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martes, 12 de mayo de 2020

Capítulo 10


Los ingresos del martes fueron caóticos. Vanessa asignó habitaciones y cabañas, respondió preguntas y, en general, esperó que pasara la primera oleada.

Costaba mantener la mente en el trabajo cuando tenía la cabeza llena con los planes de boda.

No sabía si decidirse por Chopin o por Beethoven. ¿Aguantaría el clima para que pudieran celebrar la ceremonia en el jardín o sería mejor una boda acogedora e íntima en el salón?

¿Cuándo iba a poder encontrar una tarde libre para elegir el vestido adecuado? Tenía que ser perfecto. Largo hasta los tobillos, con algunos toques románticos de encaje. Había una boutique en Eastsound que se especializaba en prendas antiguas. Si pudiera…

Roger: ¿No vas a firmar esto?

Ness: Lo siento, Roger -volvió al presente y le ofreció una sonrisa de disculpa-. Esta mañana parezco un poco dispersa.

Roger: Tranquila -le palmeó la mano y firmó su lista-. ¿Fiebre de primavera?

Ness: Se podría decir que sí -se echó el pelo hacia atrás, irritada por no haber recordado trenzárselo esa mañana. Podía dar las gracias por recordar su propio nombre-. Vamos un poco retrasados. El ordenador vuelve a darnos problemas.  El pobre Bob está peleándose con él desde ayer.

Roger: Parece que tú misma has estado metida en una pelea.

Se llevó una mano a la sien en proceso de curación.

Ness: La semana pasada tuve un pequeño accidente.

Roger: ¿Algo grave?

Ness: No, en realidad, sólo molesto. Un idiota estuvo a punto de atropellarme.

Roger: Eso es terrible -la observó con atención y expresión seria-. ¿Te lastimó mucho?

Ness: No, sólo unos puntos y unos cuantos moretones. Más que nada, fue el susto.

Roger: Me lo imagino. No esperas que algo así pase por aquí. Espero que lo hayan atrapado.

Ness: No, todavía no -se encogió de hombros-. Para serte franca, dudo que alguna vez lo encuentren. Supongo que se largó de la isla en cuanto se puso sobrio.

Block: Conductores borrachos -emitió un sonido de disgusto-. Bueno, tienes derecho a estar distraída después de algo así.

Ness: La verdad es que tengo un motivo mucho más grato. Dentro de un par de semanas voy a casarme.

Block: ¡No me digas! -esbozó una amplia sonrisa-. ¿Y quién es el hombre afortunado?

Ness: Zac Efron. No sé si lo has conocido. Realiza la rehabilitación del ala oeste.

Block: Eso sí que es cómodo, ¿no? -siguió sonriendo. El romance explicaba muchas cosas. Un vistazo a la cara de Vanessa desterraba cualquier duda persistente. Decidió que iba a tener que mantener una conversación larga con Bob por precipitarse-. ¿Es de por aquí?

Ness: No, es de St. Louis.

Roger: Vaya, espero que no te aleje de nosotros.

Ness: Sabes que nunca dejaría la posada, Roger -la sonrisa se mitigó un poco. Era un tema del que Zac y ella nunca habían hablado-. En cualquier caso, prometo mantener la mente en el trabajo. Tienes seis personas que quieren alquilar botes -miró el reloj-. Puedo hacer que las lleven al puerto deportivo al mediodía.

Roger: Las reuniré.

La puerta de la posada se abrió y Vanessa alzó la vista. Vio a un hombre pequeño y enjuto con el pelo castaño bien cortado que lucía una camisa informal. Llevaba una pequeña bolsa de piel.

Ness: Buenos días.

Conby: Buenos días -echó un breve vistazo al recibidor mientras se dirigía a la recepción-. Conby, Richard Conby. Creo que tengo una reserva.

Ness: Sí, señor Conby. Lo esperábamos -buscó entre los papeles que tenía sobre el mostrador y rezó para que Bob tuviera funcionando el ordenador al final del día-. ¿Cómo ha sido su viaje?

Conby: Sin incidentes -firmó el registro, donde apuntó que su dirección estaba en Seattle-. Me han informado de que su posada es tranquila y apacible. Tengo ganas de relajarme uno o dos días.

Vanessa descubrió que se sentía divertida e impresionada por la cuidada manicura de sus manos.

