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sábado, 21 de febrero de 2015

Capítulo 9


Una vez Vanessa hubo aceptado que estaba encinta, se sintió más capaz de afrontar la situación. Fue al médico y empezó un régimen de vitaminas que compensaba las que el bebé exigía de su cuerpo. Continuó trabajando con Albert Brickner, ajustando las horas para satisfacer su necesidad de dormir.

Zac parecía sinceramente feliz ante la idea de tener un hijo, y eso la aliviaba más que cualquier otra cosa. A cambio, decidió hacer cuanto estuviera en su mano por conseguir que su matrimonio funcionara.

Cuando iba a la oficina se vestía con sumo cuidado para que Zac se sintiera orgulloso de ella. Cuando estaba en casa, planificaba las comidas y coordinaba las tareas de limpieza para que la casa estuviera siempre inmaculada por si Zac decidía invitar a alguien en el último minuto. Pero, a instancias de Zac, contrataron a una asistenta para que la ayudara. Vanessa volvió a frecuentar el gimnasio y, aunque no enseñaba, participaba en las clases. Nadaba. Se mantenía tan en forma como podía hacerlo una mujer cuya tripa crecía lentamente.

Y nunca discutía con Zac. No se quejaba cuando él se retrasaba varias horas y la cena tenía que esperar. No decía una palabra cuando él tenía que salir en viaje de negocios. No lo incordiaba para que se tomase algún tiempo libre para jugar al tenis con ella. Asistía con buen talante a cócteles y cenas, y cuando Zac y ella se hallaban al fin solos por la noche, hacía cuanto podía por satisfacerlo, tanto física como emocionalmente.

Pero, como se negaba a darle cualquier motivo de queja, la frustración que había ido creciendo dentro de ella no hallaba salida. Quería que él no trabajara tanto, pero no se lo decía. Anhelaba pasar más tiempo a solas con él, pues incluso los fines de semanas tenían compromisos relacionados con el negocio, pero no se lo decía. Deseaba con todas sus fuerzas que él le dijera que la quería, pero no se lo pedía, y Zac no le decía lo que quería oír. Se sentía como si caminara por la cuerda floja.

La cuerda floja empezó a quebrarse una mañana en que su madre se pasó a verla cuando Vanessa estaba a punto de irse a trabajar.

Meryl: ¿Te has enterado de su último proyecto? -preguntó con un desdén que Vanessa conocía bien-.

Estaban en el vestíbulo. Vanessa sabía que no debía invitarla a sentarse, o su madre la acorralaría.

Ness: Depende de a cuál te refieras -replicó con firmeza-. Zac tiene muchos últimamente, y todos muy prometedores.

Meryl: Éste no.

Ness: ¿Cuál?

Meryl: Está pujando para conseguir un contrato con el gobierno para la división electrónica.

Vanessa lo sabía.

Ness: ¿Hay algún problema? -preguntó secamente-.

Meryl: Nosotros nunca hemos pujado por contratos gubernamentales. Siempre nos hemos dedicado al sector privado.

Ness: Eso no significa que no podamos cambiar, si hacerlo beneficia a la compañía.

Meryl: Pero ¿lo hará? Esa es la pregunta. ¿Zac puja por ese contrato porque beneficia a la compañía o porque lo beneficia a él?

Ness: ¿No es lo mismo? -preguntó ignorando la referencia apenas velada de su madre a la acusación que ya había insinuado en otra ocasión-.

Meryl: Desde luego que no. Puede que tú no lo sepas, pero Webster-Dawson también está pujando por ese contrato.

Vanessa no lo sabía. Procuró ignorar la oleada de ansiedad que la recorrió como un escalofrío.

Ness: Estoy segura de que pujarán muchas otras empresas.

Meryl: Sí, pero ninguna de la que Zac quiera vengarse.

Ness: Zac no quiere vengarse de Webster-Dawson -insistió-. Lo que pasó ya está olvidado. Zac tiene mucho éxito en su nuevo trabajo. Creo que estás sacando las cosas de quicio.

Meryl: Tú has pensado lo mismo desde el principio, pero te dije que tuvieras cuidado, y ésta es la prueba que necesitaba.

Ness: ¿Prueba? ¿Prueba de qué?

Meryl: De que tu marido está metiendo a Hudgens Enterprises en esto solo para vengarse. Jamás pujaría por un contrato con el gobierno si no fuera por eso. Piénsalo. ¿No es tremendamente sospechoso que la primera vez que hacemos algo de este tipo, nuestro principal competidor sea la misma empresa a la que odia Zac?

Vanessa dejó su bolso sobre la mesa.

