topbella

jueves, 26 de febrero de 2015

Capítulo 1


Era una noche oscura, más bien negra. Lo cual, unido al cielo tenebroso, a la lluvia torrencial, a la carretera estrecha y a los problemas que le rondaban incesantes en la mente, impidió que Zac Efron distinguiera la moto que resbaló al tomar la curva hasta que la tuvo prácticamente encima. El coche dio un brusco viraje hacia la cuneta y Zac puso el freno con rapidez y destreza, pero ya era demasiado tarde. Al cabo de unos instantes estaba fuera del coche corriendo hacia donde yacía el motociclista.

Zac: ¡Dios mío! -exclamó. Al acercarse vio el bulto de un cuerpo bajo la pesada Suzuki-. ¡Maldito crío! -Corriendo hacia él, levanto la moto y la dejó a un lado-. ¿Estás bien? -preguntó agachándose junto al joven, quien estaba intentando levantarse-. ¡Espera! ¡Ten cuidado! ¡Si te duele, no te muevas!

Un rápido examen del cuerpo tumbado sobre la cuneta le hizo cerciorarse de que no había señales de heridas graves ni de sangre, y tampoco parecía haber ningún hueso roto. Cuando la mano temblorosa del accidentado intentó desabrochar la tira del casco, Zac se adelantó, la desabrochó y levantó el visor. Conteniendo la respiración, se paró, mirando atónito la cara descubierta de una mujer.

Aquella cara era la más delicada y pálida que había visto en su vida.

Zac: ¡Dios mío! -exclamó, esta vez en un susurro-.

Por puro instinto, apartó los mechones de pelo negro que cubrían la cara dejando que la lluvia la hiciera volver en sí. Con el corazón latiendo fuertemente, vio cómo los ojos parpadeaban y luego se abrían aturdidos.

Ness tardó en darse cuenta de dónde estaba. Aturdida, parpadeó de nuevo. El mundo era una mezcla de luces y oscuridad; las sombras de los árboles, los focos de un automóvil, el cielo encapotado. Iba de vuelta a casa cuando la rueda delantera chocó contra algo, haciendo que la moto resbalara y cayera. Volvió la cabeza hacia la figura que estaba de rodillas junto a ella. Después, una vez recuperado el sentido bajo las continuas gotas de lluvia que le bañaban la cara, intentó ponerse en pie.

Zac: ¡Espera! -le ordenó la negra figura que estaba junto a ella poniéndole una mano en el hombro-. Quizá no debieras...

Ness: ¡Estoy bien! -protestó ignorando las punzadas de dolor que sentía por todo el cuerpo-.

Moviéndose con cautela, quiso comprobar su estado. Los brazos estaban bien y las piernas también, pero cuando trató de sentarse más cómodamente, no pudo contener un gemido de dolor.

Zac: ¿Te duele algo? -preguntó mientras le examinaba una pierna con las manos-.

Tras comprobar que no había ningún hueso fuera de lugar, pasó a repetir la operación en la otra.

Ness: Me duele todo -murmuró jadeando al darse cuenta de la gravedad del accidente-.

¡Había estado a punto de matarse! Si hubiera estado unos centímetros más hacia la izquierda hubiera chocado contra el coche de frente. Sintiéndose de repente oprimida por el casco y a punto de desmayarse, hizo un esfuerzo sobrehumano para quitárselo. La lluvia, que había sido su enemigo unos minutos antes cuando volvía de North Tisbury se convirtió en algo refrescante. Apenas consciente de los brazos que la sujetaban, apoyó la cabeza contra el pecho masculino mientras recobraba el equilibrio.

Zac: No parece que haya ningún hueso roto -dijo la voz más bruscamente-.Y nos mojaríamos menos en mi coche. ¿Puedes llegar hasta allí?

Aturdida o no, Ness dudó. Cuanto antes siguiera su camino, mejor.

Ness: No. Quiero decir, sí. Puedo llegar hasta ahí, pero estoy bien. -Giró la cabeza sobre sí misma lentamente para relajar los músculos tensos del cuello y de la nuca-. Si me ayuda a levantar la Suzuki seguiré mi camino.

Fue el musculoso brazo que le rodeaba la cintura lo que la ayudó a mantenerse en pie.

Zac: No puedes volver a conducir esa maldita moto. Te voy a llevar al hospital.

Ness: ¡Al hospital, no! -gritó imaginando el tipo de publicidad que su visita generaría-.

En los tres años que llevaba viviendo en Vineyard había conseguido mantenerse alejada de la prensa y de la vida pública y no iba a estropearlo todo ahora.

