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viernes, 6 de febrero de 2015

Capítulo 2


La tormenta tal vez hubiera amainado en el mar, pero en tierra Vanessa no veía ningún signo de que fuera a perder intensidad. La lluvia la empapó cuando se acercó cojeando con las muletas a su coche, para moverlo conforme a las indicaciones de Thomas hasta el fondo del caminito de entrada de la casa. Trasladar la bolsa de lona a la camioneta constituyó una tortura de menor importancia, aliviada en el último instante por Thomas, que tiró la bolsa dentro y siguió colocando cajas de víveres en la parte de atrás de la camioneta. El otro hombre estaba atareado aparcando su coche y trasladando su bolsa.

Vanessa entró como pudo en la cabina de la camioneta, rechinándole los dientes. No bien se hubo sentado, los dos hombres la apretujaron entre ellos, pues, para su desaliento, el desconocido había resultado ser tan fornido como el pescador. El trayecto hasta el embarcadero fue húmedo e incómodo. Cuando al fin se halló en la barca de Thomas, sentada en un banco de madera en la cabina del piloto, se sintió agarrotada y dolorida. Su zapatilla rezumaba agua. Su chaqueta y sus pantalones de chándal estaban mojados. Estaba completamente helada.

La pesadilla continuaba, pensó, pero al menos ya se vislumbraba su fin. Al anochecer estaría en la isla de Victoria, sola y en paz. Era aquella certeza lo que la mantenía en pie.

El motor bramó al ponerse en marcha y mantuvo un rugido sostenido cuando la embarcación abandonó el muelle y se adentró en el mar. Vanessa miró un rato por la parte posterior, abierta, de la cabina, observando cómo se alejaba Spruce Head hasta desaparecer finalmente entre la niebla. Arrebujándose en su chaqueta, miró entonces hacia delante y procuró concentrarse en su destino. Se imaginó la isla cubierta de pinos y alfombrada de musgo, con olor a tierra, a mar y a cielo, besada por el sol. Se representó su recuperación en aquel lugar, la restauración de sus fuerzas, el renacimiento de su espíritu. Y su serenidad. Conjuró imágenes de serenidad.

Igual que Zac. Serenidad, soledad... Pronto, se decía él, muy pronto. Se había empotrado en un rincón de la cabina, no tanto por mantenerse apartado de la otra pasajera de Newton como por mantener el cuerpo erguido. El día había sido largo, y la noche anterior también. En las últimas semanas se había ido acostumbrando al insomnio, pero sus efectos se manifestaban ahora de golpe.

Aunque su cansancio era en gran medida físico, había también en él un factor emocional. Estaba lejos de su despacho, liberado de sus deberes, distanciado de su profesión. Pero aquello no eran unas vacaciones, sino una suspensión. Breve, tal vez, pero decepcionante. Y algo más que deprimente.

Dentro de él, una voz le reprochaba su huida. Sin duda muchos considerarían como tal su brusca partida de Hartford. Tal vez hubiera huido. Tal vez estuviera dándose por vencido. Tal vez... tal vez... Era muy deprimente.

El pulso se le iba acelerando poco a poco, como le sucedía siempre que reflexionaba sobre aquellas cuestiones. Se preguntaba si tendría alta la presión sanguínea. No lo habría sorprendido, dada la tensión nerviosa a la que había estado sometido durante días y días. Necesitaba un respiro. Cualquiera que fuese.

Su mirada se posó en la mujer sentada en el banco.

Zac: ¿No le parece un poco estúpido salir así con la que está cayendo? -señaló con la barbilla la pierna escayolada que ella había apoyado trabajosamente sobre el banco-.

Vanessa se había estado preguntando con aprensión si el balanceo rítmico del barco, que había empezado a notarse tras dejar el puerto, iba a empeorar. Miró a Zac con incredulidad.

Ness: ¿Perdone?

Zac: He dicho que si no le parece un poco estúpido salir así con la que está cayendo -le produjo una perversa satisfacción repetir exactamente las mismas palabras-.

Ness: Eso me parecía, pero no podía creer que fuera usted tan grosero -se le había agotado la paciencia-. ¿No le enseñó su madre buenos modales?

Zac: Oh, sí. Pero mi madre no está aquí ahora, así que puedo decir exactamente lo que me venga en gana -¡ah, qué placer escupir palabras a voluntad! Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que había podido hacerlo libremente-. No ha contestado a mi pregunta.

Ness: No vale la pena contestarla -giró la cabeza y miró a Thomas, quien permanecía de pie ante los controles del barco, sujetando con firmeza el timón-.

Su cuerpo se balanceaba levemente con el vaivén de la embarcación. Vanessa deseó poder mecerse de aquella forma con el balanceo, pero su cuerpo parecía convulsionarse con cada movimiento. Se alegraba de no haber comido recientemente.

En un intento por distraer sus pensamientos de temas más desagradables, se fijó en la gorra de béisbol que Thomas se había puesto al salir de casa y que le había preservado increíblemente bien de la lluvia.

Ness: ¿Eres de los Yanquis, Thomas? -dijo alzando la voz por encima del tronar del motor-.

Thomas no se giró.

Thomas: Cuando ganan.

Ness: Una respuesta bastante sincera -murmuró, y volvió a alzar la voz-. ¿Eres de Nueva York?

Thomas: Sí.

Ness: ¿De qué parte?

Thomas: De Queens.

Ness: ¿Todavía tienes familia allí?

Thomas: Sí.

Ness: ¿A qué te dedicabas antes de ser langostero?

