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domingo, 10 de mayo de 2020

Capítulo 9


Vanessa regresaba a la posada después de dejar a tres huéspedes en el ferry. Estaba segura de que era la mañana más bonita que había visto jamás. «Después de la noche más maravillosa de mi vida», pensó. No, dos de las noches más maravillosas de su vida.

Aunque nunca se había considerado terriblemente romántica, siempre había imaginado cómo sería estar enamorada. Sus sueños no se habían acercado a lo que sentía en ese momento. Era algo sólido y desconcertante. Sencillo y asombroso. Zac llenaba sus pensamientos de forma tan completa como llenaba su corazón. El solo hecho de saber que él estaba allí hacía que deseara regresar a toda velocidad a la posada.

Daba la impresión de que cada hora que pasaban juntos los acercaba más. Poco a poco, paso a paso, podía sentir cómo él bajaba las barreras que había erigido a su alrededor. Quería hallarse presente cuando al final cayeran por completo.

Estaba enamorado de ella. No le cabía ninguna duda, sin importar que lo supiera o no. Podía verlo por el modo en que la miraba, por la manera en que le tocaba el pelo cuando creía que dormía. Por la forma en que la abrazaba toda la noche, como si temiera que, de algún modo, pudiera escabullirse de él. Con tiempo, le demostraría que no pensaba ir a ninguna parte… y que tampoco él iba a ir a ninguna parte.

Algo lo inquietaba. Ésa era otra de las cosas de las que estaba segura. Los ojos se le nublaron al conducir junto al agua. Había ocasiones en que podía sentir la tensión palpitando en él incluso al tenerlo del otro lado de una habitación. Parecía estar vigilando, a la espera. Pero ¿qué?

Desde el accidente, apenas la había perdido de vista. Tuvo que reconocer que era un gesto dulce, tierno. Pero tenía que parar. Podía amarlo, pero no quería que la consintiera. No le cabía duda de que, si hubiera sabido que esa mañana pensaba conducir hasta el ferry, habría encontrado un modo de detenerla.

Tuvo razón otra vez. Zac había necesitado cierto tiempo para calmarse al descubrir que Vanessa no se hallaba en el despacho, ni en la cocina ni en ninguna parte de la posada.

Mae: Ha ido a dejar a unos huéspedes en el ferry -lo informó, para luego observar fascinada cómo la contención de él se evaporaba-. Santo cielo -comentó cuando la atmósfera se despejó-. Te ha dado fuerte, muchacho.

Zac: ¿Por qué la dejó ir?

Mae: ¿Dejarla ir? -soltó una carcajada-. No he dejado que esa muchacha hiciera nada desde que aprendió a caminar. Simplemente, lo hace -paró de batir la mostaza para mirarlo-. ¿Algún motivo por el que no deba conducir hasta el ferry?

Zac: No.

Mae: De acuerdo, entonces. Serénate. Volverá en media hora.

Juraba e iba de un lado a otro casi siempre que ella no estaba. Mae y Dolores intercambiaron miradas desde el otro lado del cuarto. Tendrían mucho que contarse en cuanto dispusieran de la cocina para ellas solas.

Mae pensó en el modo en que Vanessa había sonreído aquella mañana. Si prácticamente había entrado bailando a la cocina. Mantuvo un ojo sobre Zac mientras éste cavilaba con la vista clavada en una taza de café y miraba el reloj. Desde luego que al muchacho le había dado fuerte.

Mae: Hoy tienes el día libre, ¿no?

Zac: ¿Qué?

Mae: Es domingo -explicó con paciencia-. ¿Tienes el día libre?

Zac: Sí, supongo.

Mae: Y además es un día bonito. Hace buen clima para una excursión -comenzó a cortar carne asada para preparar unos sándwiches-. ¿Tienes algún plan?

Zac: No.

Mae: A Vanessa le encantan las excursiones. Sí, señor, no es capaz de renunciar a ninguna. ¿Sabes?, creo que esa chica no ha tenido un día libre desde hace más de un mes.

