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martes, 10 de febrero de 2015

Capítulo 4


Con la marcha de Zac, la habitación quedó de pronto en silencio. Vanessa aguzó el oído, sabiendo que él intentaría llamar de nuevo a Thomas. Rezaba para que lo consiguiera, por el bien de los dos. Zac y ella eran como el aceite y el agua; no se mezclaban bien.

Aprovechando que tenía el cuarto de estar para ella sola, se tendió en el sofá, cerró los ojos e imaginó que no había nadie más en la casa. Había tanto silencio... Ni el suave tamborileo de la lluvia, ni el tenue zumbido de las rejillas de la calefacción perturbaba la atmósfera apacible. Imaginó que se había preparado el desayuno sin contratiempos y que el día anterior había sacado todas las cosas del barco de Thomas sin esfuerzo alguno. En su mundo de ensueño, no había necesitado ayuda, pues su pierna rota estaba como nueva.

Pero eso era en su mundo de ensueño. En realidad, había necesitado ayuda, y Zac Efron se la había prestado. Se preguntaba qué pasaría si él fuera menos hosco. Era bastante guapo, eso había que reconocerlo, aunque fuera a regañadientes. Y también era fuerte. Vanessa recordó la fuerza de su brazo al sujetarla la noche anterior, cuando le había llevado las aspirinas, y el amplio pecho contra el que ella se había apoyado. Era independiente y capaz, sabía cocinar y había recogido la cocina sin rechistar.

Sí, tenía potencial. Pero también sus momentos malos, durante los cuales, dados sus propios cambios de humor, Vanessa prefería estar lo más lejos posible de él.

Mientras permanecía allí tumbada, pensando, imaginando cosas y haciéndose preguntas, sus párpados se cerraron lentamente y, sin pretenderlo, se quedó dormida. Una hora después, se despertó sobresaltada. Había estado soñando. Con Zac. Un sueño delicioso. Y exasperante. El hecho mismo de haberse dormido la exasperaba, porque delataba una detestable debilidad física. La noche anterior había dormido catorce horas seguidas. Sin duda ya había tenido suficiente. ¡Y soñar con Zac...!

No se había equivocado al enjuiciarlo por vez primera; él estaba tan abrumado como ella. Se descubrió preguntándose en qué consistirían sus preocupaciones y luego intentó ahuyentar de su mente aquellas preocupaciones. Ella tenía sus propios problemas. No le hacían falta los de él.

Lo que le hacía falta, decidió, era una taza de café. Tras el fracaso del desayuno, no había tenido ni fuerzas ni ganas de batallar con granos de café, filtros y recipientes. Ahora, sin embargo, la idea de beber algo caliente y aromático despertaba su apetencia.

Se incorporó con dificultad, entró en la cocina y agitó la cafetera. Zac le había dicho que quedaba algo de café, pero que era muy fuerte. A ella no le gustaba el café fuerte. Sin embargo, era una pena tirarlo. Encendió decididamente el gas y puso la cafetera a calentar.

Entre tanto, Zac estaba en el despacho, mirando por la ventana cómo llovía e intentando comprenderse. Vanessa Hudgens, cuyo apellido le había proporcionado el joven que le había respondido en casa de Thomas, era una espina clavada en su costado. Deseaba estar solo y ella estaba allí. Era media tarde. Aún no había hablado con Thomas, lo cual significaba que Vanessa tendría que quedarse al menos una noche más.

Lo que más lo molestaba eran las imágenes fugaces que danzaban perturbadoras en los rincones de su mente. Una espalda suave y grácil; una refinada cintura; la insinuación de la curva de la cadera; un olor fresco y dulce; una cabellera azabache, no castaña oscura, como había pensado al principio, sino de un denso y brillante color negro. Su rostro también lo perseguía. Ella tenía unos ojos castaños claros y bellísimos, una nariz pequeña, casi delicada, y unos labios que auguraban dulces promesas cuando sonreía.

Claro que rara vez sonreía. Tenía problemas. Y el caso es que él deseaba realmente estar solo. De modo que, ¿por qué se molestaba en pensar en ella de un modo que sugería que le parecía atractiva?

Desde la puerta se oyó un carraspeó.

Ness: Perdona.

Él giró la cabeza. El color verde menta del chándal de Vanessa era muy alegre. Y, naturalmente, bajo él seguían apareciendo todos aquellos relieves.

Zac: ¿Sí?

Ness: He calentado el café que quedaba, pero está muy fuerte para mí. He pensado que a lo mejor te apetecía -agarrando la muleta derecha con los músculos del antebrazo, le tendió una taza-.

Zac se puso alerta al instante. Era la primera vez que ella intentaba mostrarse amable. Tras tantas hostilidades, tenía que haber alguna razón oculta. Seguro que quería algo.

Zac: ¿Por qué? -preguntó ásperamente-.

Ness: ¿Por qué qué?

Zac: ¿Por qué lo has calentado?

Ella frunció el ceño.

Ness: Ya te lo he dicho. He pensado que tal vez te apeteciera.

Zac: Antes no parecías muy preocupada por mis apetencias.

Ness: Y ahora tampoco -contestó poniéndose a la defensiva-. Pero me parecía una pena ti¬rarlo.

Zac: Ah. Vas a hacer más café y has calentado los posos para mí.

Ness: No puedo creerlo -No se esperaba aquella hostilidad inmediata y menos aún cuando intentaba ser amable-. Antes querías que me los bebiera yo y de repente no es lo bastante bueno para ti.