Del rincón surgió un gruñido.

Zac: Déjelo en paz. No le está haciendo caso. ¿Es que no lo ve?

Vanessa lo miró fijamente.

Ness: Es un pescador de Maine. Son gente de pocas palabras.

Zac: Pero él no es de Maine, lo cual significa que, si no habla, es porque no quiere.

Ness: Ojalá el que no hablara fuera usted -le espetó-. En mi vida había conocido a alguien tan desagradable -volvió a fijar su atención en el langostero-. ¿De dónde ha sacado a éste, Thomas? Es una joya.

En lugar de responder, Thomas siguió mirando fijamente las olas orladas de blanco que se extendían ante él. Zac apoyó el codo en el respaldo del banco, la mejilla en la palma de la mano, y cerró los ojos. Vanessa se concentró en un panel de madera descascarillada que había frente a ella y rezó porque se le asentara el estómago.

Pasó el tiempo. La embarcación tenía el océano para ella sola y hendía firmemente las olas en medio de una pavorosa atmósfera de aislamiento. El olor a pescado se mezclaba con un intenso tufo a humedad cuyo origen, ya fuera la ropa empapada, la piel mojada o la madera vieja, ignoraba Vanessa, pero que ciertamente no mejoraba el estado de sus entrañas. Procuró practicar la respiración del yoga, despejar su mente, concentrarse en la relajación. Pero fracasó por completo.

Al fin volvió a hablar, dirigiéndose claramente a Thomas.

Ness: Dijo que dos horas, más o menos. ¿Tardaremos más con este tiempo?

La lluvia no había cesado y la mar estaba picada, pero, en su ignorancia, ella creía que estaban haciendo progresos.

Thomas: Estamos de suerte. Tenemos el viento a la espalda.

Ella asintió, agradecida por aquella escueta expresión de aliento. Luego se removió, flexionó hacia arriba la rodilla buena y la rodeó con los brazos.

Zac: Está usted verde -oyó que decía el hombre secamente desde el rincón-.

Ella suspiró.

Ness: Gracias.

Zac: ¿Está mareada?

Ness: Estoy bien.

Zac: Yo creo que está mareada.

Ella apretó los labios y se giró.

Ness: Le gustaría, ¿eh? Le gustaría que me mareara. ¿Qué pasa? ¿No será que tiene ganas de vomitar?

Zac: Yo soy un marino bien curtido.

Ness: Y yo también -mintió, y se dio la vuelta. Estiró la pierna y se echó hacia delante en el banco. Se agarró al borde, se impulso hacia delante y se acercó a Thomas dando saltos-. ¿Cuánto falta? -preguntó con tanta suavidad como pudo-.

No quería que el hombre del rincón notara su ansiedad. Por desgracia, Thomas no la oyó. Ladeó la cabeza y ella se vio obligada a repetir la pregunta.

Thomas: Estamos a mitad de camino -contestó finalmente-.

Aquella respuesta era en parte alentadora. Mejor a mitad de camino que nada. Pero, por otro lado, resultaba deprimente. Había que aguantar una hora más.

Ness: ¿Su isla también está cerca de Matinicus?

Thomas comprendió por el leve énfasis en el «su», a quién se refería ella.

Thomas: Hay varias islas pequeñas en la zona.

Ella se acercó un poco más y volvió a bajar la voz.

Ness: ¿Va a desembarcarme a mí primero? No creo que pueda aguantar mucho más en estas condiciones.

Thomas: Me dirijo directamente a la isla de Victoria.

Ella esbozó una tenue sonrisa y un sincero «gracias» antes de volver trabajosamente a su asiento. Evitó mirar al hombre del rincón. Aquel tipo la sacaba de quicio. No le apetecía enfrentarse a él después de haberse pasado una semana discutiendo.

Zac estaba enfrascado en sus pensamientos, recordando la última vez que había montado en barco. ¿Un marino bien curtido? Suponía que sí. Amber había tenido un barco. A ella le encantaban los barcos. Él, supuestamente, también le había encantado, pero eso había sido cuando tenía el mundo a sus pies. Al primer indicio de complicaciones, ella se había replegado, horrorizada. Claro que su hermano pertenecía a la junta directiva de Webster-Dawson, de modo que el despido breve de Zac la había puesto en una situación embarazosa. Pero aun así, el amor era el amor. ¿O no?

Él no había querido nunca a Amber. Lo había sabido durante meses y se había sentido culpable cada vez que ella le decía aquellas palabras. Ahora tenía un sabor particularmente amargo en la boca. Las palabras de Amber eran vacías. Ella no lo había querido nunca. Simplemente, había amado lo que representaba. La apasionaba su imagen de abogado triunfador, su riqueza y su prestigio. Pero ahora todo eso estaba en peligro, y ella jugaba a lo seguro. Zac sabía que era mejor así, que tal vez aquello fuera una suerte, después de todo. Lo último que necesitaba era una amante oportunista.

Miró a la mujer del banco. Estaba claro que aquella era otra lata de gusanos. Pequeñaja e informe, sucia, antipática y mandona... Menuda diferencia con Amber.

Zac: ¿Qué le ha pasado en la pierna? -se oyó preguntar a sí mismo-.

Vanessa alzó la cabeza.

Ness: ¿Me está hablando a mí?

Él miró en torno.

Zac: No veo a nadie más con muletas por aquí. ¿Se la ha roto?

Ness: Evidentemente.

Zac: Evidentemente, no. Podría haberse sometido a una operación para corregir un defecto congénito o una lesión deportiva.