Ness: Estoy segura de que le resultará muy relajante -abrió un cajón para elegir una llave y se dirigió a Roger-. Zac o yo llevaremos a tu grupo al puerto deportivo. Reúnelo en el aparcamiento al mediodía.

Roger: Lo haré -con un gesto alegre, se marchó-.

Ness: Será un placer enseñarle la habitación, señor Conby. Si tiene alguna pregunta acerca de la  posada, o de la isla, no sienta ningún reparo en preguntar, ya sea a mí o a cualquier miembro del personal -rodeó la recepción y abrió el camino hacia las escaleras-.

Conby: Oh, lo haré -la siguió-. Desde luego que lo haré.


Exactamente a las doce y cinco; Conby oyó una llamada y abrió la puerta de su habitación.

Conby: Puntual como siempre, Efron -estudió el cinturón de herramientas de Zac-. Veo que te mantienes ocupado.

Zac: Dupont se encuentra en la cabaña tres.

Era una misión demasiado importante para mostrarse sarcástico.

Conby: ¿Has realizado una identificación positiva?

Zac: Lo ayudé a llevar las maletas.

Conby: Muy bien -aceptó satisfecho-. Intervendremos según lo planeado el jueves por la mañana y lo apresaremos antes de caer sobre Block.

Zac: ¿Qué hay del conductor del coche que trató de matar a Vanessa?

Siempre melindroso, Conby fue al cuarto de baño a lavarse las manos.

Conby: Muestras un interés desmedido en un delincuente de poca monta.

Zac: ¿Has conseguido una confesión?

Conby: Sí -desplegó una toalla para las manos-. Reconoció reunirse la semana pasada con Block y recibir cinco mil dólares para… para sacar de la circulación a la señorita Hudgens. Una suma ínfima para un asesinato -las manos secas, tiró la toalla sobre el borde del lavabo antes de regresar al dormitorio-. Si Block hubiera mostrado más criterio, quizá hubiera tenido más éxito.

Tomándolo por el cuello, Zac lo alzó del suelo.

Zac: Ten cuidado donde pisas -dijo con suavidad-.

Conby: Es más lógico que yo te diga eso -se soltó y se alisó la camisa. En los cinco años que llevaba siendo el superior de Zac, había encontrado los métodos de éste toscos y su actitud arrogante. La pena era que los resultados eran invariablemente excelentes-. Pierdes el enfoque en este caso, Efron.

Zac: No. Tienes suficiente sobre Block como para acusarlo de conspiración e intento de asesinato. Dupont prácticamente está atado con un lazo. ¿Por qué esperar?

Conby: No me molestaré en recordarte quién lleva este caso.

Zac: Los dos sabemos quién lo lleva, Conby, pero hay una diferencia entre estar sentado detrás de un despacho y actuar en la calle. Si los apresamos ahora, con cuidado, existirá menos riesgo de poner en peligro a personas inocentes.

Conby: No tengo intención de poner en peligro a ninguno de los clientes. O al personal -añadió, pensando que sabía dónde se hallaba centrada la mente de Zac-. Tengo mis órdenes en este caso, igual que tú -sacó un pañuelo limpio de un cajón de la cómoda-. Como al parecer es tan importante para ti, te diré que queremos pillar a Block cuando entregue el dinero. Trabajamos con las autoridades canadienses, y es así como procederemos. En cuanto a los cargos de conspiración, sólo tenemos la palabra de un delincuente. Quizá haga falta algo más para que prospere en un tribunal.

Zac: Tú lo conseguirás. ¿A cuántos hombres tenemos?

Conby: Dos agentes llegarán mañana, y habrá dos más de respaldo. Capturaremos a Dupont en su cabaña y a Block en el vestíbulo. Caer antes sobre Dupont sin duda alertará a Block. ¿De acuerdo?

Zac: Sí. Pero si algo le sucede a ella, cualquier cosa, te consideraré responsable a ti.

Conby: Hay un hombre en la mesa dos que está tan nervioso que es como si hubiera robado un banco o algo parecido. Luego está la pareja de la mesa ocho, supuestamente en su segunda luna de miel. Pasan más tiempo mirando a los demás que a sí mismos.