Zac: Yo no he dicho eso -su voz era suave, pero sutilmente dura-. Siempre recaliento el café porque así ahorro tiempo y, en efecto, es una pena tirarlo. Lo que me extraña es ese gesto de buena voluntad por tu parte. Seguro que quieres algo.

Ness: Madre mía -dijo torciendo irónicamente los labios-, sí que estás quemado.

Los ojos de él se ensombrecieron.

Zac: ¿Qué quieres decir con eso?

Ness: Para que un hombre sospeche tanto de una mujer, alguna tiene que haberlo utilizado, y mucho.

Zac se quedó pensando un momento. Qué extraño. Nunca antes se le había ocurrido, pero, en efecto, había sido utilizado. Amber había sido muy astuta; lo bastante sutil como para que su cerebro registrara solo subliminalmente sus manejos, pero astuta al fin y al cabo. Solo ahora se daba cuenta él de que, a menudo, Amber había hecho pequeñas cosas por él cuando quería conseguir algo para su provecho. Aquello encajaba con la naturaleza de su amor, pero él no se había dado cuenta entonces. Como no se había percatado del venero de traición de Webster-Dawson.

Zac: Mi vida no es asunto tuyo -gruñó malhumorado-.

Ness: Bien -dijo secamente-. Solo quiero que sepas que me ha costado un esfuerzo monumental traer el café hasta aquí sin derramarlo. Y, si quieres saber la verdad, mi principal motivación era averiguar dónde estabas para saber qué habitación debía evitar -dejó la taza en una estantería cercana con un golpe seco-. Puedes bebértelo o no bebértelo. A mí lo mismo me da -se dio la vuelta para marcharse, pero no logró ocultar la expresión dolida de su semblante-.

Zac: Espera.

Ella se detuvo, pero no se giró.

Ness: ¿Para qué? ¿Para qué puedas lanzarme más insultos?

Él se apartó de la ventana.

Zac: No quería ofenderte. Tienes razón. Estoy muy quemado. Y ha sido injusto por mi parte pagarlo contigo.

Ness: Parece que has pagado muchísimas cosas conmigo.

Zac: Y viceversa -dijo suavemente, satisfecho cuando ella giró la cabeza y lo miró-. Tienes que admitir que no has sido precisamente una compañera de casa muy simpática.

Ness: He tenido... otras cosas en la cabeza.

Él dio un paso hacia delante.

Zac: Yo también. Necesitaba desahogarme. Gritarte me sienta bien. Puede que no sea correcto, pero me sienta bien.

Ness: Dímelo a mí -masculló irónicamente, pero él se lo tomó al pie de la letra-.

Zac: Toda mi vida se ha gobernado por la razón y la contención. Nunca antes había perdido los nervios de este modo por asuntos tan insignificantes.

Ella lo miró con recelo.

Ness: ¿Como el hecho de que yo esté utilizando el dormitorio grande?

Zac: No, eso no es insignificante. Es un asunto práctico.

Ness: ¿Y qué me dices de la calefacción? El dormitorio está congelado, mientras que el resto de la casa parece un horno. Has bajado el termostato de esa habitación a propósito, ¿verdad?

Zac: Ya te lo dije. Me gusta que haga frío en mi dormitorio.

Ness: Pues a mí me gusta que haga calor, y no me digas que utilice otra habitación, porque no pienso hacerlo. Vas a irte, así que...

Zac: Vas a irte tú -había alzado la voz para igualar la vehemencia de la de ella, pero de pronto la bajó de nuevo-. El único problema es que Thomas no ha vuelto aún, así que parece que no podrá ser hoy.

Ness: Está evitándonos.

Zac: Tú también lo has pensado, ¿eh?

Ness: Lo cual significa que estamos atrapados aquí -miró sobriamente a su alrededor-. En fin, la casa es preciosa. Mira -señaló una pared y luego otra-. Cientos de libros entre los que elegir, equipo de música, vídeo, televisión...

Zac: La señal de televisión es malísima. Ya lo he probado.

Ness: Da igual. Yo odio la televisión.

Zac: ¿Tanto como las películas?

Ness: Yo no he dicho que odiara las películas, solo que últimamente son horribles. Lo mismo puede decirse de la televisión. Si no es una estúpida comedia de situación, es un repugnante concurso de aventura, o, peor aún, una teleserie de gran audiencia.

Zac: Eres un poco dogmática, ¿no?

Vanessa lo miró con los ojos centelleantes y agarró con más fuerza las muletas.

Ness: Sí, soy dogmática y en este momento me apetece dar rienda suelta a todas y cada una de mis opiniones -tácitamente, lo desafió a contradecirla-.

Pero Zac no tenía intención de hacerlo. Casi sentía curiosidad acerca de qué diría ella a continuación. Agarró la taza que ella había dejado y se apoyó contra la estantería, lo bastante cerca de ella como para sentir el fresco olor que emanaba de su cuerpo.

Zac: Adelante. Te escucho.

Vanessa también era consciente de su cercanía, de sus hombros anchos y sus piernas largas, del hecho de que hacía mucho tiempo que no se hallaba cerca de un hombre tan atractivo. Empezó a notar las mejillas sofocadas y un extraño cosquilleo en la boca del estómago. Confusa, miró a su alrededor, vio el amplio sofá de cuero y retrocedió hasta que pudo hundirse en él.