Una lesión deportiva. Ojalá. Eso habría sido más digno. Pero caerse por un tramo de escaleras...

Ness: Me la he roto -afirmó secamente-.

Zac: ¿Cómo?

Ness: Eso no importa.

Zac: ¿Y cuándo?

Vanessa frunció el ceño.

Ness: Eso tampoco importa.

Zac: Cielo Santo, ¡y dice que yo soy desagradable!

Ella suspiró cansinamente.

Ness: No me apetece hablar. Nada más.

Zac: Sigue estando verde -esbozó una sonrisa burlona-. ¿Tiene el estómago revuelto?

Ness: ¡Tengo el estómago perfectamente! -replicó-. Y no estoy verde. Solo pálida. Es el color que se le pone a uno cuando se ha pasado un montón de días rodeado de batas blancas en un hospital.

Zac: ¿Quiere decir que le acaban de dar el alta? -preguntó con genuina sorpresa-.

Ness: Esta mañana.

Zac: ¿Y ha salido corriendo entre la lluvia para venirse a una isla remota? -nuevamente, la sorpresa dio paso al sarcasmo-.

Ness: ¡Solo me he roto una pierna! El resto de mi cuerpo funciona perfectamente -no era cierto, pero sí una mentirijilla comprensible-. Y, por si le interesa, yo no he encargado personalmente la lluvia. Sencillamente, se ha puesto a llover.

Zac: Debe de estar loca, si ha salido. ¿No intentó disuadirla su madre?

Vanessa advirtió su tono burlón y recordó la burla que ella le había lanzado poco antes. Se había mofado de él sin mala intención, y probablemente lo mismo había hecho él, pero sus palabras habían dado inadvertidamente en el clavo.

Ness: Pues sí, desde luego. Pero soy una mujer adulta, así que no tengo por qué hacerle caso -giró la cabeza, pero no le sirvió de nada-.

Zac: No parece usted muy adulta. Parece una niña enfurruñada.

Ella volvió a mirarlo con expresión de reproche.

Ness: Mejor una niña enfurruñada que un pelmazo. Mire, ¿por qué no se ocupa de sus propios asuntos? Usted no me conoce, ni yo a usted, y dentro de poco, gracias a Dios, se acabará el viaje. No tiene por qué descargar conmigo su mal humor. Quédese rumiando en su rincón, ¿le parece?

Zac: Es que me gusta pincharla. Entra usted muy bien al trapo.

Ése era el problema. Estaba siguiéndole la corriente. El mejor modo de tratar con un hombre de su calaña era ignorarlo, lo cual Vanessa se dispuso a hacer. Sin embargo, no supo con certeza si había tenido éxito, pues pronto empezó a sospechar que él había decidido libremente cerrar la boca.

Aun así, siguió mirándola. Ella notaba sus ojos clavados en la nuca y se negaba tercamente a girarse hacia él. Aquél tenía descaro. Eso había que reconocerlo. No era un blandengue, como Drake.

Drake. El dulce Drake. El parásito de Drake. Se había introducido en su vida, se había aprovechado de su casa, de su trabajo, de su afecto, y luego, cuando se había dejado sentir la presión de la familia, había huido con el rabo entre las piernas. Drake no quería compromisos. Ni responsabilidades. Y desde luego no quería una mujer que antepusiera su carrera y sus responsabilidades familiares a las necesidades de él.

Lo más irónico, pensó Vanessa, es que la hubiera comprendido tan poco. Ella nunca había querido inmiscuirse en Hudgens Enterprises, y así se lo había dicho una y otra vez. Pero él había seguido sintiéndose amenazado y, al final, se había ido. En el fondo, estaba mejor sin él.

Vanessa salió bruscamente de su ensoñación cuando el hombre del rincón se levantó del banco, cruzó la cabina y se acercó a Thomas. Habló en voz tan baja que Vanessa no pudo oírlo, por más que lo intentó, por encima del ronquido gutural del motor.

Zac: ¿Cuánto queda?

Thomas miró uno de los relojes.

Thomas: Media hora.

Zac: ¿Adónde va ella? -puso un ligero énfasis en el «ella»-.

Thomas: Cerca de Matinicus.

Zac: ¿Hay muchas islas?

Thomas: Algunas.

Zac: ¿A quién va a dejar primero?

Thomas: Voy directo a la isla de Victoria.

Zac se quedó pensando.

Zac: Mire, a mí no me importa que la deje a ella primero. La verdad es que da pena.

Los ojos de Thomas siguieron fijos en el mar.

Thomas: Pensaba que no le gustaba.

Zac: Y no me gusta. Me saca de quicio. Claro que -se pasó una mano por la mejilla dolorida-, ahora mismo cualquiera me saca de quicio. Pero ella, sencillamente, está aquí.

Se estaba sintiendo culpable, pero hasta eso le producía dudas. Por un lado, discutir con aquella mujer le reportaba placer. Tenía que desfogarse, y ella era un perfecto pasatiempo. Por otro, ella tenía razón. Había sido grosero. Él no solía comportarse así.

Regresó a su rincón con la cabeza gacha.

Vanessa, que en ese momento estaba pensando en cuánto deseaba y necesitaba un baño y en lo sumamente engorroso que sería intentar mantener la escayola fuera del agua, lo detuvo a medio camino. Se sentía particularmente irritada.

Ness: Si cree que puede convencer a Thomas para que lo deje a usted primero, no se haga ilusiones. Ya ha fijado el rumbo y da la casualidad de que mi isla va la primera.