Ness: ¿Conoces los detalles, madre? ¿Quién presentó primero su oferta, Webster-Dawson o Hudgens Enterprises?

Meryl comenzó a toquetear el cuello de su chaqueta negra.

Meryl: No lo sé. ¡Cómo voy a saberlo!

Ness: Si es una prueba lo que buscas, deberías empezar por ahí. Si Zac presentó primero su oferta, sin saber que Webster-Dawson sería su competidor, su inocencia será evidente.

Meryl: El resto de las pruebas lo acusan.

Vanessa estaba perdiendo la paciencia.

Ness: ¿Qué pruebas?

Meryl: Vanessa -dijo suspirando-, piensa un poco. Zac te conoció justamente cuando necesitaba cambiar de ciudad y de ocupación.

Ness: Él no necesitaba...

Meryl: Se enteró de lo que tenías, se casó contigo lo más rápido posible y lo dispuso todo para lograr sus fines.

Ness: Sus únicos fines eran sacar a flote Hudgens Enterprises, y ha hecho un trabajo excelente. ¡Nos ha hecho un favor!

Meryl: Se lo ha hecho a sí mismo. Considéralo objetivamente. Está al mando de una gran empresa. Se ha convertido en un miembro tan respetado de la comunidad que os invitan a todas las fiestas de importancia...

Ness: Si no fueras tan desagradecida, madre, tendrías en cuenta todo lo que ha hecho por ti. Se ha casado con la menos deseable de tus dos hijas y está a punto de darte un nieto. Ha aceptado la responsabilidad del negocio familiar... y hasta ha conseguido que yo me implique. ¿Qué más quieres?

Meryl: Quiero que Hudgens Enterprises siga siendo una empresa solvente.

Ness: ¿Y crees que pujar por un contrato con el gobierno lo impedirá? -preguntó incrédula-. Solo está pujando.

Meryl: Si desea ese contrato, pujará tan bajo que dejará sin posibilidades a Webster-Dawson, y, si lo hace, tal vez ponga en peligro nuestra situación financiera.

Ness: Si lo hace -señaló rabiosa-, también pondrá en peligro su posición. No tiene sentido, madre. Te estás comportando irracionalmente.

Meryl: Es un riesgo. Está pujando por ese contrato.

Ness: Todo lo que vale la pena implica un riesgo. Si Zac se conformara solo con lo seguro, el negocio se estancaría.

Meryl: Es muy impulsivo. Creo que deberías hablar con él.

Vanessa había tenido suficiente.

Ness: No tengo por qué escuchar esto -agarró su bolso, recogió su chaqueta de una silla cercana y se dirigió a la puerta-. Puedes quedarte, si quieres. Yo tengo que irme a trabajar.

Vanessa se habría encontrado bien si la conversación que había tenido con su madre hubiera sido la única de esa especie. Pero, varios días después, Albert Brickner sacó a relucir el tema, quejándose de que Zac le había hablado de ampliar la plantilla de trabajadores si conseguían el contrato con el gobierno. Albert puso en duda tanto la organización logística como la sensatez de la propuesta de Zac, y Vanessa no pudo más que defender a Zac e insistir en que su plan era beneficioso.

Varios días después, se le acercó uno de los vicepresidentes más antiguos, quien también tenía sus dudas acerca del rumbo que estaba tomando la empresa. Vanessa, notando que lo que estaba oyendo era sencillamente una muestra de resistencia al cambio, expresó de nuevo su confianza en Zac, pero empezó a sentirse cada vez más incómoda.

No habló con Zac de ninguna de las tres conservaciones. No quería enfurecerlo sugiriendo que tenía dudas, cuando, en realidad, no albergaba temores respecto a la posibilidad de conseguir y sacar adelante un contrato con el gobierno. Lo que la molestaba era la idea de que los motivos de Zac no fueran del todo transparentes; de que, como su madre había sugerido, se estuviera dejando llevar por un deseo de venganza. Intentaba ignorar tales pensamientos, pero no conseguía quitárselos de la cabeza.

En la raíz del problema estaban las dudas que albergaba sobre su relación. Sí, eran amigos íntimos. Decían y hacían lo apropiado. De cara a la galería, y en cierto modo también de cara a sí mismos, eran una pareja enamorada. Sin embargo, al recordar las razones originales de su matrimonio, Vanessa no podía evitar preguntarse qué era lo que impulsaba a Zac. Sus cuestionables motivos la afligían mucho más que la posibilidad de aquel contrato, aunque fuera con el gobierno.