Ness: ¿Qué estaba diciendo?

Zac: Me estabas dando tu opinión acerca de la situación actual de la televisión.

Ness: Ah -respiró hondo y se quedó pensando un momento; por fin dijo-: Odio las miniseries.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque destrozan los libros de los que están adaptadas.

Zac: No siempre.

Ness: Bastante a menudo. Y son el doble de largas de lo que deberían ser. Fíjate en el inicio de cada capítulo. Malgastan casi quince minutos con la lista del reparto y contando lo que pasó en el capítulo anterior. La mayoría de los espectadores sabe lo que pasó en el capítulo anterior. Es una pérdida de tiempo resumírselo. Y, en cuanto a los títulos de crédito, lo último que necesitan esos actores y actrices es que los adulen todavía más. ¡La mayoría son unos cretinos! -se estaba acalorando, refocilándose en su malicia-. Pero lo peor de la televisión son las noticias.

Zac: A mí me gustan -objetó-.

Ness: A mí también, cuando son noticias, pero como las cadenas tienen que rellenar dos horas cada noche, más de la mitad de lo que emiten no son noticias. Por lo menos, lo que yo considero que tienen que ser las noticias. Y, en cuanto al pronóstico del tiempo, cuando por fin acaban con esos intrincados mapas electrónicos y esas pantallas de radar, yo ya me he perdido, así que al final me pierdo la previsión, que era lo que me interesaba.

Zac: Tal vez deberías ceñirte a los periódicos.

Ness: Eso suelo hacer.

Zac: ¿Qué periódico lees?

Ness: El Times.

Zac: ¿El New York Times? -se estaba preguntando cuál sería su relación con Victoria-. Entonces, ¿vives en Nueva York?

Ness: No. Vivo en Providence.

Zac: Ah, Providence. Esa excitante pequeña metrópolis.

Ness: ¿Qué tiene de malo Providence?

Zac: Nada que un terremoto devastador no pudiera arreglar -aquella exageración le reportó cierto placer-.

Ella lo miró con dureza.

Ness: Seguramente no sabes nada de Providence, y mucho menos de Rhode Island, y sin embargo ahí estás, despotricando contra toda la región.

Zac: Oh, sé algunas cosas sobre Providence. Hace dos años tuve un cliente de allí. Era pleno verano y el aire acondicionado de su oficina no funcionaba. Como el despacho estaba en un rascacielos, ni siquiera se podía abrir la ventana, así que bajamos a lo que supuestamente era el restaurante del edificio. El servicio era pésimo, la comida peor y, para colmo, algún imbécil me rozó el coche en el aparcamiento y acabé pagando por eso también. Y encima el cliente tardó seis meses en pagarme.

Vanessa sentía curiosidad.

Ness: ¿Qué clase de cliente era?

Zac: Soy abogado.

Ness: ¡Abogado! -se movió hasta el borde del asiento-. No me extraña que seas aficionado a las conferencias de delincuentes. Sus tarifas podrían estar pagando tus honorarios.

Zac: Yo no soy abogado criminalista -afirmó. La arruga entre sus cejas se hizo más pronunciada-. Trabajo con empresas.

Ness: ¡Peor aún! ¡Yo odio las empresas!

Zac: Tú odias casi todo.

Vanessa le sostuvo la mirada un momento. Zac parecía estar lanzándole un desafío, inquiriendo acerca de los rasgos esenciales de su personalidad, retándola a decirle la verdad.

Ness: No -dijo en tono más calmado-. Solo me estoy desahogando un poco. Yo no... no puedo hacerlo muy a menudo.

Él también se había tranquilizado.

Zac: ¿Y qué haces?

Ness: Contenerme.

Zac: No, quiero decir que a qué te dedicas. Trabajas, ¿no? Todas las mujeres modernas trabajan.

Vanessa frunció el ceño.

Ness: No hace falta que te pongas sarcástico.

Él no se disculpó.

Zac: Tú presumes de ser una mujer moderna. Así que dímelo. ¿A qué te dedicas?

Ella recogió lentamente las muletas. No podía decirle a qué se dedicaba; si no, se lo pasaría bomba metiéndose con ella.

Ness: Eso... -se levantó- no es asunto tuyo.

Zac: Yo te he dicho en qué trabajo.

Ness: Y yo a ti dónde vivo. Así que estamos empatados -se apoyó en las muletas y se dirigió hacia la puerta-.

Zac: Pero quiero saber a qué clase de trabajo te dedicas.

Ness: Pues peor para ti.

Zac: Apuesto a que no trabajas -aventuró, acercándose a su lado-. Apuesto a que eres una sobrina mimada de alguna de las refinadísimas amigas de Victoria.

Ness: Piensa lo que quieras.

Zac: Apuesto a que estás aquí porque en realidad querías irte a Montecarlo, pero papá te ha reducido la cuenta de gastos y le estás gorroneando un poco a Victoria.

Ness: ¿La cuenta de gastos? -se detuvo en medio del cuarto de estar y dejó escapar una risita áspera-. ¿Los padres pagan la cuenta de gastos de sus hijas de veintinueve años?

Zac se quedó boquiabierto.

Zac: ¿Veintinueve? Me tomas el pelo.

Ness: No -afirmó, y siguió hacia la cocina-.

