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martes, 18 de julio de 2017

Capítulo 24


Vanessa tenía el estómago hecho un nudo cuando los frenos del tren chirriaron para hacer la parada en Avalon. Se dijo a sí misma que no debería sentirse mal. No tenía por qué estar nerviosa. Estaba llegando a su casa.

Debería alegrarse. Debería alegrarse de volver a casa.

Sin embargo, se sentía derrotada. Un mes atrás, había ido a Nueva York esperando… ¿esperando qué, exactamente? ¿Qué vida su se convirtiera en un episodio de Sexo en Nueva York? ¿Descubrir lo maravillosa que era? ¿Encontrarse rodeada de pronto de amigos interesantes? Debería haber pensado las cosas con más calma. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que no podía huir de sí misma. Estar en Nueva York y conocer a un agente literario que había señalado todo el trabajo que le quedaba por hacer sólo había servido para magnificar aquella terrible verdad. Ella era como su libro, algo inacabado, un trabajo pendiente. Además, había descubierto que la vida en la ciudad no era lo que ella quería.

Con cansancio, bajó sus pertenencias de la estantería del tren y se dirigió hacia la salida. Bajó a la plataforma y notó inmediatamente una ráfaga de aire frío en la que se mezclaban el olor de la carbonilla con el del combustible del motor. Cuando aquella nube de polvo y nieve se aclaró, vio a Zac frente a ella, como si fuera una figura aparecida de un sueño. Muy Casablanca aquel ceño fruncido, pensó.

Se descubrió a sí misma recordando el día que se había comprometido con Derek. Zac había estado a punto de decirle algo y, si se lo hubiera permitido, seguramente todo habría sido diferente. Aunque viviera más de cien años, Vanessa nunca olvidaría la mirada que le había dirigido Zac aquel día. Cuando le había dicho que Derek le había pedido que se casara con él, sus ojos se habían vuelto duros, fríos. Por un instante, pensó Vanessa, sólo por un instante, había permitido que sus verdaderos sentimientos vacilaran. Un solo instante de duda había servido para que le abriera la puerta a Derek. Un solo segundo, y había destrozado tres vidas.

Ness: No te atrevas a decir «ya te lo dije» -le advirtió a Zac-.

Se preguntó si su rostro estaría mostrando sus recuerdos.

Zac: Creo que no hace falta que te lo diga -replicó sin la más mínima satisfacción en la voz-.

Vanessa permanecía frente a él como una idiota. ¿Se suponía que tenía que abrazarle? ¿Darle un beso en la mejilla? ¿Qué esperaba él que hiciera?

Ness: No sabía que ibas a venir a buscarme -dijo por fin-.

Zac agarró la maleta más pesada y se dirigió con ella hacia la salida. No hubo abrazo, ni siquiera un «eh, hola». Esperar una sonrisa era esperar demasiado. En cuanto al beso de despedida que ella recordaba, cualquiera diría que lo había imaginado.

Ness: Gracias, Zac.

Zac: No me des las gracias. He venido aquí para interceptarte.

Ness: ¿Qué?

Zac: Para impedir que vayas al campamento Kioga.

Vanessa clavó las botas en la superficie helada del aparcamiento.

Ness: Entonces, estás perdiendo el tiempo, porque ya he tomado una decisión. A partir de ahora, ésa será mi nueva dirección.

Zac metió las maletas en el maletero.

Zac: Está en medio de la nada.

Ness: Eso es precisamente lo que más me atrae, sobre todo después de mi experiencia en Nueva York -le dijo mientras se sentaba en el asiento de pasajeros-.

Zac: Vas a quedarte en mi casa -replicó mientras ponía el motor en marcha-.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Me gustan los hombres dispuestos a dar órdenes a todos los que tienen a su alrededor.

Zac: Estoy hablando en serio, Vanessa.

Vanessa dejó de reír.

Ness: Oh, Dios mío, por supuesto.

