topbella

miércoles, 6 de mayo de 2020

Capítulo 7


Una parte importante del entrenamiento de Zac había sido aprender a llevar a cabo una misión de un modo exhaustivo y objetivo. Siempre había sido como una segunda naturaleza realizar ambas cosas. Hasta ese momento. No obstante, por motivos muy personales, pretendía ser minucioso.

Al dejar a Vanessa, esperaba encontrar a Bob en el despacho, y solo. No quedó decepcionado. Hablaba por teléfono. Después de agitar una mano con gesto distraído en su dirección, continuó con la conversación.

Bob: Será un placer organizarle eso a su esposa y a usted, señor Parkington. Una habitación doble para las noches del quince y dieciséis de julio.

Zac: Corta.

Bob simplemente alzó un dedo para indicarle una breve espera.

Bob: Sí, está disponible, con un baño privado e incluye desayuno. Desde luego que podremos organizarle el alquiler de unos kayaks durante su estancia. Su número de confirmación es…

Zac cortó la comunicación.

Bob: ¿Qué diablos estás haciendo?

Zac: Preguntarme si debo molestarme en hablar contigo o simplemente matarte.

Bob logró levantarse de un salto y colocar el escritorio entre Zac y él.

Bob: Escucha, sé que has tenido una mañana para volverse loco…

Zac: ¿De verdad? -no intentó mostrarse más astuto. Simplemente permaneció donde estaba y lo vio sudar-. Para volverse loco. Es un bonito eufemismo para describir lo sucedido. Pero tú eres un hombre educado y cortés, ¿verdad, Bob?

Éste miró hacia la puerta y se preguntó si tendría alguna oportunidad de llegar antes.

Bob: Todos estamos un poco crispados por el accidente de Vanessa. Seguro que te sentaría bien una copa.

Zac se acercó a un montón de manuales de informática y sacó una petaca de plata.

Zac: ¿Es tuya? -Bob lo miró fijamente-. Supongo que la guardas aquí para esas noches largas en que trabajas hasta tarde… solo. ¿Te preguntas cómo sabía dónde encontrarla? -la dejó a un lado-. La encontré cuando forcé la entrada aquí hace un par de noches para repasar los libros.

Bob: ¿Forzaste la entrada? -se pasó el dorso de la mano por unos labios súbitamente secos-. Bonita manera de pagarle a Vanessa por haberte ofrecido un trabajo.

Zac: Sí, en eso tienes razón. Es casi tan malo como usar su establecimiento para pasar billetes falsos y meter y sacar del país a indeseables.

Bob: No sé de qué hablas -dio un cauteloso paso a un lado, hacia la puerta-. Quiero que salgas de aquí, Efron. Cuando le cuente a Vanessa lo que has hecho…

Zac: Pero no vas a contárselo. No vas a contarle nada… todavía. Pero sí me lo vas a contar a mí -una mirada bastó para paralizarlo-. Intenta llegar hasta la puerta y te romperé una pierna -sacó un cigarrillo de la cajetilla-. Siéntate.

Bob: No tengo por qué tolerar esto -sin embargo, dio un paso atrás, lejos de la puerta y de Zac-. Llamaré a la policía.

Zac: Adelante -encendió el cigarrillo y lo observó a través de un velo de humo. Era una pena que se lo intimidara con facilidad. Le habría gustado una excusa para hacerle daño-. Yo mismo estuve tentado de contarle todo a Royce. El problema con eso era que me habría estropeado la satisfacción de ocuparme personalmente de ti y de la gente con la que estás. Adelante, llámalo -empujó    el teléfono en dirección al otro-. Puedo encontrar un modo de acabar mi asunto contigo una vez que estés encerrado.

Bob no le pidió que se explicara. Había oído cómo se cerraba la puerta de la celda en cuanto Zac entró en el despacho.

Bob: Escucha, sé que estás irritado…

Zac: ¿Te lo parezco? -murmuró-.

«No», pensó Bob con un nudo en el estómago. Parecía frío… lo bastante frío como para matar. O peor. Pero se dijo que debía haber una salida. Siempre la había.