Así pues, caminaba por la cuerda floja. De un lado estaba lo que deseaba; de otro, lo que creía que deseaba Zac. La cuerda fue deshilachándose. Finalmente acabó rompiéndose una tarde que él llegó a casa inesperadamente. Vanessa se puso muy contenta pensando que podría pasar con él unas horas robadas. Verlo tan guapo y serio, con su barba, que parecía contrarrestar el efecto de formalidad de su traje, siempre la excitaba, lo mismo que el beso con el que invariablemente él la saludaba.

Zac la rodeó con un brazo y la condujo al despacho. Sin embargo, al apartarse, Vanessa comprendió por su semblante crispado que algo pasaba.

Zac: Necesito un favor, Vanessa. Esta noche tengo que ir a Washington, a una reunión. ¿Crees que podrás ocuparte de la cena tú sola?

Hacía tiempo que habían invitado a tres parejas a cenar en un restaurante de la ciudad. Vanessa conocía a las parejas. Y no eran de su agrado. Su rostro se ensombreció.

Ness: Oh, Zac... ¿tienes que ir?

Zac: Sí. Es importante -se sentía un traidor, pero no podía remediarlo-.

Ness: Pero así, de repente. De todos modos ibas a irte mañana por la mañana para la presentación. ¿No puedes dejar esa reunión para mañana?

Zac: No, si quiero que la presentación salga lo mejor posible.

Ness: Saldrá muy bien. Llevas semanas trabajando en ella.

Zac: Quiero ese contrato -afirmó e insistió con más suavidad-. Vamos. Te las apañarás perfectamente en el restaurante.

Ness: Ya sabes que odio esa clase de cenas.

Zac: Sé que se te dan de perlas.

Vanessa se lo había demostrado durante las semanas anteriores, y él se había sentido orgulloso.

Ness: Si tú estás conmigo. Pero no estarás, y todo será mucho más desagradable.

Zac: Te estoy pidiendo ayuda. No puedo estar en dos sitios a la vez.

Sus recelos pasados y presentes se alzaron dentro de ella. Se apartó de su lado, agarró un cojín del sofá y comenzó a ahuecarlo con todas sus fuerzas.

Ness: Y prefieres estar en Washington. Si quisieras estar aquí, mandarías a otro a Washington. ¿Por qué no va Ben?

Ben Tillotson era el ejecutivo al que Zac había traído del Medio Oeste.

Zac: Su hija ha venido desde Seattle a hacerles una visita. Ya se siente bastante mal por tener que irse mañana.

Ness: ¿Y yo qué? Tú también te vas mañana -dejó el cojín y tomó otro-.

Zac: Esto es responsabilidad mía más que de Ben.

Ness: Pues si Ben no puede ir, ¿por qué no dejas que vaya Tom?

Tom Van Dee dirigía la división electrónica. En opinión de Vanessa, era el más indicado para asistir a aquella reunión.

Zac: Tom es muy bueno en su trabajo, pero no es muy diplomático, y la reunión de esta noche va a requerir una buena dosis de diplomacia.

Ness: ¿Y tú eres el único que la tiene en la Hudgens?

Su sarcasmo comenzó a agotar la paciencia de Zac.

Zac: Vanessa -dijo, suspirando-, estás haciendo un problema de una simple reunión. Si quieres, le diré a mi secretaria que cancele la cena de esta noche, pero confiaba en que no fuera necesario. Créeme, he buscado otras salidas. He intentado pensar en alguien que pudiera hacerse cargo de la reunión de esta noche, pero no hay nadie. Es mi responsabilidad.

Ella arrojó el segundo cojín al sofá y se inclinó hacia delante para enderezar una pequeña acuarela que colgaba de la pared.

Ness: Entonces asumes demasiadas responsabilidades. Tenía la impresión de que la delegación de poderes era crucial para el buen funcionamiento de una empresa de este tamaño -bajó la voz intentando refrenar su ira. Sí, estaba haciendo una montaña de un grano de arena, pero aquello se había convertido en una cuestión de principios. Lo miró de frente-. Manda a otro. A quien sea.

Zac: No puedo, Vanessa. Es así de simple.

Ness: No, no lo es -declaró incapaz de contenerse ni un segundo más-. No es así de simple en absoluto. Tú antepones tu trabajo a todo lo demás, lo cual demuestra cuáles son tus prioridades.

Zac bajó la cabeza y se frotó la nuca.

Zac: Estás siendo injusta -dijo con calma-.

Ness: ¿Injusta? ¿O egoísta? ¡Pues quizá ya sea hora!

Se acercó al gran reloj de barco que colgaba en otra pared, tomó una herramienta que colgaba de su lado, lo abrió y empezó a darle cuerda con ímpetu.

