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lunes, 4 de mayo de 2020

Capítulo 6


La temperatura subía. La primavera estallaba, llena de gloria, color y fragancia. La isla era un paraíso de flores silvestres, árboles verdes y pájaros. Al amanecer, con finos dedos de niebla sobre el agua, era un lugar místico, atemporal.

Zac se hallaba a un lado del camino y observaba salir el sol tal como había hecho sólo unos días atrás. Sabía que Vanessa había salido a correr con su perro y que pasaría junto a él a su regreso.

Necesitaba verla, hablar con ella, estar con ella.

La noche anterior, había abierto la caja y examinado los billetes que ella había juntado con precisión para ser depositados ese día. Había encontrado más de dos mil dólares canadienses falsos. El primer impulso había sido contárselo, exponerle todo lo que sabía y lo que necesitaba saber. Pero se había contenido. Decírselo no probaría su inocencia ante hombres como Conby.

Disponía de lo suficiente como para atrapar a Block. Y creía que casi suficiente para pillar a Bob. Pero no podría cazarlos sin proyectar sombras sobre Vanessa. Por propia admisión de ella, y según las afirmaciones del personal leal, en la posada no se podía tirar un alfiler sin que ella lo supiera.

Si eso era así, ¿cómo iba a poder demostrar que durante casi dos años se había desarrollado una operación de falsificación y contrabando bajo sus propias narices?

Él lo creía como nunca había estado seguro de nada. Pero Conby y los demás querían hechos. Dio una calada al cigarrillo y vio cómo la niebla se disipaba con el sol. Debía ofrecerles hechos. Hasta entonces, no les daría nada.

Podía esperar y cerciorarse de que Conby bajaba el hacha sobre Block el próximo viaje que realizara el guía a la posada. Eso le daría tiempo suficiente para asegurarse de que Vanessa no se viera involucrada. Una vez que terminara todo y ella supiera la parte que él había desempeñado en la operación, lo odiaría. Pero lo superaría. No le quedaría otra alternativa.

Oyó un coche y giró la vista; luego volvió a mirar el agua. Se preguntó si algún día podría regresar a ese mismo sitio a esperar a Vanessa.

«Fantasías», se dijo, tirando el cigarrillo a medio fumar a la tierra.

Últimamente perdía mucho tiempo en fantasías.

El coche avanzaba a toda velocidad, con el motor protestando por el esfuerzo.

Miró otra vez, irritado porque perturbaran su mañana y sus pensamientos.

Su irritación le salvó la vida.

Sólo necesitó un instante para darse cuenta de lo que pasaba y otro instante para esquivarlo. Mientras el coche avanzaba hacia él, saltó a un lado y rodó por la hierba. Tenía la pistola en la mano al tiempo que se incorporaba. Captó un vistazo de la parte de atrás del vehículo al acelerar por una curva. Ni siquiera dispuso de tiempo para maldecir antes de oír el grito de Vanessa.

Corrió, ajeno al fuego que tenía en el muslo donde el coche lo había rozado y a la sangre que manaba de su brazo donde se había golpeado con una piedra. Ya se había enfrentado a la muerte en otras ocasiones. Ya había matado. Pero hasta ese momento, con el grito de ella reverberando aún en su cabeza, nunca había entendido el terror. No había entendido la agonía hasta no verla extendida junto al camino.

El perro estaba acurrucado junto a ella, gimiendo, pegando el hocico a su cara. Se volvió al acercarse Zac y empezó a gruñir, luego a ladrar.

Zac: Vanessa -se agachó a su lado y le buscó el pulso con mano temblorosa-. Tranquila, pequeña. Te vas a poner bien -le susurró mientras tanteaba para ver si había algún hueso roto-.

¿La habían atropellado? Con todo el control que poseía, bloqueó la visión de Vanessa volando por el aire. Aún respiraba. Se aferró a eso. El perro gimió cuando le giró la cabeza y examinó el corte que tenía en la sien. Era el único punto de color en su cara. Contuvo la sangre con el pañuelo y maldijo al sentir que los dedos se le humedecían.

Con expresión sombría, guardó el arma y luego la alzó en brazos. El cuerpo parecía sin huesos. Tuvo miedo de que se derritiera. Durante el kilómetro que los separaba de la posada, no dejó de hablarle, aunque ella permaneció quieta y pálida.

Bob salió corriendo desde la entrada principal.

Bob: ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? ¿Qué diablos le has hecho?