Zac: ¿Tienen dinamita?

Dolores: ¿Para qué?

Zac: Supongo que haría falta dinamita para separar a Vanessa un día de la posada.

Necesitó un minuto, pero Dolores al final captó la broma. Rió entre dientes.

Dolores: ¿Has oído, Mae? Quiere dinamita.

Mae: Pareja de tontos -musitó mientras cortaba unas porciones generosas de tarta de queso-. No mueves a esa chica con dinamita, amenazas u órdenes. Casi te iría mejor si dieras todo el día con la cabeza contra una pared -intentó no sonar satisfecha, pero sin éxito-. ¿Quieres que haga algo? Hazle creer que te hace un favor. Hazle pensar que es importante para ti. Muchacho, como sigas yendo de un lado a otro, gastarás mi suelo.

Zac: Ya debería haber regresado.

Mae: Regresará cuando regrese. ¿Sabes llevar un bote?

Zac: Sí, ¿por qué?

Mae: A Vanessa siempre le gustaron las excursiones en el agua. Hace mucho tiempo que no sale a navegar. Demasiado.

Zac: Lo sé. Me lo dijo.

Mae se volvió con expresión decidida.

Mae: ¿Quieres hacer feliz a mi pequeña?

Intentó encogerse de hombros, pero no pudo.

Zac: Sí. Sí, quiero.

Mae: Entonces, llévatela a navegar todo el día. No permitas que diga que no.

Zac: De acuerdo.

Satisfecha, giró otra vez.

Mae: Baja a la bodega a buscar una botella de vino. Francés. Le gustan las cosas francesas.

Zac: Es afortunada de tenerla.

La cara ancha se ruborizó un poco, pero mantuvo la voz enérgica.

Mae: Por aquí, nos apoyamos todos. Tú me gustas. No estaba segura la primera vez que te vi, pero ahora me gustas.

Estaba listo para ella cuando regresó. Incluso antes de que terminara de bajar de la furgoneta, atravesaba el aparcamiento de gravilla con la cesta en una mano.

Zac: Hola.

Ness: Hola -lo saludó con una sonrisa y un beso fugaz. Pero Zac le rodeó la cintura para un abrazo más largo y satisfactorio-. Bueno… -tuvo que respirar hondo y apoyarse en el vehículo-. Hola otra vez -notó que se había puesto un jersey negro amplio sobre los vaqueros y que llevaba la cesta-. ¿Qué es eso?

Zac: Una cesta. Mae ha puesto algunas cosas en el interior. Es mi día libre.

Ness: Oh -se echó la trenza a la espalda-. Es cierto. ¿Adónde vas a ir?

Zac: A navegar, si puedo usar el bote.

Ness: Claro -con melancolía, alzó la vista al cielo-. Es un día estupendo para ello. Sopla un viento ligero, apenas hay una nube.

Zac: Entonces, vámonos.

Ness: ¿Irnos? -ya tiraba de ella hacia el embarcadero-. Oh, Zac, no puedo. Tengo docenas de cosas que hacer esta tarde. Y… -no quería reconocer que aún no se hallaba preparada para volver a salir a navegar-. No puedo.

Zac: Te traeré de vuelta antes del turno de la cena -apoyó una mano en su mejilla-. Te necesito conmigo, Vanessa. Necesito pasar cierto tiempo a solas contigo.

Ness: Quizá podríamos ir a dar un paseo en coche. No has visto las montañas.

Zac: Por favor -dejó la cesta para tomarla por los brazos-. Hazlo por mí.

Se preguntó si alguna vez le había pedido algo por favor. No lo creía. Con un suspiro, miró en dirección al bote que se mecía con suavidad en el embarcadero.

Ness: De acuerdo. Tal vez por una hora. Iré a cambiarme.

Sabía que sólo quería ganar tiempo.

Zac: Estás bien así, con esos vaqueros y el jersey rojo -de la mano, la condujo al embarcadero-. No le vendría mal un poco de mantenimiento a esta zona.

