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martes, 28 de julio de 2015

Capítulo 3


Vanessa acompañó a Andrew y a Brittany a la puerta trasera del chalet para despedirse de ellos.

Andrew: Despliega esa magia que hizo que Zac se enamorara de ti.

Ness: Me temo que lo que hice ha destruido esa magia para siempre -sollozó débilmente-, pero si el profundo amor que siento por él sirve de algo...

Andrew: Servirá -la animó besando su frente-.

Rodeó a su esposa por la cintura y se dirigieron al automóvil.

Vanessa se quedó allí de pie observándolo bajar la cuesta hasta perderlo de vista. Volvió a entrar y fue al extremo opuesto de la casa, a asomarse al ventanal del vestíbulo. A través de él, podía verse el pueblo de Zermatt, muy popular entre los aficionados al esquí y el montañismo.

Andrew le había dicho que, cuando el cielo estaba despejado, podía verse desde aquel rincón del chalet el pico Matterhorn. En aquella época, sin embargo, la cima se hallaba oculta por una densa masa de nubarrones grises.

Se sentó en el sillón que había junto a la ventana, pensando qué podría decirle a Zac cuando llegara.

Aunque sabía que era imposible, no podía evitar fantasear con la idea de su reconciliación. Había pasado más de un mes desde la última vez que habían dormido juntos y se moría por sentirlo a su lado. El solo pensamiento casi hacía que se le cortase la respiración.

Estaba demasiado nerviosa como para permanecer sentada. Fue al cuarto de baño que había pasado el vestíbulo y se cepilló el cabello una vez más. Se había puesto unos pantalones de lana marrones y un jersey de canalé color crema. A él siempre le había gustado con aquellos colores.

Sin embargo, al mirarse en el espejo, recordó lo que Brittany había dicho: «Zac ha cambiado. Ahora sí quiere el divorcio». Llevara lo que llevase, él ya no la vería como antes.

Justo cuando estaba empezando a pensar que algo había salido mal y que Zac no iba a acudir, oyó el ruido de un coche aproximándose.

Al cabo de unos momentos, divisó el coche ascendiendo la cuesta y lo vio detenerse a unos metros de la puerta trasera. Según el plan que habían trazado, Andrew dejaría allí a Zac diciéndole que entrara en la casa mientras él iba a hacer un pequeño recado que había olvidado.

Hasta ese momento todo parecía estar saliendo bien. Vio a Zac bajar del coche, pero, de no haber sabido que era él, no lo habría reconocido. Tenía el cabello largo y descuidado, y se había dejado crecer la barba y el bigote.

Siempre le había parecido increíblemente guapo, y todavía lo era, pero estaba tan... tan distinto. El cambio que había experimentado la pasmaba y aterraba al mismo tiempo. Sintió que aquella transformación física los separaba, porque era el signo externo del trauma que había sufrido en el último mes.

A pesar de su metro ochenta y de que la musculatura se le marcaba aún a través del traje de escalada, la visible pérdida de peso le daba el aspecto de un vagabundo. Vanessa estaba tan hipnotizada por la diferencia en su aspecto que solo entonces reparó en el bastón que llevaba para no apoyar peso en la pierna izquierda.

Andrew agitó la mano en dirección a Zac en señal de despedida, a lo que este respondió con una ligera inclinación de cabeza. El coche se fue y Zac recorrió el trecho que lo separaba todavía del chalet.

Vanessa oyó abrirse y cerrarse la puerta trasera y notó cómo el sudor perlaba su frente. Sintió en su interior una oleada de calor y, a continuación, un frío intenso. El ligero golpeteo del bastón en el suelo le indicó que se dirigía hacia la cocina y, de pronto, todo se quedó en silencio. La había visto.

Con las piernas tan temblorosas que sentía que no podrían sostenerla, fue hasta la puerta de la cocina, encontrándose cara a cara con aquel hombre que apenas guardaba un parecido superficial con el marido al que adoraba. Incluso así, a tan corta distancia, le pareció que aquellos ojos que la observaban entrecerrados con un brillo frío, no podían ser sus ojos.

