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sábado, 30 de mayo de 2020

Capítulo 5


Dirige el espectáculo como un general de voz aterciopelada, pensó Zachary, paseándose por ahí con sus tacones kilométricos y su severo traje chaqueta negro. Aunque toda sonrisas, advirtió, y derrochando calidez.

Salvo cuando miraba en su dirección.

La esperó fuera, embargado por el aroma de las rosas que hacía que el ramo que llevaba él pareciera insignificante. Aun así, se lo había agenciado tras negociar con la chica gótica del aro en la nariz que trabajaba con Ashley, para que todo quedara en familia.

Ashley se acercó a él en un suspiro.

Ash: ¿Mío?

Zac: Ya no.

Ash: De todos modos, es muy bonito. Vanessa tardará unos minutos.

Zac: Tengo tiempo.

Ash: Toma una copa si te apetece. Hay de sobra. O puedes esperarla dentro.

Zac: Estoy bien así, pero gracias.

Ash: Tengo que irme. Si pasaras por mi taller verías que estoy de trabajo hasta las cejas.

Zac: ¿Hay boda mañana?

Ash: No, en realidad han tenido un problema y han ensayado esta noche la boda del viernes. Mañana tengo un acto fuera y Vanessa, dos visitas guiadas. Además, habrá otra reunión general. Y pro¬gramados cuatro actos para el fin de semana.

Zac: Unas chicas ocupadas. Estoy bien aquí. Vete.

Ash: No tardará mucho -le aseguró y se marchó corriendo-.

Zachary esperó quince minutos más, imaginando que Vanessa se lo tomaría con calma. Sin embargo, ella volvió a salir con el paso de quien devora el suelo que pisa y logra aparentar tranquilidad y elegancia.

Ness: Siento que hayas tenido que esperar. Si hubiera sabido que pensabas venir, te habría dicho que teníamos un ensayo.

Zac: No he venido a verte a ti.

Vanessa abrió la boca, y volvió a cerrarla.

Zac: He venido a ver a la señora Grady. -Hizo ademán de enseñarle las flores-. Para agradecerle la cena y el bocadillo de jamón que me he tomado hoy para almorzar.

Ness: Ah, ya... pues no está en casa.

Zac: Eso ya lo sé.

Ness: Ha salido con unas amigas. A cenar y a ver una película. Le has traído flores.

Zac: Para dar las gracias a quien las tiene todas.

Ness: Le encantarán, y lamentará no haberte visto. Las pondré en agua.

Zac: Muy bien.

Sin embargo, cuando Vanessa alargó la mano para cogerlas, Zachary se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa.

Zac: ¿Vienes o no? -le preguntó mirando hacia atrás-.

Ness: No quiero entretenerte más de lo que ya te he entretenido -respondió caminando junto a él-.

Zac: No había hecho planes. ¿Y tú?

Ness: En realidad iba a llamarte para agradecerte que me hayas enviado el coche -contestó eludiendo la pregunta-. No tenías que tomarte la molestia, pero te lo agradezco.

Zac: No paramos de darnos las gracias.

Ness: Eso parece.

Vanessa entró en la casa precediendo la marcha, pasó por la cocina y se metió en la antigua despensa.

Zachary se detuvo y miró alrededor.

Zac: Uau... Este lugar todavía impresiona.

Ness: A mi familia siempre le gustó recibir invitados, y normalmente para eso necesitaban mucho espacio. -Eligió un jarrón de la vitrina-. Creo que Drew está en casa si quieres compañía.

Zac: Oye, parece que intentes librarte de mí.

Ness: ¿Ah, sí? -añadió abono para plantas al agua del jarrón-. Eso sería muy grosero por mi parte.

Zac: Y tú no eres grosera.

Ness: Bueno, puedo serlo si quiero, depende de las circunstancias -aguardó un segundo-. Pero hacerme un favor, dos, de hecho, y traer flores a uno de mis seres queridos son circunstancias atenuantes.

Zac: Yo no diría que besarte fuera hacerte un favor.

Zachary notó que la temperatura descendía veinte grados.

Ness: No me refería a eso.

Zac: Apuesto a que en general funciona. La frialdad -añadió-. Pero a mí el frío me da igual.

Ness: Estoy segura de que sabes manejar eso, y también creo que te has llevado una impresión equivocada.

Cuando Vanessa se volvió, Zachary cambió de posición y la acorraló.