Ness: Lo sé. Siempre me digo que hay que hacerlo -aguardó hasta que Zac bajó al bote. Cuando alzó una mano hacia ella, titubeó, luego se obligó a reunirse con él-. Tengo una llave en el llavero.

Zac: Mae ya me dio una.

Ness: Oh -se sentó en la popa-. Ya veo. Una conspiración. Sólo necesitó tirar dos veces para arrancar el motor.

Zac: Por lo que me contaste el otro día, no creo que él quisiera que lo lloraras toda la vida.

Ness: No -cuando sus ojos se humedecieron, giró la cabeza hacia la posada-. No, no le gustaría. Pero lo quería tanto -respiró hondo-. Soltaré las amarras.

Antes de poner el bote en marcha, Zac le tomó la mano y la atrajo a su lado. Tras un momento, ella apoyó la cabeza en su hombro.

Ness: ¿Has navegado mucho?

Zac: De vez en cuando. De pequeño, solíamos alquilar un barco un par de veces cada verano para salir al río.

Ness: ¿Quiénes? -vio que su cara volvía a parapetarse-. ¿Qué río? -modificó la pregunta-.

Zac: El Mississippi -sonrió y le pasó un brazo por los hombros-. Vengo de St. Louis, ¿lo has olvidado?

Ness: El Mississippi -su mente de inmediato se llenó con visiones de buques de vapor y muchachos en balsas de madera-. Me encantaría verlo. ¿Sabes qué sería estupendo? Realizar un crucero desde St. Louis hasta Nueva Orleáns. He de apuntar eso en mi ficha.

Zac: ¿Tu ficha?

Ness: La ficha en la que apunto las cosas que quiero hacer -rió y saludó a un velero que pasaba antes de inclinarse y besar la mejilla de Zac-. Gracias.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Por convencerme para esto. Siempre me ha encantado pasar una tarde en el agua, observando otros barcos, mirando las casas. Lo echaba de menos.

Zac: ¿Has pensado alguna vez que le das demasiado a la posada?

Ness: No. No puedes darle demasiado a algo que amas. Si no sintiera algo tan fuerte por ella, la habría vendido, aceptado un trabajo en algún hotel moderno en Seattle o Miami o en… cualquier parte. Ocho horas al día, con baja por enfermedad y vacaciones pagadas -esa simple idea la hacía reír-. Llevaría un bonito traje y zapatos cómodos, tendría mi propio despacho y con ecuanimidad me volvería loca -sacó las gafas de sol del bolso-. Tú deberías entenderlo. Tienes buenas manos y una mente aguda. ¿Por qué no eres carpintero jefe de alguna empresa grande de construcción?

Zac: Quizá cuando surgió la ocasión, realicé las elecciones equivocadas.

Con la cabeza ladeada, lo estudió con ojos entrecerrados y pensativos detrás de las gafas de sol.

Ness: No, no lo creo. No para ti.

Zac: No sabes mucho sobre mí, Vanessa.

Ness: Claro que sí. He vivido contigo una semana. Eso, probablemente, se compare con conocer a alguien de forma superficial durante seis meses. Sé que eres muy intenso e introspectivo. Tienes un temperamento encendido que rara vez permites que se descontrole. Eres un carpintero excelente al que le gusta acabar los trabajos que empieza. Puedes ser galante con las ancianas -rió y puso la cara al viento-. Te gusta el café solo, no le tienes miedo al trabajo duro… y eres un amante maravilloso.

Zac: ¿Y con eso tienes suficiente?

Se encogió de hombros.

Ness: No creo que tú conozcas mucho más sobre mí -indicó con brusquedad-. ¿Quieres comer?

Zac: Elige un punto.

Ness: Por ahí -señaló-. ¿Ves ese pequeño saliente de tierra? Podemos anclar la embarcación allí.

La tierra que había indicado era poco más que un conglomerado de rocas grandes y lisas que caían al agua. Al acercarse, pudo ver una extensión estrecha de arena plagada de árboles. Apagó el motor y maniobró hacia la playa, con Vanessa guiándolo por señas. Mientras la corriente rompía contra los costados de la embarcación, ella se quitó los zapatos y comenzó a remangarse los vaqueros.