Bajo el vello facial, los rasgos que tan bien conocía asemejaban ahora formas duras, como esculpidas en piedra. Su expresión amenazante la hizo retroceder y apoyarse en el marco de la puerta.

Zac: Deberías haber venido al apartamento en vez de utilizar a Andrew para traerme hasta ti -le dijo en un tono glacial que ella no reconoció-. Habría firmado esos papeles de divorcio antes de enseñarte el camino hasta la puerta.

«¡Dios mío!»

Zac: Pero ahora tendrás que regresar por donde viniste y esperar otros cinco días para obtener la libertad que tanto deseas.

Ness: Zac...

Zac: Supongo que no debería sorprenderme que llegaras tan bajo como para servirte de mi amistad con Andrew para lograr tus fines. ¡Y pensar que hubo una época en la que pensé que te conocía...!

La hostilidad de Zac hacia ella era tal que Vanessa no era capaz de pensar cómo podría atravesar la formidable barrera que él había levantado entre los dos.

Ness: Por favor, cariño... Tenemos que hablar...

Zac: No -su ira silenciosa causaba en ella mayor pavor que si la hubiera empujado contra la pared-. Te daré diez minutos para marcharte de aquí, nueve minutos y trece segundos más del tiempo que tú permaneciste a mi lado en el pabellón de urgencias.

Cada una de sus palabras se clavaron en Vanessa como afilados cuchillos. Él dio un paso atrás apartándose de ella y, colérico, arrojó el bastón a un lado y comenzó a subir los escalones de dos en dos, como si nada le ocurriese a su pierna.

Ness: ¡No! -chilló yendo tras él, pero no llegó a tiempo. Cuando él estaba a punto de alcanzar el rellano, la rodilla le falló y cayó al suelo gimiendo de dolor-. ¡Cariño! -exclamó subiendo presurosa los escalones restantes y arrodillándose junto a él. Zac estaba medio sentado, medio tendido, abrazándose la pierna dolorido. Vio que estaba sudando y que el intenso dolor se había llevado el color de su rostro. Ella deseaba acariciarlo para que se sintiera mejor, pero no se atrevió-. No te muevas, llamaré para pedir ayuda.

Pero él le lanzó una mirada fulminante.

Zac: ¡Te he dicho que te vayas!

«Ni hablar»

Ness: Esta casa no te pertenece, Zac. Tengo tanto derecho como tú a estar aquí. Y, en este momento, necesitas que te vea un médico.

Vanessa bajó rápidamente las escaleras y entró en la habitación de invitados. Andrew había dejado el número de su móvil en la mesita del teléfono. Levantó el auricular y marcó. Para alivio suyo, contestó al dar el segundo tono.

Ness: ¿Andrew? ¡Gracias a Dios!

Andrew: ¿Vanessa? ¿Qué ocurre? Aún no he llegado a casa de Roger. Parece que estés sin aliento -le dijo con una nota de preocupación en la voz-.

Ness: Zac se ha hecho daño en la pierna -respondió, y le refirió lo sucedido-.

Andrew: Tu magia ha hecho efecto antes de lo que esperaba. Gracias a Dios, ahora sí que no podrá escalar en una temporada. Tranquila, buscaré un médico e iremos hacia allí dentro de un rato.

Ness: Bien, pero date prisa por favor, le duele mucho.

Andrew: No te preocupes, eso es bueno, significa que vuelve a sentir algo -murmuró antes de colgar-.

Pensando qué habría querido decir con eso, Vanessa fue a la cocina para improvisar una bolsa de hielo.

Mientras buscaba en los cajones alguna bolsa de plástico, se dijo que eran muy afortunados al ser los huéspedes de Andrew. De hecho, estaba de acuerdo con su anfitrión en que aquel pequeño accidente era en cierto modo una bendición.

Desde el vestíbulo le llegó una sarta de juramentos en francés que la hicieron temblar, pero aun así regresó junto a su marido.

