabas en una posición espantosa.

Él se sintió aliviado por su evidente sinceridad, a pesar de que, en cierto modo, aquello hacía más difícil su tarea. Desearía haber sido capaz de decirle que su bufete tenía mucho éxito y no dejaba de crecer. Le habría gustado deslumhrarla. Pero los hechos iban contra él.

Vanessa no se merecía aquello. ¡Demonios, ni él tampoco!

Zac: «Espantosa» es poco -declaró-. Podría haber hecho la vista gorda, pero eso iba contra mis principios. Así que llevé la cuestión ante la junta directiva. Y entonces fue cuando todo se derrumbó.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac: ¡Que estaban todos implicados! ¡Todos ellos! Sabían exactamente qué estaba sucediendo, y su única preocupación era que yo me hubiese enterado.

Vanessa empezó a sentir rabia por él.

Ness: ¿Qué hiciste?

Zac: Dimití. No tenía elección. No pensaba quedarme mirando de brazos cruzados mientras ellos se forraban los bolsillos a expensas no solo de sus accionistas, sino también de sus empleados. ¡Sus empleados! ¡Los últimos que pueden permitirse que los estafen!

Ness: Pero no lo entiendo, Zac. Si dimitiste, ¿no acabó ahí todo? Perdiste un cliente, pero tendrías otros, ¿no?

Zac: Oh, sí -dijo sarcástico-. Pero han disminuido a una velocidad que no puede ser una pura coincidencia -su mandíbula se tensó-. Parece que los de Webster-Dawson no se contentaron con mi dimisión. La junta directiva quería asegurarse de que no intentaba sacar tajada de lo que podía ser una información muy provechosa.

Ella se quedó atónita.

Ness: Te han desacreditado.

Zac: Peor aún. Han hecho circular el rumor de que el cerebro del desfalco soy yo. Según el presidente de la junta, y esto lo sé por una fuente fiable, si no me hubiera ido, hubieran presentado cargos contra mí.

Ness: ¡Pero no pueden decir eso!

Zac: Pueden decir lo que les plazca.

Ness: ¡No pueden hacer una cosa así!

Zac: Yo no estoy tan seguro. En los archivos de una gran compañía hay un montón de documentos poco claros. Documentos que pueden falsificarse fácilmente, si la gente adecuada da la orden.

Ness: Pero ¿por qué iba a querer la junta de Webster-Dawson mencionar siquiera un caso de malversación? ¿No echaría a perder sus planes?

Zac: No, en absoluto. Sencillamente, se reorganizan, cambian de procedimiento, falsifican unos cuantos documentos más. Cuando se tiene poder, se tiene. Es así de sencillo.

Ness: Y no puedes enfrentarte a ellos -afirmó siguiendo el razonamiento de Zac-.

Sin embargo, sus palabras tocaron una herida abierta en su interior.

Zac: ¿Qué demonios puedo hacer? -estalló, y todos los músculos de su cuerpo se tensaron-. Han difundido el rumor tan rápido y con tanta eficacia que me es prácticamente imposible ejercer en Hartford. Ninguna empresa importante querrá contratarme. Y las medianas son demasiado desconfiadas. Además, esto no ha afectado solo a mi carrera. Amber, la mujer con la que salía, también me dejó, lo cual a fin de cuentas no importa, porque solo era cuestión de tiempo que lo dejáramos. Pero antes de que supiera lo que estaba ocurriendo, me sustituyeron como presidente de la oficina de recaudación de fondos del hospital. Eso me dolió. Corre el rumor de que soy un estafador, y aunque algunas personas crean en mi inocencia, hay que mantener las apariencias. Demonios, últimamente ni siquiera he podido encontrar un compañero de squash. ¡Me he convertido en un paria!

Ness: ¡No pueden hacerte eso!

Zac: Ya me lo han hecho -replicó. Su rabia se estaba reconcentrando y parecía ir adquiriendo mayor fuerza que en Hartford, sobre todo porque odiaba tener que contarle todo aquello a Vanessa-. Me he matado a trabajar para que mi bufete tuviera éxito, y ellos lo han destrozado todo sin contemplaciones. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? -estaba lívido, furioso consigo mismo-. ¡Que no lo vi venir! ¡Que fui un ingenuo, un estúpido!

