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jueves, 6 de julio de 2017

Capítulo 20


Greg Cyrus se quedó gratamente sorprendido cuando Miley se mostró de acuerdo en ir a hacer esquí de travesía con él. Su hermano y ella eran aficionados acérrimos al esquí alpino y siempre se habían burlado de su pasión por el esquí de fondo.

Miley: Demasiado saludable -se burlaban-, y demasiado trabajo.

De modo que cuando su hija se mostró de acuerdo en levantarse a las seis de la mañana para acompañarle, pensó que estaba sufriendo alucinaciones. Y después experimentó una oleada de alegría. Sí, él esperaba que mudarse a Avalon le permitiera estar más cerca de sus hijos. Quizá aquél fuera el primer paso. Max había pasado la noche en casa de un amigo y no volvería hasta el día siguiente por la tarde, de modo que Miley y él tendrían oportunidad de hablar.

El amanecer apenas era una línea de luz en el horizonte cuando salieron a colocar los equipos en la furgoneta.

Miley: Tengo hambre -dijo cuando apenas llevaban un minuto en la carretera-.

Greg: Pero antes has dicho que no querías desayunar -protestó todavía lleno después de haberse tomado un cuenco de copos de avena-.

Miley: Ahora tengo hambre.

Greg se recordó a sí mismo que debía ser paciente.

Greg: ¿Qué te parece si paramos en la panadería y compramos algo?

Miley sonrió.

Miley: Perfecto.

A esa hora de la mañana, la panadería estaba llena de gente. Greg vio a un grupo de esquiadores y algunos de los vecinos más madrugadores leyendo el periódico. Y... no pudo menos que parpadear al ver a la mujer que tenía delante de él.

Greg: Ashley -saludó, y le recordó quién era-, soy Greg Cyrus.

Ashley le dirigió una sonrisa digna de Sofía Loren.

Ash: Sí, ya me acuerdo, ¿qué tal estás?

Greg intentaba no mirar con demasiada atención, pero le resultaba imposible. Aquella Ashley era muy diferente a la mujer que había conocido nada más mudarse al pueblo, una alcaldesa con aspecto de ejecutiva dominante. Aquella Ashley iba vestida con unos vaqueros de color azul claro, botas de esquí y un gorro de lana que le hacía aparentar los mismos años que su hija adolescente.

Ash: Te has levantado temprano.

Greg: Voy a llevar a mi hija a esquiar. Vamos a hacer esquí de fondo.

Ash: Suena divertido. ¿Cómo está Miley, por cierto?

Greg intentó leer entre líneas cuando le formuló aquella pregunta. Pero no tenía la menor idea de a qué se refería. A lo mejor sólo estaba intentando ser educada.

Greg: Está bastante bien. Estoy deseando poder pasar un día con ella. ¿Tú esquías?

Ash: Por supuesto. Practico el esquí alpino y el esquí de fondo. Los dos terriblemente mal.

Era bueno saberlo.

En el mostrador, Ashley le pidió un café a... Troy, recordó Greg, justo a tiempo de llamarle por su nombre antes de pedir dos chocolates y dos kolaches de queso dulce para llevar.

Era increíble, se regañó al ver que era incapaz de apartar los ojos de Ashley. Hacía sólo unos meses que había puesto fin a su matrimonio y ya estaba teniendo pensamientos impuros con otra mujer.

Pagó y al volverse para dirigirse hacia la puerta, estuvo a punto de tirarle a Ashley el chocolate encima.

Greg: Lo siento -le dijo mientras sujetaba la bandeja-. No sabía que estabas aquí.

Ash: En realidad estaba esperándote.

Oh-oh.

Ashley sonrió como si le hubiera leído el pensamiento y le tendió una tarjeta.

Ash: No te asustes. Sólo me estaba preguntando si te gustaría tomar un café o algo así...

Sí, sí, sí.

A Greg se le secó la boca.

Greg: Eres muy amable, Ashley, de verdad, pero, probablemente no… -se interrumpió para tomar aire, intentando averiguar la mejor manera de explicarse-.

Pero Ashley no le dio oportunidad de hacerlo.

Ash: De acuerdo -contestó con una sonrisa-. Pero no quería dejar de preguntártelo.

