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jueves, 19 de febrero de 2015

Capítulo 8


Al día siguiente, tal y como había prometido, Thomas estaba en el embarcadero a primera hora de la mañana para recogerlos. Las miradas discretas que les lanzaba a uno y a otro a intervalos delataban su curiosidad. Ellos se limitaban a sonreírse, sintiéndose satisfechos y, sobre todo, contentos ante lo que tenían por delante. Si habían temido abandonar el refugio de la isla, la certeza de que iban a permanecer juntos reducía ese temor a un leve cosquilleo de melancolía a medida que el lugar se difuminaba tras ellos.

Zac habría querido llevar a Vanessa a Providence, pero ella había insistido en que no tenía sentido dejar su coche en Maine si quería usarlo en casa, y él al final le había dado la razón. De modo que Zac la siguió por la autopista, asegurándose de que parara de cuando en cuando para descansar y comer algo.

Era media tarde cuando pararon ante la casa de la madre de Vanessa. Habían discutido también aquella cuestión, y habían llegado a la conclusión de que, cuanto antes le anunciaran a Meryl Hudgens la noticia de su inminente matrimonio, tanto mejor. Y, temiendo que la señora Hudgens le hiciera pasar a Vanessa un mal rato, dados sus antecedentes, Zac se empeñó en estar presente.

Meryl estaba en la biblioteca cuando Vanessa la llamó desde la puerta principal. Se acercó corriendo y empezó a gritar antes incluso de entrara en el vestíbulo.

Meryl: ¡Vanessa! ¡Ya era hora! Estaba preocupadísima pensando en dónde estarías y qué estarías haciendo. Si no se me hubiera ocurrido llamar a Victoria... -se detuvo en seco al ver a su hija apoyada en las muletas junto a un hombre algo barbudo y vestido con vaqueros-. Dios mío -musitó, mirándolos fijamente-, ¿qué has traído a casa esta vez?

Vanessa sintió un movimiento junto a su hombro y comprendió que Zac estaba intentando no reírse. Ella, por su parte, también. Encontraba guapísimo a Zac, pero sabía que su madre se estaba preguntando de dónde había sacado a aquel desarrapado.

Ness: Mamá, quiero presentarte a Zac Efron. Zac, Meryl Hudgens.

Zac dio un paso adelante y le tendió la mano con firmeza, de modo que Meryl no tuvo más remedio que estrechársela.

Zac: Es un placer, señora Hudgens. Vanessa me ha hablado mucho de usted.

Meryl no se paró a pensar en el aspecto de las cosas que su hija le habría contado sobre ella. Estaba demasiado preocupada intentando apartar la mano del apretón excesivamente campechano de Zac. Asintió, mirándolo, pero rápidamente fijó su mirada en Vanessa.

Meryl: Victoria confesó al fin que te habías ido a Maine. No puedo creer que hicieras una cosa así, Vanessa. Ese lugar está completamente aislado, y en tu estado...

Ness: Estoy perfectamente. Y Zac estaba conmigo -antes de que su madre pudiera decir nada, añadió precipitadamente-: Zac también es amigo de Victoria. Y ahora es amigo mío. En realidad... -miró a Zac-, vamos a casarnos. Queríamos que fueras la primera en saberlo -sintió un placer perverso al ver la expresión atónita de su madre-.

La señora Hudgens se quedó un momento sin habla. Luego, llevándose una mano al corazón, pareció rehacerse.

Meryl: No puedes hablar en serio.

Ness: Sí, mucho.

Meryl: Vanessa, ¡tú no conoces a este hombre! -miró despreciativamente a Zac de arriba abajo-.

Ness: Te sorprenderías, madre. En dos semanas en una isla, sin nadie más alrededor, se puede llegar a conocer muy bien a un hombre.

Zac hizo girar los ojos al oír su tono desafiante y se apresuró a ofrecer una explicación.

Zac: Lo que Vanessa quiere decir es que hemos tenido ocasión de hablar más que mucha gente en meses. Hemos compartido las tareas de la casa y todo lo relativo a nuestras vidas cotidianas. Estamos convencidos de que nuestro matrimonio funcionará.

Meryl, que lo había estado mirando con desconfianza durante su breve discurso, cerró los dedos alrededor de la hilera de perlas que llevaba sobre el elegante vestido de seda.

Meryl: Creo que necesito una copa -dijo, y se volvió hacia el cuarto de estar-.

Vanessa echó a andar tras ella y Zac la siguió.

Ness: ¡Es media tarde! ¡No necesitas una copa a media tarde!

Meryl: Oh, sí que la necesito. -Ya estaba ante la elegante barra de madera de cerezo, sacando hielo de una cubitera-. Cuando una se entera de que, tras pasarse años insistiendo, su hija ha decidido casarse de repente con un hombre al que cree conocer pero del que probablemente no sabe nada porque lo conoce desde hace dos semanas, una necesita una copa, sea cual sea la hora del día.

Vanessa respiró hondo y le lanzó a Zac una mirada impotente antes de sentarse en una otomana cercana.

Ness: Creo que deberías escuchar lo que tengo que decirte antes de aventurar ningún juicio. Puede que digas algo de lo que luego te arrepientas.

Meryl: Lo dudo -afirmó. Se había servido una buena dosis de whisky en un vaso y estaba de pie, muy tiesa, junto a la barra-. No sé en qué me he equivocado contigo, Vanessa, pero está claro que me he equivocado. He intentado inculcarte ciertos valores, y los has rechazado todos y cada uno. Intenté educar a una señorita, pero tú insistes en pasearte por ahí en leotardos...

Ness: No son leotardos, mamá. Son mallas. Los leotardos cortan la circulación.

Ella agitó la mano desdeñosamente.