Bob: Has dicho algo de falsificaciones. ¿Por qué no me cuentas de qué se trata todo para intentar arreglarlo de una manera serena…? -antes de poder acabar la última palabra, Zac lo sujetó por el cuello y lo levantó de la silla-.

Zac: ¿Quieres morir?

Bob: No -desesperado, soltó las muñecas de Zac-.

Zac: Entonces, corta esa porquería -disgustado, lo tiró otra vez sobre la silla-. Hay dos cosas que Vanessa no hace aquí. Sólo dos. No cocina ni trabaja en el ordenador. No sabe, lo explicaría mejor. No sabe cocinar porque Mae no le enseñó. Es fácil analizar el por qué. Mae quería gobernar en la cocina y Vanessa quería dejarla. -Se acercó a la ventana y bajó lentamente las persianas, para dejar la habitación aislada y en penumbra-. Es igual de simple deducir por qué no sabe manejar un ordenador básico de oficina. Tú no le enseñaste, o hiciste que las lecciones fueran tan complicadas y contradictorias, que jamás las entendió. ¿Quieres que te explique por qué hiciste eso?

Bob: En realidad, nunca estuvo interesada -tragó saliva, con la garganta reseca-. Puede manejar lo básico cuando no tiene más remedio, pero ya la conoces… está más interesada en las personas que en las máquinas. Yo le muestro todos los informes.

Zac: ¿Todos? Los dos sabemos que no le has mostrado todos. ¿Quieres que te diga lo que creo que hay en los disquetes que guardas en el archivador?

Con dedos trémulos, Bob sacó un pañuelo y se secó la frente.

Bob: No sé de qué hablas.

Zac: Llevas los libros para la posada, y para el pequeño negocio que tenéis montado tus amigos y tú. Supongo que un hombre como tú guardará copias de seguridad, un pequeño seguro en caso de que la gente para la que trabajas decidiera dejarte fuera -abrió un cajón y extrajo un disquete-. Luego le echaremos un vistazo a esto -lo tiró sobre el escritorio-. Por este establecimiento se lavan a la semana entre dos y tres mil dólares. Cincuenta y dos semanas al año la convierten en una buena suma. Añádele a eso la tarifa que cobras por pasar a alguien por la frontera mezclado con el grupo turístico y obtienes una cantidad muy respetable.

Bob: Eso es una locura -casi sin poder respirar, tiró del cuello de su camisa-. Tienes que saber que es una locura.

Zac: ¿Sabías que tus referencias aún estaban aquí? -preguntó con tono afable-. El problema es que no cuadran. Jamás has trabajado para un hotel en Ft. Worth o en San Francisco.

Bob: Bien, quise aumentar mis posibilidades. Eso no prueba nada.

Zac: Creo que descubriremos algo más interesante cuando investiguemos tus huellas dactilares.

Bob clavó la vista en el disquete.

Bob: ¿Puedo tomar una copa?

Zac alzó la petaca, se la tiró y esperó mientras desenroscaba la tapa.

Zac: Supiste que era un policía, ¿verdad?

Bob: No encajabas -se limpió el vodka de los labios, luego volvió a beber-. Reconozco un fraude cuando lo veo, y tú me pusiste nervioso nada más verte.

Zac: Muy bien. ¿Qué hiciste?

Bob: Le dije a Block que creía que eras un infiltrado, pero él supuso que me estaba poniendo nervioso. Quería parar hasta que tú te hubieras ido, pero no quiso prestarme atención. Anoche, cuando bajaste a cenar, inspeccioné tu habitación. No encontré el arma, sólo las balas. Eso significaba que la llevabas encima. Llamé a Block y le conté que estaba convencido de que eras un poli.  Habías pasado un montón de tiempo con Vanessa, de modo que supuse que ella trabajaba contigo en el asunto.

Zac: De modo que trataste de matarla.

