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jueves, 14 de mayo de 2020

Capítulo 11


Ness: De hecho, hay algo de lo que te quiero hablar.

Zac: Ya te lo he dicho… me pondré un traje, pero no un esmoquin.

Ness: No es de eso -sonrió y pasó un dedo por el dorso de su mano-. Aunque sé que estarías maravilloso con un esmoquin, creo que un traje es más adecuado para una boda informal en un jardín. Me gustaría hablar de después de la boda.

Zac: Los planes para después de la boda no son negociables. Pretendo hacerte el amor durante unas veinticuatro horas.

Ness: Oh -como si lo meditara, bebió un sorbo de vino-. Creo que puedo aceptar eso. Lo que me gustaría discutir es más a largo plazo. Tiene que ver con algo que me dijo Block el otro día.

Zac: ¿Block? -la alarma se diseminó por su interior, para centrarse en la base de su cuello-.

Ness: Sólo fue un comentario casual, pero me hizo pensar -movió los hombros con inquietud, luego los dejó quietos-. Le mencioné que nos íbamos a casar, y él dijo algo acerca de que esperaba que no me llevaras lejos de aquí. De pronto se me ocurrió que quizá tú no quieras pasar el resto de tu vida en las Oreas.

Zac: ¿Es eso? -sintió que la tensión se evaporaba-.

Ness: No es algo sin importancia. Quiero decir, estoy segura de que lo solucionaremos, pero es posible que no te entusiasme la idea de vivir en un… bueno, en un lugar más bien público, con gente yendo y viniendo, con interrupciones y … -calló, sabiendo que empezaba a divagar, como le pasaba siempre que estaba nerviosa-. La cuestión es que necesito saber qué sientes ante la idea de quedarte en la isla, de vivir aquí, en la posada.

Zac: ¿Qué sientes tú?

Ness: Ya no es cuestión de lo que sienta yo. Es lo que sentimos nosotros.

Lo sorprendía la facilidad que tenía de conmoverlo. Suponía que siempre sería así.

Zac: Hace tiempo que no me siento en casa en cualquier parte. Pero aquí, contigo, sí me siento como en casa.

Ella sonrió y entrelazó los dedos con los de él.

Ness: ¿Estás cansado?

Zac: No.

Ness: Bien -se puso de pie y tapó el vino con el corcho-. Deja que vaya a buscar mis llaves.

Zac: ¿Llaves de qué?

Ness: De la furgoneta -repuso mientras iba a la otra habitación-.

Zac: ¿Vamos a alguna parte?

Ness: Conozco el mejor sitio de la isla desde el que observar la salida del sol -regresó con una manta y agitando las llaves-. ¿Quieres ver salir el sol conmigo, Zac?

Zac: Sólo llevas puesta una bata.

Ness: Claro. Son casi las dos de la mañana. No olvides el vino -riendo, abrió la puerta y bajó con sigilo los escalones-. Tratemos de no despertar a nadie -hizo una mueca al cruzar la grava descalza. Con una maldición apagada, Zac la alzó en brazos-. Mi héroe -murmuró-.

Zac: Sí -la soltó en el asiento del volante de la furgoneta-. ¿Adónde vamos, cariño?

Ness: A la playa -se echó el pelo detrás de los hombros mientras arrancaba. Miró hacia la posada, oscura y silenciosa. Despacio, salió del aparcamiento hacia el camino-. Hace una noche preciosa.

Zac: Mañana.

Ness: Lo que sea -respiró hondo-. En realidad, no he tenido tiempo para vivir grandes aventuras, de modo que he de aprovechar las pequeñas siempre que surge la oportunidad.

Zac: ¿Es eso lo que es? ¿Una aventura?

Ness: Claro. Vamos a bebemos el resto del vino, a hacer el amor bajo las estrellas y a ver salir el sol por encima del agua -giró la cabeza-. ¿Te parece bien?

Zac: Creo que podré vivir con ello.