Ness: No necesito ir al hospital. Estoy perfectamente.

Zac: ¿Perfectamente? Entonces -contestó tomándole una mano-... ¿Esto qué es?

Para su horror, aquel hombre le enseñó su propia mano cubierta de sangre. Se mareó, pero luchó por mantenerse en pie.

Ness: Es solo un rasguño. No me duele. De verdad. -Mientras susurraba las últimas palabras, se vio sentada en el asiento del coche deportivo-. Pero... mi Suzuki...

Zac: La dejaré a un lado de la carretera -refunfuñó-. Se puede recoger más tarde.

Ness: ¡La quiero ahora! En serio, estoy bien.

Sin poderse explicar la tozudez de la mujer, Zac volvió a donde estaba la moto y levantándola la llevó a un lado de la carretera.

Ness: ¡Espera! -gritó corriendo tras él-. ¿Qué tal ha quedado?

Zac: Creía que te había metido en el coche -espetó por respuesta mirándola a través de la lluvia-.

Ness logró apartar sus ojos de los de él y echó un vistazo a la moto.

Ness: Lo que peor está es la rueda de delante -comentó moviendo la cabeza-. Pero mira el resto, está lleno de rayas.

Si ella ya estaba lo suficientemente recuperada como para hablar de los daños sufridos por su moto, él también tenía algo que decir.

Zac: ¿Quieres ver rayas? Echa un vistazo a mi coche.

Atemorizada, Ness dio media vuelta. El repentino movimiento la mareó y se acercó al Maserati dando tumbos. Se apoyó en la parte delantera y pasó los dedos por las marcas que había dejado su moto en uno de los lados.

Ness: Lo siento -susurró mirando un tanto intimidada al hombre que estaba de pie junto a ella-. Yo lo pagaré.

Zac: ¡Esto es ridículo! Métete en el coche -ordenó-.

Entró en el Maserati y apoyó la cabeza contra el respaldo, dándose cuenta de lo grave que hubiera podido ser. Tan pronto como él se sentó al volante, ella giró un poco la cabeza.

Ness: Pagaré los destrozos. Lo digo en serio.

Zac: Está asegurado.

Ness: Pero ha sido culpa mía. Yo me he abalanzado contra ti.

Zac: Ahora que lo mencionas, ¿por qué ibas tan deprisa? Por si no te has dado cuenta, está lloviendo a cántaros.

Ness: No iba deprisa. Y por supuesto que sabía que estaba lloviendo. Por si no te habías dado cuenta mi moto no tiene techo -respondió sentándose derecha en el asiento-.

Él echó una ojeada a sus ropas empapadas.

Zac: Me he dado perfecta cuenta. Yo pensaba seguir seco -farfulló. Le miró la mano y sacó una toallita de la guantera-. Toma, envuélvete la mano mientras yo conduzco. ¿Dónde está el hospital más cercano?

Puso el coche en marcha y Ness se dio cuenta de que era nuevo en la isla.

Ness: Volviendo por esa carretera. Tienes que llegar hasta la calle Menemsha Cross y allí tomar la carretera hacia el sur.

Minutos más tarde, el coche iba de vuelta por donde había venido. Con la mandíbula apretada se preguntó cómo se las había arreglado para meterse en otro lío. ¿No había dejado Nueva York en busca de paz? ¿No se suponía que Martha's Vineyard era un lugar tranquilo? A pesar de que las estrechas carreteras de la isla tenían un gran encanto, bajo la lluvia eran peligrosas y había tenido que conducir con sumo cuidado. Después... el accidente con aquella joven... ¿Paz? ¡Bah!

Zac: ¿Y qué es lo que estabas haciendo en la moto con semejante lluvia? -gruñó-.

Ness: Venía de visitar a unos amigos en North Tisbury -contestó a la defensiva-.

Zac: ¿Y no tienes coche o alguien que te llevara de vuelta?

Ness: No estaba lloviendo cuando salí. Empezó de repente.

Zac: Y entonces decidiste apretar el acelerador, ¿no?

Ness: Mira -contestó enfadada-. Ya te he dicho que pagaré los desperfectos. Pero por favor, no me sermonees. Puedes estar seguro de que no choqué contra tu coche a propósito. Y también de que soy una persona responsable... y de que no necesito esto más de lo que necesitas tú -continuó recogiéndose un mechón de pelo en la cola de caballo-. No sé que pasó. He debido de pinchar en esa maldita curva.