Zac se detuvo el tiempo suficiente para lanzarle una mirada lóbrega y furiosa.

Zac: Creo que tú lo sabes. Tráeme las llaves de la furgoneta. Necesita ir al hospital.

Mae: ¿Qué es todo esto? -cruzó la puerta mientras se secaba las manos en el mandil-. Lori dijo que vio… -palideció, pero comenzó a moverse con sorprendente velocidad y apartó a Bob para llegar hasta Vanessa-.  Llévala arriba.

Zac: La voy a llevar al hospital.

Mae: Arriba -repitió, retrocediendo para abrirle la puerta-. Llamaremos al doctor Mertens, será más rápido. Vamos, muchacho. Llama al doctor, Bob. Dile que se dé prisa.

Zac cruzó la puerta, con el perro pisándole los talones.

Zac: Y llama a la policía. Cuéntales que ha habido un atropello con fuga.

Sin perder tiempo en más palabras, Mae se dirigió hacia la casa. Jadeaba al llegar a la primera planta, pero no aminoró el paso en ningún momento. Al entrar en el dormitorio de Vanessa, ésta ya había recobrado el color.

Mae: Ponla en la cama… con cuidado -apartó la colcha y luego, con igual eficacia, hizo a un lado a Zac-. Ya está, pequeña, te pondrás bien. Ve al cuarto de baño -le dijo a él-. Tráeme una toalla limpia -apoyó la cadera en la cama, tomó la cara de Vanessa con una palma ancha y examinó la herida de la cabeza-. Parece peor de lo que es -suspiró. Después de aceptar la toalla que le ofreció Zac, la pegó a la sien de ella-. Las heridas en la cabeza sangran mucho. Pero no es profunda.

Zac: Debería recuperar el conocimiento.

Mae: Dale tiempo. Luego quiero que me cuentes qué paso, pero ahora voy a desvestirla para comprobar si tiene alguna otra herida. Ve a esperar abajo.

Zac: No pienso dejarla.

Mae alzó la vista. Tenía los labios fruncidos y los ojos surcados por líneas de preocupación. Pasado un momento, simplemente, asintió.

Mae: De acuerdo, pero sé de alguna utilidad. Tráeme las tijeras que hay en su escritorio. Quiero cortarle esta camisa. Puedes quedarte -confirmó cuando él le entregó las tijeras-. Pero sin importar lo que haya estado pasando entre vosotros dos, te darás la vuelta hasta que la deje decente.

Cerró las manos con impotencia y se las metió en los bolsillos al girar.

Zac: Quiero saber dónde está herida.

Mae: Frena -le quitó la camisa y controló sus emociones mientras examinaba los arañazos y magulladuras-. Busca en el primer cajón de la cómoda y saca un camisón. Uno con botones. Y que no se te desvíen los ojos -agregó-, o te echaré de aquí.

En respuesta, él arrojó un camisón blanco sobre la cama.

Zac: No me importa lo que lleve puesto. Quiero saber el alcance de sus heridas.

Mae: Lo sé, muchacho -su voz se suavizó al deslizar el brazo laxo de Vanessa en una manga-. Tiene algunas magulladuras, eso es todo. Nada roto. El corte en la cabeza va a necesitar algún cuidado, pero los cortes sanan. Fue peor cuando se cayó de un árbol. Esa es mi chica. Está recuperándose.

Entonces él se volvió para mirar, sin importarle que tuviera o no puesto el camisón. Pero Mae ya había terminado de abotonárselo. Apenas logró controlar el impulso de ir hasta su lado. Sintió una profunda sensación de alivio cuando los ojos de ella parpadearon. Al oírla gemir, se pasó las manos heladas por los muslos.

Ness: ¿Mae? -mientras se afanaba por centrar los ojos, extendió una mano. Podía ver la forma sólida de su cocinera, pero poco más-. ¿Qué…? Oh, Dios mío, mi cabeza.

Mae: Te palpita bien, ¿verdad? -comentó con energía, pero agarró la mano de Vanessa entre las suyas. Se la habría besado si hubiera creído que nadie lo notaría-. El médico te la arreglará.

Ness: ¿Médico? -desconcertada, trató de sentarse, pero el dolor estalló en su cabeza-. No quiero un médico.

Mae: Pero te verá de todos modos.