Zac se había arrastrado hasta la cama más cercana y se había echado encima como un fardo. De no haber tenido ella ventaja sobre él, la habría paralizado la mirada fulminante que volvió a dirigirle.

Vanessa quitó las almohadas de las otras tres camas.

Ness: Te las pondré debajo de la pierna.

Él se dejó hacer sin rechistar, debía dolerle bastante. A continuación le colocó la bolsa con hielo sobre la rodilla y, sin pedirle permiso, desató la bota, sacándosela con cuidado y haciendo luego lo mismo con la otra. Se sentía feliz de poder cuidarlo de nuevo.

En un gesto mecánico, puso el dorso de la mano sobre la frente de él.

Ness: Estás sudando, cariño. Deja que te quite el jersey.

Vanessa pensaba que, dado que antes no había protestado, no se revolvería, pero se equivocó.

En cuanto empezó a levantarle el jersey por la cintura, la mano derecha de él la agarró violentamente por la muñeca. Había olvidado la fuerza que tenía Zac.

Zac: Ya has hecho bastante, ¿entendido?

Y apartó su mano como si fuese algo odioso. Vanessa optó por fingir que no había notado su rudeza.

Ness: Voy a buscar unos analgésicos.

Cuando volvía con unas pastillas y un vaso de agua del cuarto de baño, el médico ya estaba en el desván, pero no había rastro de Andrew.

El anciano doctor estaba inclinado sobre Zac haciéndole una serie de preguntas mientras le subía la pernera del pantalón para evaluar el daño. Cuando Vanessa se acercó, levantó la cabeza canosa e hizo una inclinación para saludarla.

**: ¿Señora Efron? Soy el doctor Glatz -le dijo en inglés con un marcado acento alemán-.

Ness: ¿Cómo está? Gracias por venir tan rápido. Mi marido está muy dolorido.

Dr. Glatz: Lo he examinado y parece que la caída no le ha producido daños importantes. Tras unos días de reposo estará perfectamente. Tendrá que ayudarlo cuando necesite ir al baño, pero por lo demás no hay problema.

Ness: ¡Menos mal! -exclamó más tranquila-.

El médico miró las pastillas que tenía en la mano.

Dr. Glatz: Perfecto, dele tres cada cuatro horas. Y le dejaré también un medicamento más fuerte por si el dolor aumentara, pero lo mejor es el hielo. Déjeselo puesto veinte minutos y quitado otros veinte. Si lo hace durante toda la noche la recuperación será mucho más rápida.

«Gracias, doctor», pensó Vanessa sintiendo ganas de besarlo. «Acaba de darme la excusa perfecta para poder permanecer junto a él doce horas.»

Dr. Glatz: Bien, señor Efron -dijo dando unas palmadas a Zac en el hombro. Este observaba a Vanessa fijamente con los ojos entrecerrados-, lo dejo en las capaces manos de su bonita esposa -se volvió hacia Vanessa-. Tengo el maletín en la cocina, le dejaré el medicamento sobre la encimera junto con mi tarjeta. No hace falta que me acompañe hasta la puerta. Llámeme si tiene algún problema.

Andrew debía estar esperándolo fuera, en el coche, para llevarlo de regreso.

Ness: Ya has oído al doctor, Zac, tómate las aspirinas -le dijo cuando el hombrecillo hubo salido-.

Extendió la mano para metérselas en la boca. El contacto de los labios de él con sus dedos hizo que la inundara una ola de deseo, pero se esforzó por controlarse para que él no lo advirtiera.

Cuando le tendió el vaso de agua, la mano de su esposo temblaba mientras lo apuraba. ¿Tal vez a él también le había afectado aquel breve contacto físico? No, probablemente se debería a que se sentía débil después del dolor de la caída.

Le devolvió el vaso vacío sin darle las gracias. No es que ella esperara que se las diera, pero él había sido siempre tan educado... La culpa era de ella, se recriminó, la decisión de divorciarse de él había hecho que el hombre al que amaba se desvaneciera. El solo pensamiento hizo que se le encogiera el corazón.