Calló y dejó vagar la mirada en la noche. ¡Si no tuviera una imaginación tan desbordante! Pero la tenía y estaba asustada. Era obvio que había sido por la gravilla o por un clavo o un trozo de cristal. ¿Y si el incidente era un recuerdo de Emboscada en otoño? Pura coincidencia. Un simple pinchazo, eso era.

Ness: Gira a la izquierda -murmuró apartando los pensamientos de su mente-.

Zac conducía en silencio. El sonido acompasado del limpiaparabrisas era como un eco de la preocupación y la ira que sentía por aquel pasajero inesperado que no decía nada. Sin querer quitar la vista de la carretera, la miró de reojo. Estaba con el cuerpo encogido, unos cuantos mechones de pelo mojado se pegaban a la nuca, tenía las manos juntas y apretadas y los ojos fijos en el parabrisas. Esa mujer era un peligro en la carretera. La dejaría en el hospital y se olvidaría de ella.

Zac: ¿Dónde está ese hospital? -murmuró casi para sí-.

Ness: Ya casi hemos llegado. Toma el desvío de la derecha.

Su voz sonaba débil y cansada; estaba mojada y tenía frío, y lo único que quería era meterse en una bañera de agua caliente y quedarse allí durante horas. Siguió dándole las indicaciones necesarias y torció en una calle más estrecha y tortuosa que la anterior.

Zac: ¡No puedo creerlo! ¿Qué clase de lugar civilizado es este que esconden tan bien los hospitales?

Ness: No llevas aquí mucho tiempo, ¿verdad? -preguntó divertida-.

Zac: No el suficiente -respondió con sequedad. Con toda su atención centrada en la carretera, el coche llegó a una calle sin salida y tuvo que frenar-. ¿Qué diablos...? ¡Aquí no hay ningún hospital!

Volvió los ojos hacia Ness, que ya estaba saliendo del coche.

Ness: Es mi casa -contestó tranquilamente-. Gracias por traerme. Tan pronto como tengas el presupuesto para reparar los destrozos del coche avísame. Mi nombre es Ness Hudgens.

Antes de que él pudiera decir una palabra, ella cerró la puerta de un golpe seco y se dirigió corriendo hacia la puerta principal de su casa.

Zac salió del coche y cuando estaba a medio camino de la casa, la puerta se cerró tras la mujer. Parándose en seco, sin pensar en la lluvia, se quedó mirando aquella puerta. ¡Lo había engañado! Indignado, se preguntó si debía ir tras ella. Quizá debiera insistirle para que se hiciera un chequeo en el hospital; después de todo, si se había roto algún hueso o había sufrido algún tipo de daño interno, ella podría denunciarlo. Y eso era todo lo que necesitaba.

Casi admirando lo calladamente que ella lo había engañado, volvió hacia el coche. Dudaba que tuviera heridas de importancia; a fin de cuentas, cuando la había examinado no había notado nada roto ni fuera de lugar. Ni tampoco tenía miedo de que le pudiera causar ningún tipo de problemas, al contrario. Ella parecía querer dar por finalizado el incidente lo antes posible.

Aturdido, puso el coche en marcha y volvió a la carretera principal. Ness Hudgens. Ness Hudgens. Sonaba bien, a duendecillo, un poco como ella. Pequeña y esquiva. Y astuta. Hacía mucho tiempo que una mujer no le había despistado tan hábilmente como ella lo acababa de hacer. Esbozó una sonrisa de apreciación. Si Ness era un ejemplo de lo que iba a encontrar en Martha's Vineyard, su imagen de hombre controlado se iba a empañar rápidamente. Pero la idea no lo preocupó en absoluto, corno hubiera pasado en otro tiempo. Lo extraño era precisamente que no lo preocupara y que Ness Hudgens, con accidente incluido, lo hubiera hecho pensar en ello.

Le gustaba Vineyard, musitó para sus adentros al tomar la carretera del sur de nuevo. A pesar de la lluvia, era lo que andaba buscando. Aire fresco y espacio para moverse, libertad y un poco de intimidad. Nueva York era un lugar claustrofóbico, aburrido y cansado. Necesitaba un cambio. ¿Estaría pasando por una crisis de madurez? Quizá. O quizá era que estaba buscando nuevas metas en su vida. Le faltaba algo, en Nueva York, en su carrera, en su vida. Antes de que pudiera identificarlo necesitaba espacio para respirar. Bueno, suspiró mirando al cielo, eso lo tenía. Tenía la casa que había construido, desde donde se divisaba el Sound; tenía rocas, hierba y acres de colinas montañosas. Y... tenía una parte del coche cubierta de rayas que tenían que ser reparadas. Y una mujer... a quien querría domar o que ella le domara a él...


