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domingo, 3 de febrero de 2019

Segunda parte - Capítulo 12


Bajo un sol abrasador, enemigo de las lluvias, de la vida vegetal y de los seres humanos, están ardiendo las arenas cambiantes del desierto saudí. -Zac trató de no entrecerrar los ojos frente a la cámara mientras el implacable sol cala sobre él. Usaba camiseta del ejército, pantalones color caqui y un sombrero desteñido-. Las tormentas de arena, el calor agobiante y los espejismos son moneda corriente en este medio hostil. A este mundo han venido las fuerzas de Estados Unidos para trazar su línea en la arena.

«Han pasado tres meses desde que los primeros hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas fueron apostados bajo el Escudo del desierto. Con la eficiencia e ingenuidad de los yanquis, estos soldados se están adaptando a su nuevo medio o, en algunos casos, tratando de que el medio se adapte a ellos. Un cajón de madera, un forro de poliestireno y el ventilador de un aparato de aire acondicionado. -Zac apoyó una mano en un cajón de madera-. Y algunos soldados muy hábiles han fabricado un refrigerador casero para ayudar a combatir esta temperatura de casi cincuenta grados. Con un aburrimiento que es un enemigo casi tan astuto como el clima, los soldados que no están de servicio pasan el tiempo mientras leen la correspondencia que reciben de su país, negocian los pocos y valiosos periódicos que logran pasar por la censura y organizan carreras de lagartijas. Pero el correo es lento y los días son largos. Mientras en nuestro país se realizan desfiles y picnics en celebración del día del Excombatiente, los hombres y mujeres del Escudo del desierto trabajan y esperan.» Para la CBC, Zac Efron, desde Arabia Saudí.

Cuando la luz roja se apagó, Zac sacó las gafas para sol del cinturón y se las puso. Detrás de él había un F-15C Eagle y hombres y mujeres en uniforme de campaña.

Zac: No me vendría mal un plato de patatas fritas y una banda de rock, Curt. ¿Y a ti?

Su cámara, cuya piel color hueso brillaba como mármol pulido con su capa de sudor y de filtro solar, puso los ojos en blanco.

Curt: La limonada que prepara mi madre. Litros y litros.

Zac: Cerveza helada.

Curt: Helado de melocotón... y un beso con lengua de Whitney Houston.

Zac: Basta, me estás matando -bebió un largo trago de agua de la cantimplora. Le pareció tibia y con sabor a metal, pero le limpió la aspereza de la garganta-. Vamos qué nos dejan fotografiar, e intentaremos algunas entrevistas.

Curt: No nos darán mucho -gruñó-.

Zac: Tomaremos lo que podamos.

Horas más tarde, en la comodidad relativa de un hotel saudí, Zac se desnudó. La ducha le quitó las capas de arena, sudor y suciedad de dos días y dos noches en el desierto. Sintió un dulce anhelo, casi romántico, de una cerveza Bud, pero se conformó con un zumo de naranja. Se estiró en la cama, desnudo y exhausto. Con los ojos cerrados, tanteó en busca del teléfono para iniciar el complicado y con frecuencia frustrante proceso para intentar llamar a Estados Unidos.


El teléfono despertó a Vanessa de un sueño profundo. Lo primero que pensó fue que de nuevo era un número equivocado, probablemente el mismo idiota que más temprano la hizo salir de un baño relajante y terminó colgando con una disculpa. Algo fastidiada, levantó el auricular.

Ness: Hudgens.

Zac: Allí deben de ser... veamos... las cinco y media de la mañana -mantuvo los ojos cerrados y sonrió al oír la voz adormilada de Vanessa-. Lo siento.

Ness: ¿Zac? -se sacudió el sueño, se incorporó en la cama y encendió la luz-. ¿Dónde estás?

Zac: Disfruto de la hospitalidad de los saudíes. ¿Has comido sandía hoy?

Ness: ¿Cómo dices?

Zac: Sandía. El sol es un infierno aquí, sobre todo a las diez de la mañana. Esa fue la hora en que empecé a tener una fantasía con las sandías. Curt lo empezó todo, y después los demás del equipo comenzaron a torturarse pensando en helados, sorbetes y pollo frito frío.

Ness: Zac, ¿estás bien?