Ness: Tendrás que echarme una mano -al decirlo, se lanzó al agua, que la cubría hasta las rodillas-. ¡Dios, está fría! -luego rió y aseguró el cabo-. Vamos.

El agua estaba helada. Juntos subieron el bote hacia una franja estrecha de arena.

Ness: Supongo que no has traído una manta, ¿verdad?

Él metió la mano en el bote y sacó la gastada manta roja que le había dado Mae.

Zac: ¿Ésta servirá?

Ness: Estupendo. Recoge la cesta -chapoteó por las aguas poco profundas y salió a la playa. Después de extender la manta en la base de las rocas protectoras, se bajó las perneras mojadas de los vaqueros-. Lori y yo solíamos venir aquí de pequeñas. Comíamos sándwiches de mantequilla de cacahuete y hablábamos de chicos -se arrodilló en la manta y miró alrededor-.

Había pinos a su espalda, verdes y densos por toda la pendiente. A un metro de distancia, el agua remolineaba ante la roca, desgastada por el viento y el tiempo. En la distancia, un velero navegaba con las velas blancas e hinchadas.

Ness: No ha cambiado mucho -sonrió y alargó la mano hacia la cesta-. Supongo que las mejores cosas no cambian -abrió la tapa y vio una botella de champán-. Vaya -con una ceja enarcada, la sacó-. Al parecer, vamos a disfrutar de una buena excursión.

Zac: Mae dijo que te gustan las cosas francesas.

Ness: Sí. Nunca he bebido champán en un picnic.

Zac: Ya es hora de que lo hicieras -tomó la botella y fue a hundirla en el agua, metiéndola en la arena mojada-. Dejaremos que se enfríe un poco más -regresó a su lado y le tomó la mano antes de que pudiera seguir explorando la cesta-.

Se arrodilló. Cuando quedaron muslo contra muslo, la acercó y le cubrió la boca con los labios.

Lo primero que emitió ella fue un sereno sonido de placer, seguido por un jadeo cuando Zac ahondó el beso. Lo rodeó con los brazos, luego los subió hasta apoyar las manos en sus hombros. El deseo fue como un aluvión, que subió deprisa hasta arrastrarla.

Él necesitaba… necesitaba tenerla cerca de esa manera, probar el calor de la pasión en los labios, sentir el mismo ritmo desbocado de sus corazones.

En Zac había una desazón y una furia que no lograba comprender. Respondiendo a ambas, se pegó a él, sin vacilar en ofrecerle lo que fuera que necesitara. Quizá con eso bastaría. Lentamente, la boca de él se suavizó. Luego la abrazó.

Ness: Es una manera muy agradable de empezar una excursión -logró comentar cuando encontró su voz-.

Zac: Me es imposible tener suficiente de ti.

Ness: No pasa nada. No me importa.

Se apartó para enmarcarle la cara con las manos. Los ojos de ella se veían serenos, profundos y llenos de comprensión. Pensó que sería mejor, desde luego más seguro, si simplemente le dejara sacar el refrigerio. Hablarían del tiempo, del agua, de la gente en la posada. Había tantas cosas que no podía contarle. Pero al mirarla a los ojos, supo que tenía que contarle lo suficiente de Zac Efron como para que pudiera realizar una elección.

Zac: Siéntate.

Algo en su tono le provocó cierta alarma. Pensó que iba a decirle que se marchaba.

Ness: De acuerdo -juntó las manos y se prometió que encontraría un modo de hacer que se quedara-.

Zac: No he sido justo contigo -se apoyó contra una roca-. La justicia no ha sido una de mis prioridades. Hay cosas sobre mí que deberías saber, que deberías haber sabido antes de que las cosas hubieran llegado tan lejos.

