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jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo 4


Al llegar al helipuerto privado del príncipe en Neuchâtel, una limusina estaba esperándolos y los llevó a casa. Zac bajó solo del coche. Se obstinaba en no depender de Vanessa, apoyándose en el bastón y no permitiendo que lo ayudara.

Cuando Zac abrió la puerta del apartamento y entraron, los ojos de Vanessa iban de aquí a allá, deleitándose en lo familiar que resultaba cada objeto, y en los recuerdos de las vivencias y el amor de los que estos que habían sido testigos.

Antes de que Zac tuviera ocasión de echarla del que había sido su dormitorio, Vanessa se dirigió con su bolsa de viaje a la habitación de invitados. Él le había dejado muy claro que solo estaba allí por una razón. Y lo último que quería era alejarlo más de ella tratando de dormir en la misma habitación que él.

El frigorífico estaba vacío. Andrew no había exagerado al decir que Zac apenas comía. ¿Y cómo iba a hacerlo si no tenía nada en la nevera?

Lo primero que haría sería preparar té, y después iría al mercado. Alegrándose de poder ser útil, abrió una caja de galletas y preparó una bolsa con hielos. Cuando lo tuvo todo dispuesto, se dirigió a la puerta de la cocina para buscar a Zac.

Ness: ¡Ay! Lo siento...

Zac venía de la habitación en ese momento y casi chocaron en el pasillo. Él se había duchado y se había puesto unos pantalones con un jersey burdeos. A Vanessa le encantaba el contraste de su piel aceitunada con aquel color.

Ness: Deberías tener la pierna en alto.

Zac había bajado la vista a la bandeja que ella llevaba en las manos, por lo que Vanessa no pudo ver su expresión.

Zac: Va a venir Patrick y voy a recibirlo en el salón -murmuró con dejadez siguiendo hacia allí sin siquiera mirarla-.

Sorprendida por aquel anuncio, ella lo siguió y colocó la bandeja sobre la mesa de centro, frente a él.

Ness: ¿A qué hora lo esperas? -preguntó poniéndole un cojín bajo la pierna izquierda-.

Zac: Llegará de un momento a otro.

Ness: Entonces me voy corriendo a comprar al mercado para poder prepararos algo de almuerzo.

Zac: No es necesario. Yo estoy lleno con el desayuno que hiciste en el chalet, y Patrick no se quedará mucho tiempo, tiene que tomar un avión.

Ness: ¿Adónde va?

Zac: Regresa a París.

Ness: ¿Le ha ocurrido algo a tu familia? -inquirió alarmada-.

Zac le dirigió una mirada llena de veneno que la hizo sentirse dolida. ¿Acaso pensaba que era una hipócrita?

Zac: Ha estado sustituyéndome mientras he estado incapacitado, pero ahora que ya puedo volver al trabajo, no me hace falta su ayuda.

Ness: Ya veo -respondió con voz queda-.

En realidad eran buenas noticias, saber que tenía ánimos como para volver al trabajo, pero aún no estaba repuesto. Sin embargo, Vanessa se abstuvo de expresar su opinión al respecto. La situación era tan delicada que era como caminar por un campo plagado de minas. Un paso en falso y todos sus sueños le explotarían en la cara.

Ness: Traeré al menos otra taza para él. Y me iré a la compra de todos modos, así podréis charlar a solas.

Cuando regresó al salón lo encontró hablando por teléfono. Él levantó la vista hacia ella visiblemente furioso por la intromisión.

Ness: Perdona que te moleste. ¿Has visto mis llaves?

Zac: Estarán donde las dejaste, supongo.

Había habido otro cambio más en su comportamiento desde que llegaran al apartamento. No solo parecía constantemente irritado, sino que además parecía harto de su presencia. Y, aunque Vanessa había tratado de acorazarse contra sus pullas y su rudeza, él siempre parecía hallar su punto débil.

En efecto las llaves seguían sobre la cómoda. Las apretó con tanta fuerza en su mano, recordando la noche del accidente, que se hizo sangre al clavarse el pequeño piolet de plata que pendía del llavero.