Meryl: Lo mismo da. Intenté trasmitirte el sentido de la familia, pero te has empeñado en seguir tu propio camino. He tratado de hacerte comprender que tienes una responsabilidad con la empresa, pero no quieres hacerme caso. Y ahora, como no tienes nada mejor que hacer con tu tiempo, en lugar de echarnos una mano, desapareces, conoces a un... hippie vagabundo cualquiera y decides casarte con él.

Zac, que permanecía de pie, en silencio, al lado de Vanessa, sintió que ya había oído suficiente. No le importaban los insultos que la señora Hudgens lanzaba contra él, pero no estaba dispuesto a permitir que insultara a Vanessa.

Zac: Creo que no entiende usted la situación, señora Hudgens -dijo con tal firmeza que Meryl se vio forzada a prestarle atención-. Yo no soy un hippie, ni un vagabundo. Si se ha formado una opinión respecto a mí basándose en mi aspecto, creo que debería recordar que acabo de regresar de pasar dos semanas de vacaciones. Me paso la mayor parte de mi vida vestido de traje, trajes que estarían a la altura -miró el banquillo que había frente al piano- de esa tapicería Dunhill -posó la mirada en un pequeño cuadro que había a la izquierda de la barra-. O con ese Modigliani -bajó los ojos a la mesita de mármol que había junto a las rodillas de Vanessa-. O con ese jarrón Baccarat.

Vanessa alzó la mirada hacia él.

Ness: Estoy impresionada -susurró-.

Zac le rozó la cadera con la rodilla y le pidió que guardara silencio frunciendo el ceño.

Meryl enarcó una ceja perfectamente depilada, a pesar de que no estaba dispuesta a dejarse aplacar.

Meryl: Los timadores más hábiles saben mucho de decoración, señor Efron. ¿Cómo se gana usted la vida?

Zac: Soy abogado. Dirijo mi propio bufete en Hartford, especializado en gestión empresarial. Puedo darle una lista completa de mis méritos, comenzando por mis estudios en Harvard, pero no creo que sea necesario. Baste decir que, en los últimos años, he trabajado para Jennings and Lange, KronTech y la Fundación Holder, así como para la empresa Faulkner de aquí, de Providence.

Confiaba en que las empresas que había mencionado le proporcionaran sólidas recomendaciones. Confiaba asimismo en que Meryl Hudgens hubiera oído hablar de ellas. Claro que también podía haber oído hablar de Webster-Dawson. Siempre cabía la posibilidad de que, si hacía averiguaciones sobre él, se topara con aquel asunto, pero era un riesgo que tenía que correr. Y, además, para cuando se enterara de todo, su matrimonio con Vanessa sería un hecho consumado.

Meryl bajó la cabeza, reconociendo a regañadientes sus credenciales.

Meryl: Está bien. Admito que mi juicio tal vez haya sido prematuro, pero aun así esta boda sigue siendo muy repentina. ¿Cuándo va a tener lugar?

Vanessa abrió la boca, pero Zac habló primero.

Zac: En cuanto la ley lo permita. Creo que hay un periodo de espera de tres días una vez se saca la licencia y se hacen los análisis de sangre. Conozco un juez aquí, en Providence, que tal vez incluso pueda aligerar los trámites.

Meryl miró su whisky y apretó los labios mientras digería aquella información.

Meryl: ¿Por qué tanta prisa? -le lanzó a Vanessa una mirada interrogativa-. Sé que se venden pruebas que pueden hacerse en casa y dan un resultado inmediato...

Ness: No estoy embarazada, madre -la atajó-. Y, aunque lo estuviera, pensaba que estarías encantada. Llevas diciendo que quieres que te dé nietos desde que tuve edad suficiente para votar.

Meryl: Toda mujer quiere tener nietos -replicó en tono defensivo-.

Ness: Eso has dicho muchas veces. Pues aquí tienes tu oportunidad. No sé de qué te quejas. Aunque estuviera embarazada, Zac y yo nos casaríamos antes de que nadie lo supiera. Como mucho, el bebé nacería dos semanas antes de lo previsto, por así decir, y a nadie le parecería sospechoso. No tendrías por qué avergonzarte.

Meryl miró ceñuda a su hija.

Meryl: Muy bien -dijo secamente-. Olvidémonos de eso -su enojo se extendió para incluir a Zac-. Te casarás y te irás a Hartford, dejando otra vez Hudgens Enterprises en la estacada. Honestamente, Vanessa, ¿te parece justo?

Fue Zac quien contestó.

Zac: No vamos a vivir en Hartford. Vamos a vivir aquí.

Meryl arqueó incrédulamente una ceja.

Meryl: ¿Piensa usted dejar su próspero bufete?

Zac: Puedo ejercer mi profesión en cualquier parte -contestó refrenando su desagrado-. Providence es tan buen sitio como otro cualquiera.

Ness: El caso es, madre, que a fin de cuentas no vamos a dejaros en la estacada. Zac ha aceptado ayudarme con la empresa.

Por segunda vez en un breve espacio de tiempo, Meryl Hudgens se quedó sin habla. Miró a Vanessa y a Zac, alzó el vaso y dio un largo trago. Cuando volvió a bajarlo, había recobrado en parte la compostura, pero el vaso le temblaba en la mano. Lo dejó cuidadosamente sobre la barra.

Meryl: Eso -comenzó despacio- es un giro inesperado.

Ness: También lo es nuestra boda -señaló-, pero todo tiene sentido. Tú llevas años insistiendo en que os ayude con la empresa. Yo estoy convencida de que no sirvo para ese trabajo, pero también sé que Zac sí sirve -y lo estaba. No tenía ninguna duda de que Zac podía dirigir Hudgens Enterprises-. Tú siempre has querido que las cosas quedaran en familia. Zac será de la familia. ¿Qué más habría podido pedir papá que un yerno que pudiera suplir las deficiencias de sus hijas?