Si pudiera lograr que la escuchara y hacerle ver que había estado dispuesta a renunciar a él por lo mucho que lo amaba...

Ness: Zac...

Zac: Ten la decencia de dejarme solo.

Aquella fría respuesta la desarmó. Apartó la mirada de sus sensuales labios. Ansiaba tanto volver a sentirlos sobre los suyos... Pero no se desanimó.

Ness: Voy a llevarme la bolsa para cambiar los hielos. Vendré dentro de veinte minutos a ponerte otra.

Bajó al vestíbulo y recogió el bastón del suelo. Lo colgó de una de las perchas que había junto a la puerta trasera y entró a la cocina. Previsora, había dejado preparadas media docena de bolsitas con hielo en el congelador.

Puso la comida que había preparado en una bandeja y, por si las aspirinas le hacían daño al estómago, añadió una botella de agua de Seltz.

No tendría más remedio que dejar que lo cuidara si quería reponerse pronto, se dijo volviendo al piso de arriba.

Estaba dormido. Se había quitado el jersey y lo había tirado al suelo. A pesar de que se adivinaban los músculos bajo la camiseta negra que llevaba, Vanessa observó preocupada que la pérdida de peso era patente.

Colocó la bandeja encima de la mesita de noche y la bolsa de hielo sobre su rodilla. El frío hizo que Zac se moviera y abriera los ojos. Durante una fracción de segundo le pareció ver en ellos algo del viejo Zac, pero debió de ser solo su imaginación.

Ness: Es la hora de comer.

Zac: No tengo hambre.

Ness: ¿Tienes náuseas? -le preguntó preocupada-.

Los labios de él se curvaron en una desagradable sonrisa.

Zac: Me han entrado ahora.

No dijo nada más, dejando que ella interpretara el significado de sus palabras. A Vanessa le dolió. Le dolió tanto que, por un instante, se quedó casi catatónica. Pero no iba a permitir que él lo notase, no iba a dejarse vencer.

Ness: En ese caso el agua de Seltz te vendrá bien. Ya te la he abierto -le dijo poniendo la botella al borde de la mesilla-. Te la dejo aquí, así la alcanzarás bien. -Recogió el jersey del suelo, lo dobló y lo metió en unos de los cajones vacíos de la cómoda que había frente a la cama-. Volveré dentro de un rato.

Y salió de la habitación con la cabeza bien alta.

Cuando regresó para quitarle la bolsa, observó para su satisfacción que se había bebido casi toda la botella y que se había comido parte de un croissant.

Al volver a bajar, se encontró a Andrew allí esperándola con una sonrisa en los labios. Había traído la mochila de Zac con algunas cosas que necesitaría.

Andrew: Los chicos se quedarán en casa de Roger hasta mañana -siseó-, y Brittany y yo nos quedaremos en el hotel Andrew. Llámanos si necesitas ayuda.

Ness: Creo que la necesitaré. Zac se ha vuelto tan impredecible...

Él miró el croissant a medio comer en la bandeja que ella llevaba.

Andrew: Pues a mí me parece que esto va avanzando a pasos agigantados.

Ness: No dirías lo mismo si escuchases cómo me habla... Bueno, o cómo no me habla -se lamentó con voz trémula-.

Andrew: Todos confiamos en ti, Vanessa.

Ness: ¡Ojala Zac también lo hiciera! Cree que te he utilizado para llegar hasta él -sollozó-. M... me desprecia por ello.

Andrew: Un día le explicaré cómo envié a Brittany en una importante misión, pero por ahora es mejor dejar que piense lo que quiera. Necesita la ira para mantenerse cuerdo.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Andrew: Tu marido es un hombre orgulloso, que se ha quedado solo el tiempo suficiente como para llegar a creer que tú nunca lo amaste.

Aunque le dolía admitir que sus acciones habían dado lugar a esa terrible situación, Vanessa sabía que Andrew decía la verdad.

Ness: Tienes razón. Pero, de algún modo, le demostraré que sí le quiero.

