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jueves, 12 de febrero de 2015

Capítulo 5


«Por nosotros». Vanessa siguió pensando en aquel brindis toda la velada, mientras permanecía sentada pensativamente ante el fuego. Continuó dándole vueltas esa noche, ya acostada, procurando ignorar la presencia del voluminoso cuerpo masculino que yacía a su lado, a menos de un brazo de distancia. Seguía pensando en ello cuando despertó a la mañana siguiente. Para entonces, ya estaba enrabietada.

Victoria les había tendido una encerrona. Vanessa siempre había odiado los enredos amorosos y había procurado evitarlos a toda costa. Nunca había estado tan necesitada como para arriesgarse a probar suerte de ese modo. Sabía que, de un modo u otro, se había sentido turbada por la presencia de Zac durante la mayor parte de aquellas treinta y seis horas, y que esa turbación le había producido una nítida tensión física.

Giró la cabeza para observar a Zac. Estaba dormido, tendido cómodamente de espaldas, con la cara hacia ella. Tenía el pelo revuelto y la barba crecida de un día más. Las negras pestañas se desplegaban en abanico sobre sus pómulos. El vello negro tapizaba ligeramente su pecho hasta donde dejaba ver el cubrecama. Un brazo sobresalía por completo de las sábanas. Vanessa lo recorrió con la mirada desde el hombro musculoso hasta la cuenca fibrosa del codo y el antebrazo salpicado de vello y la mano bien formada y extremadamente viril. Como si aquella mano la hubiera tocado, sintió que un estremecimiento la recorría.

Giró la cabeza hacia el otro lado, respiró hondo, se incorporó y pasó las piernas por encima del borde de la cama. Durante un minuto permaneció allí sentada, con la cabeza gacha recriminándose la atracción que sentía hacia Zac. Quería odiar su presencia porque había frustrado su anhelo de soledad. Pero su presencia encendía el deseo en ella. Y no quería que así fuera.

Lentamente, comenzó a girar la cabeza en semicírculo, intentando relajar los músculos agarrotados del cuello. Extendió el ejercicio a los hombros, haciendo girar uno y luego el otro. Juntó las manos tras la nuca y estiró el torso primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Dejó que su cuerpo se moviera al ritmo de una melodía que sonaba en su cabeza. Solo entonces comprendió lo que había echado de menos durante la semana anterior, y comenzó a relajarse al imaginarse de vuelta en el gimnasio, conduciendo una clase.

Zac: ¿Qué demonios estás haciendo? -gruñó ásperamente a su espalda-.

Sobresaltada, ella se giró de golpe.

Ness: Estoy haciendo ejercicio.

Zac: ¿Es necesario?

Ness: Sí. Tengo el cuerpo agarrotado.

Zac: Yo también, y eso que haces no es de gran ayuda.

Zac se había despertado al empezar ella a hacer ejercicios y la había mirado retorcerse y estirarse, observando los suaves movimientos de su pijama absurdamente grande. Y había empezado a imaginar cosas, lo cual había afectado rápidamente a su cuerpo. En otras circunstancias, habría salido de la cama como una exhalación en ese preciso instante. Teniendo en cuenta cómo estaban las cosas, no tuvo agallas para hacerlo.

Ness: Pues no mires -dijo dándole la espalda para retomar sus ejercicios-.

Era el rencor lo que la impulsaba, pero sus pensamientos mezquinos se evaporaron cuando un fuerte brazo la agarró por la cintura y la tumbó en la cama. Antes de que se diera cuenta de lo que ocurría, Zac la sujetó con fuerza y se irguió sobre ella.

Zac: Creo que conviene que dejemos las cosas claras -le advirtió con voz gutural-. Soy un hombre, y no de piedra. Si quieres tentarme más allá de mis límites, será mejor que estés preparada para las consecuencias.

A Vanessa le costaba respirar, pero no por el ejercicio. El brusco movimiento de Zac había movido el edredón, dejando al descubierto el torso desnudo de él. La calidez de su pecho llegaba hasta ella, lanzando a través de su cuerpo oleadas sofocantes cuyo calor acrecentaba la intensidad de su mirada.

Ness: No sabía que te estuviera tentando -dijo con voz débil-. Para ti, no soy más que un montón de carne. Solo eso.

Para la mayoría de los hombres, ella no había sido más que un montón de carne, carne que el ejercicio había moldeado y afinado y que, a pesar de ello, no creía en absoluto femenina. Siempre había sabido que no podía competir con las bellezas exuberantes que había por ahí, y estaba completamente segura de que Zac estaba acostumbrado a ellas. El modo en que la había mirado el primer día no había dejado duda de lo que opinaba de su cuerpo. Claro que otras veces la había mirado de un modo que...

Zac: Eres un montón de carne -dijo bajando la mirada hasta la pechera del pijama de ella-. Eso es lo que me saca de quicio. No hago más que preguntarme qué hay debajo de tanta ropa -sus ojos recorrieron el pijama antes de posarse lentamente en los ojos de Vanessa-. Puede que, si lo veo, dejes de ser una tentación. Puede que lo que haga falta sea desvelar del todo el misterio -Vanessa hizo un movimiento reflejo para intentar taparse, pero Zac tenía sujetos sus brazos y no se lo permitió-. Tal vez -continuó con voz aterciopeladamente rasposa-, debería desabrocharte esto y echar un vistazo, a ver qué escondes.