Zac: ¿Veintinueve? Yo te habría echado veintitrés o veinticuatro. ¡Pero veintinueve...! -se frotó la sombra de la barba y dijo pensativo-: Lo bastante mayor como para haber estado casada al menos una vez -echó a andar tras ella-. Dime que estás huyendo de un marido que te pega. ¿Te ha roto él la pierna?

Ness: No.

Zac: Pero ¿tienes marido?

Ella le lanzó una mirada impaciente.

Ness: Está claro que no conoces muy bien a Victoria. Ella nunca nos habría tendido esta encerrona si alguno de los dos estuviera casado.

Zac conocía a Victoria y Vanessa tenía razón.

Zac: Está bien. ¿Te has casado alguna vez?

Ness: No.

Zac: ¿Vives con alguien? -al ver que ella lo miraba un segundo con mayor impaciencia, intentó defenderse-. Eso es posible. Tal vez Victoria pretenda que lo olvides, si era un canalla... Está bien, está bien. Así que no vives con nadie. Simplemente, has roto con tu novio y has venido aquí a lamerte las heridas.

Ness: Te equivocas otra vez. -Drake la había dejado cuatro meses antes, y no había ninguna herida que lamer. Apoyó las muletas en un rincón y se acercó a la encimera dando brincos. Estaba decidida a hacerse una taza de café-. Esto parece un concurso de televisión, lo cual me recuerda que lo que realmente detesto son los programas como el que estaba viendo Thomas ayer. Sé por qué los ve la gente. Se meten en el juego y se ponen como locos cuando aciertan una respuesta antes que el concursante. Pero los concursantes, dando saltitos y batiendo palmas con entusiasmo cuando ganan, besando al presentador al que no conocen de nada... -sacudió la cabeza-. Es triste. Muy triste.

Zac estaba cerca, observando cómo llenaba de café con una cucharilla el recipiente de la cafetera. Sus manos eran esbeltas, bien formadas y elegantes. Había en su forma de sujetar la cucharilla algo casi lírico. La mirada de Zac se deslizó por su brazo, sobre su hombro más bien indefinido, hasta el cuello, el cual era cualquier cosa menos indefinido. Su cuello también era grácil. Qué extraño que él no lo hubiera notado antes.

Vanessa interrumpió momentáneamente su tarea y lo miró con fijeza. Sus ojos se habían agrandado y su pulso se había acelerado. Entonces se le ocurrió que nunca había percibido tantas texturas distintas en un hombre: desde su pelo a la suave pendiente de su nariz, pasando por el frunce de su frente y el vello corto de su barba. Casi deseaba tocarlo. Casi deseaba tocar...

Tensó los dedos alrededor de la cucharilla.

Ness: Zac... -la miró a los ojos, vagamente sorprendido-. Yo necesito espacio. No... no estoy acostumbrada a tener siempre a alguien a mi alrededor en casa.

Él frunció el ceño.

Zac: Eh, claro -dio un paso atrás-. Creo que voy a... a salir a dar una vuelta o algo así.

Vanessa aguardó hasta que se fue. Luego volvió lentamente a su tarea. ¿Irse a dar una vuelta? ¿Lloviendo? Prestó atención, pero no oyó abrirse ni cerrarse la puerta. De modo que estaba dando un paseo por la casa. Una actividad tan buena como otra cualquiera en un día tan desalentador. Vanessa se preguntaba cuándo escamparía. La isla debía de ser preciosa a la luz del sol. Tenía ganas de salir, de buscar una roca alta en la que sentarse y relajarse.

Aunque, pensándolo bien y por extraño que pareciera, no estaba tan tensa, o al menos no tanto como al salir de Providence. A pesar del ajetreo de la llegada a la isla, incluso a pesar de la lluvia, el cambio de aires le había sentado bien. Nada había cambiado, naturalmente. Providence seguiría allí cuando ella regresara. Y su madre, Sarah y sus tíos también, dispuestos a volver a la carga, a menos que se le ocurriera algún modo de librarse de ellos.

Pero aún no se le había ocurrido ninguno.

Agarró cuidadosamente el café y una muleta y entró en el despacho. Descubrió que podía apoyarse con cuidado en la escayola sin sentir molestias, lo cual la reconfortó. De ese modo, llevar cosas, como el café, se hacía mucho más fácil. Sin embargo, avanzaba muy lentamente, lo cual seguía poniéndola de mal humor, aunque aquello era mejor que estar confinada en la cama.

Se recostó en el sofá de cuero y se bebió tranquilamente el café. Su bolsa de viaje contenía varios libros, lana y agujas de hacer punto, un radiocasete y numerosas cintas. Pero, en ese momento, ninguna de aquellas distracciones despertaba su interés. Se sentía en el limbo, como si no pudiera relajarse completamente hasta que Zac se marchara.

Pero ¿se iría él realmente? No. Al menos, no por su propia voluntad. No a menos que Victoria le pidiera expresamente que se fuera. Lo cual no haría.

Victoria había sido muy lista. Sabía que estaba tratando con dos testarudos. También sabía que, una vez en la isla, Zac y ella estarían virtualmente atrapados. Thomas Newton era su único vínculo con el continente y, aunque estuviera pendiente de cualquier auténtica emergencia física, parecía hacer oídos sordos a sus súplicas de índole estrictamente emocional.

Eran Zac y Vanessa contra los malos. Una interesante perspectiva.