Andrew: Los chicos están seguros de que lo conseguirás y, por lo que respecta a Brittany y a mí, creo que ya sabes que cuentas con nuestro apoyo.

Vanessa lo estrechó contra sí con el brazo libre.

Ness: Gracias, gracias por todo.

Andrew: Buena suerte.

Durante el resto del día, se repartió entre cambiar la bolsa de hielo a Zac y preparar algo de comida casera.

Antes de que se casaran, Zac tenía una cocinera que iba varias veces a la semana para prepararle las comidas, pero aquello había cambiado con la llegada de Vanessa, la cual había insistido en hacer ella misma las compras y en cocinar.

Quizá nunca volvieran aquellos tiempos, se dijo Vanessa pesimista, pero el solo pensamiento resultaba tan insoportable, que se negó siquiera a abrigar aquella posibilidad un instante más.

Pensar de forma negativa era un gasto de energía. Volvió a la cocina para dejar allí la bandeja. Descolgó el bastón de la percha y lo llevó arriba, junto con la mochila de Zac y el bote de las pastillas que el médico había dejado.

Su marido tenía los ojos cerrados, pero era probable que no estuviera dormido, sino que, en su tozudez, quisiera hacerle ver que detestaba su presencia. Después de estar todo el día en la cama era imposible que tuviese sueño; y seguramente le dolía la pierna, aunque jamás lo reconocería ante ella.

Vanessa se detuvo junto a la cama de al lado y volcó sobre ella el contenido de la mochila. Tomó la bolsa de aseo, la llevó al cuarto de baño y sacó cada uno de los objetos que contenía, colocándolos sobre el mueble del lavabo. Unos minutos después se acercó a él y le quitó la bolsa de hielo.

Ness: ¿Zac? Vamos, te acompañaré al baño. -Sus párpados se abrieron rápidamente. No se había equivocado al pensar que se hacía el dormido para molestarla-. Espera, te ayudaré a bajar de la cama. Ten, aquí tienes tu bastón. Úsalo para moverte hasta el borde de la cama y, cuando estés listo para levantarte, pon el otro brazo alrededor de mi hombro.

Satisfecha de que no se negara, esperó hasta que estuvo listo y flexionó las rodillas ligeramente para que él pudiera apoyarse en su hombro.

Si hasta ese momento no había tenido suficientes pruebas de su repulsión hacia ella, la rigidez de su cuerpo fue una más. Era casi como un duro bloque de cemento.

En cuanto llegaron al cuarto de baño, él retiró el brazo de su hombro y cerró la puerta tras de sí.

Decidida a no dejar que desbaratase su plan, se entretuvo en estirar la ropa de la cama y le buscó otra almohada para la cabecera.

Cuando Zac salió por fin con su bastón, la venenosa mirada en sus ojos parecía desafiarla a atreverse a dar un paso hacia él, pero, pensando que parecía que se las arreglaba bastante bien sin ella, Vanessa se quedó donde estaba. Solo cuando él se hubo sentado, ella lo ayudó a levantar la pierna para recolocarla sobre los improvisados almohadones.

Vanessa dejó el bastón apoyado sobre el lado de la mesilla de noche, acercó una silla a la cama y tomó asiento.

Ness: Sé que detestas mi presencia aquí y que te gustaría que ya nos hubiéramos divorciado -comenzó a decirle antes de que él la hiciese salir-, pero me alegro de que aún no hayas firmado los papeles.

Su alienación emocional pareció acentuarse.

Ness: Te lo digo, porque necesitarás una esposa para conseguir la custodia de tu hijo. Puede que la madre de Amber quiera al pequeño, pero no tiene derecho a quitarte la potestad sobre él. Todavía estamos casados, Zac -le dijo con voz firme-. Juntos podremos convencer al juez de que tenemos un hogar estable y de que el niño tendrá un padre y una madre que no quieren sino lo mejor para él.