Zac: Solo muy cansado. Pasamos un par de días en el desierto. La comida es una mierda, el calor es infernal, y las malditas moscas... No quiero ni pensar en las moscas. Hace treinta horas que estoy despierto, Kansas. Me siento un poco aturdido.

Ness: Deberías dormir más.

Zac: Háblame.

Ness: He visto alguno de tus reportajes. El de los rehenes que Hussein llama «huéspedes» fue impresionante. Y también el de la base aérea saudí.

Zac: No. Dime qué has estado haciendo tú.

Ness: Hoy hicimos un programa sobre los compradores obsesivos. Uno de los invitados suele quedarse despierto toda la noche para mirar uno de los canales de ofertas y compra todo lo que aparece en pantalla. Su esposa finalmente decidió cortar el cable cuando él compró una docena de collares electrónicos contra las pulgas. Te aclaro que no tienen perro.

Eso hizo reír a Zac, tal como Vanessa esperaba.

Zac: Tengo la cinta que me mandaste, aunque tardó bastante en llegarme. Mi equipo y yo la visionamos. Te vi muy bien.

Ness: Me sentí muy bien. Otro par de canales de Indiana van a transmitir nuestro programa a última hora de la tarde. Competiremos contra una telecomedia famosa pero ¿quién puede saber qué pasará?

Zac: Ahora dime que me echas de menos.

Ella no le contestó enseguida.

Ness: Sí, supongo que es así. A ratos.

Zac: ¿Y ahora?

Ness: Sí.

Zac: Cuando vuelva a casa quiero que vengas conmigo a mi cabaña.

Ness: Zac...

Zac: Quiero enseñarte a pescar.

Ness: ¿Ah, sí? -en sus labios se dibujó una sonrisa-. ¿En serio?

Zac: Me parece que no debería tomar en serio a una mujer que no distingue un extremo de la caña del otro. Recuérdalo. Me mantendré en contacto.

Ness: Está bien. ¿Zac?

Zac: ¿Sí?

Vanessa se dio cuenta de que él estaba casi dormido.

Ness: Te mandaré otra cinta.

Zac: De acuerdo. Hasta pronto.

Zac consiguió colgar antes de empezar a roncar.


Los informes y los reportajes siguieron llegando. La escalada de hostilidades, las negociaciones para la liberación de los rehenes que muchos temían fueran usados como escudos humanos. La cumbre de París y la visita del presidente a las tropas norteamericanas con ocasión del día de Acción de Gracias. Hacia fines de noviembre, las Naciones Unidas votaron la resolución 678; se aprobó el uso de la fuerza para expulsar a Irak del territorio de Kuwait, y se le dio a Saddam plazo hasta el 15 de enero.

En Estados Unidos ondeaban cintas amarillas en las antenas de los automóviles y en las barandas de los porches. Estaban mezcladas con muérdago y acebo porque Estados Unidos se preparaba para la Navidad, no para la guerra.

Ness: Este reportaje sobre juguetes no solo mostrará qué regalarles a los chicos para Navidad sino también qué es seguro -levantó la vista de sus papeles y miró a Ashley-. ¿Te sientes bien?

Ash: Por supuesto que sí -contestó con una mueca-. Para ser alguien con la sensación de tener un camión sobre la vejiga, estoy muy bien.

Ness: Deberías irte a tu casa, recostarte y levantar los pies. Faltan menos de dos meses para la fecha del parto.

Ash: En casa me volvería loca. Además, tú eres la que debería sentirse agotada, después de pasarte la mitad de la noche en una cena-baile de caridad.

Ness: Es parte de mi trabajo -dijo con expresión ausente-. Como comentó Loren, hice una serie de contactos y tuve algo de prensa.

Ash: Mmmm. Y nada más que cinco horas de sueño -se puso a juguetear con un conejo de juguete que movía las orejas y chillaba cuando se le apretaba la panza-. ¿Crees que a Big Ed le gustará esto?

Con las cejas levantadas, Vanessa contempló el enorme vientre de Ashley, donde Big Ed -como llamaban al bebé- parecía estar creciendo a pasos agigantados.

Ness: Ya tienes dos docenas de animalitos de peluche.