Zac: No.

Los ojos de ella centellearon, un relámpago dorado envuelto en hielo.

Ness: No me gusta que me manipulen.

Zac: No, a ti te gusta ser tú la que manipula, y se te da muy bien. Lo admiro. Cuando me dedicaba a rodar escenas...

Ness: ¿Qué escenas?

Zac: Escenas peligrosas. De doble. En fin, en esa época, cuando tenía la oportunidad, me gustaba fijarme en el momento en que los vaqueros echaban el lazo a los caballos. Tú tienes esa misma habilidad con la gente. Es impresionante.

Ness: Te daría las gracias, pero por lo que parece hemos intercambiado esa frase demasiadas veces.

Zac: De nada -contestó apartándose-. Me gusta tu casa, ¿a quién no? Pero lo que quiero decir es que me gusta cómo funciona. Me gusta ver y comprender cómo funcionan las cosas.

Ness: ¿Cómo funciona la casa?

Zac: La casa, el hogar, el negocio. El cuadro entero.

Vanessa, con una flor en la mano, guardó silencio y se lo quedó mirando.

Zac: Dejas que las personas pinten lo que quieran en él. Diriges muchas de las pinceladas, puede que influyas en la elección de determinados colores, pero al final todos consiguen lo que querían. Es un buen trabajo.

Ness: Gra... -El teléfono la salvó de volver a dar las gracias-. Perdona. Hola, Bonnie. ¿Qué puedo hacer por ti? -se alejó unos pasos-.

Zachary oyó la voz histérica que sonaba por el teléfono aun antes de que Vanessa lo separara un centímetro de su oreja.

Ness: Ya. Sí, yo…

Se quedó escuchando, por qué no, y empezó a poner las flores en el jarrón.

Ness: Claro que lo entiendo. Pero también pienso que ahora estás muy estresada, algo comprensible, también. Supongo que Richie también lo está. Oye, Bonnie, no es tu madre quien se casa con Richie, y aunque sé que le tiene cariño, no lo conoce tanto como tú. Creo que, si él hubiera pensado que estaba haciendo algo más que seguir una absurda tradición masculina para divertirse, nunca te lo habría contado. Pero lo ha hecho, lo que demuestra que para él fue una broma. Su hermano ha hecho lo que los hermanos suelen hacer.

Cerró los ojos un instante mientras escuchaba y con el pulgar sacó un antiácido de su tubo.

Ness: Sí, lo entiendo, pero no vas a casarte con el hermano de Richie. Estoy completamente segura de que ninguno de vosotros quiere que una tontería como esta provoque un drama familiar.

Vanessa siguió escuchando.

Ness: Sí, ajá. ¿Richie te quiere? Ajá. ¿Te ha dado algún motivo para que dudes de eso, para no confiar en él? Lo que yo crea no importa. Es lo que tú creas y lo que sientas. Pero, ya que lo preguntas, en mi caso creo que me reiría de la situación y me dedicaría a pasar un buen rato con las amigas antes de dedicar la semana próxima a prepararme para casarme con el hombre por el que estoy loca.

Mientras ella se explicaba, Zachary terminó el arreglo y, con las manos metidas en los bolsillos traseros, dio un paso atrás para estudiar el resultado.

Ness: Ha quedado muy bien.

Zac: No está mal. ¿Problemas?

Ness: Nada importante.

Zac: El hermano del novio contrató a una bailarina de striptease para la despedida de soltero. Y ella bordó el papel.

Ness: Y que lo digas. Sí, y la novia metió el dedo en la llaga empujada por la furia y los consejos espantosos de su madre, que en realidad cree que no hay nadie lo bastante bueno para su niñita, y siempre, supongo, le encontrará defectos a Richie.

Zac: Quería que la convencieras de que se echara atrás.

Ness: Naturalmente,

Zac: Y tú has suavizado la situación, has calmado las cosas y le has devuelto la pelota a su propio tejado. Buen manejo del lazo, vaquero.

Ness: Si eres madura para casarte, tendrías que ser madura también para no ir llorando a mamá cada vez que algo te disgusta. Y si no se fía de que su cariñosísimo, devoto e intachable pro¬metido no vaya a saltar encima de una bailarina de striptease una semana antes de la boda, no debería casarse con él.

Zac: Eso no es lo que le has dicho.

Ness: Porque es una clienta -se contuvo-. Y esto no tendría que habértelo dicho.