Ness: No hay mucho que ver -se apresuró a decir. Sus ojos, muy abiertos, habían adquirido una expresión de súplica que milagrosamente procuraba alejar de su voz-. Te llevarás una desilusión.

Zac: Pero por lo menos saldré de dudas, ¿no?

El corazón de Vanessa martilleaba casi visiblemente. Estaba asustada. Extraña y repentinamente asustada.

Ness: No, por favor.

Zac: ¿Que no tenga dudas o que no mire?

Ness: Ambas cosas.

Zac: Pero no puedo evitar tener dudas.

Ness: No vale la pena, te lo aseguro. Tengo un cuerpo muy corriente. Nada femenino.

Zac la miraba con creciente perplejidad. Notaba que su respiración iba entrecortándose, advertía la expresión semejante al miedo que iban adquiriendo sus ojos. Sintió que su propio deseo remitía y la soltó lenta y suavemente. Ella se apartó de él al instante y se sentó.

Zac: Yo jamás te forzaría -murmuró tras su espalda rígida-.

Ness: Yo no he dicho que seas capaz de hacerlo.

Zac: Hablabas y razonabas como si lo pensaras. Te he asustado.

Ella no dijo nada. ¿Cómo podía explicarle lo que ni ella misma entendía: que lo que temía era que no le gustara su cuerpo? Ignoraba por qué le importaba que a él no le agradara su físico.

Ness: No me has asustado.

Zac: Mientes.

Ness: Entonces, otro defecto que añadir a la lista -recogió atropelladamente las muletas y consiguió ponerse en pie-. Tengo hambre -gruñó, y echó a andar hacia la puerta-.

Zac: Yo también -contestó provocativamente-.

Ness: ¡Peor para ti!


Vanessa se hizo ella misma el desayuno gracias a que encontró en la nevera yogur y queso fresco. Aguardó en el despacho hasta que oyó a Zac entrar en la cocina y luego se retiró al otro extremo de la casa para darse un baño.

Al fin salió vestida con la misma sudadera verde y holgada que se había puesto para el viaje. Esta vez, se había puesto unos pantalones de chándal grises y, aunque ambas prendas no desentonaban, le sentaban peor que el chándal del día anterior.

No deseaba encontrarse cara a cara con Zac y se puso a recoger el dormitorio. Tardó en hacer la enorme cama saltando a pata coja de un lado a otro, pero por una vez agradeció el contratiempo. Después, deshizo su bolsa de viaje, no porque hasta entonces no hubiera tenido decidido quedarse, sino porque no había tenido fuerzas para ponerse a ello. Sí, se sentía más fuerte, y eso le reportaba cierta satisfacción. También encontró cierto placer en colocar sus libros, su radiocasete y sus cintas encima de una de las dos cómodas. Zac había puesto sus cosas sobre la otra. Ella solo estaba reclamando sus derechos.

Fingiéndose atareada en la limpieza, se acercó a la otra cómoda y limpió a regañadientes las cosas de Zac. Éste había llevado varios libros, una mezcla de ficción y no ficción envuelta en un argumento de una clase u otra. Junto a ellos había una funda de la que sobresalían unas gafas de montura de pasta. Gafas de montura de pasta. Vanessa sonrió.

Completaban el montón de encima de la cómoda unas cuantas monedas dispersas, una desgastada cartera de cuero y un llavero que contenía numerosas llaves, además de las de su coche. Vanessa se preguntó qué abrirían aquellas llaves, dónde estaba la oficina de Zac y cómo era, y dónde se hallaba su casa.

Entró rápidamente en el cuarto de baño y limpió el lavabo, la ducha y el espejo de encima del lavabo. Había puesto sus escasas cosas a un lado del armario. Llena de curiosidad, abrió el otro lado. En la estantería de arriba había algunas cosas que le parecieron de Victoria. Más abajo, tras varios estantes vacíos, había más pertenencias personales: un peine, un cepillo, un tubo de dentífrico y un cepillo de dientes.

Las cosas de Zac, el cual viajaba ligero de equipaje. No había rastro de cuchillas de afeitar. Estaba claro que planeaba estar solo.

Curiosamente, Vanessa se sintió mejor. Saber que Zac estaba tan poco avisado de la presencia de una mujer en la isla como ella de la presencia de un hombre resultaba tranquilizador. Aunque, por otra parte, ¿qué habría llevado ella de haber sabido que tendría compañía? ¿Maquillaje? Aparte de rímel, colorete y brillo de labios, ella rara vez se pintaba. ¿El secador de pelo? Tampoco solía usarlo. ¿Colonia? ¡Ja!

¿Y qué habría llevado Zac?, se preguntaba.

Cerró el armario con un golpe seco, regresó a la habitación y, al mirar a su alrededor, descubrió que allí había poco que limpiar. Podía tumbarse en la cama y ponerse a leer, o sentarse en el diván junto a la ventana y hacer punto. Pero eso habría sido tanto como esconderse, y no pensaba hacerlo.

Desanimada, miró hacia la ventana. Aún seguía lloviendo. El día era gris, oscuro y amenazador. En otras circunstancias, ella no se habría dejado intimidar por la lluvia; se habría abrigado bien y habría dado un paseo. Pero recordaba vivamente lo arriesgado que era maniobrar con las muletas entre el barro y las piedras. No estaba dispuesta a intentarlo otra vez.