Zac: ¡Dios mío! -estalló enfurecido-. ¿Has creído por un instante que podrás convencer a un juez de eso, después de que todo el mundo se enterara por los periódicos de que desapareciste de la faz de la tierra ante el primer indicio de problemas en nuestro matrimonio?

No iba a permitir que su ira le afectara. Andrew sabía lo que se hacía cuando le dijo a Brittany que debía enseñarle aquel artículo antes de que viera a Zac.

Ness: Por supuesto que sí. Los tribunales se guían por el bien del niño nada más. Cuando el juez sepa que estuve dispuesta a darte la libertad para que te casaras con Amber y pudieras dar a tu hijo un apellido y un hogar, fallará a nuestro favor. Además, no le quedará ninguna duda cuando le diga que no nos hemos divorciado porque la madre falleció, y que yo he vuelto para criar a ese niño como si fuera mío.

Zac gimió con amargura y se revolvió, como agitado por una serie de violentas emociones que Vanessa no acertó a descifrar.

Ness: Le bastará con ver la nota que te dejé en el escritorio, eso probará mis intenciones.

Zac se sentó de un salto sin exteriorizar el dolor que sin duda debió sentir al hacerlo.

Zac: ¿Acaso crees que esa nota aún existe? -le espetó escupiendo las palabras como si fuera una serpiente-.

Ness: No importa, dije a Ashley lo que te escribí.

Zac: ¿Y qué te hace pensar que el niño es mío? Aún no me he sometido a la prueba del ADN, es posible que después de todo yo no sea el padre.

Ness: Eso no tiene nada que ver. Amber estaba convencida de que era tuyo. Si aún quieres a ese bebé, podemos criarlo y darle todo nuestro amor.

Una mueca de desagrado transformó las facciones de Zac.

Zac: Aparte del hecho de que su abuela jamás lo permitiría, ¿estás tratando de decirme que te harías cargo de un niño que no es tuyo ni mío? -exigió saber con una incredulidad tan burlona que Vanessa sintió que su corazón se rompía una vez más-.

Ness: Claro que sí. ¿Y si nada de esto hubiera ocurrido y hubiéramos descubierto que no podíamos tener hijos? ¿Qué hay de malo en la adopción? Un bebé es un bebé, Zac. El niño no tiene la culpa de nada, lo único que necesita es que lo quieran. ¿Has llegado a verlo?

Hubo un largo silencio.

Zac: Una vez... A través del cristal de la sala-nido, pero estaba demasiado lejos como para formarme una impresión de él.

Ness: Eso es igual. Vamos, no me digas que tu corazón no se enterneció al verlo.

Zac: ¿Y qué si fue así, si luego resulta que no es mío?

Ness: Eso no lo sabrás hasta que regreses a Neuchâtel y te hagas la prueba de paternidad. Cuanto más caso hagas a las indicaciones del médico, antes podrás volver.

Aunque personalmente Vanessa pensaba que lo mejor sería que esperara una semana para reponerse por completo, conocía a su esposo y sabía que sería incapaz de soportar tanta inactividad.

Temiendo haber hablado de más, decidió dejarlo solo. Así no le daría una nueva oportunidad de que la atacase con su sarcasmo hiriente. Volvió a colocar la silla junto a la pared y, con la esperanza de que tal vez se le ocurriera llamar a Andrew para discutir sobre lo ocurrido con él, le dejó el móvil que había en la mochila sobre la mesilla de noche.

Ness: Volveré a subir dentro de un rato para ponerte otra bolsa de hielo.

Salió de la habitación y bajó para acabar de preparar la cena. Sin embargo, al entrar en la cocina, se sintió de pronto tremendamente cansada.

Desde que saliera de Washington, habían desaparecido los dolores de cabeza como por arte de magia, pero, en su lugar, había experimentado un incremento del apetito. De hecho, en aquel preciso momento tenía tanta hambre que se sintió algo mareada.

Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, probó un poco de sopa del mismo cazo. Estaba tan buena que acabó sirviéndose dos raciones de cada uno de los platos que había preparado. Mientras pinchaba con el tenedor los guisantes que quedaban en el plato y se los metía en la boca, recordó aquello de que cuando una estaba embarazada comía por dos.