Zac: Qué lista es usted -masculló-.

Pasó junto a ella, se dejó caer en el rincón del banco, cruzó los brazos sobre el pecho y miró fijamente hacia delante.

Vanessa atribuyó su comentario a un simple caso de enfurruñamiento. Aquel tipo era un amargado. Ella pronto se vería libre de su compañía. Pronto estaría en la isla.

Thomas: Ahí está -dijo girando la cabeza poco después-. La isla de Victoria.

Vanessa se apoyó en la rodilla buena y miró por el parabrisas.

Ness: Yo no veo nada.

Zac también se había levantado.

Zac: Menos mal -masculló-.

Ness: ¿Usted ve algo?

Zac: Claro. Hay un bulto oscuro ahí fuera.          

Ness: Ahí fuera hay un montón de bultos oscuros. ¿Cómo sabe cuál es una ola y cuál una isla?

Zac: En las islas hay árboles.

El argumento era irrefutable.

Ness: Estupendo -dijo, hundiéndose de nuevo en su asiento-.

Cuando llegaran a la isla, llegarían. Ya tendría tiempo para verla cuando hubiera descansado y se sintiera cómoda y en forma.

Zac se quedó de pie junto a Thomas, observando cómo se agrandaba, henchía y materializaba aquel bulto oscuro, transformándose en una auténtica masa de tierra. No era grande, tenía quizá un kilómetro cuadrado, pero era extraordinariamente exuberante. Ni la lluvia, ni las nubes, ni la caída de la noche podían disfrazar el esplendor verde profundo de los pinos. Y la casa estaba allí: una caprichosa estructura de madera gris pulida por la intemperie, situada en un claro que daba al puerto.

Vanessa volvió a apoyarse en la rodilla buena.

Ness: Qué bonito -susurró-.

Zac, que se sentía bastante orgulloso de la belleza de su lugar de destino, le lanzó una mirada benévola.

Zac: Estoy de acuerdo.

Ness: Para variar. Empezaba a preguntarme si tenía gusto.

La benevolencia de Zac se agotó.

Zac: Oh, claro que tengo gusto, desde luego que sí. El problema es que hoy no he visto nada que me atraiga ni remotamente -dijo sin apartar los ojos de la cara de Vanessa-.

Ella no podía soslayar aquel insulto.

Ness: El sentimiento es mutuo. De hecho...

Thomas: Perdonad -los interrumpió alzando la voz-. Necesito que me ayudéis. Y sigue lloviendo, así que será mejor que nos demos prisa -apagó el motor y dirigió la barca en paralelo al corto embarcadero de madera-. Zac, sal fuera y echa las amarras al muelle, una a proa y otra a popa. Luego, salta a la orilla y átalas a esos pilones. Yo os iré pasando el equipaje. Ten cuidado en el muelle, Vanessa. Estará resbaladizo.

Vanessa asintió y se subió la cremallera de la parca, pensando que era una pena darle un nombre tan bonito como Zac a un hombre tan insoportable. Pero al menos él parecía dispuesto a arrimar el hombro. Vanessa casi esperaba que insistiera en permanecer seco mientras Thomas la desembarcaba en la orilla.

Zac se abrochó la chaqueta y se dirigió a la plataforma abierta de popa, pensando que era irónico que una mujer con un nombre tan delicado como Vanessa fuera tan antipática. Pero por lo menos estaba dispuesta a echarles una mano. Eso lo había sorprendido. Claro que Thomas no le había dado elección.

Thomas: La amarra, Zac. Ya estamos aquí.

La voz de Thomas lo sacó de sus cavilaciones.

Zac agachó la cabeza para no mojarse y corrió a atar la barca a proa y a popa.

Vanessa se mordió el labio, intentando controlar una torpeza ajena a su naturaleza, y logró bajar al muelle con la sola ayuda de Thomas, que le tendió la mano. Se disponía a darle las gracias cuando él se dio la vuelta para empezar a descargar el equipaje. Empezó a darles cosas, primero a ella y luego a Zac, cuando éste llegó a su lado.

Thomas: Volveré dentro de una semana a traer provisiones -dijo el langostero apresuradamente-. Con esto habrá más que suficiente hasta entonces. Las llaves de la puerta principal están en un sobre guardado con los huevos. Si hay algún problema, cualquier clase de emergencia, se me puede localizar por la radio que hay en el cuarto de estar. Las instrucciones están al lado.

Vanessa asintió, pero estaba tan concentrada intentando mantener el equilibrio que no contestó. Cuando Thomas le pasó la bolsa de lona por encima del pescante del barco, ella recolocó las muletas y logró de algún modo colgarse del hombro la ancha tira del bolso. Luego, volvió a colocar las muletas en la posición correcta sin caerse.

Zac, que estaba apilando cajas de provisiones una encima de otra para mantenerlas lo más secas posible, alzó la mirada un instante cuando Thomas le pasó su bolsa de loneta caqui. La dejó en el muelle, acabó con las provisiones, agarró una caja bajo el brazo, se colgó la ancha tira del bolso al hombro y se volvió para darle las gracias a Thomas.

La barca ya había empezado a alejarse del muelle, lo cual no lo sorprendió. Thomas había dicho que tenían que darse prisa. Pero había algo que sí le causó sorpresa.

Vanessa, cuyos ojos se habían abierto de par en par, se aclaró la garganta.

Ness: Eh, ¿Thomas? -al ver que la barca seguía alejándose, lo intentó más alto-. ¡Thomas!