Zac: No me parece una buena idea vivir en un lugar tan alejado en medio del invierno.

Ness: Así que no renuncias a darme órdenes.

Zac: Esto no tiene nada que ver con dar órdenes a nadie. Hay muchas razones por las que no deberías vivir allí.

Ness: Ésas son tus razones, no las mías.


Llegaron a la parte trasera de la panadería, donde Vanessa había dejado su coche aparcado en un cobertizo. Vanessa se descubrió presa de todo tipo de sentimientos contradictorios. A su pesar, se alegraba de verle. Y, le emocionaba saber que estaba preocupado por ella. Pero, al mismo tiempo, le enfadaba.

Ness: Mira lo que vamos a hacer. Te llamaré todas las noches para decirte que el asesino del hacha me ha dejado vivir un día más.

Zac: Para mí no es suficiente.

Ness: Para mí sí, así que tendrás que conformarte con eso.

Zac permaneció en silencio mientras pasaba el equipaje del maletero de su coche al de Vanessa.

Muy bien, pensó Vanessa. Que se enfadara todo lo que quisiera. Ella no tenía la culpa de que estuviera tan preocupado.

Ness: Sé cuidar de mí misma -le aseguró-. Lo he hecho durante toda mi vida y puedo seguir haciéndolo ahora. Vamos a pasar un momento por la panadería. Quiero darte un Napoleón.

Entraron por la puerta trasera y fueron recibidos por una cacofonía de ruidos: el estruendo de las bandejas, el zumbido del molinillo eléctrico, las notas de jazz del aparato de música...

Vanessa tomó aire y el olor a levadura invadió hasta la última célula de su cuerpo. Estaba en casa. Había tenido que irse para ser consciente de hasta qué punto aquel lugar formaba parte de ella. Le gustara o no, llevaba la panadería en la sangre, en cada uno de sus huesos. Era algo íntimamente unido a su alma.

Leslie: Aquí tenemos a nuestra urbanita -salió del despacho y la envolvió en un abrazo-. Esta panadería no ha sido lo mismo sin ti. Pero quiero que sepas que nos las hemos arreglado bastante bien -miró a Zac-, por lo menos la mayoría de nosotros.

Zac la miró con el ceño fruncido.

Zac: Estoy intentando convencerla de que no se vaya a la cabaña.

Leslie: ¿Por qué no? Es un lugar perfecto, está alejado de todo. El lugar ideal para escribir un libro.

Miley: He oído decir que te vas a mudar a la cabaña de invierno -entró en aquel momento desde la tienda- Vas a estar genial allí -dijo, con el rostro resplandeciente de alegría-. Te encantará. Nosotros pasamos el verano pasado en el campamento Kioga y fue fantástico.

Ness: Gracias -les dijo enfáticamente a Miley y a Leslie-. Me alegro de que por lo menos a alguien le parezca una buena idea.

Subió al piso de arriba. Quería ir a su despacho para llevarse unos archivadores. Miley la siguió.

Miley: Tengo que decirte algo.

Ness: Muy bien.

Miley: En privado -miró por encima del hombro y entró en el despacho-.

Ness: ¿Estás bien?

Miley: Sí.

Pero su rostro había pasado de estar resplandeciente a adquirir el tono de una tortilla fría. Tenía gotas de sudor en la frente y en el labio superior. Al verla, Vanessa sintió una punzada de preocupación.

Miley se frotó las manos en el delantal.

Miley: Tengo náuseas de vez en cuando, pero no estoy enferma. Estoy embarazada.

Aquella declaración tuvo en Vanessa el mismo efecto que un puñetazo en el estómago. Miley embarazada. Era sólo una niña.

«Muy bien», se dijo, «respira hondo». Intentó imaginarse lo que estaba sintiendo Miley. Aquello era algo enorme. Y Miley no era ninguna estúpida. Seguro que era consciente de lo que aquel embarazo representaba para su vida.