Zac: Eh, ¿cómo dice el refrán? Lo que se diga en… ¿Qué es esta habitación?

Ness: La antigua despensa.

Zac: No jodas -se le escapó una risita y volvió a examinar el espacio-. Muy bien, lo que se diga en la antigua despensa, en la antigua despensa quedará para siempre. -El comentario arrancó una sonrisa a Vanessa-. La has tranquilizado.

Ness: De momento. Se mudan a Atlanta dentro de un par de meses porque a él lo han trasladado. La madre está que echa chispas, y eso es lo mejor que podría pasarles. Tienen una gran oportunidad, creo, si ella logra apartarse de las faldas de mamá.

Zac: Te ha puesto nerviosa.

Vanessa se encogió de hombros y cogió el jarrón.

Ness: Lo superaré.

Zac: Tengo que pedirte algo.

Ella se volvió para mirarlo cuando ya salían.

Ness: ¿Qué?

Zac: ¿Tienes un par de tejanos?

Ness: Claro que tengo un par de tejanos.

Zac: ¿Y una chaqueta de cuero, con o sin etiqueta de marca?

Ness: Tu interés por mi vestuario es muy extraño. -Dejó el jarrón en la encimera y entregó a Zachary un bloc de notas y un bolígrafo-. Mejor escríbele una nota y déjala junto a las flores para que la vea cuando llegue a casa.

Zac: Vale, y mientras yo escribo, tu ve a ponerte los tejanos y la chaqueta.

Ness: ¿Perdón?

Zac: Me encanta cómo lo dices. Disfrutarás más del paseo sin ese traje.

Ness: Me gusta este traje y no voy a ir a pasear en moto.

Zac: A mí me gusta cómo te sienta, pero en la moto estarás más cómoda con unos tejanos. -Metió el pulgar en el bolsillo delantero y apoyó la cadera en la encimera-. Hace una noche muy bonita. Ninguno de los dos tenía planes. Vamos a dar una vuelta en moto, te despejará. Te invito a cenar.

Ness: No volveré a subirme a esa moto.

Zac: No me dirás que te da miedo la moto, o cenar conmigo...

Ness: No es cuestión de miedo, sino de preferencias.

Zachary sonrió.

Zac: Demuéstralo. Te propongo un trato. Vienes en moto, cenamos en algún lugar desenfadado, popular, y luego te llevo a casa. Si no te diviertes, o al menos disfrutas con el cambio de escenario, abandono. Del todo.

Esa vez la mirada fue solemne y algo divertida.

Ness: No me hace falta pactar para que abandones, Zachary.

Zac: En eso tienes razón. -Él le sostuvo la mirada durante un instante-. ¿Por qué no me has obligado a abandonar, entonces?

Buena pregunta, pensó Vanessa. Aunque también para eso te¬nía la respuesta.

Ness: Un paseo y una cena informal. Eso es todo.

Zac: Trato hecho.

Ness: Iré a cambiarme.

Aquella mujer representaba algo para él, pensó Zachary mientras garabateaba las palabras «Sigue debiéndome un baile» en la libreta. No estaba muy seguro de lo que era, pero sí de que representaba algo.

Quería ponerle las manos encima, eso seguro, pero Vanessa Hudgens no era de las de salto y revolcón para largarse uno luego. Además, Zac valoraba la amistad que tenía con su hermano.

Salió de la cocina y paseó por la planta baja.

Si consideraba a Vanessa un ligue fácil y actuaba en consecuencia, cabía esperar que Drew le pateara el culo, o que al menos lo intentara. En su lugar, él haría exactamente lo mismo. Y esa era una de las razones por las que valoraba la amistad.

Se asomó a lo que, debido a la presencia de un enorme piano de cola, supuso que era la sala de música. Las acuarelas difuminadas que adornaban las paredes eran bonitos originales. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la colección de instrumentos dispuestos en una sofisticada vitrina de cristal.

Una guitarra, un violín, varias flautas (quizá un píccolo), un flautín, un tambor, una armónica, lo que le pareció un dulcimer, un cencerro, unos bongos y otros instrumentos que no supo identificar de inmediato.

Si la vitrina no hubiera estado cerrada, quizá no habría resistido el impulso de abrirla y sacar un par de instrumentos, aunque solo fuera para saber cómo sonaban, cómo funcionaban.