Cuando la estancia con los Efron en París tocaba a su fin y Vanessa iba a regresar a Washington con Ashley, Zac le había regalado aquel piolet en miniatura para que no se olvidara de su amigo montañero. Y, para gozo suyo, no pasó ni siquiera una semana antes de que él se presentara en su casa... Y al cabo de un mes, habían contraído matrimonio.

Allí de pie, acudieron a su memoria recuerdos de la intimidad que habían compartido, pero aquello le causó un dolor tan punzante en el pecho, que tuvo que ponerse una mano sobre el corazón.

El hombre iracundo que había en el salón con barba y bigote era un extraño para ella. Mientras que su marido siempre quería abrazarla y tocarla, ese hombre apenas toleraba su existencia.

Si quería recuperarlo, tenía que mirar hacia delante, no revivir el pasado. Muy decidida, sacó una agenda de un cajón de la mesilla de noche. Al final de esta había anexo un listín de teléfonos. Lo abrió por la v, y no le llevó mucho encontrar lo que buscaba: Von Tussle, Analise. Ese debía ser el nombre de la madre de Amber... Calle Guisan, número diez.

Vanessa fue al principio de la agenda y trató de localizarla en el mapa de la ciudad que esta incluía. Estaba en las afueras, en el distrito norte de Neuchâtel.

Al ir a salir del apartamento, vio que Zac se estaba bebiendo el té mientras hablaba por teléfono. Le habría gustado quedarse a ver a Patrick, pero sabía que era mejor no provocar la ira de su marido.

Bajó al garaje y, para alivio suyo, a pesar de que el coche no se había movido de allí en más de un mes, el motor se puso en marcha a la primera. Vanessa tomó la calle principal y se dirigió a cierta zona del centro de la ciudad que le encantaba frecuentar.

No había supermercados por allí, pero sí una serie de encantadoras tiendecitas en las que podían adquirirse productos frescos de primerísima calidad.

Recordando lo mucho que le gustaba a su marido el chocolate con nueces, añadió varias tabletas a su compra y, colocando las bolsas cargadas en el maletero, se dirigió al norte de la ciudad.

Se equivocó en algún giro, pero finalmente encontró la calle y el bloque de pisos en cuestión. Era una zona de nueva edificación, donde sin duda el alquiler era más barato.

Era un bloque de tres pisos y a la entrada había un jardincillo con flores. Buscó en las placas del portero automático: Von Tussle-bajo, puerta 4. Vanessa presionó el botón. Pasó casi un minuto hasta que le contestó una mujer.

Analise: ¿Oui?

Ness: ¿Señora Von Tussle?

Analise: Sí, ¿quién es? -inquirió la voz con suavidad-.

Ness: Soy la señora Efron, la esposa de Zac. -Hubo un ominoso silencio que hizo temer a Vanessa que la mujer colgara el telefonillo-. Por favor, tenemos que hablar -se apresuró a decir-. Usted ha perdido a su hija y yo, a mi marido.

Analise: ¿Qué quiere decir?

Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.

Ness: Permítame que entre y se lo explicaré. Sé que lo está pasando muy mal, pero también yo estoy atravesando momentos difíciles. Si habláramos, sé que podríamos ayudarnos mutuamente. No quiero causarle problemas.

A Vanessa le pareció una eternidad el instante que pasó hasta que la mujer respondió:

Analise: Está bien, puede pasar un momento. Empuje la puerta de la izquierda cuando oiga el timbre. Mi apartamento está en el bajo, al fondo.

La madre de Amber salió a recibirla a la puerta de su piso. Era una mujer robusta, de cabello cano, probablemente de unos sesenta años, aunque su rostro, marcado por el dolor, la hacía parecer mayor.

El bebé debía estar dormido, porque la mujer puso un dedo sobre sus labios para indicar a Vanessa que no hablase muy alto. La llevó a una pequeña salita y se sentaron. El apartamento estaba amueblado con sencillez, pero era muy pulcro y ordenado. De no ser por el capazo de bebé en el vestíbulo, nadie diría que había un niño en la casa.

Vanessa estudió las fotografías de Amber que había sobre la mesita. En algunas de ellas aparecía esquiando. Había sido una mujer atractiva, de cabello castaño oscuro corto, muy chic y algo mayor de lo que Vanessa había imaginado.

