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sábado, 23 de septiembre de 2023

Capítulo 22


El tiempo fue pasando. Mientras gran parte de la vida doméstica giraba alrededor de Alice -qué decir, qué no, qué hacer, qué no-, la primavera llegó con toda su dulzura y todas sus exigencias. El sol salía antes, se quedaba más tiempo, y con esas horas de luz ganadas aumentó el trabajo.

Vanessa a menudo consideraba ese trabajo como una evasión de la tensión y la preocupación que le creaba tener que ser tan cautelosa y comedida en casa. Después se sentía culpable por pensar así.

Consideraba las noches que pasaba con Zac en su estrecha cama o en una cabaña vacía como otra clase de evasión. Y no se sentía nada culpable por ello. Si lo analizaba, como hacía a veces, concluía que Zac le proporcionaba equilibrio, compañía, un oído atento, un pulso más firme de lo que ella jamás habría pensado.

Y un sexo increíble.

Le gustaba creer que ella le daba lo mismo a él.

Casi todos los días ensillaba su caballo e iba al trabajo con Zac, y también volvían juntos. Si conseguía organizarse, regresaba a casa a mediodía para dar un respiro a las abuelas relevándolas con Alice.

Ness: Me cae bien. -Aunque estaba pensando en todo lo que tenía que hacer, cabalgaba sin prisas junto a Zac-. De vez en cuando, algo, alguien, asoma por encima del trauma. Y sé que esa persona me caería bien. Y a los perros les gusta, lo que es un buen indicador.

Zac: ¿A los perros les gusta Alice?

Ness: Y es mutuo. Muy a menudo se repantigan y roncan a sus pies cuando hace ganchillo. El sheriff ha venido esta tarde mientras yo estaba en casa. Él también tiene mano con ella.

Zac: ¿Ha obtenido algún dato más?

Ness: Ha averiguado que Alice tenía veintiún años, recién cumplidos, cuando decidió volver a casa haciendo autoestop. Así que eso le da una fecha más precisa. No sé qué puede hacer para investigar veintiséis años y encontrar algo, pero he visto que era importante saberlo. Alice ha querido que me quedara mientras él hablaba con ella. Se ha puesto contenta, como si hubiéramos ido a visitarla. Está tejiendo otra bufanda... para mí. Ha terminado la de Mike. -Alzando la cara al cielo, Vanessa negó con la cabeza-. Estoy muy despistada.

Zac: No tanto. Le caes bien, confía en ti. Le cae bien Tyler. Es tímida conmigo si me ve, pero no le doy miedo.

Ness: Le pasa lo mismo con papá y Alex; es tímida con ellos, pero no les tiene miedo. Y sigue sin querer salir de casa. Como fuera hay gente, no hay más que hablar.

Zac: Necesita más tiempo.

Ness: Lo sé, y aún no ha pasado demasiado. Pero... todos tenemos que andarnos con mucho cuidado, y eso agota, Zac. La ayuda, pero es agotador. Algunos días sabe que Mike no es su hijo. Otros, se empecina en que lo es como una osa con sus oseznos. Es duro para Mike. Lo está llevando mejor de lo que nadie podía esperar. A veces nos olvidamos de su gran corazón. Tiene un corazón de oro.

Zac: ¿Quieres saber lo que pienso?

Ness: Estoy soltándote el rollo, otra vez, así que debo de quererlo.

Zac: Vosotros siempre habéis estado muy unidos. Dios mío, llevo toda la vida admirándolo, y envidiándolo. Tu familia hace piña, y esta situación os ha obligado a hacer más piña aún. Imagino que Alice está empezando a superar lo que ese hijo de puta le hizo porque tiene esa capacidad. Sé lo que es tener dieciocho años y estar cabreado con el mundo. Más que tú -añadió con rotundidad-.
 
Ness: Yo he tenido bastante suerte con mi mundo.

Zac: Es más que suerte, pero sí. Sé lo que es querer volver a casa, necesitarlo. A mí no me lo ha impedido nadie, nadie me ha robado más de la mitad de mi vida. Y aun así ha sido duro.