Ness: No voy a… -discutir requería mucho esfuerzo. Cerró los ojos y se concentró en despejar la mente. Era evidente que se encontraba en la cama… pero ¿cómo diablos había llegado allí?
Recordó que había estado paseando al perro, y Ludwig había encontrado irresistible un árbol junto al camino. Entonces…-. Había un coche -volvió a abrir los ojos-. Debían de ir borrachos o locos. Fue como si vinieran directamente hacia mí. Si Ludwig no hubiera estado tirando ya de mí para sacarme del camino… -no estaba preparada para desarrollar esa idea-. Creo que tropecé. No sé.

Mae: Ya no importa. Lo analizaremos más tarde.

Tras una llamada viva, la puerta se abrió. Entró un hombre bajo, pequeño y activo con una mata tupida de pelo blanco. Llevaba un maletín negro, un peto holgado y botas embarradas. Vanessa le echó un vistazo y volvió a cerrar los ojos.

Ness: Váyase, doctor Mertens. No me siento bien.

Doc: No va a cambiar nunca -Mertens asintió en dirección a Zac, luego se acercó para inspeccionar a su paciente-.

Zac se marchó con sigilo a la sala de estar. Necesitaba un momento para serenarse, para acallar la furia que crecía en su interior una vez que sabía que Vanessa iba a ponerse bien. Había perdido a sus padres, había enterrado a su mejor amigo, pero nunca, nunca, había experimentado la clase de pánico que sintió al verla sangrando e inconsciente junto al camino.

Sacó un cigarrillo y fue a la ventana abierta. Pensó en el conductor del Chevy viejo y herrumbroso que la había atropellado. Incluso a medida que se calmaba su furia, había una cosa que entendía con perfecta claridad. Sería un placer matar a quienquiera que la hubiera lastimado.

Lori: Perdona -se hallaba en el umbral con las manos apretadas-. Ha llegado el sheriff. Quiere hablar contigo, de modo que lo he hecho subir -tiró del mandil y clavó la vista en la puerta cerrada del otro lado de la habitación-. ¿Vanessa?

Zac: El doctor está con ella. Se pondrá bien.

Lori cerró los ojos y respiró hondo.

Lori: Se lo diré a los demás. Pase, sheriff.

Zac estudió a un hombre barrigudo, al que evidentemente habían sacado de la cama. Tenía la camisa metida a medias en los pantalones y bebía una taza de café al entrar.

*: ¿Es usted Zac Efron?

Zac: Así es.

*: Soy el sheriff Royce -se sentó con un suspiro en el reposabrazos del sillón rosa de Vanessa-. ¿Qué es eso de atropello y fuga?

Zac: Hace unos veinte minutos, alguien trató de atropellar a la señorita Hudgens.

Royce giró la cabeza para mirar la puerta cerrada, tal como había hecho Lori.

Royce: ¿Cómo está?

Zac: Conmocionada. Tiene un corte en la cabeza y unas magulladuras.

Royce: ¿Estaba usted con ella? -sacó un bloc y un lápiz corto-.

Zac: No. Me hallaba a unos cuatrocientos metros. El coche se lanzó hacia mí, luego continuó la carrera. Oí el grito de Vanessa. Cuando llegué a su lado, se hallaba inconsciente.

Royce: ¿Pudo echarle un vistazo al coche?

Zac: Un Chevy azul oscuro. Un sedán del 67 o 68. Tenía mal el amortiguador. El guardabarros derecho delantero estaba oxidado. Matrícula de Washington, Alfa, Foxtrot, Juliet 847.

Royce enarcó ambas cejas mientras apuntaba la descripción.

Royce: Tiene buen ojo.

Zac: Así es.

Royce: ¿Lo bastante buena como para adivinar si lo quiso atropellar a propósito?

Zac: No tengo que adivinar. Enfilaba hacia mí.

Sin parpadear, Royce siguió tomando notas. Añadió un recordatorio para realizar una comprobación rutinaria de Zac Efron.

Royce: ¿Cuánto tiempo lleva en la isla, señor Efron?

Zac: Casi una semana.

Royce: Poco tiempo para ganarse enemigos.

Zac: No tengo ninguno… aquí… que yo conozca.

Royce: Eso hace que su teoría sea bastante extraña -alzó la vista-. No hay nadie en la isla que conozca a Vanessa y tenga algo en su contra. Si lo que usted dice es verdad, estaríamos hablando de intento de asesinato.

Zac tiró el cigarrillo por la ventana.