Vanessa se levantó y se acercó cojeando a él.

Ness: No fue culpa tuya...

Él la interrumpió, enfurecido, sin escucharla apenas.

Zac: ¿Cómo pude pasar tanto tiempo trabajando para esa gente sin darme cuenta de lo que eran? Soy demasiado confiado. Siempre lo he sido. Los buenos chicos siempre acaban los últimos, ¿no es eso lo que dicen? Pues es cierto.

Ella lo tomó del brazo.

Ness: Pero ser confiado está bien, Zac -dijo con firmeza-. La alternativa es ser un eterno escéptico o, peor aún, un paranoico, y así no podrías vivir.

Zac: Mis amigos... Hasta han convencido a mis amigos.

Ness: Un verdadero amigo no se dejaría convencer.

Zac: Entonces, también he sido un mal juez para eso.

Ness: Estás siendo demasiado duro contigo mismo.

Zac: ¡Pues ya era hora! Alguien debería haberme dado una patada en el trasero hace años. Tal vez así no habría sido tan crédulo. Quizá me hubiera dado cuenta de todo. Y quizá ahora no me encontraría en una situación insostenible.

Ness: Puedes encontrar nuevos clientes -aventuró débilmente-.

Zac: No de los que me interesan. Yo tengo experiencia en grandes compañías, y ésas ya no querrán saber nada de mí.

Ness: Puede que no en Hartford...

Zac: Lo cual significa mudarme. Maldita sea, yo no quiero mudarme. Por lo menos, no por esto.

Ness: Pero no todo está perdido, Zac. Tú eres muy bueno en tu trabajo...

Zac: Y mira de lo que me ha servido. Tengo una oficina fantástica, dos ayudantes muy eficientes y una clientela que mengua rápidamente. Tengo un piso que las personas a las que llamaba mis amigos no se dignan visitar. Tengo una larga experiencia en labores de asistencia social que se ha parado en seco. Y tengo la equipación completa para jugar al tenis y no tengo compañero.

Vanessa apartó la mano del brazo crispado de Zac.

Ness: Y también, según tú, tienes el monopolio de la autocompasión. Pues no es así, Zac. Tú no eres el único que tiene problemas. Ni el único que se siente frustrado.

Zac: ¿Frustrado? -se pasó los dedos por el pelo-. Eso se llama quitarle hierro al asunto. Y, ya que estamos, también puedes añadir la culpa a mi lista de transgresiones. Vine aquí y pagué contigo todas esas frustraciones.

Ness: No fuiste tú solo. Yo también te usé para desahogarme, Zac, así que soy tan culpable como tú.

Zac: Sí -su voz era más calmada-. La única diferencia es que tu problema tiene una solución a la vista. Cuando te quiten la escayola...

Ness: No es solo la pierna -dijo apartándose de él-. No habría estado de tan mal humor si se tratara solo de la pierna. Hay otras cosas en mi vida y, si no te parece que, a su modo, mi situación es tan frustrante como la tuya, puedes añadir el egoísmo a esa lista que estás haciendo.

Se produjo un silencio a su espalda. Por primera vez desde que había empezado la conversación, los pensamientos de Zac tomaron una línea tangente. «Hay otras cosas en mi vida», había dicho ella. De pronto, se puso nervioso, temiendo inexplicablemente que su mundo fuera a desplomarse por completo.

Zac: ¿Qué... qué más hay?

Con la cabeza agachada, ella se apoyó contra la mesa. Una risa seca escapó de su garganta.

Ness: Tiene gracia. Ahí estás tú, sin empresa a la que representar. Y aquí estoy yo, con una empresa que no quiero ver ni en pintura.

Zac: ¿De qué estás hablando?

Ella alzó la cabeza lentamente. Casi con reticencia contestó:

Ness: De Hudgens Enterprises. ¿Te suena?

Zac: Sí. Tiene su sede en... -de pronto, lo comprendió- en Providence. ¿Tú eres esa Hudgens? ¿La empresa es tuya?

Ness: En realidad, es de mi familia. Mi padre murió hace seis meses, y mi hermana tomó el testigo.

Zac frunció el ceño.

Zac: No había hecho la conexión... Nunca pensé que... La verdad es que no encaja.