Dos horas más tarde, se acurrucaba contra él. La botella de vino estaba vacía y las estrellas se apagaban una a una.

Ness: Hoy no voy a servir para nada -tras una risa somnolienta, frotó la nariz contra su cuello-. Y ni siquiera me importa.

Él la cubrió con la manta. Las mañanas seguían siendo frescas. Aunque no lo había planeado, la larga noche de amor le había brindado una esperanza nueva. Si lograba convencerla de que durmiera durante la mañana, podría completar su misión, cerrarla y después explicarle todo. Eso le permitiría mantenerla alejada de cualquier daño y empezar desde el principio.

Ness: Ya casi ha amanecido -murmuró-.

No hablaron mientras contemplaban cómo surgía el día. El cielo palideció. Las aves nocturnas se aquietaron. Durante un instante, el tiempo quedó suspendido. Luego, lentamente, con un toque regio, los colores penetraron por el horizonte, reflejándose como sangre en el agua. Las sombras se desvanecieron y los árboles quedaron coronados de oro. El primer pájaro de la mañana anunció el nuevo día.

Zac la abrazó con amor para amarla lentamente bajo el cielo que clareaba.

Vanessa dormitó mientras él conducía de vuelta a la posada. El cielo estaba de un azul pálido y lechoso, pero reinaba el mismo silencio que había imperado al marcharse. Al sacarla de la furgoneta; ella suspiró y acomodó la cabeza en su hombro.

Ness: Te quiero, Zac.

Zac: Lo sé -por primera vez en su vida, quería pensar en la semana siguiente, en el mes siguiente, en el año siguiente… en cualquier cosa menos en el día que lo esperaba. La llevó a la posada-. Te quiero, Vanessa.

No le costó trabajo convencerla de que se metiera entre las sábanas de la cama deshecha en cuanto le prometió sacar a Ludwig a su habitual carrera.

Pero antes de hacerlo, bajó a su habitación, se puso la pistolera y enfundó el arma.

Apresar a Dupont fue una demostración de excelente trabajo y coordinación policiales. A las ocho menos cuarto, la cabaña aislada se vio rodeada por los mejores hombres que podían aportar el sheriff Royce y el FBI. Zac había prescindido de los deseos de Conby de mantener al margen a la policía local y le había aconsejado a su superior que se mantuviera apartado.

Cuando los hombres estuvieron situados en posición, Zac se acercó a la entrada, con la pistola en una mano y el hombro apoyado contra el marco de la puerta. Llamó dos veces. Al no obtener respuesta, le indicó a sus hombres que aprestaran las armas y que se acercaran. Empleando la llave que había sacado del llavero de Vanessa, abrió la cerradura.

Una vez dentro, estudió la habitación con el arma sostenida en ambas manos. Sentía la adrenalina; de hecho, le resultaba familiar, incluso bienvenida. Con un movimiento de la cabeza, llamó a su hombre de respaldo. Protegiéndose los flancos, realizaron un último círculo.

Con cautela, Zac se acercó al dormitorio. Por primera vez, una sonrisa, una sonrisa sombría, apareció en su cara. Dupont estaba en la ducha. Y cantaba.

La melodía cesó con brusquedad cuando hizo a un lado la cortina de un manotazo.

Zac: No te molestes en alzar las manos -le dijo mientras el otro parpadeaba para quitarse el agua de los ojos. Sin dejar de apuntarlo, le arrojó una toalla-. Quedas detenido, amigo. ¿Por qué no te secas para que te lea tus derechos?

Conby: Bien hecho -comentó Conby cuando esposaron al prisionero-.  Si manejas el resto de la operación con tanta fluidez, me encargaré de que recibas una mención.

Zac: Guárdatela -enfundó la pistola. Sólo quedaba un último obstáculo antes de poder separar su pasado de su futuro-. Cuando esto haya terminado, se acabó mi carrera en la Agencia.

Conby: Llevas diez años como agente de la ley, Efron. No te irás.