Ness: Zac…

Zac: No tardaré mucho. Sí, procedo de St. Louis. Viví en una especie de vecindario que ni siquiera entenderías. Drogas, prostitutas -miró hacia el agua-. Muy alejado de esto, cariño.

«De modo que la confianza ha llegado», pensó ella. No permitiría que lo lamentara.

Ness: No importa de dónde vienes, Zac. Sino dónde estás ahora.

Zac: Eso no siempre es verdad. Parte del lugar que procedes siempre permanece contigo -le tomó la mano brevemente, para soltársela casi en el acto. Pensó que lo mejor sería romper el contacto en ese momento-. Cuando estaba lo suficientemente sobrio, mi padre conducía un taxi. Cuando no lo estaba, se sentaba en casa con la cabeza en las manos. Uno de mis primeros recuerdos es despertar por la noche para oír a mi madre gritándole. Cada par de meses amenazaba con irse. Entonces él enderezaba el rumbo. Vivíamos en el ojo del huracán hasta que paraba en el bar para beberse una copa. De modo que al final ella dejó de amenazar y lo cumplió.

Ness: ¿Y adonde fuiste?

Zac: Dije que ella se marchó.

Ness: Pero… ¿no te llevó con ella?

Zac: Supongo que pensó que su situación ya sería lo bastante dura sin tener que cargar con un crío de diez años.

Vanessa movió la cabeza y luchó con una furia profunda. Le costaba entender cómo una madre podía abandonar a su hijo.

Ness: Debió de sentirse muy confundida y asustada. En cuanto…

Zac: Jamás volví a verla -cortó-. Tienes que comprender que no todo el mundo ama de manera incondicional.

Ness: Oh, Zac -quiso abrazarlo entonces, pero la mantuvo alejada de él-.

Zac: Me quedé con mi padre otros tres años. Una noche comenzó a beber antes de subirse al taxi. Se mató a sí mismo y al pasajero que llevaba.

Ness: Oh, Dios -alargó la mano, pero él negó con un gesto de la cabeza-.

Zac: Eso me puso bajo la custodia de los tribunales. No era algo que me gustara mucho, de modo que me largué a vivir a las calles.

Le costó aceptar semejante situación.

Ness: ¿Con trece años?

Zac: De todos modos, había vivido en ella casi toda mi vida.

Ness: Pero ¿cómo?

Sacó un cigarrillo de la cajetilla, lo encendió y le dio una profunda calada antes de volver a hablar.

Zac: Aceptaba los trabajos que podía encontrar. Cuando no tenía ninguno, robaba. Después de un par de años, se me dio tan bien robar, que dejé de molestarme en buscar trabajo. Entraba en casas, puenteaba coches, birlaba carteras. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Ness: Sí. Estabas solo y desesperado.

Zac: Era un ladrón. Maldita sea, Vanessa, no era un pobre joven descarriado. Dejé de ser un niño al llegar a casa y ver a mi padre inconsciente y descubrir que mi madre se había ido. Sabía lo que hacía. Elegí hacerlo.

Ella no dejó de mirarlo a los ojos, luchando con la necesidad de tomarlo en brazos.

Ness: Si esperas que condene a un niño por encontrar una manera de sobrevivir, me temo que te decepcionaré.

Se dijo que proyectaba romanticismo a la situación. Tiró el cigarrillo al agua.

Ness: ¿Sigues robando?

Zac: ¿Qué pasaría si te dijera que sí?

Ness: Me vería obligada a afirmar que eres estúpido. Y no me pareces estúpido, Zac.

Calló un momento antes de tomar la decisión dé contarle el resto.

Zac: Estaba en Chicago. Acababa de cumplir dieciséis años. Era enero, hacía tanto frío que los ojos no podían llorar. Decidí que necesitaba conseguir dinero suficiente para tomar un autobús hacia el sur. Pensé en pasar el invierno en Florida y desplumar a los turistas. Fue ahí cuando conocí a John Brody. Forcé la entrada en su apartamento y terminé con un 45 en la cara. Era un poli -el recuerdo de aquel momento aún lo hacía reír-. No sé quién se mostró más sorprendido. Me ofreció tres opciones. Una, podía entregarme al departamento de menores. Dos, podía darme una paliza. Tres, podía darme algo para comer.