Meryl: Pero él es abogado -arguyó más débilmente-. No tiene experiencia en esta clase de trabajo.

Ness: Ni yo tampoco. Ni Sarah, en realidad.

Zac intervino.

Zac: Llevo años trabajando para empresas como la Hudgens, de modo que no hay duda de que empiezo con ventaja. Y he tenido la suerte de conocer el funcionamiento de grandes corporaciones, lo cual significa que puedo poner en práctica los mejores sistemas y estrategias que conozco en beneficio de la Hudgens -hizo una pausa-. Creo que todos saldríamos beneficiados, señora Hudgens. Le aseguro que no pondría mi carrera en peligro si no estuviera convencido de que las probabilidades están a mi favor.

Meryl parecía haberse quedado sin argumentos. Alzó ambas cejas y se toqueteó con nerviosismo las perlas.

Meryl: Yo... Parece que lo tenéis todo pensado.

Ness: Sí.

La mujer sacudió la cabeza y por primera vez pareció casi confusa.

Meryl: No sé, Vanessa. Es todo tan repentino... Yo esperaba que, cuando mis hijas se casaran, celebraran grandes bodas, con montones de flores, música e invitados.

Vanessa alzó los hombros y dejó escapar un profundo suspiro.

Ness: Yo nunca he querido eso, madre. Seré perfectamente feliz con una boda sencilla y discreta.

Meryl los miró a los dos.

Meryl: ¿Serás feliz? ¿Es esto realmente lo que quieres?

Ambos sabían que no se refería a la boda, sino al matrimonio en sí mismo. Zac posó la mano sobre la de Vanessa, que la había apoyado sobre el hombro.

Ness: Sí -dijo suavemente-.

Zac respondió del mismo modo.

Zac: Seremos felices, señora Hudgens. Le doy mi palabra.


Salieron de casa de Meryl Hudgens con la sensación de haber superado el primer obstáculo, se pararon a solicitar la licencia matrimonial y a hacerse los análisis de sangre y se fueron a la casa que tenía Vanessa en la ciudad. Zac comprobó que, en efecto, era más bien pequeña, pero le encantó el modo en que Vanessa la había decorado. Mientras que la casa de su madre estaba decorada con una vieja elegancia, en la de Vanessa todo era ligero y luminoso. Los muebles eran modernos, bajos y cómodos. Una habitación se abría hacia otra sin apenas interrupción. No había tapicerías Dunhill, ni Modiglianis, ni jarrones Baccarat, sino una colección de obras de artistas y artesanos locales reducida pero cuidadosamente elegida.

Zac: Aquí me siento mucho más a gusto -le dijo a Vanessa esa noche, en la cama-.

Ella apoyó la barbilla sobre su pecho y lo miró.

Ness: Me alegro.

Zac: Es bonito y luminoso, sencillo y sin pretensiones. Igual que tú.

Ella le tiró de la barba.

Ness: Creo que pretendes algo. ¿Qué es?

Él sonrió y le enlazó la cintura.

Zac: Solo que, cuando encontremos una casa adecuada, la decores así. No quiero vivir en un museo, ni en el mausoleo de un decorador.

Vanessa achicó los ojos.

Ness: ¿Así es tu casa?

Zac: ¿El mausoleo de un decorador? Sí, y nunca me había parado a pensar en ello, pero no quiero que sea así, Vanessa. Aquí hay sencillez y al mismo tiempo sofisticación. Eso es lo que quiero. ¿De acuerdo?

Ness: De acuerdo.

Zac: ¿Sin discusiones?

Ness: Sin discusiones.

Zac: Bien.

Al día siguiente partieron hacia Hartford. Zac tenía una larga lista de cosas que hacer, la más urgente y ardua de ellas informar a sus asociados de que iba a marcharse. Todos eran abogados de talento, pero dada su juventud no habían podido forjarse aún un nombre que atrajera a nuevos clientes. Zac les dio la opción de unirse a otras firmas o de establecerse por su cuenta. Al ver que optaban por esto último, les aseguró que haría cuanto estuviera en su mano para ayudarlos, lo cual incluía enviar cartas a sus clientes notificándoles el cambio y asegurándoles que estarían en buenas manos si seguían confiando en ellos.

El segundo asunto del orden del día era poner su piso en venta. El agente de la inmobiliaria, que tenía una lista de personas que esperaban que surgiera alguna oportunidad en aquel edificio, se mostró encantado.

Ness: ¿Seguro que quieres venderlo? -preguntó tímidamente-.

Zac: ¿Por qué no? No voy a vivir aquí.

Ness: Pero si no te gusta Providence... o si las cosas salen mal...

Él la agarró con firmeza de los hombros.

Zac: Me gustará Providence y las cosas saldrán bien. Voy a comprometerme, Vanessa. No tiene sentido hacerlo a medias.

Ella no dijo nada más, sobre todo porque la confianza de Zac la hacía sentirse más segura. De modo que regresaron a Providence y empezaron a buscar casa. De nuevo, la suerte se puso de su lado. Encontraron una preciosa casa colonial a las afueras de la ciudad, irónicamente no muy lejos de la casa de la madre de Vanessa, aunque en un barrio más moderno. La propiedad incluía varias hectáreas de terreno llenas de árboles y frondosos arbustos, y aunque la casa necesitaba algunas reformas, los anteriores dueños se habían marchado solo unas semanas antes, y las obras podían comenzar inmediatamente.

Tres días después de su regreso de Maine, Vanessa y Zac se casaron en la iglesia que ella frecuentaba de niña. Su madre se había ocupado de los preparativos, pues Vanessa creía que ello en cierto modo la consolaba, y hubo más gente, más flores y más comida de la que Vanessa habría preferido. Pero se sentía tan feliz que no le importó.

