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lunes, 10 de julio de 2017

Capítulo 22


Vanessa se sentía como una impostora mientras caminaba por la estación de metro de Rockefeller Center. Intentaba unirse a aquella marea de ejecutivos que caminaban a toda velocidad por los pasillos, dirigiéndose a sus citas laborales, pero se sentía como una farsanta. Era una extraña en aquel lugar. Por supuesto, no era la primera vez que estaba en Nueva York, pero siempre había ido en calidad de turista. Sus abuelos le habían llevado a museos, a ver alguna función de ballet y, en dos ocasiones que atesoraba como unos de sus recuerdos más hermosos, había estado en Broadway. La primera vez habían visto el musical de la Bella y la bestia, que había hecho llorar de emoción a su abuela mientras que su abuelo apenas había sido capaz de permanecer despierto. En otra ocasión, habían visto un musical titulado Da, sobre una familia irlandesa. Era un musical terriblemente triste, pero precioso.

En otras ocasiones habían visitado la Frick Collection, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y Wall Street. Pero, con mucho, la visita más memorable había sido la que habían hecho a la isla de Ellis. Había algo especial en aquel lugar en el que tantos millones de personas habían respirado por primera vez el aire de los Estados Unidos de América. Sus abuelos apenas hablaban mientras contemplaban las fotografías que abarrotaban las salas, los dormitorios y la azotea en la que jugaban los niños. Habían pasado largo rato mirando los objetos que se exhibían en los expositores: una vieja cartera de cuero, el zapato de un niño, un billete, un certificado de inmigración. Con un sentimiento de quedo asombro, habían descubierto sus nombres entre los muchos grabados en bronce del perímetro del parque. Habían recorrido sus nombres con las yemas de los dedos y Vanessa jamás olvidaría cómo se habían abrazado de pie ante la placa, con el viento azotando su pelo y la Estatua de la Libertad de fondo. Era tal la mezcla de tristeza, arrepentimiento y gratitud que reflejaban sus rostros que, por un instante, Vanessa había sido capaz de verlos años y años atrás, cuando eran unos adolescentes recién llegados a una tierra extraña, perfectamente conscientes de que no volverían a ver a su familia nunca más.

Aquel año habían visitado también un museo medieval situado en el otro extremo de Manhattan. Para llegar hasta allí, habían tenido que tomar un autobús; al pasar por Upper East Side, Vanessa había recordado que aquél era el barrio en el que vivía Zac Efron, Derek se lo había dicho en una ocasión. Había observado con asombro aquellos edificios de los dorados años veinte, los parques en los que las niñeras ataviadas con delantales de un blanco inmaculado empujaban los carritos de los bebés y las lujosas limusinas que transportaban a los vecinos del barrio.

Vanessa se recordaba pensando que aquél era el mundo de Zac. Se había sentido entonces como una completa extraña, y continuaba sintiendo lo mismo.

En la ciudad todo el mundo parecía tener algún objetivo: los vendedores de comida en las esquinas, los ejecutivos vestidos con trajes oscuros que hablaban por teléfono mientras caminaban a grandes zancadas por las calles... Hasta los fumadores que se reunían alrededor de un cenicero a las puertas de los edificios de oficinas parecían ocupados e importantes.

Quizá, con el tiempo, también ella se sintiera parte de aquel escenario, pero de momento lo único que hacía era moverse como una autómata por todas aquellas calles. Giró en la avenida cuarenta y siete, una calle rebosante de compradores, vendedores de diamantes y agentes de bolsa, muchos de ellos judíos jasídicos que vestían a la manera tradicional, con largas chaquetas de color negro, sombreros oscuros, barba y una especie de tirabuzones a ambos lados de la cabeza. En una esquina, advirtió un olor peculiar. Una mezcla entre el olor pestilente de los humos de los tubos de escape y el olor dulce de las castañas asadas. Vio a una mujer con una niña llamando a un taxi. La mujer corría y prácticamente iba arrastrando a su hija.

Al verlas, Vanessa tuvo la más extraordinaria sensación de déjá vu. Podía oír, tan claramente como si se lo estuvieran susurrando al oído, una orden de su madre:

Anne: Vamos, Vanessa, tienes que despertarte. Tenemos que tomar un avión.

Ness: No quiero ir en avión.

Anne: Muy bien, pues te dejaré en casa.

Por un instante, Vanessa se sintió como si se hubiera alejado de su propia vida. Aunque el recuerdo era confuso y podía confundirse con un sueño, tuvo la extraña sensación de haber estado antes allí.