Miley cerró la puerta tras ella y se sentó enfrente de Vanessa. Le temblaba la barbilla y respiraba con fuerza, pero no tardó en recobrar la compostura y mirar a Vanessa con expresión firme.

Miley: No sé por dónde empezar.

Ness: ¿Qué tal si empiezas contándome cualquier cosa que te apetezca? Es posible que no tenga respuestas, pero te aseguro que no voy a juzgarte, y tampoco voy a enfadarme contigo.

Miley dejó caer ligeramente los hombros.

Miley: Gracias.

Era extrañamente gratificante saberse depositaría de las confidencias de una prima. Pero se sentía al mismo tiempo muy impotente. ¿Qué podía decirle a aquella chica, qué podía hacer por ella para ayudarla?

Miley comenzó a hablar de forma muy controlada.

Miley: Todo ocurrió antes de que mi madre se fuera a Europa. Entre eso y lo del divorcio, yo estaba hecha polvo. Y después comenzaron a presionarme con todo lo de la universidad, ¿sabes?

Ness: Lo siento, la verdad es que no lo sé -le explicó-. Yo crecí en un ambiente muy diferente al tuyo. Aunque supongo que podría decir que sé lo que es sentirte obligada a hacer algo que no quieres. A lo mejor eso es algo que tenemos en común. Entonces, ¿tú no quieres ir a la universidad?

Miley: No, algo que, en mi antiguo colegio, equivalía a decir que no quieres respirar. Era algo completamente inusitado.

Vanessa imaginaba perfectamente lo triste que debía estar Miley en aquel momento, anhelando una vida completamente diferente. Philip le había hablado de la situación de su hermano Greg. Por lo visto, aquel divorcio había sido una tortura para los padres de Miley y, probablemente, para Max y ella también.

Vanessa rodeó el escritorio y tomó las manos de su prima. Tenía todas las uñas mordidas.

Ness: Dime cómo puedo ayudarte.

Miley alzó sus maravillosos ojos hacia Vanessa.

Miley: Tú ya me estás ayudando... -bajó la mirada-. Es todo muy extraño. Voy al colegio, salgo con mis amigos y tengo la sensación de estar haciendo una vida normal. Y de pronto, ¡zas! Me acuerdo de que estoy embarazada. Y eso me hace sentirme como si fuera de otro planeta.

Vanessa todavía recordaba lo asustada que estaba Ashley cuando se había quedado embarazada. Recordaba cómo había ido evolucionando su embarazo, cómo había ido cambiando su amiga. Al ver recorrer los pasillos del instituto a una adolescente embarazada, daba la sensación de que ésta vivía al margen del resto del mundo, como si sólo existiera en una especie de burbuja privada a la que nadie se acercaba. ¿Continuarían siendo las cosas así?

Ness: No puedo decir que tenga mucha experiencia en ese tipo de cosas, pero sí en ser adulta. Cuando estás creciendo, vives deseando que llegue el día en el que nadie te diga lo que tienes que hacer. Sin embargo, cuando llega ese momento, a veces desearías tener a alguien que pudiera darte algún consejo.

Miley dejó escapar un trémulo suspiro.

Miley: Lo dices en serio...

Ness: Cuando yo tenía tu edad, sentía lo mismo que tú. Estaba deseando graduarme en el instituto para marcharme de Avalon.

Miley: ¿Y qué ocurrió?

Ness: Murió mi abuelo, y mi abuela y yo tuvimos que hacernos cargo de la panadería. Aun así, todo podría haber salido como lo había previsto, porque la abuela podía contar con la ayuda de Leslie y todo el pueblo la adoraba. Pero después tuvo un derrame cerebral. Nunca me pidió que me quedara, pero yo supe que tenía que hacerlo. Seguramente, mi abuela habría encontrado la manera de arreglárselas sola. ¿Pero cómo iba a hacerle una cosa así? No podía marcharme -se interrumpió, atravesada por el recuerdo de todos los planes que había hecho, por el recuerdo de cómo se había visto obligada a abandonarlos-. Terminé llevando la casa y la panadería y ocupándome de mi abuela, y los años fueron pasando sin que apenas me diera cuenta.