Zac no dijo nada. Había analizado a Dupont y a dos de los agentes de Conby en menos de treinta minutos.

Conby: Y luego está ese hombrecillo con traje y chaleco en la mesa cuatro -miró por encima del hombro-. Dice que ha venido aquí a relajarse. ¿Quién puede relajarse con traje, chaleco y corbata? -acomodó la bandeja sobre la cadera-. Afirma ser de Seattle, pero tiene un acento tan marcado del este, que podría cortar la tarta de Mae. Parece una comadreja.

Zac: ¿Lo crees? -se permitió esbozar una leve sonrisa al oír la descripción que hizo de Conby-.

Conby: Una comadreja bien peinada. Compruébalo tú mismo -con un pequeño escalofrío, regresó al comedor-. Cualquiera tan untuoso me pone los pelos de punta.

Pero el deber era el deber, y la comadreja estaba sentado a una mesa que atendía ella.

Ness: ¿Está preparado para pedir? -le preguntó a Conby con una sonrisa luminosa-.

Él bebió un último sorbo del martini con vodka. Suponía que estaba pasable.

Conby: El menú afirma que la trucha es fresca.

Ness: Sí, señor -eso le inspiraba un orgullo especial. El estanque había sido idea suya-. Desde luego que lo es.

Conby: Fresca cuando fue enviada esta mañana, sin duda.

Ness: No -bajó el bloc de pedidos pero mantuvo la sonrisa en su sitio-. Tenemos nuestro propio suministro aquí mismo en la posada.

Él enarcó una ceja y tamborileó con un dedo contra la copa.

Conby: Su pescado puede ser superior a su vodka, pero tengo mis dudas en lo referente a que de verdad sea fresco. No obstante, parece ser el artículo más interesante de su menú, así que tendré que conformarme.

Ness: El pescado -repitió con lo que consideró una calma admirable- es fresco.

Conby: Estoy convencido de que usted así lo cree. Sin embargo, el concepto que tiene usted de frescura puede variar del mío.

Ness: Sí, señor -se guardó el bloc en el bolsillo-. Si me disculpa un momento.

«Puede ser inocente», pensó Conby con el ceño fruncido por su copa vacía, «pero dista mucho de ser eficiente».

Mae: ¿Dónde está el incendio? -quiso saber al ver irrumpir a Vanessa en la cocina-.

Ness: En mi cerebro -se detuvo un momento, con las manos en las caderas-. Ese… ese ofensivo e insignificante aprendiz de chef me dice que  nuestro vodka es mediocre, que nuestro menú es aburrido y que nuestro pescado no es fresco.

Mae: Un menú aburrido -se crispó-. ¿Qué ha comido?

Ness: Aún nada. Ha bebido una copa y tomado un par de galletitas con salsa de salmón y ya es un crítico gastronómico.

Vanessa dio un paseo por la cocina para calmarse. Ningún urbanita pedante iba a entrar en su posada para desmembrarla. Su bar era tan bueno como cualquiera de la isla, su restaurante tenía calificación de tres tenedores y su pescado…

Zac: El tipo de la mesa cuatro quiere otro martini de vodka -anunció al entrar con una bandeja cargada-.

Ness: ¿Sí? -giró en redondo-. ¿De verdad?

No recordaba haber visto jamás ese brillo en sus ojos.

Zac: Así es -confirmó con cautela-.

Ness: Bueno, primero tengo que llevarle otra cosa -con eso, salió de la cocina-.

Dolores: Oh, oh -musitó-.

Zac: ¿Me he perdido algo?

Ness: El tipo tiene descaro al decir que la comida es aburrida incluso antes de haberla probado -ceñuda, sirvió una ración de espárragos silvestres en un plato-. Tuve ganas de añadirle curry a sus entrantes. Para que viera lo sosa que es.

Todos se volvieron cuando Vanessa regresó. Aún llevaba el plato. En ella, se debatía una trucha muy confundida.

Dolores: Cielos -riendo entre dientes, se cubrió la boca con ambas manos-. Oh, cielos.

Con una sonrisa, Mae regresó junto al fuego.

Zac: Vanessa -quiso sujetarla por el brazo, pero lo esquivó y se deslizó por la puerta-.

Moviendo la cabeza, la siguió.