En el siguiente bloque, observó los números de los edificios y encontró la dirección en la que tenía que encontrarse con Philip Hudgens y Martin Greer, un hombre al que Philip conocía desde que estaba en la universidad y que había llegado a convertirse en un importante agente editorial.

Mientras se quitaba el abrigo, el sombrero y los guantes en el guardarropa del restaurante, sintió el desagradable cosquilleo del pánico. Oh, no, pensó. No podía haber elegido un momento peor. Consideró la posibilidad de tomar una pastilla, pero la descartó inmediatamente. Durante la siguiente hora, se limitaría a ignorar los síntomas.

Se secó las manos sudorosas en la falda, sonrió y se acercó al encargado.

Ness: ¿Ha llegado ya el señor Hudgens?

**: Sí, acaba de llegar.

La maître le condujo a la mesa en la que Philip y Martin la estaban esperando.

Ambos hombres se levantaron para saludarla. Philip con un beso en la mejilla y Martin con un apretón de manos. Vanessa rezó para que no notara el sudor.

Ness: Gracias por recibirme -le dijo mientras se sentaba-.

Martin: Es un placer -contestó el editor-.

Tenía la voz de un locutor de radio. Vanessa miró alrededor del restaurante. Era espacioso y luminoso y tenía un patio cubierto lleno de plantas tropicales. Les habían dado una de las mejores mesas. Evidentemente, Martin y Philip eran personas importantes.

Martin: ¿Te está gustando Nueva York?

Ness: Es fascinante. Y el apartamento de Olivia es magnífico.

Hasta entonces, Nueva York le parecía una ciudad enorme e inaccesible, pero el apartamento de Olivia era un confortable oasis en el que su hermana había sabido combinar el buen gusto con el calor de su personalidad, dando como resultado un apartamento acogedor y luminoso.

Martin: He tenido el placer de leer algunas de tus columnas y de tus artículos -comentó centrándose de lleno en los negocios-.

Vanessa contuvo la respiración y sintió que Philip también lo hacía.

Martin: Y tengo que decir algo -continuó, inclinándose ligeramente hacia ella-, me gustan. Sí, me gusta el material que has presentado. Y no lo digo por miedo a que Philip me estrangule si digo lo contrario. Lo digo porque en tus escritos hay algo especial.

Ness: No sé qué decir. Me siento muy halagada.

Martin: Sólo acabo de empezar. Como te he dicho, me han encantado. Mientras leía, podía sentir la atmósfera de esa panadería como si estuviera allí. Has conseguido darme a conocer a tus abuelos. Podía oír sus voces e imaginármelos perfectamente. No voy a ponerme a cocinar ahora, pero me han gustado incluso las recetas. Escribes de una forma muy viva, auténtica y en absoluto pretenciosa.

Vanessa continuaba sintiendo el pánico. Podía sentir que el rostro le ardía. Seguramente, Martin lo atribuiría a la emoción.

Ness: Gracias -dijo casi sin respiración. Bebió un sorbo de agua-. Pero tengo la sensación de estar oyendo un «pero» detrás de tantas alabanzas.

Martin y Philip intercambiaron una mirada.

Martin: Tienes muy buen oído. Eres muy perspicaz.

Ness: ¿Entonces, cuál es el «pero»?

Llegó el camarero a tomar nota.

Vanessa apenas miró la carta y optó por una de las especialidades de la casa; contenía al menos tres ingredientes de los que jamás había oído hablar.

Martin: El problema es que nos has mostrado la panadería. Las recetas, las personas que en ellas trabajan, tus abuelos, los clientes. Todo está allí. Pero echo de menos un ingrediente.

Ness: ¿Qué es lo que echa de menos?

Martin: A ti.

Vanessa no se esperaba aquella respuesta.

Ness: No sé si entiendo lo que quieres decir.

Martin: Tienes que estar más presente. No limitarte a ser solo un narrador, sino convertirte también en un personaje. Por supuesto, son muchas las personas que disfrutarían con esas viñetas en las que entremezclas personajes y recetas. Pero para que este libro pueda convertirse en algo extraordinario, necesitamos verte a ti en él. Necesitamos ver las cosas que te definen, tus emociones y tus sueños, saber lo que la panadería representa para ti. Quiero que nos muestres tu corazón.

Ness: No me considero suficientemente interesante como para escribir sobre mí.