Ness: Gracias por recibirme, madame -dijo aclarándose la garganta-. En primer lugar, permítame expresarle mi más sentido pésame por la muerte de su hija. No creo que haya nada peor que la pérdida de un hijo. Por favor, acepte estas flores como muestra de mis condolencias.

La expresión de la mujer no se alteró, pero sus ojos grises se nublaron. Tras dudar un momento, tomó el ramo que Vanessa le ofrecía murmurando un «gracias».

Ness: Por si se lo está usted preguntando -aclaró-, mi marido no sabe que estoy aquí. De hecho, no quiero ni pensar en lo que diría si se enterara, pero tenía que verla. Si no le molesta, comenzaré por el principio, así comprenderá el porqué de mi visita -le dijo. El silencio de la mujer le indicó que podía continuar-. Yo sabía que antes de casarnos había habido unas cuantas mujeres especiales en la vida de mi marido. No sabía sus nombres, pero, en el hospital, él me habló de Amber. Podría habérmelo ocultado, pero no lo hizo porque es un hombre honrado. Estoy segura de que su hija también lo era -se apresuró a decir-. Simplemente, tuvieron un desliz, nadie puede culparla por recurrir a él. Estaba enferma y asustada, y lo amaba.

La mujer entrelazó las manos.

Analise: Mi hija lo conoció en un viaje de esquí a Chamonix. No hablaba de otra cosa a su regreso.

Ness: Lo sé, advertí en su voz lo mucho que lo quería cuando pedía a la doctora que la dejaran verlo. Se me partía el corazón al escucharla rogar. -La señora Von Tussle rehuyó su mirada-. Yo quiero a mi marido -continuó-, y tuve que afrontar el mayor dilema de mi vida. Sin hacer caso a mi corazón, opté por lo que consideraba era mi deber. Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí antes de que yo naciera... y yo sentí que se repetía la historia. Entonces supe lo que debía hacer. Mientras Zac estaba en la sala de rayos X, regresé a nuestro apartamento y le escribí una nota. En ella le decía que su lugar estaba junto a Amber, porque la había conocido antes que a mí. Por esa razón, inicié los trámites de divorcio para que pudiera casarse con ella y dar una familia al bebé. Y me marché a Washington.

Su confesión hizo que la otra mujer echara la cabeza hacia atrás perpleja.

Analise: ¿Hizo eso por mi hija?

Ness: Lo hice por los tres. De hecho, si no hubiera sabido por una amiga del fallecimiento de Amber, no habría vuelto a Neuchâtel -aclaró-. ¿Quiere escuchar algo irónico? Ahora que he regresado, mi marido no me quiere, piensa que nunca lo he querido -su voz tembló-. Pero sí quiere a su hijo, si es que lo es.

Analise: No hay ninguna duda de que lo es, madame.

Ness: Yo creo lo que me dice -aseguró-, pero debe comprender que Zac lo cuestione. Amber debió haber acudido a él en cuanto supo de su estado en vez de esperar hasta su octavo mes de embarazo. Mi... mi marido va a pedir que se realice una prueba de ADN. -La mujer se inclinó hacia delante, tapándose la cara con la mano, enojada-. Si conociera a Zac -insistió-, se daría cuenta de la tempestad emocional que tiene en su interior. Él no sabía lo enferma que estaba Amber... Lo crea o no, ha sentido mucho su muerte. Si el resultado de la prueba es positivo, está dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano por su hijo. He venido hoy aquí porque yo también estoy dispuesta a hacer lo que sea por recuperar a mi marido. Si permitiera usted que Zac viera al bebé, eso curaría en parte su dolor e incluso puede que atenuara un poco su ira hacia mí. -Muy trastornada, la madre de Amber se levantó del sillón-. Yo quiero recuperar a mi marido -prosiguió-. Nada me gustaría más que ayudar a Zac a criar al bebé. Ese niño es inocente y se merece el amor de unos padres y de su abuela. Zac puede mantenerlo, pero, mucho más importante que su dinero, es el hecho de que le encantan los niños. Sería el mejor de los padres. Hubo una época en la que debió importarle Amber, o nunca hubiese intimado con ella, y ella quería que la ayudara a criar a su hijo. Por eso, al final, recurrió a él. Zac está dispuesto, pero no puede hacerlo solo. Él me necesita, y la necesita a usted. Si unimos nuestras fuerzas, su nieto estará arropado por personas que lo quieren. ¿No podría usted considerar la idea de llevarlo a nuestro apartamento para que Zac lo viera? Mi marido vendría aquí si consintiera usted en ello, pero hace dos días se hizo daño en la rodilla que le habían operado y el médico le ha ordenado que guarde reposo el mayor tiempo posible hasta que se haya restablecido.