Y supuso que por esa razón no consideraba a Vanessa un ligue ocasional: con ella sentía también ese impulso de abrirla por dentro para ver cómo funcionaba.

La chica rica, la mujer acomodada, rectificó Zachary, de aspecto imponente, pedigrí, contratos y una cabeza bien amueblada. Aun así, trabajaba tanto o más que cualquiera. Podría asentar sus reales posaderas en la costa, viajar con un jet a Mallorca y tomarse allí unas copas, navegar por el Egeo bronceando esas piernas increíbles, beberse un vino en un café de París haciendo un alto entre compra y compra.

Sin embargo, había fundado una empresa con unas compañeras de infancia que la mantenía activa y a disposición de los demás.

Se dirigió al piano e improvisó unos acordes.

No es por el dinero, decidió. No había notado en ella el instinto de la codicia. El dinero era más bien un resultado, un tema de orden práctico en el negocio, pero no el ingrediente esencial. Sabía reconocer los casos en que el dinero era lo esencial.

La satisfacción desempeñaba un papel, pero tenía que haber algo más.

Y quería descubrirlo.

Notó su presencia, un leve calor en la piel, levantó los ojos y la vio en el umbral.

Y sí, quiso ponerle las manos encima.

Lucía los tejanos como lucía sus trajes de mujer al mando. Llevaba unas botas de tacón bajo y fino, una camiseta roja y, por encima, una chaqueta fina de cuero de color chocolate negro, como las botas. Unos aros de plata destellaban en sus orejas.

¿La típica motera elegante?, se preguntó Zachary.

No. Elegante y punto.

Ness: ¿Sabes tocar?

Zac: ¿Yo? -se encogió de hombros-. No. Estaba fisgoneando. Buena colección.

Ness: Sí. Era de mi padre. No tenía ni el más mínimo oído y por eso admiraba a los que sí lo tenían.

Zac: Drew toca el piano fatal, sobre todo después de un par de cervezas. ¿Y tú?

Ness: Piano, violín... con o sin cervezas. El dulcimer.

Zac: Eso imaginé. ¿Y esto de aquí?

Vanessa fue a la vitrina y con el dedo dio un golpecito sobre el cristal señalando un instrumento pequeño y en forma de llave.

Ness: Un birimbao. Lo sostienes entre los dientes o los labios y tiras de él. Simple, eficaz y muy antiguo.

Zac: ¿Eso es un píccolo?

Ness: No, es una flauta dulce soprano. Eso de ahí es un píccolo. Puedo ir a buscar la llave de la vitrina.

Zac: No, no importa -se preguntó, con aire ausente, cómo era posible que la gente inventara nombres como «piccolo» o «saxofón»-. Solo me gusta saber qué es lo que estoy mirando. Además, si la abrieras me pondría a tocarlo todo y no iríamos a dar esa vuelta.

Zac cambió de posición, y en lugar de seguir al lado de Vanessa, se puso frente a ella.

Zac: A lo mejor al final entenderé lo que estoy mirando.

Vanessa dio un paso atrás.

Ness: No es tan complicado.

Zac: No eres tú quien está mirando. ¿Lista?

Vanessa asintió y se adelantó para salir. Por el camino tomó un bolso de asa larga y se lo colgó en bandolera.

Zac: Una cosa que sí sé de ti. Piensas en las cosas -dio unos golpecitos con el dedo a su bolsa-. Tienes que subir a una moto y necesitas tus cosas. Por eso las metes en un bolso que puedas colgarte en vez de tener que llevarlo agarrado. Inteligente. Me gusta lo inteligente.

Abrió la puerta y la sostuvo hasta que ella hubo salido.

Ness: A mí me gustan las cosas prácticas. Y eso no es práctico -dijo señalando la moto-.

Zac: Claro que lo es. Me lleva a donde voy, consume poca gasolina, y para aparcar cabe en espacios pequeños.

Ness: En eso te doy la razón. Dudo en cambio que sea práctico para los inviernos de Connecticut.

Zac: Depende -fue a coger un casco-. Antes de que subas -dijo ofreciéndoselo-, y en aras del juego limpio, estoy metido en una apuesta.

Ness: ¿Una apuesta?

Zac: Con Drew. Chris y Liam han querido meterse también. He apostado cien dólares con Drew a que lograría que te subieras a la moto.

Sus ojos, advirtió, no estaban inyectados en sangre, ni eran como dos témpanos. Tan solo se entrecerraron durante una fracción de segundo.