Martin: Entonces es que no has pensado suficientemente en ti -evidentemente, como editor, no se dejó conmover por el hecho de que aquella posibilidad pareciera disgustarle-. Nos has permitido asomarnos ligeramente a algunos de los acontecimientos más importantes de tu vida. Nos has hablado, por ejemplo, de la tarta de chocolate amargo que preparaba tu abuela el día del cumpleaños de tu madre. Es imposible que el lector no quiera saber algo más. O sobre la tarta que hizo tu panadería cuando los padres de Philip celebraron sus bodas de oro. Creo que ahí hay toda una historia. Alguien encarga una tarta y eso te lleva a descubrir al padre que desconocías. Eso es lo que la gente quiere leer.

Vanessa lo entendió en aquel momento. Miró a Philip y supo que también él lo había comprendido.

Ness: Quieres que escriba sobre mi madre.

Martin unió los dedos de las manos sobre su boca.

Martin: Sí, quiero saber lo que sentiste cuando desapareció de tu lado. O cuando apareció tu padre en tu vida el verano pasado. Y hay también otro dato que me intriga ¿quién es Derek?

Ness: Así que has leído los archivos -no era una pregunta-.

Martin: Claro. Me estoy tomando muy en serio este proyecto.

Vanessa no sabía qué decir. Tenía los nervios a punto de explotar. Sabía que ninguno de aquellos dos hombros pretendía hacerle ningún daño, pero la conversación le estaba resultando dolorosa. Años atrás, cuando había comenzado a escribir aquellas columnas, Derek todavía era parte de su vida. Naturalmente, las alusiones a Derek y a su ascendencia italiana también habían formado parte de la columna. Su padre, Bruno, un hombretón adorable, incluso había convencido a su abuela para que añadiera algunos dulces italianos a la oferta de la panadería.

Ness: Derek y yo estuvimos comprometidos -dijo al final, con la mirada fija en el mantel-.

Incluso después de tanto tiempo, le costaba pronunciar aquellas palabras. Todavía podía imaginarse a Derek riendo, inocente, y tan enamorado de ella que sus compañeros en el ejército se burlaban de él porque cada vez que pensaba en ella se ponía a cantar. Eran muchas las cosas que Vanessa podía decir sobre Derek, pero no estaba acostumbrada a hablar de él, y menos con un padre al que acababa de conocer y delante de un agente literario.

Philip: Lo siento, cariño -dijo en un gesto torpe, pero reconfortante al mismo tiempo-. Odio que te hayan ocurrido ciertas cosas, y yo no estaba a tu lado para... No sé. Para ayudarte, para escuchar.

Aquella sinceridad la conmovió, pero sintió también una sombra de amargura. Le habría gustado encontrar antes a su padre, le habría gustado poder encontrarle cuando necesitaba consuelo desesperadamente. Por supuesto, había sido imposible, y la culpa no era de Philip.

Ness: Ya lo he superado. Todo esto ocurrió hace mucho tiempo -se dijo, y se volvió de nuevo hacia el editor-. Nunca he hablado de mi vida personal en mis escritos. No sé si seré capaz de empezar a hacerlo ahora.

Martin: Las anécdotas pueden estar bien para una columna de un periódico local, pero creo que tienes que pensar en hacer algo más personal. Porque ésa es la clave de este tipo de recetarios: lo último que importa es la comida.

Ness: En otras palabras -le dijo a Ashley mientras hablaba con ella por teléfono aquella tarde-, quiere que hable de mí misma en el libro.

Ash: ¿Y puedes hacerlo?

Ness: Claro que puedo hacerlo. La pregunta es si estoy dispuesta a ello o no. Además, no sé si de verdad puede interesarle a alguien. Yo sólo soy una chica que ha crecido en un pueblo pequeño ayudando a sus abuelos a llevar una panadería. Nada especial. Pensaba que eso era lo que a la gente podía gustarle de mis escritos. Que eran historias que podían hacer suyas. ¿Por qué voy a tener que escribir sobre mi madre y admitir que nunca he conocido a mi padre? ¿Por qué, por el amor de Dios, voy a tener que hablar de Derek?

Ash: A la gente le gustan ese tipo de historias. Una persona normal enfrentándose a acontecimientos extraordinarios.

Vanessa intentó imaginarse a sí misma publicando ciertas cosas.

Ness: Desde que era una niña, lo único que de verdad he deseado ha sido tener a alguien que me escuchara. Quería que la gente conociera mi historia, aunque no hubiera nada único u original en ella. La gente habla de sus vidas e intenta contar historias felices. Cuando tú tienes que contar algo que en realidad no es tan positivo... -fijó la mirada en la ventana del apartamento-. Eso va a cambiar completamente el libro.