Miley: ¿Te habría gustado que las cosas fueran diferentes?

Antes del viaje a Nueva York, le habría dicho que sí inmediatamente. Pero después de aquella experiencia, era consciente de que su vida no había estado tan mal. Aunque no hubiera sido una vida glamurosa o excitante, había vivido en un lugar que sentía como suyo y había dirigido una panadería estando rodeada de gente que la quería.

Ness: Es curioso -intentó explicarle a Miley-, pero al final las cosas tienden a salir bien, aunque no tengan nada que ver con lo que nosotros teníamos en mente. Recuerdo que cuando estaba en el hospital, en la sala de espera, y los médicos me pidieron que decidiera lo que iba a ser de mi abuela, me quedé paralizada. Habría dado cualquier cosa para que otro tomara esa decisión por mí. Pero no tenía a nadie. Tuve que tomar una decisión y asumir las consecuencias. No es tan terrible como puede parecer -se precipitó a añadir, y posó la mano en el hombro de su prima-: Decidas lo que decidas, la experiencia te enseña y te ayuda a crecer de una forma que uno ni siquiera habría sido capaz de imaginar.

Miley: Espero que tengas razón porque yo... he decidido tener el bebé. Mis padres lo saben y están de acuerdo conmigo. Bueno, todo lo de acuerdo que pueden estar en estas circunstancias. No sé si es la mejor decisión o no, pero no sería capaz de abortar. Ahora mismo mi familia está rota, pero supongo que mi bebé y yo también seremos una familia.

Ness: Ya veo. Vaya, felicidades -sentía que se encogía por dentro-.

Miley era muy joven y tener un hijo entrañaba una gran responsabilidad.

Miley: ¿Entonces estoy despedida? -preguntó metiendo la mano en el bolsillo-.

Vanessa se rió con incredulidad.

Ness: No puedes estar hablando en serio. Claro que no estás despedida. En primer lugar, me encanta que trabajes aquí y, en segundo lugar, es ilegal despedir a alguien porque esté embarazada.

Miley: Muy bien -se levantó y dejó escapar un suspiro de alivio-. Será mejor que vuelva al trabajo. Esto es una locura. Tan pronto estoy asustada como absolutamente ilusionada.

Ness: No te culpo. Creo que todas las futuras madres sienten algo parecido. Pero todo saldrá bien.

No tenía la menor idea de si era o no cierto, pero quería que lo fuera. Y sabía que Miley también. Ser madre a tan tierna edad era una de las cosas más difíciles a las que podía enfrentarse una mujer. Algunas superaban con éxito aquella dura prueba, como Ashley. Otras, sin embargo, fracasaban. Y la madre de Vanessa era el mejor ejemplo.

Miley abrió la puerta y se detuvo un instante.

Miley: ¿Y tú? ¿Quieres tener hijos algún día?

Ness: Antes tendré que empezar a salir con alguien.

Miley: ¿Pero tú y Efron no...?

Ness: No -contestó rápidamente-. ¿Por qué todo el mundo me lo pregunta?

Miley: Simple curiosidad -y bajó a la cafetería-.

Cuando minutos después bajó Vanessa, no había ningún cliente. Troy le estaba enseñando algo a Zac en el ordenador.

Ness: ¿De quién son esas fotografías? -preguntó mirando por encima del hombro de Zac-.

Troy: Las ha hecho Miley.

Miley le tendió a Vanessa una taza de café.

Miley: Las he descargado en el ordenador como salvapantallas. Espero que no te importe.