La mujer sacudió la cabeza obstinadamente.

Analise: No, no, no puedo perdonarlo...

Ness: ¿Porque no amaba a Amber lo suficiente como para pedirle que se casara con él? -preguntó sin comprender-.

Analise: ¡Sí! ¡Sí! -gritó acongojada-.

Vanessa se puso en pie.

Ness: Por favor, madame, escúcheme, ahora más que nunca me doy cuenta, por mi experiencia, de que no se puede obligar a una persona a sentirse de una determinada manera. Yo pasé siete años detestando a mi padre biológico por no haberse casado con mi madre, y por evitar sus deberes de progenitor. Al final, mi pasado me ha cegado del tal modo que me ha costado mi matrimonio.

Analise: Yo... lamento su situación.

Parecía sincera.

Ness: No más de lo que yo siento la suya. Cuando su nieto crezca, como me sucedió a mí, preguntará por su padre. Imagínese cómo se sentirá si llega a saber que usted intentó mantenerlo alejado de él cuando le suplicaba que le dejara cumplir con su deber. Si llega ese momento, que el cielo se apiade de usted. Ni la ira ni la venganza le devolverán a Amber. En cambio, gracias al amor y al perdón, ese chico podrá llevar una vida normal. Sé que, en el fondo, eso es lo que Amber hubiera querido para él, y estoy segura de que usted piensa lo mismo. Si conociera a Zac, se daría cuenta del maravilloso padre que puede llegar a ser. -Temiendo desmoronarse delante de aquella mujer, se apresuró a despedirse:- Gracias por permitirme hablar con usted.

Vanessa salió del apartamento y cruzó la calle. En cuanto entró en el coche, las lágrimas rodaron como un torrente por sus mejillas. Veía su misma ceguera implacable en Analise Von Tussle, la ceguera que había destrozado su vida.

Cuando llegó al apartamento ya se había desahogado y, con los ojos secos, tomó el ascensor cargada con las bolsas de la compra. Al entrar en el ático, fue directamente a la cocina sin detenerse. Eran más de las tres de la tarde, Zac debía tener hambre. Preparó en el grill un sandwich de jamón y queso y le cortó una tajada de melón, aderezándolo con zumo de lima. Aquella fruta le encantaba a Zac.

Lo colocó todo sobre una bandeja y fue al salón, pero no estaba allí, así que se dirigió al dormitorio. La puerta estaba cerrada. Vanessa golpeó con los nudillos.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Qué pasa? -respondió secamente-.

Era evidente que la visita de Patrick no había mejorado su humor en absoluto.

Ness: Te he preparado algo de comer. ¿Puedo pasar?

Zac: Mi hermano trajo un almuerzo.

A Vanessa aquello le pareció muy raro. No había visto restos de comida ni platos, ni en la cocina ni en el salón.

Ness: También te traigo una bolsa con hielo.

Zac: Vuelve a ponerla en el congelador -fue la ruda respuesta-.

Algo no iba bien. Sin pedir permiso, abrió la puerta y lo encontró echado en la cama, con la espalda apoyada contra la cabecera. La mirada de Vanessa fue de la botella de licor que había sobre la mesa al vaso que tenía en la mano. Seguramente los habría cogido del mueble-bar del estudio. Lo más que Zac solía beber era una cerveza de vez en cuando y nunca bebía solo, así que la alarmó verlo tan malhumorado y taciturno.

Fue hasta la cama, tomó la botella de whisky y, colocándola sobre la bandeja, puso esta sobre la mesa. Sin decir una palabra, le puso la bolsa de hielo sobre la rodilla y salió de la habitación. Le habría encantado haber dado un portazo, pero no iba a darle esa satisfacción.

Cuando llegó a la cocina se notó desfallecida y se preparó para sí misma otro sandwich, y un vaso de leche. Era increíble que pudiera tener tanta hambre después de todo lo que había desayunado en el chalet.

