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lunes, 24 de julio de 2017

Capítulo 27


Zac se levantó temprano y fue al río a correr con los perros. Había un gimnasio que compartían los bomberos con la policía del departamento, pero él prefería el ejercicio al aire libre y correr hasta que los pulmones parecían a punto de estallarle por el frío. Después, se duchó y se vistió para enfrentarse a un nuevo día, ordenó la casa y dio de comer a los animales.

Tener allí a Vanessa, aunque hubiera sido durante un corto período de tiempo, le había hecho enfrentarse a una verdad que había estado evitando durante muchos años. Tenía una vida solitaria y emocionalmente estéril y añoraba algo más. Era algo que no había querido admitir, pero a lo que no podía escapar. Antes de haber vivido con Vanessa, intentaba convencerse a sí mismo, diciéndose que le bastaba con la compañía de sus mascotas y sus aventuras de una sola noche, pero ya no podía seguir fingiendo. Quería cosas que probablemente no se merecía y no sabía qué hacer al respecto.

Había pasado mucho tiempo, todo el tiempo que llevaba trabajando como policía, de hecho, estudiando los aspectos más básicos de la humanidad. Trabajar como policía le había permitido contemplar las vidas de mucha gente, pero su trabajo le obligaba a acercarse a menudo a lo peor del ser humano. En un pueblo tan pequeño como Avalon, un jefe de policía no se pasaba la vida encerrado en un despacho y dando órdenes.

Con más frecuencia de la que le habría gustado, se veía a sí mismo en medio del campo de batalla, donde, inevitablemente, tenía que luchar contra los aspectos más sórdidos de la vida. En Avalon había corrupción y violencia, no con la misma intensidad que en una gran ciudad, pero ambos elementos estaban allí. Aunque se tratara de una población pequeña, continuaba siendo un lugar en el que muchos hombres bebían y golpeaban a sus mujeres y a sus hijos, en el que algunos jóvenes se drogaban con cristal y metanfetaminas en los sótanos de las casas de sus abuelas, en el que las adolescentes robaban en las tiendas y los muchachos del equipo de fútbol se desafiaban a colgarse desde el puente y hacer pintadas en la torre de agua. Había suficientes problemas como para mantenerle ocupado, pero todos aquellos problemas, todas las situaciones a las que se enfrentaba en el trabajo tendían a dejarle con una sensación de hastío. Le hacían preguntarse por qué la gente se molestaba en entregar su corazón a otros cuando la mayor parte de las veces terminaban rompiéndoselo.

Pero desde que Vanessa había vuelto, lo comprendía. Tal como le había prometido, Vanessa le llamaba cada día. Y tal como Zac había anticipado, no era suficiente. No sabía si le llamaba para cumplir con su deber o para evitar que se presentara allí todos los días para asegurarse de que estaba bien, como le había dicho que estaba dispuesto a hacer.

Zac revisó los mensajes que le habían dejado sobre la mesa. Las cosas iban despacio aquel día por culpa de la nieve. El departamento tenía que arreglárselas con menos policías de lo habitual. Uno de los ayudantes de su padre había llamado para invitarle a la cena anual de los senadores, un eufemismo que traducido significaba que tendría que pagar quinientos dólares por una cena. Tenía también un mensaje de su madre que, obedientemente, reiteraba la invitación. Zac veía a sus padres en muy escasas ocasiones. Las heridas de la infancia rara vez sanaban por completo. Arrugó ambos mensajes y los tiró. Tenía también dos mensajes de dos chicas, Mindy y Sierra, con las dos había estado saliendo una temporada.

No, saliendo no. A todas las mujeres con las que había estado las había conocido en un bar, había estado con ellas durante un fin de semana y después las había acompañado al tren. Técnicamente, quizá pudieran llamarse citas; él no recordaba haber dado a ninguna de aquellas mujeres su número de teléfono, pero las más insistentes siempre conseguían seguirle el rastro. Tiró también aquellos dos mensajes. No necesitaba segundas citas.

Y, eso era lo más patético, desde que Vanessa había estado en su casa, ni siquiera necesitaba primeras citas. Últimamente vivía célibe como un monje, en un doloroso estado de expectación. Pero no tan doloroso como el sexo sin sentido. Tiempo atrás solía decirse que le satisfacía, pero sabía que ya era inútil fingir.

Tenía que pedirle una cita, se decía a sí mismo.

Pero ya lo había intentado y Vanessa le había dicho que no.

Quizá tuviera que pedírselo otra vez. Era condenadamente humillante y no sabía si estaba dispuesto a enfrentarse a un segundo rechazo.

No había contestado a su propia pregunta cuando ya estaba descolgando el teléfono. Vanessa contestó al tercer timbrazo.