Zac: Ya lo verás -con esas palabras, regresó a la posada para terminar lo que había empezado-.


Cuando Vanessa despertó, era plena mañana y estaba sola. Lo agradeció, porque no pudo contener un gemido. Nada más sentarse, su cabeza, desacostumbrada a las generosas dosis de vino y tacañas cantidades de sueño, comenzó a martillearle.

Al arrastrarse fuera de la cama, no le quedó más opción que admitir que la culpa era sólo suya. Los pies se le enredaron en lo que quedaba de la camisa que había usado la noche anterior.

Mientras recogía el algodón desgarrado, pensó que había valido la pena.

Desde luego.

Pero, con o sin noche increíble, era por la mañana y tenía trabajo que hacer. Se tomó unas aspirinas, se permitió emitir otro gemido y luego se metió en la ducha.


Zac encontró a Bob escondido en el despacho, bebiendo café con ansiedad. Sin decir nada, le quitó la taza y vació el contenido en la papelera.

Bob: Sólo necesitaba un poco para ayudarme a sobrellevar este trance.

Zac determinó que había bebido algo más que un poco. Hablaba con voz embotada y tenía los ojos vidriosos. Incluso en las mejores circunstancias, le resultaba difícil mostrar alguna simpatía por un borracho.

Lo agarró por la pechera de la camisa y lo levantó de la silla.

Zac: Recóbrate y hazlo pronto. Cuando llegue Block, tú vas a darle la salida a su grupo y a él. Como te delates, como parpadees y le des a entender algo, te colgaré al sol para que te seques.

Bob: Las salidas las realiza Vanessa -logró manifestar a través de dientes que se entrechocaban-.

Zac: Hoy no. Vas a salir a la recepción y a ocuparte tú. Vas a hacer un buen trabajo, porque sabrás que estaré aquí vigilándote.

Se apartó de Bob en el momento en que se abría la puerta del despacho.

Ness: Lamento llegar tarde -a pesar de los ojos pesados, miró con sonrisa luminosa a Zac-. Me quedé dormida.

Él sintió que el corazón se le paraba, luego que se le caía a los pies.

Zac: No has dormido nada.

Ness: Dímelo a mí -la sonrisa desapareció de su cara al mirar a Bob-. ¿Qué pasa?

Él se agarró con ambas manos a la oportunidad que se le presentaba.

Bob: Le decía a Zac que no me siento muy bien.

Ness: No se te ve bien -preocupada, se acercó a él para ponerle la mano en la frente. Estaba fría y acentuó la preocupación que sentía-. Seguro que estás pillando ese virus.

Bob: Es lo que me temo.

Ness: No deberías haber venido hoy. Tal vez sería mejor que Zac te llevara a casa.

Bob: No, me arreglaré -con piernas temblorosas, se dirigió a la puerta-. Lo siento, Vanessa -se volvió para echarle un último vistazo-. Lo siento de verdad.

Ness: No seas tonto. Pero cuídate.

Zac: Le echaré una mano -musitó, siguiéndolo fuera-.

Salieron al vestíbulo al mismo tiempo que entraba Block.

Block: Buenos días -el rostro mostró su sonrisa habitual, pero los ojos reflejaron cautela-. ¿Hay algún problema?

Bob: Un virus -su cara ya iba adquiriendo un color macilento. El miedo era una tapadera convincente-. Me ha dado muy fuerte esta mañana.

Ness: He llamado al doctor Mertens -anunció al situarse detrás de la recepción-. Vete directamente a casa, Bob. Se reunirá contigo allí.

Bob: Gracias -pero uno de los agentes de Conby lo siguió al exterior, y supo que no iría a casa en una buena temporada-.

Ness: Este virus ha sido una plaga por aquí -le ofreció a Block una sonrisa de disculpa-. Primero una gobernanta, luego una camarera y ahora Bob. Espero que nadie de tu grupo haya tenido alguna queja por el servicio.

Block: Nadie -relajado otra vez, apoyó el maletín en el mostrador-. Siempre es un placer hacer negocios contigo, Vanessa.