Ness: Nunca lo había pensado -dijo en voz baja-. Nunca había pensado que volver ha sido duro para ti. -Mientras cabalgaban, despacio y sin prisas, escrutó el perfil de Zac-. Debería haberlo pensado.

Zac: Nunca sabes qué ha cambiado, qué sigue igual y si volverás a encajar. Es el riesgo que corres marchándote y volviendo. Yo diría que el hecho de que Alice sea capaz de hacer sus bufandas y hablar con Tyler, con cualquiera sin gritar, de levantarse por la mañana y acostarse por la noche, significa que la persona que era a los dieciocho años, por mucho que ese hijo de puta intentara cambiarla, tiene mucho de Hudgens. Hará más que asomar la cabeza.

Ella tardó un momento en poder hablar.

Ness: ¿Quieres saber lo que pienso yo?

Zac: Estoy escuchándote el rollo, así que debo de quererlo.

Ness: Creo que podría volverme un poco loca si no te tuviera a ti para hablar. Ahora, en el rancho, hemos de ser muy cuidadosos con las cosas que decimos, y bien sabe Dios que con las que no, también. Tiene que ser así. Mamá y la abuela están preocupadas por la yaya, papá está preocupado por todas. Alex se lleva a Mike más de lo que necesita para que pueda darse un respiro.

Zac: Tú haces lo mismo.
 
Ness: Sí, solo que no hablamos mucho del tema. No podemos, la verdad. Y estoy segura de que no soy la única que se apoya en ti.

Zac: Soy una persona equilibrada.

Ness: Estaba pensando justo eso.

Cambiando de postura en la silla, Zac la miró de hito en hito.

Zac: Así que no hace falta que pienses que tienes que tomar otra dirección y no seguir por el camino que llevas. Ya estamos en unas tierras que podrían haber sido mías si las cosas hubieran sido distintas. No han sido distintas. No son mías.

Ness: Lo siento -mandó parar su caballo, comprendió que no debería estar sorprendida de que Zac la hubiera pillado alejándose de su antigua casa-. Me parecía buena idea. Ya no me lo parece.

Él se conocía las tierras como la palma de la mano. Por el momento, estaba satisfecho con contemplarlas desde su caballo.

Zac: Firmamos el contrato, y son vuestras. De tu familia. No lo lamento.

Ness: Confieso que me partiría el alma si tuviéramos que vender nuestras tierras.

Extrañado, Zac pensó que también se le partiría a él si eso llegara a ocurrir.

Zac: Para mí estas tierras no son lo mismo. No sé si alguna vez lo fueron. Un día de estos querré tener mis tierras, y las tendré. -Se encogió de hombros y le sonrió-. Me fue bien en California. Tú no eres de las que no pregunta por educación, pero no lo has hecho.

Ness: Está no preguntar por educación y está ser de lo más grosero. Yo puedo ser de lo más grosera -decidió-. ¿Qué es «bien» para ti, más o menos?

Zac: Suficiente para no verme obligado a vender. Podría haberme quedado con las tierras, haber dado a mi madre y a mi hermana la parte que les correspondía. Haber comprado algunas cabezas de ganado, haber puesto en marcha un rancho decente.
 
Puede que le hubiera ido mejor de lo que Vanessa imaginaba y esa fuera una faceta de Zac que ella no había considerado. Valoraba tener cabeza para los negocios y saber administrarse.

Ness: Pero no lo has hecho.

Zac: No. Porque no es lo que quería. No me molestó llevar mi propio negocio, y no se me daba mal.

Ness: ¿Qué quieres decir con tu propio negocio?

Como Zac sabía hacia dónde se dirigía Vanessa, se adelantó.

Zac: Me junté con un socio en California y montamos una empresa de doma, por llamarla de alguna forma. Y nos fue bien. Cuando estuve listo para volver, él compró mi parte. Tampoco me molesta trabajar para otros. Así que estoy contento con mi situación.

Otra faceta más que ella no había considerado.

Ness: No sabía que habías montado una empresa; pensé que solo trabajabas para una.

Zac: Quise probarlo. -Tan sencillo como eso, en realidad, pensó en ese momento. Había querido probar cosas, hacerse una idea-. Se me dio bastante bien, durante un tiempo. Se te da mejor a ti, por lo que veo. Me han acabado gustando mucho las mujeres que saben llevar una empresa, y no puedo sino admirar a una que se organiza para ir una hora a casa en pleno día porque antepone la familia a todo lo demás.