Eligió un libro de los que había llevado, se lo puso bajo el brazo junto a la muleta, respiró hondo y se dirigió al cuarto de estar. Zac estaba allí, tirado en el sofá, perdido en sus pensamientos. No alzó la mirada hasta que Vanessa se arrellanó en un sillón y entonces le lanzó únicamente una mirada fugaz.

Ella lo ignoró resueltamente. Abrió el libro, una novela romántica contemporánea, y comenzó a leer. Releyó pacientemente la primera página tres veces antes de sentirse justificada para pasar a la segunda. Por fin empezaba a meterse en la historia cuando Zac apareció de pronto junto a su hombro.

Ella bajó el libro y giró la cabeza ligeramente, no tanto como para mirarlo, pero sí para indicarle que había advertido su presencia.

Ness: ¿Pasa algo? -preguntó tranquilamente-.

Zac: Solo me preguntaba qué estabas leyendo -dijo con la misma tranquilidad. Ella marcó la página con un dedo y cerró el libro para que él pudiera ver la portada-. ¿Está bien?

Ness: Aún no lo sé. Acabo de empezar.

Zac: Si un libro no te engancha en las primeras páginas, ya no te engancha.

Ness: Eso no es necesariamente cierto -objetó-. En algunos libros tarda uno más en meterse.

Él dejó escapar un gruñido y se alejó. Vanessa oyó un ruido metálico, otro gruñido, más alto esta vez, y, seguidamente, una maldición que le hizo girar la cabeza.

Zac: Maldita sea. ¿No puedes quitar las muletas de en medio? -tenía una mano apoyada en el brazo del sillón de Vanessa y con la otra se tocaba el dedo gordo del pie-.

Ness: Si llevaras zapatos, no te habría pasado.

Zac: No sé por qué voy a ponerme zapatos en mi casa.

Ness: Ésta no es tu casa.                                    

Zac: Es mi casa de vacaciones, entonces.          

Ness: Oh, vamos, por favor, Zac, ¿qué pretendes que haga? ¿Dejar las muletas en la otra habitación? Eres tú quien me ha insistido en que las usara.

Él no se molestó en contestar. Apoyó el pie en el suelo y pisó cautelosamente. Luego, se incorporó y se acercó cojeando a la ventana. Metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón vaquero, levantándose el largo jersey que le cubría las nalgas. El jersey, negro y estrecho, enfatizaba sus hombros anchos y fuertes y sus caderas estrechas. Vanessa se preguntó si se lo habría puesto a propósito. Fijó de nuevo los ojos en el libro y leyó otras dos páginas antes de que él volviera a interrumpirla.

Zac: Qué asco de día -comentó desde la ventana-.

Ella bajó el libro.

Ness: Sí.

Zac: Y ya van dos seguidos.

Ness: Tres.

Zac: Dos desde que estamos aquí.

Ella transigió.

Ness: Está bien. Dos seguidos -volvió a tomar el libro. Varias páginas después, alzó la cabeza y vio que Zac la estaba observando-. ¿Pasa algo?

Zac: No.

Ness: Pareces aburrido.

Zac: No estoy acostumbrado a esta inactividad.

Ness: ¿No tienes nada que hacer? -él se encogió de hombros y se volvió hacia la ventana-. ¿Qué harías en casa un día de lluvia?

Zac: Trabajar.

Ness: ¿Hasta en fin de semana?

Zac: Sobre todo en fin de semana. Es cuando puedo poner al día todo lo que no tengo tiempo de hacer durante la semana.

Por lo menos, así había sido durante años, pensó. Claro que, cuando uno perdía clientes a diestro y siniestro, aumentaba forzosamente su ociosidad.

Ness: Debes de tener un bufete muy prestigioso -comentó, y la sorprendió que él la mirara con enojo-. Pretendía hacerte un cumplido.

Él agachó la cabeza y se frotó la nuca.

Zac: Lo sé. Lo siento.

Vanessa miró su libro y se dio cuenta de que no podría leer mientras Zac permaneciera allí de pie. Era un alivio para ella que no hubiera hecho ninguna referencia a lo ocurrido esa mañana, y se preguntaba si él también lamentaba aquel incidente. Si así era, pensó Vanessa, tal vez tuviera un ánimo complaciente. Aquel era tan buen momento como otro cualquiera para iniciar una conversación.

Ness: ¿De qué conoces a Victoria? -preguntó en tono tan espontáneo como pudo-.

Zac: Nos presentó un amigo común hace varios años.

Ness: ¿Eres de la ciudad?

Zac: Depende de a qué ciudad te refieras.

Por tener la fiesta en paz, Vanessa procuró refrenar su impaciencia.

Ness: Me refiero a Nueva York.

Zac: No -había vuelto a mirar por la ventana y Vanessa pensaba ya que tendría que sonsacarle, cuando él le ofreció la información que estaba buscando-. Soy de Hartford.

Vanessa esbozó una sonrisa burlona. No pudo resistirse.

Ness: Ah, Hartford, esa excitante pequeña metrópolis... El año pasado fui a un concierto allí con unos amigos. Las butacas eran espantosas, el cantante tenía la gripe y cuando volvía a casa se me pinchó una rueda.

Zac se giró lentamente.

Zac: Está bien. Me lo merecía.

Ness: Sí, en efecto. Y da gracias porque no haya menospreciado a toda la ciudad.

Él no estaba seguro de que le hubiera importado. En aquel momento, sentía que todo Hartford estaba contra él.