Zac observó impotente mientras charlaban y llevaban   cabo el proceso de comprobar las listas y los números. Se suponía que ella tenía que estar arriba a salvo, durmiendo profundamente y soñando con la noche que habían pasado juntos. Frustrado, apretó las manos. Sin importar lo que hiciera ya, Vanessa estaría en medio de todo.

La oyó reír cuando Block mencionó el pez que había llevado al comedor. E imaginó la expresión que tendría su cara cuando los agentes entraran para arrestar al hombre al que consideraba un guía turístico y un amigo.

Vanessa leyó un total. Zac se preparó.

Ness: Parece haber una discrepancia de… 22,50 dólares.

Block comenzó a repasar los números otra vez en su calculadora.

Con el ceño fruncido, Vanessa repasó su lista punto por punto.

Millie: Buenos días, querida.

Ness: Mmm -distraída, alzó la vista-. Oh, buenos días, señorita Millie.

Millie: Subo a hacer las maletas. Quería decirle lo bien que lo hemos pasado.

Ness: Siempre lamentamos verlas partir. A todos nos ha encantado que la señorita Lucy y usted prolongaran su estancia unos días.

La señorita Millie movió las pestañas con gesto miope en dirección a Zac antes de ir hacia las escaleras. Él pensó que en lo alto habría apostado un oficial que debía encargarse de que tanto ella como los demás huéspedes permanecieran al margen.

Ness: Vuelvo a obtener el mismo total, Roger -desconcertada, martilleó con el extremo del lápiz en su lista-. Ojalá pudiera decir que la había pasado por el ordenador, pero… -dejó que sus palabras se perdieran, obviando el dolor de cabeza que la atormentaba-. Ah, quizá sea esto. ¿Tienes una botella de vino para los Wentworth en la cabaña uno? La pidieron antes de anoche.

Block: Wentworth, Wentworth… -con enojosa lentitud, repasó su lista-. No, aquí no hay nada.

Ness: Deja que busque la factura -después de abrir un cajón, inspeccionó con eficacia las carpetas-.

Zac sintió unas gotas de sudor bajar despacio por su espalda. Uno de los agentes fue a echarle un vistazo a las postales.

Ness: Yo tengo las dos copias -comentó con un movimiento de la cabeza-. Este virus nos está trastocando -archivó su copia del recibo y le entregó a Block la que le correspondía a él-.

Block: Tranquila -alegre como siempre, apuntó el cargo y luego volvió a sumar sus números-. Ahora parece encajar.

Con la facilidad de la costumbre, Vanessa calculó la suma en moneda canadiense.

Ness: Hace un total de dos mil trescientos treinta dólares -giró el recibo para obtener la aprobación de Block-.

Éste abrió el maletín.

Block: Como siempre, es un placer -contó el dinero en billetes de veinte-.

En cuanto Vanessa puso el sello de «pagado» en la factura, Zac entró en acción.

Zac: Levanta las manos. Despacio -pegó el cañón de su pistola en la espalda de Block-.

Ness: ¡Zac! -lo miró boquiabierta, con la llave de la caja registradora en la mano-. ¿Qué diablos estás haciendo?

Zac: Rodea la recepción -le indicó a ella-. Y sal fuera.

Ness: ¿Estás loco? Zac, por el amor de Dios…

Zac: ¡Hazlo!

Block se humedeció los labios al tiempo que mantenía las manos cuidadosamente levantadas.

Block: ¿Es un robo?

Zac: ¿No lo has adivinado todavía? -con la mano libre, sacó su identificación. Después de echarla sobre el mostrador, extrajo las esposas-. Quedas detenido.

Block: ¿Con qué cargo?

Zac: Conspiración para asesinar, falsificación, traslado de delincuentes reconocidos por fronteras internacionales. Con eso bastará para empezar -bajó una de las manos de Block y le cerró la esposa entorno a la muñeca-.