Ness: Su trucha, señor -con poca ceremonia, depositó el plato delante de él-. ¿Está bastante fresca? -inquirió con una sonrisa leve y educada-.

En el arco, Zac se metió las manos en los bolsillos y se partió de risa. Habría cambiado gustoso el sueldo de un año por una foto de la expresión en la cara de Conby mientras el pez y él se miraban boquiabiertos.

Cuando Vanessa volvió a la cocina, le entregó el plato y a su pasajero a Dolores.

Ness: Puedes devolverla al estanque -indicó-. El cliente de la mesa cuatro se ha decantado por las chuletas de cerdo rellenas. Es una pena que no tenga un cerdo a mano -soltó una carcajada cuando Zac la alzó en vilo-.

Zac: Eres la mejor -le dio un beso en los labios y los mantuvo allí un rato después de haberla bajado al suelo-. La mejor sin ningún género de duda -sin dejar de reír, la abrazó-. ¿No es verdad, Mae?

Mae: Tiene sus momentos -no pensaba hacerles saber lo mucho que le gustaba ver cómo se sonreían-. Y ahora, los dos, dejad de haceros arrumacos en mi cocina y volved al trabajo.

Vanessa alzó la cara para un último beso.

Ness: Creo que será mejor que prepare ese martini. Daba la impresión de que necesitaba uno.

Como no era rencorosa, trató a Conby con atención y alegría durante toda la velada.

Ness: Espero que haya disfrutado de la cena, señor Conby.

Era imposible que él reconociera que nunca había comido mejor, ni siquiera en los restaurantes más selectos de Washington.

Conby: Ha sido bastante buena, gracias.

Le ofreció una sonrisa relajada al tiempo que le servía café.

Ness: Quizá vuelva en alguna otra ocasión y pruebe la trucha.

Hasta a Conby le costó resistirse a su sonrisa.

Conby: Quizá. Dirige un establecimiento interesante, señorita Hudgens.

Ness: Lo intentamos. ¿Ha vivido mucho tiempo en Seattle, señor Conby?

Siguió echándole leche al café, pero se puso en guardia.

Conby: ¿Por qué lo pregunta?

Ness: Por su acento. Es marcadamente del este.

Conby reflexionó sólo unos segundos. Sabía que Dupont ya había abandonado el restaurante, pero Block estaba en una mesa cercana, con parte de su grupo.

Conby: Tiene buen oído. Me trasladé a Seattle hace dieciocho meses. Desde Maryland. Trabajo en marketing.

Ness: Maryland -decidida a olvidar y a perdonar, le rellenó la taza-. Se supone que tienen los mejores cangrejos del país.

Conby: Le aseguro que así es -la tarta y el café deliciosos lo habían suavizado. De hecho, le sonrió-. Es una pena que no trajera uno.

Riendo, Vanessa apoyó una mano amistosa en su brazo.

Ness: Es usted un buen perdedor, señor Conby. Disfrute de su velada.

Con los labios fruncidos, la observó marcharse. No recordaba que nadie lo hubiera acusado con anterioridad de ser un buen perdedor. Le gustó.

Ness: Me muero de hambre -indicó ella al entrar en la cocina-.

Abrió la nevera y buscó algo para comer, pero Mae volvió a cerrarla.

Mae: No tienes tiempo.

Ness: ¿Que no lo tengo? -se llevó una mano al estómago-. Mae, tal como ha ido la noche, no he podido comer más que una patata frita.

Mae: Te prepararé un sándwich. Pero has tenido una llamada. Algo acerca de la entrega de mañana.

Ness: El salmón. Maldita sea -miró la hora-. Ya han cerrado.

Mae: Creo que han dejado un número de urgencia. El mensaje está arriba.

Ness: Vale, vale. Vuelvo en diez minutos. Que sean dos sándwiches.

Subió las escaleras a toda velocidad y cuando abrió la puerta, sólo pudo quedarse paralizada y con los ojos muy abiertos.

La música sonaba baja. Había unas velas encendidas, flores y un mantel blanco sobre una mesa al pie de la cama. Estaba puesta para dos personas. Mientras observaba, Zac sacó una botella de vino blanco de una cubitera y la descorchó.

Zac: Pensaba que no llegarías nunca.

Se apoyó en la puerta cerrada.

Ness: De haber sabido que me esperaba esto, habría venido mucho antes.