Zac: No siento una lealtad ciega por la ciudad. Veo perfectamente sus defectos.

Ness: ¿Como cuales?

Zac: Su santurronería. Su provincianismo.

Ness: ¿Hartford?

Zac: Sí, Hartford. Ciertos círculos son muy cerrados.

Ness: ¿Y no puede decirse lo mismo de cualquier ciudad?

Zac: Supongo que sí.

Él se apartó distraídamente de la ventana y regresó al sofá. Vanessa se lo tomó como una señal de que estaba dispuesto a hablar.

Ness: ¿Hace mucho que vives allí?

Zac: Desde que empecé a ejercer.

Ness: Dijiste que estudiaste en Boston. ¿En la universidad o en el instituto?

Zac: Ambas cosas.

Ness: Así que ¿fuiste de Westchester a Boston y de allí a Hartford?

Él había adquirido una expresión de divertida indulgencia.

Zac: Entre Boston y Hartford pasé una temporada en San Diego. En la Marina. En la división JAG.

Ness: Ah. O sea, que no fuiste a Vietnam.

Zac: Exacto -había arqueado una ceja, como si esperara que ella lo criticara por no haber participado en el combate.

Ness: Eso me parece muy bien -dijo tranquilamente-. Hiciste algo, cosa que no puede decirse de la mayoría.

Zac: Mis motivos no fueron precisamente altruistas. Me habrían reclutado si no me hubiera enrolado voluntariamente.

Ness: Podrías haber huido a Canadá.

Zac: No.

Su firmeza hablaba por sí sola. Zac había sentido que tenía una responsabilidad con su país. Vanessa respetaba su actitud.

Zac: ¿Cómo te rompiste la pierna? -preguntó de repente-.

La expresión de Vanessa se tornó amarga.

Ness: No preguntes.

Zac: Ya lo he hecho.

Ella le sostuvo la mirada y dudó un momento. Él se había mostrado dispuesto a hablar. Tal vez ella debiera hacerlo también. En cierto modo, parecía infantil seguir dándole evasivas. Le lanzó una mirada desafiante.

Ness: Me caí por las escaleras.

Él levantó una mano, atajando la mirada fija de Vanessa y su tácito desafío.

Zac: Vale, vale. No voy a reírme.

Ella apartó la mirada y clavó los ojos en el suelo, con el ceño fruncido.

Ness: Te reirías si supieras toda la historia.

Zac: Ponme a prueba. ¿Qué ocurrió?

Ella misma se lo había buscado, pero, extrañamente, no se arrepentía. De pronto se dio cuenta de que le apetecía contárselo. Si se reía, tendría una razón para gritarle. En cierto modo, discutir con él era más seguro que... que lo que había pasado esa mañana.

Respiró hondo y lo miró de nuevo.

Ness: Me resbalé con una revista, me enganché el pie en la barandilla y me rompí la pierna por tres sitios.

Él aguardó expectante.

Zac: ¿Y? Habrá algo más. Aún no me estoy riendo.

Ness: Antes me preguntaste cómo me gano la vida -tomó aire-. Enseño aeróbic.

Los ojos de Zac se agrandaron ligeramente.

Zac: Ah. Y ahora no puedes trabajar.

Ness: ¡Eso es lo de menos! Yo siempre he hecho deporte. Se supone que soy superágil. ¿Tienes idea de lo humillante que es haberse resbalado pisando una revista?

Zac: ¿La revista lo merecía? -preguntó muy serio-.

Ness: ¡Eso no importa! Lo que importa es que se supone que yo no tengo que caerme por las escaleras. Y, si me caigo, he de hacerlo con elegancia, solo con un moratón o dos de los que presumir -miró enfurruñada su pierna-. ¡Y no con una grotesca escayola!

Zac: ¿Qué tal tienes la pierna, por cierto?

Ness: Bien.

Zac: ¿No te molesta el sudor?

Ness: Me duele el muslo del peso de la escayola, y las axilas de apoyarme en las muletas.

Zac: Te encontrarás mejor con el tiempo. ¿Cuánto tiempo tienes que llevar la escayola?

Ness: Otras cinco semanas.

Zac: Y luego, ¿quedarás como nueva?

Vanessa se sintió desalentada.

Ness: Ojalá lo supiera. El médico no me prometió nada. Podré andar, claro. Pero enseñar... -su encogimiento de hombros parecía tan elocuente como su mirada de preocupación-.

Zac se dio cuenta, sorprendido, de que sentía su dolor. ¿Acaso no se parecía al suyo propio? A fin de cuentas, su futuro también pendía de un hilo. Inclinándose hacia delante, apoyó los codos sobre los muslos.

Zac: Podrás volver a enseñar, Vanessa. Si lo deseas, seguro que lo conseguirás.

Ness: Claro que lo deseo. Tengo que trabajar. Bueno, no es una cuestión de dinero. Es una cuestión de supervivencia emocional.

Él también comprendía aquello.

Zac: Tu trabajo significa mucho para ti.

Era una afirmación, no una pregunta, y Vanessa prefirió dejarla colgada en el aire. No quería hablar del tema de Hudgens Enterprises, que era mucho más complejo y personal. Además, Zac era abogado de empresa. Seguramente, se pondría del lado de ellos.

Ness: En fin -dijo al fin-, supongo que no puedo hacer nada más que esperar.

Zac: ¿Qué harás mientras tanto?

Ness: Quedarme aquí tanto tiempo como pueda.