De pronto, Vanessa dejó su taza y salió cojeando del despacho. La casa estaba en silencio. Se preguntó qué estaría haciendo Zac y decidió averiguarlo por su propio bien. Él no había regresado al cuarto de estar mientras ella estaba en el despacho, y tampoco estaba en la cocina.

Estaba en su habitación. En la habitación principal. Vanessa se paró en el umbral y lo miró atentamente. Estaba tumbado de espaldas en la cama, con una rodilla levantada, y se tapaba los ojos con un brazo.

Aliviada porque no hubiera detectado su presencia, se disponía a marcharse cuando un sonido leve alcanzó sus oídos. Era algo más fuerte que el ruido normal de la respiración, y un poco más suave que un ronquido. Zac estaba definitivamente dormido.

Incapaz de resistirse, Vanessa se acercó sigilosamente a la cama. El pecho de Zac subía y bajaba lentamente; sus labios estaban entornados. Mientras ella lo miraba, sus dedos se tensaron y luego quedaron inmóviles. Como consecuencia de ello, Vanessa sintió una punzada en el corazón.

Zac era humano. En el fragor de la batalla, ella había intentado obviar ese hecho, pero ahora, al verlo allí tendido, dormido e indefenso, se sintió profundamente conmovida. Él estaba cansado, quizá tanto anímica como físicamente.

De nuevo, Vanessa se descubrió preguntándose de qué habría huido. Era abogado; aquella era una buena profesión. ¿Había sufrido algún revés en su carrera? ¿O tal vez sus problemas se debían a alguna mujer.
Quizá estuviera sufriendo las consecuencias de un mal divorcio, angustiado tal vez por los hijos que hubiera tenido de su matrimonio.

En realidad, apenas sabía nada sobre él. Se habían visto unidos a la fuerza desde el momento en que ella había llegado a Spruce Head, y él había representado sencillamente un punching-ball sobre el que descargar sus frustraciones. Cuando discutía con él, no se acordaba de su pierna, ni del aeróbic, ni de Hudgens Enterprises. Quizá, después de todo, su presencia fuera saludable.

En realidad, él no estaba tan mal. A veces, hasta le gustaba. Además, en ocasiones se sentía físicamente atraída por él. Nunca antes le había quitado el aliento la cercanía de un hombre, pero con Zac le había pasado varias veces. Para alguien que siempre mantenía relativamente el control sobre sus emociones, aquella experiencia resultaba temible. Y, en cierto sentido, también excitante.

Temiendo que Zac se despertara y se enfadara con ella por perturbar su sueño, salió sigilosamente de la habitación y regresó al despacho. Su mirada se posó sobre la radio tierra-mar. Se acercó a ella, observó el micrófono, revisó las instrucciones de uso y luego dio media vuelta y se dejó caer en el sofá. Se colocó un mullido cojín bajo la cabeza, bostezó y cerró los ojos.

El día invitaba a la pereza. El sonido de la lluvia, hipnótico y adormecedor, inducía a un dulcísimo letargo. A Vanessa le extrañaba su cansancio, pero sabía que solo en parte se debía a su debilidad física. La tensión a la que se había visto sometida en Providence también tenía parte de culpa.

Necesitaba descansar, se dijo. Era bueno para ella. ¿Acaso no era para eso una isla remota? Pronto se sentiría más fuerte y entonces leería, tejería, escucharía música y hasta haría ejercicio. Pronto saldría el sol y ella podría disfrutar del aire fresco del archipiélago. Pero, por ahora, se conformaba con no hacer nada.

Estaba profundamente dormida cuando, un rato después, Zac se detuvo bruscamente en la puerta del despacho. Hacía solo un instante que se había despertado y se sentía aturdido. No estaba acostumbrado a la inactividad. Sí, había llevado algunos libros, y allí había cintas de música y una amplia colección de viejas películas para ver, pero aún no le apetecía hacer ninguna de ambas cosas. Si el tiempo fuera mejor, podría salir, pero no lo era, de modo que se había echado a dormir.

Sabía que iba a tardar varios días en descomprimirse y que le era indispensable relajarse. No ignoraba que las soluciones a sus problemas no iban a salirle al paso en cuanto llegara a la isla. Los problemas nunca andaban muy lejos de su conciencia.

Irónicamente, Vanessa era su mejor distracción. Vanessa. Mientras la miraba, se chupó el labio superior y luego lo soltó lentamente. Veintinueve años. Recordó cuando él tenía esa edad. Entonces hacía cuatro años que había salido de la facultad de derecho y trabajaba como asociado en un importante bufete de Hartford. Las horas eran largas; el trabajo, aburrido. Frustrado por una jerarquía que lo relegaba a desempeñar en provecho de los socios los trabajos más insignificantes y rutinarios, al año siguiente se había establecido por su cuenta. Aunque las horas se le hacían igualmente largas, al menos el trabajo era mucho más gratificante.

Ahora, cuatro años después, ya casi con treinta y tres, se hallaba tristemente desilusionado. Sabía en qué se había metido, veía sus errores con hiriente claridad, pero no acertaba a imaginarse el futuro.

Si Vanessa estaba desilusionada a los veintinueve años, ¿qué sería de ella dentro de unos años? ¿Qué esperaba ella de la vida? ¿Y qué había obtenido?