Ash: Tú empezaste la colección con ese osito de dos patas -apartó el conejo y, entre los juguetes diseminados en el suelo de la oficina, eligió a un soldado en uniforme de campaña-. ¿Por qué demonios siempre quieren jugar a soldados?

Ness: Esa es una de las preguntas que le haremos a nuestro experto. ¿Has tenido noticias de Dave?

Ashley trató de no preocuparse por su hermanastro, un oficial de la Guardia Nacional que estaba en el Golfo.

Ash: Sí. Recibió la caja que le mandamos. Los cómics tuvieron mucho éxito.

Ness: ¿Richard realmente le va a comprar al bebé un casco de los Bears?

Ash: Ya lo ha hecho. Lo cual me recuerda que quiero asegurarme de que en ese bloque se trate este tema: de qué manera la sociedad y los padres perpetúan estereotipos cuando compran esa clase de juguetes a los niños -indicó al soldado- y esos a las niñas -y señaló una muñeca-.

Ness: Zapatillas de ballet para las chicas, zapatillas de fútbol para los chicos.

Ash: Lo cual lleva a que las chicas agiten pompones a los costados de la cancha mientras los varones hacen touch downs.

Ness: Lo cual lleva -prosiguió- a que los hombres tomen decisiones corporativas mientras las mujeres les sirven café.

Ash: Dios mío -exclamó-. ¿Educaré mal a mi hijo? Deberíamos haber esperado y practicado con un cachorrito. Yo seré responsable de traer al mundo a otro ser humano.

A lo largo de las últimas semanas, Vanessa se había acostumbrado a los estallidos de Ashley. Se inclinó hacia atrás en el asiento y sonrió.

Ness: ¿De nuevo se hacen sentir las hormonas?

Ash: Ya lo creo. Iré a buscar a Simon y a verificar los índices de audiencia de la semana pasada... y simular que soy un ser humano normal y en su sano juicio.

Ness: Entonces vete a tu casa -insistió-. Cómete un paquete de galletas y mira una película vieja por cable.

Ash: Está bien. Le pediré a Jeff que recoja los juguetes y los baje al plató.

A solas, Vanessa se echó hacia atrás y cerró los ojos. Ashley no era la única en estar quisquillosa esos días. Todo el equipo se sentía nervioso. Dentro de seis semanas, Delacort volvería a firmar contrato para que La hora de Vanessa continuara, o todos se quedarían sin trabajo.

La audiencia había subido, pero ¿era suficiente? Sabía que estaba poniendo en el programa todo lo que tenía de sí, y también todo lo posible en el terreno de las relaciones públicas y los encuentros con la prensa acerca de los cuales Loren insistía tanto. Pero ¿era suficiente?

El período de prueba ya casi había terminado, y si Delacort decidía prescindir de ellos...

Inquieta, se puso de pie y se volvió hacia los ventanales. Se preguntó si Brittany se habría parado allí alguna vez, preocupada, atormentada por algo tan básico como un punto de audiencia. ¿Habría sentido sobre sus hombros la pesada responsabilidad por el programa, el equipo, los anunciadores? ¿Por eso se había convertido en una mujer tan dura e implacable?

Si el programa fracasaba, no sería solo su carrera la que se desmoronaría; otras seis personas habían invertido su tiempo, su energía y su amor propio. Otras seis personas que tenían familias, hipotecas, letras del coche, facturas del dentista.

Jeff: ¿Vanessa?

Ness: Sí, Jeff. Necesitamos llevar estos juguetes abajo, al... -Se interrumpió al ver un abeto de plástico de más de dos metros de altura-. ¿De dónde demonios has sacado eso?

Jeff: Yo... bueno, lo liberé de un depósito -se asomó de detrás del árbol. Tenía las mejillas encendidas y las gafas casi en la punta de la nariz. Su aire adolescente resultaba encantador-. Se me ocurrió que podría gustarte.

Vanessa se echó a reír y examinó el árbol. Era bastante patético con sus ramas caídas y su chillón color verde que nadie confundiría jamás con un árbol auténtico. Miró la expresión de Jeff y volvió a reír.

Ness: Es exactamente lo que necesito. Pongámoslo frente a la ventana.