Zac: ¿No tienes nada más que hacer en Providence mientras se te cura la pierna?

Ness: No, nada que me importe.

A Zac le extrañó su tono agrio, pero no dijo nada al respecto.

Zac: ¿Qué pensabas hacer aquí? Además de leer.

Ella se encogió de hombros, con el ceño todavía fruncido.

Ness: Relajarme. Hacer punto. Escuchar música. Inventar ejercicios nuevos... Puede que sea una pérdida de tiempo si no puedo volver a enseñar, pero supongo que tengo que mantener la esperanza.

Zac: Todo eso podías haberlo hecho en Providence. Imagino que, teniendo la pierna rota, estarías más cómoda allí. Debió de costarte mucho esfuerzo venir en coche hasta aquí y, si Thomas te hubiera dejado sola en el embarcadero, las habrías pasado canutas intentando traerlo todo a la casa.

Ella frunció aún más el ceño.

Ness: Thomas sabía lo que hacía. Tú estabas aquí. Si no, seguramente me habría ayudado él.

Zac: Aun así, venir corriendo aquí el día que te dieron el alta... ¿Por qué tanta prisa?

Ness: Por el teléfono, por mi familia... Ya era difícil de aguantar cuando estaba en el hospital. ¡Tenía que largarme!

Zac: ¿Todo eso solo porque te sentías avergonzada?

Vanessa sabía que estaba a punto de contarle toda la historia. ¿Quién demonios era Zac Efron para husmear así en sus asuntos? Ella no le había preguntado por qué había estado tan de mal humor desde el primer día.

Ness: Digamos que tengo una familia difícil -concluyó, y apretó la boca con fuerza-.

Entre eso y la mirada que le dirigió, quedó claro que no quería seguir hablando.

Zac captó la indirecta. Seguía teniendo curiosidad, pero había tiempo. Tiempo para... muchas cosas.

Ella volvió a abrir el libro y empezó a leer por donde lo había dejado, pero no podía concentrarse. Estaba pensando en su familia, preguntándose qué podía cambiar durante su estancia en Maine que mejorara la situación cuando volviera. Por el rabillo del ojo vio que Zac se levantaba, caminaba sin rumbo por la habitación y volvía a sentarse. Cuando un minuto después volvió a levantarse, ella suspiró.

Ness: Decide qué quieres hacer, por favor. No puedo leer con un yoyó humano en la habitación.

Él no dijo nada, pero salió del cuarto. Regresó momentos después, se tumbó cuan largo era en el sofá y abrió un libro. Leyó la primera página, pasó ruidosamente a la última y luego comenzó a hojear el volumen al azar.

Ness: ¿Vas a leer o a mirar las estampas? -preguntó secamente-.

Él alzó la mirada sorprendido.

Zac: Intento decidir si merece la pena leerlo.

Ella intentaba decidir si estaba distrayéndola adrede.

Ness: Lo has traído, ¿no?

Zac: Sí, pero tenía prisa. Tomé los primeros libros que vi en casa y los eché en la bolsa.

Ness: Entonces, supongo que consideraste que merecía la pena leerlo cuando lo compraste. ¿De qué trata?

Zac: De la Primera Guerra Mundial. Me encanta la historia.

Ness: Lo sé.

Él achicó los ojos.

Zac: ¿Por qué lo sabes?

Ness: Porque he visto los libros encima de la cómoda y todos son de historia de una manera u otra. ¿Sabes?, deberías ponerte las gafas cuando lees. Si no, se te cansará la vista.

Zac: Solo me las pongo cuando tengo la vista cansada, y dado que en los últimos dos días no he tenido gran cosa que mirar, tengo los ojos perfectamente -giró la cabeza sobre el brazo del sofá y la miró fijamente-. Eres muy curiosa. ¿También me has registrado la cartera?

Ness: ¡Por supuesto que no! Estaba limpiando, no curioseando. Nunca me ha gustado vivir en una pocilga.

Zac: Cualquiera lo diría viendo cómo vas dejando la ropa tirada por ahí.

Ness: Eso fue solo la primera noche, porque estaba agotada -notó una extraña luz en los ojos de Zac y sospechó que estaba divirtiéndose pinchándola. Entonces se dio cuenta de que ella también-. ¿Qué llevas en la cartera, por cierto? ¿Algo siniestro y misterioso? ¿Algo que no debería ver?

Él se encogió de hombros.

Zac: Nada fuera de lo corriente.

Ness: ¿Fajos de billetes?

Zac: Nada de eso.

Ness: ¿La tarjeta de socio de un elegante club masculino?

Zac: No, qué va.

Ness: ¿Una foto de tu novia?

Zac: Pues... no.

Ness: ¿Quién es, por cierto? La que te ha dejado tan quemado.

El día anterior, él no habría querido hablar de Amber. Ahora, de repente, no le parecía tan importante.

Zac: Alguien con quien salía y con quien ya no salgo.

Ness: Eso es evidente -dijo alargando las palabras-. ¿Qué ocurrió?

Zac frunció los labios y pensó en el mejor modo de responder. Por fin se decidió por una respuesta vaga.

Zac: Ella decidió que yo no estaba a la altura de sus expectativas.

Ness: ¿Y qué estaba buscando? ¿Un magnate?

Zac: Seguramente.

Ness: No pareces muy afectado.

Zac: Lo estoy superando -dijo con tranquilidad-.