Ness: ¿Cómo has podido? -su voz apenas fue un murmullo-.

Sostenía la placa de él en la mano.

Zac apartó la vista de Block sólo un segundo para mirarla. Un segundo lo cambiaba todo.

Millie: Qué tonta he sido -comentó al regresar al vestíbulo-. Ya casi había llegado arriba cuando me di cuenta de que había dejado mi…

Para un hombre de sus dimensiones, Block se movió con rapidez. Pegó a la señorita Millie contra él y le puso un cuchillo al cuello antes de que nadie pudiera reaccionar. Las esposas colgaban de una muñeca.

Block: Bastará un abrir y cerrar de ojos -comentó con serenidad, mirando a Zac a los ojos. La pistola apuntaba al centro de su frente y el dedo del agente temblaba sobre el gatillo-. Piénsalo -recorrió el vestíbulo con la mirada, para ver que otras armas se habían desenfundado-. Rajaré el cuello de esta agradable dama. No te muevas -le dijo a Vanessa. Se movió un poco y le bloqueó el camino-.

Con los ojos desencajados, la señorita Millie sólo podía agarrarse al brazo de Block y gemir.

Ness: No le hagas daño -dio un paso al frente, pero se detuvo de inmediato al ver cómo la mano de Block se tensaba-. Por favor, no le hagas daño -se dijo que tenía que ser una pesadilla-. Que alguien me diga lo que está sucediendo.

Zac: El lugar está rodeado -no quitó los ojos ni el cañón de su pistola de Block. Aguardó en vano que uno de sus hombres apareciera por detrás-. Hacerle daño no te ayudará.

Block: Tampoco os ayudará a vosotros. Piénsalo. ¿Quieres a una abuela muerta en tus manos?

Zac: No querrás añadir asesinato a tu lista de cargos, Block.

«Y Vanessa está demasiado cerca», pensó. «Demasiado».

Block: A mí me da igual. Y ahora salid fuera. ¡Todos! -alzó la voz al examinar el vestíbulo-. Tirad las armas y salid antes de que empiece a trocearla. Hacerlo -pinchó la garganta frágil de la señorita Millie con la hoja-.

Ness: ¡Por favor! -volvió a avanzar un paso-. Suéltala. Yo me quedaré contigo.

Zac: Maldita sea, Vanessa, retrocede.

No le dedicó ni una mirada a Zac.

Ness: Por favor, Roger -repitió, dando otro paso cauteloso al frente-. Es anciana y frágil. Podría indisponerse. El corazón -desesperada, se interpuso entre él y la pistola de Zac-. Yo no te plantearé ningún problema.

Block tardó sólo un momento en tomar la decisión. Agarró a Vanessa y clavó la punta del acero en su garganta. La señorita Millie se deslizó sin fuerzas al suelo.

Block: Suelta el arma -vio el miedo en los ojos de Zac y sonrió. Al parecer había establecido un trato mucho mejor-. Dos segundos y se acabará. No tengo nada que perder.

Zac alzó las manos, dejando que la pistola cay era al suelo.

Zac: Hablaremos.

Block: Hablaremos cuando yo esté listo -movió el cuchillo de forma que toda su extensión quedó contra el cuello de Vanessa. Ella cerró los ojos y esperó morir-. Salid, ahora. En cuanto alguien intente entrar, morirá.

Zac: Fuera -señaló la puerta-. Mantenlos apartados, Conby. A todos. Ahí tienes mi arma -le dijo a Block-. Estoy limpio -alzó la chaqueta con cautela para enseñar la funda vacía-. ¿Por qué no me quedo yo por aquí? Puedes tener a dos rehenes por el precio de uno. Un agente federal debería proporcionarte más fuerza.

Block: Sólo la mujer. Lárgate, Efron, o la mataré antes de que puedas pensar cómo llegar hasta mí. Ya.

Ness: Por el amor de Dios, Zac. Sácala de aquí. Necesita a un doctor - contuvo el aliento cuando la punta del cuchillo le atravesó la piel-.