Jeff: Tenía un aspecto muy solitario allí abajo -dijo mientras lo colocaba con cuidado frente al ventanal-. Pensé que con algunos adornos...

Ness: De modo que lo liberaste.

Él se encogió de hombros.

Jeff: En este edificio hay cosas que nadie ha usado o visto en años. Con algunas luces y adornos quedará muy bien.

Ness: Y muchas cintas amarillas -agregó pensando en Zac-. Gracias, Jeff.

Jeff: Todo saldrá bien, Vanessa -le puso una mano en el hombro y se lo apretó-. No te preocupes tanto.

Ness: Tienes razón. Reunamos aquí al resto del equipo y decoremos a este bebé.


Vanessa siguió trabajando durante las vacaciones con el árbol de plástico a sus espaldas. Mientras hacía malabarismos con los compromisos y trabajaba dieciocho horas diarias durante tres días, se hizo un hueco para un viaje de veinticuatro horas a su casa, para Navidad. Volvió a Chicago, muerta de frío, el primer día laborable.

Cargada de equipaje y de regalos de Topeka, abrió la puerta de su apartamento. Lo primero que vio fue el sobre blanco encima del felpudo, justo debajo de la puerta. Con desasosiego, apoyó las maletas. No la sorprendió encontrar dentro del sobre una única hoja de papel, ni ver lo escrito en letras rojas de imprenta:

«FELIZ NAVIDAD, VANESSA. ME ENCANTA VERTE TODOS LOS DÍAS. ME ENCANTA VERTE. TE QUIERO».

Qué extraño, pensó, pero también inofensivo, si consideraba algunas cartas disparatadas que recibía desde agosto. Se metió la nota en el bolsillo, y apenas si había tenido tiempo de echarle la llave de nuevo a la puerta, cuando oyó un golpe en la misma. Se sacó el gorro de lana con una mano y abrió con la otra.

Era Mike. Llevaba la gabardina prolijamente doblada sobre un brazo.

Mike: Vanessa, ¿no crees que esta historia se ha prolongado demasiado? No has contestado a ninguna de mis llamadas.

Ness: No hay ninguna historia entre nosotros, Mike; acabo de regresar a la ciudad. Estoy cansada, tengo hambre y no estoy de humor para una discusión civilizada.

Mike: Si yo puedo tragarme mi amor propio como para venir aquí, lo menos que puedes hacer tú es invitarme a pasar.

Ness: ¿Tu amor propio?

Vanessa se irritó. Sabía que era mala señal, cuando solamente había intercambiado algunas palabras.

Ness: Está bien. Pasa.

Al entrar, Mike vio las maletas.

Mike: ¿O sea que pasaste la Navidad en tu casa?

Ness: Así es.

Él colocó la gabardina sobre el respaldo de una silla.

Mike: ¿Y tu familia está bien?

Ness: Sí, muy bien. Mike, no tengo ánimo para una conversación intrascendente. Si tienes algo que decir, dilo.

Mike: No creo que podamos solucionar nada a menos que nos sentemos y lo hablemos a fondo. -Señaló el sofá-. Por favor.

Ella se sacó el abrigo y se sentó en una silla. Entrelazó las manos sobre el regazo y aguardó.

Mike: El hecho de que todavía estés enfadada conmigo me demuestra que existe entre nosotros un compromiso emocional. Me di cuenta de que tratar de resolver las cosas tan rápido después del incidente fue un error.

Ness: ¿El incidente? ¿Así lo llamas?

Mike: Porque -prosiguió con calma- las emociones de los dos estaban muy cerca de la superficie, con lo cual resultaba difícil comprometerse y hacer algo constructivo.

Ness: Yo rara vez me desahogo constructivamente. Creo que no llegamos a conocernos lo suficiente para que te dieras cuenta de que, en ciertas circunstancias, tengo un carácter muy agrio.

Mike: Entiendo -afirmó, complacido de estar comunicándose nuevamente con ella-. Verás, Vanessa, yo creo que parte de nuestras dificultades nacieron del hecho de que no nos conocíamos tan bien como debíamos. En ese sentido compartimos la culpa, pero es muy humano y natural mostrar solo nuestras facetas positivas cuando iniciamos una relación.