Zac: Tranquilízate, nena. Estás haciendo una montaña de un...

Ness: ¡No es verdad!

Zac: Te estás alterando -su mirada se posó en la leve prominencia de su tripa, apenas visible bajo el ancho jersey-. No es bueno para ti, ni para el bebé.

Ella se volvió y lo miró con furia.

Ness: Ahí es donde te equivocas. Es lo mejor para mí y, por lo tanto, para el bebé, porque ya no puedo fingir más. Me estoy deshaciendo por dentro.

Zac se puso rígido.

Zac: ¿De qué estás hablando?

Ness: No puedo seguir así, Zac. He intentado ser la mujer perfecta para ti. He hecho todo cuanto había jurado no hacer nunca, y lo he hecho sin rechistar porque deseaba complacerte. Quería que nuestro matrimonio funcionara.

Zac: Yo creía que funcionaba. ¿Pretendes decirme que estabas fingiendo?

Ella arrugó el semblante, exasperada.

Ness: No, no estaba fingiendo. En cierto sentido, nuestro matrimonio funciona. Pero tiene que haber más. Tiene que haber una comunicación total. Tú me hablas del negocio, pero no sé qué piensas o sientes realmente. Hay veces en que no tengo ni idea de lo que está ocurriendo.

Zac: Podrías preguntarme más.

Ness: Y tú podrías ofrecerme más.

Zac: Maldita sea, Vanessa, ¿cómo voy a saber qué quieres si no me lo dices?

Ness: ¿No me conoces lo suficiente como para saber qué quiero sin tener que preguntármelo?

Zac: ¡No! -estalló furioso consigo mismo-. Creía que querías que dirigiera tu maldita empresa, pero parece que estaba equivocado. Me he estado matando a trabajar en la oficina, estrujándome el cerebro, sacando fuerzas que ni siquiera sabía que tenía, buscando un modo y luego otro de hacer más fuerte la empresa.

Por un instante, ella se quedó desconcertada.

Ness: Pensaba que te gustaba tu trabajo.

Zac: Y me gusta, pero solo porque he tenido éxito. Me siento bien sabiendo que he cumplido mi parte del trato, sabiendo que he puesto en marcha la empresa otra vez. Hasta la última gota de mi satisfacción tiene que ver directa o indirectamente contigo.

Vanessa lo miró con escepticismo.

Ness: ¿Estás seguro? ¿No habrá un poco de satisfacción que tenga que ver únicamente contigo?

Zac: Supongo que sí -contestó rascándose la barba-. Si miro atrás y veo todo lo que he hecho en unos meses, sí, me siento orgulloso de mí mismo. Yo soy abogado, no empresario, y sin embargo he asumido tareas empresariales que hace uno, tres o cinco años jamás me habría atrevido a afrontar.

Ness: Pero ahora sí. ¿Por qué razón?

Zac se quedó callado un momento y, cuando volvió a hablar, parecía casi desconcertado.

Zac: Fue parte de nuestro acuerdo.

Ness: No. Retrocede un poco más atrás -la mano de Vanessa se crispó sobre la llave del reloj-. ¿Por qué sellamos ese acuerdo?

Zac: Porque tú me necesitabas a mí y yo a ti.

Ness: Eso es. Y supongo que ésa es una de las cosas que me han estado reconcomiendo. Tú necesitabas un medio de rehabilitarte después de lo que te pasó en Hartford. Viniste aquí, tomaste las riendas y has hecho por la empresa más que nadie, incluyendo a mi padre. Has hecho todo lo que esperaba y más. Pero ¿por qué, Zac? ¿Por qué te has esforzado tanto?

Zac: Esa pregunta es absurda -replicó-. En mi opinión, si hay cosas que hacer, se hacen. Sí, podría haber dejado de estrujarme las neuronas hace tiempo y Hudgens Enterprises seguiría estando en mejor forma que nunca. Pero creo que la compañía tiene muchas posibilidades. Estoy intentando ponerlas en práctica.

Vanessa dejó en su lugar la llave del reloj, se acercó a una planta que colgaba junto a la ventana y comenzó a arrancarle las hojas secas.

Ness: ¿No estarás intentando demostrarles a los de Webster-Dawson que puedes derrotarlos en su propio terreno?

Zac: ¿Qué? -ladeó la cabeza y la miró con los ojos entornados-. ¿De qué estás hablando?

Ness: Ese contrato del gobierno. Me has contado todo lo que te concernía de él, y te lo agradezco. Lo que no me has dicho es que Webster-Dawson también está pujando -aplastó las hojas secas en la mano-. Ha tenido que decírmelo mi madre, al tiempo que dejaba caer una acusación bastante grave.