Ness: ¿Qué hiciste?

Zac: Es difícil ir de duro cuando un hombre de noventa kilos te apunta con un 45. Me tomé una lata de sopa. Me dejó dormir en el sofá -mirando atrás, aún podía verse, flaco y lleno de amargura, despierto en el sofá apelmazado-. No paré de decirme que iba a conseguir lo que pudiera y largarme. Pero nunca lo hice. Solía decirme que era un estúpido blandengue y que en cuanto se relajara, me escabulliría con lo que pudiera pillar. Lo siguiente que supe fue que estaba yendo al colegio -alzó la vista al cielo-. Él solía construir cosas en el sótano del edificio. Me enseñó a usar el martillo.

Ness: Debió de ser un hombre especial.

Zac: Sólo tenía veinticinco años cuando lo conocí. Había crecido en el South Side, entre bandas. En algún punto, dijo basta. Cuando un par de años más tarde se casó, compró una casa vieja en los suburbios. La rehabilitamos habitación por habitación. Solía decirme que no había nada que le gustara más que vivir en un lugar en construcción. Estábamos añadiendo un cuarto más, iba a ser su taller, cuando lo mataron. Estando de servicio. Tenía treinta y dos años. Dejó un hijo de tres años y una viuda embarazada.

Ness: Zac, lo siento -se acercó a él y le tomó las manos-.

Zac: Eso mató algo en mí, Vanessa. Jamás he sido capaz de recuperarlo.

Ness: Lo entiendo -no permitió que se apartara-. De verdad. Cuando pierdes a alguien que ha sido una parte tan importante en tu vida, siempre faltará algo. Yo aún pienso en el abuelo todo el tiempo. Aún me pone triste. A veces simplemente me enfurece, porque quería haberle dicho tantas cosas más…

Zac: Te estás dejando piezas fuera. Mira lo que era, de dónde vengo. Era un ladrón.

Ness: Eras un niño.

La agarró por los hombros y la sacudió.

Zac: Mi padre era un borracho.

Ness: Yo ni siquiera sé quién era el mío. ¿Debería sentirme avergonzada de eso?

Zac: A ti no te importa, ¿verdad? ¿Dónde he estado, lo que he hecho?

Ness: No mucho. Me interesa más qué eres ahora.

No podía decirle qué era. Aún no. Por su propia seguridad, debía proseguir con el engaño unos días más. Pero había algo que sí podía decirle. Como la historia que acababa de contarle, era algo que nunca le había dicho a nadie.

Zac: Te quiero.

Las manos se le aflojaron y los ojos se le tornaron enormes.

Ness: ¿Querrías…? -calló el tiempo suficiente para respirar hondo-. ¿Querrías repetirlo?

Zac: Te quiero.

Con un sollozo ahogado, se lanzó a sus brazos. Se dijo que no iba a llorar; cerró los ojos con fuerza contra las lágrimas que amenazaban con caer. No quería estar llorosa ni con los ojos rojos en el momento más hermoso de su vida.

Ness: Sólo abrázame un momento, ¿de acuerdo? -abrumada, pegó la cara en su hombro-. No puedo creer que esto esté sucediendo.

Zac: Ya somos dos -pero sonreía-.

Ness: Hace una semana ni siquiera te conocía -echó la cabeza atrás hasta que encontró sus labios-. Y ahora no puedo imaginar mi vida sin ti.

Zac: No lo hagas. Puede que cambies de idea.

Ness: Imposible.

Zac: Promételo -dominado por una súbita sensación de urgencia, le aferró las manos-. Quiero que lo prometas.

Ness: De acuerdo. Lo prometo. No cambiaré de parecer acerca de estar enamorada de ti.

Zac: Te lo recordaré, Vanessa -la pegó a él y le desterró todo pensamiento de la cabeza, hasta los felices-. ¿Querrás casarte conmigo?