Ness: ¡Ahhh! -gritó al quitarse las botas de cuero que le oprimían los hinchados tobillos-.

Arrojándose sobre la alfombra con desmayo, se levantó y se quitó los vaqueros. Volvió a sentarse sobre el banquito del cuarto de baño, se desabrochó la blusa y la dejó caer sobre el suelo.

Quitarse el polo que llevaba debajo era otro cantar. Levantó la tela cuidadosamente sobre el pecho, tratando de no tocarse o moverse por si tenía una costilla rota. La mano le picaba increíblemente, el costado le dolía y tenía los tobillos hinchados. Movió lentamente el cuerpo y comprobó que no tenía ningún hueso roto.

Quitándose la ropa interior con sumo cuidado, se metió en la bañera y se sentó lentamente; luego, recostó la espalda con un suspiro de alivio dejando que su cuerpo flotara en el agua.

Estaba tensa, muy tensa. Conducía la Suzuki desde hacía tres años y nunca había tenido el menor percance. Era una buena conductora, y cauta. ¡Gracias al cielo que llevaba el casco puesto! ¡Gracias al cielo que el hombre del Maserati la había llevado hasta casa! Sonrió con ironía. Quizá si él no hubiera estado allí no habría necesitado que nadie la llevara a casa. Si no hubiera sido por el coche, quizá se hubiera recuperado rápidamente del patinazo. Aunque por otro lado, quizá hubiera ido a parar contra el árbol, quedando inconsciente o algo peor.

¿Quién sería aquel hombre? No sabía su nombre, pero su cara la había dejado impresionada.

Amenazador. Lúgubre y, aun con todo, amable. Recordó la mano que con gran delicadeza había buscado alguna rotura en sus piernas, el brazo que la había rodeado para ayudarla a levantarse.

Era un hombre fuerte, eso lo sabía. Y aparte de unos cuantos accesos de mal humor, la había tratado con cuidado. Cuidado. Apretó los labios. Drake no sabía lo que era tratar a nadie con cuidado. La había tomado siempre que había querido, utilizándola para satisfacer sus necesidades. Si tenía hambre, ella tenía que cocinar. Si estaba cansado, ella le tenía que preparar el baño, la cama y escuchar sus ronquidos resonando en toda la casa. Si quería hacer el amor con ella, ella tenía que estar allí siempre dispuesta y excitada para él. No, Drake no tenía ni idea de lo que era tratar a nadie con delicadeza.

Con un bufido de asco, dirigió sus pensamientos hacia cosas más felices. El esquema del libro que iba a empezar a escribir estaba ya terminado. Aquella noche había dado los últimos toques y empezaría a la mañana siguiente. Tenía seis meses para escribirlo, tiempo más que suficiente para hacerlo. Y lo cierto era que seis meses era el tiempo que ella se había propuesto, porque por contra¬to el libro no tenía que estar sobre la mesa del editor hasta bastante más tiempo que eso.

Habiéndose dedicado a escribir durante los últimos ocho años, sabía el sentimiento de inseguridad que la embargaría durante las próximas semanas. Creando a los personajes. Conociéndolos. Era un reto excitante y temido al mismo tiempo. Pero ahora ya tenía el esquema del argumento y de la narración, y hacía días que tenía a los personajes en mente, creciendo. Era hora de empezar.

A las cinco de la mañana del día siguiente, Ness estaba escribiendo en su estudio mientras afuera empezaba a amanecer. Tenía el cuerpo lleno de cardenales y le dolía, sobre todo la parte sobre la que se había caído. Pero su mente estaba despierta y preparada, y sus dedos se movían con rapidez sobre el teclado del ordenador, que reflejaba sus palabras en la pantalla que tenía ante ella.

A las nueve, se dio otro baño de agua caliente e intentó vestirse, decidiéndose al final por una bata de seda que era lo único que su dolorido cuerpo podía soportar. Tras recogerse el pelo con unas cuantas horquillas de colores, se dio un poco de colorete en las mejillas, para ocultar la palidez provocada por el accidente de la noche anterior, y se dirigió a la cocina a desayunar.