Zac: Tu madre ya ha hecho acusaciones otras veces, y ninguna de ellas tenía fundamento -miraba fijamente a Vanessa. Al ver que esta volvía a tocar la plata, gritó-: Deja esa maldita planta, Vanessa. Quiero que me prestes atención.

Ella se giró lentamente para mirarlo, pero no dijo ni una sola palabra porque el semblante de Zac había adquirido de pronto una expresión iracunda que recordaba sus primeros días en Maine, solo que peor. Tenía los labios apretados y el puente de su nariz denotaba su tensión.

Zac: Crees que quiero ese contrato para vengarme de Webster-Dawson -dijo con aspereza, abriendo muchos los ojos-. Piensas que quiero vengarme, que todo lo que he hecho desde que nos casamos ha sido con esa idea. No puedo creerlo, Vanessa. ¿Dónde has estado todas estas semanas?

Ella se puso a la defensiva.

Ness: Yo no he dicho que piense eso. He dicho que lo pensaba mi madre.

Zac: Pero me lo has dicho, lo cual significa que tienes tus dudas.

Ness: ¡Sí, tengo mis dudas! Te he apoyado al cien por cien, te he justificado delante de mi madre, de Albert Brickner, delante de otros colaboradores de mi padre que han venido a preguntarme mi opinión. Te he defendido con todas mis fuerzas, pero después de todo este tiempo no puedo dejar de pensar que nuestro matrimonio fue solo una salida -se cubrió la cara con una mano rígida y dijo-: Odio esa palabra. Dios mío, odio esa palabra.

Zac: Entonces, ¿por qué la usas? -gritó-.

Ella bajó la mano.

Ness: Porque tú la usaste y la tengo pegada en la cabeza como con pegamento. Intento olvidarme de ella, pero no puedo. Nos casamos por las razones equivocadas, Zac, y es hora de que lo afrontemos. Yo no puedo seguir así. ¡Me estoy volviendo loca!

Zac se pasó una mano por el pelo.

Zac: ¡Que te estás volviendo loca! ¿Y crees que yo no? He hecho todo lo que he podido para que las cosas funcionaran, y creía que estaban funcionando. Ahora descubro que todos mis esfuerzos han sido en vano. Pensaba que confiabas en mí, pero puede que solo quisieras a alguien que te sacara de un apuro. Ahora que lo he hecho, te parezco prescindible. ¿No es eso?

Ness: ¡No! ¡Yo nunca he dicho eso!

Zac: Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Qué demonios quieres?

Ella estaba temblando. De ira, de frustración, de tristeza. Apretando los puños, gritó:

Ness: ¡Lo quiero todo! No quiero un matrimonio de conveniencia. Nunca lo he querido. ¡Quiero amor, Zac! Maldita sea, ¡quiero amor auténtico!

Zac estaba lejos de calmarse. Dentro de él se agitaban a partes iguales la rabia, el miedo y la angustia, ofuscando su mente, robándole los pensamientos y las palabras para enfrentarse a ella. Sintiéndose más impotente que nunca, se dio la vuelta y salió atropelladamente de la habitación.

Vanessa se envolvió el talle con los brazos e intentó refrenar el loco martilleo de su corazón. Oyó cerrarse la puerta de la casa de golpe y, momentos después, el rugido furioso del LeBaron. Aquel ruido se había disipado hacía largo rato cuando al fin comenzó a moverse con pasos cortos y vacilantes, avanzando lentamente hacia su habitación preferida, el piso diáfano de encima del garaje.

El sol del atardecer se derramaba en haces sobre la tarima pulida del suelo, salpicando las paredes vacías de estuco con un regocijo que en ese momento eludía a Vanessa. Su radiocasete y un montón de cintas esperaban en un rincón. A menudo usaba aquella habitación para entrenarse, aunque en realidad confiaba en que algún día fuera el cuarto de juegos de sus hijos.

Ahora, todo parecía en suspenso.

Se sentó cuidadosamente en la repisa acolchada de la ventana arqueada, alzó las rodillas, apoyó la frente sobre ellas y empezó a llorar.

Zac no la quería. Si la quisiera, se lo habría dicho. Ella le había dado la ocasión de hacerlo; le había dicho lo que deseaba. Y él se había ido. No la quería.

¿Y su futuro? Su futuro era un enorme signo de interrogación. En cierto modo, se hallaban de nuevo en el mismo punto que al llegar a la isla de Victoria. ¿Qué era lo que ella deseaba entonces, lo que de verdad deseaba? Amor. En aquel momento no se había dado cuenta, pero en los meses transcurridos desde entonces, había comprendido que todo encajaría en su lugar si encontraba el amor. Podía enseñar o no. Podía trabajar en Hudgens Enterprises o no. Lo único que importaba era el amor.