Ness: ¿Con cómo soy? -sonrió con tristeza-. Tienes razón. No encaja. Yo no encajo, y ése es el problema. Mis padres siempre quisieron que la empresa se quedara en la familia. Pero Sarah, mi hermana, no puede dirigirla. Tengo dos tíos que trabajan allí, pero son tan incapaces como mi madre.

Zac se había acercado y estaba frente a ella.

Zac: Así que quieren que te hagas cargo tú.

Ness: Exacto.

Zac: Pero tú no quieres.

Ness: Eso es. Lo intenté una vez y me pareció horrible. Yo, sencillamente, no estoy hecha para ir todo el día arreglada y hacer de anfitriona que es lo que hace principalmente el presidente de una compañía así. No sé hablar diplomáticamente de estupideces, y tampoco me gusta hacer de florero.

Zac: Eso no hace falta que lo jures.

Vanessa respondió a su ironía frunciendo el ceño.

Ness: Ojalá mi familia pensara lo mismo, pero no es así. Insisten en que soy su única esperanza, y tal vez fuera capaz de dirigir la gestión de la empresa, pero el lado político me sacaría de quicio. Llevan seis meses persiguiéndome y mientras estaba ocupada haciendo mi trabajo al menos tenía una excusa. Al menos, podía aferrarme a algo. Siempre he sabido que, tarde o temprano, a medida que me hiciera mayor, tendría que bajar el ritmo, pero pensaba que tendría tiempo de encontrar una alternativa. Ahora ya no. De pronto, no puedo hacer mi trabajo y ellos van detrás de mí como sabuesos para que les haga el suyo. Ni siquiera en el hospital me dejaron en paz -hizo una pausa para recobrar el aliento y continuó-. Piensan que soy egoísta, y puede que lo sea porque quiero ser feliz, y sé que no lo seré si me veo forzada a implicarme en el negocio. Tiene gracia. Eso es lo que ellos quieren. Siempre les he parecido rara. Soy un fracaso. Desprecian mi trabajo. Y, para colmo de males, no tengo marido, ni hijos. ¿Para qué sirvo? No hago nada bien, o eso dicen ellos. Sin embargo, insisten una y otra vez en que los ayude a dirigir la empresa -se frotó la sien, que empezaba a dolerle, y miró a Zac-. La familia me necesita. El negocio me necesita. ¿Puedo quedarme de brazos cruzados y dejar que todo se vaya al traste? Porque se irá, Zac. No dejo de decirles que contraten a gente de fuera que los ayude, pero se niegan y, si continúan así, el negocio se hundirá. Puede que tarde algún tiempo. La empresa es como una inmensa máquina. Ya muestra signos de oxidación, pero los engranajes siguen funcionando. Pero, cuando llegue el momento de lubricarlos y no haya nadie capaz de hacerlo, las ruedecillas dejarán de girar y al final se detendrán -sacudió la cabeza levemente, casi con un escalofrío-. Y tú hablas de culpa... Yo sí que me siento culpable. Mi madre no para de recordarme que tengo una responsabilidad. Y eso es lo peor, porque aunque no soporto la idea de implicarme en el negocio, tengo una responsabilidad. A ellos no se lo digo. Incluso he intentado negármelo a mí misma. Pero está ahí -se miró los dedos y repitió más suavemente-: Está ahí.

Zac apoyó la mano sobre su cuello y se lo acarició suavemente.

Zac: Vaya par que estamos hechos, tú y yo. Entre los dos tenemos un montón de preocupaciones, y ninguna medicina.

Ella dejó escapar una risa débil.

Ness: Tal vez la farmacia de la isla tenga alguna.

Él suspiró.

Zac: La farmacia de la isla ya le ha dado su medicina a dos almas que necesitaban un respiro, pero me temo que no puede remediar lo que nos espera en casa.

Ness: Entonces -dijo en voz baja, desanimada-, volvemos al principio. ¿Qué vamos a hacer?

Él la miró intensamente y, bajando la cabeza, la besó con tal ternura que a ella se le encogió el corazón.

Zac: Vamos a pasar los próximos tres días disfrutando el uno del otro. Siempre y cuando no te importe estar liada con un futuro muy dudoso...