Allí, tumbada de lado, con las manos metidas entre los muslos y la mejilla apoyada en un cojín, era la imagen de la inocencia. Y también resultaba extrañamente perturbadora. Zac se preguntaba cómo era ello posible, teniendo en cuenta que no había en ella nada seductor en el sentido tradicional del término. No llevaba maquillaje. Su corte de pelo, largo, ondulado y con flequillo no era nada sofisticado. Su chándal estaba a años luz de la ropa deportiva ceñida que llevaban las mujeres de su club de tenis. Su gruesa tela se arrebujaba por delante, camuflando sus pechos, fueran estos como fuesen, y sin embargo... sin embargo, el tejido se posaba sobre un trasero hermosamente redondeado, y ella tenía un aire cálido y vagamente enternecedor. Zac casi envidiaba las manos que reposaban entre sus muslos.

Sacudió rápidamente la cabeza, se acercó a la radio, levantó el micro, lo movió, frunció el ceño y volvió a dejarlo en su sitio. Ah, demonios, se dijo. Thomas no iba a responder. Estaba compinchado con Victoria. A no ser que surgiera una auténtica emergencia, no volvería en los días siguientes. Y, siendo así, a Zac le correspondía encontrar un modo de convivir en paz relativa con Vanessa.

Pero ¿qué diversión podía reportarle eso? Vanessa era para él una especie de punching-ball. Cuando discutía con ella, se sentía mejor. Ella le proporcionaba desahogo y diversión. Tal vez debería seguir practicando su gancho.

Sonriendo, entró tranquilamente en el cuarto de estar. Su mirada se posó en la chimenea; las cenizas de la noche anterior estaban frías. Recogió unos leños gruesos de la cesta que había al lado, los colocó en la chimenea sobre un montón de astillas y prendió una cerilla. Al cabo de unos minutos, se encendieron las astillas y a continuación los troncos. Solo cuando el fuego crepitaba ya con viveza, se recostó Zac en un sillón para mirarlo.

Qué extraño, pensó. Nunca antes había ido a relajarse a un lugar desierto. Había estado en la playa en el sur de Connecticut, en Cape Cod, en Nantücket, y en las montañas nevadas de Vermount. Había estado en el Caribe y en Europa. Pero nunca había estado tan aislado del resto del mundo. Jamás había estado en la única casa de una isla, dependiendo únicamente de sí mismo para proveer sus necesidades.

Amber se habría muerto allí. Habría querido salir a cenar o llamar al servicio de habitaciones. Habría querido que hubiera gente con la que salir a tomar una copa. Habría querido que hubiera servicio de lavandería.

¿Y Vanessa? Aun a pesar de tener la pierna rota, Vanessa había ido allí buscando soledad. Quizá fuera una estupidez, teniendo así la pierna, pero el caso es que allí estaba. ¿Era en efecto una niña mimada que estaba huyendo de las complicaciones de su vida? ¿O era en realidad una mujer autosuficiente? Aún estaba por ver que supiera hacerse la cama...

Ness: Bonito fuego.

Él levantó la mirada. Vanessa estaba apoyada en la pared, junto al pasillo. Tenía un aspecto cálido, todavía adormilado y dulce. Zac sintió un calor dentro del pecho y luego frunció maliciosamente el ceño.

Zac: ¿Dónde te has dejado la otra muleta?

Los ojos de ella se aclararon.

Ness: En la cocina.

Zac: ¿Y qué hace allí?

Ella alzó la barbilla.

Ness: Está sujetando la encimera.

Zac: Debería estar bajo tu brazo. Eres tú quien necesita sujeción.

Ness: He descubierto que me las apaño bastante bien con una sola.

Zac: Si cargas demasiado peso en la pierna -alegó-, tardarás más en curarte.

Ness: Pareces un experto.

Zac: Una vez me rompí la pierna.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Esquiando.

Ella hizo girar los ojos.

Ness: Debí imaginarlo. Apuesto a que te sentabas en el salón de la estación de esquí con la pierna en un pedestal. El héroe herido regodeándose en la admiración de las gentes.

Zac: Qué va. Pero lo que hice yo no viene al caso. Lo que estás haciendo es una locura. El médico no te dio permiso, ¿a que no?

Ness: Me dijo que utilizara el sentido común. Y, además, ¿a ti qué más te da? No eres mi guardián.

Zac: Si te caes y te rompes la escayola, o, peor aún, la otra pierna, me tocará a mí hacer algo.

Ella sonrió burlona.

Ness: Si me ocurriera algo, tus problemas estarían resueltos. Llamarías a Thomas y, ¡zas!, él vendría a recogerme en un santiamén.

Zac sabía que tenía razón. También sabía que, de momento, le ganaba por un tanto. Aquello reclamaba un cambio de táctica. Respiró hondo, se recostó en el sillón y apoyó los pies descalzos en la mesa baja.

Zac: No quiero que venga a recogerte. He decidido conservarte.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció.

Ness: ¿Qué has dicho?

Zac: Que he decidido conservarte.

Ness: Teniendo en cuenta que no te pertenezco, es una decisión bastante chocante.

Él agitó una mano.

Zac: No te pongas puntillosa con la semántica. Ya sabes lo que quiero decir.

Ella asintió lentamente.

Ness: Has decidido dejar que me quede.

Zac: Exacto.

Ness: ¿Y si yo decido marcharme?

Zac: Thomas no te hará ni caso, así que lo dudo.