Greg: Pero yo...

Ash: Hasta luego, Greg -se acercó a una mesa y se sentó junto a unos vecinos del pueblo-.

Greg: Soy idiota -musitó para sí-.

Guardó la tarjeta en la cartera y se dirigió hacia la puerta.

Miley: ¿Estabas hablando con Ashley Tisdale?

Greg: Eh, sí -dejó las tazas en el porta vasos y le tendió la bolsa con los dulces-.

Miley: ¿Y qué quería?

Greg: Sólo quería saludarme.

Miley: Qué mentiroso.

Greg: No soy... -sí, lo era. Y además, mentir se le daba fatal-. Quería que quedáramos un día. ¿Satisfecha?

Miley: Oh -exclamó-, qué mujer más atrevida.

Greg puso el coche en marcha.

Greg: Eso mismo pienso yo -otra mentira. Pero no iba a reconocer delante de su hija que le gustaba la alcaldesa-. En cualquier caso, he dicho que no.

Miley dio un mordisco a su pastel.

Miley: ¿Y se ha enfadado?

Greg: No, la verdad es que ha sido muy amable.

Miley: Es una mujer muy amable, sí. Supongo que ha sido así como ha llegado a ser alcaldesa.

Greg: En ese caso, crees que es amable, pero que no debería salir con ella.

Miley: Sinceramente, papá, eso tienes que decidirlo tú. Pero creo que sería muy raro. Sí, me resultaría muy extraño.

Greg: Le he dicho que no y fin de la historia.

Pero, por supuesto, aquél no era el fin. Más bien parecía el principio.

El aparcamiento del club de campo de Avalon estaba prácticamente vacío, aunque acababan de retirar la nieve. El club tenía un acuerdo con el Ayuntamiento, de manera que, durante los meses de invierno, el campo de golf podía utilizarse para practicar esquí de fondo. Greg aparcó y salió para sacar de la parte de atrás de la camioneta los esquís, los bastones y las mochilas en las que llevaban agua, frutos secos y la cámara fotográfica de Miley. Greg miró hacia la nieve, hacia aquellas lomas de suave pendiente del campo de golf, y se sintió invadido por una oleada de nostalgia. Era una sensación tan afilada y dulce a la vez como el aire del invierno. Aquél era un lugar en el que el tiempo parecía haberse detenido, en el que el paso del tiempo no había dejado ninguna marca. Continuaba exactamente igual que cuando era un niño: el edificio de estilo colonial, los jardines perfectamente cuidados, los estanques con las totoras, las pendientes más acusadas y las banderas siempre verdes que señalaban los agujeros.

Por unos instantes, fue capaz de volver a sentirse como un niño, de experimentar un maravillado asombro y una inmensa tranquilidad frente al mundo. Por unos instantes, dejó de ser un hombre de treinta y ocho años, un hombre confundido, intentando empezar de nuevo y haciendo malabares para poder atender a su familia, el trabajo y la vida en un nuevo entorno.

Greg: Vamos por aquí -le dijo a Miley-.

Comenzaron a deslizarse a lo largo de un camino marcado con anterioridad por los cuidadores del campo.

Se sentía bien estando allí con Miley. El único sonido era el del rítmico susurro de los esquís sobre la nieve y el de la cadencia de sus respiraciones. Mientras esquiaba, Greg se olvidaba de sí mismo, ni siquiera podía pensar. Al cabo de unos segundos, ambos estaban empapados en sudor por el ejercicio.

Miley: Tengo ganas de hacer unas fotografías. ¿Te importa que hagamos un descanso?

Greg: En absoluto.

Miley había elegido un lugar en el que había un grupo de tres árboles sobre un arroyo que desembocaba en un estanque helado. Sobre el arroyo se arqueaba una pasarela. Seguramente, cuando hiciera buen tiempo, aquel lugar estaría lleno de golfistas. En aquel momento, la única presencia era la de los carboneros y los conejos.

Greg: ¿Qué tal estás?

Miley se reclinó contra la barandilla del puente.

Miley: Estoy bien.

Tenía las mejillas sonrojadas, pero había una sombra de preocupación en su mirada.

Greg: ¿Estás segura? -le tendió una botella de agua que sacó de la mochila-.