Fue en ese momento, con Zac frente a ella, muy cerca, mirándola como si su respuesta fuera más importante para él que nada en el mundo, cuando Vanessa comprendió que lo quería y sonrió suavemente.

Ness: Si a ti no te importa estar liado con una mujer que preferiría pasarse el resto de su vida en esta isla antes que volver al continente y afrontar sus responsabilidades...

Él respondió con una amplia sonrisa y otro beso, éste más profundo e intenso. A aquel siguió un tercero, y luego un cuarto, y pronto ni Zac ni Vanessa pudieron pensar más en el futuro.


Sus tres últimos días en la isla transcurrieron igual que los anteriores, a pesar de que sus pensamientos, despojados ya de su desordenada volubilidad, tenían ahora un rumbo. Zac se sentía aliviado por habérselo contado todo a Vanessa, aunque ello no hubiera resuelto nada. Ella había aceptado su apurada situación sin criticarla, y su afecto por él, pues eso creía Zac que era, parecía en todo caso haberse hecho más profundo.

Vanessa, por su parte, se sentía aligerada por haber compartido su carga con un alma comprensiva. Zac no se había cebado en ella por sus fracasos; en todo caso su afecto, pues eso estaba segura que era, parecía más fuerte que nunca.

Si aquel afecto adquiría de cuando en cuando cierto frenesí, cada uno de ellos lo atribuía al hecho de que el tiempo se les acababa.

Thomas había quedado en recogerlos a las ocho de la mañana del último día. Así pues, la noche anterior, se pusieron a limpiar la casa y se aseguraron de que todo quedaba tal y como estaba cuando habían llegado, dos semanas antes. De pronto la tensión pareció envolverlos, reduciéndolos a un estado de crispación semejante al de su llegada.

Zac hizo por última vez la colada, poniendo sin darse cuenta la sudadera verde de Vanessa en la lavadora con las toallas, la mitad de las cuales eran de un azul eléctrico no muy distinto al color del jersey, y la otra mitad blanquísimas. Cuando las toallas blancas salieron teñidas de un nítido color verde, Zac comenzó a maldecir en voz alta.

Zac: ¡Maldita sea! Pensaba que ya habías guardado esta cosa.

Ness: Todavía no he guardado nada -había procurado posponer todo lo posible esa tarea en particular. Ahora, al observar las toallas antes blancas, frunció el ceño-. ¿No viste la sudadera cuando metiste las toallas?

Zac: ¿Cómo iba a verla con estas toallas azules?

Ness: ¡La sudadera es verde!

Zac: Es casi azul.

Ness: Tú debes de ser daltónico.

Zac: Yo no soy daltónico.

Se estaban mirando el uno al otro por encima de la lavadora. Vanessa fue la primera que apartó los ojos.

Ness: Podemos lavar otra vez las toallas blancas, esta vez con lejía.

Zac: En la etiqueta dice que no se use lejía.

Ella le lanzó una mirada furiosa.

Ness: He usado muchas veces lejía con las toallas, y da resultado. Si no quieres arriesgarte, encuentra tú una solución.

Dándose la vuelta, se puso de nuevo a limpiar la nevera, dejando que Zac pusiera a regañadientes otra lavadora utilizando lejía.

Poco después, Vanessa se dirigía al dormitorio con intención de hacer la maleta cuando una de sus muletas se enganchó en el borde de la alfombra del cuarto de estar. Se tambaleó, cayó al suelo y dejó escapar un grito que era al mismo tiempo de sorpresa y de frustración.

Ness: ¿Quién ha puesto aquí esta estúpida alfombra? -chilló-.

Zac acudió a su lado, con voz tensa.

Zac: Esa estúpida alfombra está ahí desde que llegamos. ¿Es que no miras por dónde vas?

Ness: ¡Son las malditas puntas de goma de estas muletas! -le dio una patada a las muletas con el pie bueno-. ¡Se enganchan con todo!

Zac recuperó las muletas, rodeó la espalda de Vanessa con un brazo y la ayudó a levantarse.

Zac: Antes no te molestaban. ¿Estás bien?

Ness: Sí, estoy bien -gruñó frotándose la cadera-.

Zac: Pues tienes suerte. Maldita sea, Vanessa, ¿es que intentas matarte? ¿Por qué no miras por dónde pisas?

Ness: ¿Mirar por dónde piso? ¡Iba mirando!