Bob: No, yo no -asustado, se pegó contra él respaldo de la silla-. Lo juro. No soy un hombre violento, Efron. Diablos, Vanessa me cae bien. Quería salir, tomarme un respiro. Ya habíamos establecido otro lugar en las Montañas Olímpicas. Supuse que podríamos tomarnos unas semanas antes de reanudar el negocio. Block dijo que se ocuparía del asunto y yo pensé que se refería a que el grupo de la semana próxima sería legítimo. Eso me daría tiempo de arreglarlo todo aquí y largarme. De haber sabido lo que planeaba…

Zac: ¿Qué? ¿Se lo habrías advertido?

Bob: No lo sé -vació la petaca, pero el licor apenas sirvió para calmarle los nervios-. Escucha, yo hago fraudes, estafas. No mato a personas.

Zac: ¿Quién conducía el coche?

Bob: No lo sé. Lo juro -Zac dio un paso hacia él y agarró con fuerza los reposabrazos de la silla-. Escuche, me puse en contacto con Block en cuanto esto sucedió. Dijo que había contratado a alguien. No pudo haberlo hecho él mismo, ya que estaba en el continente. Dijo que el tipo no trataba de matarla. Block la quería fuera del camino sólo durante unos días. Nos va a entrar un gran cargamento y … -calló, sabiendo que se estaba hundiendo cada vez más-.

Zac asintió.

Zac: Vas a averiguar quién conducía el coche.

Bob: Muy bien. Claro -hizo la promesa sin saber si podría cumplirla-. Lo averiguaré.

Zac: Tú y yo vamos a trabajar juntos los próximos días, Bob.

Bob: Pero… ¿no vas a llamar a Royce?

Zac: Deja que sea yo quien se preocupe por él. Tú vas a seguir haciendo lo que mejor se te da. Mentir. Salvo que ahora le vas a mentir a Block. Haz exactamente lo que se te diga y seguirás vivo. Si desempeñas un buen trabajo, hablaré a tu favor con mi superior. Quizá puedas hacer un trato, aportar pruebas -después de apoyar una cadera en el escritorio, Zac se inclinó-. Como intentes largarte, te perseguiré. Te encontraré allí donde te escondas, y cuando haya acabado contigo, desearás que te haya matado.

Bob lo miró a los ojos. Lo creyó.

Bob: ¿Qué quieres que haga?

Zac: Háblame del siguiente cargamento.


Ness: Has sido amable en traerme la cena. Ni siquiera te he dado las gracias.

Zac: No, no lo has hecho.

Se adelantó para darle un beso en la mejilla.

Ness: Gracias.

Zac: De nada.

Después de apartarse el pelo de la cara con un soplido, decidió empezar de nuevo.

Ness: ¿Hemos tenido muchos clientes esta noche?

Zac: Preparé treinta mesas.

Ness: Voy a tener que ofrecerte un aumento. Supongo que Mae preparó su tarta de mousse de chocolate.

Zac: Sí.

Ness: Imagino que no quedó nada.

Zac: Ni una miga. Estaba deliciosa.

Ness: ¿Tú la probaste?

Zac: Las comidas forman parte de mi paga.

Sintiéndose deprimida, se reclinó en los cojines.

Ness: Cierto.

Zac: ¿Vas a enfurruñarte?

Ness: Sólo un minuto. Quería preguntarte si el sheriff tenía alguna noticia sobre el coche.

Zac: Poca cosa. Lo encontró abandonado a unos dieciséis kilómetros de aquí -alargó la mano para alisarle el ceño-. No te preocupes.

Ness: No lo hago. De verdad. Me alegro de que el conductor no hiriera a nadie más. Lori me ha contado que te habías cortado el brazo.

Zac: Un poco.

Tenían las manos entrelazadas. No sabía si había sido él quien se la había tomado o a la inversa.

Ness: ¿Dabas un paseo?

Zac: Te esperaba a ti.

Ness: Oh -volvió a sonreír-.

Zac: Será mejor que descanses un poco -volvía a sentirse incómodo, incómodo y torpe. Ninguna otra mujer le había causado jamás ninguna de esas reacciones. A regañadientes, ella le soltó la mano-. Buenas noches.

Ness: Buenas noches.