Zac estuvo conduciendo durante horas. Paró en una cabina telefónica para llamar a la oficina, pero no tenía ganas de aparecer por allí. No tenía ganas de ir a Washington. Ni tenías ganas de pujar, y mucho menos de ganar el contrato con el gobierno por el que tanto se había esforzado. No sentía deseos de nada... salvo de regresar junto a Vanessa.

Eso fue lo único que se le hizo meridianamente claro a medida que avanzaba el cuentakilómetros. Vanessa era lo único que le importaba en la vida.

Revivió su encuentro en Maine, sus discusiones, su progresivo entendimiento. Pasó revista a los meses que llevaban casados y a todo lo que había ocurrido, tanto en lo personal como en lo profesional, durante aquel tiempo. Pero, sobre todo, recordó la escena que había tenido con Vanessa ese día. Volvió a oír sus palabras, las sopesó, las analizó. Y al fin comprendió que posiblemente estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.

Detuvo el coche en medio de la calle, ignoró el clamor de los cláxones, giró en redondo y trazó mentalmente la ruta más rápida de vuelta a casa. Cuando llegó, eran casi las diez. La casa estaba tan oscura como la noche, y por un instante temió que fuera demasiado tarde. Entonces los faros iluminaron el coche de Vanessa, estacionado tras un enorme arce, donde no estorbaba. Aparcó tras él, salió y corrió dentro de la casa.

Zac: ¿Vanessa? -llamó mientras iba encendiendo las luces de todas las habitaciones del piso bajo-. ¡Vanessa!

No había cólera en su voz, sino únicamente angustia. El miedo irracional de un hombre enamorado le hacía imaginar las cosas terribles que podían haberle pasado a Vanessa durante su ausencia. Ella estaba muy alterada. Y embarazada. Oh Dios...

Subió las escaleras de dos en dos, buscó en su dormitorio y luego en los demás. Al no encontrar rastro de ella se detuvo a pensar. Entonces, rezando por encontrarla allí, se dirigió al piso de encima del garaje.

Zac: ¿Vanessa?

Dijo su nombre con miedo mientras encendía la luz. Entonces contuvo el aliento al verla acurrucada en el asiento de la ventana, con la cabeza apoyada en el cristal. En los segundos que tardó en acercarse a ella, siguió añadiendo cosas espantosas a su lista de temores.

Se agachó a su lado y le acarició la mejilla con el pulgar. Las lágrimas secas habían dejado un rastro sobre su piel, pero tenía buen color y estaba caliente.

Zac: Vanessa... -su voz era suave y trémula-, despierta, cariño. Tengo que decirte algo -le apartó el pelo de la frente, se inclinó para besar su pelo azabache y tomó su cara entre las manos-. Vanessa...

Ella aspiró bruscamente, frunció el ceño y abrió los párpados. Desorientada, se quedó mirando a Zac un momento. Luego, abrió los ojos por completo y se enderezó, apoyándose contra el marco de la ventana.

Ness: Has vuelto -musitó-.

Él sonrió suavemente.

Zac: Sí.

Ness: ¿Qué... qué ha pasado con la reunión?

Zac: Eso no importa.

Ness: Pero el contrato...

Zac: No importa.

Ness: Pero tú querías...

Zac: Te quiero más a ti -al ver que su mirada se llenaba de confusión e incredulidad, continuó-. Llevo horas conduciendo, pensando en todo esto, y, al recordar lo que me has dicho esta tarde, me he dado cuenta de que tal vez te haya malinterpretado. Estaba tan convencido de que querías que nos divorciáramos, de que te habías cansado de mí, que tomé tus palabras de un modo, cuando podía haberlas tomado de otro -con los pulgares acariciaba los largos y suaves mechones de pelo detrás de sus orejas-. Puede que ahora vuelva a equivocarme, pero creo que vale la pena correr el riesgo -respiró hondo. Estaba nervioso. Sus palabras salieron precipitadamente-: Te quiero, Vanessa. Por eso quería casarme contigo. Todo lo demás estaba bien, pero era absolutamente secundario. Tal vez haya estado siempre con la guardia en alto, porque, en el fondo, nunca he sabido por qué aceptaste casarte conmigo. Y tenía miedo de preguntártelo, porque no quería saber si... si te habías casado conmigo solo por nuestro acuerdo. Sin embargo, lo que me has dicho antes me ha hecho pensar. Tus palabras, y la angustia que había en ellas, tendrían sentido si me quisieras y temieras que yo no te correspondiera -sus ojos se empañaron, y su voz vaciló de nuevo-. ¿Es así, Vanessa? ¿Tú me quieres?