Zac: Es exactamente de lo que hablamos. Quiero saber quién es el propietario de ese vehículo.

Royce: Lo comprobaré.

Zac: Usted ya lo sabe.

Royce se dio unas palmaditas en la rodilla con el bloc.

Royce: Sí, señor, tiene buen ojo. Diré esto. Es posible que conozca a alguien que sea dueño de un coche que encaja con su descripción. Si es así, sé que esa persona no atropellaría adrede ni a un conejo, mucho menos a una mujer. Aunque nadie ha dicho que hay que ser dueño de un coche para conducirlo -en ese momento se abrió la puerta que comunicaba con el dormitorio y giró la vista-. Vaya, Maeflower.

Los labios de Mae se alzaron un instante antes de volver a apretarlos.

Mae: Si no eres capaz de sentarte adecuadamente, entonces puedes estar de pie, Jack Royce.

Royce se incorporó con una sonrisa en la cara.

Royce: Mae y yo fuimos juntos al colegio -explicó-. También entonces le gustaba intimidarme. Supongo que hoy no habrá gofres en el menú, ¿verdad, Maeflower?

Mae: Puede que sí. Averigua quién ha lastimado a mi chica y me encargaré de que comas algunos.

Royce: Trabajo en ello -volvió a ponerse serio al señalar la puerta con un gesto de la cabeza-. ¿Puede hablar conmigo?

Mae: No ha hecho otra cosa que hablar desde que recobró el conocimiento -contuvo un torrente de lágrimas-. Adelante.

Royce se volvió hacia Zac.

Royce: Estaré en contacto.

Mae: El doctor ha dicho que podía tomar té y unas tostadas. Me alegro de que estuvieras cerca cuando resultó herida.

Zac: Si hubiera estado más cerca, no la habrían herido.

Mae: Y si no hubiera estado paseando a ese perro, habría estado en la cama -se detuvo y lo miró fijamente-. Supongo que podemos pegarle un tiro.

Le provocó una leve risa.

Zac: Vanessa podría oponerse.

Mae: Tampoco le gustaría saber que estás aquí cavilando y ensimismado. Te sangra el brazo, muchacho.

Bajó la vista con indiferencia a la manga desgarrada y ensangrentada de la camisa.

Zac: Un poco.

Mae: No puedo permitir que te desangres sobre el suelo -fue hacia la puerta y le hizo un gesto-. Bueno, vamos abajo. Te atenderé. Luego podrás traerle el desayuno. No dispongo de tiempo para estar subiendo y bajando estos escalones toda la mañana.

Después de que el doctor hubiera terminado el examen y el sheriff el interrogatorio, Vanessa clavó la vista en el techo. Le dolía todo lo que podía doler. En particular la cabeza, aunque el resto del cuerpo le palpitaba al mismo ritmo.

La medicación le quitaría los nervios, pero quería mantener la mente despejada hasta haber resuelto todo. Por eso se había metido bajo la lengua la píldora que le había dado el doctor Mertens. En cuanto organizara sus pensamientos, se la tragaría y se sumiría en el olvido durante unas horas.

Apenas había vislumbrado el coche, pero le había parecido familiar. Mientras hablaba con el sheriff, lo había recordado. El vehículo que había estado a punto de matarla pertenecía a la señora Norton, una dama dulce que fabricaba vestidos de muñecas para las tiendas locales. Vanessa no creía que la señora Norton hubiera conducido alguna vez a más de cincuenta kilómetros por hora. Era mucho menos que la velocidad que había alcanzado el coche cuando esa mañana se abalanzó sobre ella.

En realidad, no había visto a quién lo conducía, pero tenía la impresión casi definitiva de que había sido un hombre. La señora Norton estaba viuda desde hacía seis años.

Decidió que era sencillo. Alguien se había emborrachado y robado el coche de la señora Norton para ir a dar una vuelta por la isla. Probablemente, ni siquiera la había visto en el costado del camino.

Satisfecha, se incorporó en la cama. El resto era preocupación del sheriff.

Ella ya tenía sus propios problemas.

Lo más seguro era que el turno del desayuno estuviera sumido en el caos. Pensaba que podía contar con Lori para que mantuviera a todos calmados. Luego estaba el carnicero. Aún tenía que completar la lista para el pedido del día siguiente. Y todavía debía elegir las fotografías que quería usar para el anuncio en el folleto de la agencia de viajes. No había pagado el depósito, y la chimenea de la cabaña tres estaba averiada.