Zac: Entonces es que ibas demasiado rápido.

Ness: Iba como siempre.

Zac: O sea, demasiado rápido.

Vanessa, que había vuelto a colocarse las muletas, se apartó de él acalorada.

Ness: ¡No necesito que me des consejos! Llevo años cuidando de mí misma y volveré a hacerlo. No creas que porque me hayas ayudado estas dos semanas tienes derecho a darme órdenes. Si de veras quisieras ayudarme, te ofrecerías a dirigir la maldita empresa de mi familia.

Zac: Y si tú quisieras ayudarme, me darías la maldita empresa -contestó rugiendo-.

Por un instante se miraron fijamente el uno al otro. Sus ojos centelleaban; sus fosas nasales se hinchaban. Poco a poco, su respiración se apaciguó y su rabia fue disipándose.

Ness: Es tuya -dijo suavemente con los ojos fijos en él-.

Zac: Pues me la quedo -replicó pero su voz también era muy suave-.

Ness: Es una idea absurda.

Zac: Totalmente descabellada.

Ness: Pero podría ser una salida para los dos.

Zac: Sí.

Se quedaron donde estaban un largo minuto más. Luego, apoyando levemente una mano en la espalda de Vanessa, Zac la condujo al sofá. Cuando estuvieron sentados, cruzó las piernas, apoyó el codo en el brazo del sofá y empezó a frotarse el labio inferior con el pulgar.

Zac: He estado pensando mucho desde que hablamos la otra noche -comenzó, dudando al principio y cobrando impulso rápidamente-. He revisado el problema una y otra vez, intentando decidir qué quiero hacer. En ciertos momentos, cuando me pongo furioso, lo único que tiene sentido para mí es la venganza. Luego, la rabia se desvanece y me doy cuenta de que no tiene sentido. Además, sería tirar piedras contra mi propio tejado, porque lo que quiero es seguir ejerciendo mi profesión -hizo una pausa, bajó la mano y miró a Vanessa-. Tú tienes una empresa que no quieres. Yo podría sacar provecho de ella.

Ella escudriñó con nerviosismo su cara.

Ness: ¿Para vengarte?

Zac: No. Tal vez sería una especie de revancha, pero ése no sería mi principal objetivo. Necesito algo, Vanessa. Odio tener que decirlo, sobre todo delante de ti. Es duro para un hombre, o para cualquiera, supongo, tener que admitir que se ha quedado sin opciones. Pero estoy intentando afrontar la realidad, y el único hecho cierto de todo esto es que ya no puedo trabajar en Hartford.

Ness: Dijiste que no querías mudarte.

Zac: Dije que no quería mudarme por culpa de Webster-Dawson. Quizá sea un argumento un tanto intrincado, pero empiezo a pensar que Hudgens Enterprises habría atraído mi interés aunque no hubiera tenido problemas en Hartford. A pesar de los problemas que tenga ahora, Hudgens tiene una sólida reputación. A mí no me importaría invertir en ella. Y puede que sea una retorcida paradoja, pero creo que tengo algo que ofrecer. Soy un buen abogado. Conozco al dedillo el funcionamiento de las grandes compañías. No soy empresario, pero conozco a muchos. Y conozco a un cazatalentos que podría ayudarme a captar a la gente más capacitada. Por desgracia... -respiró hondo y sus ojos se agrandaron mientras ponderaba el problema-, eso significaría introducir en la empresa a un extraño. Por lo que dices, tu familia se ha opuesto a esa idea desde el principio, lo cual plantea la cuestión más inmediata de si estarían dispuestos a aceptarme.

Vanessa alzó la barbilla con gesto desafiante.

Ness: Yo tengo la misma participación en la empresa que mi madre y mi hermana. Si entraras en la empresa conmigo, no se atreverían a oponerse.

Zac: Pero tú no quieres entrar en la empresa. ¿No se trata de eso?

Ness: Sí, pero si estuviéramos... -titubeó, intentando encontrar las palabras menos comprometedoras-. Si estuviéramos juntos... Quiero decir que si yo dejara claro que tenemos una... relación...

Zac: ¿Que somos una pareja estable, como amantes?

Ness: Sí.

Él sacudió rápidamente la cabeza.