Ness: Entonces es que no era una relación muy seria.

Zac: No, no lo era.

Vanessa dejó el libro sobre su tripa y ladeó la cabeza.

Ness: ¿Te has casado alguna vez?

Zac: ¿Por qué me preguntas eso?

Ness: Siento curiosidad. Tú me lo preguntaste a mí. Ahora te lo pregunto yo.

Zac: No, no me he casado nunca.

Ness: ¿Por qué?

Él enarcó una ceja.

Zac: Yo no te pregunté eso. Es poco educado.

Ness: Se considera poco educado preguntárselo a una mujer porque tradicionalmente somos nosotras las que tenemos que esperar que se nos declaren. Un hombre, en cambio, puede hacer la proposición. ¿Por qué no la has hecho tú?

Zac pensó de pronto que había algo enternecedor en el modo en que funcionaba la mente de Vanessa. Era rápida, desprovista de pretensiones, extrañamente refrescante. Él sonrió.

Zac: ¿Me creerías si te dijera que he estado demasiado ocupado?

Ness: No.

Zac: Pues, en cierto modo, es verdad. Me he pasado los últimos seis años entregado a mi carrera. Es una amante muy absorbente.

Ness: Será que nunca ha tenido una competidora que estuviera a la altura, lo cual significa que la explicación es más tópica. Aún no has conocido a la mujer adecuada.

Él no tenía que ponderar aquella idea para darle la razón.

Zac: Tengo necesidades muy especiales -dijo sonriendo-. Solo una mujer muy especial puede satisfacerlas.

Vanessa creyó percibir cierta malevolencia en su sonrisa. Intentó mostrarse desdeñosa.

Ness: No me sorprende. Cualquier mujer dispuesta a aguantar una cara llena de pelos tiene que ser muy especial. ¿Tienes idea de lo... de lo sucio que pareces?

El insulto cayó en saco roto. Para desaliento de Vanessa, él se limitó a sonreír más ampliamente mientras se frotaba la mandíbula.

Zac: Sí, parezco sucio. Bonito, ¿verdad?

Ness: ¿Bonito?

Zac: Sí. Nunca he llevado barba. Desde que tenía quince años, me he afeitado cada mañana de mi vida. ¿Y por qué? Para parecer limpio, discreto y formal. ¡Qué demonios! Es agradable parecer sucio para variar. Y en cuanto a la formalidad... -buscó las palabras y finalmente levantó la barbilla desafiante-. ¡Que se vaya al infierno!

Vanessa consideró lo que él acababa de decir. No tenía un aspecto sucio, ni desaliñado, ni informal, sino más bien... apuesto. Sobre todo, con aquella mirada de triunfo. Incapaz de refrenarse, Vanessa sonrió.

Ness: Sienta bien, ¿eh?

Zac: Ya lo creo.

Ness: Cuando trabajas, vas mucho más arreglado.

Zac: Sí, siempre. Hay que guardar un cierto... eh... decoro cuando tus clientes son empresas.

Ness: Háblame de tu trabajo -dijo lentamente, alzando su pierna derecha y rodeándola con los brazos-.

Antes, él había aceptado su invitación. Ahora, en cambio, la dejó pasar. No le apetecía hablar de sus clientes. Le apetecía hablar de Vanessa Hudgens.

Zac: ¿Qué me dices de ti, Vanessa? ¿Por qué no te has casado?

Ness: Nunca me lo han pedido.

Él se echó a reír.

Zac: Debí suponer que responderías así. Pero eso son evasivas y lo sabes -la reprendió y, frunciendo el ceño, se tocó la barbilla-. ¿Por qué me miras así?

Ness: ¿Sabes que es la primera vez que te veo reír? Quiero decir alegre y relajado.

La sonrisa de Zac se hizo más suave y dulce, y sus ojos se posaron en los de ella con repentino calor.

Zac: ¿Sabes que es la primera vez que te oigo hablar en tono tan suave? Quiero decir amable -«y femenino», añadió para sus adentros, pero no lo dijo-.

Ya había derribado suficientes defensas en un día.

Vanessa se quedó sin habla un momento. La presencia y la mirada de Zac la turbaban por completo. Él la hacía sentirse femenina como nunca antes se había sentido.

Azorada, bajó la mirada a su regazo.

Ness: Estás intentando darme coba, siendo amable. Creo que lo que buscas es alguien que te haga la colada.

Él no estaba pensando precisamente en la colada.

Zac: Creo que nunca te había visto sonrojarte.

El sonrojo de Vanessa aumentó. Ella no levantó la mirada. Desconfiaba de las jugarretas que le estaban haciendo sus hormonas. Tenía la sensación de estar quemándose por dentro y por fuera. Era una sensación nueva e inquietante. Pero ¿por qué Zac?

Curvó los labios hacia abajo en una mueca y lo miró fijamente.

Zac: Oh, vamos -exclamó-. Me gustabas más antes.

Ness: Pues a mí no -aquello denotaba debilidad, y ella no quería mostrarse vulnerable-. Yo no soy del tipo dócil.

Él se rió más ásperamente.

Zac: Nunca he pensado que lo fueras. De hecho, «dócil» sería la última palabra que usaría para describirte. Saltas a la menor. Casi diría que eres tú la que está quemada.

Ella le lanzó una firme mirada de advertencia.

Ness: Lo estoy. Me utilizaron una vez, y no me gusta la sensación.

Zac: A nadie le gusta -dijo suavemente-. ¿Qué ocurrió?