Necesitaba un bloc, un lápiz y un teléfono. Eso era bastante sencillo. Encontraría las tres cosas en el escritorio del salón. Con cuidado, pasó las piernas por el borde de la cama. Decidió que no estaba mal, pero se brindó un momento para adaptarse antes de tratar de ponerse de pie.

Irritada consigo misma, apoyó una mano en un poste de la cama. Sentía las piernas como si estuvieran rellenas con la nata que preparaba Mae, en vez de ser de carne y hueso.

Zac: ¿Qué diablos estás haciendo?

Hizo una mueca al oír el sonido de la voz de Zac; luego, con cuidado, giró la cabeza hacia la puerta.

Ness: Nada -respondió, y trató de sonreír.

Zac: Vuelve a la cama.

Ness: Tengo que hacer unas cosas.

Se tambaleaba, pálida como el camisón abotonado con recato hasta el cuello y que mostraba una buena dosis de muslos. Sin decir una palabra, él dejó la bandeja que portaba, cruzó hasta ella y la alzó en brazos.

Ness: Zac, no. Yo…

Zac: Cállate.

Ness: Iba a volver a tumbarme en un minuto -comenzó-. Justo después de…

Zac: Cállate -repitió. La depositó en la cama, luego se rindió. Mantuvo los brazos alrededor de ella y enterró la cara en su cuello-. Oh, cariño.

Ness: Está bien -le acarició el pelo-. No te preocupes.

Zac: Creí que estabas muerta. Cuando te encontré, creí que estabas muerta.

Ness: Oh, lo siento -le masajeó la tensión en la nuca-. Debió de ser terrible, Zac. Pero no son más que unas magulladuras y arañazos. Dentro de un par de días habrán desaparecido y nos olvidaremos de todo.

Zac: Yo no lo olvidaré -se apartó de ella-. Nunca.

La violencia que vio en sus ojos hizo que el corazón se le desbocara.

Ness: Zac, fue un accidente. El sheriff Royce se ocupará del asunto.

Contuvo las palabras que quería decir. Era mejor que creyera que había sido un accidente. Por el momento. Se levantó para ir a buscar la bandeja.

Zac: Mae ha dicho que podías comer.

Pensó en las listas que debía hacer y decidió que tenía una oportunidad mejor de quitárselo de encima si cooperaba.

Ness: Lo intentaré. ¿Cómo se encuentra Ludwig?

Zac: Bien. Mae lo ha sacado fuera y le ha dado un hueso de jamón.

Ness: Ah, su favorito -mordió la tostada y fingió que tenía apetito-.

Zac: ¿Cómo está tu cabeza?

Ness: No demasiado mal -no era del todo una mentira. Estaba segura de que un golpe con un martillo habría sido peor-. No han tenido que darme puntos -se apartó el pelo para mostrarle un par de tiritas de cicatrización. Alrededor de ellas comenzaba a formarse un hematoma-. ¿Quieres levantar algunos dedos y preguntarme cuántos veo?

Zac: No.

Ness: El sheriff dijo que el coche se lanzó contra ti -bebió la infusión de camomila y otra vez se sintió casi humana-. Me alegro de que no te hiriera.

Zac: Maldita sea, Vanessa -hizo un esfuerzo por controlar el temperamento-. No, no resulté herido -y también iba a encargarse de que a ella no volvieran a herirla-. Lo siento. Todo este asunto me tiene crispado.

Ness: Sé a qué te refieres. ¿Quieres un poco de té? Mae ha enviado dos tazas.

Zac: No a menos que tengas algo de whisky con que acompañarlo.

Ness: Lo siento -volvió a sonreír y palmeó la cama-. ¿Por qué no te sientas a mi lado?

Zac: Porque intento mantener mis manos alejadas de ti.

Ness: Oh -la sonrisa se amplió. Le satisfacía ser lo bastante elástica como para experimentar una súbita contracción de deseo-. Me gustan tus manos en mí, Zac.

Zac: Mal momento -como no fue capaz de resistir, cruzó hasta la cama y le tomó la mano-. Me importas, Vanessa. Quiero que creas eso.

Ness: Lo creo.

Zac: No -sabía que no era hábil con las palabras, pero necesitaba que lo comprendiera-. Contigo es diferente, como nunca lo ha sido con nadie -luchando contra una nueva oleada de frustración, relajó el apretón-. No puedo darte nada más.

Sintió un nudo en la garganta.