Miley le quitó el tapón y bebió.

Miley: Sí, claro.

El antiguo Greg, que apenas pasaba tiempo con sus hijos, habría aceptado aquella respuesta. Pero una de las cosas que había cambiado desde que se había divorciado de su esposa era que Greg había llegado a convertirse en un amigo para sus hijos. Toda una novedad. De modo que sabía que un «sí, claro»; no quería decir necesariamente que su hija estuviera bien. De hecho, a juzgar por su mirada, parecía estar diciéndole que siguiera indagando, que no tardaría en confesar lo que realmente le pasaba si era capaz de formular las preguntas adecuadas.

Greg: ¿Cómo van las cosas en el instituto?

Miley sonrió como si acabara de formular una pregunta irónica. Y a lo mejor lo había hecho. En el pasado, le había preguntado eso mismo muchas veces y había aceptado siempre un «bien» por respuesta. Hasta que había llegado un día a casa y había anunciado que había suspendido tres asignaturas.

Greg: Muy bien, dejemos eso de momento. ¿Cómo va el trabajo? ¿Te gusta trabajar en la panadería?

Miley: Sí, me gusta. He hecho dos amigos, Troy y Sarah, además, me gusta trabajar para una prima a la que no conocía. ¿Lo ves? Todo va estupendamente.

Otra de las cosas que había aprendido Greg tras el cambio que había experimentado su vida era el poder del silencio. A veces, si uno era capaz de mantener la boca cerrada y esperaba, podía averiguar muchas cosas. La verdad era que le sorprendía que otros adultos no lo supieran. Eran muchos los padres que intentaban llenar los silencios con palabras y palabras. Sus hijos le habían enseñado que, a veces, lo más importante podía llegar en medio de un largo silencio, después de llevar una o dos horas intentando pescar un pez, por ejemplo. O contemplando un paisaje nevado.

Necesitó obligarse, pero consiguió esperar. Se sacudió la nieve de uno de los esquís, sacó del bolsillo una barra de protector labial y se la aplicó en los labios. Entrecerró los ojos para protegerse del sol. Aquel cielo tenía un azul característico, un color intenso que contrastaba con el blanco de la nieve y el color de la corteza de los abedules. A partir de entonces, le resultó más fácil permanecer callado.

Era, decidió, un momento perfecto. Estaba en medio de un paisaje maravilloso, con una hija a la que adoraba y que había pasado una época terrible durante su divorcio. Y por fin, tras tantos meses difíciles, las cosas parecían estar enderezándose para Miley.

Miley bajó la cámara que su padre le había regalado por su cumpleaños.

Siempre había tenido una mirada original y creativa para la fotografía. Desde que tenía aquella cámara, su talento había comenzado a brillar. Las imágenes que capturaba nunca dejaban de sorprenderle.

Greg la miró con admiración. Trabajaba con seguridad y con una intuición natural para encontrar el mejor ángulo para cada fotografía. Su afición a la fotografía había comenzado... sí, al pensar en ello se dio cuenta de que su pasión por la fotografía había coincidido con la decisión de Sophie y él de divorciarse.

Cuando le había regalado la cámara, estaba obsesionada por fotografiar a Sophie, a Max y a él, preferiblemente juntos. Imaginaba que era porque las fotografías conseguían inmortalizar un momento en el tiempo; era como si quisiera retener la imagen de su familia antes de que la vida se empeñara en separarla. Después, desde que había comenzado a asistir a clase de fotografía en la escuela, había diversificado las temáticas y fotografiaba elementos arquitectónicos, paisajes, o cualquier color o forma que le llamara la atención. De alguna manera, le recordaba a sí mismo cuando tenía su edad y había descubierto la pasión por el diseño. Pero con el tiempo, su éxito había sido al mismo tiempo su fracaso. Crear su propia firma devoraba todo su tiempo, le dejaba muy poco espacio para atender a su familia, para cuidar su matrimonio. Al final, había perdido a su mujer y estaba intentando recuperar a sus hijos, estaba intentando reorganizar su vida. Le habría gustado poder decirle a Miley que equilibrara la pasión por el arte con otros elementos, para no dejar de lado y descuidar las cosas que realmente importaban. Pero sabía que no podía decirle nada, del mismo modo que sus padres tampoco habían podido decirle nada a él cuando era un niño.