Boquiabierta, se echó para atrás antes de sentarse aturdida.

Ness: ¿Qué? ¿Qué?

Zac: Quiero que te cases conmigo… ahora, hoy -era una locura y lo sabía. Estaba mal. Sin embargo, al volver a levantarla, supo que tenía que encontrar una manera de retenerla-. Debes conocer a alguien, a un pastor, a un juez de paz, que pueda celebrarlo.

Ness: Bueno, sí, pero… -se llevó una mano a la cabeza, que le daba vueltas-. Hay papeleo, licencias. Dios, no puedo pensar.

Zac: No pienses. Sólo di que lo harás.

Ness: Claro que lo haré, pero…

Zac: Sin «peros» -le aplastó la boca con un beso-. Quiero que seas mía. Dios, necesito ser tuyo. ¿Me crees?

Ness: Sí -sin aliento, le acarició la mejilla-. Zac, hablamos de matrimonio, de una vida entera. Tengo la intención de hacerlo sólo una vez -se pasó una mano por el pelo y volvió a sentarse-. Supongo que todo el mundo dice eso, pero yo necesito creerlo. Tiene que empezar con algo más que unas palabras pronunciadas ante un funcionario. Espera, por favor -dijo antes de que pudiera hablar-. Me has desconcertado y quiero que lo comprendas. Te quiero, y no puedo pensar en nada que desee más que ser tuya. Cuando me case contigo, tiene que ser algo más que ir deprisa al registro civil y decir que sí. Tampoco necesito una gran boda. No se trata de un velo largo y de invitaciones grabadas.

Zac: Entonces, ¿de qué se trata?

Ness: Quiero flores y música, Zac. Y amigos -le tomó la cara entre las manos-. Quiero estar a tu lado sabiendo que estoy preciosa, para que todo el mundo pueda ver lo orgullosa que me siento de ser tu mujer. Si eso suena demasiado romántico, bueno, así debería ser.

Zac: ¿Cuánto tiempo necesitas?

Ness: ¿Puedo disponer de dos semanas?

Temía darle dos días. Sin embargo, se dijo que era lo mejor. Jamás sería capaz de retenerla si todavía había mentiras entre ellos.

Zac: Te daré dos semanas, si después te marchas conmigo.

Ness: ¿Adonde?

Zac: Déjame eso a mí.

Ness: Me encantan las sorpresas -sonrió sobre los labios de él-. Y tú… hasta ahora tú eres la mayor sorpresa de todas.

Zac: Dos semanas -le apretó las manos-. Sin importar lo que pase.

Ness: Haces que parezca como si pudiéramos vernos superados por un desastre natural en ese período de tiempo. Sólo voy a tomarme unos días para arreglar todo -le dio un beso en la mejilla y le sonrió-. Saldrá bien, Zac, para los dos. Es otra promesa que te hago. Y ahora sí me gustaría beber un poco de ese champán.

Sacó las copas mientras él recogía la botella del agua. Sentados sobre la manta, la descorchó.

Ness: Por los comienzos nuevos -dijo acercando la copa a la de él-.

Zac quiso creer que podía suceder.

Zac: Te haré feliz, Vanessa.

Ness: Ya lo haces -se acurrucó contra él y apoyó la cabeza en su hombro-. Es el mejor picnic que jamás he tenido.

Le besó la coronilla.

Zac: Si todavía no has comido nada.

Ness: ¿Quién necesita comida? -con un suspiro, alzó la mano-.

Entrelazaron los dedos y los dos miraron hacia el horizonte.


2 comentarios:

Caromi dijo...

My god Zac recién le dices que la quieres y quieres que se casen ya??
Organizar una boda es difícil xD
Pero me encanta!!
Y siento que Ness va a cumplir su promesa
Publica pronto pleaseee

Lu dijo...

ME ENCANTOOO!!
Pero que rapido es Zac eh... no sabia si la queria y ahora quiere casarse con ella, espero que nada salga mal.


Sube pronto :)

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