Ness: ¿Ah, sí?

Zac: Sí. Drew dice que ni muerta harías eso. Chris lo respalda, o sea que tengo a dos en contra. Liam apostó sus cien por mí.

Vanessa giró el casco entre las manos.

Ness: Me cuentas esto cuando ya he aceptado ir a dar una vuelta, pero antes de que la haya dado. Lo que quiero decir es que puedo tirarte el casco a la cabeza y mandarte al infierno.

Zac: Sí.

Vanessa volvió a asentir.

Ness: Liam puede quedarse con sus ganancias, pero yo quiero la mitad de las tuyas... los cien de Drew en concreto -aclaró poniéndose el casco-.

Zac: Me parece justo.

Sonriendo, Zac montó en la moto.

Zachary se percató de que en esa ocasión no tuvo que decirle que se agarrara, y con los brazos de Vanessa alrededor de la cintura, hizo rugir el motor.

Quizá se le desbocaba el corazón, sobre todo en las curvas, pero Vanessa no podía negar que disfrutaba de esa sensación. Y tampoco podía negar que, si no se hubiera prestado a aquello, ahora no estaría allí.

Curiosidad, pensó. Ya había satisfecho la curiosidad. Sí, avanzar veloces por la carretera cortando el viento fue tan emocionante como su breve paseo inicial.

Sin que la experiencia fuera a convertirse en una costumbre, le gustaba poder archivarla en la carpeta “Cosas Realizadas”.

Le gustaba casi tanto como ganarle los cien dólares a Drew.

Le estaba bien empleado.

Puesta a admitir cosas, Vanessa tuvo que admitir que calcular su reacción había sido de una gran sagacidad por parte de Zachary. Claro que quizá había echado mano de su dudoso encanto para persuadirla de que aceptara el trato. Aunque no veía qué sentido tenía eso. Mejor no decir nada.

¿No sería ese, precisamente, el sentido del asunto?, advirtió Vanessa.

Zachary no era de los que iban a lo seguro.

A la porra, decidió. Disfrutaría de la experiencia antes de archivarla.

Su disfrute subió de nivel cuando se dio cuenta de que Zac zigzagueaba abriéndose paso hacia el agua. Percibió el aroma del mar, húmedo y con notas saladas. Vio cómo el sol derramaba su luz, vespertina sobre el estrecho, arrancaba destellos y resplandores a los baches de Calf Island y quedaba atrapado en las velas blancas y ondeantes de los barcos de recreo.

Y durante todo ese tiempo la máquina rugía debajo de Vanessa vibrando con fuerza.

Las obligaciones, los horarios y los deberes se le borraron del pensamiento, se volatilizaron como plumas llevadas por el viento. El tumulto de su corazón se acompasó en un latido regular y tranquilo mientras contemplaba las gaviotas planeando y zambulléndose. Si en su bolso sonó el teléfono, no lo oyó, ni siquiera lo pensó.

Perdió la noción del tiempo, y solo advirtió la dulzura de la luz y la suavidad del aire cuando él aceleró.

Zachary redujo la velocidad al llegar a Old Greenwich. Turistas y residentes se mezclaban en la ajetreada calle principal, atraídos por las tiendas y los restaurantes a un tiro de piedra de la orilla. Sin embargo, la animación no disminuía el ambiente de barrio.

Giró por la calle principal, sorteó el tráfico y se situó en una minúscula plaza de aparcamiento. Se quitó el casco y se volvió para mirarla.

Zac: ¿Tienes hambre?

Ness: Desde luego.

Zac: Conozco un lugar donde sirven la mejor pizza de Connecticut.

Ness: Eso es porque no has probado la de la señora Grady.

Zac: A lo mejor cambiará mi suerte, pero mientras tanto... Ya puedes soltarte.

Ness: Ah...

Un tanto ruborizada, Vanessa no se había dado cuenta de que todavía lo estrechaba por la cintura. Se soltó y se apeó.

Zachary colgó ambos cascos en la moto.

Zac: No está lejos. Nos irá bien estirar un poco las piernas antes de comer.

Ness: No me importa caminar -abrió el bolso al oír una señal-. Lo siento, son mensajes de voz. Vale más que eche un vistazo.

Zac: ¿Cuántos? -preguntó al oírla maldecir entre dientes-.

Ness: Tres.

Zac: ¿Nunca te dejan la noche libre?