Zac: Dijiste que te gustaban las sorpresas.

Ness: Sí -en sus ojos había sorpresa y placer mientras se apartaba el pelo de la frente-. Me encantan -se desabrochó el mandil y fue hacia la mesa mientras él servía el vino-. Gracias -murmuró cuando le ofreció una copa-.

Zac: Quería darte algo -le tomó la mano y trató de no pensar que ésa era la última noche que pasaban juntos antes de que tuviera que responder a todas las preguntas-. No se me dan muy bien los gestos románticos.

Ness: Oh, no, se te dan muy bien. Excursiones con champán, cenas a última hora -cerró los ojos un momento-. Mozart.

Zac: Elegido al azar -reconoció, sintiéndose tontamente nervioso-. Tengo algo para ti.

Ness: ¿Algo más? -preguntó, mirando la mesa-.

Zac: Sí -alargó la mano hacia su silla y recogió un estuche cuadrado-. Ha llegado hoy -era lo mejor que se podía permitir-.

Le puso el estuche en la mano.

Ness: ¿Un regalo? -agitó el estuche. En cuanto abrió la tapa, sacó la pulsera-. Oh, Zac, es preciosa -aturdida, le dio vueltas, observando cómo la luz se reflejaba en el oro grabado y en la amatista de talla cuadrada-. Es absolutamente preciosa -repitió-. Juro que la he visto antes. La semana pasada-recordó-. En una de las revistas que me trajo Lori.

Zac: La tenías en tu mesa.

Abrumada, asintió.

Ness: Sí, la marqué con un círculo. Hago eso con las cosas hermosas que sé que no voy a comprar -respiró hondo-. Zac, es algo maravilloso, dulce y muy romántico, pero…

Zac: Entonces, no lo estropees -le tomó la pulsera y se la puso en la muñeca-.

Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla contra su hombro.

Él dejó que la música, su fragancia y el momento lo invadieran. Las cosas podían ser diferentes con ella. Él podía ser diferente con ella.

Ness: ¿Sabes cuándo me enamoré de ti, Zac?

Zac: No -le besó la parte superior de la cabeza-. He pensado más el porqué que en el cuándo.

Ness: Había creído que había sido cuando bailaste conmigo y me besaste hasta que todos los huesos de mi cuerpo se volvieron agua.

Zac: ¿Así?

Giró la cabeza para besarla. Con gentileza, la encendió.

Ness: Sí -se tambaleó contra él con los ojos cerrados-. Así. Pero no fue ése el momento. Ahí fue cuando me di cuenta de que te amaba, no cuando me enamoré. ¿Recuerdas cuando me preguntaste si tenía rueda de repuesto?

Zac: ¿Qué?

Suspiró y ladeó la cabeza para brindarle un acceso más fácil a su cuello.

Ness: Querías saber dónde estaba la rueda de repuesto para poder cambiar la que se había pinchado -sonrió ante su expresión aturdida-. Supongo que no puedo llamarlo amor a primera vista, ya que te conocía desde hacía dos o tres minutos.

Zac le acarició las mejillas, el pelo, el cuello.

Zac: ¿De veras?

Ness: Nunca he pensado en enamorarme y casarme como supongo que hace la mayoría de la gente. Debido a la enfermedad del abuelo y a la posada. Siempre pensé que, si sucedía, sucedería sin que tuviera que preocuparme mucho o realizar demasiados preparativos. Y no me equivocaba -le tomó las manos-. Lo único que tuve que hacer fue sufrir el pinchazo de una rueda. El resto fue fácil.

Zac recordó que ese pinchazo había sido orquestado adrede, igual que la súbita necesidad de un carpintero. Todo se había arreglado de antemano menos que se enamorara de ella.

Zac: Vanessa … -habría dado todo para poder contarle la verdad. Cualquier cosa menos su conocimiento de que en la ignorancia estaba segura-. Jamás planifiqué que esto pasara -comentó con cautela-. Nunca he querido sentir esto por alguien.

Ness: ¿Lo lamentas?

Zac: Lamento muchas cosas, pero no estar enamorado de ti -la soltó-. Se te enfría la cena.


1 comentarios:

Lu dijo...

Ay que tiernos!
Espero que todo salga bien, me encanta esta nove!

Sube pronto :)

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