Vanessa respiró hondo y trató de obligarse a permanecer sentada, cuando lo que quería era ponerse de pie de un salto y atizarle un buen puñetazo.

Ness: Si tú quieres compartir esa culpa conmigo, de acuerdo, sobre todo porque yo no tengo ninguna intención de pasar más allá de esa etapa contigo.

Mike: Vanessa, si eres sincera contigo misma, tendrás que reconocer que estábamos creando algo muy especial entre nosotros. Una fusión de intelectos, de gustos.

Como buen terapeuta, no apartó la mirada de sus ojos y le habló con voz suave y tranquilizadora.

Ness: Creo que nuestra fusión de intelectos y gustos se quebró cuando yo entré y os encontré a Brittany y a ti en plena faena. Dime, Mike, ¿tenías en ese momento en el bolsillo los folletos del viaje que pensábamos hacer a Hawaii?

Mike: Me he disculpado repetidamente por ese desliz.

Ness: Ahora es un desliz. Antes era un incidente. Déjame que te diga cómo lo llamo yo, Mike. Yo lo llamo traición, traición de dos personas que yo admiraba y quería. Deliberada, por parte de Brittany, y penosa por parte tuya.

Mike: Tú y yo no estábamos formalmente comprometidos, ni en el plano sexual ni en el emocional.

Ness: ¿Me estás diciendo que si yo me hubiera acostado contigo eso no habría sucedido? -Se puso de pie-. Yo no pienso compartir la culpa por eso. Tú eres el que pensó con la entrepierna. Así que sigue mi consejo, doctor, y sal de mi casa. Quiero que te mantengas lejos de mí. No quiero que llames a mi puerta. No quiero oír tu voz por teléfono. Y no quiero más llamadas en medio de la noche, en las que ni siquiera tienes agallas para hablar.

Él se puso de pie.

Mike: No sé de qué estás hablando.

Ness: ¿De veras?

Mike: Solo quiero aclarar esto. Durante estos meses, desde que me arrojaste de tu vida, me he dado cuenta de que tú eres la única mujer que puede hacerme feliz.

Ness: Entonces te espera una vida muy triste. Yo no estoy disponible ni interesada.

Mike: Hay alguien más, ¿verdad? -Se adelantó y la aferró por los antebrazos antes de que ella tuviera tiempo de apartarse-. ¿Y tú hablas de traición, cuando con tanta facilidad me dejas y te entregas a otro?

Ness: Sí, hay alguien más, Mike. Yo. Ahora quítame las manos de encima.

Mike: Deja que te recuerde lo que tuvimos -murmuró y la atrajo hacia sí-. Deja que te muestre lo que podría haber sido.

El viejo miedo volvió y la hizo temblar mientras trataba de liberarse. Acorralada, se mostró cruel.

Ness: ¿Sabes cuál sería un tema interesante para mi programa, Mike? Escucha esto. Los respetables consejeros familiares que acosan a las mujeres con las que han salido y seducen a menores de edad. Sí, lo sé todo. Una jovencita, Mike. ¿Te imaginas cuánto me asquea? La mujer con la que salías cuando supuestamente desarrollabas nuestra relación tiene poca importancia comparado con eso. Brittany me dejó un pequeño informe antes de irse a Nueva York.

Mike: No tienes ningún derecho a ventilar mi vida privada.

Ness: No tengo intenciones de hacerlo. A menos que sigas acosándome. Y si lo haces...

Mike: No esperaba de ti una amenaza semejante, Vanessa.

Ness: Bueno, parece que te has equivocado de nuevo. -Se encaminó a la puerta y la abrió de par en par-. Ahora, lárgate.

Él cogió su gabardina.

Mike: Me debes la cortesía de darme la información que tienes.

Ness: Yo no te debo nada. Y si no sales por esta puerta en cinco segundos, gritaré tan fuerte que los vecinos vendrán corriendo.

Mike: Estás cometiendo una equivocación -dijo al acercarse a la puerta-. Una gran equivocación.

Ness: Felices vacaciones -terminó, pegó un portazo y cerró la puerta con llave y cerrojo-.


Marcie: Gran programa -dijo cuando Vanessa entró en el camerino-. Fue fantástico reunir a las familias de soldados que están en el Golfo. Y pasar esos videos filmados allí.