Zac: No -volvió a alzar las manos, con las palmas hacia fuera, mientras se dirigía hacia la forma tirada junto a la recepción. Con movimientos lentos, acomodó a la mujer que sollozaba en sus brazos-. Si le haces daño, no vivirás el tiempo suficiente para lamentarlo. -Con esa última amenaza frustrada, dejó sola a Vanessa-. Manteneos apartados -después de dejar a la señorita Millie en unos brazos protectores, salió del porche y luchó por mantener la mente despejada-. Que nadie se acerque a las puertas o a las ventanas. Conseguidme un arma -antes de que alguien pudiera obedecer, le quitaba el revólver a uno de los ayudantes de Royce-.

Con un gesto imperceptible, el sheriff le indicó al hombre que se quedara quieto.

Royce: ¿Qué desea que hagamos?

Zac simplemente clavó la vista en el arma que tenía en la mano. Estaba cargada. Sabía utilizarla. Y estaba impotente.

Conby: Efron…

Zac: Atrás -cuando Conby fue a hablar otra vez, Zac se volvió hacia él-. Atrás.

Clavó la vista en la posada. Pudo oír a la señorita Millie llorar con suavidad mientras alguien la llevaba a un coche. Los huéspedes que ya habían sido evacuados eran conducidos a lugar seguro. Supuso que Royce lo había organizado. Vanessa querría estar segura de que eran bien cuidados.

Vanessa.

Metió el revólver en la funda y se dio la vuelta.

Zac: Que bloqueen el camino a dos kilómetros en cada dirección. Sólo personal oficial en la zona. Mantendremos la posada rodeada desde una distancia de quince metros. Volverá a pensar con claridad -afirmó con lentitud-, y cuando lo haga, se dará cuenta de que se encuentra confinado.

Se frotó la cara con ambas manos. Ya se había encontrado en situaciones con rehenes. Estaba entrenado para ellas. Con tiempo y la cabeza fría, las posibilidades de rescatar a un rehén en una situación de esa clase eran excelentes. Cuando el rehén era Vanessa, excelente no bastaba.

Zac: Quiero hablar con él.

Conby: Agente Efron, en estas circunstancias, tengo serias reservas de que estés a cargo de la operación.

Zac volvió a encararlo.

Zac: Crúzate en mi camino, Conby, y te colgaré de tu corbata de seda. ¿Por qué diablos no había hombres situados en la parte de atrás, a espaldas de Block?

Conby: Consideré mejor tenerlos fuera -como las manos le sudaban, habló con voz fría-, preparados por si intentaba huir.

Zac contuvo la oleada roja de furia que estalló en sus ojos.

Zac: Cuando la saque -musitó-, voy a ocuparme de ti, miserable. Necesito comunicación -le indicó a Royce-. ¿Puede ocuparse de ello?

Royce: Déme veinte minutos.

Con un gesto de asentimiento, Zac se volvió para estudiar la posada.

Sistemáticamente, pensó en puntos de entrada que terminó por descartar.

En el interior, Vanessa sintió cierta medida de alivio cuando le quitó el cuchillo del cuello. De algún modo, la pistola con la que la apuntaba Block en ese momento parecía menos personal.

Ness: Roger…

Block: Cállate. Cállate y déjame pensar -se secó la frente con un antebrazo regordete-.

Todo había sucedido deprisa, demasiado deprisa.

Hasta ese momento, había actuado de forma instintiva. Pero como había calculado Zac, empezaba a pensar.

Block: Me tienen atrapado aquí. Debería haberte usado para conseguir uno de los coches, debería haberme largado -entonces rio, mirando frenéticamente alrededor del vestíbulo-. Estamos en una maldita isla. No se puede salir en coche de una isla.

Ness: Creo que si…

Block: ¡Cállate! -gritó e hizo que contuviera el aliento al apuntarla directamente-. Soy yo quien necesita pensar. Federales. Ese lloriqueante grano tuvo razón en todo momento -musitó, pensando en Bob-. Hacía días que sospechaba de Efron. ¿Y tú? -la agarró por el pelo y le tiró la cabeza hacia atrás para pegarle el cañón del arma en el cuello-.