Zac estaba muy apuesto con su traje oscuro, su camisa blanca, su corbata de rayas y sus zapatos de piel. Había hecho que le recortaran la barba y el pelo, y Vanessa pensó que parecía más un exitoso hombre de negocios que un conservador abogado de empresa.

Vanessa, a la que le habían cambiado la escayola por una con la que podía caminar, llevaba un largo vestido blanco cuya sencillez envolvía a la perfección su belleza natural. Se aplicó un poco de maquillaje, unos toques de colorete, un poco de rímel, lápiz de ojos y sombra, y aunque nunca le habían gustado mucho las joyas, decidió ponerse los pendientes de perlas y el collar a juego que le había regalado su padre al cumplir los veintiún años.

La ceremonia fue breve y emotiva, y Vanessa se deshacía en sonrisas mientras se paseaba entre las mesas del banquete del brazo de su flamante esposo. Zac le había regalado una preciosa alianza de oro, tan sencilla como su vestido, con una hilera de diamantes formando un círculo central, pero ella se hubiera conformado con un anillo de pacotilla mientras certificara que estaban casados. Aunque él aún no le había dicho que la quería, estaba segura de haber visto amor en sus ojos ese día, y ello fue la proverbial guinda del pastel.


Las siguientes semanas fueron muy ajetreadas. Zac se sumergió por completo en Hudgens Enterprises, decidido a familiarizarse con todos los aspectos del negocio. Sarah lo aceptó de inmediato; no solo se sintió aliviada por quitarse aquella carga de los hombros, sino que Vanessa sospechaba que estaba entusiasmada con Zac. Y con toda razón. Él emanaba confianza y era encantador no solo con Sarah, sino también con sus tíos. De noche, si llegaba a casa exhausto, Vanessa lo entendía perfectamente y procuraba revivificarlo, lo cual conseguía con notable éxito.

Zac la mantenía informada de cuanto ocurría en el trabajo, compartía con ella sus observaciones y proyectos y se mostraba ansioso por conocer los progresos de la casa nueva, cuya redecoración Vanessa dirigía con un entusiasmo que incluso la había sorprendido a ella. Nunca se había tenido por una buena decoradora. Al mudarse a su casa en la ciudad, se había limitado a empapelar y a elegir las alfombras que le gustaban. Saber que Zac aprobaba su gusto y que la casa que estaba decorando era para ellos dos resultaba sumamente estimulante.

Cuando se mudaron, tres semanas después de la boca, Vanessa ya derrochaba confianza en sí misma. Una semana después le quitaron la escayola y, si su confianza flaqueó al sentir un leve dolor, fue Zac quien la reconfortó. Él personalmente la ayudó con los ejercicios que el doctor le había recomendado, y Vanessa no se quejaba cuando al acabar sus sesiones de ejercicios, como ocurría a menudo, terminaban haciendo el amor. Ya que no expresaban verbalmente el amor que sentían el uno por el otro, su vínculo físico era crucial para ella.

Vanessa demoró su vuelta al trabajo, consciente de que su pierna aún no estaba del todo recuperada. Sin embargo, por extraño que pareciera, no lo echaba tanto de menos como había pensado. Claro que, entre montar la casa y esas reuniones sociales que, como Zac le había advertido, eran inevitables, tenía tan poco tiempo que no echaba nada de menos.

Sorprendentemente, tampoco la molestaban sus compromisos sociales. Pero, claro, estaba con Zac. Él nunca dejaba de decirle lo guapa que estaba y, como consecuencia de ello, Vanessa descubrió que arreglarse no era tan odioso como le había parecido en el pasado. Además, él era el perfecto anfitrión y dirigía la conversación de modo que ella se sintiera mucho menos incómoda en ese sentido de lo que había temido.

Zac estaba extremadamente satisfecho con el modo en que habían salido las cosas. Vanessa era una esposa y una amante maravillosa, y, dado que habían dejado las disputas en Maine, descubrió que ella era una compañera deliciosa. Lo único que lo molestaba de cuando en cuando era pensar en el acuerdo que habían sellado. Deseaba pensar que estaban juntos por amor, no simplemente por aprovecharse de un convenio beneficioso para ambos. Pero, como era esto último lo que había decidido su matrimonio, Zac pasaba por periodos en los que dudaba de los sentimientos de Vanessa.

No tenía, en cambio, duda alguna respecto a su éxito en Hudgens Enterprises. El trabajo era atractivo y estimulante, y él parecía tener una disposición natural para llevarlo a cabo. Tal y como pretendía, contrató a un ejecutivo con mucha experiencia de una corporación del Medio Oeste. Juntos diseñaron la estrategia para conseguir que Hudgens Enterprises no solo siguiera a flote, sino que también continuara expandiéndose. Entre los dos le proporcionaron a la empresa la visión de conjunto que le faltaba desde la muerte del padre de Vanessa.

Ésta estaba entusiasmada. Su fe en Zac estaba plenamente justificada.

Meryl Hudgens estaba igualmente contenta, a pesar de que quiso asegurarse de que Vanessa conocía los riesgos a los que se exponían.

Meryl: He hecho averiguaciones sobre Zac -le dijo a su hija un día mientras almorzaban juntas en un restaurante del centro-. No fuisteis del todo sinceros conmigo respecto a su pasado.

Vanessa, que había estado saboreando su victoria, se quedó quieta.

Ness: Sí que fuimos sinceros.

Meryl: No me hablasteis de Webster-Dawson.

Ness: No había nada que decir. Zac tuvo una mala experiencia con un cliente y se vio obligado a ponerle punto final a su relación laboral, pero fue un incidente aislado. Trabajó para Webster-Dawson con la misma eficiencia que para el resto de sus clientes.