Ness: ¿Diga? -preguntó de buen humor-.

Zac: Soy yo.

Volvió la espalda para que los funcionarios que estaban fuera del despacho no pudieran verle a través del cristal. Le gustaba pensar que ponía cara de póquer, pero andando Vanessa de por medio, nunca podía estar seguro. Contuvo la respiración preguntándose si sería presuntuoso imaginar que Vanessa sabía quién era «yo».

Ness: Ah, hola, Zac.

Muy bien. No era presuntuoso. Pero Vanessa cambió de tono. La alegría inicial se transformó en cierto recelo.

Zac: Siento haberte decepcionado.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Estaba esperando una llamada del señor Greer, mi agente. Dios mío, ¿no te parece increíble que tenga un agente literario? O que vaya a tenerlo si de verdad consigo acabar el libro.

Zac: No me parece en absoluto increíble.

Ness: ¿Eso lo dices de verdad?

Zac: No sé por qué te parece tan extraordinario. Vas a escribir un libro, un gran libro que se convertirá en un éxito de ventas. Ya me lo dijiste cuando tenías, ¿cuántos? ¿Diez años?

Ness: ¿Y todavía te lo crees? -suavizó la voz-. Oh, Zac...

Aquel «oh, Zac», tuvo en él un efecto físico que le incapacitó para presentarse en público. Se sentó detrás de su escritorio y giró la silla hacia la pared.

Zac: Escucha, me estaba preguntando...

Maldita fuera, ¿por qué le resultaría tan difícil? Sólo quería preguntarle si quería cenar con él.

Ness: ¿Qué te estabas preguntando?

Zac: Eh, ¿va todo bien por ahí?

Ness: Sí, claro, perfectamente. No puedo imaginarme un día mejor para trabajar en mi proyecto.

A Zac le dio un vuelco el corazón al tiempo que se le caía a los pies. Vanessa parecía sinceramente feliz estando lejos de él. A lo mejor había sido una tortura para ella vivir en su casa.

Zac: Hoy ha caído una gran nevada. Quería saber si tienes todo lo que necesitas.

Ness: Aquí nieva todos los días. Eso es lo mejor de este lugar -suspiró en el teléfono y dijo con cierta nostalgia-: Estoy sola y puedo dedicar mucho tiempo a recordar el pasado.

¿A acordarte de nosotros?, quiso preguntarle Zac, pero no lo hizo.

Llamaron a la puerta y Zac se giró en la silla. Ashley Tisdale entró en el despacho sin esperar invitación. Zac vio su rostro, tenso y con expresión de pánico y le dijo a Vanessa:

Zac: Tengo que colgar. Te llamaré más tarde.

«Gracias, Ashley», pensó. Había conseguido colgar el teléfono antes de hacer el ridículo más espantoso.

Ashley le dirigió una mirada fugaz.

Ash: ¿Era Vanessa? -preguntó, mirando hacia el teléfono-.

Maldita fuera, ¿tanto se notaba?

Zac: ¿Qué ha pasado? -le preguntó ignorando su pregunta-.

Ash: Ya sé adonde iba el dinero. Lo robaba Matthew Alger.

Zac tardó unos segundos en comprender lo que le estaba diciendo.

Zac: El dinero del Ayuntamiento.

Ashley asintió y le mostró una hoja impresa.

Ash: Lo ha hecho de una forma muy inteligente, hacía transferencias de los fondos especiales y reservados a los fondos generales, y desde allí sacaba el dinero. Ah, también se ha quedado con dinero de multas de tráfico y después ponía en los informes que se habían sustituido por servicios a la comunidad, cuando él ni siquiera está autorizado a proponer esos cambios -estaba indignada-. El muy sinvergüenza...

Estoy deseando...

Zac: No le digas nada a Alger todavía...

Ash: Demasiado tarde -se apartó, entró Matthew Alger y ella le fulminó con la mirada-. Zac acaba de decirme que no debería haberte dicho nada -le espetó-. Estoy segura de que tiene razón, pero la verdad es que no tengo mucha experiencia en tratar con administradores que roban. Tú eres el primero.

Mathew: No sé de qué demonios estás hablando.

Todo un clásico, pensó Zac. Aquélla era una frase que oía cada día en su trabajo y, normalmente, era mentira. Alger estaba mintiendo. Lo veía en su forma de mover los ojos, en la postura de sus manos.

Ash: Entonces, ¿vas a detenerle?

Que el cielo le librara de los ciudadanos que se proponían ayudarle a hacer su trabajo, pensó Zac.

Zac: Pediremos un auditor del Estado -dijo mientras garabateaba una nota-. Ahora mismo.