Ash: ¿Y eso es malo?

Ness: No estoy segura. Lo que yo pretendía escribir era una recopilación amable de recetas y anécdotas sobre la panadería. Ahora tengo que hablar de una historia de abandono, de un amor truncado y, supongo, que debería también buscar una especie de final para la historia -sacudió la cabeza-. Pero no tengo la menor idea de cómo podría terminar.

Ash: Podrías utilizar para el final el día que conociste a Philip, o el momento en el que estabais preparando la tarta para celebrar las bodas de oro de unos desconocidos que, en realidad, eran tus abuelos. Eso no tiene nada de malo.

Salvo el dolor que le iba a producir hablar de todos aquellos episodios.

Vanessa tomó aire y caminó impaciente por el apartamento.

Ness: Quiero publicar el libro.

Ash: En ese caso, será mejor que vayas buscándole un final.

Vanessa sonrió mientras volcaba un vaso de agua en una de las plantas del salón.

Ness: Eso no funciona así.

Ash: ¿Sabes lo que pienso? Que el final debería ser Zac Efron.

Vanessa se apartó el teléfono de la oreja y lo miró con el ceño fruncido.

Ness: ¿Ya estás otra vez con eso?

Ash: Zac y tú, sí, ése debería ser el final.

Ness: No hay nada entre Zac y yo, Ashley.

Ash: ¿Y sabes otra cosa? -añadió de repente-. Que tienes una voz muy triste. No creo que irte a Nueva York haya sido una buena idea.

Ness: Siempre he querido poder hacer esto y tú lo sabes mejor que nadie.

Ash: Creo que te gustaba más imaginártelo que vivirlo -señaló-. Ya sabes, un apartamento bonito, las calles abarrotadas de gente y la emoción de la gran ciudad. Pero la verdad es que tu vida está en Avalon. Aquí es donde están todas las personas que te quieren.

Ness: Se supone que tengo que conocer a mi nueva familia. Las hermanas de mi padre, mis abuelos paternos, mis primos. Gente cuya existencia desconocía por completo hasta hace seis meses.

Ash: Muy bien, conócelos, pero sigo pensando que deberías regresar.

Vanessa hizo una mueca. ¿De verdad era ella esa chica que estaba describiendo Ashley? ¿La propietaria de una panadería destinada a pasar la vida encerrada en un pueblo y soñando con una vida diferente?

Ness: Me gusta estar aquí -insistió, pero aquel paisaje tan frío e impersonal le hacía preguntarse si no estaría engañándose-.

Ash: Vuelve a casa. Sabes perfectamente que estás deseando hacerlo.

Ness: No tengo casa, ¿recuerdas? Me niego a quedarme en casa de Zac un minuto más y aunque te adoro, no pienso ir a vivir contigo y con Sarah.

Ash: Puedes alquilar una casa. No creo que sea tan difícil.

Ness: Pensaré en ello -sobre todo porque todo aquel asunto le estaba provocando dolor de cabeza. Estaba cada vez más confundida y tenía la sensación de no saber siquiera quién era realmente ella-. De todas formas, hay otras cosas que necesito hacer además de conocer a mi familia.

Ash: ¿Como qué?

Vanessa tomó aire.

Ness: Necesito ver a Derek.

Ash: No, Ness -le tembló la voz-. No te hagas eso.

Ness: No te preocupes por mí, Ashley. Es algo que... necesito hacer.

Decidió ir en taxi porque el día era frío, no había mucha nieve alrededor. Solamente los montones que se acumulaban en las aceras. Un cielo gris cubría Manhattan mientras el taxi cruzaba el distrito de Brooklyn y se dirigía hacia la avenida Flatbush. Había estado allí en otra ocasión, pero el recuerdo de aquel día era borroso; lo único que realmente recordaba era el dolor. Sin embargo, desde su encuentro con Martin Greer, había estado pensando en todas las historias que guardaba dentro de ella y estaba empezando a darse cuenta de que había estado escondiéndose del pasado, que no se había atrevido a enfrentarse a él. El taxi cruzó una puerta de hierro y continuó rodando sobre un camino adoquinado. Vanessa contó en silencio las hileras de tumbas.

Ness: Creo que es aquí -dijo con un hilo de voz-. ¿Puede esperar, por favor?

El taxista asintió y Vanessa salió del taxi. Parecía ser la única persona en el cementerio. El suelo estaba helado, la hierba seca y descolorida. Caminó entre las tumbas sin dejar de contar, se detuvo y se volvió, alegrándose de pronto de que no hubiera nadie a su alrededor. Tenía un nudo de nervios en el estómago.