Cruzó hasta la puerta y la abrió. Pero no fue capaz de obligarse a atravesar el umbral. Permaneció allí, luchando consigo mismo. Aunque sólo fue una cuestión de segundos, a los dos les pareció horas.

Zac: No puedo -se volvió y cerró la puerta en silencio a su espalda-.

Ness: ¿No puedes qué?

Zac: Irme.

La sonrisa de ella floreció, en sus ojos, en sus labios. Le abrió los brazos, tal como él había sabido que haría. Regresar a su lado fue casi tan difícil como alejarse. Le tomó las manos y se las sujetó con fuerza.

Zac: No soy bueno para ti, Vanessa.

Ness: Creo que eres muy bueno para mí -acercó las manos unidas a su mejilla-. Eso significa que uno de los dos se equivoca.

Zac: Si pudiera, atravesaría esa puerta y no me detendría.

Ella sintió el aguijonazo y lo aceptó. Jamás había esperado que amar a Zac fuera indoloro.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Por motivos que no puedo empezar a explicarte -bajó la vista a sus manos unidas-. Pero no soy capaz de irme. Tarde o temprano, vas a desear que lo haya hecho.

Ness: No -tiró de él hacia la cama-. Pase lo que pase, siempre me alegraré de que te quedaras -esa vez le tocó a ella alisarle el entrecejo-. En una ocasión te dije que esto no sucedería hasta que no estuviera bien. Hablaba en serio -alzó las manos y las juntó detrás de su cuello-. Te quiero. Zac. Esta noche es algo que quiero, es algo que he elegido.

Besarla era como hundirse en un sueño. Suave, parecido a un narcótico, demasiado hermoso para ser real. Quería tener cuidado, mostrar delicadeza, ternura, no lastimarla en ese momento, convencido de que ya llegaría el instante en que no le quedaría otra alternativa que hacerle daño.

Pero esa noche, durante unas preciosas horas, no existiría el futuro. Con ella podría ser lo que nunca antes había tratado de ser. Delicado, cariñoso, amable. Con ella podía creer que era posible que el amor bastaba.

La amaba. Aunque nunca se había considerado capaz de sentir esa emoción poderosa y frágil, con ella la experimentaba. Lo recorría, indolora y dulce, sanando heridas que había olvidado que tenía, mitigando dolores con los que había convivido siempre. ¿Cómo iba a imaginar al entrar en la vida de Vanessa que ella sería su salvación? Se lo demostraría en el poco tiempo que le quedaba. Y al demostrárselo, se daría a sí mismo algo que nunca había esperado tener.

Mientras la boca susurraba sobre la suya, Vanessa pensó que la hacía sentirse hermosa. Y delicada. Era como si él supiera que esa primera vez juntos debía ser saboreada y recordada. Al acariciarle la espalda, oyó su propio suspiro, luego el de Zac. Fuera lo que fuera lo que había deseado que pudieran compartir, no era nada comparado con eso.

La tumbó con gentileza, casi sin tocarla, al tiempo que el beso se prolongaba. Aun amándolo como lo amaba, desconocía que poseyera semejante ternura. Tampoco podía saber que era algo que él acababa de descubrir en sí mismo.

La luz de la lámpara brillaba con una tonalidad ambarina. Zac no había pensado en encender las velas. Pero podía verla bajo su resplandor, los ojos oscuros clavados en él, los labios curvados en una sonrisa cuando renovó el beso.

No había pensado en poner música. Pero el camisón le susurró cuando ella lo rodeó con los brazos. Era un sonido que recordaría siempre. El aire penetró a través de la ventana abierta, avivando la fragancia de las flores que otras personas le habían llevado. Pero fue el aroma de su piel lo que le llenó la cabeza. Fue su sabor lo que anheló.

Con ligereza, casi temeroso de poder lastimarla con un contacto, le coronó los pechos con las manos. Ella contuvo el aliento, luego lo soltó con un gemido sobre el costado de su cuello. Zac supo que nunca algo lo había excitado tanto.