Ness: Precisamente, lo cual significa que eres un fanfarrón, Zac Efron. Tú no puedes decidir que me quede, del mismo modo que yo no puedo decidir que te quedes o que te vayas. Estamos atrapados juntos en esta isla, lo cual significa que... -su mente se estaba deslizando por una pendiente placentera. Le sonrió malévolamente-. Que tendrás que aguantarme, con mi mal humor y todo.

En su opinión, le había dado licencia para disparar a discreción y sin remordimientos. Batallar con él se estaba convirtiendo en un pasatiempo sumamente satisfactorio.

Zac: Creo que podré soportarlo -dijo muy satisfecho-.

Ness: Bien -se colocó cojeando entre Zac y el fuego y se sentó en otro sillón, frente a él-. Y dime -añadió, recostándose-, ¿has dormido bien?

Zac: ¿Me has estado espiando?

Ness: No. He entrado en mi dormitorio y allí estabas tú. Roncando.

Zac no estaba dispuesto a entrar al trapo.

Zac: ¿Por eso te has echado la siesta en el despacho?

Ness: Me has estado espiando.

Zac: No. Entré allí pensando en llamar a Thomas. Luego, decidí no molestarme. Así que vine aquí y encendí el fuego. Es agradable, ¿verdad?

Ness: No está mal.

Se levantó del sillón y entró a saltos en la cocina. Sobre la encimera había un cuenco con fruta fresca. Tomó una naranja y volvió a su asiento.

Zac: Saltas de maravilla. ¿Es tu especialidad?

Ella no le hizo caso.

Ness: Este fuego necesita combustible -arrancó un trozo de piel de naranja y lo arrojó entre las llamas-.

Zac: ¡No hagas eso! ¡Vas a estropearme el fuego!

Ness: Le dará un olor especial. Ya verás -tiró otro trozo de cáscara-.

Zac miró fijamente las llamas.

Zac: Odio el olor de las naranjas. Me recuerda los paquetes de fruta que mis abuelos solían mandarnos desde Florida cada invierno. Había tanta que a mi madre la preocupaba que se echara a perder y nos obligaba a todos a comer fruta durante una semana -su voz se había suavizado y sus labios se curvaron al recordar-. Todos los años me daba urticaria de tanto comer naranjas.

Ella arrancó un gajo y lo sostuvo en alto, lista para metérselo en la boca.

Ness: ¿Tienes hermanos o hermanas? -el gajo de naranja desapareció-.

Zac: Uno de cada.

Ness: ¿Más mayores o más pequeños?

Zac: Los dos más mayores.

Ness: ¿Tienes relación con ellos?

Zac: ¿Ahora? Sí, mucha -se hundió un poco más en el sillón, apoyó la cabeza en el respaldo y cruzó los tobillos-. Durante algún tiempo cada uno siguió su camino. Alex es maestro en Minneapolis y Miley trabaja en Washington para el gobierno. Los dos están casados y tienen hijos, y todos teníamos tantas cosas que hacer que apenas nos veíamos.

Ness: ¿Y qué paso para que cambiaran las cosas?

Zac: Que murió mi madre. Su muerte nos dejó conmocionados. Ya sabes, la vida es muy corta y esas cosas. De eso hace casi siete años. Desde entonces nos vemos mucho más.

Ness: ¿Tu padre todavía vive?

Zac: Sí. Está jubilado.

Ness: ¿Vivís cerca?

Zac: Él sigue viviendo en la casa donde crecimos, en Westchester. No dejamos de decirle que se mude, porque la casa es muy grande y la mayor parte del tiempo está solo. Pero no quiere venderla -estaba sonriendo-. Viaja mucho. Nueve de cada doce meses se los pasa por ahí. Pero dice que necesita la casa. Necesita saber que está ahí, que puede volver a ella. Personalmente... -bajó la voz-, creo que lo que pasa es que no quiere echar a la pareja que vive encima del garaje. Llevan casi veinte años cuidando la casa. Y también lo cuidan a él cuando está por allí, y le encanta.

Vanessa se metió distraídamente otro gajo de naranja en la boca y lo masticó mientras miraba a Zac. Era evidente que él sentía afecto por su familia.

Ness: Qué historia tan encantadora. Tu padre parece un tipo simpático.

Zac: Lo es.

Ella respiró hondo de repente.

Ness: ¿Y cómo es que le salió un hijo como tú? Por cierto, ¿no se te están helando los pies? No te he visto con calcetines desde que llegamos aquí, pero hace frío.

Él movió los dedos de los pies.

Zac: Soy de sangre caliente.

Ness: Eres un imprudente. Te vas a clavar una astilla.

Zac: ¿Bromeas? El suelo está lijado y encerado. Solo hay astillas en las paredes y afortunadamente no ando por ellas -flexionó las piernas se levantó-. Así que tendrás que encontrar otra cosa que reprocharme.

Ness: Lo haré -prometió-. Lo haré -lo observó entrar en la cocina-. ¿Qué haces?

Zac: Voy a ver qué hago de cena.

Ness: ¡Pero si no hemos comido!

Zac: El desayuno era la comida -encendió una luz en la cocina en penumbra-. Ahora toca cenar.

Ella miró su reloj. Eran las seis pasadas. Suponía que tenía hambre, pero la idea de prepararse otra vez la comida ahogaba el rugir de sus tripas. Así que se quedó donde estaba, mirando el fuego y diciéndose que se prepararía algo cuando Zac acabara. No quería que fuera testigo de su torpeza. Además, entre los saltos que ella daba y el tamaño de Zac, no podían moverse en la cocina al mismo tiempo.