Meryl: Según mi amiga Bess Hamilton, cuyo marido pertenece a la junta directiva de Webster-Dawson, Zac tomó parte en ciertas operaciones ilícitas.

Vanessa empezó a sentir rabia.

Ness: Si el marido de Bess Hamilton pertenece a la junta directiva, es él quien está envuelto en actividades ilícitas. Zac dimitió porque no quiso tener nada que ver con eso.

Meryl: No fue eso lo que me dijo Bess.

Ness: ¿Y a quien prefieres creer, a tu amiga o a tu yerno?

La mirada de Meryl no dudó.

Meryl: No tengo elección, ¿no crees? Zac está atrincherado en la dirección de nuestra empresa.

Ness: Y está haciendo un trabajo excelente. No me lo negarás.

Meryl: Sin embargo, me pregunto cuáles son sus motivos. Por lo que me ha contado Bess, se vio obligado a marcharse de Hartford.

Ness: No es cierto. Sus dos asociados se las están apañando de maravilla con el bufete que él les dejó, y de no haber sido porque él se lo pidió, esos clientes se habrían ido a otra parte inmediatamente. Ellos confiaban en Zac y por eso siguieron sus recomendaciones y continuaron con el bufete.

Meryl no parecía muy convencida.

Meryl: Aun así, ha tenido mucha suerte al casarse contigo. Fue una jugada muy astuta.

Ness: ¿Qué intentas decir, madre? -preguntó con los dientes apretados-.

Meryl: Solo que creo que debes tener cuidado. Creo que todos debemos tenerlo. Puede que Zac esté intentando apoderarse de Hudgens Enterprises para arrebatárnosla.

Ness: Zac no haría eso.

Meryl: ¿Cómo lo sabes?

Ness: Porque estoy casada con él. Porque lo conozco.

Meryl: Tú estás enamorada de él y a veces el amor nubla la capacidad de juicio de la gente.

Ness: No en este caso. Yo confío en él -y también sabía que Zac y ella habían firmado un acuerdo antes de casarse, pero le parecía que eso no era asunto de su madre-. Y creo que, ya que no puedes confiar en él, lo menos que puedes hacer es estarle agradecida. Nos ha quitado un gran peso de encima, y papá se sentiría orgulloso de lo que está haciendo con la empresa.

Meryl no tenía nada que decir a ese respecto, de modo que cambió de tema. Sus palabras, sin embargo, siguieron resonando en la mente de Vanessa largo tiempo.

Vanessa sentía lo que había dicho: que confiaba en Zac. Había veces, sin embargo, en que se preguntaba por la energía que él vertía en la empresa. Rara vez pasaba una noche sin que llegara de la oficina con un nuevo proyecto. El entusiasmo que demostraba por su trabajo parecía no tener límite.

Tal vez, pensaba Vanessa, estaba simplemente celosa. Recordaba los días pasados en Maine y a veces deseaba que volvieran. Allí, Zac se había dedicado por entero a ella; ahora, Vanessa tenía que compartirlo con un trabajo sumamente absorbente. Recordaba que él le había dicho que nunca se había casado porque el derecho era una amante exigente. En aquel momento, ella había contestado que, sencillamente, no había conocido a la mujer adecuada. Ahora se preguntaba si ella era la mujer adecuada, y permitía que sus inseguridades le hicieran pensar que no lo era. Sí, Zac era amable y cariñoso. Sí, dejaba a un lado su trabajo cuando iba a hablar con él. Sí, no se impacientaba con ella cuando se sentía frustrada porque la pierna tardaba en curársele. Pero cada mañana se iba al trabajo tan contento. Y nunca le decía que la quería.

Claro que, pensaba ella, tal vez su inquietud solo fuera un reflejo de los cambios que había experimentado su vida en unos pocos meses. Las obras de la casa habían terminado. La decoración, en aquel estilo de sencilla sofisticación que Vanessa nunca había concebido como un estilo, sino meramente como el modo en que le gustaba vivir, los satisfacía a ambos. Pero ella no estaba hecha para pasarse las horas muertas mirando el producto final, ni paseándose de habitación en habitación, y los compromisos sociales a los que Zac le pedía que asistieran por las noches no bastaban para ocupar su tiempo.

A medida que pasaba el tiempo, se sentía cada vez más inquieta. Empezó a frecuentar el gimnasio. Aunque probablemente podría haber vuelto a enseñar, no quería hacerlo. Se sentía cansada. La pierna, a pesar de haber mejorado, seguía molestándola. Comenzó a preguntarse si sus ansias de enseñar aeróbic no eran el resultado directo de su necesidad de escapar de Hudgens Enterprises. Dado que aquella necesidad ya no existía, sus ansias también se habían disipado.

Se quedaba sentada en casa largas horas, echando de menos a Zac y preguntándose qué hacer con su tiempo. Comía con amigas, pero ello no aliviaba su desasosiego. Participó en la organización de una carrera benéfica de diez kilómetros, pero aquello apenas le ocupó tiempo.

Un día, finalmente, dejándose llevar por un impulso, fue a buscar a Victoria para comer con ella. No se habían visto desde la boda, a la que Victoria había asistido con orgullo y deleitación, y Vanessa contaba con que su amiga le subiera la moral.

Ness: ¿Cuánto hace que conoces a Zac? -preguntó sacando el tema en cuanto el camarero se fue con su pedido-.

Victoria: Tres años -contestó ladeando la cabeza-. ¿Por qué lo preguntas?

Ness: Durante ese tiempo, ¿has llegado a conocerlo bien?

Victoria: No nos hemos visto muy a menudo, pero, a juzgar por los buenos ratos que hemos pasado, yo diría que éramos bastante amigos -frunció los labios-. A ti te pasa algo, Ness. Vamos, dímelo.