¿Qué podía tomar? Con el pensamiento perdido en lo que acababa de escribir y en lo que escribiría más tarde, abrió uno de los armarios de la cocina, y se quedó contemplando el contenido sin decidirse. El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos. Perpleja, alzó la mirada. No esperaba a nadie. Examinó las distintas posibilidades: sus amigos sabían que estaba trabajando, tampoco esperaba a ningún chico de los recados, y el correo nunca llegaba antes de las tres de la tarde. Cuando el timbre sonó por segunda vez, se encaminó despacio hacia la puerta, con el cuerpo tenso de dolor, y, al pasar por la ventana del salón, se paró. El Maserati del hombre que la había llevado a casa la noche anterior estaba aparcado delante de su puerta.

Al tercer timbrazo se movió hacia la puerta y, al agarrar el pomo, dudó. Tomando aire para darse valor, abrió la puerta.

Durante un momento se quedaron mirando el uno al otro. Él la había visto la noche anterior empapada de agua y completamente pálida. Ahora, sin embargo, su piel era tersa y brillante, su cuerpo estaba fresco y la expresión de su cara era cálida. Mechones de pelo mojados se escapaban de las horquillas y caían rebeldes sobre la nuca. Nada de la portentosa imaginación de Zac lo había preparado para lo que tenía ante sí.
Ness, por su parte, enmudeció al verlo. Tenía el pelo rubio, bien cortado y peinado, la nariz recta, la mandíbula recién afeitada y unos sorprendentes ojos azules que la miraban con intensidad. Si no la hubieran dejado sin habla sus ojos, lo hubiera hecho el brillo de su piel cálida, vigorosa e infinitamente atractiva.

Zac: ¡Hola! -dijo al fin, con voz un tanto sensual-.

Una extraña sonrisa se dibujó en los labios de Ness.

Ness: ¡Hola!

Zac: Quería asegurarme de que te habían tratado bien en el hospital.

Ness: Muy bien -repuso sin soltar el pomo de la puerta-.

Zac: Tienes un aspecto... bueno.

No podía apartar los ojos de la cara femenina y del cuerpo cubierto por la bata de seda, que dejaba adivinar las delicadas curvas que no había podido distinguir la noche anterior.

Zac: ¿No te quedan señales del accidente?

Ella le enseñó la herida de la mano.

Ness: Ya está cerrada. Estoy segura de que desaparecerá en un par de días.

Él asintió, sin saber qué decir. ¿Dónde estaba Zac Efron, el playboy al que no se resistía ninguna mujer?

Se aclaró la garganta.

Zac: Bueno, creo que es hora de que me vaya. -Giró sobre sus pies y bajó uno de los peldaños. Luego, se detuvo de nuevo y se volvió hacia ella-. He parado en mi camino para ver tu moto, pero ya se la habían llevado.

Ness: Lo sé. Ya me he encargado de ello.

Se había limitado a llamar al taller de Hank Mosby y este se había mostrado deseoso de ayudarla. Él único precio, a parte del coste de la reparación, seria esquivar de nuevo sus insinuaciones, pero ya estaba bastante acostumbrada a ello.

Zac: Ya veo -contestó impresionado por la independencia de una mujer de aspecto tan vulnerable-.

Se preguntó si habría un hombre en su vida. No llevaba anillo, de eso ya se había percatado la noche anterior. Pero quería saber más; cuando algo le interesaba, era un hombre curioso.

Ness: Bien, entonces hasta otro rato.

Ness esbozó una tímida sonrisa y asintió con la cabeza, viéndolo dirigirse hacia su coche. Vestía pantalones anchos de algodón gris, una camisa con el cuello abierto y, sobre esta, un chaleco de punto en tonos blancos y grises. Un hombre al que admirar. Un hombre al que evitar.

Por algún juego del destino la admiración ganó.

Ness: ¡Eh! -lo llamó alzando la mano. Él se volvió hacia ella y Ness enrojeció-. Tu... tu nombre -improvisó-. No me acuerdo.

Zac: No lo he dicho -replicó con una sonrisa-. Pero es Zac.

Ness: Zac -repitió asintiendo con la cabeza-.

Se miraron en silencio. Había algo que la atraía y la asustaba a la vez de aquel hombre. Sabía que tenía que dejarlo ir, pero no podía.

Ness: Estaba -repitió asintiendo con la cabeza-… Estaba a punto de prepararme el desayuno. ¿Te gustaría comer algo? ¿Un café? ¿Un par de huevos?

Él sonrió encantado.

Zac: Por supuesto.

Ness: Claro que... si tienes que ir a algún sitio...

Zac: No tengo nada que hacer en especial.

Ella dio un paso hacia atrás invitándolo a entrar. Entre vacilante y nerviosa, cerró la puerta.