Las lágrimas se habían acumulado en los párpados de Vanessa. Su barbilla temblaba.

Ness: Muchísimo -susurró sintiendo un nudo en la garganta-.

Zac cerró los ojos, aliviado, y la apretó contra su pecho.

Zac: Oh, Vanessa -exclamó-, qué tontos hemos sido -sus brazos la rodearon por completo; los de ella se abrieron paso bajo su chaqueta y lo apretaron con fuerza-. Qué tontos -susurró contra su pelo-. Nunca nos lo hemos dicho. Las únicas palabras que importan, y nunca nos las hemos dicho.

El corazón de Vanessa estaba a punto de estallar.

Ness: Te quiero. Te quiero muchísimo -susurró con voz quebrada, y alzó los ojos hacia él-. Lo tenemos todo, y hemos estado a punto de echarlo a perder.

Él se estremeció. Se apoderó de la boca de Vanessa con un beso apasionado que solo se aplacó cuando recordó que ella no iba a dejarlo.

Zac: Cuando pienso en mi vida, en las cosas que he arriesgado, en las que he perdido, todas me parecen sin importancia. Tú eres lo que importa. Tu lugar está entre mis brazos. Y el mío entre los tuyos.

Ness: Lo sé -dijo y escondió la cara contra su cuello. Su olor era familiar y cercano. Era un afrodisíaco en los momentos de pasión y un bálsamo en los de inquietud. Vanessa lo aspiró profundamente y su rostro floreció en una sonrisa. Luego la sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mirada de horror-. ¡Zac! -se apartó de sus brazos-. ¡La cena! Habrán ido todos al restaurante y los hemos dejado plantados.

Él se echó a reír.

Zac: No te preocupes. Llamé a mi secretaria y le dije que la cancelara. Ya la haremos en otra ocasión. Juntos.

Vanessa arrugó la nariz.

Ness: No me gustan los Emery. Él es un pelmazo y un arrogante, y a ella le huele el aliento -Zac se echó a reír, pero ella no había acabado-. Y Conan Lutz siempre está escudriñando el local, en busca de alguien importante a quien saludar, mientras que su mujer no para de toquetear ese enorme anillo de esmeraldas que lleva. Y en cuanto a los Spellman, son...

Zac le tapó la boca con la mano, pero sonrió.

Zac: Son clientes importantes. De vez en cuando tenemos que sacrificarnos por el bien de la empresa.

Ness: Hablando de lo cual... -masculló bajo su mano, y luego habló más claramente cuando él la apartó-. Yo confío en ti, Zac. Todo lo que has hecho por la empresa está bien. Y estoy a favor del contrato con el gobierno, si es que sale adelante.

Zac: No lo he hecho por Webster-Dawson, Vanessa. Ni siquiera sabía que estaban pujando por el mismo proyecto.

Ness: Eso fue lo que le sugerí a mi madre -dijo sintiéndose ligeramente envalentonada-. Mi madre es una metomentodo, ¿lo sabías? ¡Es una metomentodo de nacimiento! No me había dado cuenta, porque siempre he pensado que tenía razón y que todo era culpa mía, pero con nosotros se ha equivocado desde el principio. Victoria tiene razón. Mi madre es una de esas personas que nunca se dan por satisfechas. Puede que sea un poco tarde, pero la verdad es que me da pena mi padre. No me extraña que invirtiera tanto tiempo y tanta energía en el negocio. ¡Estaba huyendo de ella! -al oírse hablar de la relación de sus padres, se calló un momento. Su confianza se tambaleó-. ¿Eso era lo que te pasaba a ti, Zac? ¿Querías huir de mí y por eso siempre estabas pensando en el negocio?

Zac: La mayor parte del tiempo pensaba en ti, aunque no te lo creas -dijo esbozando una sonrisa. Luego la sonrisa se desvaneció-. Quería hacerte feliz. Pensaba que, si no podía conquistar tu corazón, al menos podía ganarme tu respeto.

Ness: Yo siempre te he respetado. Y admiro profundamente lo que has hecho por la empresa -lo miró con mayor fijeza-. Pero decía en serio lo de delegar la autoridad. Quiero pasar más tiempo contigo, Zac. Quiero que hagamos cosas juntos. Quiero que vayamos a comer juntos de vez en cuando, que juguemos al tenis o que nos tomemos un fin de semana libre y que vayamos a... ¡a cualquier parte!