Ness: No. Yo no lo sabía. No lo sabía. Sigo sin entenderlo -sólo pudo emitir un grito ahogado cuando le empotró la espalda contra la pared. Nunca antes había visto asesinato en los ojos de un hombre, pero lo reconoció-. Roger, piensa. Si me matas, no tendrás nada con qué negociar -al forzar las palabras, sintió el sabor del miedo en la lengua-. Me necesitas.

Block: Sí -relajó la mano-. Hasta ahora me has sido de utilidad. Tendrás que seguir siéndolo. ¿Cuántas entradas y salidas tiene este sitio?

Ness: No… no lo sé -se quedó sin aire cuando le retorció el pelo-.

Block: Lo sabes muy bien.

Ness: Cinco. Hay cinco salidas, sin contar las ventanas. El vestíbulo, la sala, la escalera exterior que conduce a mis habitaciones y a la suite familiar en el ala este, y la de atrás, a través de la despensa que hay junto a la cocina.

Block: Eso está bien -jadeando un poco, analizó las posibilidades-. La cocina. Tomaremos la cocina. Allí tendré agua y comida por si la situación se alarga. Vamos -la condujo por el pelo y con la pistola clavada en la nuca-.

Con los ojos en la posada, Zac iba de un lado a otro detrás de la barricada de coches policiales. Se dijo que Vanessa era inteligente. Era una mujer inteligente y sensata. No se dejaría dominar por el pánico. No haría nada estúpido.

«Oh, Dios, tiene que estar aterrada». Encendió un cigarrillo con la colilla del que acababa de terminar, pero no se sintió aliviado cuando aspiró el humo áspero.

Zac: ¿Dónde está el maldito teléfono?

Royce: Casi listo -se echó el sombrero hacia atrás y se irguió de donde había estado observando a un operario tender una línea temporal-. Mi sobrino-le explicó a Zac con una leve sonrisa-. El chico conoce su trabajo.

Zac: Tiene un montón de parientes.

Royce: Escuche, he oído que Vanessa y usted iban a casarse. ¿Eso forma parte de la tapadera?

Zac: No -pensó en la excursión en la playa, un momento claro en el tiempo-. No.

Royce: En ese caso, voy a ofrecerle un consejo. Se equivoca -dijo antes de que Zac pudiera hablar-. Lo necesita. Va a tener que calmarse, calmarse de verdad, antes de que hable por ese teléfono. Un animal arrinconado reacciona de dos maneras. O bien se amilana y se rinde o bien ataca a lo que sea que se interponga en su camino -con la cabeza indicó la posada-. Block no parece el tipo de hombre que se entregue con facilidad, y desde luego, Vanessa se interpone en su camino. ¿Está preparada ya esa línea, hijo?

*: Sí, señor -las manos del joven operario estaban sudorosas por los nervios-. Ya puede marcar -le pasó el auricular húmedo a Zac-.

Zac: No sé el número -murmuró-. Desconozco el maldito número.

Mae: Yo lo sé.

Zac giró para ver a Mae. En ese instante, vio todo lo que sentía sobre sí mismo reflejado en sus ojos. Se dijo que ya habría tiempo para la culpabilidad más tarde. Una vida entera.

Zac: Royce, se suponía que tenía que despejar la zona.

Royce: Mover a Mae flower es como querer mover un tanque.

Mae. No me moveré hasta que vea a Vanessa -controló sus labios trémulos-. Va a necesitarme cuando salga. Pierdes el tiempo en discusiones -añadió-. ¿Quieres el número?

Zac: Sí.

Se lo dio. Tiró el cigarrillo a un lado y lo marcó.

Vanessa se sobresaltó cuando sonó el teléfono. Del otro lado de la mesa, Block simplemente lo miró. La había obligado a apilar todo lo que pudiera arrastrar o cargar para bloquear las dos puertas.