Vanessa pensó en zanjar la cuestión de inmediato, pero tenía la sensación de que Zac volvería a sacarla a relucir en cualquier momento. De modo que cruzó la pierna derecha sobre la escayola y se hundió un poco más en el sillón, en una pose de pretendida indiferencia.

Ness: Hice de felpudo para un tipo que no tenía nada mejor que hacer con su vida en ese momento. En cuanto creyó advertir cierta presión por mi parte, se largó.

Zac: ¿Le exigiste que se casara contigo?

Ness: Oh, no. No fue nada de eso. Aunque supongo que él pensó que sí. A mi familia le gustaría verme casada. No les gusta mucho mi... mi estilo de vida.

Zac: ¿Sales mucho?

Ella le lanzó una mirada de ironía.

Ness: Todo lo contrario. Evito las fiestas. No soporto la hipocresía. Odio el fingimiento, sea de la clase que sea.

Zac no podía objetar nada a aquello.

Zac: ¿Quieres tener hijos?

Ness: Algún día. ¿Y tú?

Zac: Algún día.

Se miraron el uno al otro un momento y luego, simultáneamente, volvieron a sus libros. Vanessa estaba asombrada por haber hablado con Zac de aquellos temas. Se preguntaba qué había en él que la incitaba a hablar, y concluyó finalmente que se debía a la situación más que a su persona. ¿Acaso no había ido allí a encontrarse a sí misma, a reflexionar sobre el rumbo que estaba tomando su vida?

Zac, por su parte, estaba pensando en los derroteros que había tomado su vida y, por primera vez, sus reflexiones habían tomado un aire íntimo. Sí, le gustaría casarse, pero solo con la persona adecuada. A él le gustaban los fingimientos tan poco como a Vanessa. Amber, al igual que las demás mujeres con las que había salido, era un dechado de hipocresía. Una parte de él deseaba enormemente relativizar la importancia de su trabajo y concentrarse en una relación de pareja, en una relación que fuera íntima y gratificante tanto en lo físico como en lo emocional. Y sí, le apetecía tener hijos.

Pasó distraídamente una página y volvió atrás al darse cuenta de que no había leído ni una sola palabra. Le lanzó una mirada a Vanessa y vio que estaba acurrucada en el sillón, enfrascada en la lectura. Ella era honesta; Zac la admiraba por ello. Estaba tan desorientada como él, pero al menos era honesta.

Colocándose más cómodamente en el sofá, Zac volvió a concentrarse el libro y se obligó a leer. A medida que pasaba la mañana, se le hacía más fácil. El tamborileo de la lluvia proporcionaba un rítmico acompañamiento a su silenciosa actividad, y Zac tenía que reconocer que resultaba casi tranquilizador.

Al fin dejó el libro y se levantó.

Zac: Voy a hacer unos sandwiches. ¿Quieres uno?

Vanessa alzó la mirada.

Ness: ¿De qué?

Una de las comisuras de la boca de Zac se curvó hacia abajo.

Zac: Qué desagradecida eres. Me estoy ofreciendo a hacerte la comida.

Ness: Puedo hacérmela yo -dijo sintiendo de pronto la necesidad de recordarle, y recordarse a sí misma, que no era una inútil-.

Zac: ¿Prefieres hacértela tú?

Ness: Depende de la clase de sandwiches que sepas hacer.

Zac: Yo sé hacer casi de todo. La cuestión es con qué ingredientes contamos -entró en la cocina, abrió el frigorífico y rebuscó entre su contenido. Irguiéndose, dijo por encima del hombro-. Pueden ser de jamón y queso, de mortadela y queso, de queso gratinado, de queso gratinado y tomate, de queso gratinado y atún, de beicon, lechuga y tomate, de ensalada de huevo, de mantequilla de cacahuete y mermelada, de crema de queso y mermelada... -tomó aire-, o de cualquiera de las cosas anteriormente mencionadas por separado.

Cualquiera de aquellas cosas despertaba el apetito de Vanessa, que nunca había sido muy puntillosa con la comida. Intentó no sonreír.

Ness: Menuda lista. ¿Podrías repetírmela?

La puerta de la nevera se cerró de golpe y Zac entró en su campo de visión. Tenía los brazos en jarras y una pose desafiante.

Zac: La has oído la primera vez, Vanessa.

Ness: Pero hay tantas cosas donde elegir... Y es una decisión muy importante -apretó los labios, fingiendo concentrarse-. Una decisión vital...

Zac: Vanessa...

Ness: Tomaré pavo con mostaza.

Zac: El pavo no estaba en la lista.

Ness: ¿No? Pensaba que sí.

Zac: No tenemos pavo.

Ness: ¿Por qué no? Thomas debería haber comprado. El pavo es mucho más sano que el jamón, el queso o la mantequilla de cacahuete.

Zac dejó caer las manos y se estiró, echando los hombros hacia atrás. Habló despacio y con claridad:

Zac: ¿Quieres o no quieres un sandwich?

Ness: Quiero.

Zac: ¿De qué?

Ness: De queso gratinado y atún.

Él suspiró.

Zac: Gracias.

No bien hubo vuelto al frigorífico, oyó que ella decía:

Ness: ¿Puede ser con pan integral?

Zac: No, no puede ser con pan integral -respondió rechinando los dientes-.

Ness: ¿Y en rollito?

Zac: Como no lo quieras con pan de hamburguesa...