Aunque ya hacía dos semanas que el médico le había dicho que iba a tener un bebé, hasta entonces no le había parecido real. En aquel momento, en cambio, se sentía muy consciente de su estado y habría dado lo que fuera por subir y compartir la noticia con Zac. Pero no podía, simplemente no podía. De hacerlo, ¿quién sabe si no complicaría más aquella situación que ya de por sí era muy difícil?

En un instante tuvo lista la cena de Zac, a la que añadió un té dulce con limón. Se puso la bolsa de hielo bajo el brazo y subió con la bandeja.

Para su satisfacción, vio al entrar en el dormitorio que Zac había conseguido incorporarse un poco manteniendo la pierna elevada y estaba sentado con la espalda apoyada contra la cabecera. Estaba hablando en voz baja con alguien por el móvil, posiblemente con Mike. Aunque Vanessa se esforzó, no consiguió entender lo que le decía.

No era de su incumbencia, se recordó, pero no pudo dejar de advertir que ya no parecía tan rígido como antes. Sin duda los analgésicos estaban haciendo su efecto, pero el hecho de que al fin hubiera roto su silencio con el mundo exterior hablaba por sí mismo.

Aprovechando la ocasión, Vanessa le puso la bandeja en el regazo y la bolsa de hielo sobre la rodilla, y volvió abajo para que no pudiera decir que lo espiaba.

Cuando volvió al desván, sintió, nada más entrar, la penetrante mirada de su marido. Ya había terminado de hablar y tenía el móvil apagado a su lado.

Vanessa fue hasta la cama y, al ir a retirarle la bolsa de hielo, no pudo evitar quedarse mirando los platos limpios sobre la bandeja.

Zac: No te sorprendas tanto -dijo entre dientes-, aún estoy casado con un chef de cocina francesa. No voy a fingir ahora que no es una de las mejores comidas que he probado.

Ness: Gracias -musitó aliviada de que pareciera haber recuperado el apetito. Recogió la bandeja-. ¿Quieres alguna cosa más?

Zac: No, ya has hecho más que suficiente. No vuelvas a subir.

Su fría forma de despacharla hizo que se le encogiera el corazón. Zac no la quería cerca de él...

Brittany había hecho prometer a Vanessa que la llamaría si necesitaba algo y en este momento necesitaba desesperadamente hablar con alguien, pero cuando marcó el número, estaba comunicando.

Una hora después, tras limpiar la cocina, fue a la habitación de invitados y comenzó a marcar de nuevo.

Zac: Cuelga el teléfono.

Vanessa se giró asustada. Zac había entrado en la habitación y estaba allí de pie, descalzo, apoyado en su bastón.

Ness: ¿Cómo se te ha ocurrido bajar las escaleras? -le gritó-. ¿Es que quieres que se te ponga peor la rodilla?

Zac: Gracias a tus cuidados está mejor. Cuelga el teléfono, Vanessa.

Contra su deseo, sus dedos obedecieron la orden.

Zac: Ya me abandonaste una vez, ¿vas a desaparecer de nuevo?

Vanessa sintió que las mejillas le ardían.

Zac: Tú misma te delatas. No tienes vergüenza.

Aunque el aguijón de la amarga burla de Zac se hundió en su corazón dejando en él su veneno, en ese momento le preocupaba más su pierna y lo que debía dolerle.

Ness: Zac..., ven, tiéndete.

Los ojos de su marido se entrecerraron, recelosos.

Zac: Si lo que estás sugiriendo, es que me acueste aquí, por mí no hay inconveniente. Aquí solo hay dos habitaciones, esta y el dormitorio principal.

Vanessa hizo caso omiso de la pulla de Zac.

Ness: Haz el favor de echarte en la cama, el médico dijo que debías tener la pierna en alto. Vamos a ponerte cómodo.

Zac: ¿Eso es una invitación? -se mofó de ella-.

Ness. No seas ridículo, lo único que quiero es ayudarte.