Vanessa se encogió de hombros y jugó distraídamente con la humedad que recubría por fuera su vaso.

Ness: No sé. Es solo que todo ha ido tan deprisa entre nosotros... A veces me pregunto si no nos habremos precipitado.

Victoria: ¿Tienes dudas respecto a Zac?

Ness: No. Bueno, puede que de vez en cuando. Hace un par de semanas, mi madre dijo algo que me molestó, algo sobre Zac...

Victoria: Tu madre -resopló-. Tu madre es amiga mía, pero eso no significa que yo no vea sus defectos. Es una de esas personas que nunca están satisfechas. La tomas demasiado en serio, Ness. Te lo he dicho muchas veces.

Ness: Lo sé. Pero no puedo evitar tener que escuchar sus advertencias.

Victoria: Puede que tengas que escucharlas. Pero no tienes por qué hacer caso de ellas.

Ness: Aun así, su engaño se me mete en la cabeza  y no se va -miró a su amiga con ojos suplicantes-. Victoria, ¿tú crees que Zac es ambicioso?

Victoria: Espero que lo sea. Nadie tiene éxito si no tiene ambición.

Ness: Pero ¿dirías que Zac no tiene escrúpulos?

Victoria no se lo pensó dos veces.

Victoria: No. Inequívocamente, no. Zac no es una persona sin escrúpulos. En todo caso, lo contrario. Si fuera peor persona, no habría tenido ese problema en Webster-Dawson.

Ness: Si no lo hubiera tenido -señaló con una sonrisa ladeada-, no habría ido a Maine y yo no lo habría conocido, así que no lamento lo que le ocurrió en Webster-Dawson -su sonrisa se desvaneció-. El caso es que mi madre se ha enterado de ese asunto y me ha sugerido que tal vez Zac esté intentando aprovecharse de Hudgens Enterprises.

Victoria: ¿Es eso lo que tú crees?

Ness: No. Al menos, quiero pensar que no es así. Pero se ha entregado a su trabajo con tal... entusiasmo que a veces desearía que me dedicara a mí un poquito de ese entusiasmo.

Victoria: No se puede tener todo, Ness. Si pretende levantar Hudgens Enterprises, Zac tiene que dedicar muchas horas a su trabajo. Pero te doy mi palabra al respecto. Zac Efron tiene las mejores intenciones respecto a vuestro negocio. No creo que haya en él una sola gota de egoísmo. ¿Te ha dicho alguna vez lo que hizo por mi sobrina?

Vanessa frunció el ceño.

Ness: No. Nunca me ha hablado de tu sobrina.

Victoria: Claro. Él es así.

Ness: Y bien, ¿qué hizo?

Victoria: Hace algún tiempo, mi sobrina se vio envuelta en un asunto delictivo. La pobre chica solo tenía diecinueve años y su madre, mi hermana, estaba fuera de sí. Viven en un pueblecito al oeste de Connecticut y no les va muy bien, así que no sabían a quién recurrir. Yo llamé a Zac. Sabía que no era especialista en derecho penal, pero esperaba que pudiera recomendarnos a un abogado de fiar. No hizo solo eso, sino que se implicó personalmente en el caso y luego, cuando el otro abogado le pidió que añadiera sus honorarios a la factura, Zac insistió en que la descontara de la cuenta que iba a cobrarle a mi hermana; cuenta que, de todos modos, era más bien baja teniendo en cuenta que mi sobrina salió en libertad vigilada. Bien -alzó la barbilla-, si Zac solo pensara en sí mismo, ¿crees que habría hecho eso por mi sobrina?

Vanessa se sintió orgullosa de su marido.

Ness: No. Y sé que siempre se ha dedicado a obras benéficas. Pero es que nuestra situación es tan extraña... Ahora, Zac se juega mucho.

Victoria: No creo que haya algo que considere más importante que tu amor -Vanessa contuvo el aliento-. Ness, tú lo quieres, ¿verdad?

Ness: Oh, sí.

Victoria: ¿Pero...?

Ness: No estoy segura de que él me quiera.

Victoria: ¿Bromeas?

Vanessa se puso a la defensiva.

Ness: No, no bromeo. Zac nunca me ha dicho que me quiere. Nuestra boda fue... una... una salida, en sus propias palabras.

Victoria apoyó una mano sobre el brazo de Vanessa.

Victoria: Mira, querida, conozco lo suficiente la situación de ambos como para saber que vuestro matrimonio resolvió ciertos problemas. Pero vi a Zac en la boda, y si ese hombre no está enamorado, yo renuncio ahora mismo a mi placa de casamentera -hizo una pausa-. ¿Qué te dice él cuando le dices que lo quieres? -Vanessa no tuvo que responder. Los remordimientos estaban escritos en su semblante-. Cielo Santo, Ness. ¿Por qué no? ¡Tú no eres una pusilánime!

Ness: Pero no quiero presionarlo. O, peor aún, no quiero decírselo y obligarlo a que él me lo diga también. Y, de todos modos, cuando está en casa hay tantas cosas de las que hablar que, al final, no hablamos de nada...

Victoria le lanzó una sonrisa comprensiva.

Victoria: Eso ya está mejor -alzó los ojos cuando el camarero se acercó con sus platos, y esperó hasta que, tras depositarlos sobre la mesa, se alejó-. Así que, Zac trabaja mucho y tú te sientes sola.

Ness: Sí.

Victoria: ¿Se lo has dicho a él?

Ness: No.

Victoria levantó los ojos hacia el techo.

Victoria: Sé que no debería preguntarte esto, pero ¿por qué no?