En la cocina silenciosa, el teléfono sonó una y otra vez, como un grito.

Block: Quédate donde estás -cruzó la habitación para contestar-. ¿Sí?

Zac: Soy Efron. Pensé que tal vez ya estuvieras preparado para establecer un trato.

Block: ¿Qué clase de trato?

Zac: De eso es de lo que tenemos que hablar. Primero debo saber que aún tienes a Vanessa.

Block: ¿La has visto salir? Sabes condenadamente bien que la tengo o no estarías hablando conmigo.

Zac: He de cerciorarme de que sigue con vida. Deja que hable con ella.

Block: Puedes irte al infierno.

Amenazas, insultos, imprecaciones… se elevaron como bilis por su garganta.

No obstante, al hablar, lo hizo con voz templada.

Zac: Verifico que aún tienes a la rehén, Block, o no hay trato.

Block: ¿Quieres hablar con ella? -gesticuló con el arma-. Ven aquí -ordenó-. Deprisa. Es tu amiguito -le dijo a Vanessa cuando la tuvo a su lado-. Quiere saber cómo estás. Dile que estás bien -subió la pistola por la mejilla de ella hasta apoyarla en la sien-. ¿Entendido?

Con un gesto de asentimiento, se inclinó junto al auricular.

Ness: ¿Zac?

Zac: Vanessa -lo asaltaron demasiadas emociones. Quería tranquilizarla, hacerle promesas, suplicarle que tuviera cuidado. Pero sabía que sólo dispondría de segundos y que Block estaría escuchando cada palabra-. ¿Te ha hecho daño?

Ness: No -cerró los ojos y contuvo un sollozo-. No, estoy bien. Va a dejar que prepare algo para comer.

Block: ¿Lo has oído, Efron? -adrede le retorció el brazo a la espalda hasta que ella gritó-. Pero eso puede cambiar en cualquier momento.

Zac apretó el teléfono con fuerza mientras escuchaba los sollozos de Vanessa. Necesitó todo su control para mantener el terror fuera de su voz.

Zac: No tienes que hacerle daño. He dicho que hablaríamos de condiciones.

Block: De acuerdo, lo haremos. De mis condiciones -soltó el brazo de Vanessa y no le hizo caso mientras caía al suelo-. Consígueme un coche. Quiero un salvoconducto hasta el aeropuerto, Efron. Vanessa conducirá. Quiero que me esté esperando un avión con combustible. Ella subirá conmigo, de modo que como haya algún truco, volveremos al principio. Cuando llegue adonde quiero ir, la soltaré.

Zac: ¿Tiene que ser un avión grande?

Block: No intentes ganar tiempo.

Zac: Espera. Tengo que saberlo. Es un aeropuerto pequeño, Block. Ya lo sabes. Si vas a recorrer una distancia…

Block: Simplemente, consígueme un avión.

Zac: De acuerdo -se pasó el dorso de la mano por la boca. Ya no podía oírla, y su silencio era tan angustioso como sus sollozos-. Para ello voy a tener que pasar por diversos canales. Así es como funciona.

Block: Al infierno con tus canales.

Zac: Escucha, no dispongo de la autoridad para conseguirte lo que quieres. Necesito obtener aprobación. Luego tendré que despejar el aeropuerto, conseguir un piloto. Deberás darme cierto tiempo.

Block: No fuerces mi cadena, Efron. Tienes una hora.

Zac: He de hablar con Washington. Ya sabes cómo son los burócratas. Tardaré tres, quizá cuatro horas.

Block: Y un cuerno. Te doy dos. Pasado ese tiempo, voy a empezar a enviárosla a trozos.

Vanessa cerró los ojos, bajó la cabeza sobre sus brazos doblados y lloró para desahogar su terror.


1 comentarios:

Lu dijo...

Solo espero que todo salga bien y nada le pase a Ness...


Sube pronto :)

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