Ness: De haber sabido que podría conseguir tanto de ti, puede que me hubiera golpeado la cabeza contra una roca antes.

Zac: Mereces más -se sentó y con delicadeza pasó un dedo por el moretón en la sien-.

Ness: Estoy de acuerdo -llevó la mano de él a sus labios y vio cómo los ojos de Zac se oscurecían-. Soy paciente.

Algo se movía en el interior de él, y era impotente para impedirlo.

Zac: No sabes mucho de mí. De hecho, no sabes nada.

Ness: Sé que te quiero. He llegado a la conclusión de que en algún momento tú me contarías el resto.

Zac: No confíes en mí, Vanessa. No tanto.

Quiso eliminar las tribulaciones del rostro de él, pero no sabía cómo.

Ness: ¿Has hecho algo tan imperdonable, Zac?

Zac: Espero que no. Deberías descansar -sabiendo que ya había dicho demasiado, dejó la bandeja a un lado-.

Ness: Iba a hacerlo, de verdad. En cuanto me ocupe de unas cosas.

Zac: De lo único que tienes que ocuparte hoy es de ti misma.

Ness: Eres muy dulce, y en cuanto haya…

Zac: Al menos en veinticuatro horas no vas a levantarte de la cama.

Ness: Es lo más ridículo que he oído. ¿Qué diferencia puede haber en que esté sentada o acostada?

Zac: Según el doctor, mucha -recogió una pastilla de la mesilla-. ¿Es la medicación que te ha dado?

Ness: Sí.

Zac: ¿La misma que supuestamente debías tomar antes de que se fuera?

Luchó por no exhibir un mohín.

Ness: Voy a tomarla después de hacer algunas llamadas de teléfono.

Zac: Ninguna llamada hoy.

Ness: Escucha, Zac, agradezco tu preocupación, pero no acepto órdenes de ti.

Zac: Lo sé. Tú me las das a mí.

Antes de que pudiera responder, se inclinó y le dio un beso. Otra vez tierno, suave como un susurro, dolorosamente cálido. Con un leve sonido de placer, se hundió en él.

Cuando él empezó a retirarse, Vanessa emitió un murmullo de protesta y volvió a pegarse a él. Necesitaba esa dulzura, más que cualquier medicación.

Zac: Tranquila -le dijo, aferrándose a su autocontrol-. Estoy un poco bajo de fuerza de voluntad y tú necesitas descansar.

Ness: Preferiría tenerte a ti.

Le sonrió y sintió un nudo en el estómago.

Zac: ¿Vuelves locos a todos los hombres?

Ness: No lo creo -sintiéndose en la cima del mundo, le apartó el pelo de la frente-. En cualquier caso, tú eres el primero en preguntar.

Zac: Hablaremos de ello luego -extendió la píldora-. Tómatela.

Ness: Luego.

Zac: Mmm. Ahora.

Con un sonido de disgusto, se llevó la pastilla a la boca, recogió el té tibio y bebió.

Ness: Ya. ¿Satisfecho?

Él tuvo que sonreír.

Zac: No he estado nada satisfecho desde que te vi, encanto. Levanta la lengua.

Ness: ¿Perdona?

Zac: Me has oído. Eres muy buena -colocó una mano bajo su mentón-. Pero yo soy mejor. Esa píldora.

Supo que la había derrotado. Sacó la píldora de la boca y luego hizo una exhibición de tragarla. Se llevó la punta de la lengua a los labios.

Ness: Quizá siga ahí. ¿Quieres buscarla?

Zac: Lo que quiero… -le dio un beso ligero- es que te quedes en la cama -bajó los labios al cuello-. Nada de llamadas, ni papeleo ni ir abajo -le atrapó el lóbulo de la oreja entre los dientes y la sintió temblar-. Promételo.

Ness: Sí -separó los labios cuando él se los rozó-. Lo prometo.

Zac: Bien -se echó para atrás y recogió la bandeja-. Te veré más tarde.

Ness: Pero… -apretó los dientes al verlo caminar hacia la puerta-. Juegas sucio, Efron.

Zac: Sí -giró la cabeza-. Y para ganar.

La dejó, sabiendo que ella no rompería la palabra dada. Tenía asuntos propios de los que ocuparse.


1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto!
Veo que Zac es muy bueno en su trabajo, va descubriendo cosas...
Y quien es el maldito que quiere matar a Ness?

Sube pronto :)

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