Ness: Porque, en primer lugar, no quiero que parezca que soy una quejica. Cuando llegamos a Maine, no hacía más que quejarme. De él y de todo lo demás. Luego, nuestra relación mejoró y dejé de refunfuñar. Y así me sentía mucho más a gusto conmigo misma. No quiero volver a lo de antes -hizo una pausa y dio un exagerado suspiro-. Y, en segundo lugar, él no puede hacer nada al respecto.

Victoria: Puede tranquilizarte y tal vez ayudarte a encontrar algo que te mantenga ocupada.

Vanessa sacudió la cabeza tristemente.

Ness: No sé, Victoria. Te miro a ti y siento envidia. Cuando acabas una cosa, empiezas otra. Yo antes tenía un millón de cosas que hacer y ahora parece que no puedo encontrar nada que me interese.

Victoria: Tú quieres estar con Zac. Todo lo demás carece de interés. Así que, ¿por qué no empiezas a trabajar a tiempo parcial en la oficina?

Ness: Eso sería tanto como rendirme. Juré que nunca volvería a trabajar allí.

Victoria: ¿Y eres tan estricta que no vas a replanteártelo, sobre todo sabiendo que trabajar allí sería ahora una elección y no una imposición de tu familia?

Vanessa no contestó inmediatamente. Se quedó callada, pinchando distraídamente su salmón frío con el tenedor.

Ness: Visto así, parezco bastante infantil.

Victoria: Si tú lo dices...

Ness: No sé, Victoria. Tampoco estoy segura de lo que quiero.

Victoria: Hazme un favor, Ness. Habla con Zac. Él es un hombre paciente. Lo es, de veras. Y tiene muchos recursos. Y, sobre todo, es tu marido. Quiere que seas feliz -pinchó una judía verde y la sostuvo sobre el plato-. ¿Lo harás?

Ness: Lo intentaré.

Victoria: No lo intentes. ¡Hazlo!


Vanessa lo habría hecho esa misma noche si Zac no le hubiera ofrecido una solución antes de que ella fuera capaz de decir una palabra. Él había llegado a casa particularmente cansado y estaban relajándose en el cuarto de estar, bebiendo una copa de vino.

Zac: Necesito tu ayuda, Vanessa -le dijo en tono profesional-.

Ness: ¿Hay algún problema en la oficina?

Él asintió.

Zac: En personal. Albert Brickner, el jefe del departamento, se opone tajantemente a que contratemos a gente de fuera para suplir ciertas plazas. Quiere que promocionemos a gente de la empresa, y yo estoy de acuerdo con él en teoría, pero hay ciertos casos en los que, sencillamente, no hay nadie a quien promocionar. Gran parte de su resistencia se debe a que se opone a que entre gente nueva, y yo, naturalmente, entro en esa categoría. Albert era uno de los hombres de confianza de tu padre.

Ness: Lo sé. Pero ¿qué puedo hacer yo?

Zac: Trabajar con él. Hacerle más fácil la transición. Es un buen hombre...

Ness: Es un pelmazo.

Zac se echó a reír.

Zac: Sí, es un pelmazo, pero tiene buen instinto y tu presencia en su departamento podría recordarle que, en contra de lo que teme, Hudgens Enterprises no se está yendo al garete.

Ness: Pero, Zac, yo no sé nada de personal.

Zac: Tienes sentido común e interés por la empresa. Albert se encargará de la parte más mecánica. Tú puedes ocuparte de... del lado más espiritual. ¿Qué te parece?

Ness: Me parece -dijo observando su cara- que estás agotado. Trabajas demasiado, Zac.

Él se aflojó la corbata y se hundió en el sofá.

Zac: Tienes razón. Pero hay que hacerlo -sus ojos se entornaron-. Tú también pareces cansada. ¿Es porque has ido a Nueva York a comer con Victoria?

Ness: No. Estoy cansada de no hacer nada.

Zac: Entonces, puede que la solución sea ayudar a Albert.

Ness: Zac...

Zac: No tendrías que trabajar todo el día, solo veinte horas a la semana, más o menos.

Ness: Pero yo...

Zac: Podrás ponerte lo que quieras, porque no vas a estar de cara al público.

Ness: Pero ¿qué...?

Zac: Incluso te pagaría -esbozó una amplia sonrisa-. ¿Qué te parece?

Ella suspiró, lo miró exasperada un momento y luego aceptó su silenciosa invitación y se acurrucó bajo su brazo.

Ness: Cuando me sonríes así, Zac Efron, estoy perdida. Pero eso ya lo sabes, ¿verdad? Por eso lo haces. Soy una ingenua. Eso es todo. Una perfecta ingenua.

Zac: Entonces, ¿vas a trabajar?

Ness: Sí, voy a trabajar.

Zac: ¿Y me avisarás si es demasiado esfuerzo?

Ness: No lo será. Soy joven. Estoy llena de energía. Y rebosante de entusiasmo...


Sin embargo, el trabajo resultó, en efecto, demasiado esfuerzo. O, mejor dicho, le causó a Vanessa una inquietud que no esperaba. Trabajaba todos los días de nueve a dos, y acababa completamente agotada. Tras pasar una semana sin apenas fuerzas para continuar, comenzó a llegar a las diez. Pero incluso entonces estaba exhausta cuando Zac llegaba a casa por las noches.

Advirtiendo sus esfuerzos, Zac comenzó a preocuparse. Esperaba que Vanessa acudiera a él y sacara el tema, pero no lo hacía. Por fin, tras dos semanas de espera, tomó las riendas del asunto. Llegó pronto a casa y encontró a Vanessa acurrucada bajo una manta, en su enorme cama, profundamente dormida. Se sentó en la cama, a su lado, se inclinó y la besó en la mejilla.

Ella parpadeó y abrió los ojos.

Ness: ¡Zac! -musitó, incorporándose-. Lo siento. No esperaba que llegaras tan pronto.