Ness: Hola, Derek. Soy yo -tomó aire y lo soltó lentamente-. Estoy pensando en hacer algo y me gustaría hablarte sobre ello. Tú solías reírte de mí porque lo escribía todo, ¿te acuerdas? Continúo haciéndolo y al parecer, ahora voy a tener la oportunidad que he estado esperando durante tanto tiempo. No sé, a lo mejor es un poco masoquista, pero me gustaría escribir sobre todo lo que nos pasó. Seguramente es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Creo que ya sabes por qué. En cualquier caso, ése es el plan.

Hacía tanto frío que le lloraban los ojos. Permaneció durante largo rato frente a la lápida, pensando, recordando. Estaba situada al lado de otra lápida más antigua, bajo la que estaba enterrada la madre de Derek. La de Derek continuaba resplandeciente y sobre ella habían grabado el mensaje de despedida de su familia.

Derek Michael Morgan, 1976-1998, nuestro querido hijo. Aquí hemos enterrado un sueño.


Sonó el timbre del telefonillo. Vanessa corrió a contestar y le abrió la puerta a Jane, su abuela, la madre de Philip, que pronto estuvo frente a ella con una sonrisa de oreja a oreja. De su sombrero de angora escapaba un mechón de pelo plateado y llevaba un abrigo de lana de color burdeos con un corte perfecto. No había nada en ella que no desprendiera amabilidad, pero Vanessa no sabía cómo comportarse.

Jane: Hola, cariño, me alegro mucho de que decidieras venir a Nueva York.

Ness: Y yo agradezco mucho la invitación.

Vanessa se preguntaba si parecería tan nerviosa como se sentía. Llevaba todo el día intentando escribir algo, pero lo único que había conseguido había sido organizar sus correos electrónicos y jugar a por lo menos una docena de juegos en el ordenador. Abrazó a su abuela. Su abuela. Se conocían desde hacía muy poco tiempo, pero no había nada en Jane que le disgustara. El abuelo de Jane había sido el fundador del campamento Kioga y ella había crecido allí.

En 1956 se había casado con Charles en una ceremonia celebrada en el campamento. Helen Hudgens les había hecho la tarta de la boda, una tarta espectacular, cubierta de flores de azúcar. Cincuenta años después, Vanessa había elaborado una réplica exacta para celebrar sus bodas de oro, también en el campamento. Jane tenía 69, era una mujer atractiva, de ojos brillantes y con el pelo cortado a la moda. El abrigo de cashemire caía elegantemente sobre su esbelta figura. No había nada pretencioso en ella, aunque estaba casada con un Hudgens y vivía en uno de los venerables edificios de Upper East Side.

Jane miró a su alrededor. La casa era luminosa incluso en lo más profundo del invierno.

Jane: ¿Qué tal te va en el apartamento de Olivia?

Ness: Me encanta, es, sencillamente, perfecto.

Aun así, no conseguía olvidar lo que le había dicho Ashley por teléfono. ¿De verdad era perfecto, o se obligaba a sí misma a creerlo porque era eso lo que pensaba que quería?

Jane: No me sorprende que las dos tengáis gustos parecidos. Al fin y al cabo, sois hermanas.

Medio hermanas, pensó Vanessa. La otra parte de Olivia era su madre, Pamela Lightsey, una mujer divorciada, muy bien relacionada y bastante intimidante. Pero ésa era otra de las cosas que tenía en común con Olivia. Las dos habían tenido madres difíciles. La diferencia era que Pamela era difícil por su presencia y Anne lo había sido por su ausencia.

Jane: ¿Entonces, estás preparada para salir?

Ness: Por supuesto. Siempre he querido conocer el hotel St. Regis.

Vanessa fue a buscar el abrigo. Ir a tomar el té a aquel hotel legendario podía ser algo habitual para Jane, pero para ella era toda una novedad.

Jane: Normalmente, tomo el té allí una vez al mes.

Tenía su propio chófer, un hombre serio, vestido con un buen traje, que iba murmurando en un lenguaje extraño a su Bluetooth mientras conducía como el experto que era a través del denso tráfico de la ciudad.

Jane: Antes solía ir con Olivia. Era casi una tradición entre nosotras.

Vanessa y su abuela tenían sus propias tradiciones, pero eran mucho más humildes. Al salir del colegio, Vanessa pasaba todos los días por la panadería y se sentaba en uno de los mostradores con un vaso de leche fría y una galleta caliente mientras le explicaba a su abuela cómo le había ido el día.