Zac: Tienes una casa muy bonita -comentó mirando a su alrededor-.

La casa, como tantas otras en la isla, tenía un enorme salón con una chimenea a la derecha y dos ventanales a la izquierda. También constaba de una gran cocina, tres habitaciones y un estudio.

Zac: Te gusta el blanco, ¿verdad?

Las paredes y los muebles eran blancos, el suelo de madera de roble, y Ness había añadido unas notas de color con los cojines, las alfombras y las cortinas, todo en tonos crema y rosa que daban a la casa un ambiente de relax.

Ness: No es difícil adivinarlo.

Zac: Me gusta -contestó mirándola con ojos cálidos-.

Aquella mirada le produjo un hormigueo y se dio cuenta de la ropa que llevaba, o que no llevaba. A pesar de que la bata tenía el cuello alto y caía casi hasta sus pies, era todo lo que llevaba puesto.

Ness: Será mejor que vaya a cambiarme -balbuceó-. No estaba esperando a nadie.

Se dirigió hacia las escaleras, pero él se lo impidió agarrándole la mano.

Zac: No lo hagas.

Lo miró, atónita ante la intensidad de su mirada.

Zac: Estás bien así -prosiguió suavemente-.

Hubiera deseado decirle algo sobre la caída de la bata sobre su cuerpo, o que a él le gustaban las mujeres suaves y aseadas, o algo tan simple como lo sexy que estaba con aquella ropa.

Extrañamente, aquellas palabras no salieron de sus labios. Se limitó a soltarle la mano.

Zac: Quiero decir que no quiero molestar. Ya es bastante que me tengas que invitar a desayunar.

Ness: Si lo hago es porque quiero -aseguró con las mejillas encendidas. Esta vez se dirigió a la cocina y abrió la puerta de la nevera mirando lo que había en su interior-. ¿Qué quieres tomar?

Zac: Café. Un par de huevos. Zumo. Lo que quieras, lo que tú vayas a tomar. Sea lo que sea, será un placer.

Ness: ¿No sueles desayunar? -preguntó extrañada-.

Zac: No soy muy buen cocinero.

Ni tenía que serlo. Todas las mujeres con las que había estado sabían cocinar y les había dejado a ellas esa tarea. Sin embargo, desde que estaba en Vineyard había estado solo y sin nadie que cocinara para él. Si Ness Hudgens quería hacerlo...

Zac: Pero puedo intentar ayudarte en algo, si quieres decirme como.

Ella sonrió.

Ness: Está bien. Creo que puedo arreglármelas sola. ¿Por qué no te sientas y me cuentas algo mientras lo preparo?

En lugar de sentarse, rodeó la mesa y se acercó a una de las ventanas, mirando al exterior. Ness estudió el cuerpo viril, notando la elegancia, la dignidad y el control de sí mismo que reflejaba. Un hombre acostumbrado a mandar, lo último que quería en su vida. Entonces, ¿por qué diablos lo había invitado a desayunar?

Cerrando los dedos sobre el asa de la nevera, sacó unos huevos, una tarrina de mantequilla y una botella de zumo de naranja. Luego, del congelador, un paquete de salchichas congeladas. Quizá porque se lo debía; a fin de cuentas él la había ayudado la noche anterior, a pesar de lo que había hecho a su coche. Después de desayunar, él se iría y quedaría en paz.

Zac: El paisaje es precioso -comentó-. ¿Llevas viviendo aquí mucho tiempo?

Ness: Tres años.

Zac: ¿Ese es el tiempo que llevas en Vineyard?

Ness: Sí.

La panorámica era, en efecto, muy bonita. Extensiones de terreno cultivado, con arbustos y pequeños árboles y, a intervalos, vallas de piedra que separaban unas propiedades de otras.

Zac: Me han dicho que, en otro tiempo, esto solían ser tierras de cultivo pertenecientes a pequeñas granjas -siguió-.

Ness: Sí, eso tengo entendido -contestó batiendo media docena de huevos-. Y creo que había muchas ovejas y otros tipos de ganado pastando libremente por el campo. Seguramente era muy bonito entonces.

Zac: Es muy bonito ahora. Desde mi casa, tengo una excelente panorámica del océano.

Ness: ¿Estás viviendo aquí ahora? -preguntó en un tono que no quería ser muy interesado-.

Zac: Desde hace un par de semanas.

Ness: Un recién llegado.

Alcanzando las salchichas, intentó separarlas, pero estaban unidas por el hielo, y cualquier esfuerzo le provocaba dolor. Zac vio su expresión y se acercó a ella.