Ashley agarró el papel.

Ash: ¿Pero qué...?

En ese momento sonó el interfono. Zac estiró el cuello para mirar hacia recepción.

Zac: ¿Sí?

**: Hay tres chicos que quieren verte, jefe -le comunicó su ayudante-.

Zac alzó la mirada hacia Alger.

Zac: De momento, hemos terminado -miró de nuevo hacia el intercomunicador-. Diles que entren.

Para Zac era normal recibir visitas de adolescentes. Gracias a su grupo de jóvenes, eran muchos los chicos de Avalon que lo veían como un hombre accesible y dispuesto a ayudarlos a resolver sus problemas.

Se levantó y abrió la puerta. Para su sorpresa, entraron Troy, Sarah y Miley. Iban vestidos con ropa de montaña, llevaban raquetas de nieve y mochilas y tenían las mejillas sonrojadas por el frío. Evidentemente, también a Alger le sorprendió la visita. Fulminó a Troy con la mirada.

Matthew: ¿En qué lío te has metido?

Zac sabía que Ashley se estaba mordiendo la lengua. Y también que no sería capaz de acusar a Matthew delante de su hijo, por el bien de Troy.

Troy: No, señor -respondió consiguiendo que aquel «señor» sonara casi como un insulto-.

Se hizo un tenso silencio Al final, Matthew Alger se dirigió hacia la puerta.

Matthew: Estaré en mi despacho.

Sarah: Adiós, señor Alger -dijo en tono educado-.

Le dio un codazo a Troy y éste dijo:

Troy: Hasta luego, papá.

Los tres adolescentes le observaron marcharse. Zac estudió en silencio a los recién llegados, una costumbre adquirida en su trabajo. Le bastaba mirar a un adolescente para saber si había tenido una pelea, si había sido víctima de un atraco o si estaba en estado de shock. Zac incluso sabía, sin necesidad de utilizar ningún detector extraño, cuando un chico estaba mintiendo. En aquel momento, el único mensaje que recibía de aquellos tres era inquietud y, probablemente, miedo. Miley, a la que apenas conocía, estaba especialmente pálida y nerviosa. Llevaba una cámara al cuello que sostenía entre las manos de manera casi inconsciente.

Zac: Ya veo que habéis ido de excursión -les dijo, esperando animarles a hablar-.

Sarah: Sí -dijo dando un paso adelante-.

Zac: Pero no parecéis muy contentos. Yo pensaba que a todos los chicos de vuestra edad les gustaban los días de nieve.

Miley: Hemos ido a hacer una excursión con raquetas.

Troy: Hemos estado en las cascadas Meerskill.

Sarah: Teníamos permiso -le aclaró-. Están dentro de la propiedad del campamento Kioga y al padre de Miley le parecía bien.

El camino hacia las cascadas no estaba muy bien marcado, pero habiendo ido tres, seguramente no habían corrido ningún peligro.

Miley: Queríamos ver las cuevas de hielo -le temblaba la voz mientras giraba la cámara digital y se la mostraba-. Hemos encontrado una. En realidad, la ha encontrado Sarah. Hemos hecho algunas fotos.

Era extraño que aquellos chicos no hablaran a la vez. Normalmente no eran capaces de contenerse. Zac miró la fotografía diminuta con expresión escéptica. La gente llevaba todo tipo de cosas a la comisaría, objetos que confundían, con toda su inocente ignorancia, con otras cosas. Un pedazo de cornamenta de un animal podía confundirse con un hueso humano. El rastro de pelo dejado por un mamífero en la corteza de un árbol con un mechón de pelo de un niño perdido. Los tesoros enterrados demostraban ser de oro falso. En un 99% de los casos, todos aquellos descubrimientos tenían una explicación completamente lógica, no relacionada con ninguna clase de delito.

Pero aquella vez no, pensó. Aquella vez, no era posible confundir lo que estaba viendo.

Zac: ¿Esa fotografía es de hoy?

Los tres niños asintieron al unísono.

Zac: ¿Habéis tocado algo?

Sarah sacudió la cabeza.

Sarah: Creo que no.

Zac: Voy a tener que quedarme con la tarjeta de la cámara. ¿Te parece bien, Miley?

Miley: Claro.

Se descolgó la cámara y lo miró con expresión asustada.

Zac: Habéis hecho bien, chicos -les dijo, y llamó por el intercomunicador a su ayudante-.




Wow! Deben de haber encontrado algo gordo 😮

¡Gracias por leer!


1 comentarios:

Lu dijo...

Aaay que intriga me da! Ya quiero saber que han encontrado.
Y Zac esta muy enamorado de Ness, que lindo.
Me encanto el capi.


Sube pronto

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