Ness: Caray, Zac Efron. -Con los ojos como platos por la sorpresa, se llevó una mano al pecho-. Vas a hacer que me suban los colores.

Zac: No caerá esa breva.

Zac divisó la casa más adelante, la casa de dos pisos con la planta en «L» un poco torcida. Los potreros vacíos, el patio cubierto de malas hierbas, el destartalado gallinero. La cuadra vacía donde su padre se había ahorcado con las paredes ya grises rayadas de rojo.
Algunas flores silvestres estaban intentando abrirse. A lo lejos, las montañas mostraban franjas azules, verdes, bajo la fina capa de nieve.

Zac: ¿Cuál era la idea al venir hasta aquí? 

Ness: Aún estamos decidiendo qué hacer. Tenemos varias opciones. La primera es si las incorporamos al rancho o al resort. Yo me inclino (menuda sorpresa) por el resort.

Zac: Tremenda, sin duda.

Ness: Alex no se moja; otra tremenda sorpresa. Aunque creo que, en parte, está esperando a saber qué prefieres tú.

Zac: No son mis tierras.

Ness: Cállate. Mike está de mi parte. Mamá está demasiado distraída para pensar con claridad en uno u otro sentido, y papá se inclina por el rancho, pero es flexible. No hemos preguntado a las abuelas, pero lo haremos.

Zac: Vale.

Ness: Cada opción abre más posibilidades, pero ahora mismo el resort parece la alternativa más probable, así que te hablaré de ellas. Podríamos arreglar la casa, los cobertizos, y alquilarlo como un ranchito para familias, grupos o empresas que quieran tener una experiencia vaquera. Podríamos tirar la casa, los cobertizos y hacerlo todo nuevo, para esa experiencia vaquera o para una serie de cabañas de lujo, con una cocina central y una zona comunitaria, como tenemos en los campings de lujo. Traer caballos, convertirlo en una experiencia educativa para grupos de jóvenes: cómo ocuparse de los caballos, las vacas, los pollos. Hay muchas opciones.

Zac: Tú tienes tu preferencia. ¿Cuál es? 

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Todas son factibles, todas son buenas y todas pueden adornarse y publicitarse. Te estoy preguntando qué opinas tú.
 
Zac: Ya te lo he dicho, me parece bien. Además, yo no tengo voz ni voto. 

Vanessa resopló y desmontó.

Ness: Oh, bájate del burro, Efron. Lo digo literal y metafóricamente. -Llevó a Leo al potrero, ató las riendas a la cerca-. Creciste en esa casa. Trabajaste estas tierras, criaste caballos y ganado. Tienes una opinión, maldita sea. Tienes sentimientos.

Zac bajó del caballo y notó claramente los bordes de la esquina en la que Vanessa lo había arrinconado.

Zac: No me importa tanto como parece que tú quieres que me importe.

Ness: Mentira. Mentira podrida. Te estoy pidiendo que me lo digas ahora, mientras estamos aquí. Lo tiramos, la casa, la cuadra, todo, o lo reformamos. Solo eso. Respóndeme. -Más enfadada de lo que le gustaría, le dio con el puño en el pecho-. Dime qué piensas, qué querrías.

Dejó la mano sobre su corazón. Zac habría jurado que le atravesó la piel, como el sol cuando atraviesa el cielo en su lento descenso. Como lo atravesaban sus ojos.

Zac: Tíralo. Todo. Yo...

Ness: Hecho.

Zac: Vanessa...

Ness: Hecho. No necesito más.

Zac la agarró por la muñeca antes de que pudiera alejarse. El enfado que ambos sentían se disolvió cuando Vanessa le puso la otra mano en la mejilla.

Ness: Tu opinión importa, Zac. No solo a mí, pero desde luego que me importa. Son opciones, y todas buenas. ¿Por qué no debería contar con lo que tú quieres?

Zac: No es mío.

Ness: Lo era.
 