Zac: Déjame hacerlo.

Lo consiguió sin ningún esfuerzo, complacido al comprobar la debilidad de la mujer. Aprovechándose de que se había tenido que acercar a ella, se quedó apoyado junto a la cocina.

Zac: ¿No me dirás que tienes algo en contra de los recién llegados? -preguntó arqueando una ceja-.

Ness no tenía que alzar los ojos para sentir la ardiente mirada de Zac. Asustada, se apartó y se dispuso a poner la mesa.

Ness: ¿Has conocido al viejo Billie? -preguntó secamente-.

Zac: ¿El viejo Billie?

Ness: El grandullón que está en el muelle que...

Zac: ¿ ...que odia todo lo que provenga del continente? Sí, lo he conocido. Un tipo encantador.

Ness: Oh, no es mal hombre. Un poco receloso.

Zac: ¿Receloso? No sé. Cuando estuve en el muelle la semana pasada no dejó de contarme lo mucho que habían cambiando las cosas, que la isla no es lo que era... y se acercó a mí sin saber quién era.

Ness: El viejo Billie puede hacerlo -sonrió con cariño-. Nació en la isla y ha vivido aquí toda su vida. Es un pescador. Una atracción para los turistas, también. Creo que le gusta tanto salir a pescar como dar discursos ante todo aquel que quiera escucharlo. -Volviendo a la cocina, dio la vuelta a las salchichas y siguió batiendo los huevos, esta vez alejándose de Zac para que este no se diera cuenta de cuánto le costaba hacerlo-. Tiene sus razones -resumió, esperando distraerlo con su conversación-. Las cosas ya no son como antes. Cada verano es un poco peor que el anterior. De repente, la población se multiplica por cinco y siempre hay largas colas de gente en los mercados, las oficinas de correos y los bancos. Las carreteras están plagadas de coches y las playas y los restaurantes llenos de gente. Casi te obliga a hacer las maletas y salir corriendo.

Zac: ¿Casi?

Ness: Pero no lo suficiente -dijo con una mueca-.

Zac: Tú no te has ido.

Ness: Este es mi lugar -aseguró con simpleza-. Yo elegí vivir aquí. Puedo ir al mercado o al banco pronto por la mañana, antes de que vaya todo el mundo. El verano es crucial para la economía de la isla. Para los que vivimos aquí todo el año, es solo cuestión de acomodarnos durante esos meses. Además -añadió poniendo los huevos en la sartén-, me gustan las multitudes de vez en cuando. Dan vida y color.

La expresión de sus ojos cambió al recordar otro tipo de multitudes.

Zac: Un sitio como Nueva York es diferente -continuó-. La multitud se mueve de su casa al trabajo automáticamente, como si no fueran personas. Siempre corriendo de acá para allá. Y si eres incapaz de mantener su ritmo, estás atrapado.

Ness: ¿Tú eres de Nueva York? -aseveró-.

Zac: No originariamente, pero puesto que mi correo ha estado yendo allí durante los últimos diez años, supongo que sí, que puedes llamarme neoyorquino.

Para Ness, los neoyorquinos eran especialmente peligrosos. Apartando los ojos de él, tomó una barra de pan y un cuchillo y empezó a cortar rebanadas.

Ness: ¿Has venido para quedarte?

Zac: Si las cosas van bien, sí....

Ness: Si las cosas...

Zac: El servicio de correos, las conferencias con el continente... Oye, espero que no estés cortando todas esas rebanadas para mí. Dos es mi tope.

¡Había cortado siete!

Ness: No me he dado ni cuenta -dijo con una mueca divertida-.

¿Habría sido por Nueva York? ¿O por ese desconocido que estaba en la cocina? Confusa, se agachó para tomar otra sartén. Apretó los dientes al sentir una punzada de dolor en las costillas. Fingiendo que estaba ordenando las cazuelas, hizo tiempo para que el dolor pasara. Puso la sartén que necesitaba en la encimera y, agarrándose a ella, se levantó.

Zac: Estás un poco rígida.

Ness: Estoy bien.

Zac: Cojeabas un poco cuando entramos en la cocina.

Ness: ¡Estoy bien!

Zac: Deberías ir al médico.

Ness: ¡Maldita sea! ¡Estoy bien!

Enfadada con él por presionarla, consigo misma por estar enfadada y con su cuerpo por estar como estaba, se estiró violentamente para tomar un paquete de filtros para el café que había en la estantería más alta.