El motor carraspeó y luego se encendió. Esta vez fue Zac quien gritó:

Zac: ¡Newton! ¡Se ha olvidado de alguien! ¡Vuelva aquí!

La barca dobló el extremo del muelle y viró mar adentro.

Ness: ¡Thomas!

Zac: ¡Newton!

Ness: ¡Ha habido un error! -chilló apartándose el pelo chorreante de los ojos. Luego señaló a Zac-. ¡Él está aquí!

Zac se acercó a ella. Tenía la cara empapada, pero sus ojos eran duros como el acero.

Zac: ¡Por supuesto que estoy aquí! ¡Esta isla es de una amiga mía!

Ness: Esta isla es de Victoria, y Victoria es mi amiga.

Zac: Es mi amiga y no dijo nada de ti. ¡Dijo que tendría esto para mí solo!

Ness: ¡Lo mismo me dijo a mí!

Se miraron enfurecidos el uno al otro en medio del chaparrón.

Zac: ¿Victoria qué más?

Ness: Victoria Linden. ¿Y la tuya?

Zac: La misma.

Ness: No te creo. Dime dónde vive.

Zac: En Manhattan. En Park Avenue.

Ness: Es la señora de Arthur Linden. Háblame de Arthur.

Zac: Está muerto. Ella es viuda, una viuda maravillosa, divertida y...

Ness: Una lianta.

Mientras se miraban ceñudos el uno al otro en medio de la oscuridad que iba cubriendo poco a poco el muelle azotado por la lluvia y el viento, Vanessa y Zac llegaron a la misma conclusión.

Zac: Nos ha engañado -afirmó, y repitió enfurecido-. ¡Nos ha engañado!

Ness: No puede ser -murmuró con el corazón acelerado mientras miraba hacia el mar-. Maldita sea -masculló-. ¡Se va! -Los dos empezaron a gritar al mismo tiempo-. ¡Thomas! ¡Vuelva aquí!

Zac: ¡Newton! ¡Dé la vuelta!

Ness: ¡Thomas! ¡No me haga esto, Thomas! ¡Thomas!

Pero Thomas no podía oírlos y se alejaba progresivamente hacia el continente.

Zac: ¡Ese bastardo! -gritó-. ¡Estaba metido en el ajo! Victoria sabía exactamente lo que hacía, ¡y él le ha seguido la corriente!

Vanessa no recordaba haberse sentido tan mal en toda su vida. Todo cuanto había tenido que afrontar en casa, todo cuanto había dejado atrás, no era nada comparado con la sensación de haber sido manipulada. La rabia que sentía casi la paralizaba. Respiró hondo y procuró pensar con claridad.

Ness: He venido hasta aquí, he atravesado este infierno... -se limpió la lluvia de la cara y miró a Zac-. ¡Tú no puedes quedarte! No hay más que hablar.

Zac, que sentía que la lluvia le corría por el cuello, estaba pálido.

Zac: ¿Cómo que no puedo quedarme? No sé a qué has venido aquí, pero, sea por lo que sea, yo necesito quedarme en esta isla más que tú, y no tengo intención de compartirla con una... desarrapada lenguaraz y físicamente discapacitada.

Ella sacudió la cabeza, convencida de que todo aquello eran cosas de su imaginación.

Ness: No tengo por qué aguantar esto -le espetó-.

Dándose la vuelta, colocó las muletas ante ella y echó a andar por el viejo embarcadero, hacia el camino embarrado.

Zac se colocó a su lado.

Zac: Tienes razón. No tienes por qué aguantarlo. Voy a llamar a Thomas para decirle que venga a recogerte mañana.

Vanessa mantuvo los ojos fijos en los tablones mojados y después en el lodo del camino.

Ness: No tengo ninguna intención de irme hasta que se me antoje. Pero puedes llamar a Thomas y decirle que venga a recogerte a ti.

Zac: ¡De eso nada! He venido aquí buscando paz y tranquilidad y eso es exactamente lo que voy a tener.

Ness: Pues vete a buscarlas a otra parte. Está claro que conmigo no vas a tener ni paz ni tranquilidad, ni yo contigo, y no sé qué sabes tú de Victoria, pero hace años que es amiga de mi familia y estoy segura de que me dará derecho a disfrutar de su casa hasta...

Zac: ¿Derecho a disfrutar de su casa? ¡Mírate! ¡Pero si casi no puedes llegar a la puerta!

Zac no iba desencaminado. El camino estaba mojado y resbaladizo, y ella avanzaba con dificultad. Solo la rabia le hacía seguir avanzando.

Ness: Lo conseguiré -afirmó ella con decisión, luchando por mantenerse en pie en la pendiente resbaladiza-. Y, cuando esté dentro, no habrá quien me mueva de allí.

Alcanzaron los escalones de la entrada. Vanessa subió a saltos y cruzó el pórtico hasta la puerta. Zac, que había subido los escalones de dos en dos, ya estaba allí, maldiciendo.

Zac: Guardado con los huevos...

Dejó su bolsa bajo el alero del tejado, a salvo de la lluvia, puso en el suelo la caja que había llevado y empezó a rebuscar en su interior. Volvió a maldecir, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos a la carrera.

Vanessa se apoyó débilmente contra la húmeda pared de madera junto a la puerta. Apoyó la frente en la madera y sintió con alivio su frío en la piel extrañamente caliente. Notaba el resto del cuerpo frío y pegajoso. Estaba temblando y a punto de echarse a llorar. ¿Cómo podía haber salido tan mal la solución ideal? Y no podía hacerse nada al respecto, al menos hasta el día siguiente. Eso era lo peor de todo.