Entonces las manos de Vanessa estuvieron sobre su camisa y se la desabotonó al tiempo que no le quitaba la vista de encima. Eran unos ojos tan azules, tan profundos, tan vibrantes como el agua que rodeaba la posada. En ellos pudo leer todo lo que ella sentía.

Ness: Quiero tocarte -dijo al bajarle la camisa por los hombros-.

El corazón comenzó a desbocársele al mirarlo… esos músculos tensos, esa piel tirante.

De él emanaba una fuerza que excitaba, quizá porque entendía que podía ser implacable. Del cuerpo irradiaba una dureza que la hacía entender que se trataba de un hombre que había luchado, que lucharía. Pero en ese instante, las manos eran suaves sobre ella, casi titubeantes. Su excitación se incrementó, y no había temor.

Ness: Parece como si hubiera querido tocarte de este modo toda la vida -pasó los dedos con levedad sobre el vendaje de su brazo-. ¿Te duele?

Zac: No -cada músculo de su cuerpo se tensó cuando ella subió las manos de su cintura hasta su pecho. Le resultaba imposible comprender cómo alguien podía aportarle paz y tormento al mismo tiempo-. Vanessa …

Ness: Sólo bésame otra vez, Zac -susurró-.

No pudo negarse. Se preguntó qué le pediría si supiera que era incapaz de negarle nada. Contuvo una oleada de desesperación y siguió acariciándola, deslizando las manos por su cuerpo, hasta que sintió que comenzaban los primeros temblores.

Sabía que podía darle placer. La necesidad de hacerlo le palpitó por todo el cuerpo. Podía encender sus pasiones. El deseo de avivarlas lo recorrió como una conflagración. Mientras la tocaba, supo que tenía la capacidad de volverla fuerte o débil, salvaje o entregada. Pero ese conocimiento no lo llenó de poder. Sino de asombro.

Le ofrecería lo que le pidiera, sin preguntas, sin restricciones. Esa mujer fuerte, hermosa y excitante era suya. No se trataba de un sueño que lo despertara para sumirlo en la frustración en mitad de la noche. No era un deseo que tendría que fingir que nunca había pedido. Era real. Ella era real, y lo estaba esperando.

Podría haberle arrancado el camisón con un movimiento de la mano. Pero se lo soltó botón tras pequeño botón, oyendo cómo se le aceleraba la respiración, siguiendo el estrecho sendero con besos suaves y prolongados. Ella le clavó los dedos en la espalda, luego se quedó floja cuando su sistema se derritió. En el momento en que la lengua de Zac le humedeció la piel, tentándola y encendiéndola, sólo fue capaz de gemir. El aire nocturno susurró sobre ella mientras la desvestía. Luego la alzó para acunarla en brazos.

Estaba enroscada alrededor de él, con el corazón palpitando desbocado contra sus labios. Zac necesitó un momento para retirarse, para encontrar el control que quería con el fin de elevarla y llevarla hasta el borde del abismo. Empleó toda su habilidad para empujarla más allá del límite de la razón.

El cuerpo de Vanessa estaba rígido contra el suyo. Observó que los ojos aturdidos se abrían. Jadeó su nombre y entonces volvió a cubrirle la boca con la suya para capturar el gemido bajo y largo a medida que el cuerpo se le quedaba laxo.

Cuando volvió a depositarla en la cama, pareció deslizarse como agua por sus manos. Para su satisfacción, la excitación que la dominaba volvió a liberarse al mínimo contacto.

Era imposible sentir tanto y necesitar aún más. Un placer renovado la inundó hasta que sintió los brazos demasiado pesados para moverlos. Era una prisionera, gloriosamente dispuesta, de las sensaciones frenéticas que le enviaba por el cuerpo. Quería fijarse alrededor de él, mantenerlo allí, siempre allí. La llevaba en un largo y lento viaje a lugares que nunca había visto, que jamás quería abandonar.

Cuando se deslizó dentro de ella, oyó su gemido bajo y jadeante. De modo que Zac era tan cautivo como ella.