Zac: Podría haberlo sido, pero no lo es. Si mi única alternativa para volver hubiera sido venir aquí, a estas tierras, a esta casa, no habría vuelto. Mis raíces no están aquí, y si había alguna, era tan poco profunda que arrancarla no ha cambiado nada. -La arrimó a él para que pudieran mirar juntos la fachada de la casa-. Tengo recuerdos ambivalentes, buenos y malos. No sé si unos pesan mucho más que otros. Recuerdo cuando a mi padre se le metió en la cabeza ampliar la casa. No sabía lo que se hacía, y yo tenía unos doce años, así que tampoco lo sabía. Pero él lo intentó.

Zac oyó la voz de su madre junto a la tumba de su padre, de pie, mientras el viento soplaba.

«Lo intentó.»

Zac: Lo intentó -repitió, quizá aceptándolo al fin-. E hizo feliz a mi madre. Está torcida, y dentro el suelo está inclinado, pero él lo intentó y la hizo feliz. Son ambivalentes en ese sentido.

Sin decir nada, Vanessa se apoyó un poco en él, ofreciéndole consuelo.

Zac: Pero mi madre ya no va a pisar ese suelo nunca más. Y no va a estar nunca aquí de pie, mirando la cuadra y recordando qué aspecto tenía mi padre cuando se ahorcó. No quiero que lo derribes por mí.

Ness: He dicho que está hecho -contestó. Y a continuación, volviéndose hacia él, le puso otra vez la mano sobre el corazón-. Puede que un día regrese para ver lo que hemos construido. Puede que eso la haga feliz. Que te haga feliz a ti. -Señaló hacia un lugar, esperó a que él dejara de mirarla y dirigiera los ojos hacia ahí. Entonces añadió-: Ahí tienes un par de rosales. Deberías llevártelos. Asegúrate de desenterrarlos con las raíces, envuélvelas en arpillera y llévaselos a tu madre. Seguro que tu hermana sabrá cómo replantarlos. Significaría mucho para tu madre.

En la garganta de Zac, la emoción se encalló junto con la gratitud.

Zac: Hay veces en que no sé qué decirte. Que me desarmas. -La atrajo hacia él y la abrazó-. Los desenterraré -le aseguró-. A ella le gustará, y a mí no se me habría ocurrido.
 
Ness: A lo mejor sí.

Zac: Yo lo tiraría todo a la basura -dijo él, mirando por encima de la cabeza de Vanessa lo que podría haber sido suyo-. Esa no es la manera. Hay algunos narcisos intentando brotar junto a la casa. También podría desenterrarlos. A Miley le gustaban cuando éramos pequeños. Y...

Ness: ¿Qué?

Zac: A lo mejor arranco un par de tablones del suelo antes de que tires la casa abajo. Entre Justin y Miley podrían hacer algo. A ella le gustará.

Ness: Eso mismo -echó la cabeza hacia atrás lo suficiente para besarlo-. ¿Por qué no nos damos una vuelta y vemos si hay algo más?

Antes de que Zac pudiera responder, su móvil pitó.

Zac: Un mensaje de mi madre. -Frunció el ceño al leerlo-. Ella nunca manda mensajes. Solo... Dios santo, mi hermana está de parto.

Ness: ¡Pues tienes que marcharte! -lo agarró de la mano y lo arrastró hacia los caballos-. Tienes que ir.

Zac: Va a dar a luz en casa. ¿A quién se le ocurre? Debería haber una ley o algo. ¿Por qué...?

Ness: Monta, Efron. -lo dijo soltando una carcajada, encantada de vivir ese momento con él y por su puro nerviosismo masculino-. Puedes estar en tu camioneta en menos de diez minutos, ir a su casa y preguntárselo tú mismo.

Zac subió al caballo.

Zac: Puede que Miley no me quiera por ahí en medio, estorbando.

Ness: Los hombres son idiotas.


Vanessa puso a Leo al galope. Sabía que Atardecer la seguiría.
 
Vanessa entró en la casa de buen humor. Encontró a Clementine en la cocina con Alice, pelando patatas.

Alice: Estoy haciendo puré de patatas. Clementine me está enseñando. Así la veo freír el pollo.