Los ojos de Zac centellearon.

Zac: Creo que eso no será tan difícil.

Ness: Mañana quiero ir contigo a Washington.

Zac: No.

Ness: ¿Por qué no?

Zac: Porque no voy a ir.

Ella lo miró fijamente un momento.

Ness: ¿No vas a ir?

Zac: No. Ben puede apañárselas sin mí.

Ness: Pero tú eres el más indicado para esa tarea. Tú lo sabes y yo también.

Zac: Pero en este caso se trata de un conflicto de intereses.

Ness: ¡No me lo creo! Estaba enfadada. Si no, nunca te lo habría sugerido.

Zac: Vaya, qué diplomática te has puesto -bromeó-.

Ness: ¡No es cierto!

Él se puso serio.

Zac: También he pensado mucho sobre eso mientras conducía. No, al principio no sabía que íbamos a competir contra Webster-Dawson por el contrato, pero debo admitir que, cuando me enteré, sentí una intensa satisfacción. Puede que no consigamos el contrato. Las ofertas no se hacen públicas y no tengo modo de saber qué han ofrecido los demás. Puede que Webster-Dawson se lleve el contrato, o puede que se lo lleve otro postor. Pero me he divertido muchísimo sabiendo que Hudgens está ahí arriba, al mismo nivel que Webster-Dawson.

Ness: No hay nada de malo en eso.

Zac: Lo que quiero decir es que ya me he vengado.

Ness: Sí, pero gracias a tus esfuerzos, a tu honestidad y a tu talento. No hay muchos capaces de hacer lo que tú has hecho, Zac. Hudgens Enterprises estaba hundiéndose. Tú la has puesto a flote de nuevo. Si tú no lo proclamas a los cuatro vientos, lo haré yo.

El orgullo de Vanessa hizo que Zac se estremeciera de placer.

Zac: ¿Ah, sí?

Ness: Sí -se quedó pensando un momento-. Pero ¿y el derecho? Eso es lo que de verdad te gusta. ¿No lo echas de menos?

Zac: En Hudgens también he estado ejerciendo, pero mientras hacía muchísimas otras cosas al mismo tiempo. Creo que es hora de que Ben y yo cambiemos nuestros puestos. Quiero mantener una posición de poder, porque me gusta tener la última palabra en lo que hacemos, pero no necesito un título rimbombante, ni quiero seguir llevando todo el peso de la responsabilidad -hizo una pausa-. Pero ¿qué me dices de ti? Tú has dejado tus clases, y eso era lo que de verdad querías hacer. ¿No lo echas de menos?

Ness: No -dijo con firmeza, y se quedó pensativa-. Puede que le haya dado demasiado importancia. Tal vez ya no siento esa necesidad. Las clases llenaban un vacío en mi vida, pero ese vacío ya no existe. Ser tu compañera es mucho más satisfactorio que enseñar aeróbic.

Él la abrazó.

Zac: Quiero que hagamos todo lo que has dicho, Vanessa. Aún no hemos tenido luna de miel.

Ness: La tuvimos antes de casarnos.

Zac: Pero yo quiero otra. Una de verdad. Ya sabes, un lujoso bungalow en un lugar soleado, champán al atardecer, pasar horas tendidos en la playa, al sol, y servicio de habitaciones con lavandería y limpieza incluidas.

Vanessa le lanzó una sonrisa maliciosa.

Ness: ¿Qué ha sido del hombre que se lo hacía todo él mismo?

Zac: Que quiere concentrarse únicamente en su mujer. ¿Acaso es un crimen?

Ness: Tú eres el abogado. Dímelo tú.

Él no se lo dijo. En lugar de hacerlo, la besó con tan dulce convicción que a Vanessa dejó de importarle que quebrantaran todas las leyes.


FIN




Y vivieron felices y comieron perdices XD

¿Os gustó la nove? ¡Espero que sí!

De la próxima nove solo diré que estaba deseando ponérosla porque es una de mis muy favoritas y mezcla todo lo que me gusta. Ya lo iréis viendo.

¡Thank you por los coments y las visitas!

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Me muero de amor! Que lindo como termino.
Pero dejame decirte que al principio me asusto bastante cuando Zac se fue y la dejo, pero por suerte se dio cuenta y volvió.
Me ha encantado el fin de la novela!!!


Sube pronto

Maria jose dijo...

Esta novela fue muy romántica
Me gusto muchísimo
Ya quiero leer la próxima novela
Se que será muy linda conociéndote
Sube pronto

Se que soñare con ese lindo final
En verdad que me gusto mucho
Saludos

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