Miley: Sigue mirando hacia allí -le dijo apuntándole con la cámara-. Muy bien, ahora, bebe un trago.

Greg hizo lo que le pedía, bebió un trago de agua, se apoyó contra la barandilla, agarró los esquís y sonrió.

Miley: No he dicho que sonrías -le dijo con el ceño fruncido-.

Greg: No he podido evitarlo. Te tomas muy en serio tu trabajo.

Miley: ¿Y eso te parece gracioso?

Greg: No, me gusta verte trabajar así. Ahora, pon el automático y ven aquí a hacerte una fotografía conmigo.

Miley: Papá.

Greg: Vamos, Miley. Casi no tengo fotografías contigo.

No era cierto. Por supuesto, Sophie y él tenían muchísimas fotografías con sus hijos. Y para él, uno de los momentos más desoladores del divorcio había sido el de mirar los álbumes de fotografías y marcar aquéllas de las que querían un duplicado. Cuando estaban revisando el primer álbum, Greg se había detenido en una fotografía en la que aparecía una sonriente Sophie sosteniendo a Miley en brazos como si fuera un trofeo. Era una imagen tan bella que le había deslumbrado hasta dolerle, como cuando se miraba durante mucho tiempo al sol. En ese momento, había cerrado bruscamente el álbum y le había dicho:

Greg: Pediré una copia del álbum entero.

Sophie no había protestado, seguramente porque le estaba resultando tan duro como a él revivir página tras página y álbum tras álbum todos los momentos que habían compartido. Porque aquéllas eran las fotografías que contenían los álbumes. Los momentos Kodak. Cuando aparecía la cámara, todo el mundo sonreía y parecía feliz. Nadie fotografiaba las discusiones, o a las parejas dándose la espalda en la cama después de un largo día, o a los adolescentes que llegaban un buen día a casa y anunciaban que querían dejar de estudiar.

Cuando Miley colocó la cámara en el trípode replegable, apretó el disparador y se colocó a su lado para hacerse la fotografía, Greg no podía decir si aquél era o no un momento Kodak. Miley se limitó a reclinarse contra su brazo mientras los dos miraban con firmeza a la cámara.

Se hicieron algunas fotografías más y después Greg tomo la cámara para fotografiar a Miley.

Como era de prever, su hija protestó.

Miley: Eh, no necesito más fotografías mías.

Greg: Yo sí -disparó varias veces. Una de las cosas buenas de las cámaras digitales era que uno no tenía que preocuparse por malgastar fotografías-. Sígueme la corriente, ¿de acuerdo? Me gusta hacerle fotografías a mi hija.

Miley: Claro, como tú digas -respondió, y sonrió a la cámara-.

Sin embargo, al cabo de varios disparos, algo cambio. Un ángulo de la luz, o del viento, las sombras en la nieve...

Greg tardó varios segundos en darse cuenta de que, en realidad, el cambio se había producido en su hija. Había sido un cambio sutil, pero inconfundible, algo que había visto antes ese mismo día...

Una sombra de preocupación en la mirada, un gesto de sus labios que, sospechaba, podía ser el preludio de las lágrimas.

Greg: ¿Miley? -bajó la cámara-.

Algo se derritió dentro de Miley. De pronto, se sintió como si los huesos ya no pudieran sostenerle en pie.

Miley: ¿Papá? -musitó con voz suplicante-.

Greg: ¿Qué te pasa?

A su mente asomaron todo tipo de posibilidades. Miley había tenido una adolescencia difícil. Había admitido que bebía y fumaba tabaco y porros. Faltaba a clase, hacía mal los exámenes intencionadamente y había ido bajando en las notas hasta que al final habían tenido que sacarla del colegio. Sin embargo, jamás le había mirado como lo estaba haciendo en este momento.

Greg: ¿Qué te pasa, cariño?

Miley: Supongo que no hay otra forma de dar esta noticia, así que me limitaré a decírtelo -tomó aire, miró hacia el cielo y volvió a mirarle a él. Soltó una bocanada de aire, formando una nube de vaho a su alrededor antes de anunciar-: Estoy embarazada.