Zac se apartó para que Vanessa pudiera ver las fotografías. Todas estaban hechas en la panadería, pero no eran únicamente fotografías documentales. Había algo inesperadamente cálido en aquellas imágenes: un primer plano de las manos de Leslie amasando la masa, el rostro resplandeciente de un niño contemplando las bandejas de dulces del mostrador. Una bandeja recién salida del horno con las hogazas alineadas con precisión geométrica.

Ness: Son increíbles. Eres una gran fotógrafa, Miley.

Troy le dio un codazo a Miley.

Troy: Te lo dije.

Miley se aclaró la garganta.

Miley: Me preguntaba si me dejarías colgarlas en la cafetería.

A Vanessa le pareció una gran idea.

Ness: Sí, pero tendrás que prometerme que las firmarás y me dejarás enmarcarlas.

Miley: Vaya, claro -pareció sorprendida y Troy sonrió con orgullo-.


Zac: Ha sido un gesto muy generoso -comentó mientras salía de la panadería-.

Ness: En realidad, nos beneficiará a las dos. Miley ha hecho un gran trabajo y tengo ganas de cambiar la decoración de la cafetería. Cuando me fui, no estaba completamente convencida de que la panadería pudiera funcionar sin mí.

Zac: ¿Y ahora?

Ness: Ahora estoy gratamente sorprendida -abrió el coche y apartó la nieve del parabrisas. En la acera de enfrente, un grupo le llamó la atención. Miró hacia allí y vio a Olivia saliendo de una tienda de ropa-. Oh, Dios mío -musitó-.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Son la madre de Olivia y sus abuelos. Olivia me advirtió que vendrían para ayudarla a organizar la boda. ¿Crees que todavía estoy a tiempo de esconderme?

Zac: Estoy seguro de que ya te han visto.

Efectivamente. Olivia alzó en aquel momento la mano para saludarla. Sólo por un instante, Vanessa sintió cierto resentimiento. Allí estaba Olivia, rodeada de sus padres y abuelos, sonriendo como si le hubiera tocado la lotería. Y le había tocado, por supuesto. Había nacido en el seno de la familia Hudgens, todavía conservaba a sus padres y a todos sus abuelos y estaba planeando una boda con el hombre de sus sueños. Era más joven que Vanessa, había recibido una educación mejor. Era difícil no hacer comparaciones. Y más difícil todavía no estar resentida con su hermana.

Esperaba que ninguno de aquellos sentimientos se reflejara en su rostro mientras cruzaba la calle junto a Zac para ir a saludar a su familia. Aquello sería tan embarazoso para ellos como para ella. Obligándose a sonreír, saludó a la madre de Olivia, Pamela Lightsey y a sus abuelos, Samuel y Gwen Lightsey. Pamela parecía ser la quinta esencia de la alta sociedad de Manhattan, una belleza que resplandecía, literalmente, de la cabeza a los pies. Los pendientes de brillantes destellaban bajo un sombrero de piel de aspecto carísimo. A pesar del frío, tenía hasta la última pestaña en su lugar y sonreía con una amabilidad exquisita.

Pamela: ¿Cómo estás? -le preguntó a Vanessa-.

Pero su mirada parecía estar diciendo algo diferente. Algo así como, «así que ésta es la hija de la amante de mi marido».

Gwen y Samuel eran una pareja de aspecto adinerado de unos setenta años. Advirtió en la mirada de Gwen una fría desaprobación que le resultaba absolutamente comprensible. Treinta años atrás, los Lightsey tenían un futuro perfectamente planeado para su hija. Pamela iba a casarse con el hijo de sus mejores amigos y todos formarían una gran familia feliz. Pero Philip había conocido a Anne. Aquella aventura sólo había durado un verano y al final, Philip se había casado con Pamela, pero, evidentemente, no había sido un matrimonio feliz. Vanessa tenía la sensación de que culpaban a Anne de aquel fracaso. Si no la hubiera conocido, a lo mejor aquel matrimonio habría durado para siempre.

Los Lightsey saludaron a Zac con calor y mencionaron que conocían a su padre.