Claro que tal vez no fuera tan terrible. Una vez dentro de la casa, pensaba irse directamente a la cama. Le importaba bien poco que fueran solo las siete. Estaba molida y tenía frío, tal vez incluso fiebre. Zac, quienquiera que fuese, podía hacer lo que le viniera en gana; ella iba a pasarse la noche durmiendo. Al día siguiente, cuando se levantara, podría pensar claramente.

Zac subió corriendo los escalones con los brazos cargados de cajas.

Ness: No puedo creer que hayas hecho eso -gritó-. Las has traído todas apiladas. Es un milagro que no se te hayan caído en el camino. Y, entonces, ¿qué habría hecho yo?

Él echó hacia atrás la cabeza para apartarse el pelo empapado de los ojos.

Zac: Da gracias porque lo haya hecho solo. Podía haberte pedido ayuda.

Ella no estaba de humor para agradecimientos.

Ness: La llave. ¿Dónde está?

Él había dejado las cajas en el suelo y estaba revolviendo su contenido.

Zac: La estoy buscando, la estoy buscando.

Un momento después, sacó un sobre, lo abrió, extrajo la llave y abrió la puerta. Vanessa, que temía desmayarse si tenía que esperar un poco más, entró al instante cojeando. Estaba muy oscuro. Buscó a tientas el interruptor de la luz y lo encendió. De una sola mirada recorrió el espacioso cuarto de estar y la cocina abierta contigua a él. A la izquierda había un pasillo corto; a la derecha, uno más largo. Pensando que el de la derecha llevaría a los dormitorios, echó a andar en aquella dirección.

Había tres puertas abiertas. Pasó la primera y luego la segunda, suponiendo correctamente que eran las habitaciones de invitados, más pequeñas. La tercera... Pulsó otro interruptor. Ah, no se había equivocado. Era casi como se lo había imaginado: una delicia para sus ojos cansados.

Entró a trompicones, cerró la puerta de golpe con una de sus muletas y se fue derecha a la cama. No bien la alcanzó, se le doblaron las rodillas y se desplomó, dejando que las muletas cayeran al suelo. Agachó la cabeza y respiró hondo, trémulamente, varias veces. Le temblaban los miembros de debilidad, cansancio o frío, o las tres cosas juntas. Aunque el cuarto estaba helado, no tenía fuerzas para afrontar ese problema.

Con dedos temblorosos se bajó la cremallera de la chaqueta, logró librarse dificultosamente de aquella masa empapada y la tiró sobre la alfombra de retales, junto a la cama. Iba a disculparse mentalmente con Victoria por ser tan descuidada, pero se detuvo en seco. Después de lo que le había hecho, Victoria no se merecía absolutamente nada.

Se quitó con el pie la zapatilla mojada y se sacó el calentador empapado de la pierna escayolada. El yeso estaba intacto. Tocó cuidadosamente la parte que le cubría el pie. ¿Mojada? ¿O simplemente fría? Estaba bastante dura. De momento, todo iba bien.

Se dobló por la cintura, abrió la cremallera de su bolsa de lona y comenzó a revolver su contenido en busca de un pijama. Normalmente hacía la maleta con sumo cuidado, pero esa mañana, en medio de la discusión con su madre, se había limitado a arrojar las cosas dentro de la bolsa. En aquel momento estaba furiosa y cansada. Por suerte, todo cuanto había llevado era útil.

Acababa de encontrar el pijama al fin cuando la puerta del dormitorio se abrió y entró Zac. Ya se había quitado la chaqueta, los zapatos y los calcetines, pero tenía los vaqueros empapados hasta el muslo. Dejó su bolsa de loneta en el suelo, a los pies de la cama, y puso los brazos en jarras.

Zac: ¿Qué haces aquí? Ésta es mi habitación.

Vanessa comprimió el pijama contra su pecho, sobresaltada por su súbita aparición.

Ness: No he visto tu nombre en la puerta -dijo suavemente-.

Zac: Ésta es la habitación más grande -señaló la cama-. Y ésa es la cama más grande -apuntó a su pecho con el pulgar-. Y yo soy la persona más grande que hay en esta casa.

Vanessa dejó caer las manos, con el pijama y todo, sobre el regazo. Adoptó una expresión de perplejidad, lo cual no le resultó difícil, dado su estado de ánimo.

Ness: ¿Y?

Zac: Que quiero esta habitación

Ness: Pues ya está ocupada.

Zac: Entonces, desocúpala. Las otras dos habitaciones son perfectamente encantadoras.

Ness: Me alegro de que te gusten. Elige la que quieras.

Zac: Quiero ésta.

Por primera vez desde que había entrado en la habitación, Vanessa miró a su alrededor. Dos de las paredes eran casi por entero de gruesos paneles de cristal que sin duda ofrecerían una vista espectacular a la luz del día. La enorme cama de armazón de bronce se alzaba contra la tercera pared; en la cuarta se abría la puerta, flanqueada por aparadores bajos de estilo colonial. En el otro extremo se veía la guinda del pastel: una enorme chimenea elevada. Sobre todo ello dominaba el cálido resplandor de la lámpara de la mesita de noche.

Vanessa miró a Zac directamente a los ojos.

Ness: Yo también quiero ésta.

Zac, que nunca se había visto en una situación semejante, se quedó paralizado ante su determinación. Todo le había parecido más fácil cuando ella chillaba. Su resolución, por extraño que pareciera, resultaba mucho más amenazante. Vanessa, o como se llamara, sabía lo que quería. Pero, por desgracia, él quería lo mismo.