Ness: Y yo me lo puedo comer -dijo, lo que indujo a Alice a agachar la cabeza y a sonreír-. Algo ya huele muy bien.

Alice: Hemos hecho una tarta de chocolate. Me gusta cocinar con Clementine. Mi casa no tiene horno. No podía hacer tarta de chocolate.

Ness: Me están entrando ganas de comérmela. -se sirvió una copa de vino cuando su madre entró-. Traigo noticias -anunció-. La hermana de Zac está de parto.

Anne: Es una buena noticia. Sírveme una copa, y beberemos para que el bebé nazca sano.

Alice: Yo tuve bebés -siguió pelando mientras hablaba, pero se encorvó-. Duele, y hay sangre, y duele cada vez más. Si son niñas, no te las puedes quedar porque se venden a buen precio. La hermana se queda con su hija, pero yo no puedo quedarme con las mías. -Lanzó una mirada furibunda a Anne-. Mis hijas serían tan bonitas como la tuya. ¡Más aún! No es justo.

Anne: No, no lo es -comenzó a decir-. Siento...

Alice: No quiero tu compasión. No quiero tu compasión. Quiero a mis hijos. Quiero a mi Mike. ¿Por qué es tuyo también? ¿Por qué te quedas con todo?

Ness: Vamos a sentarnos, Alice -se acercó a ella-. Puedes enseñarme la bufanda que me estás haciendo.

Alice: ¡No! -Por primera vez intentó dar una bofetada a Vanessa y se encaró con ella-. Tú eres la hija. ¡Yo también soy la hija! Soy la hija. ¿Por qué se queda siempre con todo?
 
Anne: Basta. -Igualmente crispada, se interpuso entre las dos-. Basta, Alice.

Alice: Tú cállate. ¡Cállate, cállate! Tú no me mandas. Anne, Anne, Anne. La buena siempre, la que gana siempre, siempre, siempre -la empujó-.

Para sorpresa de Vanessa, Anne le devolvió el empujón.

Anne: A lo mejor deberías empezar a comportarte de acuerdo con tu edad. A lo mejor deberías dejar de quejarte de todo igual que hacías siempre. A lo mejor deberías dejar de culpar a todos salvo a ti.

Alice: ¡Te odio!

Anne: Ya. Dime algo que no sepa.

Cora: ¡Chicas! -irrumpió en la cocina, con doña Fancy pisándole los talones-. Parad ahora mismo.

Alice: Ha empezado ella -clavó el dedo índice en Anne-. No puede mangonearme, mamá. Tú siempre te pones de su parte. No es justo. ¿Cómo es que yo tengo que fregar los platos durante una semana y ella no? ¿Solo porque ella saca sobresalientes? Le caigo mal a la profesora, ¿vale? E iba a limpiar mi habitación, ¡mamá, iba a limpiarla! Pero se me ha olvidado. Anne, Anne, Anne es una novia guapísima. Pues yo voy a ser estrella de cine. Espera y verás. ¿Por qué se queda con sus bebés? ¿Por qué? -Hecha un mar de lágrimas, se llevó las manos a la cabeza-. ¿Por qué, por qué, por qué? No lo entiendo. ¿Quién soy? ¿Quién soy? No soy la mujer del espejo. ¡No, no, no! La vieja, ¿quién es la vieja del espejo? ¿Quién soy yo, eh?

Cora: Alice. Mi Alice -dio un paso adelante-. Alice Hudgens. Tranquilízate -con las yemas de los dedos, le enjugó las lágrimas-.

Alice: ¿Quién soy yo?

Vanessa también notó un nudo en la garganta mientras veía sufrir a Alice.

Alice: Mamá. Mamá. Yo... yo volvía a casa.
 
Cora: Lo sé. Lo sé. Ahora estás en casa.

Alice: No me siento bien. No me siento bien por dentro. ¿Puedo volver? ¿Solo volver?

Cora: Empezaremos desde aquí, y todo irá bien.

Alice: Anne está enfadada conmigo.

Anne: No, no lo estoy -le pasó la mano por la trenza-. No estoy enfadada. Me alegro de que hayas vuelto a casa, Alice.

Alice: Yo estaba enfadada. Estaba enfadada. Estaba enfadada. No recuerdo por qué. Me duele la cabeza.