Ness: No.

Zac: Entonces tiene que ser pan blanco o nada. Lo tomas o lo dejas.

Ness: Lo tomo.

Él esperó un momento por ver si añadía algo más. Al ver que guardaba silencio, abrió la nevera y sacó cuanto necesitaba. Apenas había cerrado la puerta cuando Vanessa entró en la cocina.

Zac: Si has cambiado de idea -le advirtió-, peor para ti. Tu pedido ya está en marcha. Es demasiado tarde para cambiarlo.

Ella se sentó en el taburete de la encimera.

Ness: No, queso gratinado con atún está bien -juntó las manos sobre el regazo y lo observó mientras él preparaba los sándwiches-.

Zac abrió una lata de atún, depositó su contenido en un cuenco y le lanzó a Vanessa una mirada mientras agarraba el frasco de la mayonesa. Echó un chorro sobre el atún. Estaba mezclándolo todo con un tenedor cuando le lanzó a ella otra mirada.

Zac: ¿Pasa algo?

Ness: No, no. Solo estaba mirando. No te importa, ¿verdad? Es que es fascinante. Eres todo un hombre de tu casa.

Zac: Los hombres tenemos que comer.

Ness: Pero normalmente tomáis el camino más fácil. Sin embargo, queso gratinado con atún... Estoy impresionada.

Zac: No es tan difícil -dijo en tono burlón-.

Ness: Pero se tarda más en hacer que un sandwich de mantequilla de cacahuete y mermelada.

Zac: También sabe mejor.

Ness: A mí me encanta la mantequilla de cacahuete con mermelada.

Zac: Entonces, ¿por qué has pedido queso gratinado con atún?

Ella arqueó una ceja y lo miró con ironía.

Ness: Tal vez quisiera comprobar qué sabías hacer.

Zac, que estaba untando el atún en las rebanadas de pan, se paró en seco, dejó el cuchillo y se dio la vuelta lentamente.

Zac: ¿Quieres decir que has elegido a propósito lo que te ha parecido más laborioso del menú?

Vanessa sabía cuándo replegarse.

Ness: Era una broma. Me apetece muchísimo el queso gratinado con atún.

Él se acercó a ella con paso deliberado.

Zac: No te creo. Creo que lo has hecho a propósito, del mismo modo que me has pedido pavo sabiendo perfectamente que no había.

Ella hubiera retrocedido de haber podido, pero la encimera ya se le estaba clavando en las costillas.

Ness: De veras, Zac -dijo, levantando una mano-. No hace falta que te enfades. A no ser que te cause algún problema de ego el que esté aquí contigo, en la cocina...

La última palabra apenas había salido de su boca cuando Zac la levantó del taburete con escayola y todo y la alzó en volandas.

Ness: ¿Qué haces?

Él atravesó rápidamente el cuarto de estar.

Zac: Quitarte de mi vista. Querías tocarme las narices. Pues lo has conseguido. Eliges el sandwich más complicado y luego vas y me dices que si tengo problemas de ego -estaban ya en el pasillo y avanzaban deprisa-. Si quieres hablar, aquí puedes hacerlo cuanto te plazca -entró en el dormitorio y se dirigió directamente a la cama-.

Vanessa, que se aferraba al cuello de su jersey, adivinó sus intenciones.

Ness: ¡No me tires! ¡La escayola!

Zac la sostuvo en alto un momento, regodeándose en la ventaja que tenía sobre ella. Luego, de pronto, sintió que algo cambiaba. Ya no pensaba en las burlas de Vanessa. De pronto, se dio cuenta de que una de sus manos estaba tocando el muslo esbelto y firme de ella y que las puntas de los dedos de la otra se hundían en un pecho inesperadamente femenino. Y pensó que Vanessa tenía los ojos luminosos, los labios húmedos y las mejillas iluminadas por un nuevo y suave rubor.

Ella también había contenido el aliento. Miraba a Zac dándose cuenta de sus ojos azules y de que su pelo, no era en absoluto castaño, sino de un rubio dorado, y su boca fuerte, bien formada y muy masculina. Se estaba dando cuenta de que la sostenía sin aparente esfuerzo, olía a limpio y la superficie de su pecho, que ella tocaba con el dorso de los dedos, era cálida y sombreada de vello.

Zac la depositó lentamente sobre la cama, pero no se apartó, sino que puso las manos a ambos lados de ella.

Zac: No sé qué demonios está pasando -murmuró con voz densa-. Debe de ser el aislamiento.

Su mirado pasó de los ojos de Vanessa a sus labios, descubriendo sus intenciones antes incluso de que agachara la cabeza.




Oh, my God! Oh, my God! Oh, my God!

El siguiente capi va a estar muy interesante y os va a sorprender.

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Nooo!!! Por que los capítulos terminan así
Hooohhh mi dios esta novela es muy romántica
Amo esta novela ya es una de mis favoritas
Zac y vanessa ya se llevan mejor
Se Ma hace que el próximo capítulo prometerá mucho
Síguela pronti por favor
Ya quiero saber mas
Saludos

Unknown dijo...

Por diossssss!!!! QUE INCREIBLE CAPIULO, QUIERO MASSSSS!!
Me encanta que se estén llevando mucho mejor, así las cosas son mas fáciles!!
Como va a terminar asiii este capítulo por dios! Se nota tanto la química que hay entre ellos, me encanta!

Por favorrr subí prontooooooo

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