A ese paso empezaría a engordar a pasos agigantados antes de que naciera el bebé. Y si Zac no podía soportarla ahora, mucho menos le gustaría con unos kilos de más.

Aunque era un alivio que no le hubieran vuelto los dolores de cabeza, no estaba precisamente emocionada con los nuevos síntomas del embarazo. Mientras acababa de guardar las cosas que había comprado se dijo que al día siguiente llamaría al doctor Cutler para preguntarle si no había alguna manera de controlar su apetito sin hacer daño al bebé.

Se llevó la otra bandeja del salón, recogió un poco la cocina y empezó a preparar una quiche para la cena.

Justo cuando estaba haciendo la masa quebrada, sonó el teléfono. Ahora que su marido había enviado a Patrick de vuelta a París, Mike tendría que llamar a Zac para comentarle cualquier problema que tuvieran. Vanessa estaba muy preocupada por lo que estaba sufriendo su esposo y no quería pensar en qué estado se encontraría al día siguiente si seguía bebiendo y se negaba a comer.

Terminó de hacer la quiche y se entretuvo en preparar un aperitivo especial a base de zanahorias y chirivías. Cuando lo tuvo todo listo, introdujo ambas cosas en el horno con la esperanza de que su delicioso aroma abriera el apetito a Zac.

Zac: ¿Vanessa?

La profunda voz de su esposo la tomó tan por sorpresa que giró en redondo. Estaba en la puerta, apoyado en su bastón. Después de todo, tal vez no había bebido tanto, parecía bastante sobrio.

Ness: ¿Qué ocurre?

Los ojos azules de Zac escrutaron los suyos, como si estuviera buscando algo que no pudiera encontrar.

Zac: Acaba de llamar Analise Von Tussle.

El corazón de Vanessa se puso a latir desbocadamente.

Zac: Por alguna razón que no logro imaginar -continuó-, ha decidido dejarme ver al bebé. Me ha dicho que era lo que Amber hubiera querido.

Ness: Oh, Zac... -musitó-.

Analise era una buena mujer, una mujer maravillosa. Vanessa le agradeció en silencio que hubiera mantenido en secreto su visita.

Zac: Parece ser que, cuando estaba en el hospital, se enteró de que me habían operado de la rodilla y me ha dicho que, si le pedía un taxi, vendría aquí con él a las seis.

Por cómo hablaba y la miraba, se veía que estaba patidifuso. Vanessa imaginaba lo mucho que ese momento significaba para él. Por fin iba a ver a su hijo...

Su primer impulso fue ofrecerse para recoger a Analise y al bebé con su coche, pero se contuvo pensando que tal vez a él no le agradara la idea. No podía permitirse dar a Zac más motivos para que arremetiera contra ella, no cuando Analise se había sobrepuesto a su dolor con este generoso gesto. Aquella llamada telefónica había sido, sin duda, algo milagroso.

Ness: ¿Pre... preferirías que te dejara solo en este primer encuentro? -balbuceó-. Puedo salir a dar un paseo a pie o en coche si tú quie...

Una sombra oscureció el rostro de su marido.

Zac: ¡De modo que por fin te muestras como eres! ¿Vas a desaparecer de nuevo al primer signo de problemas, no es así? Debería haber imaginado que ese valeroso discurso que hiciste de dar amor a un niño inocente no era más que palabrería -la acusó-.

Ness: ¡Eso no es cierto! -exclamó angustiada, pero él ya había dado media vuelta y se estaba alejando de ella con una rapidez que la tomó por sorpresa. Vanessa fue tras él-. Lo que yo pretendía decir es que tal vez hay cosas que querrías tratar en privado con ella. Zac, cariño..., ¡yo solo intento complacerte! -insistió-.

Pero él había cerrado la puerta del dormitorio de un golpe tras de sí.

Quería entrar y razonar con él, pero sabía que invadir su sancta sanctorum sin su permiso solo empeoraría las cosas. Fue al salón y empezó a poner la mesa para tres. En el centro, colocó el otro ramo de flores que había comprado. Quizás Analise no quisiera quedarse a cenar, pero le pareció importante que la mujer viera que llevaban un estilo de vida ordenado, el tipo de vida que pretendían dar a su nieto.