Zac: Hoy ya me has ayudado bastante, y no me haces ninguna falta por la noche.

Vanessa se negó a picar el anzuelo.

Ness: Si te sientes tan bien, será mejor que llame para pedir un taxi y me vaya.

Zac: Bien, yo llamaré a Henry y cancelaré la cita que tendríamos mañana con él.

Henry Dawson, el abogado de la familia Efron había sido siempre como un miembro más de esta. Entonces era con Henry con quien había estado hablando... ¡Quería formalizar el divorcio!

Ness: No me quieres a tu lado, ¿es eso? -inquirió en un hilo de voz-.

Zac: Digamos que ya no siento ningún deseo de dormir con mi esposa.

Aquello no era una sorpresa para ella, pero la crudeza con que lo expuso hizo que un dolor insoportable la atravesara como un rayo.

Zac: Necesito saber si vas a desaparecer de nuevo para poder cancelar la cita.

Ness: No podrías ir de todos modos, el médico ha dicho que no debes moverte durante un par de días.

La mandíbula de Zac se endureció.

Zac: Cada día que dejo pasar me separa más de mi hijo, si es que lo es. Un taxi vendrá a buscamos mañana a las ocho y media. Si cuando me despierte no estás aquí, sabré que te has ido por otros medios.

Entonces... ¡sí que quería hacerse cargo del hijo de Amber! Había estado considerando su oferta después de todo. Aunque la despreciara, se sentía responsable de ese niño hasta el punto de valerse de su matrimonio para conseguir la custodia. No se sintió ofendida. Lo amaba de tal modo que no le importaba que quisiera utilizarla.

Ness: Me alegra que Henry crea que tienes posibilidades de conseguir la custodia del bebé -le dijo antes de darse la vuelta para ir al cuarto de baño-.

Zac: ¿Vanessa?

Ella se paró en seco.

Ness: ¿Sí?

Zac: Si esto forma parte de alguna especie de plan que has tramado para tratar de arreglar nuestros problemas, estás perdiendo el tiempo. Si el bebé es mío y consigo la custodia, podrás seguir adelante con el divorcio en cuanto encuentre a una niñera interna. Y, en caso de que no lo sea, firmaré esos papeles y te mandaré de vuelta a Washington en un avión tan rápido que no te dará tiempo ni a pestañear.

Vanessa supo que Zac estaba hablando en serio, pero sus palabras demostraban que había escuchado su propuesta y que no la echaría del chalet de Andrew aquella misma noche. Al menos era algo.

A partir de aquel momento se centraría en encontrar una grieta en el grueso muro de hielo que se había formado en torno al corazón de Zac. Por imposible que fuera, no cejaría nunca en su empeño de recuperar su amor.

Ness: Quiero que sepas que haré todo lo que esté en mi mano para que consigas la custodia del bebé antes de que te divorcies de mí. Y si se demuestra que no es tuyo, tienes mi palabra de que no te volveré a molestar.

«Pero no pienso prometerte que me iré de Suiza. No puedo hacerlo. No cuando llevo a tu hijo dentro de mí.»




Que mal va todo, pobre Ness v.v
Zac la trata muy mal ¬_¬

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Se que Vanessa se tiene algo de culpa
En que zac se comporte de esa manera
Pero.... Pobre Vanessa
Zac la trata muy mal
Espero que esta novela(que es diferente a todas
Las otras que pones por aquí) acabe bien
En verdad ya quiero que zac demuestre un poco
Más de amor por ella
Siento que Vanessa hasta cierto modo hizo las
Cosas por amor a el, pero le salió mal
Síguela pronto
Esta muy buena esta novela

Saludos

Unknown dijo...

Que buen capítulo!
Todo lo que hizo Ness fue por amor, Zac debería entender eso y no ser tan frío
Además Ness necesita descansar y estar bien por su bebe y no lo esta logrando.
Espero que arrenglen sus cosas y que Zac se entere que Ness esta embarazada.
Me encanto el capítulo.



Sube pronto

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