Él le tendió un ramo de flores que tenía oculto tras la espalda. Eran tres rosas rodeadas de ramas verdes.

Zac: Para ti.

Todavía aturdida, Vanessa lo miró, miró las flores, volvió a mirarlo a él y al fin sonrió.

Ness: Son preciosas. ¿Celebramos algo?

Zac: Hoy es el día en que vamos a admitir que estás embarazada.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció, al igual que el escaso color que quedaba en sus mejillas.

Ness: ¿Cómo lo sabes?

A Zac lo impresionó la infelicidad que advirtió en su semblante. Había imaginado que le daba miedo decírselo, aunque no sabía por qué. Pero, al parecer, no solo se trataba de miedo. Respondió suavemente:

Zac: Llevamos casi tres meses casados, y durante ese tiempo no has tenido ni una sola vez el periodo.

Ness: Hago mucho deporte. Eso a veces altera el cuerpo de una mujer.

Zac: Siempre estás cansada. Incluso la más ligera actividad te deja agotada.

Ness: Es por todo lo que ha ocurrido en los últimos meses. Sufro una sobrecarga emocional.

Zac: ¿Y por qué te han crecido los pechos? -preguntó con voz profunda y baja-. Y tienes la cintura más ancha. Yo veo lo que los demás no ven. Vamos, Vanessa. Afrontémoslo. Estás embarazada. ¿Tan terrible es?

Ella fijó sus ojos cansados en él.

Ness: Ahora mismo me siento tan mal, que sí.

Zac: Entonces, ¿es cierto?

Ness: Sí, es cierto.

Zac: Pero no has ido al médico.

Ness: No.

Zac: ¿Por qué, Vanessa? ¿No quieres tener un hijo?

Ness: ¡Sí! -exclamó, y luego bajó la voz-. Es solo que, con todo lo que ha pasado, es tan repentino...

Zac: No usamos ningún anticonceptivo. Tenías que saber que era posible que esto ocurriera.

Ness: ¿Cómo sabías que yo no usaba anticonceptivos? -replicó contrariada-.

Zac: Vanessa, estaba contigo constantemente. Me habría dado cuenta.

Ness: No, si llevara un DIU.

Zac: Pero no lo llevas y estás embarazada.

Ness: Gracias a ti. Si sabías que yo no usaba nada,  ¿por qué no usaste algo tú?

Zac: Vanessa, yo no suelo llevar profilácticos encima. Lo último que esperaba cuando me fui a Maine era estar con una mujer.

Ness: Así que ninguno de los dos estaba preparado y los dos lo sabíamos, pero no hicimos  nada, y mira lo que ha pasado.

Zac: A mí no me parece tan terrible, Vanessa.

Ness: ¿Ah, no?

Zac: Claro que no.

Ness: ¿No sientes que es otra carga?

Zac: ¿He hablado yo alguna vez de cargas?

Ness: No. Pero las hay.

Zac: Esta es buena. Te dije que quería tener hijos.

Ness: Dijiste que algún día.

Zac: Pues ese día ha llegado. Y, cuanto más lo pienso, más contento estoy -la tomó en sus brazos y la apretó contra su pecho-. Sé que no te encuentras bien, Vanessa, pero en cuanto veas al médico y te dé unas vitaminas, y pasen los primeros meses te sentirás mejor.

Vanessa se echó a llorar sin poder evitarlo. Agarró las solapas del traje de Zac y escondió la cara en su camisa.

Ness: Me pondré... gorda.

Zac: Estarás preciosa.

Ness: Pero tú... tú estarás atado a mí.

Zac: Yo no me he quejado.

Ness: Eres tan bueno...

Zac: Y tú tan boba...

La abrazó intentando consolarla. Sabía que había pasado por muchas cosas y que seguramente tener un hijo más adelante habría sido mejor para ella, pero no lo lamentaba. Aquello la uniría más a él.

Vanessa pensaba lo mismo mientras sollozaba débilmente. Oh, sí, quería tener aquel hijo, pero porque era de Zac más que por cualquier otra cosa. Cuando lo pensaba, se daba cuenta de que tener un hijo establecería entre ellos un vínculo mucho más permanente que el del matrimonio. Ello resultaba al mismo tiempo reconfortante y aterrador, porque, si algo salía mal y Zac decidía que ya había tenido suficiente, un niño completamente inocente pagaría las consecuencias.

El olor de las rosas interrumpió sus sollozos. Abrió los ojos y vio que Zac estaba acariciando las flores.

Zac: Una para ti, una para mí y otra para el bebé. Bonito ramo, ¿no crees?

Su dulzura trajo al rostro húmedo de Vanessa una débil sonrisa.

Ness: Sí, muy bonito.

Más tarde, se dijo, buscaría las espinas. Por ahora, estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que relajarse en brazos de Zac.




Esto es ciencia ficción pura. En dos semanas es imposible encontrar a un hombre que sea el amor de tu vida, se case contigo, vayas a tener un bebé y el esté encantado XD Los hombres ni siquiera se casan contigo aunque llevéis diez años saliendo XD Y ya ni hablemos de tener hijos XD Son así de estúpidos (¬_¬)

¡Por cierto! Próximo capi el último. ¡No os lo perdáis!

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me muero de amor!!! Me encanta que Ness este embarazada y Zac se alegre tanto! Son taaaan lindossss.
La madre de Ness es una casi brujaaaaa!!

Pero creo que fue el mejor capítulo!
Sube prontoo

Maria jose dijo...

Jajajajajaj me encanto tu comentario
Es verdad Jajajaj creí que subías novelas
De amor no de ciencia ficción jajaja
Hubo mucho amor en esta novela
Espero que tanto vanessa como zac
Declaren su amor
Síguela pronto


Saludos

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