Cuando todo estuvo dispuesto, se puso un vestido de algodón bastante informal, color café con leche, con un cinturón de cordoncillo y sandalias a juego. Para sorpresa suya, la cremallera no subió con la misma facilidad que la última vez que se lo había puesto.

Puede que nadie pudiera advertir todavía que estaba embarazada, pero como aquel pequeño detalle le reveló, sí había una diferencia significativa en sus medidas. Y si es que alguna vez la miraba, Zac quizá también llegaría a notar aquel sutil ensanchamiento de su figura. Debía decírselo antes de que pasara más tiempo, pero desde luego no aquella noche.

Tras retocarse un poco con el pintalabios y cepillarse bien el cabello, Vanessa revisó todo para asegurarse de que el apartamento ofrecía un aspecto impecable.

Para dar el toque final al conjunto, Vanessa fue al armario ropero que tenían en el pasillo y sacó un edredón que su abuela había hecho a mano y le había dado como regalo de bodas. Estaba confeccionado con crepé de un blanco nata.

Era tan preciado para ella que nunca lo había usado, pero en su mente podía imaginar a un bebé acurrucado sobre el cálido edredón. Apretándolo contra su pecho, lo llevó al salón y lo colocó sobre una de las sillas.

Eran ya las seis y cinco cuando volvió a entrar en la cocina para sacar del horno los platos que había preparado. Le pareció oír cerrarse la puerta de la calle.

Zac debía haber salido a esperar a Analise junto al ascensor.

Vanessa se imaginaba lo nervioso e ilusionado que debía estar. Ella misma estaba hecha un manojo de nervios. «La naturaleza nos prepara a lo largo de nueve meses para la llegada de un bebé», pensó, «pero no para convertirnos en padres en un instante.»

Tal vez estaba anticipando demasiado con esta visita. De hecho, cuanto más se acordaba de lo mucho que se había molestado Analise al mencionar ella la prueba de paternidad, más sorprendente resultaba que hubiera accedido a ir a su casa con el bebé.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Tal vez... tal vez su mediación había tenido el efecto no deseado, tal vez había reducido drásticamente las posibilidades que tenía Zac de alcanzar un acuerdo amistoso con la abuela del niño. En tal caso, se dijo pesimista, no la sorprendería que él la echara y no quisiera volver a verla nunca más. ¿De qué le serviría entonces contarle que iban a tener un bebé? Él se limitaría a decirle que, a partir de aquel momento, se comunicarían únicamente a través de sus abogados.

Y de pronto, la felicidad que había conjurado momentos antes en su mente, se tomó en un miedo atenazante. Sintió que le fallaban las piernas, como aquel día fatídico en el pabellón de urgencias, y tuvo que agarrarse a la encimera. Pero, justo en ese momento, escuchó voces, voces que provenían del salón. Empezaron a pitarle los oídos y un sudor frío bañó su cuerpo.

Zac: ¿Vanessa?

Su tono de voz no dejaba entrever si estaba enfadado o no. Temblando como un cachorrillo, Vanessa salió de la cocina y se dirigió al salón-comedor, pero al llegar a la puerta se paró en seco como si hubiera visto un fantasma.

Había dos personas de pie junto al sillón. La mujer evidentemente era Analise, pero el hombre musculoso de cabello castaño que sostenía al bebé no parecía la misma persona que había entrado en la cocina un rato antes.

Zac estaba increíblemente apuesto: erguido, sin el bastón, perfectamente afeitado y vestido con un traje azul oscuro, una camisa blanca y una corbata de rayas. El hombre con el que se había casado había vuelto.




Qué buena es Ness ^_^
Se porta super bien con Zac. Pero él no lo sabe ver ¬_¬ ¡Hombres!

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¡Un besi!


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Oh Vanessa en muy buena en esta novela
Tan buena que es maravillosa
Sin lugar a duda un ejemplo a seguir
Espero que zac abra los ojos y vea lo que
Ella esta haciendo por el
Tiene a una maravillosa mujer y lo esta
Desperdiciando por estupideces
Síguela pronto
Esta muy buena y desde el 1 capítulo es muy interesante
Saludos
Síguela

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