Greg ni siquiera fue capaz de asimilar aquellas palabras. Fue como si las hubiera pronunciado en un lenguaje que no comprendía. Podía ver la boca de Miley moviéndose, formando las sílabas, podía oír su voz, pero nada de lo que decía tenía sentido. Sus palabras parecieron quedar flotando en el aire, como si no tuvieran significado alguno. Después, ocurrió algo, otro cambio en el viento, quizá, y sintió el impacto de aquellas palabras con la fuerza de una bala.

«Estoy embarazada».

El aire pareció abandonar sus pulmones. Miley estaba embarazada. Su hija, su hija estaba delante de él, diciéndole que estaba embarazada.

No era capaz de pensar en nada que no fuera maldecir su situación una y otra vez.

Vio la huella que habían dejado los esquís sobre la nieve. Una línea divisoria. Diez segundos antes estaba luchando por ser un buen padre. De pronto, que el cielo le ayudara, estaba a punto de convertirse en un abuelo de treinta y ocho años.

Todas las preguntas habituales se agolpaban en su mente: «¿Estás segura?, ¿cómo ha podido pasarte algo así? ¿Cómo has podido ser tan descuidada?», pero mientras se amontonaban aquellas preguntas en su cabeza, se daba cuenta de que lo que se escondía tras ellas eran simples recriminaciones.

Además, conocía de antemano las respuestas.

Sobre el cómo, la daba la biología. ¿Estaba segura? Evidentemente, sólo estando absolutamente segura habría sido capaz de decírselo a su padre.

Y sobre su falta de cuidado, podía alegar que tenía diecisiete años. Y a los diecisiete años, los adolescentes hacían todo tipo de locuras. También las había hecho él. Más incluso que la propia Miley. Y al igual que ella, se había visto atrapado en su propia locura. Sophie y él eran monitores del campamento Kioga, acababan de terminar el primer año de universidad y no era un secreto para nadie que habían tenido que casarse a la fuerza. Cualquiera que supiera el día del cumpleaños de Miley e hiciera cuentas podía averiguarlo. Y de pronto, Miley estaba en la misma situación. Maldita fuera.

Miley: Papá -musitó con un ronco susurro-, di algo.

Greg: Todavía estoy lamentando lo que te ha pasado -admitió-. De momento no soy capaz de pensar en nada más -clavó uno de los bastones en el suelo-. Maldita sea, Miley, ¿cómo has podido...? -se obligó a interrumpirse-.

Sabía exactamente cómo había podido hacer una cosa así; de hecho, era así como se generaba la vida desde el principio de los tiempos. Tenía que ser sincero, se dijo. Decirle lo mucho que aquello le fastidiaba. Pero no, eso no. Miley ya era consciente de eso.

Miley: El lunes iré al médico.

Greg: ¿Todavía no has ido?

Miley: No. Pero me he hecho cuatro pruebas de embarazo en casa. Esperaba que alguna me dijera lo contrario, pero... -se encogió de  hombros-. Después, estaba tan asustada que no dije nada.

Greg: ¿A nadie?

Miley: No. Aunque no estoy segura, pero creo que Ashley Tisdale se lo imagina.

Dios, tenía que ser Ashley. Sintió una oleada de enfado al saber que una desconocida estaba al tanto de un secreto que él ignoraba. «¿Cómo está Miley»?, le había preguntado aquella mañana. Cuando en realidad, lo que quería saber era cómo llevaba el embarazo su pobre hija adolescente.

Miley: No se lo dije. No dije una sola palabra, de hecho. No podía mentir. Nunca se me ha dado muy bien mentir.

Eso era condenadamente cierto. Una de las razones por las que Miley se había metido en tantos problemas era por su inclinación a decir las cosas claras.

Greg: ¿Has hablado con tu madre de esto?

Miley: No.

Aquello sí que fue una sorpresa. Se lo había dicho a él, pero no a Sophie.

Greg: Tendrás que decírselo.

Miley: Lo sé.

Greg: Ah, ¿y el chico? -sintió una rabia asesina. Si le hubiera tenido delante en aquel momento, le habría matado lentamente, sin ningún reparo-. Tienes que decirme quién es el chico.