Jane: Olivia y yo empezamos a hacer esto cuando ella tenía diez años -continuó diciendo-. Estoy segura de que no le importará que te cuente que para ella el divorcio de sus padres fue una experiencia muy dura.

Ness: Sí, ya me lo ha contado.

Jane: No sé si era buena o no la idea de llevar a Olivia a tomar el té, pero estoy segura de que un poco de atención extra no le hizo ningún daño -alargó la mano para palmear la de Vanessa-. Mira, ya estoy, parloteando sin parar.

Ness: No me importa.

El chófer aparcó delante del hotel, una auténtica belleza ubicada en el centro de la ciudad. Un portero uniformado corrió a abrirles la puerta del coche y le ofreció a Jane la mano para ayudarla a salir.

**: Buenas tardes, señora Hudgens -la saludó-.

La recepcionista también saludó a Jane llamándola por su nombre y las condujo después a través de una puerta interior a un elegante salón de té. La música del arpa y el murmullo de las conversaciones creaban un ambiente muy especial. Jane le dirigió a Vanessa una sonrisa radiante.

Jane: ¿Estás impresionada? Porque era eso lo que pretendía.

Vanessa soltó una carcajada.

Ness: ¿Bromeas? Estoy completamente impresionada. Además, te tratan como si fueras una persona muy importante.

Jane: Privilegios de la edad -se puso seria-. Cuando Charles y yo vinimos a vivir a aquí después de casarnos, me sentía como seguramente te estás sintiendo tú en este momento: perdida y confundida. Lo único que me salvaba era saber que iba a continuar pasando los veranos en el campamento Kioga. Me gustaría que supieras una cosa, Vanessa, y es que no hay que avergonzarse de la nostalgia.

Ness: No siento nostalgia. Y más me vale que sea así -al ver que Jane la miraba confundida, añadió-: Me avergonzaría de mí misma si sintiera nostalgia.

Jane: Cariño, aunque no nos conocemos desde hace mucho tiempo, soy tu abuela y huelo una mentira a distancia.

Ness: Pero... -clavó la mirada en la taza de té, en aquel líquido ambarino con esencia de bergamota-. Durante toda mi vida he pensado que era esto lo que quería. Me sentiría como una impostora si no pensara que esto es un sueño hecho realidad.

Jane: Tonterías. Nadie puede forzar los sentimientos -sonrió con pesar-. Llevo cincuenta años fuera de Avalon y todavía lo hecho de menos.

Vanessa la miró desconcertada.

Ness: ¿Y por qué no vuelves?

Jane: Mi vida está aquí porque Charles está aquí. Cuando estás con una persona a la que amas, estás en casa. ¿Has estado enamorada alguna vez, Vanessa?

Vanessa pensó en Derek, en los planes que habían hecho y en cómo la vida los había hecho añicos.

Ness: No de esa manera. No sintiendo que estoy dispuesta a seguir a mi amado hasta el fin del mundo -bebió un sorbo de té y se enfrentó a la mirada firme de Jane-. Estuve comprometida -le explicó-. El chico se llamaba Derek y estaba en el ejército.

Jane: Supongo que las cosas no funcionaron.

Ness: Murió.

Probablemente Jane se merecía una explicación más detallada, pero Vanessa no se sentía capaz de contar nada más sin derrumbarse. Pensaba constantemente en Derek, pero ni sus recuerdos ni sus planes le servían para aclararse. Dios, pensó, ¿y se suponía que tenía que escribir sobre todo aquello? Pero si ni siquiera era capaz de hablar de su pasado.

La preocupación y la sorpresa suavizaron la mirada de Jane.

Jane: Lo siento. Supongo que eras muy joven. Para ti debió de ser terrible.

Vanessa asintió.

Ness: Sí, continúa siéndolo después de tantos años. Con el tiempo, empecé a salir con otros chicos -de hecho, se avergonzaba del poco tiempo que había tardado en volver a salir con otros chicos-. Mi último novio, Dan, era un chico muy agradable. Nos divertíamos mucho juntos. Pero era un pésimo conductor. Tenía más multas que nadie que haya conocido. De hecho, creo que se marchó de Avalon para no tener que pagarlas. Ahora que pienso en ello, a otro de los chicos con los que salía también le ponían muchas multas -casi se había olvidado de Tyler, pero la verdad era que apenas la había marcado-.