Zac: Mira -comenzó a decir, refrenando cuidadosamente su ira-, esto es absurdo. Yo necesito esta cama solo por su tamaño. Mido un metro setenta y nueve, y tú ¿cuánto? ¿Un metro cincuenta y cinco o un metro cincuenta y ocho? Estaré muy incómodo en cualquiera de las otras habitaciones. Todas tienes camas pequeñas.

Ness: Mido un metro sesenta, pero eso no importa. Tengo una pierna rota. Yo también necesito más espacio..., además de una bañera. Por lo que me han dicho, el baño principal es el único que tiene bañera. Yo no puedo ducharme. Bastante tengo con darme un baño.

Zac: Inténtalo -le espetó-.

Ness: ¿Cómo has dicho?

Zac: He dicho que lo intentes.

Ness: ¿Intentar el qué?

Zac: Darte un baño.

Ness: ¿Y qué se supone que significa eso?

Zac: ¿Tú qué crees? -preguntó retóricamente-. Que estás mugrienta.

No había podido resistirse. Había intentado razonar con ella, y ella le había dado la vuelta a sus argumentos en provecho propio. Aquello la disgustaba, sobre todo porque no tenía intención de ceder en lo que concernía a la habitación principal.

Ella miró su calentador naranja cubierto de barro y apartó asqueada la lana empapada.

Ness: Por supuesto que estoy mugrienta. Fuera hay barro y ese barco no estaba muy limpio que digamos -alzó la cabeza con los ojos centelleantes-. Pero no tengo por qué disculparme. Mírate. ¡Tú también estás hecho un asco!

Zac no tuvo que mirarse para saber que ella tenía razón. Se había puesto sus vaqueros más viejos y cómodos y un grueso jersey, y si ella pudiera ver la camiseta que llevaba debajo... El tormentoso trayecto también le había pasado factura a él.

Zac: Me importa un bledo el aspecto que tenga -gruñó-. Eso pretendía viniendo aquí. Por una vez en mi vida, voy a hacer lo que me dé la gana, cuando me dé la gana y donde me dé la gana. Empezando por esta cama.

Vanessa apretó los dientes y agarró las muletas.

Ness: Por encima de mi cadáver -masculló, pero había perdido casi todo su ímpetu. Las pocas fuerzas que había reunido para plantarle cara a Zac se habían disipado. Se echó el pijama sobre el hombro y se levantó-. Tengo que ir al baño. Ha sido un día muy largo.

Zac la vio entrar a trompicones en el baño y cerrar la puerta. De nuevo deseó que ella se pusiera a gritar. Cuando hablaba con calma, cansinamente, sentía lástima por ella. Parecía agotada.

Pero él también, ¡maldita sea!

Agarró la bolsa que había dejado a los pies de la cama y la dejó donde Vanessa había estado sentada. Recogió la chaqueta empapada de Vanessa por la solapa y su bolsa de lona por el asa y llevó ambas cosas por el pasillo hasta la habitación de invitados que le pareció más femenina.

Ella captaría la indirecta. Con un poco de suerte, estaría demasiado cansada para seguir discutiendo. O eso, o iría tras él en cuanto saliera del baño y discutirían un rato más.

Zac suspiró, cerró los ojos y se frotó la frente dolorida. Aspirina. Necesitaba una aspirina. No. Necesitaba una copa. No. Lo que de verdad le hacía falta era comer. Hacía mucho que había desayunado, y a mediodía se había comido en sesenta segundos un Whopper en un Burger King de la carretera.

Se paró un momento en el vestíbulo principal para ajustar el termostato de la calefacción y regresó a la cocina, donde había dejado apiladas las cajas de comida. Suficientes provisiones para dos, pensó secamente. Debía haber empezado a sospechar al ver que Thomas seguía sacando cajas. Pero llovía mucho y estaba oscuro, y no se había dado cuenta. Tenían mucha prisa. Había pensado, sencillamente, que la chica volvería a embarcar cuando acabaran.

Pero se había equivocado. Se pasó los dedos por el pelo, miró las cajas y comenzó a vaciarlas. Poco después había puesto a calentar una lata de sopa y estaba atareado haciéndose un enorme sándwich de jamón y queso.

La cocina era confortable y moderna, aunque pequeña, y disponía de todas las comodidades que él tenía en casa. No había esperado menos de Victoria. En lo que se refería a las instalaciones de la casa, al menos. Lo que no esperaba era que le buscara compañía a la fuerza, sobre todo teniendo en cuenta que le había dicho que necesitaba estar solo.

¿Qué demonios la había impulsado a gastarle aquella broma pesada? Claro que él ya lo sabía. Lo sabía perfectamente. Victoria llevaba años intentando emparejarlo.

«¿Por qué ahora, Victoria? ¿Por qué ahora, cuando mi vida es un completo desastre?».

La casa estaba en silencio. Eso le extrañó cuando acabó de comer y de recoger la cocina. Seguramente Vanessa ya habría acabado de usar el cuarto de baño. Pero él no había oído correr el agua de la bañera. Ni había oído el golpeteo sordo de las muletas en el pasillo. Las posibles implicaciones de aquel silencio le desagradaban, de modo que se dirigió a la pequeña habi¬tación en la que había dejado las cosas de Vanessa. Estaba vacía. Enojado, recorrió el pasillo hasta el dormitorio principal.