Ness: Gracias, Marcie -se acercó al espejo iluminado y se sacó los pendientes-. ¿Sabes, Marcie?, es víspera de Año Nuevo.

Marcie: Sí, eso he oído.

Ness: Es el momento de «fuera lo viejo, dentro lo nuevo» -se pasó una mano por el pelo, se miró en el espejo y se estudió el perfil izquierdo, luego el derecho, después toda la cara-. Marcie, amiga mía, me siento temeraria.

Marcie: Vaya. ¿Como para qué? ¿Para salir y pescar un hombre en el primer bar que encuentres?

Ness: No dije que estuviera loca, dije que temeraria. ¿Cuánto tiempo libre tienes hasta que venga Bobby Marks a maquillarse?

Marcie: Veinte minutos.

Ness: Creo que alcanzarán -hizo girar la silla y le dijo-: Cámbiame.

Marcie: ¿Hablas en serio?

Ness: Muy en serio. Tuve una escena muy desagradable con un individuo hace unos días. No sé si el mes que viene tendré trabajo, y mucho menos una carrera. Es posible que me esté enamorando de un hombre que pasa más tiempo fuera del país que aquí, y dentro de dos semanas puede estar en medio de una guerra. Esta noche, vísperas de Año Nuevo, no estaré con ese hombre con el que creo sentirme así, sino en una reunión con muchísima gente, para hacer sociabilidad con extraños, porque eso es ahora parte de mi trabajo. Así que me siento temeraria, Marcie, suficientemente osada como para hacer algo drástico.

Marcie: Creo que deberías definir qué significa exactamente «drástico» antes de que yo empiece.

Ness: No -respiró hondo y exhaló despacio-. Sorpréndeme.

Marcie: De acuerdo -tomó su aerosol y humedeció el pelo a Vanessa-. ¿Sabes una cosa? Hace semanas que estoy deseando hacer esto.

Ness: Entonces esta es tu oportunidad. Transfórmame en una mujer nueva.

A Vanessa se le contrajo el estómago cuando empezó a oír el clic clic de las tijeras de Marcie y vio caer a sus pies un mechón tras otro de pelo color ébano.

Ness: Sabes lo que estás haciendo, ¿no?

Marcie: Confía en mí -le dijo y siguió cortando-. Quedarás fabulosa. Muy distinguida y elegante.

Ness: ¿Ah, sí?

Vanessa trató de volverse hacia el espejo.

Marcie: Nada de espiar -advirtió y le apoyó una mano en el hombro-. Es como zambullirse en una piscina de agua helada -explicó-. Si uno trata de mojarse despacio y poco a poco, es una tortura. Y a veces uno retrocede antes de hacerlo. Si lo haces de golpe, al principio sientes un choque, pero después estás encantada. ¿Sabes?, creo que tal vez se parezca más a perder la virginidad.

Bobby: ¡Dios mío!

Marcie levantó la vista y le sonrió a Bobby Marks, el chef titular de los programas de cocina de la CBC.

Marcie: Hola, Bobby. Ya casi he terminado.

Bobby: ¡Dios mío! -repitió y se acercó a examinar a Vanessa-. ¿Qué has hecho, Ness?

Ness: Quería un cambio -comenzó a llevarse una mano a la cabeza, pero Marcie se lo impidió-.

Marcie: Una piscina helada -recordó-.

Bobby: Vaya si es un cambio -dio un paso atrás y sacudió la cabeza-. ¿Puedo quedarme con un poco de este pelo? -Se agachó y recogió un puñado-. Puedo mandar hacerme un peluquín. Diablos, me alcanzará para media docena.

Ness: Dios, ¿qué he hecho? -cerró los ojos-.

Ash: ¿Ness? ¿Qué te ha entretenido? Necesitamos... ¡Dios santo! -se frenó en seco junto a la puerta, con una mano contra su boca abierta y la otra sobre su vientre-.

Ness: Ashley. -Desesperada, extendió un brazo-. Ashley, creo que he tenido un colapso nervioso. Es vísperas de Año Nuevo -balbuceó-. Bobby encargará peluquines. Creo que mi vida desfila frente a mis ojos.

Ash: Te lo has cortado -dijo al cabo de un momento-. Vaya si te lo has cortado.