Cora: Puedes acostarte un rato. Te acompañaré.

Alice. No. No, estoy haciendo puré de patatas. Clementine me está enseñando. Clementine... Si las quejas valieran un dólar, tú serías multimillonaria.

Clementine: Exacto. -Aunque tenía los ojos brillantes, señaló una patata a medio pelar-. No van a pelarse solas, muchacha.

Fancy: Voy a sentarme a tu lado, a asegurarme de que lo haces como Dios manda. 

Doña Fancy se acercó a ella y se sentó en un taburete.

Alice: Abuela -apoyó la cabeza en el hombro de doña Fancy-. La abuela siempre huele muy bien. ¿Dónde está el abuelo?

Fancy: Está en el cielo, cariño, cuidando a tu Benjamin.

Alice: El abuelo está con Benjamin. No tengo de qué preocuparme. -Cuando cogió el pelador, miró a Anne con los ojos cargados de dolor-. No es mi Mike. Es el tuyo.

Anne: Somos hermanas. Lo compartimos todo.

Alice: No soporto compartir. 

Anne se rio.

Anne: Dímelo a mí.

Detrás de ellas, Vanessa rodeó a Cora con el brazo y le habló con ternura:

Ness: Ven a sentarte. Estás temblando. Te prepararé un té.
 
Cora: Prefiero tomar vino.

Ness: Antes, siéntate.

Vanessa corrió a buscar el vino, esperó hasta que su abuela cogió la copa con ambas manos y tomó un sorbo.

Cora: Me ha llamado «mamá».

Ness: Lo sé.

Cora: Es la primera vez. Me ha llamado «mamá», y cuando me ha mirado, ha recordado. Lo he visto en sus ojos. Está volviendo. Alice está volviendo.


Agotado, confundido y apabullado, Zac entró en la choza. Arrojó el sombrero y la chaqueta cerca de una silla. Aunque se moría por beberse una cerveza, dormir era lo que necesitaba aún más. Se dirigió a la habitación y, cuando se dejó caer en la cama para quitarse las botas, se sentó encima de Vanessa.

Soltó un «¡Hostia!» en los pocos segundos que le llevó reconocer en aquel bulto a una mujer en vez de Dios sabe qué. Ella se incorporó con un gruñido.

Ness: Se supone que hay que mirar antes de sentarse.

Zac: Eso es antes de cruzar -encendió la luz a tientas, lo que indujo a Vanessa a taparse los ojos con la mano-. ¿Qué haces durmiendo encima de mi cama con toda la ropa puesta?

Ness: No podía dormir.

Zac: Pues lo disimulas muy bien.

Ness: En casa. Se me ha ocurrido venir a esperarte y me he quedado traspuesta. ¿Miley? ¿La niña?

Zac: Genial, y preciosa. Creo. Es mi primera recién nacida. Mira -sacó el móvil-. Compruébalo tú misma.

Vanessa parpadeó con ojos soñolientos, concentrándose en la fotografía de una niña minúscula que estaba envuelta en una manta blanca y rosa, luciendo un gorro rosa.

Ness: No es preciosa. Es una belleza. ¿Qué nombre le han puesto?

Zac: Astrid. Astrid Rose.

Ness: ¿La has cogido en brazos?

Zac: Reconozco que no quería. Preferiría coger dinamita en mal estado, pero me han obligado. Y ha sido un momento especial. Ha habido muchos momentos así. 

Le enseñó más fotografías de la niña, en los brazos de su madre, su padre, su abuela. Y, por último, en los suyos.

Lo que Vanessa pensó, cuando lo vio con su sobrina, fue: «Se le cae la baba».

Zac: Sobre todo, me asombra que una mujer pueda querer pasar por eso. No me da vergüenza decir que he salido de la habitación tanto como he podido, pero ellos no hacían más que volver a meterme. Sí, muchos momentos especiales.

Por fin se quitó las botas y se estiró junto a ella, los dos aún vestidos-. No he movido un dedo, y me siento como si hubiera subido un par de montañas. -Cerró los ojos-. Y en ese momento he dicho que me quedaría al bebé durante unas horas un par de días de esta semana, para que descansen. Ya pensaré qué hago con él. Paseos en poni, le dejaré recoger estiércol con la pala. A una niña de esa edad no hay nada que le guste más.