Vanessa y Olivia intercambiaron una mirada y esta última le dijo a su hermana moviendo los labios «lo siento».

Vanessa le dirigió una sonrisa conciliadora.

Ness: ¿Cómo van los planes de boda?

Olivia: Bastante bien. Y me gustaría pedirte algo. Me encantaría que fueras mi dama de honor.

Pamela se tensó como si alguien hubiera deslizado un cubito de hielo por su espalda y Vanessa comprendió que era la primera noticia que la madre de Olivia tenía al respecto. Vio que Pamela apretaba los labios con un gesto de desaprobación. Era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo para no decir nada.

Aunque Vanessa tuvo la tentación de aceptar inmediatamente, se recordó a sí misma que el día de su boda tenía que ser un día muy especial para Olivia y que se merecía algo mejor que ver a su madre sufriendo.

Ness: Olivia, me siento muy halagada, pero...

Olivia: Nada de peros. Eres mi única hermana. Me encantaría que participaras en la ceremonia.

Ness: Me gustaría pensármelo -le pidió-. Cuando haya tomado una decisión, te avisaré.

Samuel Lightsey la estaba estudiando con atención.

Samuel: Te pareces mucho a tu madre. El parecido es extraordinario.

Gwen le agarró entonces del brazo. Vanessa sospechó que lo hizo para que dejara de hablar. Le sonrió educadamente.

Ness: No sabía que había conocido personalmente a mi madre.

Samuel se aclaró la garganta.

Samuel: Es posible que no me haya expresado correctamente. La vi de pasada, hace mucho tiempo.


Zac se negaba a permitir que Vanessa condujera sola hasta el campamento Kioga a menos que hubiera despejado él personalmente la carretera, y Vanessa se alegró sinceramente de su ayuda. También insistió en que se llevara a Rufus, uno de sus perros. Rufus iba en el asiento de atrás, llenando el coche de olor a perro mientras miraba ansioso por la ventana. Los afilados alerones del quitanieves iban desplazando la nieve de la carretera y, al mismo tiempo, iba cayendo la sal y la grava desde la parte posterior de la camioneta. Vanessa seguía a Zac lentamente, dejando suficiente espacio entre los vehículos para que no cayera sobre ella la grava. Los árboles que flanqueaban la carretera tenían las ramas cubiertas de nieve. El paisaje era tan hermoso que a Vanessa no le importaba verse obligada a conducir tan despacio.

Ness: «No me he expresado bien» -musitó mientras conducía-. Me temo que el abuelo de Olivia me ha mentido -intentó imaginar por qué-.

Probablemente, la respuesta se había perdido en el pasado.

La distrajo un conejo blanco que cruzó en aquel momento la carretera. Rufus comenzó a ladrar, llenando de vaho los cristales. Vanessa aminoró la marcha para dejar que el conejo cruzara la carretera y lo vio adentrarse en el bosque, hasta que su piel blanca se fundió con el color de la nieve. Rufus se tumbó de nuevo en el asiento, aullando su decepción.

Durante el resto del trayecto, Vanessa condujo con más cuidado.

Cuando llegaron al campamento, Zac utilizó la máquina quitanieves para despejar un espacio en el aparcamiento. Se dirigieron después a inspeccionar la cabaña en la que iba a alojarse Vanessa. Rufus corría y ladraba feliz entre la nieve.

Zac: No me parece una buena idea -repitió por enésima vez-.

Ness: Ya me lo has dicho -caminaba con la nieve hasta las rodillas, una nieve tan ligera como el aire, y rodeada de los copos que continuaban cayendo-. No seas tan aguafiestas -le pidió mientras sacaba la llave que le había dado Jane-. Ven a ver la cabaña conmigo.

Cruzaron el arco de la entrada. Todo el complejo parecía un lugar de cuento. El edificio conocido como el pabellón de invierno era el más antiguo de todo el campamento. Lo habían construido sus fundadores, la familia Gordon, que había emigrado de Escocia en los años veinte. Vanessa fijó la mirada en aquel sólido edificio, preguntándose si también Zac estaría pensando en la última vez que habían estado allí. A lo mejor ni siquiera se acordaba.