Ness: Pero me volverá a crecer, ¿verdad?

Bobby: Dentro de cinco o diez años -predijo alegremente y se puso unos mechones de Vanessa sobre la calva-. No con la velocidad necesaria para respetar la cláusula que imagino tienes en tu contrato con respecto a cambios en tu aspecto.

Ness: Dios -palideció-. Lo había olvidado. Creo que me he vuelto majara.

Bobby: Dile a tu abogado que utilice ese argumento con Delacort -sugirió-.

Marcie: Les fascinará -agregó-. Ella misma lo verá dentro de un minuto.

Marcie la peinó. Insatisfecha, agregó un poco de laca y siguió peinando con la concentración de quien talla diamantes.

Marcie: Ahora respira hondo y no exhales. Y no digas nada hasta que te veas bien.

Nadie habló cuando Marcie giró la silla de Vanessa hacia el espejo. Vanessa miró su imagen, los labios entreabiertos, los ojos abiertos de par en par. La larga cabellera había desaparecido, y en su lugar aparecía un pelo corto. Aturdida, vio que la mujer del espejo levantaba una mano y se tocaba la nuca.

Marcie: Acompaña la forma de tu cara -explicó nerviosa, en tanto Vanessa seguía mirándose-. Te hace lucir los ojos y las cejas. Tienes esas cejas oscuras maravillosas, con un arco natural. Y tus ojos tienen fuerza y forma almendrada, pero se perdían un poco con tanto pelo.

Ness: Yo... -exhaló y volvió a respirar hondo-. Me encanta.

Marcie: ¿Sí? -se le aflojaron las rodillas y se dejó caer en una silla junto a Vanessa-. ¿En serio?

Ness: Sí, me encanta. ¿Te das cuenta de todas las horas por semana que tenía que dedicarle a mi peinado? ¿Por qué no se me ocurrió antes? -Tomó un espejo y se miró la parte de atrás-. Esto me permitirá ahorrar casi ocho horas por semana... una jornada entera de trabajo. -Tomó sus pendientes y se los puso-. ¿Qué tal? -le preguntó a Ashley-.

Ash: Sin restarle importancia a tus prioridades en cuanto a ahorro de tiempo, te queda espléndido.

Ness: ¿Bobby?

Ash: Muy sexy. Un cruce de amazona y hada. Estoy seguro de que a Delacort no le importará volver a grabar los vídeos promocionales.

Ness: Dios santo. -Al caer en la cuenta, miró a Ashley-.

Ash: No te preocupes, esta noche deslumbrarás a Loren. Después nos ocuparemos del próximo programa.

Boby: Ahora, si las señoras no tienen inconveniente, debo empezar a maquillarme. Tengo que freír una trucha.


Con las primeras luces del Año Nuevo, con un vídeo de La hora de Vanessa en el televisor, una figura solitaria caminaba por una habitación pequeña y en penumbra. Sobre la mesa donde las fotografías enmarcadas de Vanessa resplandecían con el resplandor apareció un nuevo tesoro: una gruesa trenza de cabello color ébano anudada con un hilo de oro.

Era tan suave al tacto como la seda. Después de una última caricia, los dedos se apartaron hacia el teléfono. Marcaron con lentitud. Un momento después, la voz de Vanessa se oyó del otro lado de la línea, medio dormida, un poco inquieta, y trajo con ella una oleada de placer que duró hasta mucho después de colgar el auricular.




Wow! ¡Han pasado demasiadas cosas en este capítulo!
La nota extraña a Vanessa, su cambio de look, el pesado de Mike 😒
El pirado del final del capítulo, qué mal rollo 😕
Pero mi favorita sin duda:

"Zac: Dime que me echas de menos.
Ness: Sí, supongo. A ratos."

¡No fastidies! Está en la maldita guerra, dile que sí aunque sea mentira 😆


2 comentarios:

Caromi dijo...

Ya me dio curiosidad quien es el loco, podria ser el chef o alguien q trabaja para ella??
Pon el otro capi pronto, y q Zac regrese xD

Maria jose dijo...

Yo creo que el loco es alguien que trabaja para ella
Que capitulo!!!
Ya quiero que zac regrese
Siguela pronto
Todo es muy interesante

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