Con la cara pegada al cuello de Vanessa, contuvo la necesidad de lanzarse hacia la liberación. Se hallaba atrapado entre el cielo y el infierno y se glorificaba en ello. En ella. En los dos. La oyó decir su nombre con un sollozo, sintió que la fuerza la invadía. Se encontraba con él como nadie lo había estado jamás.

Vanessa lo rodeó con los brazos para evitar que se alejara.

Ness: No te muevas.

Zac: Te hago daño.

Ness: No -soltó un suspiro largo-. No, no me lo haces.

Zac: Soy demasiado pesado -insistió, abrazándola y rodando hasta invertir sus posiciones-.

Ness: De acuerdo -satisfecha, apoyó la cabeza en su hombro-. Eres -añadió-… el amante más increíble.

Ni siquiera trató de impedir la sonrisa que afloró a sus labios.

Zac: Gracias -le acarició la cadera con gesto posesivo-. ¿Has tenido muchos?

Fue el turno de Vanessa de sonreír. El pequeño deje de celos que captó en su voz fue un elemento maravilloso a la noche y a gloriosa.

Ness: Define «muchos».

Sin prestar atención a la ligera irritación que sintió, decidió seguirle el juego.

Zac: Más de tres. Tres son unos pocos. Más ya representan muchos.

Ness: Ah. Bueno, en ese caso -casi deseó poder mentir e inventarse una horda-, supongo que he tenido menos de unos pocos. Eso no significa que no sepa reconocer a uno extraordinario cuando lo encuentro.

Alzó la cabeza para mirarlo.

Zac: No he hecho nada en la vida para merecerte.

Ness: No seas estúpido -le dio un beso fugaz-. Y no cambies de tema.

Zac: ¿Qué tema?

Ness: Eres listo, Efron, pero no tanto -enarcó una ceja y lo estudió a la luz de la lámpara-. Es mi turno de preguntarte si has tenido muchas amantes.

En esa ocasión, él no sonrió.

Zac: Demasiadas. Pero sólo una que significara algo.

La diversión se desvaneció de los ojos de ella antes de cerrarlos.

Ness: Me harás llorar -murmuró, bajando otra vez la cabeza al pecho de él-.

«Todavía no», pensó Zac, acariciándole el pelo. «Pronto, pero todavía no».

Zac: ¿Por qué no has llegado a casarte nunca? ¿Por qué no has tenido hijos?

Ness: Qué pregunta tan extraña. Nunca antes había amado a alguien lo suficiente -se obligó a sonreír al levantar la cabeza-. No ha sido una indirecta.

Pero era exactamente lo que él había querido oír. Sabía que estaba loco si se permitía pensar de esa manera, incluso durante unas pocas horas, pero quería imaginar que lo amaba lo bastante como para perdonar, aceptar y prometer.

Zac: ¿Y qué me dices de los viajes que comentaste que querías hacer? ¿No deberían estar primero?

Se encogió de hombros y volvió a acomodarse encima de él.

Ness: Quizá no he viajado porque en lo más hondo de mi ser sabía que odiaría ir a todos esos lugares sola. ¿Para qué sirve Venecia si no tienes a alguien con quien pasear en góndola? ¿O París si no puedes ir de la mano de nadie?

Zac: Podrías ir conmigo.

Medio dormida ya, rio. Imaginó que Zac apenas tenía dinero suficiente para comprar el billete de ferry.

Ness: De acuerdo. Dime cuándo he de hacer las maletas.

Zac: ¿Vendrías? -le alzó la barbilla para mirarla a los ojos somnolientos-.

Ness: Desde luego -lo besó, acomodó la cabeza sobre su hombro y se quedó dormida-.

Zac apagó la lámpara de la mesilla. Durante largo rato, la abrazó y mantuvo la vista clavada en la oscuridad.


1 comentarios:

Lu dijo...

ME ENCANTO ME ENCANTO!!
Por fin ya sabemos quienes son los que andan haciendo negocios sucios, me alegra que Zac sepa que no es Ness.
Solo espero que ella no se enoje cuando descubra la verdad.

Sube pronto :)

Publicar un comentario

Perfil