Jane: Cariño, ¿eso significa que atraes a hombres imprudentes?

Ness: No creo. Sencillamente, tuvieron mala suerte. Estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. A lo mejor se pasaban una señal, o no llevaban encendidas las luces traseras...

En una ocasión, a Dan le pusieron una multa por no llevar guardabarros en la furgoneta. ¿Quién podía imaginarse que era obligatorio?

Jane: Los policías de Avalon son irreductibles. Me alegro de saber que se toman tan en serio su trabajo. Olivia me ha contado que el jefe de policía se portó muy bien contigo después del incendio. Me alegro de saberlo.

Vaya, vaya. ¿Qué más le habría contado Olivia? Qué cotilla. A lo mejor lo de tener una hermana tenía también su lado malo.

Ness: Zac y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Era el mejor amigo de Derek.

Jane: Ya entiendo. ¿Y por qué decidió instalarse en Avalon?

Aquella pregunta la sobresaltó.

Ness: No sé, estudió en la academia de policía y después... decidió que quería vivir allí.

Jane arqueó una de sus delicadas cejas.

Jane: ¿Y Zac y tú estáis muy… unidos?

Nadie estaba muy unido a Zac.

Ness: Como te he dicho, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Pero la relación es... complicada.

Jane: Bueno, no me entrometeré más, aunque me encantaría -dijo con una sonrisa radiante-.

Vanessa se echó a reír. Aquella mujer le gustaba cada vez más.

Ness: No me importa que me preguntes, pero la verdad es que no tengo nada que contar. Zac Efron y yo somos... Digamos que hace mucho tiempo que descubrimos que es mejor que estemos separados. Mucho mejor. Y yo ya llevo sola mucho tiempo.

Jane se limpió con mucho cuidado los labios con la servilleta de lino.

Jane: Te he mentido. Me temo que voy a seguir entrometiéndome. No puedo fingir que sepa nada sobre vuestra situación, pero cuando uno llega a mi edad, te aseguro que ha tenido tiempo de aprender alguna que otra cosa sobre el amor. Por ejemplo, estoy segura de que Derek te quería mucho -asintió con recelo-. Seguramente él habría querido que siguieras adelante con tu vida, que volvieras a enamorarte.

Vanessa clavó la mirada en el regazo.

Ness: Hablamos en alguna ocasión de la posibilidad de que no volviera. Todos los soldados lo hacen. Tienen que hacerlo. En realidad, yo odiaba esas conversaciones. Y sí, él siempre me decía que si moría, yo debería volver a enamorarme.

Jane: Pero todavía no lo has hecho.

Vanessa alzó la mirada. Le habría gustado enfadarse con su abuela, poder acusarla de entrometida, pero sólo veía sabiduría y compasión en sus ojos.

Ness: No -admitió-. He estado muy ocupada cuidando a la abuela y llevando la panadería.

Jane: Helen tuvo mucha suerte de poder contar contigo.

Afortunadamente, parecía haber advertido su desesperación por cambiar de tema.

Ness: Y yo tuve la suerte de tenerla a ella.

Jane asintió.

Jane: El día que se abrió esa panadería, en 1952, yo estuve allí.

Ness: Estás de broma -intentó imaginarse a Jane como una joven cualquiera de Avalon-.

Jane: Claro que no, y tengo que decirte que en el momento en el que puse el pie en ella, me encantó. Era todo lo que se supone que tiene que ser una panadería familiar -miró los pastelillos de la bandeja, pero no tomó ninguno-. Me comí un kolache de mermelada. Y en menos de una semana, mis padres habían firmado un contrato con tus abuelos para que sustituyeran a los panaderos que hasta entonces proveían al campamento en verano.

Aquel recuerdo fue triste y reconfortante al mismo tiempo. Vanessa se sentía muy lejos de todo aquel mundo. Imaginó a Helen y a Jane juntas y más jóvenes de lo que era ella en cualquier momento. Era curioso que Jane le hubiera encargado la tarta de bodas y que sin saberlo, ambas hubieran llegado a ser abuelas de la misma niña.

Ness: ¿Tú conocías a mi madre?

Jane: ¿A Anne? Claro que sí -movió nerviosa las manos en el regazo-.

Ness: No quiero que te sientas incómoda...

Jane: No me siento incómoda en absoluto. De hecho, me habría encantado conocerla mejor. Tengo entendido que no has vuelto a verla desde que eras una niña.