Ness: ¡Ahhhh...! -gimió sin poder contenerse-.

Zac permaneció en silencio observándola. Ness, agarrándose el brazo, mantuvo la cabeza agachada durante un instante y, luego, alzó la mirada hacia él. Con cuidado, Zac le subió la manga hasta la curva del hombro. Ness contuvo la respiración, con el corazón latiéndole fuertemente.

Cuando él habló, el tono de su voz era calmado y grave a la vez.

Zac: Creía que habías dicho que estabas bien.

Ness: Lo estoy -musitó con voz temblorosa, aterrorizada por algo que no era precisamente la herida que acababa de descubrir-.

Él estaba junto a ella. Muy cerca. Con los dedos en su piel desnuda.

Ness: Es solo una herida -consiguió balbucear, confusa y enfadada-.

Zac: Y duele -añadió levantando los ojos hacia ella-. ¿Por qué no me lo dijiste?

Ness: No es nada que te concierne.

Zac: Pero te lo he preguntado. Y soy en parte responsable.

Ness: ¡No lo eres! ¡No fue culpa tuya! ¡Yo fui quien chocó contra ti! Fue solo culpa mía.

Los dedos masculinos bajaron desde su hombro hasta el codo y, muy despacio, volvieron a subir.

Zac: Pero yo quería ayudarte -murmuró mientras le sostenía la mirada-.

Ness: No necesitaba tu ayuda.

Los ojos del hombre se fijaron en los sensuales labios femeninos.

Zac: ¿Tienes a alguien que cuide de ti?

Ness: Yo cuido de mí misma. No necesito la ayuda de nadie.

Zac: ¿Nunca?

Ness: Más o menos.

Zac: ¿Eres autosuficiente? -preguntó analizando las facciones de su cara-.

Ness: Intento serlo -susurró-.

La mano masculina le apretó el hombro y luego se deslizó bajo la seda por el cuello. Mientras le acariciaba la nuca con los dedos, el pulgar recorrió la línea de la mandíbula.

Zac: ¿Por alguna razón en especial?

Ness sintió que ardía por dentro. Algo crecía en su interior. Se sonrojó, el corazón le latía con fuerza; nunca había reaccionado así ante el contacto físico con un hombre.

Ness: Una -acertó a contestar con gran esfuerzo-. Me gusta ser autosuficiente.

Si la voz de ella estaba entrecortada, la de él tenía un tono grave y enronquecido.

Zac: ¿Pero por qué?

Ness: Por eso.

Zac: Esa es una respuesta muy esquiva -murmuró dibujando el contorno de la cara femenina con el dedo-. Tienes que tener razones.

Si las tenía, eran suyas, y apenas se sentía con fuerzas para pensar. El dedo de Zac acariciándole la barbilla, y su mirada, la hipnotizaban.

Ness: Las tengo.

Zac: ¿Quieres compartirlas?

Ness: No.

Zac: ¿Tanto duelen?

Si Ness hubiera sido totalmente consciente de la conversación, su propia transparencia la hubiera aterrorizado. Pero no era consciente. Estaba hechizada. Drogada. Incapaz de pensar más allá de los chisporroteos de fuego en su pecho, más allá de la cabeza que se acercaba, del dedo que acariciaba sus labios. No podía pensar ni protestar, solo esperar, esperar lo que le pareció una eternidad hasta que los labios masculinos rozaron los suyos.




¡Este hombre va a por todas! Bueno, en verdad solo a por una XD Acaban de conocerse y ya la besa. Creo que no hay duda sobre sus intenciones. Pero Ness podría ser un poco más cauta. ¡No lo conoces! ¡Podría ser un pirado!

En el próximo capi lo averiguaremos.

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Comentad, please!

¡Un besi!


4 comentarios:

Unknown dijo...

No se porque intuyo que Zac va a lastimar a Ness, me parece que es un poco mujeriego y la pobre Ness parece tan inocente.

Pero a pesar de eso el capi fue grandioso! Me encanto me encanto!!!!

Sube prontool

Maria jose dijo...

Gran primer capítulo de esta novela
Me gusta que zac sea tierno y se preocupe por ella
Esta novela me huele que será muy romántica
Síguela pronti por favor

Ya quiero seguir leyendo
Saludos

Katheryne dijo...

me gusto mucho el primer cap discuklpa por no opinar esto primeo besos desde Venezuela.

Katheryne dijo...

hellooooo sabes tengo algunas historias que te gustaria leer para que las adaptes si quieres mi correo para comunicarnos mejor katheryne3011@gmail.com besos.

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