Ness: Hogar, dulce hogar.

Zac: Esto me recuerda a las novelas de Stephen King.

Evidentemente, no eran muy románticos los recuerdos que tenía asociados a aquel lugar.

Ness: Oh, calla, es perfecto. Si no soy capaz de terminar aquí el libro, es que nunca seré una escritora -abrió la puerta emocionada-.

Habían reformado el interior el verano anterior y el resultado era espectacular. La chimenea se elevaba hasta el techo, un techo abuhardillado y con las vigas de madera al descubierto. Cerca de la cocina y de la zona del comedor había una estufa de leña de esmalte rojo. Encima del comedor estaba el dormitorio, al que se accedía por una escalera de madera. Era un espacio decorado con un lujo añejo, con un baño anexo y un rústico escritorio de madera colocado bajo la ventana que daba al lago.

Zac encendió el calentador del agua y los fuegos de la estufa y la chimenea. Vanessa salió del dormitorio con una sonrisa radiante.

Ness: Estoy comenzando a ser una auténtica Hudgens.

Zac: Sigo pensando que estás loca.

Ness: ¿Estás de broma? La gente paga una fortuna por alojarse en lugares como éste. Deberías alegrarte por mí.

Zac: No me hace ninguna gracia dejarte en medio de la nada.

Ness: Por si no lo has notado, estamos a muy poca distancia del pueblo. Tengo electricidad y teléfono, así que no hables como si estuviera yendo a la deriva sobre un témpano de hielo -le entraban ganas de acariciarle la frente para borrarle el ceño, pero resistió la tentación-. Necesito hacer esto Zac, empezar a vivir por mi cuenta. Seguramente es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Y éste es un lugar completamente seguro. Recuerda que mi abuelo solía venir aquí a pescar todos los inviernos. A lo mejor hasta yo pruebo suerte con la pesca.

Zac: Te juro por Dios que como se te ocurra caminar por el hielo, te sacaré esposada de aquí.

Vanessa se echó a reír para disimular la impresión tan agradable que le produjo imaginarse siendo esposada por Zac.

Ness: Nuevas noticias, Zac. Soy una mujer adulta, no tienes por qué hacerte cargo de mí.

Zac: A lo mejor no, pero, ¿sabes una cosa? Soy el jefe de policía de Avalon y este lugar pertenece a mi jurisdicción. Así que no te sorprenda si decido patrullar de vez en cuando por aquí.

Ness: No serás capaz.

Zac: Ya lo verás.

Ness: Estás completamente loco.

Zac: Lo que es una locura es que te quedes aquí. Maldita sea, Vanessa, ¿por qué estás siendo tan cabezota?

Ness: No es una cuestión de cabezonería. Es una declaración de independencia. Lo he perdido todo, Zac. Y lo único que hace soportable tantas pérdidas es tener la oportunidad de empezar desde cero.

Zac: Esto no es empezar desde cero, es esconderte.

Ness: Piérdete, Zac.

Zac: Lo he intentado, pero no ha funcionado.

Ness: Por favor, Zac -le pidió a punto de perder la determinación-, vete de aquí. Será mejor que te vayas o...

Zac se quitó los guantes.

Zac: ¿O qué? ¿Llamarás a la policía?




¡Por el amor de Dios, Efron! ¡Dile ya lo que sientes para que no piense que eres un neurótico! 😒

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto el capítulo!
Porque Zac no dice lo que siente por Ness? Tendría que decírselo ya!


Sube pronto

Maria jose dijo...

Zac se esta guardando mucho
Por eso su comportamiento tan irritante
Espero que ya le diga de una vez todos
Sus setimientos
Muy bueno el capitulo
Sube pronto


Saludos!!!

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