Ness: Miranda, la coordinadora de actividades infantiles, puede echarte una mano.

Zac: ¿Sí?

Ness: Claro.

Zac: A lo mejor me salva de volverme loco -empezó a desconectar-. ¿Qué tal tu tarde?

Ness: Intensa. Mamá y Alice se han peleado de lo lindo antes de cenar. Con gritos, empujones.

Zac: ¿Qué? -El cerebro se le volvió a activar-. ¿Qué?

Ness: De hecho, el motivo ha sido Astrid Rose. He mencionado que tu hermana estaba de parto, y Alice se ha puesto hecha una furia, y luego mamá y ella se han enganchado. Es una revelación ver a tu madre pelearse con su hermana como yo podría pelearme con los míos. Y la yaya ha intentado separarlas, y Alice ha explotado. -Se volvió un poco más para colocarse de cara a él-. Ha ido recordando cosas, Zac. Cosas mezcladas, cosas tontas, insignificantes, infantiles, pero las ha recordado. Ha llamado «mamá» a la yaya, no «la madre», como estaba haciendo. Ha llamado «Anne» a mi madre. Ha sido mucho. Muchísimo. Quizá sea un gran adelanto. No lo sé. La yaya está segura de que lo es, y a mí me preocupa que se haga demasiadas ilusiones, porque Alice podría levantarse mañana y no acordarse de nada.

Ness: Hacerse ilusiones no tiene nada de malo. Tú deberías hacer lo mismo.

Zac: Puede. Alex, Mike y yo nos hemos reunido un momento después, en el establo. Hemos pensado que papá se ocupará de mamá, y durante el día Mike y yo estaremos pendientes. Alex se ocupará de la abuela, Mike de la yaya y yo de Alice. Podría apoyarse demasiado en Mike, y aún está más a gusto conmigo que con Alex. Lo único que tengo que hacer es pensar en cómo manejo la situación. Hoy ha sido el primer día sin las enfermeras, y, ¡bum!, menuda intensidad.

Ness: Podrás con ello. Deberíamos desnudarnos y meternos en la cama.

Zac: Sí. Solo un minuto.

Un minuto después, los dos se habían quedado dormidos tal como estaban.


El hombre conocido como «señor» confeccionó un tosco bastón con una recia rama. Le ayudaba cuando las piernas le temblaban demasiado para terminar las tareas del rancho.

El perro se le murió, pero los perros eran fáciles de conseguir. Buscaría uno cuando se sintiera con fuerzas.

Pensó en pegarle un tiro al caballo -le daba más problemas de lo que valía-, pero opinaba que, si bien un hombre podía pasar un tiempo sin perro, un hombre sin caballo estaba atado de pies y manos.

Así pues, lo alimentó con frugalidad, racionando el forraje.

Dedicó más tiempo a la vaca. La vaca aún daba leche, aunque ordeñarla lo dejaba agotado.

Resollaba al andar, pero andaba. Al menos hasta que sufría un acceso de tos. Cuando esto ocurría, tenía que detenerse, sentarse y esperar a que se le pasara.

Dentro de unos días, cuando se encontrara mejor, iría a buscar más medicamentos, gastaría dinero para forraje, heno.

Empezaría a buscar a otra esposa que fuera joven. Una con fuerza suficiente para arar la tierra y sembrarla. Una con vitalidad suficiente para darle hijos varones. Una lo bastante hermosa para darle placer.

De momento, tenía que esperar.

Todas las noches cuando se acostaba se decía que por la mañana recobraría las fuerzas. Las suficientes para ponerse a buscar.

Había preparado el sótano, donde viviría ella. Y de igual manera que ella araría el campo, él la araría a ella. De igual manera que el campo daría su fruto, también ella daría el suyo. De su simiente.

Todas las noches dormía con un revólver bajo la almohada y una bala lista para despachar a quien tratara de impedirle defender los derechos que Dios le había otorgado.


1 comentarios:

Lu dijo...

Hola!
Me encanta esta novela, ya quiero ver como sigue!


Sube pronto :)

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