Escuchó los ruidos de sus evoluciones, preguntándose cómo habría llegado a ser tan habilidoso. Se le ocurrieron varias explicaciones, pero al final la pregunta quedó sin resolver. Luego, oyó el chisporroteo de la carne y comenzó a notar un olor delicioso, y su admiración se tornó en exasperación. ¿Por qué tenía que dársele tan bien la cocina? ¿Por qué no era tan torpe como ella? Los hombres que conocía ya se habrían puesto a gritar, preguntando dónde estaba la mantequilla, dónde se afilaba un cuchillo o cómo se preparaban las verduras. ¿Por qué no la necesitaba para nada?

Se levantó del sillón y se acercó dando brincos a la cocina. Lo que vio la dejó parada en seco en el umbral. Zac había puesto dos cubiertos en la mesa y estaba colocando un plato lleno hasta rebosar en cada sitio.

Él alzó la mirada.

Zac: Iba a llamarte ahora mismo.

La expresión de asombro de Vanessa recompensó sobradamente sus esfuerzos, aunque sus motivos eran más profundos. Si ayudaba a Vanessa con cosas que sabía que le resultaban difíciles, no se sentiría tan mal cuando se metiera con ella. Una buena acción por otra que no lo era tanto. Parecía un trato justo. Por no mencionar el hecho de que mantenerla desconcertada parecía de la mayor importancia.

Zac: Filete, brócoli al vapor y rollitos -sonrió, mirando los platos-. No está nada mal, aunque no esté bien que yo lo diga.

Ness: No está mal -repitió distraídamente-. Harás de alguna mujer una esposa excelente.

Él ignoró la pulla y retiró una silla.

Zac: ¿Señorita Hudgens?

A falta de algo mejor que hacer, particularmente teniendo en cuenta que se le hacía la boca agua, Vanessa avanzó y dejó que la ayudara a sentarse. Observó un momento el apetitoso plato y, al alzar la mirada, vio que él estaba sirviendo dos copas de vino.

Ness: ¿Por qué? -preguntó bruscamente-.

Zac: ¿Por qué el vino? Está aquí para que nos lo bebamos, y pensé que sería un detalle agradable.

Ness: ¿Por qué haces esto? Yo no te he pedido que me hagas la cena.

Zac: ¿Piensas rechazarla?

Ella miró anhelante su plato. La comida del hospital era casi incomible; hacía días que no comía algo apetitoso.

Ness: No. Tengo hambre.

Zac: Me lo imaginaba.

Ness: Pero debes de estar tramando algo.

Él se sentó en su sitio, sacudió alegremente la servilleta y se la extendió sobre el regazo.

Zac: Puede que esté pensando en la cocina de Victoria. Esta mañana has roto un vaso. Unos pocos más, y nos quedaremos sin ninguno.

Ness: No es por el vaso y lo sabes. ¿Qué pasa, Zac? No me gusta cuando te pones tan amable.

Él arqueó una ceja mientras cortaba su filete.

Zac: Te gustan los tipos duros, ¿eh? ¿Te excita que te den caña? -se metió un trozo de filete en la boca, masticó y cerró los ojos-. Mmm. Perfecto -abrió los ojos con burlona inocencia-. Espero que te guste poco hecho.

Ness: Me gusta normal.

Zac: Entonces puedes comerte los bordes y dejar el centro -señaló con su tenedor-. Adelante. Aunque, pensándolo mejor... -dejó el tenedor y tomó la copa de vino-. Un brindis -al ver que Vanessa seguía mirándolo fijamente, bajó la cabeza e insistió-. Venga, alza tu copa -ella la alzó lentamente, recelosa. Él sonrió-. Por nosotros.

El entrechocar de sus copas resonó en la habitación.




Qué mono, Zachy, que le hace la comida ^_^ Muy bien, vas por buen camino. Y Vanessa también, que ya se la ve de mejor humor. 

El próximo capi va a estar interesante. ¡No os lo perdáis!

¡Thank you por los coments y las visitas!

Por cierto, bienvenida Samantha. Creo que es la primera vez que comentas. ¡Gracias!

¡Comentad, please!

¡Un besi!


3 comentarios:

Claudix! dijo...

Hola!!! Despues de años! No tengo internet desde hace un mes y por eso no he leido tus noves, no termine de leer la anterior.. Ahora estoy en mi telefono pero es incomodo leer por aqui.. No se cuando volvere a tener internet pero espero pomerme al dia con las noves.. Saludos! :)

Maria jose dijo...

Nooooo!!!! Por que termino el capítulo así
Se estaba poniendo muy bueno
Presiento que el próximo capítulo pasaran
Cosas mas interesantes
Ya era hora que zac y vanessa se llevarán bien
Esta novela es muy buena
Tu como siempre subes novelas muy buenas
Amo tu gusto de novelas, son muy buenas y también si son mis gustos
Sube pronto se que el jueves estaré todos el día esperando el capi nuevo
Saludos!!!

Unknown dijo...

Aaaay que lindo capítulo. Zac esta siendo caballero pero me preguntó que costo tendrá tanta caballerosidad jajaj.
Me encanto el capi, fue tan tierno. Y se empezó a notar esa chispa que hay, solo falta que enciendan un poquito mas, porque me parece que se atraen!! Se empezó a notar ahora!!


Sube prontooooo

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