Miley: Logan O'Donnell.

O'Donnell, O'Donnell, O'Donnell. Oh, Dios.

Greg: El hijo de Al O'Donnell -aventuró-.

Miley asintió en silencio.

Genial. El padre pertenecía a una de las familias más ricas de Nueva York. Los O'Donnell eran gente rica, poderosa y extremadamente católica.

Una vez más, Greg tuvo que obligarse a no decir nada. Antes tenía que averiguar qué sentía su hija por aquel chico. Por el pequeño cretino que la había dejado embarazada.

Miley comenzó a hablar. Su voz parecía resonar en medio del silencio. Le habló de las fiestas que organizaban sus amigos y ella en los apartamentos de Manhattan y en las casas que sus familias tenían en Long Island. Greg estaba asqueado, no porque le sorprendiera, sino porque todo le sonaba dolorosamente familiar. Sus amigos y él solían hacer lo mismo y, por lo que él sabía, podía haber dejado embarazada a cualquier chica sin saberlo.

Era innegable que el divorcio de unos padres podía ser muy duro para un adolescente. Y la reacción de Miley había sido la clásica: una rebelión completa que incluía consumo de drogas y sexo. La fecha exacta de la concepción, confesó, parecía coincidir con el fin de semana que Sophie se había marchado a Europa.

Aquel fin de semana, Miley se había acercado a él con expresión de tristeza.

Miley: ¿Puedo ir a pasar el fin de semana a Sag Harbor? Me ha invitado Bonnie Mackenzie.

Greg: ¿Estarán sus padres?

Miley: Por supuesto. Puedes llamarles si quieres.

Greg: No hace falta, confío en ti.

Y, que el cielo le ayudara, había confiado en ella. Había confiado en que iba realmente donde le había dicho. Probablemente había imaginado que su amiga y ella encontrarían algún momento para beber alcohol y hacer alguna locura. Era lo que hacían los adolescentes cuando estaban en el instituto. Decírselo no iba a impedir que lo hiciera.

Miley le observaba con atención. Parecía estar leyendo en su rostro como si fuera un libro abierto.

Miley: No te culpes, papá. Y tampoco culpes a mamá ni a Logan. La culpa fue mía. Fui yo la que tomó una decisión estúpida.

Greg: ¿Y qué piensas hacer con Logan?

Greg sabía lo que quería hacer con él, pero era ilegal y, probablemente, tampoco le serviría de ayuda a Miley.

Miley: No voy a decirle nada hasta que no haya decidido lo que quiero hacer. Si decido no tenerlo, entonces no hay ningún motivo para decírselo -clavó la punta de la bota en la nieve-. ¿Te parece horrible que pueda querer abortar?

Greg la miró con atención y recordó a su niña cuando era pequeña, recordó lo orgullosa que estaba cuando se le había caído el primer diente, la recordó sentada en su regazo pidiéndole que le leyera un cuento, o vestida para uno de los bailes del colegio. Pero aquella niña había desaparecido. Había desaparecido para siempre. En su lugar, había aparecido una desconocida... Por un momento, sólo por un momento, la imagen de Miley le produjo una punzada de desagrado... y fue una sensación tan fuerte que le asustó.

No, pensó. No. No iba a permitir que aquello le hiciera flaquear.

Miley: ¿Papá? -alzó la mirada hacia él-. Todavía no has contestado mi pregunta.

Greg: Hay algo que he olvidado decir. Te quiero, y eso nunca cambiará.

Miley se estremeció.

Miley: Lo sé, papá. Gracias por decírmelo... Pero sigues sin contestar -le recordó-.

No lo sabía, sinceramente, no lo sabía.

Greg: Miley, yo ya no puedo tomar decisiones por ti.

Miró la cámara que Miley sostenía con extrema delicadeza entre sus manos. Más tarde, reflexionó, cuando mirara aquellas fotografías, comprendería que marcaban un antes y un después en su relación.




Miley, qué problemón... 😕

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Ya me lo imaginaba.
Estaba esperando el momento que Miley lo diga.
Me gustó el capitulo.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Que capitulo tan intenso
Miley piensa abortar?!?!?
Ya quiero saber mas



Saludos

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