Zac: No, eso no bastaría. Tendríamos que casarnos.

Ness: ¿Casarnos? -había querido creer que iban a estar unidos de algún modo, pero el matrimonio era la unión definitiva-. ¿No es un poco radical?

Zac se encogió de hombros, a pesar de que no se sentía precisamente indiferente. Había estado buscando un modo de atar a Vanessa. La quería. Se había dado cuenta de ello en algún momento, y la idea lo había hecho sentirse tan a gusto que ni siquiera se le había ocurrido cuestionarla. Aún no podía decirle que la quería; se sentía demasiado vulnerable. El matrimonio podía ser repentino, pero servía para sus propósitos.

Zac: Radical solamente porque nos conocemos hace poco. Pero nos llevamos bien, ¿no?

Ness: ¡Pero si discutimos continuamente! -exclamó haciendo de abogada del diablo-.

De haber sabido que Zac la quería, no se le habría ocurrido discutir. Pero él no se lo había dicho, y ella no tenía valor para exponerse confesándole que estaba enamorada de él, de modo que se sentía obligada a resistirse a la idea.

Zac: No siempre. Solo cuando nos sentimos frustrados por problemas que nos superan. También tenemos nuestros buenos ratos, ¿no?

Ness: Sí -admitió, aunque con reticencia-.

Zac: Y, si el plan resuelve nuestros problemas, ya no tendremos motivos para discutir, ¿no crees?

Ness: Todos los matrimonios discuten.

Zac: Pues entonces no seremos distintos de los demás. Considéralo objetivamente, Vanessa. Tenemos intereses y valores parecidos. Ya hemos demostrado que podemos vivir juntos. Si hemos sobrevivido estas dos semanas, estando juntos veinticuatro horas al día, vamos un paso por delante de la mayoría de las parejas que se casan.

Ella no quería considerar la idea objetivamente. El amor no era objetivo.

Ness: Pero nos hemos conocido en una esfera muy limitada. Esto no es el mundo real. Es posible que, cuando volvamos a Providence, descubramos que nos odiamos.

Zac: Eso lo dices porque te sientes insegura.

Ness: Está bien, puede que sea así. Creo que estoy tan poco preparada para ser la mujer de un directivo como para dirigir la empresa -agitó una mano adelante y atrás-. Yo no soy una de esas encantadoras y relamidas anfitrionas. No soy una de esas adorables mujercitas que siempre llevan y dicen lo que conviene.

Zac: Yo no me he quejado de tu forma de ser. Y no te pediría que hicieras nada con lo que te sintieras incómoda. Si recibiéramos, y supongo que tendríamos que hacerlo, estarías tan guapa como la que más. Y no tendrías que cocinar. Podríamos salir por ahí o encargar la comida.

Ness: ¿En mi modesto piso de la ciudad? -preguntó con ironía-.

Zac: En la casa que yo compraría para los dos -se echó hacia delante y la miró con determinación-. Yo no soy un gigoló, Vanessa. No me metería en esto si creyera que me estoy aprovechando de ti. Puede que tú aún no lo sepas, pero yo tengo mi orgullo. Si acordamos seguir adelante con este plan, trabajaré en la empresa con todas mis fuerzas. Seré yo quien gane dinero para los dos, y eso significa que te proporcionaré la casa que te mereces. Supongo que, en ese aspecto, soy bastante anticuado.

Ness: ¿Significa eso que yo no puedo trabajar, ni hacer lo que quiera?

Zac: Puedes hacer lo que quieras. No soy tan anticuado. Y, si crees que me molesta que enseñes aeróbic, te equivocas. Me encanta tu cuerpo de atleta. ¿Es que no lo sabes? -ella le lanzó una mirada irónica-. Ahora se lleva mucho hacer ejercicio -continuó-. Estaré muy orgulloso de tener una mujer que se mantiene en forma.

Ness: Si es que puedo -masculló-. Aún no sé si podré volver a enseñar.

Zac: Sí que podrás. Ya te lo dije. Cuando te quiten la escayola, harás fisioterapia o lo que haga falta para que tu pierna quede como nueva.

Ness: Pero, aunque eso ocurra, yo suelo dar clases nocturnas. ¿Cómo te sentirás cuando vuelvas a casa y esté vacía después de un largo día de trabajo, y no tengas ni siquiera la comida preparada?