Ness: A veces sí. No es frecuente, pero a veces sí. Para los que están planeando una boda o un gran acontecimiento como un aniversario importante, eso se convierte en todo su mundo durante un tiempo. Las ideas, los problemas o las decisiones pueden adquirir una magnitud enorme.

Vanessa iba a devolver el teléfono al bolso pensando que a la primera ocasión iría al servicio para solucionar lo que pudiera, pero entonces Zachary le dijo:

Zac: Adelante, haz esas llamadas.

Ness: No pasa nada. Puedo esperar un rato.

Zac: Estarás pensando en eso, pensando en cuándo puedes irte al servicio para devolver esas llamadas. Vale más que las despaches ahora.

Ness: Seré rápida.

Zachary aflojó el paso y paseó junto a ella mientras la oía hablar con alguien llamado Gina sobre si era mejor elegir chifón o tafetán. Quedaron en reunirse las dos para comparar ambas muestras. Luego habló con una tal señora Seaman sobre una carroza de Cenicienta. Vanessa se comprometió a encontrar una y sacó un bloc de notas para escribir todos los datos. Finalmente le aseguró a alguien llamado Roger que su novio Vince y él todavía tenían tiempo de aprender a bailar el swing y les dio de corrido el nombre y el número de un profesor de baile.

Ness: Lo siento -dijo devolviendo el teléfono a su bolsillo-. Y gracias.

Zac: No te preocupes. A ver, a mí me da igual lo del chifón o el tafetán, y su diferencia de peso y brillo, pero ¿de dónde demonios sacas una carroza de Cenicienta estilo Disney?

Ness: Te sorprenderías de lo que se puede encontrar, sobre todo si tienes los recursos adecuados y, en este caso, un presupuesto prácticamente ilimitado. La señora Seaman, la de los muebles Seaman, quiere que su hija llegue y se marche montada en la carroza de Cenicienta, y yo voy a hacer eso posible. Después de consultarlo con la novia para asegurarme de que eso es lo que ella quiere.

Zac: Entiendo. Dime, ¿por qué quieren bailar swing Roger y Vince?

Ness: Se casan en febrero, y como tema han optado por la época de las grandes orquestas. Irán con trajes de los años treinta y con polainas.

Zachary tardó unos segundos en registrarlo.

Zac: ¿Lo dices en serio?

Ness: Sí, y en mi opinión lo encuentro divertido. Y, naturalmente, quieren aprender a bailar bien el swing, porque así abrirán el baile.

Zac: ¿Quién de los dos llevará? Es una pregunta seria -dijo cuando ella le dedicó una mirada anodina-. Alguien tiene que llevar.

Ness: Echarán una moneda al aire, supongo, o lo dejarán en manos del profesor. Me parece que será Vinnie, porque a Roger le preocupa el asunto, y en cambio Vinnie es el fogoso.

Zac: A lo mejor... espera un momento. ¿En febrero? ¿Hablas de Vinnie Calerone?

Ness: Sí. ¿Lo conoces?

Zac: Sí, lo conocí de pequeño. Mi madre es amiga de la suya. Cuando se enteró de que había regresado, vino a verme. Le reviso el Mercedes. Me dijo que se casaba en febrero y que me enviaría una invitación.

Ness: ¿Erais buenos amigos?

Zac: No especialmente -se la quedó mirando y decidió contarle la historia-. Un día, hace muchos años, lo estaban moliendo a palos. Pensé que ese tío era capaz de luchar cuerpo a cuerpo, pero eran dos. Yo equilibré la balanza. Y acerté. Luchó cuerpo a cuerpo contra uno, y ganó. Vinnie con un traje de los años treinta... -Esbozó una sonrisa divertido-. Es como si lo viera.

Ness: ¿Te metiste en una pelea por él?

Zac: Por él, en concreto, no. Más bien porque eran dos contra uno. Moler a palos a un tío porque es gay es ser un ignorante. ¿Y en grupo? Eso ya es de mal gusto. En fin, nos llevó solo unos minutos. Es aquí.

Vanessa mantuvo la vista fija en él durante unos segundos y luego se volvió para mirar el restaurante. Aunque estaba en la ensenada, era poco más que un tugurio con una fachada de listones de madera descolorida.

Zac: No parece gran cosa, pero...

Ness: Está bien, y me apetece una pizza.

Zac: En eso somos dos.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

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