Pero todavía recordaba el aroma de su perfume, Jean Naté, y podía recordar su voz diciéndole «nos veremos cuando vuelva». Era lo que le decía siempre, pero nunca le contaba adonde iba, ni le decía cuándo pensaba volver.

Jane: Helen y Leo estaban muy orgullosos de ella. Era una chica preciosa, tú te pareces mucho a ella. Era inteligente y trabajadora. Le gustaba mucho ir a pescar con tu abuelo, algo que a mí me llamaba la atención. Solían ir al lago Willow.

Ness: ¿Y por qué te llamaba la atención?

Jane: No parecía una chica a la que le gustaran ese tipo de cosas. Era encantadora, muy femenina, y estaba absolutamente decidida a conocer mundo. Era guapa, atrevida y amante de las diversiones. No me extraña que Philip se enamorara de ella. Todavía me sorprende que fueran capaces de mantenerlo en secreto durante todo un verano.

El verano que la habían concebido a ella.

Jane: Y durante todo este tiempo -continuó con delicadeza-, ¿no has sabido nada de ella?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: No, es como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra -se sirvió más té-. Si al final decido sacar adelante ese libro, hablaré de ella.

Jane: ¿Es eso lo que quieres?

Ness: Sí.

Incluso siendo consciente de que serían duros los recuerdos que tenía que explorar, era eso lo que quería.

Jane: Creo que eres muy valiente. Cuando yo era joven, soñaba con publicar mis poemas.

Ness ¿Y lo hiciste?

Jane sonrió y sacudió la cabeza.

Jane: Son extremadamente malos. Tu padre siempre quiso escribir -añadió-.

A Vanessa le dio un vuelco el corazón al oír decir «tu padre».

Ness: Sin embargo, todavía no he hecho muchos progresos. Aquí, me cuesta concentrarme -le explico incapaz de mentir-. Philip me ha presentado a Martin Greer, un agente literario que cree que podría llegar a escribir un gran libro. A no ser que lo dijera solamente por respeto a su amigo.

Jane negó con la cabeza.

Jane: Conozco a Martin. Jamás sería tan hipócrita. Él sabe que un libro tiene que venderse por sus propios méritos.

Ness: Me alegro de saberlo -vaciló un instante y después le explicó-: La verdad es que tengo algunos problemas con el proyecto.

Jane: ¿Qué clase de problemas? A lo mejor yo puedo ayudarte.

Vanessa tomó aire.

Ness: Estar aquí, en Nueva York, no es... bueno, no es lo que esperaba. Por supuesto, sabía que habría mucho ruido y que todo estaría lleno de vida, pero todo me distrae.

Jane: A lo mejor eres una escritora que necesita un entorno más tranquilo.

Vanessa recordó entonces las interminables horas de silencio de Avalon.

Jane: Me gustaría ofrecerte algo. Ésa es una de las razones por las que quería quedar hoy contigo. El pabellón de invierno del campamento Kioga está vacío. Me gustaría ofrecerte que te quedaras allí durante todo el tiempo que quieras.

Vanessa dejó la taza en el plato. ¿El campamento Kioga? Eso significaría volver a Avalon. ¿Estaba preparada para regresar a Avalon después de sólo unas cuantas semanas en Nueva York?

Ness: No sé qué decir. Es una oferta muy generosa por tu parte. De hecho, me parece excesivamente generosa.

Jane: Tonterías, la cabaña es perfecta. Es muy sencilla, pero cómoda y acogedora.

Vanessa era muy consciente de ello. No había vuelto allí desde hacía años, pero recordaba el Cuatro de Julio que habían estado allí. Zac la había besado por primera vez en esa cabaña. Y la verdad era que recordaba mejor el beso que la cabaña en cuestión.

Jane: El último otoño, estuvieron en la cabaña una mujer que estaba recuperándose de un cáncer y su familia -continuó diciéndole-. Necesitaban pasar una temporada tranquilos para superar esa terrible experiencia. La carretera de la montaña queda completamente cerrada en cuanto cae la primera gran nevada, a menos que pase la máquina quitanieves. A tus dos abuelos les gustaba subir en las motos de nieve a pescar en invierno, cuando el lago está helado -le tendió una llave de cobre-. Piensa en ello. Allí podrás escribir a tu antojo, sin que nada te distraiga.




Esperemos que Ness cumpla su sueño 😊

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó el capitulo.
Me gustaría saber más de la madre dd Ness.
Y se que Ness quiere volver.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Revivira muchos recuerdos ahi
Me gusto mucho el capitulo
Me gusta que tenga una historia larga
Sube pronto el siguiente


Saludos

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