Zac: Maldita sea -exclamó, deteniéndose bruscamente en el umbral-.

Ella estaba en la cama, al otro lado de la bolsa de Zac. ¡Estaba en su cama!

Sus pies golpearon con fuerza el suelo de madera cuando cruzó la habitación y se detuvo sobre la alfombra, del lado de la cama que ocupaba ella.

Zac: ¡Eh, tú! ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Ella era poco más que una serie de pequeños bultos bajo el cubrecama. Ninguno de los bultos se movía. Tenía el edredón subido hasta la frente. Solo se le veía el pelo, de color negro, sobre la almohada.

Zac: ¡No puedes dormir aquí! ¡Ya te lo he dicho! -aguardó. Ella profirió un leve gemido y movió lo que parecía su pierna buena-. Tienes que levantarte, Vanessa -gruñó-. He llevado tus cosas al otro cuarto.

Ness: No puedo -contestó con voz débil y amortiguada-. Estoy... muy cansada y... tengo... mucho... frío...

Zac miró indefenso hacia el techo. «¿Por qué a mí? ¿Por qué aquí y ahora?». Bajó la mirada hacia aquel amontonamiento de bultos.

Zac: Yo no puedo dormir en las otras camas. Ya hemos pasado por esto.

Ness: Mmm.

Zac: Entonces, ¿vas a cambiarte?

Hubo una larga pausa. Zac se preguntó si se habría quedado dormida. Al fin, de debajo del cubrecama surgió un sonido apenas audible.

Ness: No.

Él comenzó a maldecir otra vez y se pasó nerviosamente una mano por el pelo mientras miraba el abultamiento de la cama. Podía moverla él. Podía levantarla y llevarla al otro cuarto.

Ness: No intentes moverme -le advirtió el bulto-. O gritaré que me estás violando.

Zac: No te oirá nadie.

Ness: Pues llamaré a Thomas. Armaré un escándalo que no te puedes ni imaginar.

Violación. Qué amenaza más estúpida. ¿O no? Estaban los dos solos en la casa. Sería la palabra de ella contra la de él, y las violaciones en el transcurso de una cita estaban a la orden del día. Si se empeñaba cruelmente, ella podía montar un verdadero escándalo. Y un escándalo de ese tipo era lo último que le hacía falta en ese momento de su vida.

Furioso y frustrado, Zac dio media vuelta y salió de la habitación. Al llegar al cuarto de estar, se tiró en el sillón más cercano y se quedó pensando. Llamó de todo a Victoria, a Thomas y por último a la mujer que yacía en su cama. Por desgracia, todos los insultos del mundo no bastaban para cambiar sus circunstancias inmediatas.

Estaba molido y sin embargo por su sangre circulaba suficiente adrenalina como para mantenerlo despierto durante horas. Necesitaba hacer algo. Se levantó bruscamente y acercó una cerilla a las astillas cuidadosamente colocadas bajo los leños de la chimenea. Al cabo de unos minutos, el fuego comenzó a crepitar. Aquello lo reconfortó en parte. Pero más lo reconfortó aún la botella de Chivas Regal que encontró en el bar. Unos pocos tragos revigorizantes y comenzó a sentirse mejor; unos pocos más y su rabia se disipó lo suficiente como para permitirle pensar.

Dos horas después, se sentía mucho más tranquilo de lo que hubiera imaginado. Entró en el despacho que daba al pasillo más corto y observó las instrucciones pegadas junto a la radio tierra-mar. Pan comido.

Desgraciadamente, nadie respondió en casa de Thomas.

«Bastardo. De acuerdo, Efron. Tal vez no haya vuelto aún. A fin de cuentas, sigue lloviendo y el hombre habrá tenido que volver a oscuras. No pasa nada. Mañana estará allí. Y mientras tanto...».

Zac amontonó las ascuas, volvió tranquilamente al dormitorio principal y comenzó a desvestirse. «Que grite lo que quiera», declaró su cerebro aturdido.

Vestido únicamente con los calzoncillos, apagó la luz, se sentó a su lado de la cama y se tumbó.

Zac: Ah...

La cama era firme, las sábanas limpias. Le habría parecido que estaba en su propia cama de no haber sido por el leve olor a humo que impregnaba el aire de un sabor campestre. La lluvia tamborileaba rítmicamente en el tejado, pero eso también resultaba agradable. Y más allá se extendía un dulcísimo silencio.

Estaba en una isla remota, lejos de la ciudad y de su ajetreo. Respiró hondo, sonrió, ladeó la cabeza sobre la almohada y pronto cayó profundamente dormido.




¡Por el amor de Dios, Efron! ¡Sé un caballero y déjale la habitación a Vanessa! La pobre está coja y echa una mierda XD

Menuda vista tendrá Vanessa cuando despierte y vea quien tiene al lado XD

¡No os lo podéis perder! ¡Comentad y el domingo capi!

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Son capitulos muy largos y eso me gusta
Zac es malo y nada caballeroso con ella
Espero que cambie
Vanessa esta bien? Creo que después de todo
Si tenía fiebre
Ya quiero seguir leyendo esta gran novela
Me gusta mucho la forma en que los 2 se detestas
Espero que muy pronto veamos como sufre uno por el otro
Sube printo
Saludos

Unknown dijo...

Como se detestannn! Menos mal que del odio al amor hay un solo paso.

Y Zac es muy malo con la pobre Ness ya que ella anda quebrada. Zac debería cambiar de actitud y ser más comprensivo.
Me encanto el capi!!!!

Sube prontooooo

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