Zac: Yo sé cocinar, ya lo sabes. Me sentiré orgulloso de ti, Vanessa. Mi mujer estará haciendo algo constructivo, algo que la satisface -se detuvo para respirar y se puso más serio-. Y, ya que hablamos de orgullo, si aceptas casarte conmigo, insisto en que firmemos un acuerdo prenupcial.

Vanessa no pudo ocultar una rápida mirada de dolor.

Ness: ¡Yo no quiero tu dinero!

Zac: Lo has entendido al revés. Es a ti a quien quiero proteger. Si aceptas casarte conmigo, firmaré un contrato en el que se diga que tus activos en Hudgens Enterprises y cualquier otra cosa que tengas a tu nombre, seguirá siendo únicamente tuyo. Si en cualquier momento decidieras divorciarte, seguirás disponiendo de todo lo que tenías al casarnos. Y si en cualquier momento decides que estoy perjudicando a Hudgens Enterprises, tendrás todo el derecho a ponerme de patitas en la calle.

Ella no alcanzaba a imaginar semejante posibilidad. Claro que tampoco podía imaginar que alguna vez quisiera divorciarse de Zac. A menos que él quisiera.

Ness: Pero ¿y tus intereses? Si firmas ese contrato, no estarán protegidos. Crees que fuiste un ingenuo con Webster-Dawson. ¿No crees que este plan es igual de ingenuo?

Zac: Prefiero pensar en ello como en un desafio que afronto con los ojos bien abiertos. Creo que puedo sacar adelante Hudgens Enterprises y, si lo hago, no tendrás ningún motivo para deshacerte de mí. Como te decía, no busco dinero fácil. Estoy cualificado para ese trabajo. Sí, me estarás haciendo un favor al darme una oportunidad, pero yo también te lo estaré haciendo a ti al quitarte de encima una responsabilidad con la que no quieres cargar -la tomó de la mano y observó la forma de sus dedos finos-. Tendrías un marido, lo cual complacería a tu familia. Y, de todos modos, ¿no crees que ya va siendo hora? Para mí, al menos, sí. No me estoy volviendo precisamente joven. Estoy más que listo para sentar la cabeza.

«Pero ¿y el amor? ¿Qué pasa con el amor?», se decía Vanessa en silencio.

Ness: No sé, todo me parece muy... calculado.

Zac: Algunas veces las mejores cosas lo son.

Ness: No hace falta que te cases conmigo. Podríamos solucionarlo de otro modo.

Zac: Estoy seguro de que sí, pero el matrimonio lo arreglaría todo con tu familia. Ellos no tienen por qué enterarse de los acuerdos que firmemos. En lo que a ellos concierne, todo lo tuyo es mío. Seré un miembro de tu familia. El negocio familiar quedará intacto -le apretó los dedos y bajó la voz-. Y yo quiero casarme contigo. No te lo propondría si no fuera así.

«Pero ¿por qué quieres casarte conmigo?», deseó preguntarle ella, pero no lo hizo. Zac podía darle la respuesta que ella anhelaba, lo cual la llenaría de felicidad, o podía repetir las razones prácticas que le había explicado ya, lo cual la llenaría de inquietud. En lugar de arriesgarse, decidió aceptar sus palabras sin indagar más.

Zac: ¿Te casarás conmigo, Vanessa? -preguntó suavemente-.

Ella lo miró a los ojos, sabiendo que el amor brillaba en los suyos con una fuerza que era incapaz de apagar. Asintió en silencio y cerró los dedos alrededor de los de Zac.




¿¡Una boda!? No es que no me alegre, pero el motivo por el que se casan no me convence (¬_¬)

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No os perdáis el próximo capi. ¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Ay que lindo capitulo! Me ha encantado!!
Es tan cierto que del odio al amor hay un solo paso. Y se casan!!! Pero no se porque Zac no le dice que la quiere y Ness no le dice que lo quiere, deberían decirse!!

Sube prontoooooo

Maria jose dijo...

Se quieren pero no se lo dicen!!!!
Espero que muy pronto aclaren sus dudas
Vanessa piensa que zac se casa con ella solo
Por ayudar ..... O no
Sube pronto me gusta mucho esta novela

Síguela que ya quiero saber mas

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